Fernando Arámburu. Foto: Daniel MordzinskiLos críticos de ?El Cultural? escogieron la novela Patria...

Fernando Arámburu. Foto: Daniel MordzinskiLos críticos de ?El Cultural? escogieron la novela Patria...
La novela Los últimos días de Adelaida García Morales (Random House) de Elvira Navarro despertó una...
De acuerdo
con las pruebas clínicas
se induce
un mal atroz.
¿Un mal atroz?
Así eran los adjetivos
obscenamente literarios.
Síndromes
tumorales
que las palabras
emitían
al ser conducidas
para producir impresión.
E incluso publicación.
La batalla laboral
con las palabras
fue una penalidad
antes que un juego,
una faena
antes que una falena.
Un decir para ser visto
juzgado y leído,
despertar rechazo o pasión.
No eran, desde luego,
las palabras
uno mismo.
Más bien
Se convertían,
de inmediato,
en las máscaras
que emitía nuestra dedicación
Palabras
que brotaban
como limaduras
del ser escribiente.
Escritor y autor
de unas palabras con tino
y de otras
con tipo.
Miles de palabras
surgidas de palabras
en la pradera salvaje.
Fauna sin civilización
y que diligentemente
le proponía el autor.
Promotor de la desdicha,
gestor de la felicidad
pintor de esta
y de otra circunstancia
cuyas existencias
dependía del verbo, el nombre, el adjetivo,
la frase
para bien y para mal.
Palabras como una manada
de seres
entre dormidos y alertas.
Fauna pendiente
de ser cazada
con mucho esfuerzo,
con un silbido
o mediante
un azar.
La multitud de palabras
nos dio
económicamente
de comer
pero también
nos dio
mucho qué pensar.
¿Qué sentimientos
eran ellas
o qué sentimientos
atribuíamos a su vibración?
Un surtido de minerales
apagados o incandescentes,
según la hora, (el contexto)
fueron las palabras
plasmadas en el diccionario,
y antes de su exposición
a la luz.
Surtido de fulgencias y sombras
como la caja extensa
de un rico pintor.
Palabras que al acertar
con su color y su peso propios
nos alborozaban
y que al errar,
por el contrario,
nos ahorcaban.
Toda la poesía,
toda la literatura
ha sido una colección
de veleidosos tonos y texturas
entre el padecimiento
y el placer,
entre la mentira humana
y la verdad caída del cielo.
El don providencial
sobrevenido, en ocasiones,
como un milagro de cristal
que el firmamento
regalaba a nuestro sacrificio,
nuestra devoción
por acertar y acertar
y con miedo siempre
al maldito mal atroz.
El síndrome del tumor.
El escritor mexicano Juan Pablo Villalobos ganó el reciente premio Herralde de novela con
No voy a...
Interesante la propuesta de Mónica Zas Marcos en ?El diario. es?: cuatro revelaciones literarias del...
¿La muerte?
Cualquier discurso
sobre la muerte
quedó
obsoleto
ante el trance
de su proposición.
Toda proposición
era contraria
a la incógnita
de la vida.
Toda certeza
Comportaba
Su anulación.
¿Vivir para morir?
¿Cómo podría traducirse
esta ecuación
en una idea?
Solamente aceptamos,
entonces,
la incoordinación entre existir
y no existir.
Porque ¿cómo podría más existencia
conducir a menos.
El colmo del cero, dijimos,
sería
el infinito.
Científicamente hablando.
Pero ya
No poseíamos
lengua
transportara
la amargura
de tanta contradicción.
Cenizas y
y desechos de carne.
La sobreabundancia
de la existencia
llevaba su ausencia
El cúmulo en vacío.
Lo lleno en inanidad.
Y esta fue
la lección central
que la enfermedad mortal
nos brindó.
Ser nada a partir del todo.
ser menos a partir
de la abundancia
O bien
¿no será , en efecto,
la abundancia
una metástasis
del horror?
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