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El discurso de Europa

Hay errores que no tienen enmienda. Barack Obama no reparará la división de Europa a la que tanto contribuyó su antecesor George W. Bush y sobre todo la peña neocon que le rodeaba. Europa se hallaba dividida cuando llegó Obama en 2009 y está todavía más dividida y desorientada cuando se va ahora en 2016. No se trata de echar las responsabilidades sobre Washington y ni siquiera sobre quien más leña echó al fuego de la fragmentación europea con aquella guerra global contra el terror que decretó el fin del multilateralismo, la obsolescencia de Naciones Unidas y la vulneración de las leyes y códigos internacionales sobre derechos de las personas.

La principal responsabilidad es de los europeos y nadie ha contribuido tanto como ellos a la actual catástrofe política. Pero fue Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa de Bush, el sembrador de vientos que inventó la nueva Europa enfrentada a la vieja de la que surgen algunas de las tempestades actuales. A notar que en la Europa nueva estaban el Reino Unido que ahora quiere irse y los países del grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, Chequia, Eslovaquia), que ahora galopan hacia el populismo xenófobo. También estaba la España de Aznar, que apoyó la resolución para declarar la guerra a Irak con sus votos en el Consejo de Seguridad, su foto de las Azores y su manifiesto en favor de Bush y contra Francia y Alemania que le valió el agradecimiento de la Casa Blanca y luego la incorporación al consejo editorial de News Corporation, el grupo de Murdoch que edita el Wall Street Journal donde salió publicado el panfleto; la misma España del Partido Popular que ahora con Rajoy se ha ausentado de Europa y del mundo hasta convertirse en invisible desde la Casa Blanca.

Obama es un presidente lejano pero no hostil ni ajeno a los valores europeos como eran los neocons. Es lejano porque nació en Hawai, se crió en Indonesia y observa el mundo desde la cuenca del Pacífico y con la piel de un nieto de musulmanes kenianos y cristianos blancos americanos: la globalidad mestiza se asemeja más a Obama que a los anteriores presidentes, de tez tan similar a las europeas. En formación y en mentalidad conecta mejor con las clases medias emergentes de lo que en su día fue el Tercer Mundo que con las sofisticadas burguesías europeas, como era el caso de la mayoría de sus predecesores.

Su preferencia estratégica se ha desplazado también hacia el Pacífico, en lo que se ha venido en llamar el pivote asiático: organizar la geometría de seguridad frente a China es una prioridad a largo plazo más acuciante que intentar resolver el rompecabezas de Oriente Próximo, contener a la Rusia de Putin o disciplinar a los europeos. Nadie está más cerca de Europa en cuanto a sentimientos y valores, es cierto: son los de la Ilustración que están en el origen de la democracia, pasados por la experiencia dolorosa de los totalitarismos del siglo XX, las dos guerras mundiales y la guerra fría. Pero los europeos pretenden viajar en primera con billete de segunda y por eso merecen la calificación de free riders o gorrones, tal como les adjetivó Obama en su entrevista a The Atlantic.

Esa entrevista, titulada La doctrina Obama, fue el aperitivo de su viaje a Europa esta pasada semana, probablemente el penúltimo que hace como presidente (en junio estará en Varsovia para una trascendental cumbre de la OTAN), en el que ha hecho un doble ejercicio: ha leído la cartilla a los europeos y ha elogiado la unidad europea con un énfasis y una capacidad de convicción que ya ningún europeo exhibe, justo en el momento en que la moda es hablar mal de Europa y anunciar su inminente fallecimiento como proyecto.

La cartilla es larga y empieza por el capítulo británico: el Brexit es pésimo para Europa, para Estados Unidos y para la relación transatlántica. Debilitará y hará más vulnerables a los países occidentales. Será el primer paso hacia la fragmentación efectiva del continente, una especie de regresión que reforzará la vocación dominadora de Rusia sobre la pequeña península occidental de Euroasia.

Este peligro quedará más acentuado si los lazos transatlánticos siguen aflojándose. El segundo punto de la cartilla es la escasa responsabilidad europea en la seguridad común y se concretará en Varsovia en la exigencia de un 2% del PIB en gasto de defensa. El tercer punto corresponde al plano comercial, en el que Europa y EE UU tienen como objetivo la firma dentro del año actual de un Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP), similar al Tratado Transpacífico (TTP), que han firmado ya diez países asiáticos y Washington.

En ambas cuestiones, defensa y comercio, los vientos soplan en contra. Las políticas de rigor no ayudarán a aumentar unos gastos de defensa que, además, son impopulares entre la izquierda europea emergente; pero más impopulares son, en Europa y en EE UU, las concesiones mutuas que exige el TTIP y los plazos razonables pero altamente improbables para su aprobación, que debieran caer dentro de la actual presidencia de Obama y sin que incidiera en la elección presidencial francesa y las elecciones generales alemanas, ambas en 2017.

Obama ha pedido más cosas a los europeos, como una mejor coordinación de los servicios secretos ante el terrorismo, mayor firmeza ante Putin y más compromiso en la resolución en origen de la crisis de los refugiados. Todo incide de nuevo en la seguridad y lleva a una conclusión inmediata: Europa debe contribuir más a terminar con las guerras de Siria, Irak y Afganistán y a combatir al Estado Islámico.

Es ya proverbial la inspiración de sus discursos, en buena parte surgida de los sermones movilizadores en las luchas de los derechos civiles en los años sesenta. Obama tiene su discurso de la raza, sobre las armas nucleares, sobre el islam, sobre la guerra o ahora sobre Europa en Hanover. Y siempre hay una parte de admonición, que en este es contra las vallas y fronteras, contra el racismo y la xenofobia, contra la división y el repliegue nacionalista e identitario; y otra de elogio: en esta ocasión a favor de la unidad y de los valores europeos.

El discurso de Europa contiene un elogio personal para Angela Merkel, a la que calificó de ?campeona de nuestra alianza? y con la que Obama ha establecido una especial sintonía. Revela cómo la relación especial que Washington tenía con Londres se ha desplazado hacia Berlín ?puenteando a Bruselas?, donde la Casa Blanca encuentra al auténtico interlocutor europeo. Después de la tensión que Bush introdujo, Obama ha querido cambiar la relación transatlántica, pero para reforzarla y asegurar su futuro dentro de una visión más global y menos eurocéntrica. Otra cosa es que los europeos aceptemos las críticas y nos creamos los elogios a esa unidad cada vez más dudosa de los pueblos de Europa.

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2 de mayo de 2016
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El año del Estado Islámico

El califato terrorista se proclamó en Mosul el 29 de junio de 2014, tres semanas después de que la ciudad iraquí cayera en manos del autodenominado Estado Islámico (EI), pero ha sido en 2015 cuando el grupo terrorista se ha consolidado y desplegado en toda su potencialidad destructora. Este pasado año la organización que ha venido a suceder y superar a Al Qaeda ha atacado por primera vez territorio europeo, mediante la acción de combatientes solitarios pero coordinados, extraídos fundamentalmente de la tercera generación de inmigrantes árabes en Francia, a la vez que cientos de miles de refugiados que huyen de la guerra civil siria han desbordado la capacidad del sistema de asilo de la UE y desencadenado reacciones xenófobas en todo el continente.

Hay que remontarse unas décadas para fijar los orígenes del EI, perfectamente entreverados con la historia de Al Qaeda. Habría que referirse a las guerras de Irak, las dos, la primera emprendida por Bush padre en 1990 y la segunda por Bush hijo en 2003, y las dos también de Afganistán, la que iniciaron y perdieron los soviéticos tras su invasión en 1979 y la que empezaron en 2001 y todavía no han ganado los estadounidenses. A partir de la primera guerra de Irak se produjo la ruptura de Bin Laden con la monarquía saudí --disgustado por la alianza de Washington con Riad y sobre todo por la presencia de tropas estadounidenses en el territorio que alberga los lugares sagrados del islam-- de la que surgió su proyecto de organización internacionalista islámica. Antes, de la primera guerra de Afganistán, había surgido ya toda una generación de mujaidines bajo protección saudí, pakistaní y estadounidense, todavía en plena guerra fría y naturalmente sin sospechar que allí se incubaba el huevo de la serpiente, es decir los talibanes y grupos como Al Qaeda.

Las causas inmediatas que explican la aparición del mayor grupo terrorista de la historia, más de 30.000 combatientes reclutados en todo el mundo, encuadrados militarmente, con mandos del ejército de Sadam Husein desmantelado por EE UU, y probablemente el mejor equipado ?pertrechos de tres divisiones iraquíes enteras tomados en Mosul tras la desbandada del ejército y la policía, armamento pesado, centenares de vehículos blindados--, hay que buscarlas en el fracaso de la primavera árabe, aquella oleada de revueltas y revoluciones democráticas de 2011 que hizo caer cuatro dictaduras ?Túnez, Egipto, Libia y Yemen?y agrietó los pilares del orden político árabe.

Tres fueron las consecuencias derivadas de las revueltas. La primera y más visible es la implosión de tres países, Libia, Siria y Yemen, convertidos en estados fallidos, donde circulan armas, terroristas y personas en busca de refugio y se combaten entre sí facciones y guerrillas de todo tipo. La segunda es el fracaso del islamismo político en su experiencia democrática en Egipto, que ha lanzado en brazos del yihadismo a millares de jóvenes desencantados. Y la tercera y decisiva, la fusión de la guerra civil siria con el conflicto sectario iraquí en una contienda global entre chiíes y suníes, que se encuadra en una especie de guerra fría regional entre dos potencias como Irán y Arabia Saudí, apoyadas respectivamente por Rusia y Estados Unidos.

(Este artículo es mi aportación al Anuario Joly de Andalucía 2016, que publica el Grupo Joly, editor del Diario de Cádiz y ocho cabeceras andaluzas más).

El EI, en contraste con Al Qaeda, no pretende ser únicamente una organización que coordina y realiza atentados terroristas contra el mundo occidental en general, sino un genuino Estado árabe, instalado en un territorio contiguo entre Siria e Iraq que anula las fronteras coloniales, en concreto la línea Sykes-Picot delimitada en 1916, y recrea el primer Estado islámico del profeta Mahoma. Para acreditarse como tal, cuenta con ciudades, pozos y refinerías petrolíferos, yacimientos arqueológicos, población (entre 3 y 8 millones) y una rudimentaria administración. También con una economía elemental, basada en la confiscación de bienes, el contrabando de petróleo y obras de arte, así como el cobro de rescates para liberar secuestrados y permitir salir de su territorio. Y con un eficaz aparato de propaganda, a cargo de jóvenes experimentados en redes sociales y producción audiovisual, que utilizan para difundir sus truculentas producciones, en las que han grabado ejecuciones, a veces masivas.

La mitología del islam primitivo le sirve para llamar a los creyentes a librar la yihad contra el régimen dictatorial de Bachar el Asad en Siria y la democracia de hegemonía chií y proiraní de Irak; a practicar la hégira o emigración desde los suburbios de las grandes ciudades hasta la tierra sagrada; y a construir un Estado regido por la sharía más estricta. Uno de los atractivos que ofrece a los jóvenes musulmanes ante el desarraigo, el paro y el hundimiento de las ideologías, es la posibilidad de formar familias polígamas y esclavizar mujeres como en tiempos del islam primitivo a cambio de combatir en sus filas. Su pretensión de liderazgo islámico le permite obtener el vasallaje de grupos terroristas del mismo cariz, más de 40, que operan en todo el mundo desde Nigeria hasta Filipinas.

A diferencia de Al Qaeda, el EI es un grupo excomunicador o tafkir, que declara apóstatas a los musulmanes que no responden a la ortodoxia sunní. En el territorio bajo su control practica la limpieza étnica, exterminando u obligando a emigrar a chiíes, cristianos u otras sectas religiosas como los yazidíes. Hasta 2015, se entendía que Al Qaeda combatía al enemigo lejano, las potencias occidentales, con sus atentados en grandes ciudades como Nueva York, Londres o Madrid, mientras que el EI solo atacaba al enemigo próximo. A partir de este año, y especialmente con la oleada de atentados en Francia, el califato pretende también trasladar la guerra civil a Europa, con el objetivo de provocar una oleada de islamofobia que separe a los europeos de religión musulmana en una comunidad aparte y hostil.

El califato terrorista se ha convertido en un dolor de cabeza para la comunidad internacional, pero también en fuente de divergencias, a la hora de resolver la guerra civil de Siria, donde el ISIS aprovecha la fragmentación del país para anidar entre el gobierno de Bachar el Assad, apoyado por Irán y Rusia, y la oposición apoyada por occidente y las monarquías del Golfo. Cada uno de los países vecinos de Siria tiene su prioridad y su proyecto de hegemonía regional, que en casi ningún caso pasa por eliminar ante todo al Estado Islámico.

Las potencias suníes como Arabia Saudí o Turquía quieren que caiga antes el régimen de Damasco y en el caso turco su prioridad es atacar a las guerrillas kurdas, hasta ahora las tropas más eficaces frente al EI en Siria. Irán apoya al régimen porque quiere mantener su actual esfera de influencia, que abarca Líbano, Siria, Irak y Yemen. Rusia ha sabido aprovechar la guerra siria para regresar militarmente a la región en apoyo de El Assad. Los europeos, finalmente, a pesar de su escasa capacidad militar (solo Francia y Reino Unido cuentan en las alianzas que bombardean desde el aire al ISIS) tienen interés en frenar el origen del intenso flujo de refugiados que está llegando a su territorio, así como en eliminar también el nido de yihadistas que atrae a jóvenes de sus suburbios y los devuelve luego a Europa para realizar atentados.

Como han señalado muchos comentaristas e incluso líderes religiosos musulmanes, el EI no es ni un Estado ni es islámico. Pero la realidad es que se ha consolidado en 2015 gracias a la división de la comunidad internacional y a la actitud reticente de Estados Unidos, que apoya a quienes le combaten con bombardeos aéreos, pero descarta cualquier tipo de intervención terrestre. La inteligencia israelí considera que militarmente no significa peligro alguno, pero a casi dos años de la proclamación del califato en Mosul, está consiguiendo el objetivo más elemental de un Estado en construcción como es durar.

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1 de mayo de 2016
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Ananke: de la moiras a la necesidad natural que sustenta la física jónica.

 

Hay en el desarrollo infantil de cada individuo un momento clave: el  descubrimiento en el entorno de una alteridad, una resistencia a lo que él siente y piensa,  una necesidad o constricción, que nada tiene que ver con la que se da cuando el cuidador le impide  seguir durmiendo o le fuerza a consumir tal o cual alimento. Descubre, en suma, que la naturaleza está regulada según principios no coincidentes con las normas que encuadran la sociedad (aquello que los griegos designaban con la palabra nomos de la que da cuenta sólo aproximadamente nuestro término ley), pero  que la hacen  tanto o más  irreductible a su voluntad  y deseo como lo  forjado en esas mismas normas sociales.

La persistencia misma de ese ser humano pasará por la interiorización de ambos tipos de principios: el niño se va haciendo plenamente hombre en este apercibirse de que sus relaciones con las cosas físicamente al alcance, con  las demás personas y hasta con su propio cuerpo, están reguladas, sujetas a restricciones en las que intervienen los demás, y que su voluntad es al respecto  impotente.

Se forja así  un individuo dotado tanto de un sentimiento moral (sentimiento de ser un nudo de lazos entre seres de razón) como de  una imagen del mundo exterior, una representación de la naturaleza. El cotidiano quehacer, incluso el cotidiano discurrir, son como una expresión de que efectivamente ley social y necesidad natural legislan. Ello sin que la interrogación respecto a todo esto que hemos interiorizado surja explícitamente. Pues vivimos respondiendo a estos principios reguladores sin pensarlos, "precisamente porque no los pensamos" al decir de Ortega, pues en efecto se trata en ellos de algo análogo a  esas  "ideas  que somos" que el pensador español oponía a las ideas contingentes, ideas  que meramente tenemos, ya que, desde luego, no es mera respuesta a algo contingente el acatar sin reflexión la ley del incesto, o (ejemplo importante) el aproximarse en el espacio hasta la contigüidad con un objeto cuando queremos ejercer influencia sobre el mismo.

Si ciertas normas sociales pueden parecernos  arbitrarias,  nadie duda de la inevitabilidad de algunas de entre ellas. Sentimos (más bien que pensamos) que son  condición  necesaria de la existencia social y su  violación nos repugna  en razón  de algo  que cabría llamar instintivo. Cabe señalar de pasada la importancia de este punto: hay sentimiento moral ante algo que, sentido como imprescindible,  puede efectivamente no ser respetado. Mas precisamente la ley social arbitraria es una de las modalidades de esta violación y por ello, de someternos  a la misma,  en razón de la prudencia,  repudiamos la instintiva repugnancia, la pulsión a defender  aquello sin lo cual no podría darse esa singularidad que es una sociedad de seres de razón.

 En nuestra civilización marcada radicalmente por la existencia de la ciencia, nuestra relación es diferente con la necesidad natural, pues esta nos parece inviolable y ante cualquier intento de negarla no experimentaremos repugnancia moral sino más bien sentimiento de desvarío. Para nosotros  ante la naturaleza  cabe el temor, pero no cabe el sentimiento moral, a menos de hacer responsable a un sujeto racional de sus avatares, es decir de hacer de la necesidad natural una expresión de la ley. Desde Tomás de Aquino a  Guillermo de Occam pasando por Duns Scoto, este ha sido un tema obsesivo para los  grandes del pensamiento escolástico, tema que tiene sus huellas en Descartes y que perdura bajo diversas capas en tiempos más cercanos.

 Pero el asunto viene de lejos, pues que haya interiorización de una  limitación en nuestro lazo con el entorno natural, que experimentemos una necesidad (el término griego ananke ἀνάγκη ) complementaria de la que impone la ley de los hombres, no significa  necesariamente que veamos en  la naturaleza misma la matriz de tal necesidad. Cabe incluso decir que tal autonomía de la naturaleza es una idea totalmente nueva, ajena a la generalidad de las grandes civilizaciones y cuya aparición supuso una ruptura en el seno mismo de la cultura griega.

El término ἀνάγκη es en la lengua griega ciertamente utilizado para designar cosas muy diversas. En la mitología  Ananke  es una divinidad que coopera con Cronos en la regulación del cosmos que ambos contribuyeron a formar, así como la madre de las moiras (Átropo, Cloto y Láquesis) que  regulan la vida de los hombres con la  ayuda de un hilo que la primera forja, la segunda enrolla y la tercera corta al final de la existencia. Homero  usa el término  en ocasiones en un sentido claramente  moral  (diluyéndose así la frontera con nómos) para designar la exigencia de asumir la confrontación (αναγκαίη πολεμίζειν). En la misma vía Esquilo indica que Prometeo debe asumir la condena de ser encadenado a una montaña en razón de que "el poder de Ananke no permite resistencia" (Prometeo encadenado103 ss.). Es importante señalar que  Ananke determina incluso el destino de algunos dioses, pero no de todos, pues los más antiguos escapan a su poder, de la misma manera que escapan al poder del tiempo. En cualquier caso veremos que  en la idea de una naturaleza autónoma reside la primera condición, tan sólo la primera  de que se dé una ciencia de la naturaleza.

 

La mejor síntesis de los usos del término necesidad se encuentra una vez más en Aristóteles, concretamente en el libro V (delta) de la Metafísica. Tras recoger los evocados usos de la necesidad como fuerza o constricción ("la necesidad envuelve la idea de algo inevitable y con razón porque es lo opuesto al movimiento voluntario y reflexivo" (1015 a, 31-33), Aristóteles nos presenta un sentido general y dos particulares  importantes  para los objetivos de esta reflexión:

"Cuando, ya se trate del bien, de la vida o del ser, hay imposibilidad sin ciertas condiciones entonces estas condiciones son necesarias. Pues la causa cooperante es una necesidad" (1015b, 4-6)

 "La demostración de las verdades necesarias conlleva en si misma necesidad, pues si la demostración es correcta no puede darse que la conclusión sea de otra manera, siendo la causa de esta imposibilidad esas condiciones primeras de las que surge el silogismo y  que no pueden ser otras que las que son" (idem 6-9).

 

 "Entre las cosas necesarias hay unas que tienen fuera de sí la causa de su necesidad, mientras que otras la tienen en sí mismas, siendo estas la fuente de la necesidad en las primeras. De tal modo que la necesidad primera y primordial ( to proton kai kurios anagkaion) es simple o absoluta (to aploun estin), pues es imposible que sea de múltiples modos (ouch endechetai pleonakos echein)" ( idem 11-13).

El texto sobre los principios de la demostración alude a "lo que los matemáticos llaman axiomas", que en realidad Aristóteles nos presenta como soporte indemostrable de todo conocimiento, y de los cuales se ocupa con detalle. Pero las referencias a la vida y al ser en general autorizan a pensar que Aristóteles tiene también en mente  los principios del entorno físico, lo absolutamente necesario tratándose de las cosas susceptibles de movimiento y de reposo.

La asunción de esta modalidad de necesidad sería la primera condición de posibilidad de que la physis fuera abordada desde la perspectiva que caracteriza a la física.

"Lo que no puede ser de otro modo" dice Aristóteles  refiriéndose a la necesidad.  Para que quepa hablar de física, en el sentido en el que habla Aristóteles intentando sintetizar el trabajo de sus predecesores (y en consecuencia para que quepa hablar de metafísica) la naturaleza ha de ser contemplada no sólo como ajena a voluntades de poderes trascendentes, sino indiferente a la disposición espiritual del hombre que la contempla. Asunto sin embargo problemático sobre el cual seguiré aquí reflexionando.

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27 de abril de 2016
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La fama, ese mal fardo

Muere un hombre en el ascensor de su casa, es Prince. A la noticia le suceden las reacciones populares más conmocionadas. Se siente el impacto de perder a una criatura tocada por el genio, capaz de levantar a millones de almas y contagiarlas con su ritmo hasta conectarlas por unos instantes con la parte de su yo que más aprecian, la más instintiva, la que sacan pocas veces. Existe una mezcla de lejanía y a la vez proximidad en las muertes de las estrellas musicales, pues en verdad han penetrado en una especie de intimidad universal constituida por una colección de instantes en los cuales lograron que mudara nuestro ánimo o nos hicieron tan buena compañía en la medianoche. Prince lo tenía todo, o mejor dicho, pudo haberlo tenido todo incluso después de haber perdido pie y de vivir la herencia de una fama exaltada cuando treinta años atrás anudó por igual las tripas de megalómanos y analfabetos musicales con su Purple rain. Era un músico colosal, y sus conciertos rompían el tiempo cronológico: puro mito vivo. Pero le sobraba un fardo pesado: la fama. No existe peor veneno que el de haber alcanzado una cima, caer de lado, y aun y así enderezarse como si todo fuera bien. Jugó con su identidad para fastidiar a las compañías discográficas; fue rebelde y respondón, provocador, histriónico y lascivo. Era previsible sospechar que detrás de su leyenda pesarían toneladas de soledad, y una se lo imagina atravesando las estancias de una vivienda de 25.000 metros cuadrados en la que, en los buenos tiempos, llegaron a trabajar cien personas. A las estrellas caídas siempre las acaba encontrando muertas alguien del servicio, así ocurrió con Michael Jackson o Amy Winehouse, por citar dos casos recientes. Qué estropicio el haber alcanzado la gloria y tener que arrastrarla el resto de la vida junto a la incomodidad de sentirse juzgado o esquinado. La fama nos atrae, nos sustrae, nos obsesiona incluso, pero pocas veces se ha enfocado el problema con perspectiva: desde fuera se percibe como un poderosísimo imán, pero desde dentro a menudo es una jaula dorada. Edgar Morin explicaba en su clásico ensayo sobre el estrellato la relación bidireccional entre este y su público: ?La estrella es diosa. El público la convierte en tal. Pero el star system la prepara, la adereza, la forma, la fabrica. La estrella responde a una necesidad afectiva o mítica que no es creada por el star system. Pero sin el star system, esta necesidad no encontrará sus formas, sus apoyos, sus afrodisiacos?. Así, las celebridades llegan a tener un côté sagrado, y su muerte trágica ?como la de Prince? renueva uno de los ritos mágicos más arcaicos y universales: el sacrificio, el saldo negativo de una vida glorificada. (La Vanguardia)

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27 de abril de 2016
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El difícil arte de la sencillez

Conocí muy de cerca a don Patricio Aylwin (1918-2016),  cuando me tocó integrar en 1994 la Comisión Latinoamericana y del Caribe sobre el Desarrollo Social, que él presidió, y que elaboró un informe para la Cumbre de las Naciones Unidas celebrada en Copenhague el año siguiente.

Fue una experiencia aleccionadora tratar de cerca a uno de los míticos presidentes chilenos, alejados por tradición republicana de la fanfarria, tanto cuando ejercen el poder como cuando lo han dejado, como era el caso de don Patricio, que había terminado su período como el primer presidente de la democracia tras la dictadura de Pinochet, con el que tuvo que lidiar porque se había reservado una tajada del poder. 

Lo había escuchado hablar en el entierro de Salvador Allende el 4 de septiembre de 1990, a la entrada del cementerio de La Recoleta, frente a una multitud compuesta mayormente por simpatizantes socialistas y comunistas que lo escuchaban con recelo, pero a los que supo llegar con sencillez y entereza. Adversario de la Unidad Popular en el poder, ahora había entrado en La Moneda gracias a la primera gran alianza entre los socialistas y la democracia cristiana, su partido, pero aún eran visibles aquellas heridas de entonces.

Sino arriesgara a una expresión del ingenio barato, diría que el nombre de Patricio le venía muy bien, porque fue uno de esos raros patricios de la democracia; y hablo sólo de aquellos a quienes he conocido, y por tanto, de cerca puedo apreciarlos y juzgarlos mejor, como a Ricardo Lagos, el otro presidente chileno, el primer socialista que volvió  a llegar a la Moneda después de Allende, muy patricio también.

Cuando me tocó tratar a don Patricio era el ex presidente sin custodia visible, ni ganas de tenerla, viviendo en su misma casa de toda la vida en Providencia, modesta, sin alardes, como puede ser la de un juez de instrucción o la de un profesor universitario, o la de un funcionario pensionado cualquiera.

Nos ofreció una cena una noche a los miembros de la comisión, entre cuyos miembros también estaba Carlos Fuentes,  y él y su esposa, doña Leonor, atendieron personalmente a los invitados, sin camareros de corbatín ni cocineros de gran bonete, ella yendo y viniendo de la cocina, él vertiendo el vino en las copas y alcanzando los platos de entremeses. Llevaba una vida hogareña que no era ninguna impostura, sino una manera de ser. Y me lo imagino en la cocina, ayudando a su mujer a secar los platos y las copas cuando nos habíamos ido.

Impostores he conocido, que fingían vivir con sencillez, y detrás de la casa simple, que era sólo una escenografía para los invitados incautos, se abría un pasadizo oculto hacia la mansión verdadera. Esos son los tartufos de la vida real.

Hablo de este aspecto de la vida de don Patricio, porque me parece nada despreciable, ahora que tantos juicios por corrupción se abren contra los que han gobernado, seducidos por el halago del dinero, y lo que el dinero trae consigo en lujos y excesos. La peor manera de engañar a los electores y traicionar la democracia. Unos van a la cárcel, otros se salvan de ella, pero lo que dejan es una huella de desconfianza en el sistema, que hoy amenaza con volverse indeleble.

Esa sencillez que alabo en él, es parte de la herencia que deja don Patricio. Claro, su herencia es más grande, como estadista y como hombre apegado a la democracia. Pero hay que añorar a los presidentes sin largas caravanas de vehículos que cierran el tráfico a su paso, sin murallas electrizadas tras las que se esconden, sin cuentas cifradas en los paraísos bancarios, y que un día regresan a vivir a su casa de siempre, como siempre.

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27 de abril de 2016
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