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Iker

He pasado adelante y atrás el vídeo de la rueda de prensa de Iker Casillas en el papel más difícil de su vida. Solo, con la única compañía de sus lágrimas y un photocall ebrio de logos ?Emirates, Adidas, Bwin, Mahou, Audi?, dispuesto a demostrar quién manda hoy en el fútbol, porque incluso en su sentimental despedida tenía que respetar el protagonismo del espónsor. Cómo le costó a Iker arrancar el folio. La voz se le aguaba, igual que una mayonesa que no liga y se queda en yema aceitosa. Bebió agua un par de veces para deshacer la piedra que le cerraba la garganta. Y dejó claro que se había propuesto despedirse como quería: cumplir con los suyos, a pesar de la cerrada solitud que ejemplifica algo desdichadamente frecuente en esta España cainita: la patada a sus mitos. Deberían pasar este vídeo en las escuelas. Explicar a los estudiantes que incluso llegando a semidiós puedes acabar despreciado y deshecho, como un villano. Porque durante mucho tiempo Casillas fue un talismán. Era el santo, el que decidía solo un partido cuando su equipo flojeaba. En la España que se precipitaba al abismo de la crisis de dineros y valores, en la que los deportistas eran los únicos que daban alguna alegría, Iker brillaba como una superestrella. Un castizo made in Spain, guapete, solidario, que al igual que Xavi o Puyol representaba la sencillez del campeón en un jardín en ruinas. Hasta que se rompió su baraka. Dicen que Florentino le cogió manía. Y Mourinho se sintió capaz de humillarlo. Desde que lo sentó en el banquillo se agrandó su leyenda negra. Si en la vida te topas con individuos tan metódicos como egocéntricos, que penalizan el talento y que no creen en las segundas oportunidades, ojalá que, al menos, las musas amortigüen tu caída. No fue el caso. Los envidiosos que se complacen ante las desgracias ajenas se adueñaron del terreno mientras se agrandaba su melancolía. El calvario de Iker incluía mofas ?incluso a su hijo recién nacido?, rumores e insultos de vago, interesado o pesetero. ¿Cuánto dinero habrá hecho ganar al Real? Si alguien quiere saber del sufrimiento del otrora emblema del madridismo, que vea el vídeo. No es un dolor narcisista, de quien tocó el cielo con victorias y copas y ahora ingresa en el club de los has been. Es el dolor de un hombre a quien han herido y dañado. Se han destacado, y con razón, las diferencias entre su salida y la de Xavi en el Barça. El Madrid reaccionó tarde y mal, tratando de resucitar a una alma en pena. Pero la pena no se va con quitamanchas: precisa de un duelo y de un punto final. Iker terminó de forma limpia, como una parada seca, corta y perfecta: ?C?est fini?. (La Vanguardia)

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15 de julio de 2015
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Amor y experiencia

No estoy seguro de saber explicarlo y encima no tengo demasiadas ganas para elucubrar con detenimiento. Mi proposición es ésta: la experiencia lleva al amor y el amor halla su mayor bienestar en la experiencia. No sabemos qué es el amor y apenas podemos concretar el grado de la experiencia. No sabemos de qué experiencia hablamos ni qué suerte de amor se introduce en esta afirmación. Es, sin embargo,cierta la intuición y su consecuente verdad a falta de pruebas. La experiencia ama a las personas y ama a las máquinas, ama al oficio y a sus oficiantes. Es, en definitiva, sin habernos dado cuenta, una fuente de saber y de amor, que se intercambian. Amoroso. Una ignorada afección.

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15 de julio de 2015
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Ineptos

Lo juzgó con lucidez Leopardi mucho antes de que las vanguardias políticas y artísticas comenzaran su heroica travesía hacia la nada: "Presumen de rehacerlo todo porque no saben hacer nada", escribió. Era una premonición de nuestro tiempo. Cuando el teléfono, el ordenador, el cónyuge o la tostadora se nos hacen viejos, bizqueamos delante del ente porque no tenemos ni la más remota idea de cómo repararlo y además sale muy caro. Así que lo tiramos y corremos al almacén a comprar otro nuevo.

En política sucede lo mismo: cuando nos percatamos de que no sabemos hacer nada, entonces exigimos tirar al vertedero la máquina social y comprar otra en Venezuela. No teniendo ni atisbo de cómo mejorar la vida de nuestros semejantes, reivindicamos una revolución. Por suerte todo suele quedar en un cambio del callejero. Así ha sido en Grecia.

Syriza se presentó como un partido capaz de arrasarlo todo y comenzar de cero. El lío griego era de tal magnitud que parecía preferible tirarlo a la basura y volver a empezar como si nada. Al final han acabado por llamar a los expertos europeos a ver si saben poner en marcha la maquinita. Los de Bruselas parece que tienen algunas ideas sobre lo que se puede hacer cuando uno ha fracasado en la reparación de la tostadora. Sobre todo porque la tostadora es suya. Por fortuna para los griegos, ni siquiera Tsipras es tan tonto como para creer sus propias simplezas. Suponemos que fue un duro golpe ver cómo le aplaudían llenos de fervor Pablo Iglesias y Marine Le Pen. En ese momento se le hizo la luz. "Debo de haber dicho una estupidez", pensó para sí al ver a la pareja arrebatada por el entusiasmo. Y llamó a reparaciones urgentes. Un poco tarde, ¿verdad?

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14 de julio de 2015
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Europa madrastra

La pedagogía europea es dolorosa. Se aprende en los fracasos y se toman las lecciones en el castigo de unos acuerdos adoptados bajo amenaza. Dice bien el viejo dicho castellano: la letra con sangre entra. Tsipras ganó el referéndum y humilló a Merkel y a la troika. Echó a Varufakis (o Varufakis se zafó de un acuerdo que sabía tan inevitable como oneroso) y armó una nueva coalición parlamentaria con las fuerzas de centro. Pero no le sirvió para nada. Ese acuerdo es peor que cualquier otro obtenido antes del referéndum. Paga la osadía de consultar a los griegos y todavía más el descaro de encerrarles en un corralito durante al menos esos quince días que ha durado el martirio. Quiso exhibir que sus conciudadanos podían decidir por sí solos y que podían hacerlo en sentido contrario a lo que le decía la troika y ha quedado demostrado que no ha valido para nada. Los griegos ni tienen derecho a decidir ni son independientes. La escasa soberanía que les podía quedar ha quedado acotada por la hiper intervención diseñada en el acuerdo adoptado por unanimidad en el Consejo Europeo. Grecia será gobernada desde Bruselas hasta unos detalles como no se habían visto en ninguna intervención anterior de la troika. Ganar un referéndum y perder la negociación entera no es un buen negocio político para quien lo hace. Su cabeza huele a pólvora. Requerirá un nuevo gobierno más amplio, probablemente de salvación y emergencia nacional, y elecciones lo más pronto posible, e incluso ambas cosas. Tsipras paga con creces y con sangre, pero puede sentirse aliviado. Sin Francia hubiera podido ser peor. Grecia no se va del euro. Y menos todavía de Europa. Ni la echan ni tiene que irse de su propio pie. Eso que tiene ahora, como lo que temía antes, es muy malo, pero todavía era peor lo que le esperaba si quedaba a la intemperie. Puede anotarse el mérito de que en el momento decisivo, en el límite, no ha dañado más a la eurozona ni a la Unión Europea, como hubiera sucedido con una salida precipitada: Grexit era letal para Grecia pero muy dañino para el euro y para todos. Esta dolorosa clase magistral europea no ha terminado todavía. Las heridas infligidas son muchas y serias. Grecia desafió la regla de juego, la solidaridad entre gobiernos y el respeto de las soberanías ajenas: Finlandia, que no quería su rescate, vale tanto como Grecia; y los votos de los griegos, como los de los ciudadanos de cada uno de los países del Eurogrupo. Hay que evitar ahora que Europa aparezca como la madrastra cruel que solo exige castigos. Es una tarea cuya mayor responsabilidad recae sobre Angela Merkel y que solo se resuelve con más Europa y mayor crecimiento económico, es decir, más política europea y menos austeridad.

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14 de julio de 2015
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¿Hacia un libro decadente?

Si escribo un nuevo libro será, muy probablemente sobre la decadencia. Es de lo que sé y voy sabiendo cada vez más, pero también de lo que más conviene a mis emociones y a mis curiosidades. Si algo emprende una carrera próspera, sea la bolsa o las ventas de Larsen, de Auster o de Muñoz Molina, dejan de interesarme por el solo hecho de que se va de mis gastadas manos. La novela -género que detesto en su convención- se aleja tanto de mi como yo la contemplo como un signo al que no deseo incorporarme, hoy menos que ayer. La vida es un compendio cerrado e imposible de recuperar etapas y prácticas pasadas. Yo amo y amaré el tenis, pero ya no puedo jugar ni siquiera dobles y sus golpes resuenan como un pasado muy feliz que, irremediablemente no volverá. Sonido de golpes como besos son hoy un género ajeno que contemplo alejado en la televisión. Somos, fuimos, nos revelamos, nos amamos y nos identificamos, más o menos, con una época que por fuerza se ha agusanado y a nadie interesa su condición. Nosotros mismos la contemplamos como un pretérito sin redención. Pretérito de arena que vuela fácilmente como en el Sahara o en Maspalomas, con el sol iluminando fieramente su desaparición. El tiempo pasa y nos lleva consigo cónsul embate pero no lo hace a la vez con todas las circunstancias que nos hicieron felices y vivaces. La trayectoria exige prescindir de objetos inservibles y pesados, rudimentarios y anacrónicos, cargados de una piel con escamas y excrecencias aburridas. De otra parte, aun intentando nadar, nos estancaríamos como feos bactracios en esas  balsas donde al agua putrefacta se añaden plantas turbias como helechos o filamentos que disuaden los ojos.

Un viejo estanque es el pasado donde antes, en vez de su pestilente agua turbia, había una pista de baile y resonaban las músicas de moda. También lucían sobre esa plataforma los cutis de las chicas que tanto nos atraían y que ahora  sus vestidos de flores serían ropas de payasos escogidas en un guardarropía de alcanfor. Esta es pues una parte de la existencia de nosotros los mayores, demasiado mayores, para infiltrarnos en las redes, los bites, las it girls o en las rendijas que se hacen amenidades increíbles, sólo para nosotros que, a nuestro pesar, seguimos creyendo en el pecado y su transgresión.

La decadencia poseyó siempre un gran contenido romántico. Lo poseyó al menos hasta ahora. Pero no hay que mostrarse seguros. El pasado es hoy, ante todo, obsolescencia. No hay ya demasiada legitimidad para complacerse en la decadencia porque ni llegamos a oponer nuestros gustos al gusto de ahora ni conocemos a quienes van formando un mundo distinto ni nos hacemos cargo de cómo vivir en la actualidad.

¿La novedad? He aquí el término asesino. No estamos para celebrar las novedades que, por su naturaleza, nos parecen como poco estrafalarias y, al cabo,  nos perjudican incluso el tracto intestinal. La novedad nos parece es ahora una pieza tan ligera como metabólicamente pesada y esta contradicción se resuelve en el hecho de que ni apreciamos en sus estamos preparados para apreciar la liviandad como para metabolizar su extrañeza. He aquí el asunto de mi próximo libro si es que logro librarme  de la muerte antes de empezarlo o de llevarlo al final. La decadencia, en fin, ha dejado de tener aquel encanto decadente al estilo de las doradas películas que Burt Lancaster interpretaba con Visconti en su madurez fuera Condidencia o El gatopardo. Aquella decadencia daba pie a una obra de arte. Pero ahora, aún siendo tan pronunciadas como antes las pérdidas las trasformaciones, me falta la convicción poética para imbuirlas de toda razón. Pero ya se verá. Ahora prefiero pintar que escribir aunque advierto que mientras pinto voy escribiendo una historia de cine que pugna con el manifiesto de la muerte, antes de llegar.   

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14 de julio de 2015
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El Boomeran(g)
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