

Pese a que, cronológicamente, Cada día es del ladrón fue la primera aparición pública de Teju Cole, tanto en España como en Estados Unidos esta narración breve se ha publicado después de Ciudad abierta, una novela que en realidad fue escrita cinco años más tarde. Lo que ocurre es que Cada día es del ladrón salió al público en 2007 en una editorial nigeriana llamada Cassava Republic y pasó totalmente desapercibida salvo para unos pocos críticos que además de hablar maravillas de ella pronosticaron que ese desconocido principiante no tardaría en escribir una gran novela. Y, en efecto, en 2012 Random House publicó en Estados Unidos Open City (Ciudad abierta), que no tardó en recibir toda clase de elogios y premios nacionales e internacionales, aparte de ser traducida a media docena de idiomas (uno de ellos el castellano, en el mismo 2012 y a cargo de Marcelo Cohen por cuenta de Acantilado).
Ocurre sin embargo que, en el sutil y muy calculado proyecto literario que Teju Cole parece haber concebido, y que se basa en la milimétrica y muy pensada construcción del personaje narrador, el orden de lectura de sus novelas es muy importante. [Quien desee informarse bien acerca de la importancia capital que tiene el orden en que se presentan ante el lector los sucesos que conforman la biografía de un personaje de ficción tiene a su disposición el inigualado ensayo de Rafael Sánchez Ferlosio titulado Las semanas del jardín recientemente reimpreso por Randon Housse dentro de las Obras Completas editadas por Ignacio Echavarría]. En las dos novelas publicadas hasta ahora por Teju Cole, el narrador es Julius, un joven médico de nacionalidad norteamericana y origen nigeriano que pasó su infancia y toda su etapa escolar en Nigeria para después viajar a Estados Unidos con el objetivo de estudiar medicina. En Cada día es del ladrón, Julius pide unos días libres en el hospital de Nueva York donde trabaja para viajar a Nigeria.
El problema es que en cierto modo quienes ya hayan leído Ciudad abierta estarán jugando con ventaja frente al lector inocente que abre el presente relato y se limita a acompañar a Julius al consulado de Nigeria en Nueva York para sacar el visado que le permitirá entrar en el país africano de sus antepasados. Allí asistirá a la primera toma de contacto del joven norteamericano-nigeriano con una lacra que le habrá de perseguir (y lo que es peor, determinar) durante todo su viaje: la corrupción, entendida ésta como medio de vida a escasla nacional.
En un primer momento podría interpretarse que en Cada día es del ladrón se cuenta el choque brutal de la sensibilidad de un “negro civilizado” contra la realidad de una nación que llegó a poseer una cultura tan desarrollada como la de cualquier país europeo de la época pero que ha visto arrasados todos los valores y conocimientos heredados de sus mayores por la universalización del único referente seguro y reconocible por parte de todos, el dinero, y de ahí la presencia asfixiante y omnipresente de la corrupción.
Sin embargo, y reitero el calificativo de sutil, el proyecto de Teju Cole va mucho más allá de la denuncia de una práctica execrable. Tanto en la presente novela como en Ciudad abierta el narrador deambula por las calles de la ciudad (Lagos ahora, Nueva York más adelante) describiendo con ecuánime circunspección los encuentros, las conversaciones y las situaciones que le salen al paso. “Escribir”, les decía acertadamente Antonio Muñoz Molina a los lectores de El país al hablarles de una novela llamada Open City que en aquel momento todavía no estaba publicada en castellano, “es caminar, imaginar, recordar, escuchar, mirar”. Y al referirse a la técnica utilizada por Teju Cole para llevar a cabo esa operación decía:” "La naturalidad es tan perfecta que hace falta mucha atención para apreciar el artificio que la hace posible”.
Y aquí es donde surge otra vez la cuestión del orden de presentación de los acontecimientos que conforman la imagen de un personaje. Por poner un ejemplo, durante el deambular de Julius por las peligrosas calles de Lagos, unos familiares y él son asaltados por unos matones que les exigen una mordida indecentemente elevada y gratuita a cambio de no hacerles daño. Y de pronto, en el momento más inesperado, Julius se compara con un diapasón que vibra por una desconocida pulsión de violencia. “No aguanto más la violación, el capricho, el ambiente de desesperación. Si atacan, me digo, les parto el cuello. Me considero pacifista, pero ahora quiero sangre, herir, incluso que me hieran. Enloquecido por la situación, y por la necesidad de que acabe, ya no me conozco”.
Esta reacción, normal en un joven que se siente acorralado, alcanza su máxima significación para quienes ya han leído Ciudad abierta y saben por tanto que quien así habla es un hombre educado y muy refinado, defensor de los derechos fundamentales y altamente sensible a las cuestiones raciales. Y que encima de saberse excluido incluso en una ciudad tan multicultural y aparentemente integradora como es Nueva York, le duele terriblemente verse tratado ahora en Lagos “como un blanco” al que se puede explotar impunemente. Se entiende que se desconozca cuando se descubre a si mismo deseando que haya sangre, y que es capaz de herir y ser herido. Pero se podrían poner muchos ejemplos más en favor de leer a Teju Cole siguiendo el orden ideado por él para su proyecto. El relato crece en intensidad al tiempo de ir abriendo posibilidades expresivas muy notables.
Cada día es del ladrón
Teju Cole
Traducción de Marcelo Cohen
Acantilado
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Los filósofos tienen una cierta obligación de pensar en dirección contraria a lo que piensa la mayoría. Es la única forma de someter a prueba las ideas comúnmente aceptadas. El tópico europeo del momento es que todo va mal. La Unión Europea se cae a pedazos. Avanzan los populismos. El terrorismo enerva los peores instintos xenófobos y autoritarios. Aumentan las desigualdades. ¿Qué más?
Los partidos extremistas son los que nos lo advierten con tonos más apocalípticos, hasta denunciar la lenta invasión de Europa por un islam fundamentalista, guiado por unos planes precisos de conquista y de dominación, que quiere cambiar nuestros valores y costumbres. Pero hay también voces mucho más moderadas y razonables que se añaden al coro de los profetas del desastre europeo e incluso mundial. El general Martin Dempsey, que fue jefe del Estado Mayor del ejército de los Estados Unidos, aseguró en 2013 ?que el mundo es más peligroso que nunca? y el papa Francisco está convencido de que la Tercera Guerra Mundial ya ha empezado.
Michel Serres, filósofo francés de enorme prestigio, acaba de hacer unas declaraciones a ?Le Monde?, con motivo de la publicación de su nuevo ensayo (?Darwin, Bonaparte y el Samaritano?), en las que nos dice exactamente lo contrario. En relación a Europa, por supuesto, que vive la época de paz y de prosperidad más larga desde la guerra de Troya. Pero también en relación al mundo, que según su visión está entrando en una segunda edad de la historia, en la que la gente vive más y mejor y la concordia va sustituyendo a la discordia que ha caracterizado el pasado entero de la humanidad. ?El tsunami de los refugiados es bien significativo ?dice Serres- ¿A dónde quieren ir estos nuevos parias de la tierra? A nuestra casa, a Europa, porque vivimos en paz y en prosperidad?.
La edad de Serres, 86 años, es significativa. Algo tiene que ver la memoria con la tonalidad pesimista u optimista con que vemos el mundo. ?A la vista de lo que he vivido en el primer tercio de mi vida ?dice el filósofo? ahora vivimos en tiempos de paz y osaría decir incluso que Europa occidental vive una época paradisíaca?. El optimismo es ahora de los viejos, y el pesimismo de los jóvenes. Serres es de una generación, la última, que todavía vivió la experiencia de la guerra, en su caso la mundial y luego la de Argelia, pero la suya no es una percepción meramente subjetiva, tal como demostró Steven Pinker en su ensayo sobre la radical disminución de la violencia y de la guerra en el mundo (?Los ángeles que llevamos dentro?).
Pinker ha escrito este verano en ?The New York Times?, firmado conjuntamente con el presidente de Colombia, José Manuel Santos, en el que interpreta el acuerdo de paz con las FARC como una confirmación de sus teorías. No estamos ?en un mundo en guerra, como mucha gente cree, sino que vivimos en un mundo donde cinco de cada seis habitantes vive en regiones amplia o enteramente libres de conflictos bélicos?. América Latina es unas de estas regiones, que cierra ahora con estos acuerdos una etapa trágica, 55 años, los mismos que las FARC, su guerrilla más antigua: ?Ahora no hay gobiernos militares en las Américas. No hay países que combatan unos contra otros. Y no hay gobiernos luchando contra insurgencias significativas?.
Un seguidor sueco de las ideas de Pinker, el economista e historiador, Johan Norberg, ha querido ampliar el ángulo de esta visión optimista sobre la historia de la humanidad en su ensayo ?Progreso. Los motivos para tener esperanza en el futuro?. Así sintetiza el aluvión de datos que recoge en su libro, no tan solo sobre la violencia y la guerra, sino sobre salud, salubridad, educación, alimentación, trabajo, contaminación o desastres naturales: ?A pesar de lo que escuchamos en las noticias y en boca de muchas autoridades, la gran historia de nuestra era es que estamos presenciando la mayor mejora en los estándares de vida globales que haya tenido lugar jamás. La pobreza, la desnutrición, el analfabetismo, la mortalidad y el trabajo infantiles están cayendo a la mayor velocidad de la historia. El riesgo de que una persona se vea expuesta a la guerra, a un desastre natural, o sujeto a una dictadura, es mucho menor que en cualquier época?.
¿Si todo va bien, por qué muchos creen que todo va mal? Una primera explicación la proporciona la memoria. Las nuevas generaciones que están incorporándose a la vida política no tienen la experiencia de dos guerras como Michel Serres. Sus padres, la generación posterior a Serres, fueron los primeros que no tuvieron que coger el fusil para ir a ?defender a la patria?. Para las nuevas generaciones europeas, la Segunda Guerra Mundial y la guerra de Argelia están a la misma distancia que la guerra franco-prusiana o la guerra de Cuba para la generación de 1950, la mía.
Una segunda explicación, que Norberg recoge, tiene que ver con el periodismo, y probablemente con el rumbo definitivamente digital e instantáneo que ha tomado. A los periodistas nos interesan las malas noticias, como las guerras, los crímenes y los desastres naturales. También a muchos políticos, que saben explotar los temores de la gente. Hay que atender, sin embargo, a una explicación más profunda, que inscribe la atracción por las noticias desastrosas e incluso por el pesimismo sobre la marcha del mundo en la biología. Según el historiador, ?estamos probablemente construidos para estar preocupados. Nos interesan las excepciones. El miedo y la ansiedad son armas para la supervivencia?.
Una tercera explicación es política. Parece evidente que no sabemos gobernar este nuevo mundo. Nuestro cerebro de cazadores recolectores, atentos a las señales preocupantes de la naturaleza, puede engañarnos en la percepción del mundo en el que vivimos. Seguro que este mundo es mejor, como son mejores nuestros vidas, pero si no sabemos gobernarlo podemos convertirlo en mucho peor e incluso retroceder a épocas anteriores y empezar a perder los mejores estándares de vida de la historia de la humanidad. No todo va mal, pero si algo va mal es precisamente la forma que tenemos de gobernarnos.
Lo dijo Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, el pasado miércoles en su discurso sobre el Estado de la Unión ante el Parlamento Europeo. Y tiene razón: ¡vaya si nos está mirando el mundo! Pero no nos mira con admiración y sorpresa, sino con preocupación y en algunos casos oculta satisfacción. "Nuestros enemigos quisieran que nos dividiéramos", dijo. Y el motivo es evidente: "Nuestros adversarios sabrán sacar partido de nuestra división".
Juncker ha estado en China en la reunión del G20. Recordó que los europeos tenemos siete sillas en la mesa desde donde se ejerce una especie de directorio sobre la economía mundial. En 2050, ninguna de las economías europeas estará entre las mayores del mundo. "El mundo se hace más grande y nosotros nos hacemos más pequeños", ha dicho.
Estas ideas valen para el conjunto: la Unión es imprescindible para gestionar multitud de problemas para los que el tamaño y la fuerza de los estados nacionales es abiertamente insuficiente. La seguridad, por ejemplo. La interna y la externa. La que afecta al terrorismo y la que tiene que ver con las amenazas exteriores, como las que puedan venir de Rusia. Si actuamos juntos podemos conseguir algo, pero separados solo cosechamos fracasos y divisiones.
Tampoco es posible abordar en solitario la llegada de los refugiados, como se empeñan los países de grupo de Visegrado (Hungría, Polonia, Chequia y Eslovaquia), que quieren libre circulación para sus trabajadores dentro de la UE y cierre de fronteras interiores y exteriores para quienes llegan desde fuera de Europa. A los de Visegrado dedicó duras palabras Juncker: libertades y valores van en consonancia y no pueden separarse en función de los propios intereses. En dirección contraria, por cierto, de lo que dice Donald Tusk, el polaco que preside el Consejo Europeo, en su carta a los 27 antes de la cumbre de Bratislava de hoy: deshacer Europa, se podría titular.
Pero regresemos a la necesidad de unión, que no queda agotada, ni mucho menos, en el recurso a la acción mancomunada para abarcar lo que los Estados no pueden por sí solos. La UE también necesita existir como agente de primer orden en la escena internacional, para que los europeos tengamos algún peso como tales en el mundo. Juntos todavía podemos jugar un papel en el futuro. Separados, desapareceremos y dejaremos en manos de los otros países la responsabilidad de moldear la nueva arquitectura internacional. Pesarán más muchos países asiáticos, como Japón, Corea del Sur, China e India por supuesto, pero también Indonesia o Malasia, americanos como México y Brasil y naturalmente Estados Unidos y Rusia.
Las crisis europeas eran hasta ahora de crecimiento: cada una de ellas permitía añadir algo positivo a la historia común. Esta crisis, definida como existencial, significa disminución, fragmentación y, finalmente, irrelevancia. Curiosamente, vale para todos los niveles europeos; Europa, España, Cataluña cada vez más pequeños, cada vez más fragmentados, cada vez irrelevantes. Nadie ni nada se escapa de ella.
El mundo nos mira, efectivamente, tal como dicen con ingenua arrogancia los independentistas catalanes con motivo de sus coloristas manifestaciones anuales. Pero nos mira con una profunda preocupación por nuestro futuro cuando se trata de amigos; y con sádico regodeo si son enemigos, tanto los que ya salivan con el festín que les ofrecerá una Europa débil y dividida como los que disfrutan en sus ensueños de la imposible recuperación de las viejas naciones europeas.
El diagnóstico es de la máxima gravedad. Si atendemos a lo que nos dice el doctor, sentado junto al lecho, nos daremos cuenta de que expresa con palabras moderadas una realidad inquietante. Se entiende perfectamente, a pesar de los eufemismos y las atenuaciones retóricas. E incluso de los desmentidos y aclaraciones que no tardarán en llegar. Este enfermo igual está en trance de muerte.
Eso es lo que dicen, literalmente, las palabras de Jean-Claude Juncker en su discurso ante el Parlamento Europeo. "Nuestra UE atraviesa en buena parte una crisis existencial", es decir, un momento que puede terminar con ella. El doctor que le toma el pulso asegura que "nunca como ahora había visto un territorio de entente entre nuestros Estados miembros tan reducido", "un número de dominios de trabajo en común tan pequeño", "tantos dirigentes preocupados solo por sus problemas nacionales", "gobiernos tan debilitados por el populismo", "como si no hubiera punto de encuentro alguno entre la Unión y sus capitales nacionales", ni "tanta fragmentación y tan poca convergencia?. Hasta el punto de preguntarse: "¿Vamos a dejar que nuestra Unión se descomponga ante nuestros ojos".
Para Juncker, "la triste perspectiva de ver que uno de sus miembros abandona sus filas" es uno de los síntomas de la enfermedad europea. Aquí se queda el reproche, junto a una amarga referencia --que ha hecho los titulares en la prensa británica-- sobre el maltrato y la agresión a trabajadores polacos hasta llegar incluso el asesinato de uno de ellos en las calles de una ciudad inglesa. Aunque no alude directamente a Reino Unido y menos todavía a los inciertos y polémicos método y plazos del divorcio, la enfermedad del Brexit nunca citada impregna su entero discurso.
La UE que dibuja Juncker con sus palabras es distinta por la mera ausencia británica. Londres aportaba mucho pero también obstaculizaba. Pronto habrá, por ejemplo, una estructura de defensa permanente a la que los británicos hasta ahora se oponían. Será más social, más proteccionista y reguladora, más política incluso. Más renana y menos atlántica, más parecida a Alemania. "Europa no es el Far West, sino una economía social de mercado", dijo el luxemburgués. Además de negociar el Brexit, la UE deberá empezar a trabajar ahora con el alivio que da la desaparición del socio incómodo y puntilloso.
Tras este diagnóstico tan grave, la prescripción. Juncker cree que todo se jugará, casi a vida o muerte, en los próximos doce meses. Sus ideas incluyen un Libro Blanco que proporcionará una visión de largo plazo y se aprobará en marzo de 2017, en el 60 aniversario del Tratado de Roma, y diez programas de acción que abarcan todos los ámbitos, y atienden a las cuestiones más calientes: los refugiados, la seguridad interior y exterior, el crecimiento y el empleo, la economía digital?
El diagnóstico y las recetas suenan bien. Pero la autoridad de este médico, aunque acierte, es escasa y contestada. No es seguro que se le haga caso. Él mismo reconoce que los ciudadanos "necesitan que alguien gobierne". Y no se refería a España, como todos entenderíamos, sino al conjunto de Europa.
Es bien sabido que la física cuántica tiene un enorme peso en debates que trascienden los límites de la disciplina, y concretamente en la filosofía de la ciencia de nuestros días. Obviamente los especialistas de esta rama de la filosofía están al corriente de los avatares científicos que condujeron a la mecánica cuántica, de su formalismo matemático, de las controversias a las que ha dado lugar y de la disparidad de interpretaciones de la misma; además a menudo son ellos mismos físicos, o han complementado su carrera de filosofía con estudios en el departamento de física. Pero sin embargo, con toda legitimidad, también filósofos de otras ramas se ven atraídos por los problemas que la física cuántica plantea, hasta el extremo de sentirlos como propios, aunque sean conscientes de que el bagaje técnico del que disponen sea excesivamente limitado.
La filosofía, por tener matriz en la física "cualitativa" de los pensadores jónicos, es en consecuencia esencialmente meta-física, mas una vez surgida tiene sus propios problemas, y sus propios objetivos. Objetivos, como Aristóteles indicaba, no subordinados a interés parcial alguno, objetivos literalmente finales. Un ejemplo:
Forjar las condiciones experimentales (en el espacio de un laboratorio clásico o en la distancia que separa islas) que permitan demostrar la existencia de correlaciones entre partículas que desafían el principio de localidad es algo que concierne a los físicos. Y que los resultados sean o no los esperados, determinará el grado de reconocimiento que el experimentador llegue a alcanzar por parte de sus colegas, en el seno de la disciplina. El físico ayuda así a que el problema de la localidad se erija en protagonista.
Sin embargo el problema mismo de la localidad no es ya asunto que concierne primordialmente al físico, de la misma manera que, nos dice Aristóteles, ocuparse del principio de contradicción no es cosa del matemático (ejemplo este al que ya he recurrido en otras ocasiones), sino del filósofo.
Ciertamente el principio de no contradicción sólo viene a ser objeto de la atención del Estagirita como resultado de que alguien pretendía cuestionar su legislación, no sólo sobre las cosas sino también sobre el pensamiento (Aristóteles a atribuye tal tesis a algunos que se amparaban en Heráclito y no a Heráclito mismo, pero eso es ahora secundario). También la vigencia del principio de localidad en el orden natural era una idea no reflexionada en nuestro cotidiano lazo con la naturaleza, hasta que...la física cuántica la pone en entredicho. La diferencia entre los dos ejemplos es que, por así decirlo, las observaciones de los físicos cuánticos tiene más crédito entre nosotros del que la opinión de los pseudo- heracliteanos tenía para Aristóteles, pero el proceso es análogo: sin algún hecho o discurso que lance una sombra sobre lo que legisla, la sumisión pasiva es la regla. Vivimos en conformidad al principio de localidad, aunque no hayamos nunca reflexionado sobre el mismo y de hecho tal reflexión sólo comienza porque los físicos comprueban con estupor que la naturaleza no siempre responde a tal principio. Mas una vez generada la inquietud, ya no cuenta tanto la fuente. Para decirlo sin ambages:
Una vez que el físico nos ha demostrado que la naturaleza no siempre es local, dejamos la física para preguntarnos qué es lo que la localidad significa. Tal reflexión no forma ya parte de la física y ni siquiera de la filosofía de la física, es decir: de la reflexión conceptual que tiene como objeto el devenir de la física y las aporías que en tal devenir surgen, ateniéndose a los términos de la física misma.
De alguna manera cabe decir que la física hace explotar un objeto teorético del cual el filósofo inmediatamente se apodera para integrarlo y fijar su peso real en el "reino de sombras", es decir, en el conjunto de determinaciones conceptuales que constituyen el núcleo semántico del lenguaje, y en consecuencia son la condición de posibilidad de que lo designado por la palabra naturaleza esté para nosotros cargado de significación. De nuevo sin ambages: cabe decir que la reflexión sobre las últimas determinaciones conceptuales es intrínsecamente especulativa.
¿Qué se merece Mariano Rajoy? A la vista del trasiego que se lleva este hombre desde que es presidente del Gobierno en funciones, esta es la pregunta que me hago respecto a la investidura. Está bastante claro qué es lo que nos merecemos los ciudadanos después de depositar nuestros votos por dos veces en muy poco tiempo: dos cosas quizás incompatibles, que no nos llamen de nuevo a las urnas y que se forme un gobierno que gobierne desde ya, con control parlamentario incluido, por supuesto, y de forma bien distinta a como ha gobernado Rajoy desde que llegó a La Moncloa en 1911.
La pregunta sobre los merecimientos se puede extender a todos los líderes y partidos, por supuesto, y me temo que si sometiéramos a votación qué es el lo que se merecen cada uno de ellos saldría un castigo para todos. Ya corre la consigna de que en caso de terceras elecciones todos los cabezas de lista de las cuatro primeras fuerzas en lizas deberían retirarse y dejar a otros que ocuparan sus puestos y responsabilidades. Parece incluso que el propio rey se lo pedirá en caso de que vayamos a las terceras y vergonzosas elecciones en diciembre.
En todo caso, Rajoy se lleva la palma. Su responsabilidad es mayor porque a él como presidente del Gobierno es a quien hay que pedirle cuentas por el deterioro del sistema parlamentario y de sus instituciones al que hemos llegado. El nombramiento frustrado de José Manuel Soria para un alto cargo del Banco Mundial parecía la gota que colmaba el vaso, cuando ha llegado la apertura de una causa por blanqueo de capitales a Rita Barberá --todavía con su escaño en el Senado--, demostraciones palpables de la escasa atención que presta Rajoy a los compromisos de lucha contra la corrupción contraídos con Rivera.
Todo lo que va mal puede empeorar, pero a Rajoy esto ni siquiera le perjudica, al contrario, le sitúa en posición de fuerza para exigir incondicionalidad a quienes tienen la obligación de apoyarle. Rajoy, a fin de cuentas, solo quiere ?que le dejen gobernar?, algo de meridiana claridad en alguien acostumbrado a gobernar con mayoría absoluta. Lo que quiere el presidente del Gobierno en funciones es que le garanticen la investidura y luego ya se las ingeniará para seguir gobernando como ha hecho hasta ahora, es decir, desde el quietismo más pasmoso y evitando las interferencias de nadie.
Volvamos a la pregunta inicial sobre los merecimientos de Rajoy. No se merece seguir siendo presidente del Gobierno, sin duda. No se merece gobernar ni nosotros merecemos que nos siga gobernando, es cierto. Si Sánchez ha sido rechazado como candidato aspirante a la investidura en dos ocasiones, Rajoy lo ha sido como presidente del Gobierno ya probado y con balance. El Congreso ya se lo ha dicho, aunque sería bueno que recibiera el mensaje de forma más contundente todavía. Por ejemplo, que le quedara claro que si regresa al hemiciclo a buscar votos, incluso adoptando modos de corderito, saldría abrasado con menos votos todavía, es decir, sin los que le dieron o medio regalaron los diputados de Ciudadanos.
¿Merece el PP algo distinto de los que merece Rajoy? Rotundamente no, al menos mientras no sea capaz de rebelarse. Es decir, la primera minoría parlamentaria que es el PP solo merecería gobernar si fuera capaz de quitarse de encima a quien le ha gobernado con los resultados electorales, el inmovilismo y la incapacidad para cerrar pactos y acuerdos que se ha visto, pues por algo es la que más votos ha obtenido como formación en las últimas y penúltimas elecciones.
Vamos a la respuesta directa de la insidiosa pregunta. Votar no a Rajoy sin alternativa, como han propugnado hasta ahora Sánchez y también Iglesias, es la mejor forma de facilitar su investidura por cansancio, entre otras razones porque el PP sería el primer beneficiario de unas terceras elecciones, que perjudicarían probablemente a todas las otras fuerzas políticas y podrían acercar a Rajoy a la mayoría absoluta. Decir no a Rajoy, es una forma de decirle sí. Ya lo hizo Iglesias con su no a Sánchez, que ha permitido a Rajoy seguir gobernando hasta ahora mismo. Por eso hay muchas voces que empiezan a defender que el PP merece formar gobierno, pero en estricta minoría, es decir, gracias a la abstención de cuantos más diputados mejor y a ser posible todos.
Nada dejaría en una posición más débil a Rajoy que una investidura con 137 votos del PP y la abstención mutualizada del resto de la Cámara, que bien podría ir acompañada de una clara reprobación al presidente interino. Sería una buena forma de dejar que se cociera solo en su propia salsa y de gobernar mientras tanto desde el Parlamento.
Pasada ya la frontera del siglo de vida, ha muerto en Manhattan el compositor Irving Field, autor de la música de Managua, Nicaragua...una de las canciones más pegajosas y celebradas de los años cuarenta del siglo pasado, que según el inolvidable musicólogo Francisco Gutiérrez (Pancho Mambo), fue originalmente un swing, para irse convirtiendo después en boogie, o en fox-trot, dependiendo de las numerosas orquestas que llegaron a interpretarla en aquella época, la de la Segunda Guerra Mundial: desde Guy Lombardo y los Royal Canadians, a la de Freddy Martin.
Su versatilidad musical permitió a la canción pasar por diversos géneros y ritmos, hasta llegar a los tropicales, como el calipso, el porro, la salsa, y el cha-cha-cha, según la adaptación de Tito Puente. Todo un fenómeno de popularidad que llevó a Managua, Nicaragua, a ser parte del acompañamiento musical de la película El tercer hombre, dirigida por Carol Reed y escrita por Graham Greene, y donde el actor estelar es Orson Welles.
Field, que se ganó siempre la vida como pianista de cafés, no estuvo nunca en Nicaragua, y es parte de su leyenda haber hecho famoso a un país que nunca conoció, aunque fue invitado en repetidas ocasiones a venir; como tampoco estuvo nunca el autor de la letra, Albert Gamse, neoyorkino también.
A Field le sonaron alegremente en el oído las palabras Managua Nicaragua, que convirtió en un sonsonete. Y ya con la letra de Gamse, resultó ese segundo himno nacional bastardo con el que hemos cargado a lo largo de las décadas. Comienza nada menos que con una lección escolar declamada: ¿Podría por favor abrir su geografía? Vayamos a la página 123. Entre el Caribe y la costa del Pacífico, encontrará una ciudad de... amor...
Y luego se desata la musiquita: Managua, Nicaragua is a beautiful town/ you buy an hacienda for a few pesos down/ you give it to the lady you are tryin' to win/ but her papa doesn't let you come in...Si quieren una traducción libre de esa primera estrofa, aquí hay una: Managua Nicaragua es un lindo pueblito/te compras una hacienda por unos pesitos/ se la das de regalo a la que quieres conquistar/ pero su papá no te dejará entrar...
Le letra, escrita a la vista de tarjetas postales, no se distingue por tener momentos felices: Managua Nicaragua es un lugar celestial/ Le pides a una señorita que se deja abrazar/ pero ella te contesta "Caramba escramba bambarito/que en Managua Nicaragua un no significa...
La idea de Gamse, y no hay que culparlo sólo a él por eso, es la que dominaba entonces respecto a las repúblicas bananeras, parte del "mundo libre" donde reinaban las dictaduras militares, como la de Somoza, y abundaban los golpes de estado. Pintoresca felicidad a la fuerza. Cuando Managua, Nicaragua alcanza la cabeza del hit parade en la revista Billoboard en 1947, Somoza acababa de derrocar impúdicamente al presidente Leonardo Argüello tras apenas menos de un mes de haber tomado posesión.
Managua Nicaragua qué lugar maravilloso/ hay café y bananos y un gran calor...Cada día está hecho para jugar y gozar/porque cada día es de fiesta/allá trabajan de las doce a la una, descontando una hora para la siesta... País dichoso de eternas siestas bajo las palmeras Nicaragua, donde, cuando los ociosos haraganes despiertan, se dedican a cantar a coro olé, olé, olé, según las excelencias de la letra de la canción, como verdaderos madrileños en la plaza de toros.
La letra en español que escribió después el puertorriqueño Pepe Arvelo no se queda atrás: Managua Nicaragua donde yo me enamoré/ tenía mi vaquita y mi burrito y mi buey/ todito lo tenía mi cariño también/ y por supuesto mi mujer también...La vaquita, el burrito, y el buey son claves de la felicidad tropical y despreocupada, aquella que ya anunciaba Gamse en inglés. Y la mujer va por último en la lista de las querencias, detrás de los animales.