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Asán

                Desde la interpretación de la Guerra de Vietnam que Coppola ofrecía en Apocalypse Now (1979) ya nadie se atreve a explicar las nuevas intervenciones bélicas norteamericanas (hablo de Kuwait, Irak, Afgatistán, Somalia, etc ) como actos heroicos y magnánimos llevados a cabo por jóvenes altruistas decididos a dar sus vidas lejos de casa por la sola recompensa de haber contribuido a contener a las pérfidas huestes del Mal. Quién osaría sostener tal cosa después de aquella prodigiosa narración del ascenso por el río de un barquichuelo tripulado por las fuerzas del Bien (que vaya otras) acosadas por toda clase de locos, suicidas, drogados, megalómanos y una pintoresca gama de desquiciados cuya quintaesencia era el desnortado coronel Kurtz (Marlon Brando).

                A su manera, y para entendernos, Apocalypse Now es a Vietnam lo que Asán a la guerra de Chechenia.  Tanto a Coppola como a Vladimir Makanin, el autor de Asán,  se les planteaba el nada sencillo problema de explicar cómo los ejércitos de las naciones más poderosas del mundo (Estados Unidos entonces, la Federación Rusa después), dotados además en ambos casos del armamento más potente y sofisticado del momento, pudieron ser derrotados por un puñado de campesinos analfabetos y apenas armados.     

                Si para explicar lo suyo Coppola se adentraba al final por la resbaladiza senda de la  metafísica (demostrando de paso lo grande que le venía lo de emular a Conrad),  Makanin se deja estar de metáforas e interpretaciones esotéricas y va directamente al grano: es evidente que la guerra moderna es tecnología, armamento inteligente, grandes estrategias y sofisticadas soluciones ideadas por los cerebros de Estado Mayor. Pero es una verdad parcial porque no refleja la realidad  más allá de lo que afecta a los  altos mandos y los modernos medios de creación de opinión (antes llamados medios de  información).

Para el combatiente de a pie, sea de uno u otro bando, la guerra no escapa a la necesidad ni es un ámbito ajeno a la realidad universal, y por lo tanto su sistema nervioso central, lo que permite que el organismo se mueva y cumpla las misiones que se le asignan no es la ideología, ni los sentimientos patrióticos,  los ideales de libertad  o el odio a la opresión: el carburante, lo que mueve todo, es la pasta, y en ese sentido Vladimir Makanin ha tenido el acierto de encomendar la narración a un oficial del ejército de la Federación Rusa cuya misión es controlar y distribuir la gasolina que envía Moscú  a sus fuerzas estacionadas en Chechenia. 

Por lo tanto, el mayor Zhilin, que ni siquiera es un guerrero porque su verdadera profesión es la de ingeniero militar, es un hombre que de pronto se ha encontrado en el centro de una necesidad esencial para todos los actores del drama. Él es quien suministra la gasolina que necesitan los tanques y los vehículos blindados indispensables para circular por unas  carreteras infestadas de guerrilleros, y el que aporta el queroseno para los aviones y  los helicópteros (un arma insustituible si se trata de defender a los convoyes). También sería un  objetivo prioritario para los señores de la guerra que dominan y se reparten los pasos montañosos, pero resulta que a si a dichos señores la gasolina no les sirve de nada (al fin y al cabo ellos y sus guerrilleros  se desplazan a pie, de arbusto en arbusto para defenderse de los temidos helicópteros)  en cambio saben que esa gasolina es vital para los rusos y por lo tanto un argumento muy convincente a la hora de negociar una mordida a cambio de que los convoyes puedan atravesar incólumes los sucesivos desfiladeros. Finalmente incluso los campesinos dependen vitalmente del combustible que mueve sus tractores, y puesto que no tienen dinero para comprarlo ni fuerza para apoderarse de la gasolina a las bravas, la pagan con la información que le transmiten al astuto mayor Zhilin por medio de ese  arma de destrucción masiva llamada teléfono móvil.  Si un señor de la guerra baja de las montañas el mayor Zhilin sabe de inmediato dónde se está apostando para tender una emboscada, cuántos hombres le acompañan, cuales son los mejores pasos para sorprenderlos y qué vías de escape tienen previstas para después de la emboscada. La imagen del campesino que se siente importante y llama de continuo al mayor para informarle del estado de salud de una vecina que enfermó ayer o de la aparición de una cabra perdida es impagable.

Como es lógico, el mayor Zhilin, que  no sólo no es un guerrero sino que se está construyendo una dacha junto a un gran río para vivir allí con su mujer y su hija cuando se retire,  no tiene la menor intención de utilizar su información con fines bélicos.  Sin quererlo se ha convertido en un negociador moderadamente ambicioso;  no está a favor ni en contra de la guerra pero sabe que mientras dure él va a sacar dinero de unos y otros, va a tener protección ante las veleidades de sus superiores (es indispensable) y encima va a salvar bastantes vidas porque gracias a él y sus negociaciones con unos y otros los ataques y las emboscadas disminuyen y también las represalias en forma de ametrallamientos indiscriminados  (sin olvidar el napalm) contra los guerrilleros y las poblaciones que puedan haberles dado cobijo. O sea que todos contentos.

Dicho lo cual, no hay que olvidar que se trata de la guerra de Chechenia, uno de los escenarios bélicos más salvajes, crueles y sangrientos, y  aunque Asán no es una novela tremendista sería imposible hablar de esa guerra sin dar cuenta de las brutalidades reiteradamente cometidas por ambos bandos. Y el lector que se aventure en esta narración habrá de dar por sentado que la acción “civilizadora” del mayor Zhillin no siempre triunfa y que la violencia sigue siendo consustancial a toda guerra. Sobre todo en Chechenia.

 

Asán

Vladimir Makanin

Traducción de Yulia Dobrovolskaya y José María Muñoz

Acantilado  

 

 

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29 de abril de 2015
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La era del cargador

Sus movimientos son toscos, su obsesión frenética, hasta que uno exclama aliviado: “¡Por fin!”. Y tras enchufar el móvil su semblante se relaja, igual que si le hubieran quitado un gran peso de encima y sintiera que la vida es chula, no tanto por lo que le depara el instante real sino porque se está cargando la central de datos de su existencia virtual, el verdadero mundo, el que aglutina mensajes personales, noticias, correos electrónicos, fotos y vanidades servidas en la palma de la mano. La promesa de vida no teu coração que cantaban Elis Regina y Jobim, la llegada de una señal que entretenga las horas hasta el punto de hacerte olvidar que las horas pasan. En los baños de los aeropuertos, en el supermercado, en los vagones de los Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya -que incluso han redactado unas normas de uso en las que se recomienda cederlos amablemente al usuario siguiente-, se repite la escena. En algunos restaurantes disponen ya de cargadores para iPhone 4 y 5, Samsung Galaxy o Sony Xperia. Se cuentan entre aquellos objetos cotidianos de los que nos evadimos en un rapto de autonomía y con los que luego nos obsequian como muestra de atención al cliente: un tampax, kleenex, cerillas, unas gafas para ver de cerca, una corbata incluso. ¡Ah de los establecimientos que no sólo no ponen pegas sino que están bien surtidos de conectores! Su pedigrí se subraya porque vivimos en la era del cargador. A pesar de la inteligencia domótica, la mecánica cuántica y las redes wifi, aún dependemos desesperadamente de un cable. La levedad de un mundo hiperconectado al Gran Hermano universal, capaz de llegar donde tu índice desee con la yema del dedo, se espesa igual que la sangre con colesterol si se acaba la batería. Un fundido en negro que estremece, galvanizado por una impaciencia tan propia de nuestra época como la dependencia del enchufe, y más entre aquellos que pertenecemos a la generación de las pilas y no necesitábamos trajinar con frecuencia frente a los oscuros agujeros por los que transita la energía. Si el cobalto y el litio revolucionaron nuestras vidas, ahora la Universidad de Stanford anuncia una nueva batería de aluminio, más barata y segura, capaz de ­recargarse en apenas un minuto, que nos permitiría liberarnos de esa corriente que recorre montañas y ­carreteras en forma de sutiles cableados sobre los que se posan ruiseñores y cuervos. Los mismos que parten el cielo con sus carriles de sombras, y de los que vivimos esqui­nados, como a menudo de la familia, aunque nos alimente.

(La Vanguardia)

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29 de abril de 2015
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Si quieres paz, prepárate para la paz

En la Feria Internacional del Libro de Bogotá las colas para entrar se extienden por más de una cuadra, y son igualmente largas las que forman quienes quieren visitar el pabellón de Macondo, el país invitado este año, un territorio imaginario al que el público ha dado aquí sustancia real. Tiene hasta su propio mapa, y sus límites: La Mancha de Cervantes, el condado de Yoknapatawpha de William Faulkner, la Santa María de Juan Carlos Onetti; y al centro, la gallera donde José Arcadio Buendía jugaba sus gallos, ahora convertida en un centro de debates literarios, colmada de público en las graderías, y escenario de conciertos de vallenato.

Pero hay una tema que no ha cesado de sonar en mis oídos desde el propio día de la inauguración, por encima de la música de los acordeones que cantan a Mauricio Babilonia perseguido por las nubes de mariposas amarillas: el proceso de paz abierto en la Habana; sobre todo ahora que el debate acerca del futuro de las negociaciones ha recrudecido a consecuencia del ataque perpetrado en el Cauca por los rebeldes contra una patrulla del ejército que dejó diez muertos.

La insistencia del presidente Santos de seguir adelante con el proceso, y más bien acelerarlo, en lugar de abandonar la mesa de negociaciones, como sus enemigos políticos reclaman, le ha ganado abucheos e insultos; pero en el acto inaugural de la Feria ha dicho que está dispuesto a pagar el precio que sea necesario para acabar para siempre con la guerra.

Las conversaciones acerca del tema con amigos en encuentros y tertulias han sido múltiples, y yo diría infaltables; y en los debates y entrevistas de prensa, por muy literarios que hayan sido, no han dejado de preguntarme mi opinión sobre el futuro de las negociaciones. Y mis reflexiones han sido las mismas que hago aquí: ¿Qué hay al otro lado de la paz, sino la guerra? ¿Cuál es la propuesta de quienes quieren que el proceso de La Habana fracase? Porque si las conversaciones se suspenden, lo único que habrá será más combates, más muertos, más desplazados de sus hogares, más penurias y sufrimientos de la población campesina.

Unas negociaciones en medio de un conflicto armado que ya dura más de medio siglo, no son como un paseo por la campiña en un domingo soleado; están sujetas a tensiones y tropiezos, algunos de ellos sorpresivos como la emboscada que provocó la muerte de los diez soldados, un acto insensato por parte de las FARC, y repudiable en todo sentido. Pero levantarse de la mesa, echar por la borda lo conseguido hasta ahora, se volvería una insensatez mayúscula.

Yo hablo por mi experiencia en Nicaragua, cuando la guerra entre sandinistas y contras, que destruyó al país y produjo miles de muertos y centenares de miles de desplazados que huyeron a Honduras y Costa Rica. El gobierno sandinista había jurado que primero se caerían las estrellas antes de sentarse a hablar con los contras. Pero las negociaciones se dieron, y quien negocia tiene que ceder; es en base a las concesiones mutuas que se llega a acuerdos, y quienes al principio se aferran a no otorgar nada, luego terminan dejando sobre la mesa un brazo, un ojo, una pierna, a cambio de la paz.

Estas negociaciones fructificaron porque no era posible la derrota militar de los insurgentes. A los vencidos se les puede imponer todas las condiciones. En una negociación la única salida son los acuerdos, que implican concesiones.

Las circunstancias de ambos conflictos son diferentes, pero creo que pese a las dificultades, y la mayor de ellas que queda por negociar es el asunto de la impunidad y lo que se ha dado en llamar justicia transitoria, las que imperan en Colombia son más favorables. Ya entrado el siglo veintiuno, la violencia como manera de conquistar el poder es cada vez más obsoleta en América Latina, y los viejos esquema de sociedad cerrada de ideología única han pasado a mejor vida. La democracia, como sistema de convivencia, se ha vuelto imprescindible.

El único camino que tiene una fuerza insurgente de tan vieja data como las FARC, es probar la eficacia de sus propuestas políticas en elecciones. Y, por supuesto, los que abandonan las armas, llegado el momento deben tener garantías de que sus vidas serán respetadas lo mismo que sus derechos políticos. 

El día que he dejado Colombia, se cumplieron 25 años de la muerte del líder guerrillero del M-19 Carlos Pizarro, asesinado por órdenes de los hermanos Castaño, jefes paramilitares, después que se había desmovilizado en el Cauca junto con sus fuerzas. Al momento de entregar las armas había dicho: "Esta es una decisión en la que nos vamos a jugar nuestras vidas y nuestros sueños... nos enorgullece lo que estamos haciendo, lo hacemos con la frente en alto y...sin claudicaciones, sin cobardías y sin temores en el alma".

El suyo fue un acto visionario, lleno de coraje. Y su gesto es digno de ser emulado, y sus palabras dignas de ser repetidas y puestas en acción.

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29 de abril de 2015
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Asuntos metafísicos 95: Que añade la Ciencia a la inteligibilidad (2)

Atribuir a la naturaleza un poderoso principio de ordenación interna, liberar a la naturaleza de la arbitrariedad, hablar de necesidad natural abre la vía a determinar  formas precisas de comportamiento de la naturaleza y  a efectuar razonables previsiones. Confiaremos por ejemplo en que cada evento espacial y natural tiene una causa, confiaremos asimismo en que la relación entre causa y efecto tiene un orden temporal determinado y, en consecuencia, que  no cabe modificación de lo dado efectuando una intervención sobre el pasado. Y lo mismo cabe decir de otros principios que cabe considerar a la vez rectores de la naturaleza y de nuestro comportamiento ante la misma.

 Ha de enfatizarse el hecho de que esta disposición ante la naturaleza sólo tiene sentido en base a la exclusión de las hipótesis míticas. Si la naturaleza estuviera sometida a los dioses como en los poemas de Homero, entonces  los principios de regularidad ahora contemplados  podrían eventualmente ser sustituidos. La búsqueda de principios firmes sólo tiene sentido porque  se presupone que los hay. Y para ceñirse a un ejemplo: si alguien sostiene que una determinada sustancia constituye un invariante universal que da soporte a la inmensa diversidad de los fenómenos es porque está convencido de que la necesidad de que haya efectivamente un invariante universal. Observación que me da la ocasión  de abordar un aspecto por el cual Tales de Mileto es conocido y que  permite considerarlo de alguna manera un científico, y quizás incluso el primero de entre ellos. 

En cualquier manual de filosofía el lector podrá leer que Tales hacía del agua el elemento primordial al que todas las cosas de la naturaleza se reducirían. El agua es susceptible de ser percibida a través de los sentidos, no es una cosa abstracta como un rectángulo o el número tres (percibimos mediante los sentidos tres manzanas, o tres sillas, pero no el número tres). Así pues,  priorizar el agua a  la hora de explicar las cosas supone explicar las cosas naturales  por algo presente en la propia naturaleza,  lo que los griegos llamaban physis  y por eso Tales es un sostenedor del  poder de la physis, un fisiócrata.

¿Por qué el agua?  Entre otras cosas porque Tales tuvo ocasión como todos nosotros de  percatarse de que la vida  surge efectivamente en medios húmedos,  de tal manera que  este agua debe ser interpretado como lo líquido o fluido (ta hygra). Privilegiar lo húmedo equivale simplemente a considerar que la diferencia entre las cosas se reduce a una diferencia en el grado de condensación (aspecto que después será desarrollado explícitamente por otro de los filósofos de Mileto). Condensándose, el agua forma los cuerpos sólidos; rarificándose en forma de vapor el agua crea el aire, el cual a su vez generará el fuego.

¿Todo excesivamente ingenuo? Tan ingenuo como puede parecer a un genetista contemporáneo la imagen de James Watson y Francis Crick posando ante la "escultura" con doble hélice que  intentaba reproducir algo que hasta entonces nadie había contemplado. El peso de una hipótesis científica no se mide por la configuración  imaginaria, sino por lo que supone como tentativa de abrir puertas ante una situación cerrada. Una hipótesis fértil es algo que surge necesariamente  de una crisis, una respuesta  literalmente de emergencia, la necesidad de una reacción adecuada  ante  una situación apremiante,  como lo fue la hipótesis de la relatividad de tiempo y espacio,  o la del carácter discreto (en ciertas condiciones ) de  la luz, ante la crisis en la que se veía  la física en el arranque del pasado siglo.

 Se diría que Tales es receptivo al hecho  de que el agua se muestre a la vez como soporte de las cosas  y como fondo en el que se abisman.   Percibiendo que  la madera no se sumerge en el agua, Tales aventura  que la tierra flota en ese elemento "como un pedazo de madera". Se ha  evocado al respecto la isla de Delos que, en  el mito, se  desplaza sin rumbo hasta el nacimiento de los gemelos  Apolo y Artemisa. No faltarán a la imaginación otros ejemplos que ponen de relieve la  tendencia a  reconocer en el agua el fundamento. Baste con evocar esa singular pulsión que supuso simplemente erigir en la laguna la ciudad de Venecia. 

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28 de abril de 2015
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Los catalanes van, los escoceses vuelven

Escocia ya no sirve. Una vez celebrado el referéndum, el nacionalismo escocés ha dejado de interesar al soberanismo catalán. Funcionó muy bien para ejemplificar la idea aislada de un referéndum de secesión autorizado por el Gobierno central. Es decir, era el ejemplo a restregar a Mariano Rajoy por su negativa a aceptar la propuesta de Artur Mas. Pero apenas sirve como espejo después del 18 de septiembre, fecha del referéndum perdido por Alex Salmond. Las derrotas suelen ser poco inspiradoras, y al parecer no lo son ni siquiera cuando tienen, como es el caso de Escocia, los extraños rasgos de una derrota victoriosa, en la que las ideas y los proyectos no alcanzaron la mayoría requerida pero hicieron ostensibles progresos que ahora mismo ya están madurando de cara a las elecciones generales británicas del 7 de mayo. Tampoco inspiran dimisiones como la de Salmond, sustituido sin dilación como líder por Nicola Sturgeon. Y no inspiran sobre todo en países poco proclives a sacar consecuencias de las derrotas electorales. Tampoco está resultando muy inspiradora la nueva trayectoria del Scottish National Party (SNP), probablemente porque ahora se está comprobando lo que entonces no se quería ver, y es la débil relación entre ambas reivindicaciones nacionalistas, las escocesas y las catalanas. Se vio entonces y se ve con mayor claridad ahora: Escocia no perdió el referéndum. Perdió la independencia pero ganó el país en su conjunto, porque consiguió más fuerza dentro del Reino Unido. Escocia quería ante todo ampliar su autogobierno y lo va a conseguir si las elecciones del 7 de mayo para la nueva legislatura de Westminster arrojan los resultados que señalan las encuestas. Y va a obligar, además, quieran o no en Londres, a que la estructura del Reino Unido evolucione hacia el estado federal. Ahora lo que más le interesa al SNP es ser decisivo en Londres, cosa que fácilmente puede conseguir si se confirman los sondeos, que le dan 50 o más escaños sobre 59. Después de barrer a los conservadores de Escocia ?ahora tienen un solo escaño en la actual legislatura de Westminster? se propone barrer a los laboristas, a los que desbordan por la izquierda y están sustituyendo entre los electores de las clases más desfavorecidas escocesas. Sturgeon ha dejado aparcadas tres de las más destacadas propuestas del programa: la autonomía fiscal, el cierre de las bases de submarinos nucleares Trident y un nuevo referéndum de independencia, que ya no son prioridades para esta legislatura, sobre todo de cara a establecer alianzas parlamentarias o de Gobierno con los laboristas, los únicos con los que quiere asociarse. Respecto al referéndum de salida de la UE, su propuesta es la más europeísta y la más consecuentemente soberanista. Los conservadores, obligados por la presión del UKIP, proponen el referéndum de salida sin más; los laboristas quieren congelar toda nueva transferencia de poderes a la UE si no hay un referéndum de por medio; y el SNP exige en cambio una doble mayoría del conjunto del Reino Unido y de las cuatro naciones constituyentes. Esta propuesta presupone que si vencen los tories, convocan un referéndum y el resultado es el Brexit (salida de la UE), entonces los escoceses irán a otro referéndum para salir del Reino Unido y quedarse en la UE. El separatista de un separatista europeo es un unionista... europeo. Algo habrá hecho bien el SNP para que la derrota sea una victoria política e incluso un salto hacia delante en su poder y capacidad de influencia en el conjunto del Reino Unido. Entre las cosas que ha hecho bien está la claridad de sus propuestas de referéndum independentista, que llevó en el programa electoral con el que venció y obtuvo el Gobierno en Escocia y también la precisión de su programa europeo, social, económico y de defensa. Ambas cosas contrastan con la confusión y las ambigüedades perfectamente calculadas de CiU, partido que, a pesar del caracoleo independentista de los tres últimos años, llevará por primera vez la propuesta de independencia en el programa para las próximas elecciones del 27 de septiembre. Salmond peleó en la campaña del referéndum por un modelo de sociedad escocesa independiente, no por una independencia en abstracto. La independencia escocesa es claramente europeísta y de izquierdas, mientras que en Cataluña se nos propone el camino inverso, primero decidir que somos independientes y luego ver qué tipo de país independiente queremos ser. No es fácil confiar en un camino en el que se deja para el final el contenido, que es el modelo de sociedad. No es seguro que los votantes de izquierdas quieran una independencia como la de Singapur, ni que los de derechas la quieran como la de Venezuela. La independencia escocesa es un instrumento para obtener un modelo de sociedad, mientras que la catalana tal como se ha propuesto hasta ahora es un fin en sí mismo, cuyas bondades se presuponen siempre y en cualquiera de los casos. Los catalanes solemos creer que cuando los otros van nosotros ya volvemos, pero el caso escocés parece demostrarnos exactamente lo contrario. No sé muy bien si seremos capaces de mirarnos de nuevo en este espejo y aprender algo de Escocia.

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27 de abril de 2015
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Perucho

Es bueno no olvidar a Joan Perucho, y que vuelvan a las librerías sus obras y se conozca mejor su figura. Yo le descubrí por partes, leyéndole en mi adolescencia en la revista ‘Destino', que no sé por qué razón llegaba a mi casa y me descubría a gente como Josep Pla, Álvaro Cunqueiro, Nestor Luján, Sebastià Gasch y, entre otros, Perucho. Pero Perucho, naturalmente, no sólo era el periodista culto y ocurrente de aquel singular semanario. Era el poeta de advocación surrealista asociado al grupo Dau al Set, el viajero real e imaginario, el descubridor temprano (en 1956) de la obra de Lovecraft, que tanto le influiría, el miniaturista en prosa y el novelista irónico y fantasioso; facetas de una rica personalidad que con el tiempo fui disfrutando y recoge muy bien Julià Guillamon en su reciente ‘Joan Perucho, cendres i diamants. Biografia d´una generació', Galaxia Gutenberg, 2015.

 

     Y para leer a Perucho y no sólo sobre él es muy recomendable la extensa antología (400 páginas) ‘Juan Perucho. De lo maravilloso y lo real', publicada a finales del 2014 dentro de la magnífica Colección Obra Fundamental patrocinada por la Fundación Banco Santander y disponible en librerías. Aunque la prologuista y seleccionadora del volumen, Mercedes Monmany, cita la declaración de Perucho "por encima de todo, me siento poeta", se echa en falta alguna muestra poética suya (sus libros de distintas épocas ‘El mèdium', ‘El país de les meravelles' y ‘Els morts' abundan en piezas excelentes), si bien el lector puede apreciar al poeta en prosa que fue y sí está representado en el libro generosamente. Autor bilingüe, como sus cercanos Pla y Cunqueiro, Perucho se auto-traducía a veces del catalán al castellano, mostrando en las dos lenguas sus recursos de gran escritor.

    Es difícil destacar en un conjunto tan rico títulos concretos, pero me atrevo a hacerlo, señalando alguno de mis preferidos: ‘Diana y el Mar Muerto', uno de sus estupendos cuentos mínimos, cualquiera de las historias apócrifas con las que se abre el volumen, o el repertorio selecto de brujos, magos, fantasmas, ocultistas, sabios y santos que ocupa dos de las secciones más suculentas de la antología. Es un acierto el haber compilado en la parte final retazos memoriales, recuentos de viajes por Europa y Oriente y un florilegio de artículos, entre los que destaca ‘El nacionalismo', de mordiente ironía.

      Lo que juiciosamente no incluye ‘De lo maravilloso y lo real' son obras novelísticas, que fragmentadas pierden sentido. Pero estoy seguro de que el lector que descubra a través de las piezas breves la alta escritura de Perucho (fallecido en 2003) buscará alguna de sus numerosas novelas. En esa categoría siento debilidad por ‘Las historias naturales', aparecida en 1960 y reeditada más de una vez desde entonces. Es el libro que dio a conocer a Perucho también fuera de nuestro país, revelando a un autor situado en la misma órbita que Borges o Calvino. La peripecia de su protagonista, Antonio de Montpalau, investigando sobre el trasfondo de las guerras carlistas la desaparición de la tierra de la misteriosa "avutarda géminis' nos lleva de sorpresa en sorpresa, y termina con un divertido índice onomástico en el que tienen cabida criaturas como el ‘áurea picuda', el ‘otorrinus fantasticus' o el ‘phallus impúdicus', una "seta vergonzante" capaz de curar la alopecia.

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27 de abril de 2015
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Muertos de segunda

Hay muertos que no valen una portada, eclipsados por su propio asesino. Qué va importar la vida de un treintañero de provincias, un chico que los fines de semana paseaba el perro por el barrio leridano de Cap Pont, frente a la de un menor provisto de armas mortales y aquejado, según parece, de un brote psicótico. La ejemplaridad es por naturaleza silenciosa, sobria en imágenes y símbolos, poco vendedora pues no contempla el morbo. Se trata de vidas doblegadas de forma cuidadosa, igual que la ropa en la maleta de viaje; de una colección de pequeñas y grandes atenciones con el vecino, los alumnos, los afectos; de una mirada limpia para transmitir conocimientos, y de la fortaleza necesaria para seguir buscando el casillero del sueño. Abel era un hombre solidario y atento, según informaba Javier Ricou en el único perfil completo que he leído de él, exceptuando la prensa local. Llevaba años de trashumancia docente, encajando en institutos de secundaria donde se necesitaba cubrir una plaza temporal. Licenciado en Historia, asumía la temporalidad, buen conocedor de que a menudo somos poco más que nuestras circunstancias. Puede que aparcara sus metas para más adelante mientras aceptaba sustituciones y ­sueldos desmayados. Nada en su hoja de ruta hacía presentir riesgo o excepcionalidad. Pero a veces la muerte se cierne sobre la vida ordinaria con la ­espectacularidad de la ficción. El ase­sinato de Abel Martínez no ha recibido la atención mediática que, en cambio, ha copado el nuevo niño de la ballesta, quien en su habitación, según revelan varias fuentes, tenía todo un arsenal. Hace unos días escribía acerca de los cuartos-sótano de los adolescentes, de sus cuevas existenciales amenizadas por pantallas pero también por una colección de fantasmas. Hay que husmear de vez en cuando en la siembra de los muchachos, en las inquietudes que van creciendo en sus territorios privados, y también en los restos que dejan por la mañana, cuando salen apresurados con la mochila y el sándwich. Los padres no podemos dimitir de la tutela aunque sea incómoda, desagradecida y sus­ceptible de abrir el conflicto con el adolescente celoso de sus secretos. El infortunio acostumbra a exorcizarse con la siguiente expresión: “Es un caso ex­traordinario”, pero la estadística es una ciencia formal, nunca un chaleco antibalas. Mal asunto el de plantearse si una muerte ha servido para algo, pero al ser humano le empuja siempre la perpetuación de la especie, tan primaria como pujante. El caso de Abel -además de evidenciar la precariedad de los jóve-nes licenciados que deambulan por centros de secundaria sin acabar de enraizar ni de poder concluir un objetivo- destaca por su coraje y su instinto. Fue el primero que acudió a ayudar. Sin los héroes anónimos y de proximidad, este mundo, en el que, a la manera de los poetas, cielo e infierno están en nosotros, sería un lugar aún más podrido.

(La Vanguardia)

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27 de abril de 2015
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Las facturas de Libia

El estropicio fue enorme. No hay decisión más grave ni que exija mayor responsabilidad como el uso de la fuerza. Quienes decidieron usarla en Libia en mayo de 2011, con el objetivo de frenar la represión de la revuelta popular contra Gaddafi, no midieron las consecuencias. Buena parte de las tragedias de ahora, incluyendo la oleada de inmigrantes que intentan llegar a las costas europeas, se deben a aquella decisión que tomaron fundamentalmente dos líderes europeos, David Cameron y Nicolas Sarkozy. Los bombardeos de la OTAN no destruyeron únicamente los aviones y blindados del coronel Gaddafi. Salió malparada la responsabilidad de proteger, el principio de Naciones Unidas que permite intervenciones militares para evitar matanzas de poblaciones civiles. El Consejo de Seguridad había aprobado los bombardeos, con la benévola abstención de Rusia y China, exclusivamente para evitar que Gaddafi siguiera reprimiendo las protestas, pero no para derrocarle, que es lo que hicieron además de abandonar el país a su suerte, sin ni siquiera intentar reconstruirlo como hizo Washington en Irak a partir de 2003. Gracias a la operación de la OTAN en Libia, no pudo haber operación alguna en Siria, donde fue más evidente la agresión del régimen sobre su población, hasta derivar en una guerra civil todavía en curso. También gracias a Libia, Putin ha contado con un argumento para defender la anexión de Crimea mediante una sigilosa operación militar sin uso de la fuerza. Pero la peor factura, resultado del vacío de poder, es el país fragmentado y convertido en la plataforma utilizada por las mafias para encaminar hacia Europa a los millares de personas que escapan de las guerras, el hambre, la miseria y las amenazas terroristas. Desde Libia también han salido armas y terroristas hacia todo África, especialmente Malí y Nigeria, pero en la Siria vacunada contra intervenciones de Naciones Unidas ha tomado forma el Estado Islámico. Detrás de una catástrofe no suele haber nunca un solo fallo, sino una constelación. Todo lo que puede ir mal va mal hasta producir la tormenta perfecta. Parece una evidencia que sustituir la operación de rescate Mare Nostrum por la menos costosa y solo de vigilancia denominada Tritón, para evitar los efectos llamada, ha tenido efectos peores en el incremento del riesgo de naufragio para las barcazas. Este error se puede y debe corregir, como ya ha decidido la UE, pero más difícil de corregir son los errores anteriores. Y el que más, peor que la guerra de Libia, es el que está en el origen mismo de estas migraciones masivas, como es la diferencia de rentas, demografía y estabilidad política que hay entre Europa y África. Es una sima sin igual en el mundo, se llama Mediterráneo y corresponde a una política europea que brilla por su ausencia, y por eso nos pasa esas insoportables facturas en vidas humanas. 

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26 de abril de 2015
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Lapsus en el diván

Urge una terapia colectiva entre nuestra clase política. Más psicólogos de refuerzo en lugar de tantos chóferes (aunque estos se vean obligados a ejercer de los primeros en los trayectos de ida sin retorno). Qué fantasías traen esas escenas de atardecer en el coche donde debe estirar las piernas Rato, o en los Audi y Jaguar que aún disfruta la colección de imputados e investigados que recostarán la cabeza junto a la ventanilla y recordarán cuando sentían miedo de niños. Entonces le preguntarán bajito al conductor: “Manuel, ¿usted, de niño, tenía muchas pesadillas?”. A lo que el bueno de Manuel responderá: “No muchas, señor”. Tampoco habría que descartar lo que en Londres ya se practica, social dreams: terapias en grupo para soñar socialmente, bajo la creencia de que es bueno compartir con otros aquello que no se cuenta a nadie. Sueños tontos que recogen migas difusas de la vigilia, fuera de lugar y de tiempo. En lugar de a nuestro Rey -que le dio una beca para Cambridge a un Pablo Iglesias con goma azul en la coleta allá por el 2007-, el líder de Podemos hubiera tenido que regalar Juego de tronos a las Secretarías de todos los partidos, incluido el suyo, que asisten hoy a luchas de poder, disidencias y garrafales actos fallidos. Vean sino la tensión que debe de lacerar al subconsciente de María Dolores de Cospedal por la forma en que se desbordó en Guadalajara. Con voz ronca y determinada, acompasándose con el brazo afirmó: “Hemos trabajado mucho para saquear nuestro país”. Según Freud los lapsus, que él denominaba “actos fallidos”, no son producto del azar ni del descuido, sino expresiones de conflicto interno. Un impulso inconsciente burla la censura de nuestro cerebro y produce un efecto revelador. ¿Qué quería decir Cospedal, que mientras ella trabajaba desaforadamente otros se dedicaban a saquear España? O quizá tiene muy interiorizada la idea de que el saqueo es congénito a la política, pues en el 2012 ya habló de saquear Castilla-La Mancha. Analizado al calor de las últimas noticias de buques insignia del PP -Rato, Trillo y Martínez Pujalte son los últimos en unirse al concurrido club- investigados por Hacienda por defraudar y limpiar dinero negro o cobrar comisiones, el suyo tiene un precioso color freudiano. Pedro Sánchez también padece intrigas tipo Juego de tronos. Y ya sólo le faltaba patinar en Twitter: “Soria, cuna de Antonio Machado”. ¡Ay Susana Díaz, cómo debió de arrancarse por bulerías en la Sevilla natal del poeta y de su tronío socialista! No han sido los únicos, la lengua a veces se espesa: aún recordamos el “para follar” (en lugar de apoyar) de Zapatero en una cumbre bilateral. Y aquel risible “¡Viva Honduras!” en El Salvador de Trillo, que los soldados -acostumbrados a responder al mando sin cuestión- respondieron a coro antes de advertirle dónde estaban. ¿No sería preferible que aquellos que todavía deben de administrar y gestionar los intereses comunes se rebajaran las dietas y pagarán un diván? Aún y así así… Cavaliere agarrado / Silvio Berlusconi Le hemos visto lanzarse a entonar melodías napolitanas con fruición, atarse una bandana a la cabeza como si verdaderamente fuera un pirata, entrar y salir una y otra vez de quirófanos, juzgados y el parlamento, de bunga bunga con menores y poderosos amigos… Anciano, pero siempre vigoroso y maquillado, dueño y señor, cavaliere. Ahora, en cambio, se nos ha mostrado como un agarrado al pedirle al juez que instruye su divorcio de Veronica Lario, tras 19 años y tres hijos en común, que rebaje la pensión que deberá pasarle a la mitad (de 500 millones de euros a 250) porque sólo “me quedan 10 o 15 años”. Cierto es que en septiembre cumplirá 79, pero ¿qué se apuestan a que los celebra con una de sus fiestas? Caballero oscuro / Ben Affleck Su elección para meterse en el traje de Batman tras la renuncia del carismático Christian Bale encendió la rabia de los fans del murciélago justiciero en las redes sociales. Lo consideraban, como mínimo, blando y sin carisma. El caso es que, a pesar de la campaña mediática contra él, Batman contra Superman: el ocaso de la justicia está en postproducción y se estrenará mundialmente en marzo del año que viene. Pero quizá el asunto no termina ahí: los hackers que aterrorizan Hollywood han desvelado estos días correos electrónicos en los que la estrella censura que un programa televisivo sobre su familia hable de un antepasado esclavista. Eso si que es, sin debate posible, un caballero oscuro. Con templanza / María Dueñas María Dueñas sigue siendo la mujer cercana, la profesora tenaz, la amante de las Brontë y Jane Austen, Coetzee o Kureishi que un día decidió sentarse a escribir una historia de costureras, protectorados y espías y reeditó cifras estratosféricas de libros. Hija de familia numerosa y educada en la sobriedad, no se reviste de un relato de niña que soñaba con ser escritora. “Siempre fui una buena lectora”, dice con humildad y una elegante camisa de Zara. En su última novela, una de las más vendidas este Sant Jordi, vuelve a tejer el hilo histórico vestido de ficción: Jérez, México y Cuba; un indiano lleno de urgencias, una distinguida jerezana envuelta en claroscuros y una viña con nombre de virtud, la templanza: el verdadero ADN de Dueñas. (La Vanguardia)

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25 de abril de 2015
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El Boomeran(g)
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