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Logros

La rueda de la política española gira plúmbea y sin cerebro. El enconamiento de conservadores y socialistas es el mismo de liberales y moderados o el de exaltados y serviles o cualquier otro dúo que busque usted en nuestro pasado. Siempre hemos tenido el talento de dividirnos por dos y, aunque también sucede en Europa, nuestra peculiaridad es que los separados sólo buscan morderse la yugular. Parece que no salimos del siglo XIX y seguimos arrastrando 200 años de atraso.

De todos modos, una cosa ha cambiado. Piensen en la visita que Mesonero Romanos rindió al viejo Godoy hacia 1840. Aquel que había sido dueño absoluto del país, generalísimo de los ejércitos y a punto de convertirse en rey de Portugal por gracia de Napoleón, malvivía entonces en un cuchitril parisino. Todos le habían abandonado hasta el punto de que su pequeña pensión era una limosna de Luis Felipe, rey de Francia. El odio que había suscitado entre la clerigalla, la nobleza y el sano pueblo le aplastó como a una cucaracha.

Mesonero comenta que la acción de gobierno de Godoy había sido más bien ilustrada y progresista, pero su vínculo con la reina María Luisa y la lealtad a su amante, Pepita Tudó, sin piedad hacia su esposa, la duquesa de Chinchón, habían favorecido una imagen de disolución moral y libertinaje, explotada por sus enemigos. ¡Y eso que muy pocos sabían que era el propietario de la Maja Desnuda!

Estos avatares tan extremos, de la gloria a la miseria, ya no se producen. Los actuales validos y caciques continúan viviendo con gran comodidad una vez caídos en desgracia. Nadie imagina a Pujol alquilado en una habitación de Vallecas, a Griñán en un desván argelino, o a Rato en un chozo del Baztán. ¡Gran avance!

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20 de septiembre de 2016
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Historias de Formentor 1

 

El genial Antonio Enrique, en un descanso de las Conversaciones de Formentor, me contó la historia de una mujer sobresaltada, una mujer cuyo marido no hacía demasiado caso de sus manifestaciones. O sea que una noche, ya dormidos en el lecho conyugal, cuando ella le despertó con grandes gritos diciéndole que se oía un ruido extraño, él se dio media vuelta para intentar conciliar de nuevo el sueño. Ella insistió. Y él se hizo el dormido. Pero tanto insistió, y tan agudos eran los gritos de la esposa sobresaltada, que el marido se volvió para decirle que se levantara y que buscara cuál podía ser el origen del ruido que ella oía. Se levantó. Tardó unos segundos en regresar. Y se metió en la cama sin decir ni mu. Hasta que el marido, ya totalmente desvelado, y ciertamente intrigado, le preguntó que qué era el ruido. Y ella contestó que, en la cocina, había dos hombres friendo pescado.   

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20 de septiembre de 2016
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Cosas de mujeres

Mujeres que vuelven a madrugar para levantar a los hijos, y la ojera que han lavado en vacaciones emerge primero azulada, después negra como la noche pero piensan que tan sólo es el reencuentro con una vieja compañera, qué le vamos a hacer, “si todo fuera esto”. Mujeres que harán la cola del supermercado, la del banco, la del paro o la de la mamografía para rubricar el tamaño de su existencia. Su casillero. Su hoja de reclamaciones a la vida. Restregarán con quitamanchas la tinta que se ha desparramado en el traje nuevo, encontrarán la manera de hacer un hueco en el armario para los jerséis de punto, anotarán en la agenda las fiestas escolares y las laborales para ver si cuadran, rellenarán cien hojas de Excel, soñarán con un viaje sabiendo que la delicia está en el anhelo del mismo más que en el propio viaje. Mujeres que sacarán a pa­sear al perro y regarán las plantas porque al resto de la familia siempre se les olvida. Mujeres que se pondrán a dieta porque, desde que cumplieron cuarenta, cuando observan a otras mujeres sólo se fijan en la tripa. Mujeres que buscarán los zapatos adecuados para reivindicar su lugar en el mundo, hasta que la fascitis plantar las prive tanto de los tacones como de las bailarinas, tan desconfiadas de todo lo que lleva alas. Mujeres artistas en hacer cientos de cosas pequeñas pero imprescindibles. Mujeres que tienen vida de documental de sábado por la noche, que esconden un tesoro en una caja de zapatos, que taquigrafían su alegría abriendo la boca y los brazos.
Mujeres dramáticas que sólo saben recitar el día como si fuera un castigo. Mujeres frívolas que irán a bailar esta noche y hablarán con los porteros, que las avisarán de quiénes son impostores y quiénes de fiar, aunque acabarán confundidas como siempre, dejándose atraer por el peor de todos.
Mujeres que mandan sentadas en sillas de altos respaldos y a las que, a medida que entra el otoño, un rictus de tensión invade su surco nasogeniano, recordándoles la carga del excedente de desengaños. Mujeres que se aplicarán rímel en las pestañas con aproximadamente cuarenta movimientos hacia arriba para coquetear con ellas mismas. Mujeres rehenes de los relojes, de todo tipo. Mujeres que se toman el antidepresivo con un café, mujeres que pondrán los pies encima de la mesa del despacho al quedarse solas, mujeres de la limpieza que fuman un cigarrillo en el baño cuando ya no queda nadie en la planta. Mujeres que abren una botella de vino mientras preparan la cena y que no se dan cuenta de que se la beben entera mientras la noche les hierve. Mujeres reconquistadas por la biología, la sociología y la cirugía; hábiles, bellas, alegres, contradictorias. Mujeres que ríen como si no supieran hacer otra cosa, mujeres enamoradas de su propia pasión. Mujeres que, a pesar de todo, nunca han deseado ser un hombre.
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19 de septiembre de 2016
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Cada día es del ladrón

 

  Pese a que, cronológicamente, Cada día es del ladrón fue la primera  aparición pública de Teju Cole, tanto en España como en Estados Unidos esta narración breve se ha publicado después de  Ciudad abierta, una novela  que en realidad fue escrita cinco años más tarde. Lo que ocurre es que  Cada día es del ladrón salió al público en 2007 en una editorial nigeriana llamada  Cassava Republic y pasó totalmente desapercibida  salvo para unos pocos críticos que además de hablar maravillas de ella pronosticaron que ese desconocido principiante  no  tardaría en escribir una gran novela. Y, en efecto, en  2012 Random House publicó en Estados Unidos Open City (Ciudad abierta), que no tardó en recibir toda clase de elogios y premios nacionales e internacionales, aparte de ser traducida a media docena de idiomas (uno de  ellos el castellano, en el mismo 2012 y a cargo de Marcelo Cohen por cuenta de Acantilado).

Ocurre sin embargo que, en el sutil y muy calculado proyecto literario que Teju Cole parece haber concebido, y que se basa en la milimétrica y muy pensada construcción del personaje narrador, el orden de lectura de sus novelas es muy importante. [Quien desee informarse bien acerca de la importancia capital que tiene el orden en que se presentan ante el lector los sucesos que conforman la biografía de un personaje de ficción  tiene a su disposición el inigualado ensayo de Rafael Sánchez Ferlosio titulado Las semanas del jardín recientemente reimpreso por Randon Housse dentro de las Obras Completas editadas por Ignacio Echavarría]. En las dos novelas publicadas hasta ahora por Teju Cole, el narrador es Julius, un joven médico de nacionalidad norteamericana y origen nigeriano que pasó su infancia y toda su etapa escolar en Nigeria para después viajar a Estados Unidos con el objetivo de estudiar medicina. En Cada día es del ladrón, Julius pide unos días libres en el hospital de Nueva York donde trabaja para viajar a Nigeria.

El problema es que en cierto modo quienes ya hayan leído Ciudad abierta  estarán jugando con ventaja frente al lector inocente que abre el  presente relato y se limita a acompañar a Julius al consulado de Nigeria en Nueva York para sacar el visado que le permitirá entrar en el país africano de sus antepasados. Allí asistirá a la primera toma de contacto del joven norteamericano-nigeriano con una lacra que le habrá de perseguir (y lo que es peor, determinar) durante todo su viaje: la corrupción, entendida ésta como medio de vida a escasla nacional.  

En un primer momento podría interpretarse que en Cada día es del ladrón se cuenta el choque brutal de la sensibilidad de un “negro civilizado” contra  la realidad de una nación  que llegó a poseer una cultura tan desarrollada como la de cualquier país europeo de la época  pero que ha visto arrasados todos los valores y conocimientos heredados de sus mayores por la universalización del único referente seguro y reconocible por parte de todos, el dinero, y de ahí la presencia asfixiante y omnipresente de la corrupción.

Sin embargo, y reitero el calificativo de sutil, el  proyecto de Teju Cole va mucho más allá de la denuncia de una práctica execrable. Tanto en la presente novela como en Ciudad abierta el narrador deambula por las calles de la ciudad (Lagos ahora, Nueva York más adelante) describiendo con ecuánime circunspección los encuentros, las conversaciones y las situaciones que le salen al paso. “Escribir”, les decía acertadamente  Antonio Muñoz Molina a los lectores de El país al hablarles  de  una novela llamada Open City  que en aquel momento todavía no estaba publicada en castellano, “es caminar, imaginar, recordar, escuchar, mirar”. Y al referirse a la técnica utilizada por Teju Cole para llevar a cabo esa operación decía:” "La naturalidad es tan perfecta que hace falta mucha atención para apreciar el artificio que la hace posible”.

                Y aquí es donde surge otra vez la cuestión del orden de presentación de los acontecimientos que conforman la imagen de un personaje. Por poner un ejemplo, durante el  deambular de Julius por las peligrosas calles de Lagos, unos familiares y él son asaltados por unos matones que les exigen una mordida indecentemente elevada y gratuita a cambio de no hacerles daño. Y de pronto, en el momento más inesperado, Julius se compara con un diapasón que vibra por una desconocida pulsión de violencia. “No aguanto más la violación, el capricho, el ambiente de desesperación. Si atacan, me digo, les parto el cuello. Me considero pacifista, pero ahora quiero sangre, herir, incluso que me hieran. Enloquecido por la situación, y por la necesidad de que acabe, ya no me conozco”.

Esta reacción, normal en un joven que se siente acorralado, alcanza su máxima significación para quienes ya han leído Ciudad abierta y saben por tanto que quien así habla es un hombre educado y muy refinado, defensor de los derechos fundamentales y altamente sensible a las cuestiones raciales. Y que encima de saberse excluido incluso en una ciudad tan multicultural y aparentemente integradora como es Nueva York, le duele terriblemente verse tratado ahora en Lagos “como un blanco” al que se puede explotar impunemente. Se entiende que se desconozca cuando se descubre a si mismo deseando que haya sangre, y que es capaz de herir y ser herido.  Pero se podrían poner muchos ejemplos más en favor de leer a Teju Cole siguiendo el orden ideado por él para su proyecto. El relato crece en intensidad al tiempo de ir abriendo posibilidades expresivas muy notables.

 

Cada día es del ladrón

Teju Cole

Traducción de Marcelo Cohen

Acantilado

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19 de septiembre de 2016
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Todo va mal

Los filósofos tienen una cierta obligación de pensar en dirección contraria a lo que piensa la mayoría. Es la única forma de someter a prueba las ideas comúnmente aceptadas. El tópico europeo del momento es que todo va mal. La Unión Europea se cae a pedazos. Avanzan los populismos. El terrorismo enerva los peores instintos xenófobos y autoritarios. Aumentan las desigualdades. ¿Qué más?

Los partidos extremistas son los que nos lo advierten con tonos más apocalípticos, hasta denunciar la lenta invasión de Europa por un islam fundamentalista, guiado por unos planes precisos de conquista y de dominación, que quiere cambiar nuestros valores y costumbres. Pero hay también voces mucho más moderadas y razonables que se añaden al coro de los profetas del desastre europeo e incluso mundial. El general Martin Dempsey, que fue jefe del Estado Mayor del ejército de los Estados Unidos, aseguró en 2013 ?que el mundo es más peligroso que nunca? y el papa Francisco está convencido de que la Tercera Guerra Mundial ya ha empezado.

Michel Serres, filósofo francés de enorme prestigio, acaba de hacer unas declaraciones a ?Le Monde?, con motivo de la publicación de su nuevo ensayo (?Darwin, Bonaparte y el Samaritano?), en las que nos dice exactamente lo contrario. En relación a Europa, por supuesto, que vive la época de paz y de prosperidad más larga desde la guerra de Troya. Pero también en relación al mundo, que según su visión está entrando en una segunda edad de la historia, en la que la gente vive más y mejor y la concordia va sustituyendo a la discordia que ha caracterizado el pasado entero de la humanidad. ?El tsunami de los refugiados es bien significativo ?dice Serres- ¿A dónde quieren ir estos nuevos parias de la tierra? A nuestra casa, a Europa, porque vivimos en paz y en prosperidad?.

La edad de Serres, 86 años, es significativa. Algo tiene que ver la memoria con la tonalidad pesimista u optimista con que vemos el mundo. ?A la vista de lo que he vivido en el primer tercio de mi vida ?dice el filósofo? ahora vivimos en tiempos de paz y osaría decir incluso que Europa occidental vive una época paradisíaca?. El optimismo es ahora de los viejos, y el pesimismo de los jóvenes. Serres es de una generación, la última, que todavía vivió la experiencia de la guerra, en su caso la mundial y luego la de Argelia, pero la suya no es una percepción meramente subjetiva, tal como demostró Steven Pinker en su ensayo sobre la radical disminución de la violencia y de la guerra en el mundo (?Los ángeles que llevamos dentro?).

Pinker ha escrito este verano en ?The New York Times?, firmado conjuntamente con el presidente de Colombia, José Manuel Santos, en el que interpreta el acuerdo de paz con las FARC como una confirmación de sus teorías. No estamos ?en un mundo en guerra, como mucha gente cree, sino que vivimos en un mundo donde cinco de cada seis habitantes vive en regiones amplia o enteramente libres de conflictos bélicos?. América Latina es unas de estas regiones, que cierra ahora con estos acuerdos una etapa trágica, 55 años, los mismos que las FARC, su guerrilla más antigua: ?Ahora no hay gobiernos militares en las Américas. No hay países que combatan unos contra otros. Y no hay gobiernos luchando contra insurgencias significativas?.

Un seguidor sueco de las ideas de Pinker, el economista e historiador, Johan Norberg, ha querido ampliar el ángulo de esta visión optimista sobre la historia de la humanidad en su ensayo ?Progreso. Los motivos para tener esperanza en el futuro?. Así sintetiza el aluvión de datos que recoge en su libro, no tan solo sobre la violencia y la guerra, sino sobre salud, salubridad, educación, alimentación, trabajo, contaminación o desastres naturales: ?A pesar de lo que escuchamos en las noticias y en boca de muchas autoridades, la gran historia de nuestra era es que estamos presenciando la mayor mejora en los estándares de vida globales que haya tenido lugar jamás. La pobreza, la desnutrición, el analfabetismo, la mortalidad y el trabajo infantiles están cayendo a la mayor velocidad de la historia. El riesgo de que una persona se vea expuesta a la guerra, a un desastre natural, o sujeto a una dictadura, es mucho menor que en cualquier época?.

¿Si todo va bien, por qué muchos creen que todo va mal? Una primera explicación la proporciona la memoria. Las nuevas generaciones que están incorporándose a la vida política no tienen la experiencia de dos guerras como Michel Serres. Sus padres, la generación posterior a Serres, fueron los primeros que no tuvieron que coger el fusil para ir a ?defender a la patria?. Para las nuevas generaciones europeas, la Segunda Guerra Mundial y la guerra de Argelia están a la misma distancia que la guerra franco-prusiana o la guerra de Cuba para la generación de 1950, la mía.

Una segunda explicación, que Norberg recoge, tiene que ver con el periodismo, y probablemente con el rumbo definitivamente digital e instantáneo que ha tomado. A los periodistas nos interesan las malas noticias, como las guerras, los crímenes y los desastres naturales. También a muchos políticos, que saben explotar los temores de la gente. Hay que atender, sin embargo, a una explicación más profunda, que inscribe la atracción por las noticias desastrosas e incluso por el pesimismo sobre la marcha del mundo en la biología. Según el historiador, ?estamos probablemente construidos para estar preocupados. Nos interesan las excepciones. El miedo y la ansiedad son armas para la supervivencia?.

Una tercera explicación es política. Parece evidente que no sabemos gobernar este nuevo mundo. Nuestro cerebro de cazadores recolectores, atentos a las señales preocupantes de la naturaleza, puede engañarnos en la percepción del mundo en el que vivimos. Seguro que este mundo es mejor, como son mejores nuestros vidas, pero si no sabemos gobernarlo podemos convertirlo en mucho peor e incluso retroceder a épocas anteriores y empezar a perder los mejores estándares de vida de la historia de la humanidad. No todo va mal, pero si algo va mal es precisamente la forma que tenemos de gobernarnos.

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18 de septiembre de 2016
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Luis Eduardo Aute y las lenguas de luz

Aute nunca había dicho “me encuentro mal”. Incluso había aguantado conciertos con un cólico nefrítico, resistente a nombrar el dolor. Buscador de la palabra exacta y habitante de silencios concurridos, siempre ha utilizado el lenguaje con la precisión de un artesano de juguetes. Pero el pasado 8 de agosto llegó de dar un concierto en Huelva a su casa de la Fuente del Berro, dejó la bolsa de viaje en el suelo y dijo “me encuentro mal”. Subió hasta el cuarto y en un instante la vida dio un vuelco.
La noticia cayó en el secarral agosto, con los pies en el agua. “Infarto, hospital, gravedad”, decían los titulares. Llamé enseguida a Maritchu Rosado, su mujer, su eterna compañera. El reloj se ponía a cero. Acabó agosto y entró septiembre. Esta semana, con las primeras lluvias, Aute, el grande, cumplió 73 años. Más de cuarenta días manteniendo una lucha cuerpo a cuerpo, desde algún lugar lejano, entre el sueño y la vigilia. Es la lucha de un artista que le puso letra y sentimiento a la transición española. Pecho y poesía: Brel, Aleixandre, Lorca, Monterroso o Sábato. El cantautor que se hizo artista, tejió hilos de filosofía en las canciones, tocó todos los palos e inició una conversación global sobre las artes. Entre otros elevados logros, hay uno de cristal: Aute es quien que mejor ha sabido decir cantando “amor mío”. Y ahora en la UCI del Gregorio Marañón, atendido por enfermeras-ángeles, blandiendo la espada. Se activó el tejido íntimo. Se movilizó el mapa de los afectos. Su cableado interno lucha por despertar. La familia lucha, los amigos luchan, extienden una red de amor y de hermandad que refulge.
En el hospital, olor a desinfectante, ningún lugar para llorar con cierta intimidad. Maritchu y sus tres hijos no han dejado de hablarle desde el primer día, le leen las noticias, son el aliento, la fortaleza, son los héroes diarios que velan por su regreso. Están los amigos. No pondremos negritas. Son interminables, desde Italia a Cuba, Ecuador, Lisboa o Suecia. Están los músicos que dicen: “Todo lo que soy, todo, se lo debo a él”. Están los artistas, los cineastas, los poetas, los editores, los amigos anónimos que no han dudado en viajar de un continente a otro para expresar su hielo y su fuego. Mi hija pequeña me pregunta qué ocurre : “El amigo Aute está malito”, le digo. “¿El pintor?”, se sorprende. La pequeña toca la médula. Vio los caballetes y los lienzos en su estudio, él le puso su última película, Vincent y el giralunas, en el cuarto de las tortugas. La pequeña iba anticipando el argumento, como si ya la hubiera visto. Aute también llega a los niños. Es el artista que luego se hizo cantautor, pero la pintura por encima de todo desde que de niño vio a las mujeres de Goya en una librería del malecón de Manila. “Pintar es descargarse, es lo que más desahoga, cuando ando en algún callejón sin salida, me pongo a pintar y el callejón se rompe. Pintar es la libertad absoluta”, me contaba en una entrevista para el suplemento Cultura/s.
Hay que situarse del lado de la esperanza en lugar del de la incertidumbre. En una terraza de la calle Ibiza, desde hace un mes, se improvisan mesas alrededor de un fuego que arde. Es muy de Madrid: lo familiar se impone al minuto. Su hermano José Ramón, que me habla en catalán como siempre ha hecho Eduardo, dice: “Ha abierto los ojos y me ha mirado como si me dijera ‘déjame estar un ratito más’”.
En el hospital escasean las camas y falta personal. El fin de semana es de “servicios mínimos”. Los recortes, el sin gobierno, las hojas secas de los plátanos, el cansancio que anestesia el nervio. En enero inició gira para celebrar sus cincuenta años sobre los escenarios. Pongo una canción: “Saquemos, mujer, fuerzas de flaqueza, balas de belleza de la imaginación…”. Pero hay muchas más: Albanta, Sigo a la mar, La vida al pasar, Latido a latido, Señales de vida, Lenguas de luz, Cuando duermes, Amor te digo esta palabra, De alguna manera, Al alba… Bien lo resume su mujer: “Es que lo ha escrito todo”. Del lado de la esperanza, la lucha para que entre la luz continúa. Alas de fuego.
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17 de septiembre de 2016
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El mundo nos mira

Lo dijo Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, el pasado miércoles en su discurso sobre el Estado de la Unión ante el Parlamento Europeo. Y tiene razón: ¡vaya si nos está mirando el mundo! Pero no nos mira con admiración y sorpresa, sino con preocupación y en algunos casos oculta satisfacción. "Nuestros enemigos quisieran que nos dividiéramos", dijo. Y el motivo es evidente: "Nuestros adversarios sabrán sacar partido de nuestra división".

Juncker ha estado en China en la reunión del G20. Recordó que los europeos tenemos siete sillas en la mesa desde donde se ejerce una especie de directorio sobre la economía mundial. En 2050, ninguna de las economías europeas estará entre las mayores del mundo. "El mundo se hace más grande y nosotros nos hacemos más pequeños", ha dicho.

Estas ideas valen para el conjunto: la Unión es imprescindible para gestionar multitud de problemas para los que el tamaño y la fuerza de los estados nacionales es abiertamente insuficiente. La seguridad, por ejemplo. La interna y la externa. La que afecta al terrorismo y la que tiene que ver con las amenazas exteriores, como las que puedan venir de Rusia. Si actuamos juntos podemos conseguir algo, pero separados solo cosechamos fracasos y divisiones.

Tampoco es posible abordar en solitario la llegada de los refugiados, como se empeñan los países de grupo de Visegrado (Hungría, Polonia, Chequia y Eslovaquia), que quieren libre circulación para sus trabajadores dentro de la UE y cierre de fronteras interiores y exteriores para quienes llegan desde fuera de Europa. A los de Visegrado dedicó duras palabras Juncker: libertades y valores van en consonancia y no pueden separarse en función de los propios intereses. En dirección contraria, por cierto, de lo que dice Donald Tusk, el polaco que preside el Consejo Europeo, en su carta a los 27 antes de la cumbre de Bratislava de hoy: deshacer Europa, se podría titular.

Pero regresemos a la necesidad de unión, que no queda agotada, ni mucho menos, en el recurso a la acción mancomunada para abarcar lo que los Estados no pueden por sí solos. La UE también necesita existir como agente de primer orden en la escena internacional, para que los europeos tengamos algún peso como tales en el mundo. Juntos todavía podemos jugar un papel en el futuro. Separados, desapareceremos y dejaremos en manos de los otros países la responsabilidad de moldear la nueva arquitectura internacional. Pesarán más muchos países asiáticos, como Japón, Corea del Sur, China e India por supuesto, pero también Indonesia o Malasia, americanos como México y Brasil y naturalmente Estados Unidos y Rusia.

Las crisis europeas eran hasta ahora de crecimiento: cada una de ellas permitía añadir algo positivo a la historia común. Esta crisis, definida como existencial, significa disminución, fragmentación y, finalmente, irrelevancia. Curiosamente, vale para todos los niveles europeos; Europa, España, Cataluña cada vez más pequeños, cada vez más fragmentados, cada vez irrelevantes. Nadie ni nada se escapa de ella.

El mundo nos mira, efectivamente, tal como dicen con ingenua arrogancia los independentistas catalanes con motivo de sus coloristas manifestaciones anuales. Pero nos mira con una profunda preocupación por nuestro futuro cuando se trata de amigos; y con sádico regodeo si son enemigos, tanto los que ya salivan con el festín que les ofrecerá una Europa débil y dividida como los que disfrutan en sus ensueños de la imposible recuperación de las viejas naciones europeas.

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16 de septiembre de 2016
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La forja de un mito

Convertirse en mito vivo debe de ser un asunto sobrecogedor que, como mínimo, comporta una sensación resbalosa y a la vez compacta respecto a la propia identidad. También debe de ser imposible acostarse sabiendo que se es leyenda y no vivirlo a conciencia. Hace cuatro días mirábamos el televisor con una contención gozosa, parecida a la de la llegada al hombre a la Luna. Él no venía de esclavos, pero su mujer sí. Cien años arrastrados que por fin fructificaron, y de qué manera: un negro juraba su cargo como presidente de Estados Unidos. Cantó Aretha Franklin y Elizabeth Alexander recitó. Incluso el discurso de Obama estaba escrito con el pulso de un joven poeta. El mundo quedó cautivado por la pareja, tanto que a los nueve meses de mandato le concedieron a él un prematuro premio Nobel de la Paz que sólo podía entenderse como un desiderátum global.
Ahora que ya han enfilado hacia la pasarela de salida, ¿en quiénes se han convertido, ocho años después de llegar a la Casa Blanca? Un hombre y una mujer de poco más de cincuenta años que han hecho explícito su deseo de una vida más pequeña sin cámaras en el cuarto –en especial Michelle, siempre más explícita, que puede permitirse añorar la ventanilla abierta del coche y esa caricia del aire que no se parece a nada–. Los Obama han sido solventes. No han metido la pata. Él no ha revoloteado entre becarias ni una rubia le ha cantado el Happy birthday con morbo, sino que se ha rodeado del star system más progre, con el que se han mostrado ingeniosos y enamorados. Barack y Michelle han practicado una trinidad ganadora: inteligencia, naturalidad y confianza. Su popularidad crece en esta recta final y supera el 50% mientras su playlist del verano en Spotify se ha convertido en la más escuchada de dicha red.
Se ultiman dos películas sobre su vida, una sobre sus años universitarios, la otra dedicada a su romance con Michelle Robinson. Cuántas veces lo oímos al principio: ella ganaba más que él, ella es la inteligente, ella es negra-negra y él sólo mulato... Lugares comunes para una pareja que siempre tuvo claro su storytelling: al sueño de Martin Luther King le incorporaron los suyos, con nitidez y detalle, maestros en armonizar la distancia entre el yo público y el yo privado, y con un sentido de humor que marca la distancia exacta entre el respeto y el afecto. También han sabido jugar con las metáforas, necesarias para fijar una idea y provocar alguna emoción. En el otro lado de la balanza, el todavía presidente no ha sido capaz de hacer demasiado frente a los grandes dramas de su sociedad, de la gran brecha social o la inmigración ilegal al control de las armas de fuego. Pero los Obama son tan de carne y hueso que incluso hemos creído que en algo se parecen a nosotros.
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15 de septiembre de 2016
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En la cabecera del enfermo

El diagnóstico es de la máxima gravedad. Si atendemos a lo que nos dice el doctor, sentado junto al lecho, nos daremos cuenta de que expresa con palabras moderadas una realidad inquietante. Se entiende perfectamente, a pesar de los eufemismos y las atenuaciones retóricas. E incluso de los desmentidos y aclaraciones que no tardarán en llegar. Este enfermo igual está en trance de muerte.

Eso es lo que dicen, literalmente, las palabras de Jean-Claude Juncker en su discurso ante el Parlamento Europeo. "Nuestra UE atraviesa en buena parte una crisis existencial", es decir, un momento que puede terminar con ella. El doctor que le toma el pulso asegura que "nunca como ahora había visto un territorio de entente entre nuestros Estados miembros tan reducido", "un número de dominios de trabajo en común tan pequeño", "tantos dirigentes preocupados solo por sus problemas nacionales", "gobiernos tan debilitados por el populismo", "como si no hubiera punto de encuentro alguno entre la Unión y sus capitales nacionales", ni "tanta fragmentación y tan poca convergencia?. Hasta el punto de preguntarse: "¿Vamos a dejar que nuestra Unión se descomponga ante nuestros ojos".

Para Juncker, "la triste perspectiva de ver que uno de sus miembros abandona sus filas" es uno de los síntomas de la enfermedad europea. Aquí se queda el reproche, junto a una amarga referencia --que ha hecho los titulares en la prensa británica-- sobre el maltrato y la agresión a trabajadores polacos hasta llegar incluso el asesinato de uno de ellos en las calles de una ciudad inglesa. Aunque no alude directamente a Reino Unido y menos todavía a los inciertos y polémicos método y plazos del divorcio, la enfermedad del Brexit nunca citada impregna su entero discurso.

La UE que dibuja Juncker con sus palabras es distinta por la mera ausencia británica. Londres aportaba mucho pero también obstaculizaba. Pronto habrá, por ejemplo, una estructura de defensa permanente a la que los británicos hasta ahora se oponían. Será más social, más proteccionista y reguladora, más política incluso. Más renana y menos atlántica, más parecida a Alemania. "Europa no es el Far West, sino una economía social de mercado", dijo el luxemburgués. Además de negociar el Brexit, la UE deberá empezar a trabajar ahora con el alivio que da la desaparición del socio incómodo y puntilloso.

Tras este diagnóstico tan grave, la prescripción. Juncker cree que todo se jugará, casi a vida o muerte, en los próximos doce meses. Sus ideas incluyen un Libro Blanco que proporcionará una visión de largo plazo y se aprobará en marzo de 2017, en el 60 aniversario del Tratado de Roma, y diez programas de acción que abarcan todos los ámbitos, y atienden a las cuestiones más calientes: los refugiados, la seguridad interior y exterior, el crecimiento y el empleo, la economía digital?

El diagnóstico y las recetas suenan bien. Pero la autoridad de este médico, aunque acierte, es escasa y contestada. No es seguro que se le haga caso. Él mismo reconoce que los ciudadanos "necesitan que alguien gobierne". Y no se refería a España, como todos entenderíamos, sino al conjunto de Europa.

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15 de septiembre de 2016
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Tras la Física la Razón se vuelve especulativa

Es bien sabido que la física cuántica tiene un enorme peso en debates que trascienden los límites de la disciplina, y concretamente en la filosofía de la ciencia de nuestros días. Obviamente los especialistas de esta rama de la filosofía  están al corriente de los avatares científicos   que condujeron  a la mecánica cuántica, de su formalismo matemático, de las controversias a las que ha dado lugar y de la disparidad de  interpretaciones de la misma; además a menudo son ellos mismos físicos, o han complementado su carrera de filosofía con estudios en el departamento de física. Pero sin embargo, con toda legitimidad, también filósofos de otras ramas se ven  atraídos por los problemas que la física cuántica plantea,  hasta el extremo de sentirlos como propios,  aunque sean conscientes de que el bagaje técnico del que disponen sea excesivamente limitado.

La filosofía,  por tener matriz en la física "cualitativa" de los pensadores jónicos, es  en consecuencia esencialmente meta-física, mas  una vez surgida tiene sus propios problemas,  y sus propios objetivos. Objetivos, como Aristóteles indicaba, no subordinados a interés parcial alguno, objetivos literalmente finales. Un ejemplo:

Forjar las condiciones experimentales (en el espacio de un laboratorio clásico o en la distancia que separa islas) que permitan demostrar la existencia de correlaciones entre partículas que desafían el principio de localidad es algo que concierne a los físicos. Y que los resultados  sean o no los esperados, determinará el grado de reconocimiento que el experimentador llegue a alcanzar por parte de sus colegas, en el seno de la disciplina. El físico ayuda así a que el problema de la localidad se erija en protagonista.

Sin embargo  el problema mismo de la localidad  no es ya asunto que concierne primordialmente al físico, de la misma manera que, nos dice Aristóteles, ocuparse del principio de contradicción no es cosa del matemático (ejemplo este  al que ya he recurrido en otras ocasiones), sino del filósofo.

Ciertamente  el principio de no contradicción sólo viene a ser objeto de la  atención del Estagirita como resultado de que alguien pretendía cuestionar  su legislación, no sólo sobre las cosas sino también sobre el pensamiento (Aristóteles a atribuye tal tesis a algunos que se amparaban en Heráclito y no a Heráclito mismo, pero eso es ahora secundario). También la vigencia del principio de localidad en el orden natural era una idea no reflexionada en nuestro cotidiano lazo con la naturaleza, hasta que...la física cuántica la pone en entredicho. La diferencia entre los dos ejemplos es que, por así decirlo, las observaciones de los físicos cuánticos  tiene más crédito entre nosotros del que la opinión de los pseudo- heracliteanos tenía para Aristóteles, pero el proceso es análogo: sin algún hecho o discurso que lance una sombra sobre lo que legisla, la sumisión pasiva es la regla. Vivimos en conformidad al principio de localidad, aunque no hayamos nunca reflexionado sobre el mismo y de hecho tal reflexión sólo comienza porque los físicos comprueban con estupor que la naturaleza no siempre responde a tal principio. Mas  una vez generada la inquietud, ya no cuenta tanto  la fuente. Para decirlo sin ambages:

Una vez que el físico nos ha demostrado que la naturaleza no siempre es local, dejamos la física para preguntarnos qué es lo que la localidad significa. Tal reflexión no forma ya parte de la física y ni siquiera de la filosofía de la física, es decir: de la reflexión conceptual que tiene como objeto el devenir de la física y las aporías que en tal devenir surgen, ateniéndose a los términos de la física misma.

De alguna manera cabe decir que la física hace  explotar un objeto teorético del cual el filósofo inmediatamente se apodera para integrarlo y fijar su peso real en el "reino de sombras", es decir, en el conjunto de determinaciones conceptuales que constituyen el núcleo semántico del lenguaje,  y en consecuencia son  la condición de posibilidad de que lo designado por la palabra  naturaleza esté para nosotros cargado de significación. De nuevo sin ambages: cabe decir que la reflexión sobre las últimas determinaciones conceptuales es intrínsecamente especulativa.

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15 de septiembre de 2016
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El Boomeran(g)
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