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La cámara y las calaveras de mazapán

Es de esas fotos que están moviéndose en la cuerda floja, entre lo sublime y lo cursi. Suele pasar cuando un fotógrafo o un editor buscan una imagen amable que ilustre un tema violento, duro, amargo. A mí me impactó mucho. Me pegó, me interpeló. Por eso la coloco, apenas, del lado de lo sublime.

Esta foto acompaña la noticia de un informe de la Campaña Emblema de Prensa (PEC con sede en Suiza: en los primeros seis meses de este año, han sido asesinados 74 periodistas en 22 países. De los seis países más peligrosos para ejercer este oficio, seis son de Medio Oriente, donde hay guerra desatada: Afganistán, Siria,  Irak y Yemen.

Pero los otros dos están en el centro de América. En México (ocho periodistas asesinados) y Guatemala (cinco), la combinación de terror narco, policía corrupta, estado cómplice, bandas juveniles y delincuencia feroz se ensaña con los reporteros. La muerte nos afecta siempre, pero como periodistas, los asesinatos de colegas nos duelen hasta lo indecible.

La foto es de México, y muestra esa iconografía de la muerte tan propia del sincretismo de ese país, que combina una religiosidad popular con elementos de cristianismo áspero, creencias indígenas y una filosofía de resignación y vitalismo. Sobre la mesa, unas calaveras de mazapán como las que proliferan el Día de los Muertos.

Los ojos, agujeros tapados por una luminiscencia violeta, parecen gritar. El lugar de las bocas (en las calaveras, los diente sin boca parecen reír con furia) está tapado por una especie de pañuelos que causan inquietud. Fue para taparles la boca que muchos de estos periodistas fueron asesinados.

Y en un cajón semi-abierto asoman un diario y una vieja cámara de fotos analógica.  El oficio de siempre. La lente nos apunta a nosotros: a usted que está leyendo, a mí, al asesino por última vez. Pero detrás de la cámara ya no hay nadie.  

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21 de julio de 2016
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Calderilla

La diferencia entre lo que parece grande y lo que parece pequeño en el mundo mercantil, se desdice vitalmente mediante la evidencia de que lo grande se expresa en un basto papel moneda y lo menudo (la moneda) es aquello que en la mano luce y comunica lucidez.

La felicidad, personal viene a ser, en este caso, como la metáfora de un collar propio cuyas cuentas nos bendicen como abalorios de oro. Instantes de una felicidad en accesible calderilla, esperando ser manoseada para agradar.

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21 de julio de 2016
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Un ensueño democrático que se desvanece

Erdogan juega muy fuerte. Sin componendas ni contemplaciones. No tan solo de cara adentro, donde la purga alcanza proporciones gigantescas, jamás vistas en el pasado más reciente y digna de regímenes totalitarios; sino también hacia fuera, en dirección a la UE, a la OTAN, a Estados Unidos, los aliados a los que presiona y sitúa en una posición inconfortable con sus exigencias de apoyo incondicional.

En el castigo a los aliados hay una evidente factura del rencor por la escasa diligencia en condenar el golpe que demostraron en la noche del 15 de julio, todos a la espera de conocer su desenlace antes de expresar su apoyo a la democracia. Pero hay otro factor de orden táctico, que iguala a Erdogan con los autócratas de la región en el uso de las amenazas. Nada es más fácil que hacerse el ofendido para sacar réditos por la imperdonable ofensa infligida y de paso quitarse de encima las críticas por los excesos represivos.

Erdogan abolió la pena de muerte en 2004 para cumplir con las condiciones de ingreso en la UE, pero ahora sus partidarios le piden que la restaure para castigar a los golpistas y a sus numerosos seguidores, detenidos a millares no se sabe si por participar en la conspiración, meramente por desear que triunfara el golpe o por pertenecer a la secta gulenista culpabilizada colectivamente. Por supuesto, es una ofensa intolerable contra la soberanía nacional que desde Bruselas se recuerde a Turquía la imposibilidad de integrar la UE en caso de que se reinstaure la pena capital para castigar a los golpistas.

Erdogan cuenta con un colosal precedente de chantaje sobre la UE en el acuerdo sobre devolución de los refugiados sirios, cobrado generosamente en financiación europea, reapertura de la negociación de adhesión y concesión de un régimen de exención de visados. Ahora el contragolpe es la oportunidad para echar un nuevo pulso a la UE con la pena de muerte, que puede abrir en canal las enteras relaciones con Bruselas, incluido el acuerdo de los refugiados.

Con Estados Unidos sucede tres cuartos de lo mismo. De entrada, el entorno de Erdogan insinúa públicamente que Washington estaba detrás del golpe y su prensa más afín llega a titular que fue quien intentó asesinarle. Dos son, el menos, las palancas para presionar: la base aérea de Incirlik, imprescindible para bombardear al Estado Islámico, y el anciano clérigo Fetulá Gülen, que vive en Pensilvania, cuya extradición exige Erdogan para salvar las relaciones con Obama.

Hay una enorme estupefacción entre los aliados de Turquía por las dimensiones de la represión interna y de la ira externa. Una va con otra, pues así es como dentro Erdogan obtiene manos libres y fuera mantiene a raya a los críticos. El resultado es una deriva geopolítica que aleja a Turquía de Europa, la Alianza Atlántica y el Estado de derecho exigido por Europa y le aproxima al entorno de países iliberales y autocráticos propio de Oriente Próximo y del mundo árabe. Con la admirable excepción tunecina, este es el final de un ensueño, el del islamismo democrático al estilo de las democracias cristianas europeas, que las revueltas árabes de 2011 despertaron.

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21 de julio de 2016
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Cómo manejar las urnas

 

La conversación con George Steiner que publica Siruela, Un largo sábado, nos ayuda a recordar sus grandes tratados literarios y cómo ha vivido la pasión intelectual este venerable profesor de Cambridge. Mientras recapitula sus ejemplares ejercicios de reflexión crítica, Steiner se detiene en el más aleccionador consejo recibido de su padre. Cuando la turba grita por las calles de París "¡Muerte a los judíos! ¡Muerte a los judíos!", el señor Steiner levanta las persianas, hace que el joven George se asome al balcón y le dice: "Eso se llama historia y nunca debes tener miedo".

 

El origen de la política.

El filósofo James Mill lamentaba a principios del siglo XIX que los agitadores sociales inflamaran las mentes de las clases bajas (sic) haciéndoles creer que el gobierno podría ayudarlas. Intentaba demostrar que pertenece al orden de las cosas eximir al gobierno de su responsabilidad. En contra de esta tendencia, extrañamente rescatada del pasado, el Premio Nobel de economía Amartya Sen, profesor en Harvard, articula su Idea de la justicia (Taurus, 2010). Reconoce en la sociedad una resistencia natural a la injusticia y demuestra que ésta vocación brota tanto de la indignación como del argumento. Como la vida de tantas personas en este mundo sigue siendo "desagradable, brutal y breve" (Thomas Hobbes), hay que evaluar las realizaciones sociales, fijarse en lo que realmente sucede y confiar en el razonamiento público. La frustración y la ira, dice Amartya Sen, pueden motivarnos pero debemos apoyarnos en el razonado escrutinio. Ante la precariedad humana cabe desarrollar una triple habilidad: comprender, simpatizar, razonar.

Los que van por libre

En su ensayo sobre Nadine Gordimer, (Las manos de los maestros, Random House) Coetzee hace un interesante ejercicio de vidas paralelas entre la escritora sudafricana, Iván Turgéniev y su propia e ineludible literatura. Cita a Jean Paul Sartre –"el escritor puede ser leal a un grupo político pero nunca deja de criticarlo"- y a Isaiah Berlin cuando evalúa el drama de los liberales rusos: "sufrían formas complejas de culpa, porque simpatizaban con la izquierda, con una fe más humana que la gélida, burocrática y cruel derecha, aunque sólo fuera porque siempre es mejor estar con los perseguidos que con los perseguidores". Coetzee comprende la encrucijada de fuerzas que pueden destruir la libertad intelectual: "el artista tiene una vocación especial, un talento que le mataría si lo mantuviese oculto". Escribir, dice Coetzee, es un oficio solitario, pero escribir contra la comunidad en la que uno ha nacido es aún más solitario.

Cómo saber lo que nos concierne

Ya se ha dicho todo sobre la necesidad de consultar los programas electorales antes de decidir a quién se va a votar. El voto, cabe insistir en cada ocasión, refunda el contrato social contra la violencia y es el incumplimiento de las cláusulas el que desfigura el sentido de las instituciones (algo que la ley, por cierto, no penaliza). Como no parece que la precaución arraigue en los hábitos de una ciudadanía confiada a sus propias intuiciones, habrá que recomendar un ejercicio inteligente que sustituya a la credulidad. La revista Investigación y Ciencia (460) publicó los estudios de un grupo de neurocientíficos: la práctica de la meditación modifica procesos cognitivos y emocionales, incrementa el procesamiento de la atención, disminuye la influencia del miedo, mitiga la inflamación del estrés biológico y auspicia el conocimiento de la consciencia. La idea de que un ciudadano entrene su mente antes de elegir al depositario de su confianza parece un consejo razonable.

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20 de julio de 2016
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Los diarios tempranos de José Donoso: la vida es literatura

La consolidación del diario como género literario fundamental se encuentra entre las cosas más relevantes ocurridas en la literatura latinoamericana contemporánea. Han quedado atrás las épocas en que se especulaba que el diario no tenía vigencia en el continente porque, a diferencia del mundo anglosajón -en el que el diario ocupa hace rato un lugar importante--, no estábamos acostumbrados a escarbar en la intimidad; resulta que se escribían muchos diarios, solo que no se publicaban. La publicación del primer volumen de los Diarios de Ricardo Piglia fue uno de los acontecimientos literarios del año pasado; los Diarios tempranos de José Donoso (Ediciones UDP), editados rigurosamente por Cecilia García-Huidobro, lo serán sin duda de este año.

Los cuadernos que sirven de base a los Diarios tempranos, almacenados en la universidad de Iowa, cubren el período de 1950 a 1965 y funcionan como una precuela a Correr el tupido velo, el maravilloso y desasosegante libro que Pilar Donoso escribió basada en la correspondencia y los diarios de su padre almacenados en Princeton (cubren el período que va desde 1966 hasta la muerte de Donoso en 1996). En este período inicial, Donoso todavía no era descarnado como lo sería en sus diarios de principios de los 70, por lo que Diarios tempranos no tiene el impacto emocional de Correr el tupido velo. Sirve, sin embargo, como registro fascinante de la magnitud con la que Donoso entrelazaba vida y literatura: ambas eran lo mismo para él.    

Los Diarios tempranos son una creación conjunta de Donoso y García-Huidobro; es la investigadora quien ha seleccionado el material y ha tomado la decisión acertada de separar las notas de Donoso en base a temas: hay capítulos dedicados al crítico, otros al periodista, otros al narrador que apunta ideas para cuentos y novelas; los dos últimos están entre los más interesantes y se centran en la escritura de Coronación y El obsceno pájaro de la noche. Ahí está, en una anotación del 25 marzo de 1959, el germen de El obsceno: "Idea para un cuento: basándome en ese aristocrático niño deforme que vi pasar una vez en un auto de lujo con patente de Colchagua... Llamarlo ‘El último Azcoitia'".

En los Diarios tempranos uno puede ver a un Donoso sin falsas modestias ("El ‘Azcoitia' puede resultarme maravilloso y completamente decisivo para mi producción: me pongo sin duda en la línea creadora Borges-Cortázar-Kafka, etc"), capaz también de una feroz autocrítica: "tampoco me gusta este cuento, es pobre, no tiene nervio. No tiene más que una humanidad de cartón". Se trata de un Donoso que mezcla libremente el español con el inglés ("inspiration seems to have found me again"), que no para de leer y usar sus lecturas como modelos para su escritura ("escribir un cuento sobre la mujer soltera de 30 años tipo Marcela Vicuña. Tengo que fijarme mucho en la Eugenia Grandet de Balzac para hacerlo bien"), y que no tiene reparos a la hora de descartar textos o reescribirlos completamente. Asistimos a la forja obsesiva de un escritor: no hay escándalos de la intimidad contados directamente, todo se transmuta en escenas, personajes, literatura. 

 

 

(La Tercera, 16 de julio 2016)

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20 de julio de 2016
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Fórmula TED

Sólo he visto charlas TED (tecnología, entretenimiento, diseño) en vídeo, pero su ambiente catártico me ha transportado a las arengas de los predicadores de Harlem, donde alguna vez acudí para dejarme asombrar por esos fieles enfervorecidos que le cantan spirituals a su Dios con palmas y blues, y en verdad gozan. En otra ocasión, en las afueras de Salvador de Bahía, no sé cómo conseguí asistir a una ceremonia de candomblé, de esas en las que se sacrifica un gallo y los médiums entran en trance con los ojos en blanco. Cuando el babalao pasó entre los bancos, azuzándonos con su bastón, me entró la risa. Una risa tonta y joven que tuve que tragar a borbotones, aunque exaltaba lo asombroso, y a la vez ridículo, exótico, alocado, que resultaba todo aquello si lo desproveías de su fe.
Fe es una palabra grande en su brevedad. Según la Biblia mueve montañas. Los que la tienen, y no solamente en Dios, parecen más a resguardo. Fe en ellos mismos, o en que lo mejor está por llegar. Fe en los afectos, en la familia, en las vocaciones que despiertan los sentidos. Fe en los libros, en la buena cocina, en el vino, en la belleza de los magnolios y el instinto fiel de los perros; aunque la fe en la humanidad tenga descosidos y el mal se escenifique una y otra vez como eterno compañero de la existencia.
Hay testimonios de asistentes a dichas charlas que aseguran que les han cambiado la vida: por fin han encontrado un camino, o una fórmula que les motiva y les alienta. Acaso probaron antes otras cosas, desde el coaching hasta los chacras..., pero todo acaba cansando. Una de las estrellas de TED es el psicólogo Dan Gilbert, muy seguido estos días porque se ha aventurado a resumir la fórmula de felicidad, eso es: “Sexo, música y conversación”. Dinero, lo justo. Familia y amigos quedan implícitos en la conversación. Y parece que el amor también. La cuestión sería qué ocurre cuando se tiene todo esto y se sufre. Las teorías alrededor de los grandes problemas de la vida suelen pecar de efectismo, nunca son disparates, pero en su generalización se pierde el factor clave: que cualquier huella digital, y por tanto cualquier identidad, es diferente la una de la otra. El vacío existencial es combatido por el instinto de supervivencia: la pulsión de vida. Cuando se señala la infelicidad de un colectivo, de una sociedad, se apunta sobre todo a la insatisfacción. Porque dos planos, el real y el virtual, se superponen cada vez con mayor riesgo. La vida en las pantallas es indolora. Todo parece posible con un clic, desde la amistad en Facebook o la creatividad en Instagram hasta el sexo por app. Pero en la vida real se bajan las persianas antes de apagar la pantalla, porque a pesar de la ola de calor no siempre hay aire acondicionado.
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20 de julio de 2016
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La lealtad

En un tiempo, pongamos cincuenta años, había personas a las que llamábamos "de total confianza". No sólo habían logrado que no dudáramos de su absoluta lealtad sino que esa misma lealtad las constituía. Nos íbamos de casa, les dejábamos las llaves, los cajones abiertos, el recado para alguien, el gobierno de nuestros perros o gatos, la guarda de nuestros menesteres e incluso de nuestros hijos y partíamos totalmente tranquilos. Ellas actuaban como una réplica fiel de nuestros deseos y necesidades. Se comportaban, pues, con una lealtad de plata. No por mera sumisión sino por un amor servicial muy digno. Nunca traicionaban. Antes de hacer algo así, se habrían prendido fuego.

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20 de julio de 2016
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La edad de la inocencia

El mediodía del 20 de julio de 1979 las columnas guerrilleras entraron a la Plaza de la República en Managua, bautizada como Plaza de la Revolución. En un formidable desorden, los combatientes llegaban a pie, en camiones militares, en autobuses requisados, subidos sobre el lomo de las decrépitas tanquetas arrebatadas a las tropas de la dictadura, y se revolvían con la multitud que estaba allí esperándolos para celebrar con ellos la gran fiesta de sus vidas. El último Somoza se llevó al destierro las osamentas de su padre y de su hermano, y se había esfumado la Guardia Nacional, los últimos soldados que quedaban en los cuarteles dejando en reguero sus uniformes, cananas, cantimploras y fusiles.

Los miembros de la Junta de Gobierno entramos a la plaza subidos a un camión de bomberos que dejaba oír su sirena, mientras los guerrilleros disparaban al aire ráfagas nutridas de sus fusiles, como si los tiros que habían sobrado quisieran ser agotados de una vez, y sonaban las campanas rotas de la vieja catedral desquebrajada por el terremoto de 1972, lágrimas que bañaban los rostros y risas como resplandores en los rostros bañados en lágrimas, racimos de gente subida en los árboles, en las cornisas y en las torres de la catedral, en las azoteas del Palacio Nacional.

Y yo lo que recordaba mientras avanzábamos entre el mar de cabezas era el silencio de minutos antes, cuando el camión de bomberos rodaba lentamente por las calles desiertas desde la carretera sur, un silencio sobrenatural bajo el distante cielo luminoso, como si el mundo se hubiera vaciado para siempre de ruidos, y de aire, porque las hojas de los laureles de la india donde revoloteaban los zanates clarineros, y los mangos de espeso verdor en las veredas no se movían, vacías las casas con las puertas abiertas como ante una huida repentina, la huida de todo el mundo hacia la plaza.

Al final de la celebración entramos en el Palacio Nacional, y entonces me encontré en el vestíbulo con Regis Debray, en traje de safari de un color kaki desvaído, las aureolas de sudor bajo las axilas. Sonriente, se atizó el bigote abundante, ya para decirme algo. Pero yo me adelanté. Recordaba un artículo suyo de hacía pocos meses, no recuerdo si en Le Monde, afirmando que las revoluciones armadas ya no eran posibles.

─¿Has visto? ─le dije─. Se pudo.

Después escribió que la característica más notable de los jefes guerrilleros era su flacura, contrario a la gordura soez de los somocistas derrocados. Flacos por los rigores de la guerra, las penurias de los combates cotidianos, las marchas forzadas, y a pesar de los desvelos, dormir parecería de ahora en adelante un pecado capital, sólo en la vigilia uno no se perdía nada de lo que ocurría, demasiados sucesos como para que la mente pudiera asentarlos, y se quedaban al fin y al cabo en sensaciones, en ansiedad, en deseo, en una visión de futuro que de tan múltiple no podía sino quitar el sueño.

Y los protagonistas de la revolución eran, además, muy jóvenes. La liberación de León sólo se había resuelto tras rudos combates, calle por calle, bajo el bombardeo de los aviones, y en medio del incendio de manzanas enteras; y Dora María Téllez, que sólo tenía veintidós años, al mando de una tropa de adolescentes había hecho huir al General Gonzalo Everstz, el temible Vulcano, protegido entre niños y mujeres que tomó de rehenes; y ni siquiera veinticinco años tenía el Comandante Francisco Rivera (El Zorro), el héroe de la liberación de Estelí.

En una foto de ese día, que alguien tomó al azar, yo aparezco abrazado a varios guerrilleros, entre ellos el comandante Elías Noguera, con su sombrero de ranger al sesgo sobre los rizos oscuros, el barbiquejo amarrado a la barbilla; y sumada al grupo, sonriente, también abrazada a nosotros, está una mujer del pueblo, el pelo abundante revuelto en greñas, en su blusa una escarapela improvisada, dos trozos de tela arrancados quién sabe de qué vestidos viejos y cosidos para formar la bandera que Sandino había levantado por primera vez en las montañas de las Segovias al empezar su guerra contra la intervención en 1927; y el rostro de esa mujer, en el contraste de la foto en blanco y negro, al verla ahora, tiene la majestad que sólo la historia pone a los rostros, y que parecen más contemporáneos mientras más se alejan...

Es lo que escribí en mi libro de memorias Adiós muchachos. Han pasado 37 años desde entonces. Parece que fue ayer, pero el hoy malversado es tan distinto, que parece que fue nunca.

 

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19 de julio de 2016
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Trúlara / trúlera

A vueltas con las cuestiones lingüísticas recordar aquella mañana de primavera, en un parque de la zona alta de Barcelona, en que mi mano derecha se entretuvo en las nalgas de la mujer madura que me acompañaba mientras observábamos cómo unos ejemplares de avión común –Delichon urbica- se posaban en los cables, sin duda agotados por su reciente viaje migratorio. Una mujer tumbada boca abajo, resaltando las curvas posteriores, que de modo pretendidamente natural dijo “¿te gusta mi trúlara?”, glorioso sustantivo de resonancias africanas que quizá hubiera que escribir “trúlera” dada esa costumbre catalana de abrir la “e” átona hasta alcanzar una “a” oscura y gutural. Una atrevida finta sexual la mía, un hito en nuestra relación,  que ella describiría después como “hoy se ha producido un cambio” y que daría paso a una sucesión de visitas a mi domicilio pertrechada cada vez con cien gramos de jamón de york (allí llamado “jamón dulce”) de la charcutería Tívoli, un fiambre que, la verdad, me entusiasmaba.  

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18 de julio de 2016
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Dos cuartetas de Nostradamus que te harán temblar

Ayer, tras ojear los periódicos que rezumaban sangre fresca, estuve revisando las Centurias de Nostradamus y encontré estas dos cuartetas que me dejaron estupefacto:

 

Se harán grandes en Francia los cosechadores de sangre

y a lo largo del hexágono irán mermando las libertades.

Arderá el aire y subirán los votantes más desalmados de Europa

y en España se instaurará por decreto presidencial el Día de la Marmota.

  

Presidirán Inglaterra una mujer férrea y un alcohólico subnormal.

El odio y la venganza afilarán los dientes y las balas en América.

En Turquía la sangre correrá por las calles entre proclamaciones tétricas

y en España reiniciarán entre palabras vanas la Historia de la Eternidad.

 

 

 

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18 de julio de 2016
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