La autora de la saga de Harry Potter está muy ocupada, aunque ha decidido no seguir con su famosa...

La autora de la saga de Harry Potter está muy ocupada, aunque ha decidido no seguir con su famosa...
Recibo carta del gran profesor Solapas que me anuncia la inmediata consecución, tras largo tiempo de encierro en su refugio pirenaico, de lo que parecía imposible: disponer de un folio que pueda intercalarse entre cualquiera de las páginas de un libro sin producir en la lectura de éste ningún sobresalto. Viajo a la Cerdaña y, en la finca de Covarriu, encuentro al sabio, sereno, a la sombra de un celentéreo. Dice, como disculpándose por haberme hecho acudir, que quizá no haya para tanto, que todavía anda enfrascado en la culminación de la primera etapa del trabajo. Ha escrito una novela, “Ónice”, con una página flotante: colocando la hoja suelta sobre la que uno elija, el documento no se desvirtúa, antes bien se consigue acrecentar la intensidad de la acción y la belleza de su gramática. Como digo, Solapas declara hallarse todavía en el comienzo de la faena. El proyecto, ambicioso, quiere proseguir con la redacción de un folio no sustitutivo, sí intercalable, una herramienta que actúe ‘además de’ y no ‘en vez de’, y lo quiere para una obra ajena, elegida al azar en la calígine de su biblioteca (y que ha resultado ser “La Figuranta” de León Frapié en versión de Cristóbal Litrán para la valenciana Prometeo). Luego, más adelante, quiere lograr una página flotante intercalable universal, válida para todos los libros, al menos para los publicados en nuestra lengua española. Y como remate, si Dios le concede salud y unos años más de vida, espera conseguir el códice perfecto, la empresa soñada, un texto depurado en el que cualquiera de sus páginas pueda ser movida, trasladada de principio a fin, de fin a principio, sin distorsión general alguna y que sólo plantearía un problema: no poder encuadernarse de modo convencional.
A Xi Jinping le quedan seis años para hincar el diente al bocado más difícil que tiene ante sí el comunismo chino. En 2012 se convirtió en el quinto sucesor de Mao Zedong, el Gran Timonel, y si las reglas de juego actualmente vigentes no cambian y todo funciona como un reloj, en 2022 debería ser sustituido por el líder de la sexta generación, tras diez años en principio improrrogables como máximo responsable del partido y del Estado.
Dos son las tareas que han dejado encima de su mesa las anteriores generaciones de dirigentes comunistas con la esperanza de verlas completadas nada menos que en 2021, cuando se cumpla el centenario de la fundación del Partido Comunista de China, el emperador colectivo que arrancó al país de la dependencia extranjera, le incorporó al mapa de la globalización económica y le convirtió en una superpotencia emergente con una vocación de liderazgo más disimulada que reprimida.
La primera es continuar el camino emprendido por Deng Xiaoping, el Pequeño Timonel, es decir, coronar el ascenso económico iniciado en 1979 hasta abandonar del todo, incluso en sus más remotas regiones, aquel Tercer Mundo del que fue protagonista de primera fila. La segunda, la más ardua, es la recuperación de la soberanía sobre Taiwan, completando así los pasos emprendidos por Deng, que recuperó las colonias de Macao y Hong Kong pero dejó para las siguientes generaciones la resolución del contencioso sobre la isla de Formosa, donde se instaló el régimen nacionalista de Chang Kaishek tras su derrota en la guerra civil frente a Mao Zedong. Es decir, riqueza y unidad, como atributos imprescindibles para la primera superpotencia del siglo XXI.
Los plazos no corren tan solo con motivo del centenario del comunismo chino. El actual presidente taiwanés, Ma Ying-jeou, del nacionalista Kuomintang, proclive a la unificación bajo el lema lanzado por Deng de ?un solo país, dos sistemas?, termina mandato a principios de 2016 y según todas las encuestas será sustituido por un presidente del Partido Democrático Progresista, partidario de mantener Taiwan como una nación con identidad propia y separada de la China continental. Si no cambian los comportamientos electorales en relación a los dos últimos presidentes, el Kuomintang, partidario de la unificación, se hallará alejado del poder en Taiwan durante los próximos diez años, lo que duran dos mandatos presidenciales.
Xi ha querido aprovechar estas semanas antes del relevo para un gesto histórico como es el primer encuentro entre los presidentes de las dos repúblicas que antaño estuvieron en guerra y ahora mantienen unas complejas relaciones en las que fácilmente regresan las amenazas y los gestos hostiles. Si quería un hito que marcara su ambición, ya no le quedaba tiempo útil. Mao y Chang, los padres fundadores de ambos regímenes, se encontraron en la ciudad de Chongqing al término de la guerra sino-japonesa en 1945, antes de enzarzarse de nuevo entre ellos en la guerra civil; Xi y Ma lo harán el sábado en Singapur, el pequeño y exitoso país fundado por Lee Kuan-yew, en quien Deng encontró la inspiración para construir el capitalismo autoritario chino.
Lejos de las capas que alquitranan la ciudad, el otoño se paladea mejor en los pueblos brochados de amarillo. También las castañas cocidas y los destilados de hierbas. En los caminos supura el hedor de los campos que acaban de ser abonados con excrementos de pollos y cerdos. Es la resaca de un mundo antiguo que no se ha ido del todo, pero que se resiste a convertirse en suburbio de la gran ciudad; dormitorios periféricos preñados de olivos, una mera comparsa para abastecer a la aldea global, aunque sus retoños acaben convertidos en ni-ni rurales. ?Hay misa?, dice mi hermano Santi pegando la oreja a la puerta de la iglesia de Els Alamús, a punto de visitarla un sábado por la tarde. Empujamos suavemente la puerta y la visión es surreal: un cura joven con sotana verde pistacho toca la guitarra detrás del altar, cantando el Aleluya. En los bancos, una veintena de mujeres le hacen los coros. La imbatible laca Elnett se mezcla con el incienso. Darío, el mossèn colombiano, deja la guitarra en la silla y lee el Evangelio en un catalán tan solemne y engolado que parece un cuento de Andersen en latín. Más allá de comuniones y bautizos, aquí ir a la iglesia también languidecía con un gélido suspiro, un trámite que afrontaban las cuatro beatas y alguna mala conciencia, aunque nunca faltaba un pianista para tocar el órgano. ?Antes de que llegara Darío, a misa sólo iban siete u ocho mujeres?, me dice un payés. ?Y tanto aquí como en Bell-lloch se han triplicado los fieles. Toca la guitarra, y también toca los problemas de la gente?, añade. El efecto del papa Francisco y su nueva fraternidad se hace sentir frente al altar en aldeas improbables, donde aún permanecen rancios vestigios que siguen invocando al franquismo. Pero los jóvenes sacerdotes latinos llegan dispuestos a reavivar la fe. Enmanuelle Carrère en El Reino, una estimulante narración sobre la historia del cristianismo, asegura que ?es extraño, si te paras a pensarlo, que personas normales, inteligentes, puedan creer en algo tan insensato como la religión cristiana, algo del mismo género que la mitología griega o los cuentos de hadas?. Nunca han sido considerados locos, sostiene Carrère, que indaga en el mensaje de transgresión que transmiten Pablo y Lucas, sobre ?un dios que te invita a empequeñecerte?. En Vinaixa, Yessid Fernando Vásquez ?el obispo de Tarragona le llama Yessid? ha multiplicado los fieles en misa. Da el sermón entre los bancos, es amante de la música electrónica, y anima a la gente a ser feliz, a preocuparse por los otros sin sentirse imprescindible, e incluso a reírse de ellos mismos. Ni infiernos, ni culpas, ni espinas; un Aleluya a la guitarra para acercar a las almas en lugar de malvenderlas. El nuevo marketing de Francisco.
(La Vanguardia)
El arte es indefinible tanto como inaprensible. Sólo dialoga con la contemplación y sólo se expresa en alto cuando efectivamente comprobamos que no podemos llegar a él. Existe, por tanto, para hacernos capaces de ser nada menos que ajenos a nosotros mismos. Y no existe sino en un ámbito de belleza donde la humanidad queda humillada (o moralmente enjoyada) en la aceptación de su condición insuficiente. En suma, nadie, ningún artista puede atribuirse cabalmente el resultado de su "creación". No hay creación humana en sentido pleno. Crear se confunde, a menudo o siempre, con el sucedáneo de haber estado allí, tan presentes como vacilantes durante la realización.
La joven periodista nicaragüense Dora Luz Romero, quien hace su maestría en la afamada Escuela de Periodismo de la Universidad Autónoma de Madrid, carrera que cuenta con el respaldo de El País, me hizo para este periódico una entrevista "En Corto", uno de esos interrogatorios a quemarropa al que hay que dar contestaciones breves y certeras, sin andarse por las ramas, todo un ejercicio gimnástico que deja sin aliento a la mente, y deja también un a cauda de dudas acerca de la corrección, o propiedad de las respuestas, sobre todo cuando uno las lee ya impresas y no hay remedio.
Me preguntó, entre otras cosas, qué libro me había cambiado la vida, y dije que Los condenados de la tierra de Fran Fanon, que leí a los veinte años; ¿con quién me gustaría sentarme en una fiesta? Con Meryl Streep vestida como Sarah Woodrof en aquella película inolvidable, La mujer del teniente francés. Acerca de mi lugar favorito en el mundo: "mi casa de madera de pino en Masatepe, junto a una quebrada, rodeado de árboles que se estremecen con el viento"... ¿Qué me deja sin dormir? "A veces una foto, como la de José Palazón, los emigrantes africanos subidos a la cerca y abajo los apacibles e indiferentes jugadores de golf".
Pero hay una de mis respuestas que ha provocado entrañables comentarios de mis amigos: ¿Qué cambiaría de usted mismo? Y dije: "Me faltó aprender a bailar. Tal vez todavía es tiempo". Cristina Pacheco, escritora y periodista, esposa, además, del poeta ya ido José Emilio Pacheco, Premio Cervantes, y que mantiene desde hace muchos años el mejor programa de entrevistas culturales en el canal 11 de México, me puso este mensaje:
"La breve entrevista que te hicieron y apareció en la edición de hoy de El País me obliga a escribirte. Estoy emocionada por tus respuestas. Por favor, por lo que más quieras, aprende a bailar, Estás muy a tiempo. Bailar es algo maravilloso. José Emilio nunca aprendió a hacerlo y lo lamentó mucho. Poco antes de que todo terminara lo convencí de que bailáramos un danzón. La experiencia no duró ni 30 segundos pero fue encantadora, maravillosa. Nos divertimos mucho y él se rio de una manera que me permitió imaginarlo de niño."
Yo le respondí: "Tu mensaje me ha llegado hasta Praga y me ha iluminado el día. Te doy las gracias con esa misma alegría. Un día te contaré mi historia de no saber bailar que empieza porque de adolescente ya tenía mi estatura completa de seis pies y las niñas me despreciaban por eso cuando las sacaba a bailar en las fiestecitas...para ellas yo era, me decían, muy alto. Tulita, en cambio, es una tremenda bailarina. Imagínate que par de bailarines de mambo hubiéramos hecho Jose Emilio y yo. Pero te hago la promesa, pediré a mis nietas que me enseñen".
A partir de ese lejano episodio que conté a Cristina, cuando me convencieron que ser larguirucho era una anormalidad, mis posibilidades para el baile se cegaron y empezó a atormentarme la idea de que lo peor que puede haber en el mundo es hacer el ridículo en público. Esta idea se convirtió años más tarde en horror cuando en las campañas políticas en que anduve se puso de moda que los candidatos tenían que bailar en la tarima durante las manifestaciones, aunque fueran bailarines nulos, y lo peor, ritmos endiablados. Una de esas veces me tocó hacerlo a los acordes furiosos de la Sonora Dinamita. El padre César Jerez, mi leal y vigilante amigo, mandó a decirme con Tulita: "Decile a Sergio que mejor no baile en público, no es necesario". Para qué quería más.
Y otra vez Cristina, de en su mensaje de respuesta: "Por favor, hazme ese favor, aprende a bailar. Sólo es cosa de sentir la música en la cadera, según me aconsejó Ninón Sevilla".
Entonces he caído en estado de pánico, un pánico filmado en blanco y negro, al sólo imaginarme bailando con Ninón Sevilla, con su vestido de rumbera de nutridos vuelos y en la banda de sonido la orquesta de Pérez Prado que toca La múcura que está en el suelo, en un cabaret nutrido de gente que nos hace rueda.
El escritor francés Mathias Enard ha ganado el premio Goncourt de este año con la novela Boussole...
Me invitaron los amables amigos de la Menéndez y Pelayo de Huesca a juntarme con un grupo de estudiosos del género autobiográfico y como he escrito tres, a cuál más falsa, acudí encantado. Había más artistas (sobre todo fotógrafos) que escritores. La fotografía, desde que Sophie Calle inventó el carnet de identidad móvil, tiene mucha tirada para lo autobiográfico.
Visité la catedral (cerrada), el claustro de San Pedro el Viejo (de pago) y los ultramarinos La Confianza, donde se compran las castañas de mazapán y ya de paso una secallona de El Grao que había caído por allí. Satisfecho con el deber cumplido fui a la Diputación a escuchar a Nora Catelli, una de las más sagaces críticas literarias de este condenado país. Antes de entrar en la sala me quedé boquiabierto y tuve que tomar asiento, lo que era imposible porque no lo había. Sobre mi cabeza extendía sus doscientos metros cuadrados una obra maestra del arte español, la enorme Elegía de Antonio Saura.
Esta pieza es una de las mejores del mejor pintor de la posguerra y solo por ella vale la pena acercarse a Huesca. Se la encargó la Diputación cuando los socialistas aún sabían hacer política cultural y se inauguró en 1987. Saura diseñó la gran estancia con unas cuantas tumbonas de Mies van der Rohe para que los visitantes pudieran tenderse y mirar el techo sin marearse. Duraron poco. Ahora hay que partirse el cuello para seguir la loca danza de figuras y manchas multicolores. Porque el mural es un estallido de alegría como el Boogy-woogy de Mondrian. "El ritmo y el color, en realidad, cuentan más que el propio espacio en el que se propagan", dice Saura en el catálogo. Es como una maravillosa novela con cien personajes. Y es autobiográfica, claro.
Lamentablemente, es más fácil infundirse tristeza que alegría. No es pesimismo. Sólo efecto (paradójico) de la indolencia.
Lo ilustra sonoramente la pronunciación de la propia palabra: dices encajar, y al soltar la erre te embarga un sentimiento de plácida eficacia parecido al que experimentas cuando la última bolsa entra en el maletero. ?Ni hecho a medida?, exclamamos. O, ?como anillo al dedo?; y es que en verdad no hay nada más aciago en una boda que que a la novia no le entre la alianza. Porque la glorificación de las hechuras cortadas al milímetro aspira a sublimar la experiencia cotidiana, de ahí a que una élite actúe igual que nuestros antepasados al esculpirse un traje sobre las proporciones de su cuerpo. En la vida siempre precisamos de un clic o un clac para resolver nuestros actos. El sonido tranquilizador que informa del final de la misión: al cerrar un aparato, apagar un interruptor, sellar la cartera? A los niños les gusta tanto encender y apagar botones como jugar con sus piezas de madera, que van encajando de menor a mayor. Es su manera de sentir que controlan su pequeño mundo y autoafirmarse. De mayores, esa sensación a menudo se convierte en un pilar de nuestra autoestima, mientras que su pérdida, el caos, produce una amargura propia de quienes se resisten a aceptar que vivimos a merced de fuerzas incontrolables. ?Cosas que encajan perfectamente en otras?, se titula un Tumblr que exalta la improbable fusión de objetos comunes: ahí están el iPhone que cabe en un hueco al lado de la palanca de cambio del coche o el colador que entra en un bol mezclador como si se encontraran por fin dos objetos hechos el uno para el otro. También el sofá que encaja milimétricamente en el ancho de la pared del salón o la moneda que ocupa el espacio exacto del aro del llavero, que tanto placer nos produce al encajarla y desencajarla dentro del bolsillo del abrigo. Que las personas encajen es un asunto más complejo. El voltaje que recorre el cableado mental puede quemar fusibles o alimentar circuitos, y aun así insistimos en la idea de completarnos el uno al otro. Hay imágenes evocadoras, desde la pareja que duerme haciendo el cuatro a las piernas de los bailarines que se entrelazan y avanzan igual que agujas del reloj. Pero no duran para siempre. Veamos qué ocurre con Catalunya, y de qué manera la España más perfumada habla del deseable encaje para que unos y otros nos sintamos cómodos. Y es que ya no se trata de conciliar proporciones o medidas, sino de entender que las naciones poco tienen que ver con juego de matrioskas, a pesar del placer que produce encerrar una dentro de otra manifestando la humana ilusión de control. El encaje de bolillos, en política, ha sido reactivo y torpón: desde el desacreditado autonomismo, pasando por el publicitado federalismo hasta el catalán que ha hablado el PP en la intimidad y que en lugar de empatizar ha causado un auténtico desencaje: el de romper España con el clic tajante y sordo de unas tijeras podadoras. (La Vanguardia)