Basilio Baltasar
Nos cuenta Dante que en el más profundo foso del Infierno gime el calumniador.
En cierto modo, es el agente secreto de la más literaria de las maldades.
El asesino posee frialdad o cólera; el ladrón, una cierta intrepidez; los glotones, avaros y adúlteros calman su apetito con relativa modestia; pero el difamador necesita una gran imaginación narrativa. Es elocuente, facundo y florido y conduce la credulidad ajena con una
retórica persuasiva. Como una de las elaboradas encarnaciones del Mal, el calumniador no supera a los grandes criminales de la Humanidad, pero la corrosión que produce es más
perfecta: incesante, despiadada, impune. Ningún tribunal puede pararle los pies.
La injuria que destila concede poder al impotente, placer al malvado, consuelo
al vengativo, e innumerables ocasiones al cobarde. Sus ficciones se representan
en la vida cotidiana con sarcasmo, sollozos, respetabilidad o airada indignación.
En el teatro del mundo las dotes escénicas del difamador son muy influyentes.
Quizás algún día padecerá los tormentos del infierno, pero mientras tanto ¡cómo
goza su lengua viperina!