Vicente Verdú
El esfuerzo de vivir no acaba nunca y en ningún aspecto. Desde la salud a la profesión, desde la amistad a la traición, desde el amor al rencor, desde la suficiencia a la ruina, una continua sucesión de averías hace prácticamente imposible que en un momento suficientemente prolongado se redondee una felicidad sin fisuras. Por todas partes acosa la dura experiencia de seguir viviendo, Cabría ia alternativa de renunciar a este tormento que se tiene, como lugar común, como el bien por excelencia, pero algo potente le impide al ser vivo decidir morir. Para la mayoría, sin embargo, la supervivencia es igual a una interminable batalla contra los males que caen permanentemente de los cielos y contra las hirientes sacudidas que de continuo nos desequilibran el bienestar. ¿O es al revés? Probablemente no es el bienestar el estado de partida al que los acontecimientos subsiguientes dañan sino que se trata de hallarse de origen instalados en un malestar primordial y sobre el cual tratamos de aplicar remedios para que no sea tan insufrible su natural comportamiento. Parece esto pesimismo pero no lo es. Sería en todo caso altruismo. La otra cara que claramente estima el hecho de estar vivos como un esfuerzo que todavía impera contra la tentación de entregarse a la tranquilidad de la muerte.