

Estreché por primera vez la mano de Nacho Padilla treinta y un años atrás, cuando lo felicité por haber ganado el concurso de cuento de nuestra preparatoria, célebre por la leyenda -cierta- de que en su tiempo Carlos Fuentes obtuvo los tres primeros lugares. Eloy Urroz me impulsó a participar pero, a diferencia de su texto y el mío, "El héroe del silencio", el primer relato de Nacho, era un derroche de talento lingüístico que todavía se lee con asombro. Su estilo futuro se anunciaba en una nuez: una prosa delirante y circular, labrada a partir de sus febriles escarceos con Rulfo y García Márquez -los maestros con quienes tanto se batiría-, una imaginación que lo arrastraba del medioevo a la ciencia ficción, con su aciaga cuota de fantasmas, y la vocación miniaturista que le permitía sumar palabras como piezas de un rompecabezas imaginario.
Fraguamos una hermandad que hoy extravía su arquitectura: mi imagen de la felicidad literaria se resume en las vehementes discusiones triangulares con Eloy y Nacho en el Sanborns de San Ángel. Apuntalados por Pedro Ángel Palou, Ricardo Chávez, Alejandro Estivill y Vicente Herrasti, enarbolamos contra viento y marea la utopía de una literatura que, sin dejar de ser una pasión solitaria, pudiese ser defendida como un placer compartido. Un amigo como Nacho es un espejo en quien te reflejas y contrastas, te descubres y ruborizas, te enardeces y reconcilias. "Si la comparación a veces resulta odiosa es porque en las gradaciones alguien suele y quizá tiene que salir perdiendo; pero incluso en la parcialidad cruel del contraste debemos reconocer que el espejo, sea nítido o cóncavo, muestra todo y a todos como realmente somos, hemos sido o podríamos ser", escribió en "Versos de Shakespeare y desdichas de Cervantes", quizás el más lúcido ensayo que le dedicó a su escritor de cabecera (más bien de auto: en su vida dual entre Querétaro y el DF, escuchó cien veces el Quijote en voz de Fernando Rey). Sin Nacho, me resulta más arduo saber quién soy.
Dos años en Salamanca y sus feroces inviernos curtieron nuestra convivencia: en las diarias comidas en mi casa de Libreros enhebramos su inagotable tesis sobre el alcalaíno con mi precaria física cuántica. Los "datos Nachito" nos servían de aperitivo: anécdotas eruditas imposibles de verificar, de los pollos sin cabeza a la fantasiosa etimología de un vocablo, afición que le abriría las puertas de su entrañable Academia Mexicana de la Lengua. Él replicó a mi demencia germánica con Amphytrion y yo le debo las torpes quijotadas de El fin de la locura. Nunca dejamos de ser cómplices y duelistas: aun si adivinaba que siempre habría de vencerme, no dejé de pelear en buena lid con sus frases monstruosas y perfectas.
De La catedral de los ahogados a El daño no es de ayer, Nacho violentó y retorció tanto la lengua como a sus evanescentes criaturas -más cerca, a su pesar, de Cervantes que de Shakespeare-, aunque yo me quedo con Si volviesen Sus Majestades, precoz imprecación a Beckett y Borges. Ganó, sí, cuanto premio se topó en el camino hasta que se le agotaron: en su dulzura y bonhomía era tan ambicioso como el que más, y tan astuto. Detrás de eso, un pudor familiar o una secreta melancolía le impedían narrar sus desdichas y arrebatos o concedérselos a sus personajes. A cambio, les ofrecía mundos fastuosos, tan bellos y desconcertantes como un grabado de Escher, en los que yo me empeñaba en discernir sus cuitas y secretos.
Coleccionaba esperpentos: de la precaria vida de los encendedores a los inmolados hijos de Goebbels, del inexistente arte del terremoto a la balbuceante literatura marina en español, aunque fue en la brevedad donde alcanzó la grandeza. No es el cariño el que me lleva a afirmar que fue uno de los mayores cuentistas de nuestro tiempo y ansío que su portentosa Micropedia -la orgánica reunión de sus relatos-, que debiera convertirse en un clásico instantáneo, encuentre la miríada de lectores que, en contra de las cábalas de su autor, quedarán trastocados con sus páginas. La única inmortalidad posible se halla, estoy seguro, en la memoria de quienes nos han amado: la vida se ha tornado más fría y siniestra con su ausencia, de modo que me dispongo a releer a Nacho para imaginar, en los entresijos de sus libros, aquellos otros universos donde aún podríamos encontrarnos.
Twitter: @jvolpi
Estoy leyendo el ensayo Gide / Barthes. Cuaderno de niebla (2011) del periodista de investigación José Benito Fernández; en él se propone una aproximación entre ambos autores sustentada en detalles de sus biografías. Compruebo que algunos de esos detalles forman parte también de mi biografía por lo que sugiero al editor (Montesinos) que proponga, a los escritores y a los familiares de escritores fallecidos que hayan tenido experiencias o experimentado sentimientos como los de Gide y Barthes, la publicación de ediciones personalizadas; se trataría de añadir una breve semblanza y una relación comentada de los pasajes compartidos. En mi caso, por ejemplo, apunto ya algunos pasajes que se me podrían atribuir.
Pág. 31 (capítulo La Madre): “Barthes lleva una vida metódica, ordenada, de escritor: se levanta a las siete, abre la casa, le echa migas de pan a los pajarillos. Y así día tras día.” Ese soy soy.
Pág. 35 (capítulo La Madre): “Roland escribe: ‘Se me llenó el corazón de tristeza, casi de desesperación, pensé en mamá, en el cementerio donde se encuentra, no lejos de aquí, en la Vida.’” En mi infancia llamaba a mi madre “Vida”.
Pág. 74 (capítulo Enfermizos): “Un Gide friolero. En su casa, sentado al piano con bufanda y gorro de lana o arrebujado en una bata con fular y gorro; escribiendo tocado con una boina de vuelo, chaqueta y bata. Siempre abrigado, muy abrigado.” Desde que cumplí los cincuenta años siempre tengo frío; en casa, pese a la calefacción, voy abrigadísimo y al sentarme, además, me echo una manta encima.
Este 30 de agosto se publicará la nueva novela de Antonio García Ángel, El declive (Mondadori), y...
La esperada segunda parte de los diarios de Ricardo Piglia, titulada Los años felices (Anagrama), se...
Obviamente, de entrada, Solvay 1927 es una reunión de gigantes de la física discutiendo sobre hipótesis de la disciplina. Pero para los intereses de estas reflexiones es tanto o más importante enfatizar el hecho de que el congreso no se clausuró con consenso alguno en relación a las implicaciones filosóficas de algunas de las tesis expuestas. Así la mecánica matricial de Heisenberg incluía un principio de incompatibilidad del cual se deriva el principio de incertidumbre (hoy casi popularizado precisamente porque se intuye que encierra algo profundamente chocante); además la interpretación probabilística de esa teoría por Max Born parecía sentenciar el determinismo...asuntos sobre los cuales se hacía difícil el consenso.
Einstein aceptará la operatividad de la regla de Born, pero diferirá de todos sus colegas en lo referente a la interpretación de la misma: a su juicio la regla no daba testimonio de lo impredecible de la naturaleza misma, sino del carácter cojo de la teoría cuántica. Heisenberg consideraba que cada uno de los dos aspectos de la representación cuántica (onda por un lado, partícula por el otro) además de incompatible con el otro era por sí mismo insuficiente para dar cuenta de la realidad física (1) . Einstein da un paso más: la insuficiencia reside en la teoría por entero y no en un aspecto parcial de la misma; algo en ella cojea. Asunto que se concretiza mayormente en otra discusión, de hecho estrechamente vinculada con la del peso que se da a la interpretación probabilística.
He venido sosteniendo en estas columnas que la convicción de que la naturaleza funciona en conformidad al principio de localidad no sólo constituye un pilar de la ciencia, sino que es también la base de nuestra relación con el entorno natural y hasta de los vínculos que, en su seno, mantenemos con nuestros congéneres: la naturaleza permite que dos entes con origen común, compartan rasgos aunque se hallen alejados, pero no posibilita que una acción local (es decir, no reductible a algún elemento causal en la común matriz) sobre uno de ellos... tenga efectos sobre el otro (2). Pues bien:
Es en Solvay dónde Einstein realiza el primer "experimento mental" (seguirán varios más) a fin de ilustrar la hipótesis de que si la mecánica cuántica fuera una teoría completa y perfectamente consistente habría que renunciar a sostener que la localidad es un principio rector de la naturaleza. ... cosa a la que no está dispuesto (3).
Desde Solvay Einstein intentará salir del apuro en varios trabajos (4) y asimismo en su correspondencia, introduciendo la hipótesis que la función de onda se vería complementada por otras variables desconocidas u ocultas, las cuales garantizarían las previsiones cuánticas sin tener que recurrir a causalidad no local. Pero, como aquí hemos visto, gran parte de la reflexión filosófica a la que ha dado lugar la mecánica cuántica es consecuencia del descubrimiento de que la hipótesis de estas variables desconocidas no es realmente fructífera, pues no permite salvar las previsiones cuánticas(5).
Al principio de localidad se hallan vinculados los principios ontológicos fundamentales de los que aquí he venido ocupándome, por eso cabe decir que la localidad no muere sola, aunque a veces se haya intentando que así sea. El auténtico embolado que para la física contemporánea y la filosofía en ella sustentada supone la localidad queda reflejado paradigmáticamente en la teoría de físico David Bohm, en la cual se cuestionan las bases que desde von Neumann, en 1955, han regido la interpretación estándar de la teoría cuántica no relativista, procediendo a una extraordinaria restauración de principios ...sin por ello conseguir recuperar la localidad(6).
Con independencia de las críticas hechas a la teoría de Bohm, entre otras la de introducir entidades cuya observación no está garantizada, el hecho de que no se consiga recuperar la localidad autoriza a preguntarse si lo que se rescata coincide efectivamente con lo que se había perdido, de ser cierto que los principios ontológicos clásicos no se hallan meramente yuxtapuestos, sino, de alguna manera, entrelazados, por lo cual el cuestionamiento total o parcial de uno de ellos afecta a todos los demás.
Tras ese coloquio de 2027 ha habido muchos otros en los que el problema ha retornado, alguno de ellos en el propio Solvay, sin ir más lejos en celebración del siglo en 2011, bajo el título "The theory of the quantum world". Han ocurrido cosas tan importantes como el experimento de Aspect mostrando efectivamente que los niveles de correlación previstas por la regla de Born se dan efectivamente y antes el teorema de Bell había ya demostrado que estos niveles trascienden los límites que permitiría una correlación sustentada en variables ocultas. Han surgido interpretaciones que intentan escapar a algunas de las consecuencias chocantes para la visión ortodoxa de la naturaleza, al precio a veces de violentar lo que solemos considerar el sentido común. Me he referido aquí a la teoría de los múltiples mundos y hubiera podido evocar varias otras. Pues bien, las discusiones que se mantienen en los diferentes foros siguen constituyendo un eco de las que enfrentaron en ese año de Solvay a Einstein y su amigo Niels Bohr que respondía con acuidad al experimento mental con el que Einstein mostraba su perplejidad ante el destino filosófico de la mecánica cuántica, de alguna manera su perplejidad ante el destino de su propia creatura.
(1) "The solution of the difficulty is that the two mental pictures which experiment lead us to form - the one of the particles, the other of the waves - are both incomplete and have only the validity of analogies which are accurate only in limiting cases. (Heisenberg, Quantum Theory, University of Chicago,1930)
(2) Para ilustrar la localidad sintetizaré en esta nota una columna anterior:
Por gemelos auténticos que dos hermanos J y L sean, si se encuentran en lugares alejados nadie espera que una acción física sobre J, tenga asimismo efectos inmediatos en L (las cosquillas en el uno no provocan la risa en el congénere, según el comentario socarrón de un cronista científico que aquí ya he evocado). Esto puede ser considerado como expresión del principio de la necesaria contigüidad o necesidad de pasar por las mediaciones para tener efecto en otro (empujar la mesa que empujará la silla contigua, cuya caída arrastrará a L). Cuando es considerado desde la perspectiva de L el principio posibilita un segundo enunciado: todo fenómeno físico que quepa observar en L es independiente de las observaciones que en paralelo puedan hacerse en J. Vinculado mayormente a la idea de localidad este segundo enunciado pone de relieve la independencia de quien se encuentra protegido por el hecho de tener un lugar propio
En términos ligeramente más técnicos. Sea un acontecimiento puntual o instantáneo A al que sigue tras un intervalo de tiempo T un segundo acontecimiento puntual, B que tiene lugar a una distancia D del primero.Sea I el intervalo de tiempo, que la luz tardaría en superar la distancia entre ambos acontecimientos. La relatividad restringida excluye que desde A hacia B algo pueda ser emitido a velocidad superior a la de la luz. En consecuencia, Si T es menor que I, es imposible que el acontecimiento A tenga una influencia en B.
Existe una versión restringida de este principio de contigüidad-localidad que dice así: aunque hubiera manera de ejercer una influencia en B desde A en las condiciones descritas, esta influencia no podría ser utilizada para enviar una señal. O dicho de otro modo: no podemos comunicar nada a velocidad superior a la velocidad de la luz. La terca constancia de esta versión restringida del principio tendrá enorme importancia a la hora de ponderar el grado de ruptura ontológica que suponen ciertos experimentos de la física contemporánea.
(3) El argumento es en esencia el siguiente: para hacer compatible las previsiones de la mecánica cuántica con el postulado de que una medición ha de dar como resultado un número real concreto y sólo uno, se hace imprescindible considerar que lo que ocurre en un lugar determinado x1 no tiene autonomía respecto a algo que ocurre fuera de su entorno local. En consecuencia un acontecimiento ejercería en un segundo acontecimiento una influencia que no cabría explicar por ninguna fuerza clásica O aun: el cumplimiento de las previsiones cuánticas exigiría (caso de que la mecánica cuántica fuera una teoría completa o suficiente en relación los fenómenos de los que trata) fallar al principio de localidad causal, luego a la localidad.
(4) Entre ellos el célebre EPR de 1935 iniciales de sus firmantes, Einstein Podolsky y Rosen.
(5) En el experimento mental de Einstein en Solvay se encierra potencialmente una segunda idea crítica que aparece con más claridad en trabajos ulteriores: la función de onda de la mecánica cuántica ni siquiera sería directo representante (de todas formas incompleto por exigir variables complementarias) de la realidad física sino tan sólo representante de nuestro conocimiento de la realidad física; tendría un estatuto meramente epistémico y no óntico. Al respecto, Harrigan, N, Spekkens R.W. "Einstein, incompletness, and the epistemic view of quantum states". Foundation. Phys 40 125-157 (2010).
(6) En la teoría de Bohm se logra que las partículas recuperen esa posición bien definida que les atribuía la física clásica, negando el carácter "completo" de la función de onda, la cual exige como complemento otras propiedades físicas. Se consigue recuperar un principio de discernimiento entre dos sistemas que comparten sin embargo la misma función de onda (son similares pero no idénticos, pues difieren en variables complementarias). Se consigue evitar la aparente aleatoriedad que supone el llamado colapso de la función de onda, haciendo que ésta evolucione siempre de manera determinista, en conformidad a la ecuación de Schrödinger. Se consigue, en fin, restaurar plenamente el determinismo haciendo que los elementos físicos complementarios también evolucionen de forma determinista...pero se acaba renunciando a salvar la localidad.
Originalmente, éste texto se iba a llamar "Métanse el estadio en el orto". Pero como ahora estamos en la presentación del libro "Una granada para River Plate", y esa expresión es muy argentina, y en esta historia los argentinos son los de River, las gallinas -más gallinas que nunca-, los mismo que compraron al árbitro Robas en el partido con la U el 96 y le habrían regalado una casa en Punta del Este para que no cobrara el penal más grande de la historia y, además, son los argentinos los que mandaron a la policía bonaerense a que le pegara, nos pegara, a los hinchas de la U, entonces, he preferido llamar este texto "Métanse el estadio en la raja", que si bien significa lo mismo, es más chileno.
Hace un par de días subí a Instagram una foto donde yo estaba con la camiseta de Universidad de Chile, la de TELMEX, jugando un partido de futbolito con chinos y japoneses y gringos, en el óvalo de la Universidad de Stanford. Fue un partido entre aficionados, en la previa a este viaje a Chile al lanzamiento del libro. Un amigo de Universidad Católica me dejó el siguiente comentario, debajo de la foto: "El nuevo estadio de la U?"
En un momento pensé responderle, métete el estadio en la raja. Pero, terminé escribiendo una respuesta distinta. "Ese drama pequeño burgués del estadio, amigo @alvaroperaltasainz, afecta al chuncho nuevo. Yo soy de la vieja escuela, como lo digo en Una granada para River Plate."
La respuesta, no me terminó por convencer, aunque se quedó pegada en la red. Desde entonces, hace un par de días, el tema me siguió dando vuelta ¿Desde cuándo a los hinchas de universidad de chile se nos molesta tan insistentemente con que no tenemos estadio propio? No es desde hace tanto tiempo, es algo nuevo y, seguramente, como pasa con todas las bromas pesadas, comenzó a crecer en la medida que algún hincha de la U eso le empezó a afectar, y se calentó con la broma, y se picó de no tener estadio, y de ahí las campañas por el estadio de la U y toda esa canción que se viene repitiendo hace tantos tiempos, tantos años, tantos proyectos de estadio, tanta de esa frustración que nos han inventado hasta que parezca real.
Si esa broma mala y torpe y superficial y arribista y capitalista y pequeño burguesa, de burlarse de alguien por no tener casa propia, ha crecido, se ha instalado, es por culpa de nosotros, amigos azules. De nosotros, que no hemos sido capaces de levantar la voz, fuerte y clara, clara y convencida, convencida y definitiva para decir: No queremos el puto estadio. No nos interesa tener un solo estadio.
Yo soy de la U, por eso no quiero el estadio.
El día que la U tenga su estadio propio, prometo no ir nunca a ver jugar el equipo. Nunca jamás.
El día que se lance una nueva campaña para juntar fondos para ese estadio (vengo de una familia donde alguna vez compró un disco pro fondos para un estadio que se llamaría "La caldera azul" y cuyos fierros seguirían tirados en una aduana del norte), prometo hacer una convocatoria inversa, con amigos que se sumen a la causa, para impedir a como de lugar hacer el estadio.
El estadio propio será el fin, amigos. Será la última palada de tierra. Que más falta para que se destruya completamente al equipo del ballet azul y de los 25 años sin campeonato ¿Un estadio? ¿Qué es eso de amargarse por no tener estadio?
El estadio propio, que nunca será propio, que será de Azul Azul o de alguna otra empresa concesionaria, y de nadie más, terminará quitándole el único espacio de libertad real, genuina, que va quedando de Universidad de Chile, de la U, de mi equipo, del equipo de mis amigos.
El estadio propio es una trampa, en la que nos han hecho caer, en la que nos quieren encasillar, con la que nos quieren hacer ver igual al resto, en la que dejaremos de ponerlos nerviosos. Se ponen nerviosos que seamos un equipo sin estadio. El estadio será la jaula final para domesticar al romántico viajero. Métanse el estadio en la raja.
Cuando me dijeron que si el óvalo de Stanford era el nuevo estadio de la U, quizás la respuesta más acertada, más sincera, más real, debió ser: Sí, obvio. Y el estadio ahora está en Palo Alto, cada vez que juego una pichanga con gente que no sabe ni qué es Colo Colo ni Católica ni que, esos dos instituciones, tienen más hinchas de sus estadios que de sus equipos. Y sí, el estadio estuvo en Buenos Aires, donde jugaba con la camiseta de la U en el Parque Centenario y me sentía local si pasaba un chileno que me saludaba o puteaba. Y el estadio de la U fue el de River Plate, con un gallinero mudo, cuando nos pegaron y llegamos con una granada de mano para matar gallinas. Y el estadio de la U fue el de Quilmes, cuando casi me linchan junto a mi hermano Rafael por celebrar el gol del Colocho Irutta, en medio de la platea de Quilmes. Y el estadio de la U fue el de Lanús, donde perdimos cuatro cero y en la previa hice un extraño intercambio de banderín y del libro "Niño futbolistas" con el presidente de Lanús en la mitad de cancha. Y el estadio de la U fue una playa de Barcelona y el campamento minero de El Salvador y fue el sur de Chile, cuando veía desde el tren del presidente Kennedy a niños con la camiseta de la U jugando en canchas de tierra. Y lo veo en Facebook, hinchas convierten en estadio de la U un estadio de béisbol a donde llegan con su hijo con la camiseta azul, o la embajada de Ecuador con el cónsul con la camiseta de Salas, o un bar de España, o una marcha de protesta en Antofagasta, o Valparaíso, o la Patagonia. Muchas veces he visto como toda la Patogonia se transforma en el estadio de Universidad de Chile.
Y el estadio de la U, esta noche, es la librería Lolita. Es esta librería, es aquí, es ahora, donde se está leyendo esto por el estadio que no tenemos, por el no-estadio, nuestro no-estadio, que nos une, que nos da un espíritu libre, que no tenemos dónde llegar, que no tenemos dónde dormir, que somos desarraigados. Y el no-estadio de la U es la vida de hotel. Es nuestro sello. Es nuestra alma. Es lo que nos marca algo que no podemos perder. Es eso que algunos con estadio propio llaman, Identidad.
No queremos estadio.
No necesitamos estadio.
No me enoja que jodan con el chiste del estadio.
Mírenlos. Están tan atrapados en sus estadios. Están tan encerrados y tan aislados en sus pequeños estadios. Se sienten tan protegidos del planeta en esos fortificados estadios. Le tienen tanto miedo a ser románticos viajeros que aman esas pesadas anclas que ellos llaman estadio propio. Por eso les molestamos. Por eso nos temen. Por eso quieren que seamos como ellos. Por eso no descansarán hasta empujarnos a esa desgracia, a esa chatura, a esa vida plana de tener como objetivo la casa propia de la cual no salir jamás.
La U ha tenido varios intentos del estadio propio. A la institución le han robado terrenos, se ha estafado al club por todos lados, se nos ha engañado. En el ultimo tiempo, además de los hincha de la heladera de San Carlos y los hinchas del Estadio de Pinochet, han sido los dirigentes de Azul Azul los que han vuelto con la canción del estadio. Generando, incubando, una ansiedad de retail por la casa propia. Aumentando esa falsa expectativa con la idea de ser ellos, ellos mismos, los que vengan a darnos una solución a este grave problema que ellos nos han convencido que tenemos. Quieren, hacernos un estadio que será de ellos, para convencernos que eso nos pondrá contentos a nosotros.
NO al estadio.
NO al estadio.
NO al estadio.
El 2014 se me acercó un alumno en la Universidad de Chile. Ya llevaba varios años haciendo clases en la Escuela de Periodismo de la Chile. Me dijo que se estaba formando un grupo de alumnos, de académicos, de funcionarios, que querían comenzar a pensar el futuro de la U, del equipo, de la institución, y me invitaba a participar. Al final, como pasa siempre, el proyecto no avanzó mucho y, hasta ahora, no tengo noticias de ellos. Pero me parece que es hora de hacer algo en serio. Desde hoy. Desde aquí. Desde este estadio, nuestro estadio.
La Universidad de Chile, de donde partió el equipo y a la que le han enajenado todo lo que han podido, hoy juega en el Estadio Nacional. Suena lógico, si tienen el mismo origen: el Estado. Por el Estadio Nacional y por la Universidad de Chile ha pasado la historia del país, las luces, las sombras, las buenas épocas y las horas oscuras. El Estadio Nacional es nuestra casa y, pese a que por muchos años fui un fanático del Santa Laura, me he terminado convenciendo que el Nacional, es un buen sitio para estar por mientras. Es, el mejor lugar para estar por mientras.
Para jugar, por mientras llega ese estadio que nunca llegará. Por mientras se construye ese estadio que nunca se construirá, que nunca dejaremos que se construya. Para estar por mientras nunca se levanta esa jaula que nunca nos cortará las alas, y que nunca nos va a encasillar.
Fuimos locales en el gallinero mas grande del mundo, hace 20 años. De eso trata "Una granada para River Plate". De transmitir este espíritu por el equipo. Y somos locales hoy. Seremos locales siempre que tengamos nuestro no-estadio. Cada partido, cada día, cada momento en que gocemos el orgullo de tener estadio.
Digámoslo fuerte.
Digámoslo con orgullo azul.
Digámoslo con la fuerza necesaria para que se entienda.
NO AL ESTADIO
NO AL ESTADIO
NO AL ESTADIO.
*Texto leído en el lanzamiento del libro "Una granada para River Plate", en la librería Lolita de Santiago de Chile. 19 de agosto de 2016
El hombre es el único ser del reino animal que ha abandonado su naturaleza... Decidió no oponerse a sus adversarios sino imitarlos... El depredado se convirtió en depredador, recurriendo al arma, al instrumento, a la prótesis. Se cumplieron dos pasos decisivos que la historia trataría de razonar: la mímesis y la técnica.
El hombre imitó a los animales cazadores, y le añadió a la caza herramientas: la esquirla de sílex, la flecha...
El desequilibrio producido por el primer paso: imitar, entre todos los seres, precisamente aquellos por los que el hombre era con frecuencia matado, es más radical respecto a cualquier otro paso posterior. El sacrificio fue una respuesta a ese trastorno, a esa enorme perturbación dentro de la especie: el intento de dar nuevo equilibrio a un orden que había sido para siempre lesionado y violado... En la cadena alimenticia ciertas especies deben matar a otras. El hombre no interrumpió esa cadena, la expandió.”
Hasta aquí una síntesis de lo que Calasso refiere sobre el sacrificio, se entiende que humano. Los primeros sacrificios fueron de seres humanos, que más tarde serían sustituidos por otros animales. Los animales herían de metáfora sustitutiva del primer sacrificado: el hombre. Según Calasso, el origen del sacrificio de seres humanos buscaría el equilibrio. Si hemos roto esa cadena en la cual éramos cazados, y ahora nos hemos convertido en cazadores, la forma de equilibrar la balanza es sacrificando períodicamente a seres humanos, repartiéndonos su carne, como lo hacen los depredadores, y como una ofrenda por haber violado la ley natural.
Me reservo mi opinión al respecto, si bien añado que con esta teoría del sacrificio no estarían de acuerdo ni Marcel Mauss, ni Bataille, ni Jünger, ni Canetti, ni Girard, pero eso da igual. Calasso tiene su propia seguridad, que está siempre bien meditada y fundamentada, y que no suele decepcionar. Los fragmentos entresacados de El ardor indican que nos hallamos ante un libro lleno de revelaciones, de intuiciones y de inteligencia sobre el pensamiento védico, que floreció en la India hace tres mis años, y que siempre me ha parecido mucho más interesante que las escuelas filosóficas que vinieron después, como por ejemplo el budismo. Se trata además de un libro tremendamente inspirador que recomiendo a los amantes de la materia y de las primeras eras de la cultura moral y filosófica. Merece de verdad la pena.
Libros como El Giro de Italia, escrito por Dino Buzzati, publicado por la propia Editorial Contra y comentado en esta misma sección (10/09/2014), suelen exaltar la figura del gran campeón que asombra con sus logros extraordinarios en los momentos más comprometidos por lo dramáticos y tan desesperados que rozan lo inhumano. Y es mejor aún si esos libros narran la historia del gran campeón que asciende los sucesivos puertos de montaña al límite de sus fuerzas viendo por el rabillo del ojo que, pedaleando junto a su codo, aguanta día tras día y sin esfuerzo aparente el joven león que aspira a reclamarle su derecho a la primacía en lo más alto de ese podio que es lo más parecido al último escalón para acceder al Olimpo.
Buzzati tuvo la suerte (y de paso la tuvimos sus lectores) de que Il Corriere de la Sera le mandase a cubrir aquél mítico Giro en el que Fausto Coppi, entonces un joven y presumido cachorro, se enfrentó al viejo y honrado Gino Bartali, el todavía invencible campeonísimo que al final acabaría doblando la rodilla en alguna rampa de los Dolomitas. Pura épica. Una imagen del héroe legendario que no hubiese desdeñado para sí ninguno de los atletas que participaban en los juegos panhelénicos.
La maldición, la culpa no redimible que priva al ciclismo de los rasgos épicos y deja a los ciclistas sin apenas derecho a la gloria se resume en una sola palabra: dopaje. Hasta el pueblerino peor informado y más ajeno a las prácticas inconfesables de muchos ciclistas sabe que la brillante serpiente multicolor que atraviesa en un visto y no visto las calles de su pueblo es realidad un puñado de drogadictos que si pedalean como desesperados y suben y bajan incansablemente las montañas que les salen al paso es porque van hasta las cejas de estimulantes más o menos sofisticados y que si al final de la etapa se paran es porque llegan a un lugar que dice Meta y del que no se puede pasar. Está por ver si la campaña de las ajutoridades deportivas y civiles por lavar la imagen del ciclismo logra su objetivo.
Desde que el nunca suficientemente maldecido Lance Armstrong confesó públicamente que se drogaba porque de haber corrido limpio no hubiese podido ganar siete veces seguidas el Tour de Francia abundan los libros escritos por arrepentidos que, una vez fuera del ciclismo, eso sí, se atreven a romper la ormetá que rige en el pelotón, hurgan en la herida y se complacen en contar qué pasaba en los autobuses y en los hoteles de los equipos y por qué dejaban a su espalda bolsas repletas de jeringuillas y envases sanguinolentos.
Puesto que Charly Wegelius, el autor de Gregario, se decidió a contar su vida como ciclista no tuvo más remedio que hablar a ratos de drogas porque obviar ese asunto sería como si un navegante solitario no mencionase una sola vez el mar. Al mismo tiempo, apenas recurre a la épica ni cuenta gestas logradas en circunstancias dramáticas. Nunca en su vida llegó a subir a un podio ni figuró entre los favoritos en ninguna de las carreras que disputó durante sus doce años como profesional. Era fuerte como un mulo y supo desde siempre que no tenía madera de líder, razón por la cual casi desde su época como corredor aficionado fue reclamado asiduamente por equipos como el Mapei o el Liquigás, formaciones que en aquel momento eran punteras porque, entre otras cosas, contaban con gregarios como Wegelius, capaces de ayudar al jefe de filas cuando éste más lo necesitaba pero que nunca osarían disputarles la supremacía o la gloria.
Ello hace de este relato un documento singular porque aporta una visión del ciclismo poco conocida pero que cualquier aficionado encontrará apasionante, por ejemplo cuando, siendo un debutante, cayó en la cuenta de que un pelotón es lo más parecido al patio de una prisión donde para sobrevivir debes saber de inmediato quién manda, cuáles son las reglas de juego reales o quién es un mal bicho del que más vale mantenerse alejado.
Quienes no son unos privilegiados ni se han visto agraciados por la benevolencia de los dioses, no sólo deben aprender el oficio desde abajo sino que habrán de resignarse a seguir aprendiéndolo durante toda su vida profesional. Primero deben conocerse a sí mismos, identificar sus virtudes y defectos pero sobre todo conocer sus límites y saber en qué momento deben hacerse a un lado y dejar que sean los demás quienes acompañen al jefe hacia la victoria. Otro aprendizaje indispensable es el del dolor: cuando disputas una contrarreloj por equipos y no quieres ser menos que tus compañeros, o cuando tiras del pelotón superando rampas endemoniadas sabes que el dolor de piernas llegará a ser insoportable, pero la superación del dolor, o incluso la convivencia con él, no es una obligación sino una moral de vida y quien no esté dispuesto a sufrir –y en el caso de Wegelius en beneficio de otro– no vale para el ciclismo y lo mejor para todos es que se dedique a seguir las carreras como comentarista de televisión. Finalmente, hay que dominar la técnica del oficio porque en el ciclismo como en todo, la evolución es una constante que muchas veces responde a las modas, y lo que hoy es cierto mañana puede ser una antigualla y estar al día requiere una constante atención.
Sin embargo, a falta de la vistosa y muy emocionante (pero tramposa) veta épica que surge del relato de gestas inolvidables, Gregario respira honestidad y, lo cual es mucho más importante tratándose de un libro, se deja leer con gusto y aprovechamiento porque, como digo, quizá porque la vida del gregario es más tranquila que la de un campeonísimo y dentro del pelotón hay más tiempo para fijarse en las cosas y reflexionar acerca de las mismas, Wegelius parece haber terminado siendo un buen observador no desprovisto de sentido del humor.Difícilmente llegará a ser un superventas pero él tampoco fue nunca un fuera de serie y eso no le impidió ser un buen ciclista.
Charly Wegelius
Traducción de Roberto Falcó Miramontes
Editorial Contra