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Suicidas y longevas

Dos poetas de poco más de cuarenta años han compilado una antología monumental (casi mil páginas) con el título de ‘Poesía soy yo. Poetas en español del siglo XX'. Ambas, Raquel Lanseros (Jerez, 1973) y Ana Merino (Madrid, 1971), no forman parte del elenco de escritoras representadas, ya que su voluntad fue incluir a las nacidas desde 1886, caso de la modernista uruguaya Delmira Agustini, hasta 1960, cuando Blanca Andreu era un bebé de pocos meses y en Costa Rica venía al mundo la muy interesante Ana Istarú, que se dio a conocer en la adolescencia y cierra con altura el volumen, recientemente publicado por Visor.

    Las antologías tienen siempre algo de bazar. Hay en ellas confecciones para todos los gustos, y el muestrario expuesto es forzosamente limitado, por lo que al curioso que lo calibra siempre puede quedarle la duda de que esa misma firma haya hecho productos mejores. Conviene decir sin embargo que la recopilación de Merino y Lanseros presenta artífices de gran calidad, desde las más canónicas como Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Idea Vilariño, María Victoria Atencia o Clara Janés, hasta las menos conocidas pero imprescindibles Josefina de la Torre, Amanda Berenguer, Blanca Varela o Marosa di Giorgio, poeta excéntrica de rica imaginería surreal. Llama la atención, como dato anecdótico, el censo de las que murieron trágicamente, electrocutada la mexicana Rosario Castellanos, asesinada Agustini, suicidas Storni, Violeta Parra, Alejandra Pizarnik o María Mercedes Carranza, en contraste con las numerosas poetas de activa longevidad casi centenaria, como Ernestina de Champourcín, Concha Méndez, Carmen Conde, Dulce María Loynaz, Elena Martín Vivaldi, Fina García Marruz, Julia Uceda o la inolvidable Rosa Chacel, de quien se incluyen un hermoso soneto y una carta en verso a Norah Borges. Siendo la selección de las antólogas tan amplia, me llamó la atención la ausencia de la estupenda aunque semi-secreta María Vela Zanetti, y de las argentinas Emma de Cartosio y Basilia Papastamatíu, que viajaron con frecuencia a España y aquí mantuvieron contactos muy señalados con escritores de la generación del 50 y los Novísimos.

     En el bazar de ‘Poesía soy yo' tengo, como cualquier paseante interesado, mis predilecciones. El encanto de las primeras prosas poéticas de Ana María Moix sigue vigente, el irracionalismo temprano de Blanca Andreu deja paso (por ejemplo en un poema más reciente, ‘A un ciprés de la Acrópolis') a la voz grave y rememorativa, y es un placer incomparable releer a una de las más originales poetas españolas del siglo, Gloria Fuertes, cuyo humorismo payaso en la ‘tele' dio de ella una imagen distorsionada que para muchos (aunque no para su gran ‘fan' Jaime Gil de Biedma) resultó descalificadora. Termino mi deambular poético por este bien concebido libro con la elocuente pieza breve de la peruana Blanca Varela, titulada ‘Strip Tease': "quítate el sombrero / si lo tienes / quítate el pelo / que te abandona / quítate la piel / las tripas los ojos / y ponte un alma / si la encuentras".

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4 de octubre de 2016
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Días ligeros

Una niña de dos años es atropellada por un tren. Después de declarar el maquinista, el tren siguió su trayecto”. Así rezaba la noticia de un periódico digital, uno de los que te topas de madrugada en rincones de un rulo de información deglutida en píldoras escasas. No hay tiempo para pensar, se cliquea de forma mecánica, incluso hipnótica; sales de leer los restos de un asunto para ingresar en otro, algo parecido a las camas calientes que van alquilando a lo largo de las veinticuatro horas quienes sólo pueden pagar por un cuarto compartido. Pero esta vez no puedo sacudirme alegremente las sobras. El cuerpo de una niña de dos años, su pelo suave, la barbilla brillante, es arrollado por la máquina, sin embargo ni la vida ni el tren detienen su trayecto. La compasión no dura más de un instante para salvar el ánimo, aunque es probable que los viajeros más sentimentales de aquel convoy sintieran el horror, además de esa sensación que repiten los protagonistas de la soberbia obra de teatro Incendios, dirigida por Mario Gas: “La infancia es un cuchillo clavado en la garganta”.
Vivimos tiempos confusos, fragmentados, pero a la vez tremendamente ligeros. En su último ensayo, De la ligereza (Anagrama), Gilles Lipovetsky reflexiona sobre el hecho diferencial de que “el ciudadano hipermoderno ya no siente la ambición de cambiar el mundo”. Ante todo quiere respirar, sentirse más ligero. Si leen, buscan libros breves para viajar y periódicos que no resulten fatigosos, información sinóptica; series que entren como una bala, menos comprometedoras que las más de dos horas de un Scorsese, Fincher o Nolan. Nuestros archivos han escapado al peso de la materia y están en la nube, la nanotecnología deslumbra con su nueva magia y en nuestro universo cotidiano habitan palabras como despresurización y turismo espacial. Nuevos ícaros, pero sin aparente Sol que nos derribe.
Dice Lipovetsky que antes la ligereza consistía en un ideal de estilo o en un vicio moral, mientras hoy es una dinámica global, un paradigma transversal cargado de valor tecnológico, económico y existencial. La sexualidad libertina parece legitimada, pero la vida sexual de las parejas comporta la rutina de siempre. Nunca se había glorificado tanto la delgadez, pero tampoco nunca había habido tantos obesos: uno de cada tres en EE.UU. La ingravidez, la sensación de una vida que no pese, choca contra la superabundancia que a partir del marketing de lo barato invita a acumular. Y creemos que lo ligero es cool, mientras que la pesadez resulta un anacronismo del siglo XIX. Pero en verdad “la ligereza es escasa en nosotros y se pierde sin que podamos hacer gran cosa”, afirma Lipovetsky. Incluso la frivolidad y el desenfado, tan de estos días, son pura ilusión. Cuando salimos de internet, tanto de su anonimato como de la búsqueda compulsiva, regresamos a una realidad donde lo ligero se eclipsa, y los trenes, contigo o sin ti, continúan su trayecto.
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3 de octubre de 2016
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El anillo de Frodo

El voto de confianza obtenido el jueves por Puigdemont es varias cosas a la vez. Ante todo, es la culminación de la investidura del actual presidente, improvisada en el límite de la convocatoria de nuevas elecciones el pasado 10 de enero ante el veto de la CUP a una continuación de Artur Mas. Nueve meses después aquella decapitación, a mitad de camino de los 18 meses de plazo para culminar el proceso, el ex alcalde Girona ha hecho su auténtico discurso de investidura y ha revalidado, tal como se había propuesto, su presidencia.

La decisión de someterse a una votación de confianza a plazo, ante la negativa de la CUP a validar los presupuestos, era el reconocimiento implícito de que se trataba de un presidente a prueba. Ahora ya no lo es. Ha salido aprobado, con lo que así se cierra también, y definitivamente, cualquier posibilidad de resurrección presidencial de Artur Mas. Si hay que disolver el Parlament en los próximos meses porque la relación con la CUP sufre un nuevo percance, o dentro de un año como está previsto, a nadie le pasará por la cabeza recuperar la figura del presidente que fue el líder imprescindible y el mayor activo del Procés.

La confianza obtenida por Puigdemont es también el regreso a la casilla de salida: hay que repetir de nuevo todo lo que se ha hecho hasta ahora. Primero habrá que intentar otra vez el referéndum legal, a continuación habrá que intentar el unilateral, bautizado ahora de vinculante para evitar que aparezca como ilegal, repitiendo por tanto el camino que ya recorrió Artur Mas. Y si no sale nada de esto habrá que volver a disolver y a elecciones, como hizo Mas, aunque esta vez quizás se enmascararán de constituyentes así como las anteriores se maquillaron de plebiscitarias, siendo siempre y en todos los casos meramente autonómicas.

Pero esto no es exactamente una repetición sino una enmienda: esta vez hay que hacerlo bien. Se entiende que a Artur Mas le suba la mosca a la oreja porque Puigdemont le está diciendo que lo hizo mal e incluso muy mal: su referéndum debe convocar a los partidarios del no, la pregunta debe ser sencilla y sin dobleces y sus efectos deben ser vinculantes, es decir, que debe producir como resultado la independencia efectiva si sale que sí, para lo cual habrá que estar preparado a todos los efectos, incluido el reconocimiento internacional.

Hay muchas dudas de que se pueda hacer bien alguna vez lo que solo puede salir si se hace mal. Pero este es el reto que se ha impuesto Puigdemont a sí mismo, remachado por su empeño en demostrar que hay una legalidad catalana que puede nacer por generación espontánea de la legalidad española en la que puede caber lo que no cabe en la legalidad matriz. Las leyes de desconexión que se propone el bloque independentista son la improvisación de una reforma de la Constitución española desde el parlamento catalán, con la que se modifica no tan solo el estatus de Cataluña sino el de España entera sin participación alguna de las instituciones y de los ciudadanos españoles. A saber quién podrá admitirlo y reconocerlo, dentro y fuera.

La nueva hoja de ruta cuenta con una base política de geometría nueva y claramente escorada hacia la izquierda. En la de Artur Mas su Convergencia todavía caminaba de la mano de Unió, esta última siempre un paso atrás en la marcha de la pareja, partidaria del pacto fiscal ante el derecho a decidir y del derecho a decidir ante la independencia. Se mantenía también una cierta relación dinámica con el PSC, a partir de su intento de evitar que el derecho a decidir fuera simplemente un eufemismo para el derecho de autodeterminación y comprendiera todavía la consulta sobre una reforma constitucional o estatutaria.

En el actual trayecto, la CUP es la que completa la base parlamentaria insuficiente de Junts pel Sí. Sin ella no hay confianza ni presupuestos, el instrumento imprescindible para dotar de contenido social al proyecto nacional. Y la zona de apertura la proporciona Catalunya Si Que Espot, partidaria del derecho a decidir, que ya ha adelantado una fórmula perturbadora para el referéndum, pero interesante para ampliar su base, consistente en preguntar por la República Catalana en vez del Estado independiente. Nótese que una tal formulación da amplios márgenes a la ambigüedad ?al igual que el Estado propio los daba en 2012 cuando todo empezó? en lo que se refiere a la relación con España: la república puede ser confederada, federada o independiente. No da márgenes en cambio en cuanto a la jefatura del Estado: nadie entendería que una república catalana formara parte de la monarquía española. Y con ello hace un guiño al republicanismo de todas las Españas: se puede mantener la dichosa unidad si desaparece la monarquía.

Esa confianza obtenida por Puigdemont el jueves parece poca cosa, pero ya se ha visto que dentro de este tipo de envoltorios tan pequeños cabe mucha sustancia. Desde el punto de vista temporal da para un año entero, que en política es una era geológica. Durante este tiempo, Puigdemont tendrá en su mano el bien más preciado y poderoso que puede tener un gobernante, un objeto metálico pequeño y frío que cierra y abre puertas y concretamente las de la disolución del parlamento. En un año, el próximo apalabrado, se definirá, además, la nueva geometría del poder en España y sabremos todos con qué fuerza entra cada una de las propuestas vigentes ?estatus quo, tercera vía federalista o independencia? en el debate que sin duda irrumpirá finalmente en el parlamento español después de cuatro años circunscrito a las instituciones y a la calle catalanas.

Como Frodo, el protagonista del Señor de los Anillos, Puigdemont tiene ahora en sus manos un objeto que confiere poderes extraordinarios y le permite amenazar a la CUP con una indeseada disolución en la que esta formación dejaría muchas plumas o, al contrario, provocarla directamente con la presentación de unos presupuestos infumables en caso de que sea tan negro el horizonte del proceso como para trasladar el fracaso seguro a una nueva decisión de los electores, e intentar con ello recuperar al menos parte de la fortuna perdida. No está mal para un presidente improvisado a última hora antes de ir a una repetición de las elecciones catalanas.

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3 de octubre de 2016
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A los escépticos

 

 

Habitante del matorral mediterráneo y, en general, de zonas meridionales secas y calurosas, la curruca cabecinegra –Sylvia melanocephala- se ha establecido en puntos de la Canal de Berdún (término de Jaca, Huesca) en los que nunca había sido citada. Concretamente en laderas de monte bajo de la margen derecha del río Aragón entre las desembocaduras del Estarrún y el Lubierre, en la finca de Hortilluelo, pedanía de Ascara. En cuatro o cinco años esta especie termófila ha colonizado un ecosistema considerado no apto para ella. Si nos atenemos a la media de temperatura e innivación de los últimos cincuenta años nada haría sospechar que fuera posible la presencia del pájaro. ¿Qué está pasando? 

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2 de octubre de 2016
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Guerra fría en el islam

No pueden evitarlo. Se buscan y se pelean allí donde se encuentran. Sea en una reunión de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en Argel esta semana, donde se han discutido por las cuotas de producción, sea en Nueva York, en la Asamblea de Naciones Unidas la semana anterior, donde se acusaron mutuamente de complicidad con los terroristas. Son países muy próximos, de religión musulmana, vecinos separados por las aguas poco profundas y altamente salinas del golfo Pérsico o Arábigo, donde hay mucho petróleo y muy poca libertad, bajo regímenes teocráticos que aplican la sharía con matices de crueldad apenas distinguibles.

No hay un caso como el de Irán y Arabia Saudí en todo el mundo. Hay muchos ejemplos de países enfrentados permanentemente en pequeñas guerras frías regionales que a veces se calientan. La inquina entre India y Pakistán, con el territorio de Cachemira en disputa, enervada ahora por un ataque terrorista contra un puesto fronterizo del ejército indio, viene de la partición e independencia de ambos países en 1947. Las dos Coreas rivales constituyen un solo país dividido por una de las guerras más calientes que inauguraron la guerra fría, prolongada hoy todavía por la creciente amenaza nuclear exhibida por el norte. La tensión bélica de baja intensidad entre Ucrania y Rusia es fruto de la pugna de un país por la emancipación del imperio al que siempre había pertenecido.

En el caso de estos dos grandes países de población musulmana y de regímenes teocráticos de Oriente Próximo, en cambio, se trata de una tensión que es a la vez contemporánea y ancestral, puesto que es una pugna por la hegemonía regional como no hay otra en el mapamundi actual, pero busca sus raíces legendarias en las guerras dinásticas por la sucesión de Mahoma de la que surgieron las ramas divididas del islam. Su origen más inmediato es el vacío geopolítico generado por la errónea estrategia de Estados Unidos hacia la región, con la destrucción de Irak y sobre todo de sus fuerzas armadas tras la guerra de 2003, de un lado, y la ausencia de una estrategia adecuada ante las revueltas árabes de 2011, del otro.

Si hubiera que buscar una analogía histórica para esos dos países, servirían Francia y Alemania durante el siglo XIX y parte del XX, una larga etapa en la que pugnaban por la hegemonía europea hasta llegar a la guerra en tres ocasiones, dos de ellas arrastrando al resto de Europa e incluso del mundo. Mientras ambos vecinos anduvieron a la greña, el entero continente se mantuvo dividido y sujeto a la inestabilidad, que solo terminó con la reconciliación y la alianza en el marco de las instituciones europeas.

Las más reciente de las manifestaciones de la acritud instalada entre iraníes y saudíes la ha proporcionado este mes de septiembre el Hajj o peregrinación anual de los musulmanes a La Meca, a la que por primera vez en tres décadas no han podido acudir los chiitas iraníes. Para la monarquía saudí --que organiza la multitudinaria peregrinación, negocia las cuotas de peregrinos y concede los visados-- el Hajj es una palanca en sus relaciones internacionales y una fuente de legitimidad. Los ayatolas iraníes, en cambio, contestan el derecho de la familia real saudí a constituirse en guardiana de los santos lugares, como hizo el fundador Abdulaziz Ibn Saud cuando creó el país que lleva su nombre en 1928, y reivindican una autoridad religiosa internacional que se haga cargo de los santuarios de todos los musulmanes. Sus argumentos se ven reforzados cada vez que se produce una catástrofe durante la peregrinación, como sucedió hace un año, en el anterior Hajj, cuando perecieron más de dos mil peregrinos en una avalancha, de los cuales 464 eran iraníes.

Irán y Arabia Saudí no tienen ahora relaciones diplomáticas, rotas desde el pasado mes de enero, tras el asalto de la embajada saudí en Teherán por manifestantes que protestaban por la ejecución del clérigo chiita saudí Nimr al Nimr. Ambos países libran una salvaje guerra por procuración en Siria, donde se enfrentan tropas sufragadas por los saudíes con milicias chiitas comandadas por militares iraníes, las primeras para derrocar al régimen de Bachar el Asad y las segundas para defenderlo, cada una de las partes, a su vez, con el apoyo más o menos explícito de Rusia a favor del régimen o de Estados Unidos en contra. Las armas, el dinero e incluso las tropas saudíes e iraníes también pueden encontrarse frente a frente en las respectivas guerras civiles de Irak y Yemen, en lo más semejante a una guerra religiosa internacional que se haya visto en los últimos siglos.

También hay guerras geoeconómicas en la producción de energía, un mercado en el que ambos países se hallan enfrentados por intereses contrapuestos. Teherán necesita aumentar la producción hasta recuperar el nivel previo a las sanciones internacionales, pero Riad quiere reducirla para evitar que los precios sigan cayendo. Los saudíes han jugado con los precios del petróleo a la baja para expulsar de la rentabilidad la extracción no convencional, en aguas profundas o mediante fracking o fracturación hidraúlica del subsuelo; pero actualmente se enfrentan a una crisis fiscal, con un déficit del 13 por ciento, que les está obligando a cortar el gasto público ?han recortado los salarios de los ministros en un 20 por ciento-- y a aumentar los ingresos.

Irán y Arabia Saudí compiten por la hegemonía en la región en un momento crucial en que Europa ha desaparecido, Rusia regresa con fuerza y Estados Unidos adopta una posición de repliegue y de cautela. Centenares de miles de víctimas civiles y millones de refugiados pagan duramente la factura de estos movimientos geopolíticos y bélicos que están destruyendo un país entero como es Siria, donde las treguas no duran y la paz es altamente improbable. Aunque la derrota del califato terrorista parece inminente, difícilmente se traducirá en lo inmediato en forma de paz y estabilidad para Siria. Planteará, por supuesto, un problema de seguridad para todo el mundo, sobre todo con el regreso de los yihadistas ex combatientes, pero despejará el paisaje de la región y se verá entonces que tras la humareda se escondía esencialmente la guerra entre la monarquía saudí y los clérigos chiitas de Irán, en cuyas manos están las llaves del conflicto sirio.

Si alguna vez regresa la estabilidad a la región será porque Riad y Teherán habrán dejado de pelearse y emprendido el camino en dirección contraria, como Francia y Alemania a partir de 1945, algo muy improbable tratándose de regímenes despóticos que se escudan en el rigor de la religión para reprimir cualquier atisbo de apertura.

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2 de octubre de 2016
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De la ‘maison’ al club

El juego de “busque las siete diferencias entre Madrid y Barcelona” empieza con un clásico: en la capital de España se arreglan más. Los catalanes le ponen sorna al asunto, como si los madriles de postín fueran más endomingados y horteras. Sin embargo, el estilo capitalino ha perdido fuelle en la última década, descompuesto por las licencias que han convertido la Gran Vía en un escaparate globalizado: las mismas camisetas de Zara y jerséis de Primark, y entre compra y compra un café de Starbucks. La uniformización es una de las an­títesis del lujo. Su esencia es la ­vocación de exclusividad, pese a lo cual sigue disfrutando de una ­gozosa salud (en España el sector ha crecido un 40% desde el fatí­dico 2008). Bien lo sabe el Madrid de las capas Seseña, los sastres Langa o las joyerías cortesanas tipo Yanes, que fueron durante años símbolos de clase cuando aún no habían aterrizado en La milla de oro los gurús de los modernos oropeles.
Recién inaugurados los alegres 90 desembarcaron Hermès y posteriormente Chanel en la calle de José Ortega y Gasset. El pensador, para quien el buen gusto “es la norma que nos obliga a negar nuestro sincero gusto y sustituirlo por otro que no es el nuestro, pero que es el bueno”, da nombre al bulevar que concentra las denominadas tiendas buque insignia de las marcas más cotizadas del mundo. Dos de ellas han mostrado su pata noble y enjoyada este mes. Chanel, que ha desplazado su universo hasta la calle Velázquez, demostrando que la tendencia pop-up ha derivado en la de maisons efímeras. Acaban de customizar una vivienda que durante dos meses acogerá a amigos de la casa, para la que incluso distribuyen una llave personal, igual que las de un hotel. Chanel dirige su último ­lanzamiento, Chanel N.º 5 L’eau (obra de Olivier Polge, hijo del mítico nariz de la casa Jacques Polge), a los millennials, y por ello ha decorado su nuevo espacio con graffitis del estilo: “Lo juro sobre mi Chanel”. Sobre un juego de contrarios: rebelde/inocente, vulnerable/invencible, calma/caos, se estampa su nueva Egeria, imagen del perfume e hija de Vanessa Paradis y Johnny Depp. Su nombre, Lily-Rose, se adapta perfec­tamente a la composición del perfume.
Cristine Nagel, hoy perfumista estrella de Hermès, lo tuvo realmente difícil al empezar. Tanto que le recomendaron con insistencia que lo dejara: “No eres hija de ningún perfumista reconocido, ni siquiera de la villa de Grasse, y encima eres mujer… no pierdas el tiempo estudiando Químicas”. Autora de varios perfumes con leyenda, acaba de firmar Galop. Y lejos de una presentación comercial a bombo y platillo, pidió en Madrid un encuentro en petit comité con un grupo de mujeres. Eligieron el Club Allard, donde María Marte, la única mujer que suma dos estrellas Michelin en la ciudad, y que empezó, allá por 2000, como friegaplatos. Marte y Nagel identificaron sus sueños. Marte siempre estuvo más cerca de la calma dominicana que del caos. Emigrante, mulata y mujer, también lo tenía todo en contra, incluso el nombre, pero solo una marciana podía idear un chupito de pez mantequilla y espárrago blanco o un cupcake de trufa y huevo. “Nunca hay que dejar de soñar –repite la chef–, cuando consigues un sueño, tienes que ir a por otro”. Para la cena, dedicó a los comensales unos pétalos de la rosa que se despegaban de un perfume que pretende imitar al cuero. A Nagel, Hermès no le había pedido ningún nuevo perfume, pero un día visitó la cave à cuir de la maison, una especie de cueva de Ali Babá donde se hermanan las pieles más exquisitas, un lugar secreto y silencioso, y quedó prendada de una variedad extremadamente dulce llamada doublis. En los años 30 Hermès confeccionaba trajes de piel para Marlene Dietrich, quien, en un viaje transatlántico, lloró amargamente durante media travesía por la pérdida de un vestido de noche en doublis. La perfumista Nagel se ha inspirado en esta piel y en la rosa; me cuenta que quería lograr un perfume que oliese a “fuerza interior”. El nuevo lujo galopa al viento, fabulador.
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1 de octubre de 2016
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Como si nunca las hubiéramos llorado

Suena a magia, pero es ciencia: ya se puede “deshervir” un huevo: la clara, de blanca y sólida, puede volver a ser líquida, viscosa, traslúcida. Como si no hubiera sido hervido.

¿Se acuerdan de la hazaña de Colón, de poner un huevo de pie? ¿Recuerdan el debate eterno de si primero fue el huevo o la gallina? Todo eso quedó en los empolvados anaqueles de la historia. La ciencia, el proveedor de maravillas de este siglo, logró superar a Colón y a los debates sobre el origen: científicos de la Universidad de California Irvine lograron que un huevo cocido vuelva atrás a su estado de crudo.

En la revista científica “ChemBioChem”, el doctor Gregory Weiss y su equipo publicaron el descubrimiento, que según la web de la universidad será útil para reducir los costos del tratamiento del cáncer, en la producción de comida y en el tratamiento de residuos. Muchos procesos químicos que llevaban semanas ahora se podrán producir en minutos. El Dr. Weiss calcula que el ahorro será de unos 160.000 millones de dólares.  

La periodista científica Alison Bruzek, de la radio pública estadounidense NPR, lo explica con claridad y sentido del humor, (llama a Weiss y su equipo ‘eggsperts’). “Cuando un huevo se hierve, las proteínas que se encuentran armadas como un complejo origami en precisas piecitas de 3D se empiezan a desarmar. ‘Se pegan unas a otras y se enredan como una línea de pescar hecha un nudo’, dice el Dr. Weiss. Cuando se centrifuga la clara alta velocidad, con una encima del huevo llamado lisozima y agregándole urea, el equipo de la Universidad de California descubrió que las proteínas volvían a su forma original”. 

 

En el artículo de Bruzek se desliza, al pasar, que la encima lisozima está también presente en las lágrimas. Este detalle me conmovió. ¿Será la ciencia también capaz de producir una máquina, una técnica que no solo enjugue las lágrimas sino que las vuelva a su origen, como si nunca hubieran salido del lagrimal? ¿Se puede volver atrás, como si el llanto no hubiera ocurrido? ¿Y más atrás, para borrar retroactivamente aquello que nos hizo llorar?

 

De ‘deshervir’ el huevo a ‘desllorar’ las lágrimas, ese puede ser el maravilloso y aterrador invento del siglo. Tal vez el día que a la industria farmacéutica, y la agroalimentaria, y la biomédica le resulten miles de millones de dólares de ganancia, aboliremos las lágrimas.

 

Pero me temo que eso nunca sucederá. Habrá que seguir enjugándoselas con la manga sucia de la camisa, y seguir adelante, como antes, como siempre. 

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29 de septiembre de 2016
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El buen sexo

La realidad siempre va en contra dirección cuando se trata de bordear las rutas más esquivas. Ocurre con el sexo, a menudo maltratado igual que un viejo trapo de cocina. En su nombre se glorifica el placer, pero también la oscuridad; y no seré yo quien se empeñe en disipar esas sombras que tan bien le sientan al deseo. Nuestra sociedad, aparentemente más desacomplejada y liberal, ha ido engrosando sus fantasías con mayor desinhibición y permisividad, en parte gracias al anonimato virtual. Los ligues rápidos vía apps y la domesticidad pornográfica –que se ha instalado ya como género llegando a condicionar la visión del sexo de los adolescentes– alimentan las libidos de todo tipo, en una época en la que se loan el poliamor y las acrobacias emocionales. Pero las apariencias enmascaran déficits importantes derivados de la paupérrima educación sexual que se imparte, porque en la España del PP se rectifican leyes como la del aborto pero luego se les olvida activar la pedagogía para evitarlos.
Parece que las campañas para penalizar la prostitución y aparcar el debate acerca de su regulación no han hecho más que acrecentar su atractivo, según se traduce del marcado repunte de jóvenes que reclaman los servicios de prostitutas. ¿Por qué acuden en pandilla a los clubs cuando nunca lo habían tenido tan fácil para entablar relaciones libres con iguales, y en cambio prefieren pagar por tener sexo? “Acuerdo” y “compañía”, así se presentan las llamadas sugar babies, un fenómeno exportado de las Américas que cuenta aquí con visitadísimas webs, una nueva forma de relación a cambio de que te den “la voluntad” (igual que las jineteras cubanas). Ellas son crías, a ellos los denominan sugar daddies. Aseguran que no es lo mismo ser escort queprostituta, pero cuando deciden dejarlo no es como cambiar de piso a uno más amplio y luminoso.
Sexo tortuoso en lugar de enaltecedor. Torpe y triste, en lugar de lúdico y libre. Por ello se agradece que en el corazón de Chueca, en el Válgame Dios –el restaurante preferido de la gauche gin-tonic–, acabe de presentarse el libro <em>Pulsión</em> (Edhasa), fruto del segundo premio de Literatura Erótica escrita por Mujeres impulsado por Beatriz Álvarez, agitadora urbana de primera. El ambiente es chocante: ahí está un jurado formado por periodistas culturales de alta graduación paseando del brazo de criaturas que parecen salidas de Eyes wide shut, ataviadas con máscaras de cuero, corsés y abalorios fantasiosos. El reportero Jon Sistiaga me dice: “No sé si pega que estemos aquí, pero mola”. Porque la primera misión del premio no es otra que certificar lo que parece haberse olvidado en nuestra sociedad mercantilizada: que el sexo es ante todo erótico.
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29 de septiembre de 2016
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Astérix frente al islam

Casi siete siglos separan a Vercingétorix, que combatió a Julio César, y a Mahoma, que fundó una de las mayores religiones de la historia. La imaginación de Uderzo y Goscigny ?los inventores de la derivación humorística de la peripecia de aquel caudillo galo que son las aventuras de Astérix? difícilmente podía enfrentar al pequeño jefe de la legendaria aldea de las Galias del siglo I a.C. con los invasores musulmanes a mitad del siglo VIII. Recuerden: "Estamos en el año 50 a.C. Toda la Galia está ocupada por los romanos? ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste todavía y siempre al invasor..."

Lo que no hicieron el dibujante y el guionista de una de los comics más famosos del género lo ha hecho ahora el ex presidente francés Nicolas Sarkozy, en su campaña para las primarias de las que saldrá el candidato de la derecha francesa a la presidencia de la República, con una frase que pasará a los libros de citas: "A partir del momento en que te conviertes en francés, tus ancestros son los galos". "Nos ancêtres les gaulois" es una frase de profundas resonancias en la memoria francesa. Los escolares de las colonias africanas estudiaron en libros de texto donde se les enseñaba que sus antecesores eran los galos, en un ejemplo de fabricación del pasado nacional y de imposición de una identidad ajena. Ciertamente, todas las historias nacionales reinventan el pasado en forma de orígenes milenarios, pérdida de libertades y constituciones que nunca existieron e incluso fundaciones a cargo de personajes legendarios. Sarkozy lo sabe perfectamente pero ha querido transmitir un mensaje posmoderno: ser francés quiere decir aceptar la invención de este pasado. No es parte de una realidad sino de un relato nacional compartido que deben aceptar a gusto quienes aspiren a adquirir la nacionalidad. "No vamos a contentarnos con una integración que ya no funciona, exigiremos la asimilación", dijo en el mismo discurso.

La idea de Sarkozy está en sintonía con el repliegue identitario que se está produciendo en todo el mundo. El Brexit, la pujanza de los populismos xenófobos en Europa, el retorno del nacionalismo imperial ruso de Putin, la América que quiere volver a ser grande de Donald Trump, todo pertenece al mismo impulso de defensa identitaria frente a una supuesta agresión exterior. No es la ciudadanía, hecha de derechos y deberes, la que actúa de cemento nacional, sino la idea de un pasado común fabricada a lo largo de los años.

La nariz política de Sarkozy le dice que este es el territorio en el que puede intentar el regreso a la presidencia, después del fracaso que significó su derrota de 2012 frente a François Hollande. Como caudillo de la derecha, ávido de votos de extrema derecha en competencia con Martine Le Pen. Al igual que Zelig, el personaje camaleón de Woody Allen, Sarkozy fue el americano con los atentados del 11 S, el liberal antitestatista con su primera campaña presidencial, el reformador del capitalismo con la crisis de Wall Street, el guerrero del intervencionismo humanitario frente a Gadafi, el apóstol del rigor europeo cuando se convirtió en parte de Merkozy y ahora Asterix, el irreductible caudillo galo que se resiste al invasor.

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29 de septiembre de 2016
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Cómo parece ser la naturaleza

La mecánica cuántica parece encerrar un mensaje tan sencillo de expresar como tremendo en sus implicaciones: la  naturaleza no es cómo parece. Mas, ¿cómo parece  ser la naturaleza? En síntesis como una contigüidad de cosas dotadas de propiedades cuyo comportamiento es en esencia previsible.

Empecemos por la contigüidad (1). Sin duda hay en el entorno pluralidad de cosas y en este sentido lo discreto nos rodea, pero tal pluralidad se muestra en un escenario (o más bien configura un escenario,  pues quizás este no pre-existe  a la pluralidad misma) que provisionalmente podemos llamar continuo espacio- temporal.

No hay ciertamente un vacío newtoniano previo a las cosas en las que estas vendrían a ubicarse, pero tampoco se da un abismo ontológico, una distancia sin contenido, como resultado de la ruptura de continuidad que la existencia misma de pluralidad de entidades físicas supone. La ruptura de continuidad es contigüidad y no vacuidad.

 Desde luego en los albores de la física cuántica la ciencia no tenía duda al respecto, pero tampoco la tenía la representación ordinaria: aunque entre una entidad física A y una segunda B quizás no percibamos una tercera entidad, sabemos bien que entre ellas hay al menos todo eso que designamos con la palabra aire. La idea de un espacio newtoniano en el cual las cosas vendrían a ocupar un lugar, constituye un postulado pre- físico, no físico ni, a fortiori,  meta-físico (2).

La naturaleza  además es previsible.  La eventual incertidumbre a la hora de hacer previsiones es cosa nuestra y se reduce en proporción al conocimiento de las diferentes variables en juego, así como de la calidad y adecuación de los instrumentos de los que disponemos. A medida que la incertidumbre disminuye,  la previsión gana puntos y eventualmente alcanza la exactitud, suponiendo entonces la desaparición de la primera (3).

Pero esta  naturaleza orquestada como un marco de previsible  contigüidad presenta además un tercer e importantísimo aspecto: las entidades que la constituyen se diferencian entre sí por diferencias cuantitativas en el seno de rasgos invariantes, tales como la posición o la llamada cantidad de movimiento (el producto de la masa por la velocidad, que recubre la intuitiva  polaridad movimiento-reposo) las cuales, en ausencia de nuevas fuerzas que intervengan, responden a una bien determinada evolución en el tiempo (4).

En fin: marcada por rasgos que hacen reconocible lo que pertenece a la naturaleza y lo que no pertenece a la misma (entidad natural es la piedra que, al poseer cantidad de movimiento, puede ser arrojada mientras que no es entidad  natural la superficie de la piedra, inutilizable por sí misma como proyectil), configurando un continuo espacio-temporal y esencialmente previsible en su comportamiento, la naturaleza es el medio en el que baña nuestra realidad animal y encuentra peldaño ( piénsese simplemente en  los órganos de cerebro) nuestra capacidad de dar pie a entidades puramente eidéticas, ya sean entidades matemáticas o singulares frutos de nuestra potencia imaginaria. 

Pues bien: la mecánica cuántica consigue (al menos hasta cierto punto) mostrar que, en lo profundo, la naturaleza no responde a ninguno de los tres criterios, y a la vez mostrar la necesidad de que parezca respetarlos. Y digo bien la necesidad de que parezca, a fin de enfatizar el hecho siguiente: si se asume lo que la mecánica cuántica dice sobre el nivel sub-atómico la  apariencia a escala macroscópica  se hace comprensible, lo cual no quiere decir que entendamos nada de lo profundo, pues a este nivel la comprensión exigiría la remisión a principios que lo descrito precisamente pone en entredicho. Cabría de alguna manera decir que la mecánica cuántica explica la necesidad misma de las apariencias, determinadas por un trasfondo que, por imposibilidad de intelección, la mecánica cuántica   se limita a describir.


 (1) Recuerdo aquí de nuevo tres conceptos fundamentales que Aristóteles extrae de un análisis del lenguaje ordinario: Dos cosas son consecutivas si no existe entre ellas ninguna entidad de la especie de la primera o de la segunda. Dos cosas son contiguas si, además de ser consecutivas, están en contacto. De la contigüidad se pasa a la continuidad si esas dos cosas constituyen una sola, es decir, si la frontera que las separa es, de hecho, una mera separación de partes. En otras palabras: cuando la superficie de contacto no es más que una, la relación es de continuidad. Así las dos medias partes de un trozo de tiza están en relación de continuidad. Al romperlo por la mitad, surgen dos entidades que de estar en contacto forman contigüidad  y de no estarlo son consecutivas. La ausencia de vacío en la física de Aristóteles hace que la ruptura de continuidad sea esencialmente contigüidad y no consecución.

(2) La aparente  primacía de la continuidad en el orden natural se manifiesta en una  dimensión muy importante para  lo que aquí interesa. Supongamos que estamos en presencia de un proyectil que va aumentando  su velocidad de manera continua. Suponemos que su potencia de impacto se incrementa asimismo de manera continua. No nos pasa por la cabeza que haya saltos, es decir, puntos de vacío energético,  de tal manera que en algunos momentos del recorrido el impacto del misil sobre un eventual objetivo fuera nulo.  

(3) Volviendo al símil del proyectil: un conocimiento exhaustivo de las variables en juego permitiría prever el  resultado del impacto en todo momento.

(4) En el caso preciso de la posición y  cantidad de movimiento, esta evolución en el tiempo pone de relieve una  vinculación entre ambas  que parece perfectamente razonable: todos entendemos que si cambia la velocidad (componente de la cantidad de movimiento) en una magnitud precisa, habrá un correlativo cambio de posición, y viceversa. Otra cosa es que estemos en condiciones de calcular como será de hecho ese cambio. Y lo intuitivo de esta vinculación hace que no resulte  plausible la hipótesis de que tales rasgos pudieran disociarse hasta rozar la incompatibilidad.

 

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29 de septiembre de 2016
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El Boomeran(g)
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