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Dentro del armario

A medida que cumplimos años, identificamos con mayor rapidez a quienes tienden a replegarse hacia dentro en lugar de mostrar sus plumas de colores. No son fóbicos sociales, aunque compartan características con ellos. Lo que les inhibe nada tiene que ver con el miedo irracional a mostrarse, a que sus tripas hagan ruido, a ser humillados públicamente. Aunque prefieran resguardarse en sus espacios seguros, tampoco encajan con los llamados hogareños, ya que una de las razones más apreciadas de su aislamiento es la soledad que habitan, celosos de su silencio. Vestir la soledad es acaso una de las asignaturas principales de los humanos. Porque el sentido de la independencia consiste también en saberse ocupar de uno mismo “en la salud y en la enfermedad”.
Pero en el gesto de refugiarse en un pequeño mundo domado por una colección de rutinas, o dimitir de la agenda social y dejarse ver poco, la parálisis se confunde con rebeldía y la pereza con misantropía. A veces boicoteamos nuestra propia agenda. Incluso con el ojo pintado, la llave del gas cerrada y el bolso a punto, y decidimos quedarnos en casa. No puede esperarnos nada mejor que nuestros pies descalzos en posición horizontal, nos decimos, en lugar de un jolgorio ajeno y ensordecedor. En los actos sociales siempre hay alguna silla vacía. Alguien que, en el último momento, decide evadirse del compromiso. A veces me pregunto por ese breve instante, el fogonazo neuronal por el cual abortan sus pasos, y en lugar de dirigirse hacia el evento, se van a la cama sin remordimientos.
En su última novela, Desde la sombra (Seix Barral), Juan José Millás instala a su protagonista dentro de un gran armario. Vive allí, asomado a la vida de una familia. Y a pesar de las incomodidades que supone esa morada, el hecho de abandonar el armario le produce angustia y claustrofobia, de tan despedazado que se siente del mundo real. Millás es un portentoso iluminador de sombras, las mismas que conducen a crearnos nuevas identidades. De entrada parece un asunto de enajenados o esquizofrénicos, pero en verdad afecta a los vértices de la pirámide, es decir, a los poderosos. Millás toca un asunto muy actual: estamos rodeados de personajes inventados que no son los que dicen ser. Desde los capitostes de Manos Limpias hasta la colección de hombres ejemplarmente encorbatados –y alguna mujer con bolsos de Vuitton–, que nunca dejaban su silla vacía en una cena. Pero en realidad no eran ellos, sino su sombra la que se movía en los salones, la misma que hubieran tenido que encerrar en un armario; replegarse en lugar de quererse comer el mundo con sus plumas de colores ,hasta convertirse en un peligro público. Esos sí son locos peligrosos.
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4 de mayo de 2016
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El final está cerca

La catástrofe ecológica que vive Nicaragua da la idea de que estamos hablando de un país del pasado. Cauces secos de ríos de los que se alzan nubes de polvo, y son más de treinta los que se han secado; el emblemático río San Juan, que ahora puede atravesarse a pie en ciertos trechos; el Gran Lago de Nicaragua que se agosta, humedales que ahora son inhóspitos suelos cuarteados.

Los tuertos dicen que la sequía es cíclica, que apenas termine el fenómeno adverso del Niño todo volverá a la normalidad y tendremos de nuevo agua de sobra, ríos caudalosos y pozos rebosantes de agua; y, como consuelo final, que este es una anomalía meteorológica que afecta no sólo a Nicaragua, sino que trastorna al mundo entero.  

Pero el ojo tuerto que contempla así la calamidad, necesitaría del otro para ver cómo la reserva de Bosawás, por ejemplo, declarada Reserva Mundial de la Biósfera por la Unesco, está siendo exterminada. Junto con la de río Plátano de Honduras, al otro lado de la frontera, comparte un territorio de bosque tropical húmedo y nuboso, originalmente de 50 mil kilómetros cuadrados, segundo en extensión en el continente americano después de la selva amazónica.

Bosawás, según el ambientalista Camilo de Castro, desde el año 1987 ha perdido 580.000 hectáreas, de las que 280,000 han sido depredadas en los últimos diez años, consecuencias de las constantes invasiones de colonos que destruyen la selva para plantar granos básicos, o convertir el terreno en pastos para ganado. Anualmente se talan 42,000 hectáreas, lo cual augura su extinción.

Extraer las maderas preciosas de Bosawás, caoba, cedro, prohibido por la ley, es el brillante negocio de mafias invisibles, así como también lo es vender por adelantado las tierras selváticas a los colonos, extendiéndoles títulos de propiedad falsos. Los suelos, que no son apropiados para agricultura, se agotan pronto, y entonces sigue la penetración para arrasar más bosque. Lo mismo sucede con la otra gran reserva de 3 mil kilómetros cuadrados, la de río Indio-río Maíz, al sur del país, y vecina al río San Juan, ese por el que iban a transitar los barcos de uno a otro océano, y que ahora puede atravesarse a pie.

Las comunidades indígenas son habitantes de esas selvas agredidas. En su cultura ancestral ven a la naturaleza como una verdadera madre. Para ellos el bosque no puede tener dueños particulares. Este choque cultural entre mestizos del Pacífico y etnias del Caribe, misquitos, mayagnas, creoles, ramas, ha devenido en agresiones armadas con muertos, desaparecidos y secuestrados, y quema y destrucción de poblados. Hay una llama encendida allí, que puede llegar a desatar una conflagración.

El país está siendo destruido por la irresponsabilidad y el desatino, y por el apetito del enriquecimiento ilícito. Bastan los mapas satelitales para saberlo; del verde hemos pasado al marrón. Eso no lo ven los tuertos.

Pero también hay tuertos de los dos ojos. El empresario chino Wang Ying sigue empecinado en la construcción del canal interoceánico, y su demiurgo Bill Wild, que dirige por telepatía todas las operaciones desde Hong Kong, afirma con cara impasible: "Estamos revisando aún más el balance de agua de nuestro canal...estamos más convencidos de que el canal sí va a tener suficiente agua para su operación".  Y agrega, con cómica sabiduría: "En este proceso se están generando aún más diseños y optimizaciones nuevas, que nos ayudan a reducir aún más la necesidad de agua".

El canal pretende atravesar el Gran Lago de Nicaragua, donde el agua se ha retirado de sus costas a tal punto que las embarcaciones tienen dificultades para atracar. Nadie quita que pronto haya trechos que, igual que en el río San Juan, se podrán atravesar a pie. Quizás entonces lo que convenga a Wang Ying sea construir una carretera interoceánica, y no un canal.

Si algo se ha ganado frente a esta debacle, es que la conciencia ecológica ha avanzado, sobre todo entre los jóvenes, convencidos de que hay que hacer algo por detener la catástrofe. Y un campesino explicaba con perfección didáctica en la televisión hace unos días, delante de su maizal desolado, lo que la mortandad de árboles tenía que ver con la falta de lluvia. "Eso me lleva a pensar", me decía un amigo, "que dentro de treinta años también otro campesino como este hablará con la misma convicción de lo que la desigualdad económica y la falta de oportunidades tienen que ver con su pobreza".

 

 

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4 de mayo de 2016
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La ópera también celebra a Shakespeare

A 400 años de su muerte, William Shakespeare está más vivo que nunca: en los teatros, en el cine, en los libros, en los debates intelectuales… y también en la ópera.

El crítico literario Harold Bloom lo “acusó” de haber inventado “lo humano”, al hombre moderno. El idioma inglés le debe cientos de palabras y una capacidad única para la precisión y la ironía. El teatro le debe todo. Y la política, casi todo: sin él serían incomprensibles las campañas electorales, las series de televisión. No se puede contar ni ejercer el poder sin sus tragedias de reyes y emperadores.  

No es extraño entonces que haya sido fuente de inspiración de tantos músicos. La musicalidad de sus sonetos y monólogos parecen pedir melodías, y muchas de sus obras, sobre todo las comedias románticas, incluyen canciones. Pero fue a partir de Henry Purcell que los compositores empezaron a excavar la profunda mina de su obra.

Primero farsa, después tragedia

En 1692, a menos de un siglo de la  muerte de Shakespeare, el más grande de los compositores ingleses puso música incidental a una versión ligera del Sueño de una noche de verano. The Fairy Queen se interna en lo fantástico, lo divertido del juego de disfraces, la alegría del amor. Ritmos ágiles, melodías frescas y un uso chispeante de los instrumentos de viento.

En 1976, Aribert Reiman compuso una ópera áspera, angulosa, con un acusado sentido dramático que lamentablemente no abunda en la lírica contemporánea. Lear fue estrenada con gran éxito en la Ópera de Múnich. Pocas veces la música contemporánea sin melodía discernible ha sido capaz de transmitir tanta emoción, de delinear con lentas punzadas musicales un puñado de personajes marcados por la desesperación.

Entre estos dos extremos, más de una veintena de compositores de todas las épocas y tradiciones sucumbieron al embrujo de Shakespeare.

Este año de aniversario presenta una muestra de esta riqueza y variedad en los principales teatros de ópera de la península. En diciembre, el tenor devenido barítono Plácido Domingo estrenó en el Palau de les Arts de Valencia su personificación de uno de los más grandes papeles verdianos, Macbeth, el “primer Shakespeare” del italiano. Dos meses más tarde, el Teatro Real de Madrid estrenó una rareza de Wagner: Das Liebesverbot (La prohibición de amar), su segunda ópera, basada en la comedia Medida por medida. Y en mayo, el Liceu de Barcelona presentará una joya del bel canto, I Capuletti e i Montecchi, la versión de Vincenzo Bellini sobre Romeo y Julieta.  

Bel canto, Verdi, ¡Wagner!

Sin duda, el compositor más marcado por el bardo fue Giuseppe Verdi. Macbeth es su décima ópera, compuesta a los 33 años, y con ella los especialistas dicen que comienza una nueva relación, más profunda y moderna, con la dramaturgia.

Como Macbeth y Lady Macbeth, Domingo y la imponente soprano rusa Ekaterina Semenchuk se sumergen en la locura del poder, el crimen y la culpa en una puesta en escena oscura: una sucesión de paredes que se van cerrando sobre la pareja protagonista. En esta versión, Macbeth es vencido más por sus propios fantasmas y su fragilidad que por la fuerza de sus enemigos.

Verdi volvió a Shakespeare al final de su vida, en lo más alto de su carrera: cuando ya consideraba cerrada su obra, el libretista y compositor Arrigo Boito lo convenció para que volviera: a los 74 años compuso Otello, su obra maestra. Y a los 80, Falstaff, la comedia llena de piedad y empatía por las debilidades humanas, basada en el personaje del adorable gordinflón lascivo que aparece en Enrique IV, Enrique V y en Las alegres comadres de Windsor. El gran trágico Verdi se despide con una sonrisa comprensiva.

El gran rival de Verdi en la ópera en el siglo XIX, Richard Wagner, está mucho más alejado del universo de Shakespeare. Por eso fue una agradable sorpresa descubrir este año su segunda ópera, la única comedia que había compuesto antes de Los maestros cantores de Nuremberg, que termina de una forma tan wagnerianamente seria y solemne.    

Das Liebesverbot (La prohibición de amar) es la historia de un hipócrita gobernador que impone un código moral estricto y sentencia a muerte a un joven que se acostó con su novia. Cuando la hermana del joven, una monja, le ruega piedad, al gobernador se le despierta la misma libido que castigaba en los otros, y ofrece a la monja clemencia a cambio de sexo. Todo termina bien: en la obra original de Shakespeare, Medida por medida, el gobernador es castigado por su superior, un duque. En la versión de un Wagner revolucionario de 20 años, es el pueblo el que se rebela.

En el Teatro Real, como parte de la divertida puesta en escena de Kaspar Holten, todo termina con un aquelarre final, con el gobernador entrando disfrazado en el carnaval que él mismo había prohibido para encontrarse con la religiosa que lo desvela. Los personajes aparecen en el carnaval vestidos como los adustos héroes del Wagner maduro: el más desopilante es el jefe de policía, que lleva larga peluca rubia y cuernos, como una valquiria.  

Para terminar con las celebraciones operísticas de Shakespeare, el Liceu de Barcelona programa en mayo y junio una joya del bel canto: I Caputelli e i Montecchi, de Vincenzo Bellini. Aunque para muchos estudiosos el libreto de Felice Romani puede haberse basado en las mismas leyendas renacentistas italianas en que se basó Shakespeare, al ojo y al oído de hoy no hay duda: es el Romeo y Julieta de Shakespeare hecho ópera.     

Y a diferencia de su “rival”, el Roméo et Juliette de Charles Gounod, en el que Romeo es un tenor, aquí el joven enamorado está interpretado por  una mezzosoprano. En el estreno de 1830 fue la legendaria Giudita Grissi. En el Liceu lo interpretará la gran mezzo de coloratura Joyce di Donato.

¿Y qué le aporta la música al gran bardo?

Shakespeare enriqueció enormemente el mundo de la lírica. ¿Pero qué aporta la ópera a las obras tan completas y redondas que el gran dramaturgo inglés creó para el teatro hablado? ¿Qué les agrega la música orquestal y el canto?

Creo que tres cosas, que se ven patentes en Macbeth, en La prohibición de amar y en Montescos y Capuletos. La primera, la más obvia, es la inclusión del coro: nunca el teatro hablado tendrá un personaje coral tan potente y locuaz. El coro es el pueblo que clama, grita e implora con una sola voz en decenas de gargantas.  

En la ópera, lo coral que bulle en los argumentos de Shakespeare se magnifica: el pueblo escocés llora por su opresión y al final celebra la caída de Macbeth. Wagner cambia el final de Medida por medida para que al gobernador hipócrita no lo venza el duque que lo nombró sino el pueblo, harto de sus arbitrariedades. Es el coro que triunfa sobre la injuticia. Y en la versión de Bellini, Romeo y Julieta son antes que nada miembros de familias rivales. No es extraño que esta obra tan coral se llame I Capuletti e i Montescchi.

En segundo lugar, los personajes de Shakespeare detienen la acción para hablar consigo mismos. El monólogo filosófico de Hamlet; el delirio heroico de Falstaff; la confesión feroz de maldad de Iago. Los libretistas de ópera transforman con facilidad estos momentos en grandes arias. Y los compositores, en música sublime.  Lo mejor del desparejo Hamlet de Ambroise Thomas es el aria de la locura y muerte de Ofelia, que enloquece cantando en una cascada aterradora de notas agudas, con las que deslumbró hace una década la soprano Natalie Dessay en el Liceu.  

Por último, las descripciones de estados de ánimo, las tormentas y amaneceres y noches estrelladas, las escenas de alegría y tristeza colectiva, las batallas… El paso del teatro al libreto de ópera elimina o reduce muchas de las escenas en las que personajes secundarios cuentan lo que pasa fuera de escena. Los compositores lo reemplazan por paisajes sonoros: Otelo rumia en silencio sus celos y la música es el taladro de la duda insidiosa dentro de su cabeza; el bosque encantado del Sueño de una noche de verano florece en las cuerdas y los oboes de Purcell; en mundo se vuelve hostil y maligno en la música angulosa e inquietante del Lear de Aribert Reimann.

En estas obras geniales, la música completa y acaricia las palabras de Shakespeare.  

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3 de mayo de 2016
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Ceguera

Me han operado de cataratas. Primero un ojo, luego el otro. O sea que ando tan cegato como un topo a la luz, pero la luz de Madrid es para llevar gafas de sol incluso cuando nieva, así que totalmente cegato. Sobre todo, porque no puedo leer y una vida sin lectura es como el cine en blanco y negro, o su calidad es sublime o te hunde en el tedio.

Pero siempre quedan los otros sentidos y en particular el olfato, así que me fui a visitar el Jardín Botánico de Madrid que está en su momento de (casi) mayor esplendor. Lo hice con un grupo de atentas mozas y de la mano de Antonio Regueiro. No hay mejor guía. Virgilio para la Divina Comedia, Antonio para las verduras sagradas.

En efecto, el brillo de las plantas, después de una semana de lluvias, era fastuoso aún y visto a través de una lente opaca. No obstante, yo había ido por el olfato y excepto en la sección de aromáticas, el resto aún guardaba silencio odorífico. La rosaleda, esa inmensa colección regalada por una gran dama del pasado, mantenía sus capullos tan cerrados como la cabeza de un político en campaña.

Y para el oído, las explicaciones de Antonio. De cómo ese divino espacio se ha salvado de continuos intentos de "urbanizar" la zona. De cómo el nuestro es el país europeo con mayor riqueza de especies vegetales. De cómo han llegado allí las colecciones reunidas con enorme sacrificio por nuestros exploradores americanos. De cómo las secuoyas agradecen un incendio de vez en cuando. De cómo las altas ramas se caen y matan debido a una poda chapucera. De cómo Linneo es el incógnito responsable del Jardín. Y así sucesivamente.

Vi algunas muchachas fotografiando con ardor las plantas y grupos de niños dibujando en el invernadero y asomando la lengua. Aún hay esperanza.

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3 de mayo de 2016
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Cruentación

Traemos aquí la voz CRUENTACIÓN extraída de la 6ª ed. (1999) de la versión española, sumamente confusa, del Dictionnaire des symboles (1969) de Jean Chevalier y Alain Gheerbrant publicada por la Empresa Editorial Herder, S.A. de Barcelona y que consulto en la Biblioteca Gloria Gispert Pou de la Ciudad Condal. La cruentación es la afluencia de sangre al orificio de una llaga, después o antes de la muerte. Los Escolios Berneses de la Farsalia de Lucano, textos tardíos del siglo IX que se basan en fuentes hoy perdidas, mencionan la cruentación como medio de sacrificio en honor de Esus-Marte: "Esus-Marte se aplaca así: se suspende a un hombre de un árbol hasta que los miembros estén aflojados por la pérdida de sangre." Pero es el único testimonio que se tiene sobre esta forma de sacrificio y la única correspondencia parcial es germánica. La Inglingasaga precisa que Odín es el dios de los ahorcados y el Havamal relata que permanece nueve días y nueve noches colgado de un árbol a él consagrado. Pero no hay cruentación y tampoco se conoce ningún ejemplo insular.

 

La cruentación fue también utilizada como ordalía, y servía para designar al asesino. Este derramamiento o chorro de sangre es como la prueba de verdad, y atestigua que el sacrificio es aceptado, o que la confesión del crimen se ha conseguido.

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3 de mayo de 2016
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