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Solidaridad cotidiana

Me hallaba en un palacio veneciano; atardecía frente al canal, y esa luz suspendida y neblinosa, igual que una pintura, me invitaba a jugar con las gafas de sol. Hacía tiempo en un viejo banco de mármol, aguardando a la cena que inauguraba la exposición de Chanel y la literatura: La donna che legge, cuando una periodista que iba a retransmitir una crónica por la radio me pidió ayuda para descifrar algunas claves de la biografía de Cocó. Al cabo de una hora, y ya en el segundo piso, sentí una mano en mi espalda: era la periodista, que había estado buscándome entre los quinientos invitados para devolverme mis gafas de sol, que olvidé en el banco. La buena racha no acaba aquí: salí a pasear el domingo, y al regresar a casa divisé un objeto que me resultaba familiar: de una juntura en un muro de piedra prendía un pequeño pañuelo que había puesto en la mochila por si refrescaba, y que alguien con un gesto que se me antojó tan atento como tierno recogió del suelo y plantó en un lugar bien visible. Menuda fortuna, me dije, a lo que mis amigas budistas me respondieron que se trataba de una señal de protección, mientras que las freudianas sostuvieron que el acto fallido que se esconde tras toda pérdida –el apagón entre la mente y los objetos que te rodean– había sido subsanado por personas que viven conscientemente y con empatía, capaces de lograr que los objetos que pertenecen a tu microcosmos vuelvan a ti.
Aprecio en un sector de la sociedad –no el que se sitúa en el vértice del poder o de la indiferencia, y desatiende la huella humana– una mayor atención hacia el otro. El sociólogo y economista Jeremy Rifkin bautizó como “procomún colaborativo” un nuevo sistema que pretende crear una sociedad más sostenible des-de el punto de vista ecológico y humanista. Se trata de una mentalidad favorecida por la crisis y un uso novedoso y social de la red, que favorece el advenimiento de una sociedad más comunitaria y co-laborativa. De turnarse para llevar a compañeros de trabajo en coche a la oficina a albergar a viajeros dispuestos a dormir en sofás de acogida, de plantar tomates en el huerto urbano del barrio a los denominados bancos de tiempo, donde los miembros intercambian habilidades contabilizando las horas de servicio prestado y recibido. Actualmente operan más de quinientas plataformas de esta naturaleza –el modelo crece un 15% en todo el mundo y de manera muy sensible en Catalunya–. Se trata de una solidaridad cotidiana, de proximidad, sin espectáculo, ajena a lo mediático y sonoro pero capaz de dar nueva vida al término comunitario, y que por compartir también entiende crear conexiones y lograr el chispazo de esas pequeñas epifanías capaces de enderezar los días torcidos.
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5 de octubre de 2016
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Una lección de cine latinoamericano

Me ha tocado ser jurado del Festival Internacional de Cine de Biarritz, que llega a sus veinticinco años de existencia como la más importante de las convocatorias europeas dedicadas a mostrar películas latinoamericanas. Pero además de la delicia obligada de verme diez filmes día tras día, esta ha sido una semana inolvidable en muchos sentidos. El público desbordó  las salas de cine, donde también se han presentado cortometrajes y documentales, la primera de ellas la tradicional Gare du Midi, lo mismo que se volcó a las presentaciones literarias, los conciertos musicales, las mesas de libros en español y traducidos al francés. Latinoamérica reinando en las calles.

Lo primero que queda a la vista es que el cine latinoamericano vive en el siglo veintiuno una etapa de pleno desarrollo, como se prueba también en otros festivales de competencia mundial, Cannes o San Sebastián. Es un cine maduro, imaginativo, técnicamente impecable, que domina todos los recursos; y lo más notable viene a ser la juventud de los realizadores.

El premio "El abrazo", establecido para la mejor película, lo hemos concedido a La ciudad donde envejezco, el primer largometraje de la brasileña Marília Rocha, donde cuenta la historia de dos jóvenes amigas de infancia, que emigran una tras otra desde Portugal a Bello Horizonte. Es un relato de equilibrada delicadeza, que nos acerca a la soledad y el extrañamiento que trae consigo la emigración; un drama íntimo compartido por Francisca y Teresa, los dos personajes que se enfrentan a la trepidante vida urbana de una ciudad que no deja nunca de serles ajena.

Aquarius, del también brasileño Klever Mendoza, ganó el Premio del Jurado, y su protagonista principal, Sonia Braga, el de mejor actriz. Esta es una película que transforma un asunto público, cotidiano hoy en América Latina, el de la corrupción ligada al negocio inmobiliario, en una historia personal que a su vez se convierte en una obra de arte.  Clara, la heroína, lucha por no ser desalojada del apartamento familiar donde se ha quedado sola, ya viuda, resistiendo contra los trucos y embates sucios de los empresarios que son ya dueños del resto del edificio.

Sonia Braga, a sus más de sesenta años, nos seduce con su siempre vivo talento dramático, dueña a cada paso de la pantalla tal como la vimos hace tantos años en Doña Flor y sus maridos, o en El beso de la mujer araña, sacando provecho a su madurez y a su belleza que no da muestras de apagarse.

Y el premio al mejor actor fue otorgado al chileno Alejandro Sieveking, protagonista de la hermosa película argentina El invierno, dirigida por Emiliano Torres, premio de la crítica. Curtido en mil batallas en el teatro y en el cine, Sieveking es el viejo capataz en un lejano fundo de la Patagonia donde se crían y esquilan ovejas, despedido por razón de su vejez. Empezará entonces la lucha sorda entre él y su joven sucesor, en un escenario donde imperan es la soledad, el frío y la nieve, pero sobre todo la belleza imponente de la cordillera de Los Andes.      

Entre otras películas notables que vi en la muestra, hay que mencionar El Amparo, una producción de Colombia y Venezuela dirigida por Rober Calzadilla, que ganó el premio del público.  Cuenta la historia de un grupo de humildes pescadores de un pueblo fronterizo, asesinados por el ejército de Venezuela a finales de los años ochenta, acusados de pertenecer a la guerrilla colombiana. Los dos únicos sobrevivientes se enfrentan al poder que quiere silenciarlos. Este hecho, conocido como "la masacre de El Amparo", que llenó las páginas delos diarios y los telenoticieros, nunca fue resuelto y pasó al olvido.

Un arte duro. La película ganadora,  La ciudad donde envejezco, tuvo que detenerse en su etapa de post-producción por falta de financiamiento, y es por eso mismo que la persistencia de estos jóvenes realizadores es ejemplar.

Luchan por encontrar productores, apoyos estatales que son pobres o no existen, por convencer a las trasnacionales de distribución para poder llegar a las salas de cine, por tener cabida en la televisión abierta y por cable, y en Netflix y HBO. Por eso es que festivales como este de Biarritz son verdaderas ventanas al mundo, que les abren posibilidades.

Las más de veinte horas que me he pasado sentado en la butaca en la oscuridad, me han abierto también una ventana a este cine esplendente, que me recuerda que la invención vale la pena.

 

 

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5 de octubre de 2016
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Como si la película se hiciera delante de tus ojos

Clara Sanabras, la soprano que cantará la parte solista en Titanic y Las dos torres, dos de las tres películas que programa esta temporada la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Catalunya (OBC), tiene claras las razones del embrujo de una actividad creciente de las orquestas sinfónicas: proyectar películas tocando en vivo la banda sonora. “Ver a los músicos moviendo los arcos de sus violines con furia mientras se desarrolla la lucha en la pantalla es como sentir que la película se está haciendo delante de tus ojos”.

Para Sanabras, que se ha especializado en cantar acompañando películas en Lyon, Sydney o Londres, “la platea se llena de jóvenes, de gente que nunca ha visto una orquesta sinfónica y queda maravillada. La banda sonora es responsable de la magia de un film. La solemos escuchar de forma subliminal, pero si la quitas, la película  se queda literalmente muda”.

Por eso Valentí Oviedo, gerente del Auditori, creó OBCinema, que inició el año pasado con tres éxitos de Hollywood: la primera parte de El Señor de los Anillos (La comunidad del Anillo), Piratas del Caribe y Gladiator. Las tres en versión original con subtítulos en catalán. “Vinieron más de 3.000 espectadores nuevos, y entre un 10 y un 15 por ciento no habían venido antes a conciertos de sinfónicos y repitieron con la orquesta”, explica Oviedo.

Al gerente le surgió la idea cuando vio el Londres a la 21st. Century Orchestra de Zurich tocando mientras se proyectaba Gladiator. “Allá lo hacen en grandes pabellones, como el estadio O2. Acá sería en el Palau Sant Jordi, pero con tanta capacidad el riesgo sería alto y el beneficio poco”. Hacerlo en el Auditori implica que al no tener que alquilar un espacio, la ganancia no es tan vital. “Nuestro objetivo es que venga gente nueva y escuche a la orquesta en su entorno natural”.

El éxito fue rotundo: hicieron dos funciones de cada película, siempre con la sala llena. Este año, habrá tres funciones tanto de Titanic como de Las dos torres. Y vendrá Alexander Desplat, el compositor de Godzila, El gran hotel Budapest y la nueva trilogía de La guerra de las Galaxias, a dirigir fragmentos de sus partituras.

Como esto de las películas con música en vivo ya se ha convertido en una tradición, las productoras sincronizan versiones para hacer en este formato. Por ejemplo, en ocasiones bajan la voz de los personajes respecto de las versiones hechas en cines, para que se escuche más a la orquesta. Y en las versiones en vivo, al final de los créditos no se pierde la melodía en un murmullo que se dispersa y acompaña la salida de los espectadores de la sala, sino que termina con “un subidón final, un chim-pum”, como explica el gerente, marcando el compás con la mano.

“La intensidad es brutal, no tiene nada que ver con ver la película con música grabada. La música nos acaba emocionando. A veces me dicen algunos espectadores que en momentos grandiosos las imágenes importan menos y su vista se va al director y la orquesta,” cuenta Oviedo.   

Por la muerte de James Horner el año pasado, Titanic será un homenaje. Y el gerente piensa traer en años futuros dos de los clásicos de este compositor tempranamente fallecido: Braveheart y Leyendas de pasión. ¿Otros posibles planes? “ET, Jurassic Park, El Padrino, Harry Potter”, enumera.

Pero la modernización y popularización de repertorio de la vieja orquesta sinfónica no se termina con los autores actuales (este año el ciclo de temporada de la OBC incluye a ocho autores contemporáneos vivos) ni con el cine. Probablemente la partitura que graban este año que escuche más gente será la música de un videojuego: La banda sonora del especialista Oscar Araujo, profesor del ESMUC, para Age of Alchemy. ¡Eso sí que es atraer nuevos públicos!

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4 de octubre de 2016
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Suicidas y longevas

Dos poetas de poco más de cuarenta años han compilado una antología monumental (casi mil páginas) con el título de ‘Poesía soy yo. Poetas en español del siglo XX'. Ambas, Raquel Lanseros (Jerez, 1973) y Ana Merino (Madrid, 1971), no forman parte del elenco de escritoras representadas, ya que su voluntad fue incluir a las nacidas desde 1886, caso de la modernista uruguaya Delmira Agustini, hasta 1960, cuando Blanca Andreu era un bebé de pocos meses y en Costa Rica venía al mundo la muy interesante Ana Istarú, que se dio a conocer en la adolescencia y cierra con altura el volumen, recientemente publicado por Visor.

    Las antologías tienen siempre algo de bazar. Hay en ellas confecciones para todos los gustos, y el muestrario expuesto es forzosamente limitado, por lo que al curioso que lo calibra siempre puede quedarle la duda de que esa misma firma haya hecho productos mejores. Conviene decir sin embargo que la recopilación de Merino y Lanseros presenta artífices de gran calidad, desde las más canónicas como Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Idea Vilariño, María Victoria Atencia o Clara Janés, hasta las menos conocidas pero imprescindibles Josefina de la Torre, Amanda Berenguer, Blanca Varela o Marosa di Giorgio, poeta excéntrica de rica imaginería surreal. Llama la atención, como dato anecdótico, el censo de las que murieron trágicamente, electrocutada la mexicana Rosario Castellanos, asesinada Agustini, suicidas Storni, Violeta Parra, Alejandra Pizarnik o María Mercedes Carranza, en contraste con las numerosas poetas de activa longevidad casi centenaria, como Ernestina de Champourcín, Concha Méndez, Carmen Conde, Dulce María Loynaz, Elena Martín Vivaldi, Fina García Marruz, Julia Uceda o la inolvidable Rosa Chacel, de quien se incluyen un hermoso soneto y una carta en verso a Norah Borges. Siendo la selección de las antólogas tan amplia, me llamó la atención la ausencia de la estupenda aunque semi-secreta María Vela Zanetti, y de las argentinas Emma de Cartosio y Basilia Papastamatíu, que viajaron con frecuencia a España y aquí mantuvieron contactos muy señalados con escritores de la generación del 50 y los Novísimos.

     En el bazar de ‘Poesía soy yo' tengo, como cualquier paseante interesado, mis predilecciones. El encanto de las primeras prosas poéticas de Ana María Moix sigue vigente, el irracionalismo temprano de Blanca Andreu deja paso (por ejemplo en un poema más reciente, ‘A un ciprés de la Acrópolis') a la voz grave y rememorativa, y es un placer incomparable releer a una de las más originales poetas españolas del siglo, Gloria Fuertes, cuyo humorismo payaso en la ‘tele' dio de ella una imagen distorsionada que para muchos (aunque no para su gran ‘fan' Jaime Gil de Biedma) resultó descalificadora. Termino mi deambular poético por este bien concebido libro con la elocuente pieza breve de la peruana Blanca Varela, titulada ‘Strip Tease': "quítate el sombrero / si lo tienes / quítate el pelo / que te abandona / quítate la piel / las tripas los ojos / y ponte un alma / si la encuentras".

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4 de octubre de 2016
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Días ligeros

Una niña de dos años es atropellada por un tren. Después de declarar el maquinista, el tren siguió su trayecto”. Así rezaba la noticia de un periódico digital, uno de los que te topas de madrugada en rincones de un rulo de información deglutida en píldoras escasas. No hay tiempo para pensar, se cliquea de forma mecánica, incluso hipnótica; sales de leer los restos de un asunto para ingresar en otro, algo parecido a las camas calientes que van alquilando a lo largo de las veinticuatro horas quienes sólo pueden pagar por un cuarto compartido. Pero esta vez no puedo sacudirme alegremente las sobras. El cuerpo de una niña de dos años, su pelo suave, la barbilla brillante, es arrollado por la máquina, sin embargo ni la vida ni el tren detienen su trayecto. La compasión no dura más de un instante para salvar el ánimo, aunque es probable que los viajeros más sentimentales de aquel convoy sintieran el horror, además de esa sensación que repiten los protagonistas de la soberbia obra de teatro Incendios, dirigida por Mario Gas: “La infancia es un cuchillo clavado en la garganta”.
Vivimos tiempos confusos, fragmentados, pero a la vez tremendamente ligeros. En su último ensayo, De la ligereza (Anagrama), Gilles Lipovetsky reflexiona sobre el hecho diferencial de que “el ciudadano hipermoderno ya no siente la ambición de cambiar el mundo”. Ante todo quiere respirar, sentirse más ligero. Si leen, buscan libros breves para viajar y periódicos que no resulten fatigosos, información sinóptica; series que entren como una bala, menos comprometedoras que las más de dos horas de un Scorsese, Fincher o Nolan. Nuestros archivos han escapado al peso de la materia y están en la nube, la nanotecnología deslumbra con su nueva magia y en nuestro universo cotidiano habitan palabras como despresurización y turismo espacial. Nuevos ícaros, pero sin aparente Sol que nos derribe.
Dice Lipovetsky que antes la ligereza consistía en un ideal de estilo o en un vicio moral, mientras hoy es una dinámica global, un paradigma transversal cargado de valor tecnológico, económico y existencial. La sexualidad libertina parece legitimada, pero la vida sexual de las parejas comporta la rutina de siempre. Nunca se había glorificado tanto la delgadez, pero tampoco nunca había habido tantos obesos: uno de cada tres en EE.UU. La ingravidez, la sensación de una vida que no pese, choca contra la superabundancia que a partir del marketing de lo barato invita a acumular. Y creemos que lo ligero es cool, mientras que la pesadez resulta un anacronismo del siglo XIX. Pero en verdad “la ligereza es escasa en nosotros y se pierde sin que podamos hacer gran cosa”, afirma Lipovetsky. Incluso la frivolidad y el desenfado, tan de estos días, son pura ilusión. Cuando salimos de internet, tanto de su anonimato como de la búsqueda compulsiva, regresamos a una realidad donde lo ligero se eclipsa, y los trenes, contigo o sin ti, continúan su trayecto.
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3 de octubre de 2016
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El anillo de Frodo

El voto de confianza obtenido el jueves por Puigdemont es varias cosas a la vez. Ante todo, es la culminación de la investidura del actual presidente, improvisada en el límite de la convocatoria de nuevas elecciones el pasado 10 de enero ante el veto de la CUP a una continuación de Artur Mas. Nueve meses después aquella decapitación, a mitad de camino de los 18 meses de plazo para culminar el proceso, el ex alcalde Girona ha hecho su auténtico discurso de investidura y ha revalidado, tal como se había propuesto, su presidencia.

La decisión de someterse a una votación de confianza a plazo, ante la negativa de la CUP a validar los presupuestos, era el reconocimiento implícito de que se trataba de un presidente a prueba. Ahora ya no lo es. Ha salido aprobado, con lo que así se cierra también, y definitivamente, cualquier posibilidad de resurrección presidencial de Artur Mas. Si hay que disolver el Parlament en los próximos meses porque la relación con la CUP sufre un nuevo percance, o dentro de un año como está previsto, a nadie le pasará por la cabeza recuperar la figura del presidente que fue el líder imprescindible y el mayor activo del Procés.

La confianza obtenida por Puigdemont es también el regreso a la casilla de salida: hay que repetir de nuevo todo lo que se ha hecho hasta ahora. Primero habrá que intentar otra vez el referéndum legal, a continuación habrá que intentar el unilateral, bautizado ahora de vinculante para evitar que aparezca como ilegal, repitiendo por tanto el camino que ya recorrió Artur Mas. Y si no sale nada de esto habrá que volver a disolver y a elecciones, como hizo Mas, aunque esta vez quizás se enmascararán de constituyentes así como las anteriores se maquillaron de plebiscitarias, siendo siempre y en todos los casos meramente autonómicas.

Pero esto no es exactamente una repetición sino una enmienda: esta vez hay que hacerlo bien. Se entiende que a Artur Mas le suba la mosca a la oreja porque Puigdemont le está diciendo que lo hizo mal e incluso muy mal: su referéndum debe convocar a los partidarios del no, la pregunta debe ser sencilla y sin dobleces y sus efectos deben ser vinculantes, es decir, que debe producir como resultado la independencia efectiva si sale que sí, para lo cual habrá que estar preparado a todos los efectos, incluido el reconocimiento internacional.

Hay muchas dudas de que se pueda hacer bien alguna vez lo que solo puede salir si se hace mal. Pero este es el reto que se ha impuesto Puigdemont a sí mismo, remachado por su empeño en demostrar que hay una legalidad catalana que puede nacer por generación espontánea de la legalidad española en la que puede caber lo que no cabe en la legalidad matriz. Las leyes de desconexión que se propone el bloque independentista son la improvisación de una reforma de la Constitución española desde el parlamento catalán, con la que se modifica no tan solo el estatus de Cataluña sino el de España entera sin participación alguna de las instituciones y de los ciudadanos españoles. A saber quién podrá admitirlo y reconocerlo, dentro y fuera.

La nueva hoja de ruta cuenta con una base política de geometría nueva y claramente escorada hacia la izquierda. En la de Artur Mas su Convergencia todavía caminaba de la mano de Unió, esta última siempre un paso atrás en la marcha de la pareja, partidaria del pacto fiscal ante el derecho a decidir y del derecho a decidir ante la independencia. Se mantenía también una cierta relación dinámica con el PSC, a partir de su intento de evitar que el derecho a decidir fuera simplemente un eufemismo para el derecho de autodeterminación y comprendiera todavía la consulta sobre una reforma constitucional o estatutaria.

En el actual trayecto, la CUP es la que completa la base parlamentaria insuficiente de Junts pel Sí. Sin ella no hay confianza ni presupuestos, el instrumento imprescindible para dotar de contenido social al proyecto nacional. Y la zona de apertura la proporciona Catalunya Si Que Espot, partidaria del derecho a decidir, que ya ha adelantado una fórmula perturbadora para el referéndum, pero interesante para ampliar su base, consistente en preguntar por la República Catalana en vez del Estado independiente. Nótese que una tal formulación da amplios márgenes a la ambigüedad ?al igual que el Estado propio los daba en 2012 cuando todo empezó? en lo que se refiere a la relación con España: la república puede ser confederada, federada o independiente. No da márgenes en cambio en cuanto a la jefatura del Estado: nadie entendería que una república catalana formara parte de la monarquía española. Y con ello hace un guiño al republicanismo de todas las Españas: se puede mantener la dichosa unidad si desaparece la monarquía.

Esa confianza obtenida por Puigdemont el jueves parece poca cosa, pero ya se ha visto que dentro de este tipo de envoltorios tan pequeños cabe mucha sustancia. Desde el punto de vista temporal da para un año entero, que en política es una era geológica. Durante este tiempo, Puigdemont tendrá en su mano el bien más preciado y poderoso que puede tener un gobernante, un objeto metálico pequeño y frío que cierra y abre puertas y concretamente las de la disolución del parlamento. En un año, el próximo apalabrado, se definirá, además, la nueva geometría del poder en España y sabremos todos con qué fuerza entra cada una de las propuestas vigentes ?estatus quo, tercera vía federalista o independencia? en el debate que sin duda irrumpirá finalmente en el parlamento español después de cuatro años circunscrito a las instituciones y a la calle catalanas.

Como Frodo, el protagonista del Señor de los Anillos, Puigdemont tiene ahora en sus manos un objeto que confiere poderes extraordinarios y le permite amenazar a la CUP con una indeseada disolución en la que esta formación dejaría muchas plumas o, al contrario, provocarla directamente con la presentación de unos presupuestos infumables en caso de que sea tan negro el horizonte del proceso como para trasladar el fracaso seguro a una nueva decisión de los electores, e intentar con ello recuperar al menos parte de la fortuna perdida. No está mal para un presidente improvisado a última hora antes de ir a una repetición de las elecciones catalanas.

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3 de octubre de 2016
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A los escépticos

 

 

Habitante del matorral mediterráneo y, en general, de zonas meridionales secas y calurosas, la curruca cabecinegra –Sylvia melanocephala- se ha establecido en puntos de la Canal de Berdún (término de Jaca, Huesca) en los que nunca había sido citada. Concretamente en laderas de monte bajo de la margen derecha del río Aragón entre las desembocaduras del Estarrún y el Lubierre, en la finca de Hortilluelo, pedanía de Ascara. En cuatro o cinco años esta especie termófila ha colonizado un ecosistema considerado no apto para ella. Si nos atenemos a la media de temperatura e innivación de los últimos cincuenta años nada haría sospechar que fuera posible la presencia del pájaro. ¿Qué está pasando? 

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2 de octubre de 2016
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Guerra fría en el islam

No pueden evitarlo. Se buscan y se pelean allí donde se encuentran. Sea en una reunión de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en Argel esta semana, donde se han discutido por las cuotas de producción, sea en Nueva York, en la Asamblea de Naciones Unidas la semana anterior, donde se acusaron mutuamente de complicidad con los terroristas. Son países muy próximos, de religión musulmana, vecinos separados por las aguas poco profundas y altamente salinas del golfo Pérsico o Arábigo, donde hay mucho petróleo y muy poca libertad, bajo regímenes teocráticos que aplican la sharía con matices de crueldad apenas distinguibles.

No hay un caso como el de Irán y Arabia Saudí en todo el mundo. Hay muchos ejemplos de países enfrentados permanentemente en pequeñas guerras frías regionales que a veces se calientan. La inquina entre India y Pakistán, con el territorio de Cachemira en disputa, enervada ahora por un ataque terrorista contra un puesto fronterizo del ejército indio, viene de la partición e independencia de ambos países en 1947. Las dos Coreas rivales constituyen un solo país dividido por una de las guerras más calientes que inauguraron la guerra fría, prolongada hoy todavía por la creciente amenaza nuclear exhibida por el norte. La tensión bélica de baja intensidad entre Ucrania y Rusia es fruto de la pugna de un país por la emancipación del imperio al que siempre había pertenecido.

En el caso de estos dos grandes países de población musulmana y de regímenes teocráticos de Oriente Próximo, en cambio, se trata de una tensión que es a la vez contemporánea y ancestral, puesto que es una pugna por la hegemonía regional como no hay otra en el mapamundi actual, pero busca sus raíces legendarias en las guerras dinásticas por la sucesión de Mahoma de la que surgieron las ramas divididas del islam. Su origen más inmediato es el vacío geopolítico generado por la errónea estrategia de Estados Unidos hacia la región, con la destrucción de Irak y sobre todo de sus fuerzas armadas tras la guerra de 2003, de un lado, y la ausencia de una estrategia adecuada ante las revueltas árabes de 2011, del otro.

Si hubiera que buscar una analogía histórica para esos dos países, servirían Francia y Alemania durante el siglo XIX y parte del XX, una larga etapa en la que pugnaban por la hegemonía europea hasta llegar a la guerra en tres ocasiones, dos de ellas arrastrando al resto de Europa e incluso del mundo. Mientras ambos vecinos anduvieron a la greña, el entero continente se mantuvo dividido y sujeto a la inestabilidad, que solo terminó con la reconciliación y la alianza en el marco de las instituciones europeas.

Las más reciente de las manifestaciones de la acritud instalada entre iraníes y saudíes la ha proporcionado este mes de septiembre el Hajj o peregrinación anual de los musulmanes a La Meca, a la que por primera vez en tres décadas no han podido acudir los chiitas iraníes. Para la monarquía saudí --que organiza la multitudinaria peregrinación, negocia las cuotas de peregrinos y concede los visados-- el Hajj es una palanca en sus relaciones internacionales y una fuente de legitimidad. Los ayatolas iraníes, en cambio, contestan el derecho de la familia real saudí a constituirse en guardiana de los santos lugares, como hizo el fundador Abdulaziz Ibn Saud cuando creó el país que lleva su nombre en 1928, y reivindican una autoridad religiosa internacional que se haga cargo de los santuarios de todos los musulmanes. Sus argumentos se ven reforzados cada vez que se produce una catástrofe durante la peregrinación, como sucedió hace un año, en el anterior Hajj, cuando perecieron más de dos mil peregrinos en una avalancha, de los cuales 464 eran iraníes.

Irán y Arabia Saudí no tienen ahora relaciones diplomáticas, rotas desde el pasado mes de enero, tras el asalto de la embajada saudí en Teherán por manifestantes que protestaban por la ejecución del clérigo chiita saudí Nimr al Nimr. Ambos países libran una salvaje guerra por procuración en Siria, donde se enfrentan tropas sufragadas por los saudíes con milicias chiitas comandadas por militares iraníes, las primeras para derrocar al régimen de Bachar el Asad y las segundas para defenderlo, cada una de las partes, a su vez, con el apoyo más o menos explícito de Rusia a favor del régimen o de Estados Unidos en contra. Las armas, el dinero e incluso las tropas saudíes e iraníes también pueden encontrarse frente a frente en las respectivas guerras civiles de Irak y Yemen, en lo más semejante a una guerra religiosa internacional que se haya visto en los últimos siglos.

También hay guerras geoeconómicas en la producción de energía, un mercado en el que ambos países se hallan enfrentados por intereses contrapuestos. Teherán necesita aumentar la producción hasta recuperar el nivel previo a las sanciones internacionales, pero Riad quiere reducirla para evitar que los precios sigan cayendo. Los saudíes han jugado con los precios del petróleo a la baja para expulsar de la rentabilidad la extracción no convencional, en aguas profundas o mediante fracking o fracturación hidraúlica del subsuelo; pero actualmente se enfrentan a una crisis fiscal, con un déficit del 13 por ciento, que les está obligando a cortar el gasto público ?han recortado los salarios de los ministros en un 20 por ciento-- y a aumentar los ingresos.

Irán y Arabia Saudí compiten por la hegemonía en la región en un momento crucial en que Europa ha desaparecido, Rusia regresa con fuerza y Estados Unidos adopta una posición de repliegue y de cautela. Centenares de miles de víctimas civiles y millones de refugiados pagan duramente la factura de estos movimientos geopolíticos y bélicos que están destruyendo un país entero como es Siria, donde las treguas no duran y la paz es altamente improbable. Aunque la derrota del califato terrorista parece inminente, difícilmente se traducirá en lo inmediato en forma de paz y estabilidad para Siria. Planteará, por supuesto, un problema de seguridad para todo el mundo, sobre todo con el regreso de los yihadistas ex combatientes, pero despejará el paisaje de la región y se verá entonces que tras la humareda se escondía esencialmente la guerra entre la monarquía saudí y los clérigos chiitas de Irán, en cuyas manos están las llaves del conflicto sirio.

Si alguna vez regresa la estabilidad a la región será porque Riad y Teherán habrán dejado de pelearse y emprendido el camino en dirección contraria, como Francia y Alemania a partir de 1945, algo muy improbable tratándose de regímenes despóticos que se escudan en el rigor de la religión para reprimir cualquier atisbo de apertura.

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2 de octubre de 2016
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De la ‘maison’ al club

El juego de “busque las siete diferencias entre Madrid y Barcelona” empieza con un clásico: en la capital de España se arreglan más. Los catalanes le ponen sorna al asunto, como si los madriles de postín fueran más endomingados y horteras. Sin embargo, el estilo capitalino ha perdido fuelle en la última década, descompuesto por las licencias que han convertido la Gran Vía en un escaparate globalizado: las mismas camisetas de Zara y jerséis de Primark, y entre compra y compra un café de Starbucks. La uniformización es una de las an­títesis del lujo. Su esencia es la ­vocación de exclusividad, pese a lo cual sigue disfrutando de una ­gozosa salud (en España el sector ha crecido un 40% desde el fatí­dico 2008). Bien lo sabe el Madrid de las capas Seseña, los sastres Langa o las joyerías cortesanas tipo Yanes, que fueron durante años símbolos de clase cuando aún no habían aterrizado en La milla de oro los gurús de los modernos oropeles.
Recién inaugurados los alegres 90 desembarcaron Hermès y posteriormente Chanel en la calle de José Ortega y Gasset. El pensador, para quien el buen gusto “es la norma que nos obliga a negar nuestro sincero gusto y sustituirlo por otro que no es el nuestro, pero que es el bueno”, da nombre al bulevar que concentra las denominadas tiendas buque insignia de las marcas más cotizadas del mundo. Dos de ellas han mostrado su pata noble y enjoyada este mes. Chanel, que ha desplazado su universo hasta la calle Velázquez, demostrando que la tendencia pop-up ha derivado en la de maisons efímeras. Acaban de customizar una vivienda que durante dos meses acogerá a amigos de la casa, para la que incluso distribuyen una llave personal, igual que las de un hotel. Chanel dirige su último ­lanzamiento, Chanel N.º 5 L’eau (obra de Olivier Polge, hijo del mítico nariz de la casa Jacques Polge), a los millennials, y por ello ha decorado su nuevo espacio con graffitis del estilo: “Lo juro sobre mi Chanel”. Sobre un juego de contrarios: rebelde/inocente, vulnerable/invencible, calma/caos, se estampa su nueva Egeria, imagen del perfume e hija de Vanessa Paradis y Johnny Depp. Su nombre, Lily-Rose, se adapta perfec­tamente a la composición del perfume.
Cristine Nagel, hoy perfumista estrella de Hermès, lo tuvo realmente difícil al empezar. Tanto que le recomendaron con insistencia que lo dejara: “No eres hija de ningún perfumista reconocido, ni siquiera de la villa de Grasse, y encima eres mujer… no pierdas el tiempo estudiando Químicas”. Autora de varios perfumes con leyenda, acaba de firmar Galop. Y lejos de una presentación comercial a bombo y platillo, pidió en Madrid un encuentro en petit comité con un grupo de mujeres. Eligieron el Club Allard, donde María Marte, la única mujer que suma dos estrellas Michelin en la ciudad, y que empezó, allá por 2000, como friegaplatos. Marte y Nagel identificaron sus sueños. Marte siempre estuvo más cerca de la calma dominicana que del caos. Emigrante, mulata y mujer, también lo tenía todo en contra, incluso el nombre, pero solo una marciana podía idear un chupito de pez mantequilla y espárrago blanco o un cupcake de trufa y huevo. “Nunca hay que dejar de soñar –repite la chef–, cuando consigues un sueño, tienes que ir a por otro”. Para la cena, dedicó a los comensales unos pétalos de la rosa que se despegaban de un perfume que pretende imitar al cuero. A Nagel, Hermès no le había pedido ningún nuevo perfume, pero un día visitó la cave à cuir de la maison, una especie de cueva de Ali Babá donde se hermanan las pieles más exquisitas, un lugar secreto y silencioso, y quedó prendada de una variedad extremadamente dulce llamada doublis. En los años 30 Hermès confeccionaba trajes de piel para Marlene Dietrich, quien, en un viaje transatlántico, lloró amargamente durante media travesía por la pérdida de un vestido de noche en doublis. La perfumista Nagel se ha inspirado en esta piel y en la rosa; me cuenta que quería lograr un perfume que oliese a “fuerza interior”. El nuevo lujo galopa al viento, fabulador.
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1 de octubre de 2016
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Como si nunca las hubiéramos llorado

Suena a magia, pero es ciencia: ya se puede “deshervir” un huevo: la clara, de blanca y sólida, puede volver a ser líquida, viscosa, traslúcida. Como si no hubiera sido hervido.

¿Se acuerdan de la hazaña de Colón, de poner un huevo de pie? ¿Recuerdan el debate eterno de si primero fue el huevo o la gallina? Todo eso quedó en los empolvados anaqueles de la historia. La ciencia, el proveedor de maravillas de este siglo, logró superar a Colón y a los debates sobre el origen: científicos de la Universidad de California Irvine lograron que un huevo cocido vuelva atrás a su estado de crudo.

En la revista científica “ChemBioChem”, el doctor Gregory Weiss y su equipo publicaron el descubrimiento, que según la web de la universidad será útil para reducir los costos del tratamiento del cáncer, en la producción de comida y en el tratamiento de residuos. Muchos procesos químicos que llevaban semanas ahora se podrán producir en minutos. El Dr. Weiss calcula que el ahorro será de unos 160.000 millones de dólares.  

La periodista científica Alison Bruzek, de la radio pública estadounidense NPR, lo explica con claridad y sentido del humor, (llama a Weiss y su equipo ‘eggsperts’). “Cuando un huevo se hierve, las proteínas que se encuentran armadas como un complejo origami en precisas piecitas de 3D se empiezan a desarmar. ‘Se pegan unas a otras y se enredan como una línea de pescar hecha un nudo’, dice el Dr. Weiss. Cuando se centrifuga la clara alta velocidad, con una encima del huevo llamado lisozima y agregándole urea, el equipo de la Universidad de California descubrió que las proteínas volvían a su forma original”. 

 

En el artículo de Bruzek se desliza, al pasar, que la encima lisozima está también presente en las lágrimas. Este detalle me conmovió. ¿Será la ciencia también capaz de producir una máquina, una técnica que no solo enjugue las lágrimas sino que las vuelva a su origen, como si nunca hubieran salido del lagrimal? ¿Se puede volver atrás, como si el llanto no hubiera ocurrido? ¿Y más atrás, para borrar retroactivamente aquello que nos hizo llorar?

 

De ‘deshervir’ el huevo a ‘desllorar’ las lágrimas, ese puede ser el maravilloso y aterrador invento del siglo. Tal vez el día que a la industria farmacéutica, y la agroalimentaria, y la biomédica le resulten miles de millones de dólares de ganancia, aboliremos las lágrimas.

 

Pero me temo que eso nunca sucederá. Habrá que seguir enjugándoselas con la manga sucia de la camisa, y seguir adelante, como antes, como siempre. 

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29 de septiembre de 2016
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El Boomeran(g)
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