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Mariety y la armónica

 

Muchas veces el excesivo autoritarismo de los padres produce efectos nocivos en sus vástagos. Es el caso de Mariety que, en un diario hasta ahora secreto, escribe: “Cuando hice la primera comunión mi padre me regaló una armónica en miniatura, marca Hohner, de plata, con una cadenita. Por lo que sea, un día se soltó de su cadenita, me la llevé a la boca y me la tragué sin querer. No me atreví a decirlo y tampoco nadie me preguntó. Unos meses después mis padres me llevaron al médico porque tenía fiebre y me dolía mucho la garganta. Resultó que tenían que extirparme las amígdalas. Yo no sabía nada de amígdalas y simplemente me explicaron que tenían que quitarme de la garganta algo que no debía estar allí porque era lo que me producía el dolor. Estaba segura de que se trataba de la armónica. Me aterraba que descubrieran que me la había comido y que no había dicho nada.” El diario termina aquí. Mariety fallecería antes de ser operada sin que los médicos aclararan los motivos. Y la historia también terminaría aquí si no fuera por Julián Mamarras, el enterrador del cementerio donde se inhumó el cuerpecito de Mariety. Mamarras era dado a la astronomía y muchas veces al oscurecer, con el buen tiempo, se tumbaba sobre una losa, elegida al azar, y escudriñaba el firmamento. Una noche, sería a principios de agosto, oyó un sonido muy agradable que parecía surgir del interior de la tumba. Sobresaltado, leyó, a la luz de la luna, la inscripción sobre la que había reposado su espalda. Se trataba de una niña. Muerta hacía poco. Permaneció un rato immóvil, atento. Y aunque el sonido aún se percibía, se iba atenuando, hasta desaparecer al avanzar la noche. Volvió Mamarras al día siguiente. Y el fenómeno se repitió. Y así en las jornadas sucesivas. Una musiquilla que en el crepúsculo sonaba con cierta potencia y que al pasar las horas desaparecía, como si el frescor nocturno no le conviniera. Julián avisó al forense y, en presencia de los autoritarios padres, se exhumó el cadáver, ya descompuesto. Descomposición que producía gases, virulentos a las horas de calor y que, acumulados, se expandían al atardecer, dando vida al instrumento.  

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30 niñas. Leteradura. 2014. 

 

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9 de marzo de 2016
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Espantajo

En 1939 y ya en el exilio de Collonges-sur-Salève, Azaña escribió 11 artículos para la prensa internacional, con la intención de exponer su opinión sobre el desastre de la guerra perdida. Son escritos de un hombre descalabrado y exhausto que moriría pocos meses después. El infame Petain no permitió que le enterraran con la bandera republicana, así que lo amparó una bandera de México cedida por el embajador de aquel país.

Los últimos meses de Azaña son tan aciagos como los de Machado o los de Benjamin, pero no han merecido ni piedad ni admiración, sólo olvido. Quizás porque Azaña escribió lo que pensaba sobre las causas de la Guerra Civil, aparte de Franco, y señaló con su dedo de moribundo a tres responsables: la cobardía de Francia e Inglaterra, el caos criminal de la extrema izquierda española y la traición delirante de los nacionalistas catalanes. Así que nadie estaba muy dispuesto a rendir respetos al pobre Azaña. Tan es así que los 11 artículos sólo se publicaron en España en el año 2002 con un certero prólogo de Gabriel Jackson. A pesar de los miles de libros que se han escrito sobre la derrota, esta lectura sigue siendo conmovedora.

Lo he vuelto a leer estos días porque me agobiaba cuánto se va asemejando nuestro país al de 1936. No como tragedia, sino como farsa. Al igual que en el viejo cauce seco que todos olvidaron se construyeron viviendas, hoteles ycampings que un buen día fueron arrasados cuando una lluvia torrencial volvió a colmarlo, así también sospecho que el viejo cauce cainita, asesino y caníbal de los españoles puede traer una avenida devastadora cualquier día de estos. Será una farsa, pero traerá destrucción. Los mercaderes del odio se frotan las manos.

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8 de marzo de 2016
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Dietario de un cínico / 2

 

Algunos se preguntarán por qué se celebra en Mallorca el juicio del siglo...

En los siglos XVI y XVII los bandoleros mallorquines campaban a sus anchas como mercenarios al servicio del clero y de la nobleza. Sus miembros se contaban por centenares. Los enfrentamientos eran brutales y las masacres, el pan nuestro de cada día. Pueblos y posesiones rurales se amurallaban no para defenderse del moro, como suele decirse, sino para protegerse de los belicosos y feroces vecinos. Asesinatos por encargo, venganzas, saqueos, sabotajes, secuestros, violaciones y amputaciones agitaban a una sociedad amedrentada por la rabia y la furia. Para evitar la persecución de la Justicia impartida en nombre del Rey, los bandoleros buscaban refugio en la Catedral. Allí se instalaban con sus pertenencias hasta que conseguían un navío en el que huir de la isla. En el tejado del templo, en sus bóvedas y en el campanario alquilaban o compraban habitaciones para estar a salvo de los alguaciles o de los sanguinarios adversarios.

Leyendo el estudio del historiador mallorquín Jaume Serra uno comprende mejor a los secuaces que han saqueado las arcas públicas de la isla. Desde su singular perspectiva histórica, sus delitos son en realidad un homenaje a la tradición, a lo que hoy se considera "la sagrada identidad de los pueblos". Por todo ello, mientras en los juzgados se enumeran sus fechorías, en los exquisitos cenáculos mallorquines se dictan otro tipo de sentencias. Los próceres hablan de los políticos procesados como si fueran las víctimas de un exceso de celo y reprochan a jueces, fiscales y guardia civiles su injerencia en los asuntos internos de la sociedad isleña. En este gabinete de alta alcurnia se fraguan subterráneas corrientes de opinión y se actualiza la vieja convicción de la nobleza mallorquina: "tenemos derecho a comandar nuestras propias bandas de forajidos".

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8 de marzo de 2016
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La firma del cuadro

Llegará un día, no muy lejano que integrado plenamente el arte en la moda y la moda en el arte, ambos se intercambien sus signos y sus efectos. Yo he probado en mis últimos cuadros a situar la firma no en un rincón sino  en una parte bien visible del cuadro. Con el nombre completo o con iniciales he probado la estrategia de Louis Vuitton o Loewe que con sus logos crean la decoración e identidad del producto. Aquí (arriba) va un producto de esta experimentación. Cuadros en los que la firma se sitúa como parte de la composición total. Y ¿por qué no? En plena época de la comunicación ¿qué reducir a una firma insignificante la información sobre quien realizó la obra? El oscuro rincón donde se ha emplazado tradicionalmente la  rúbrica es coherente con el tiempo anterior a la publicidad. La firma expresa es la banderola o que los Nike, Adidas, Ford o Apple han desplegado ante un público tanto para mostrase como para abrazarse a él. He aquí, en el adjunto un  ejemplo en azul. "Vicente Verdú 1916". Autor y título se hacen para ofrecer lo mismo una única cosa.

 

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8 de marzo de 2016
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La estafa romántica

El regreso pop de los noventa hace estragos en las colecciones de Calvin Klein, con sus pantalones bajos de cintura y sus blancos nucleares, o de Céline, monocromáticas y calzadas planas. Es un retro que huele fresco, porque los noventa aún están en el descansillo de la memoria, jaleados por este revival que evoca el aerobic de Cindy Crawford y las series de televisión cosidas de chistes blancos sobre los enredos de la vida familiar, como Madres forzosas ?secuela femenina de aquellos Padres forzosos que emite Netflix y es un filón?. Aunque fueran años divertidos, algo sonámbulos, buenos jinetes de la tecnología, drogatas sofisticados, estetas a ritmo del Freedom de George Michael, si algo relamió de verdad esa época fue la apología de un romanticismo inspirado de la forma más perversa posible en la factoría Disney. No podía ser de otra forma, Pretty woman se estrenó en 1990: la Cenicienta se convertía en putilla, y el príncipe era un yuppie Richard Gere que consumía sexo de pago, instruía a la chica asalvajada y, cada vez más entregado a su escort, le daba la tarjeta para ir de compras por Beverly Hills. Una secuencia inolvidable porque le ponía rostro a un vil deseo que, secretamente, sentían muchas mujeres. Las comedias románticas han ensuciado, un poco más si cabe, los paños del amor. Mientras se hincha la burbuja del love coaching ?psicólogos que te ayudan a preparar una cita o a no cometer los mismos errores con una y otra pareja?, leo un interesante artículo en The Atlantic sobre cómo muchas comedias románticas, aparte de tontas y cursis, acaban dando lecciones emocionalmente dañinas. Y de forma más exacerbada para las mujeres, cuyo disco duro aún mantiene intacto el ideal del amor de película. No sólo emborronan la realidad sino que llegan incluso a normalizar comportamientos como el acecho o los celos, primeros signos del maltrato, haciéndolos parecer una etapa habitual del romance. Así se desprende de un estudio realizado por Julia Lippman, de la Universidad de Michigan. A un grupo de 426 mujeres se les proyectaron los resúmenes de seis comedias románticas, con hombres que persiguen a una mujer, a los que se representa de manera encantadora, como en Algo pasa con Mary (1998), o amantes que logran aterrorizar a la protagonista, tipo Durmiendo con su enemigo (1991). A las cobayas humanas del estudio les parecieron estupendas: les tocaron emocionalmente. Tanto que acabaron aprobando el mito y aceptando que el enamorado sea un psicópata. No se puede condenar moralmente la ficción, ni siquiera la mala, pero cabría cuestionarse los motivos de la oferta y demanda de ese romanticismo noventero que perpetúa roles sexuales y eleva el nivel de tolerancia ante una serie de tics dudosos entre dos que se quieren: aquello que muchas jóvenes siguen confundiendo con amor y no es nada más que control. (La Vanguardia)

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7 de marzo de 2016
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Cinismo, sarcasmo, ironía

Los partidarios de la ironía mordiente deben de sentirse especialmente caninos: perros de dientes finos.

Evidentemente, confunden la ironía con el cinismo y el sarcasmo.

 

El cinismo es una falsa ironía basada en la impudicia y la falsedad, y es hermano gemelo de la hipocresía.

 

Y el sarcasmo es una ironía amarga y mordiente que aspira a humillar.

 

La verdadera ironía no está en los colmillos y, más que los dientes, usa el cerebro, el tacto, la calma, la distancia y los labios.

 

Vivimos en tiempos en los que la ironía está dejando paso al cinismo y al sarcasmo. El resultado es un circo mezquino y desalentador.

 

 

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7 de marzo de 2016
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Series en serio

A mi alrededor todos hablan de las series televisivas, y todo el mundo las ve, por capítulos sueltos o en paquetes de temporadas. Creo que son muy buenas, las americanas, pero yo no las veo. Me falta el tiempo, un tiempo de la imagen que dedico al cine, visto en los cines, que me resultan, hoy por hoy, más ilusionistas que los cuartos de estar de la casa de uno. Y para demostrar que el séptimo arte aún sigue siendo el mayor depositario de "moving pictures" de calidad en todos los frentes, desde el cine de autor al cine-espectáculo, ahí están, en el terreno serial, dos maravillas disfrutadas recientemente, ‘El despertar de la fuerza' y ‘Spectre'. El cine mudo, en 1913, popularizó las series con las cinco entregas del ‘Fantomas' de Louis Feuillade, que fascinaba tanto a los poetas más exquisitos de las vanguardias como al público llano, y la edad contemporánea no ha dejado de cultivarlas, en Hollywood sobre todo, ligadas al género de la ciencia ficción (‘Star Trek', ‘Alien', ‘El planeta de los simios', ‘Matrix', ‘Mad Max') y el espionaje aventurero (‘Misión imposible', ‘Indiana Jones'). En España contamos, sin género definido más allá de la astracanada borde, con los cinco ‘Torrentes' de Santiago Segura, que tengo la impresión de que gustan más en los minicines de barrio que en las torres de marfil.

       Tanto ‘El despertar de la fuerza' como ‘Spectre' suponen la recuperación de dos sagas languidecientes en su largo recorrido. A ‘La guerra de las galaxias', iniciada en 1977 por George  Lucas, que dirigió cuatro de las siete y creó una mitología para mi gusto estupendamente materializada de forma táctil en su colección de figuritas de los personajes, que conservo de mis tiempos mitómanos, le hizo daño, creo, el enredo y planetario y las constantes vueltas atrás de los episodios, sin perder nunca el aura espectacular y edificante, de una filosofía moral algo pueril aunque encantadora. En este episodio VII, con los actores encanecidos y engordados por el paso del tiempo, volvemos a lo de siempre, pero los autores del guión, Lawrence Kasdan y el propio director del film, J.J. Abrams, se permiten un recurso auto-referencial que posiblemente se inspire en la segunda parte de ‘Don Quijote', y cuya expresión más divertida es el momento en que al mencionarse la inminente llegada del en su día héroe adolescente Luke Skywalker, el personaje joven de Kylo Ren exclama: "¡Luke Skywalker! Creía que sólo era un mito".

   La diferencia de la mucho más prolongada James Bond (se inició en 1962) es, naturalmente, que los actores han ido cambiando en su totalidad, ya que era imposible tener un seductor infalible como 007 con más de ochenta años y enteramente calvo. La sustitución de Sean Connery fue un trauma generacional, sobre todo para las espectadoras, y entre sus herederos quien le ha dado de nuevo carisma es el último, Daniel Craig, favorecido extraordinariamente, él y nosotros, por la dirección de Sam Mendes, que tanto en ‘Spectre' como en la anterior, ‘Skyfall', logran las mejores películas.

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7 de marzo de 2016
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El Boomeran(g)
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