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Necrologías 4

 

Conocí a Ricardo García Munarriz en la Universidad de Barcelona durante el curso 1962-1963. Vivaracho, casi nervioso, era ese tipo de persona que mantiene en ascuas a la concurrencia por la agudeza de sus consideraciones y lo chocante del modo de expresarlas. Capaz de dar un giro a la conversación sin perder un ápice de intensidad volvía de súbito a lo que antes se estaba tratando para así dejar descolocados a sus fatuos epígonos. Daba igual que fuera literatura, arte o ciencias de la naturaleza; Ricardo sabía de todo, disponía de una inteligencia natural que lo convertía en el ser plástico por excelencia: adaptaba los razonamientos, el léxico, los gestos, diría que el porte y las líneas de su rostro, a las características de sus interlocutores. Pienso ahora, desde la distancia, que Ricardo García era, ante todo, un farsante, alguien que con vastas y reconocidas lagunas en numerosos campos del saber lograba, mediante su encanto personal y unos elementales y misceláneos conocimientos, convertirse en el centro de atención y, me consta y me duele, en el mentor de condiscípulas no siempre poco agraciadas.      

Perdí su rastro en 1968. Yo había acabado Derecho e ignoro si él acabó Filosofía. Corrió entonces el rumor, quizá el bulo, de que había ingresado, como ornitólogo becario, en un centro pirenaico de investigación. Poco a poco su recuerdo se fue borrando y, nadie, que yo sepa, volvió a hablar de él en las tertulias y otros foros, al tiempo que se rompían los sólidos vínculos que había establecido con la prensa escrita donde, en aquellos años, su presencia, mediante artículos suyos o dedicados a su persona, era constante y abrumadora. Por eso hoy, nueve de febrero de 2009, al recibir un paquete remitido por Ricardo García Munarriz mi corazón ha dado un vuelco. Un pequeño y delgado paquete rectangular que me llega por correo postal ordinario y en el que con caligrafía vacilante, a bolígrafo de bajo precio, se escribe en el anverso mi nombre y dirección con algunos errores y, en el reverso, dentro de un círculo trazado en el ángulo superior derecho, los datos del remitente: R. García Munarriz / Farmacia, 3, 3º, dcha. / 28004 Madrid.    

“Querido Pedro”, dice la breve misiva en un papel suelto cuadriculado, “aquí tienes mi legado. Creo que eres merecedor de poseerlo porque fuiste la persona con quien sostuve más abundantes y extensas conversaciones sobre arte y literatura. Verás que junto a esta carta va un sobre. En su interior encontrarás anotadas las frases, las palabras que me han emocionado a lo largo de mi vida. Son pocas y forman tres bloques. Recibe un abrazo de tu amigo Ricardo que ya habrá muerto cuando me estés leyendo. En Madrid a las 11 horas del jueves 5 de febrero de 2009.” Llamé a mi abogado por si la comunicación de ese posible suicidio pudiera comprometerme y luego, ya con la policía avisada, el piso inspeccionado y el juez movilizado para levantar el cadáver, me dispuse a disfrutar con el ramillete de citas que iluminaron, sin duda, toda una existencia.    

  

De la prensa diaria:

 “Los preparativos para la Fiesta Provincial del Fiambre Casero.”

“Fueron compañeros de la sección de lengüetas.”

“Recorrió junto a Smith el circuito de garitos de mala muerte.”

“Donde la ciudad acaba, donde las ciudades son como islas, cortadas, de     límites definidos.”

“A su madre el suceso no le quitó el apetito de hacer música.”

“Discos eclécticos, repletos de dobles sentidos y simpáticos exotismos.”

“Una de las femmes fatales más intensas que ha dado el género.”

“El Baile de las Monjas de Roberto el Diablo, la Danza de las Monjas     Espectrales en el interior de la Catedral de Palermo. “    

“Vagaba por las calles de Baltimore con ropas que no eran las suyas.”

“En Formentera se cazaban las pardelas a mordiscos.”

“Millares de animales simples forman un cerebro colectivo que toma decisiones.”

“Nunca buscó simetría (estética) sino eficacia.”

“Una mujer paralizada de cintura para abajo y que se negaba a ir en silla de ruedas.”

  

En libros y revistas:

“Fue una picadura de escorpión que dejó una mancha en forma de escorpión donde picó el escorpión.” Sara. Frank Ferris.

Señora Píbodi. (Común)

Señora Bíguelou. (Común)

“Era una mujer de cara mutable, con un amplio repertorio de apariencias que iban desde la fealdad hasta un particular modo de belleza.” Ella. Jean de Erin.

 “Uno de mis defectos es que no he podido acostumbrarme a la fealdad humana.” El filo de la navaja. William Somerset Maugham.

“Las largas peregrinaciones hacen a los hombres discretos.” El licenciado Vidriera. Cervantes.

“Ningún artista tiene inclinaciones éticas. En un artista, una inclinación ética es un amaneramiento estilístico imperdonable.” Óscar Wilde.

“La filosofía es el manejo de lo obvio (o del sentido común, que es lo mismo) mediante el uso de herramientas sofisticadas.” Revista Pensar.

“Viajar es esa actividad en la que uno paga por sufrir todo tipo de incomodidades.” Selecciones del Reader’s  Digest.

“Le gustan las mujeres húmedas de sobacos.” Libro de Buen Amor.

“Un cazador con pinta de idiota.” John Berger.

 

En la calle: 

“Tenía oído de tísica.”

“La compré las mamaderas.”

“Era hijo de un sastre ambulante.”

“He llegado a casa y me he lavado la boquita.”

 

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23 de enero de 2017
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Poema 70

Por momentos,

la vida se

detiene a veces

a la manera

de un paseante

que hubiera

perdido

la orientación de la hora

y del lugar.

En ese especial

intervalo

pasmado o cerúleo

se crea

un  cantón de existencia

sin realidad.  

Gruesa gota de tiempo

que  no enlaza

con la lluvia  

de episodios

frecuentes y

de significación

sino que,

a su aire,

emerge

con una autonomía

sin centro

o hueso,

lo que la hace

inconfundiblemente   

atónita.

Atóna.

Madera derretida

o quemada que

,en el itinerario de vivir,

boga como una

sorda excrecencia.

Una ampolla

sin sustancia

sin sustento.

Muda o ahogada

en la limpia ciénaga

de la inanidad.

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23 de enero de 2017
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Suelas de goma

Ocupan la gran pantalla en tropel los escritores, mostrados en facetas heroicas, ruines y consuetudinarias. De los siete principales contabilizados en un par de meses de novedades, cuatro existieron, Pablo Neruda, Emily Dickinson, Thomas Wolfe, William Carlos Williams (que no sale en persona pero personifica la trama de ‘Paterson'), y tres son de ficción  Entre los últimos, el más atractivo a priori es el Edward Sheffield (Jake Gyllenhaal) de ‘Animales nocturnos', que escribe una novela para resucitar y aparecerse a la mujer que lo abandonó, devolviendo a la literatura una de sus armas más mortíferas, la venganza. Otro vengador concienzudo imaginado por los argentinos Mariano Cohn y Gastón Duprat en ‘El ciudadano ilustre', el novelista Daniel Mantovani, regresa tras ganar el premio Nobel de literatura a su ciudad natal de los horrores, Salas, en la que los honores que se le dispensan abren ante él la antesala del infierno. Son muy brillantes los apuntes grotescos de Cohn y Duprat: el calamitoso traslado por carretera del premiado, el concurso de pintura parroquial en el que debe ser juez, las reinas de la belleza afectadas por la magnitud del encomio, la estatua al prócer y los vejámenes que sufre. Cuando llega el drama del amor truncado y los celos, la película se espesa en una melaza onírica y trascendental que no cuaja.  

 

    También se tambalea el justiciero ficticio de ‘Animales nocturnos'. Tom Ford, tan elegante con la cámara como con la aguja, construye bien la trama en tiempos y escenarios alternos, pero se pierde en la costura: hace holgadas las escenas que pedían estar ceñidas (como el asalto y los abusos de los pandilleros), verbosas las de conflicto transitorio (las dos cenas centrales, Sheffield con Susan, ésta con su madre) y, atraído por las formas del arte visual a la moda se queda en la superficie de una interesante historia de gran calado.

    Por el contrario, el japonés Hirokazu Kore-eda, depurado hasta la frugalidad en ‘Después de la tormenta', imprime a sus habituales fábulas de familia un sesgo insólito, haciendo de Ryota, el padre separado que la protagoniza, un novelista fallido que busca como salida laboral un empleo de detective. El investigador privado tiene en inglés una bella palabra de definición, ‘gumshoe' (título, por cierto, de la magnífica opera prima semi-policial de Stephen Frears), y la sugerencia de lo conveniente que es para un detective (y no digamos para un escritor) pisar la realidad con zapatos de suela blanda y así no hacerse de notar, le cuadra perfectamente al film de Kore-eda. La tormenta del título estalla, alterando las vidas, pero Ryota vive su otoño con parsimonia y dulzura: los falsos finales felices de este magnífico director.

   Y ahora, los que pisan fuerte y hacen ruido siempre que pueden

      Como era previsible viniendo de un cineasta tan impar como Pablo Larraín, Neruda rehuye ser la biografía de Pablo Neruda, deteniéndose en la alegoría del creador con ínfulas. El director de ‘El club' combate cuerpo a cuerpo con el autor de ‘Canto general', y la inmodestia y el genio de ambos asegura el espectáculo. Más titanes de pisada y voz tronante: por ejemplo Ernest Hemingway, que sale de comparsa junto a un pez espada gigante en ‘El editor de libros', cuyo título original es ‘Genius'; la aseada pero banal película de Michael Grandage retrata a tres, Wolfe, Scott Fitzgerald y el citado Hemingway, enfrentándolos a un personaje fascinante, el editor Maxwell Perkins, que por culpa del rostro impenetrable de Colin Firth y las carencias fílmicas de Grandage no cobra relieve como el hacedor en la sombra que fue. Una lástima, porque el ambiente, el lugar de los hechos, los dólares gastados en la producción y el esfuerzo colosal de Jude Law por hacer de Wolfe un ‘overreacher' del párrafo largo apuntaban más alto.

    ‘Paterson' no permite el juego habitual de las comparaciones odiosas entre el libro y la película, por la sencilla razón de que su guionista y director Jim Jarmusch utiliza ese título, esa pequeña ciudad de New Jersey y al poeta Williams Carlos Williams sólo como excusa para hacer su propia meditación poética, tenue pero elocuente. El libro no es, a mi juicio, la obra maestra del autor de ‘In the American Grain'; el renombre lo debe a su envergadura en tanto que novela poemática de más de doscientas páginas o poema en versiprosa salpicada de pensamientos y apotegmas. Publicado por entregas entre 1946 y 1958, el ‘Paterson' del Doctor Williams no existiría probablemente sin los precedentes compositivos de Ezra Pound, aunque la verbalidad y las aspiraciones de ambos poeta sean muy distintas. El libro está concebido como una narración zigzagueante en la que la poesía, predominante, se quiebra a menudo por las citas, los slogans, las noticias de corte periodístico, los diálogos, las opiniones y unas cuantas cartas. Lo narrativo, casi nunca novelesco, se funde con la lírica más desnuda, un dispositivo especialmente logrado en su Libro Tres, que constituye el centro de la obra.

     Jarmusch cita al escritor, bromeando un par de veces con las tres cláusulas de su nombre, sitúa en Paterson y llama Paterson al personaje protagonista, conductor de autobuses y poeta amateur (un ‘gumshoe' desarmado aunque perspicaz), pero ni la poesía que el joven o la graciosa niña admiradora de Emily Dickinson, en el más delicioso episodio de la película, escriben es la de Williams, sino la de un poeta algo posterior, y yo diría que bastante inferior, Ron Padgett. El perfume de la poesía de la Escuela de Nueva York flota sin sobre el film, y más de una vez se reconoce la fuente de los hallazgos del cineasta; es evidente, por ejemplo, que el trazado tan atractivo de la pareja de Paterson y su novia Laura remite, más que a Petrarca, a una imagen muy bella del arranque del Libro Uno de ‘Paterson': "Un hombre como una ciudad y una mujer como una flor - que están enamorados". Así es el ‘Paterson' de Jarmusch: fluctuante, caprichosa metáfora de la ciudad que da alimento al joven y de los vestidos y adornos florales con los que emplea su tiempo Laura.

     Para mi gusto sobran los planos de mirada lánguida del conductor-poeta a las cosas y al paisaje, como preanuncio mecánico de su inspiración. En cuanto al bulldog Marvin, encarnado por el animal de nombre Nellie, es tan buen intérprete que el director, sacrificando a veces a sus actores, le da demasiado papel. El perro en sí es sublime, como todos (esto lo saco de un verso de Mark Strand), pero las monerías de Marvin chillan en un curso tan ameno y remansado como el del film. 

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20 de enero de 2017
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Pausa 70

Soy consciente de que los poemas que voy publicando en el blog de El Boomeran(g) están poblados de erratas, inconcordancias y faltas de puntuación. Pero este es el poema que nace crudo e inmediato, sin aquellos atildamientos que parecerían pretender su perfección. Esto lo dejo para un libro más lento, de papel.

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20 de enero de 2017
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Poema 69

Lo fehaciente

de la sangre

es que,

en apariencia,

circula

sin impulso externo

o motor subyugador.

No será así

pero discurre

al modo

de un fenómeno

ecológico,

un gesto de la naturaleza

que impulsa 

los vientos o los afluentes,

los ríos o las brisas

del mar.

Una concesión, en suma,

al destino inscrito

naturalmente 

en su seno

que  impusiera

como don

una pulsión

sin resistencia.

Una decisión

sin desobedecer a nada.  

Sin nadie

ni nada

la sangre circula

por las venas

como una suave

bendición

o una perversa

maldición.

Ambas iguales

en su ensimismada

naturalidad.

Naturalidad ensimismada

en su misión

por visitar,

el circuito

del cuerpo completo.

Dispuesta

ancilarmente

a cumplir con

su repetida

misión colorada.

Limpia o infecta

tan acrítica sobre su estado

que no juzga

no propone

Fluidez ensimismada

que en su velocidad

que sigue

el orden gradual

de una legislación clínica.

Que sana o delata

su vicio.

Que detecta

la salud

o la extinción.

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19 de enero de 2017
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La prisa universal

Demasiado a menudo voy con prisas. Es uno de mis yos que más me desagradan, pero hay días en que las cosas sólo caben a presión y corriendo. La gente apresurada no mira ni ve, sólo piensa en llegar, tropieza, te embiste con su mochila, interrumpe, se cuela, le pregunta al que te está atendiendo investida por la superioridad que otorga la urgencia desesperada. También suele resoplar de frustración, exagerando la falta de aire, el entrecejo fruncido, la boca abierta, un tanto alelada, o todo lo contrario, furiosa y sumando un caso más a la epidemia de bruxismo que asola el mundo moderno. Apretar la mandíbula mientras soñamos como síntoma de miedo o rabia.
Afortunadamente, lo compenso con un yo moroso, egoísta a más no poder con el tiempo propio, adorador de las horas muertas que se desmadejan ajenas al paso de los días sin importar que la vida media se componga de unas 4.000 semanas. Gestión del tiempo, denominan hoy al arte de saber organizar las horas a fin de mejorar sus resultados, aunque a la vez plantea su dimensión existencial.
El correo electrónico ha superado a los antiguos buzones llenos de papeleo, y por tanto crece la obsesión de quienes ansían tener la bandeja de entrada a cero porque les produce alivio y se sienten más dueños de su tiempo. Pero mientras borran no piensan ni cuentan los días que les quedan, embargados por la ilusión del control. Todos nuestros dispositivos electrónicos poseen un cubo de basura y un reloj. Son dioses modernos que marcan nuestro ritmo. Mover documentos a la papelera causa casi un bienestar físico, de tarea acabada, una sensación de eficacia parecida a la de entrar en una habitación de hotel impoluta.
Alguien tuvo la sagaz idea de repartir la jornada: ocho horas para trabajar, ocho horas para dormir y ocho horas para el resto. En el resto se incluye comprar, amar, ordenar, leer, cambiar bombillas, comer, discutir, navegar por internet, estar con la familia, hacer yoga y hasta salvar ballenas. “Las doce y media, cómo ha pasado el tiempo / las doce y media, cómo han pasado los años”, exclamaban los versos de Onetti.
Leo en The Guardian un artículo donde se recuerda que John Maynard Keynes, en 1930, predijo que el crecimiento económico nos permitiría trabajar no más de 15 horas por semana, “con lo cual la humanidad se enfrentaría a su mayor desafío: el de averiguar cómo usar todas esas horas vacías”. Ocurrió todo lo contrario. Multiplicamos necesidades con tal de escapar del tiempo muerto. Pensar en la actualidad en una nueva organización temporal es, sin duda, una responsabilidad política que afecta tanto a la productividad como al bienestar social. Pero, sobre todo, tasa el tiempo para uno mismo, ese por el que hay que esquivar a los ladrones de horas que nos asedian ­para llevarse lo poco que de verdad es nuestro.
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18 de enero de 2017
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Poema 68

Sin perder el tino

pero menos 

la libertad compuse

una serie

de cuadros tan

vistosos

como delicados

Cuadros acristalados.

y tan transparentes que iluminaban

la sala entera

y tan evidentes que no era necesario

enderezar la vista

ni corregir el dilema

para obtener 

su emoción.

La emoción característica

que conlleva

la estética

cuando

su exacto grado de poder

aumenta su mutismo.

Es decir,

el habla elocuente y tonante

que no se escucha

afuera.

Ningún residuo,

precisamente,

porque el impacto 

alcanzó

la masa crítica

del gusto.

Gusto o masa

veleidosa

que habitualmente

no abdica en  sonido alguno.

Y solo el escucha

acaso

el patinaje del placer.

Intransmisible.

Transparente

como aquella sucesión de lienzos

compuestos con

tanto amor

como buen humor.

Con tanto empeño como

La luminaria

de la abstracción.

Inauguró, en fin, la galería

en la capital

y los visitantes

empezaron a acudir.

Unos veinte diarios

que no dejaban

en completo silencio

el ordinario vacío

de ese espacio,

casi funeral.

Entraron, salieron,

comentaron en voz baja

y se adentraron después en la calle

adornada

por el dulce frío

de la Navidad

Y, poco a poco,

fue borrándose

la huella de las pinturas.

Deambulaban ya alejados

,de semáforo en semáforo,

para ingresar

en la rutina

sin estética

ni asombrada locución.

Regresaron a casa

y todo se hallaba en

su posición.

Nada había turbado

la ausencia

y el cuadro

había desaparecido

con ella.

Relegado, obsoleto.

anulado en

el columpio

de la respiración.

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18 de enero de 2017
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Rueda de Ixión

Ciertas lecturas revelan la nulidad de nuestros esfuerzos y rebeldías, con lo que ayudan al sosiego y la felicidad. Nadie confunda la resignación con la constatación. Aceptar que el agua es húmeda no es resignarse sino admitir con sentido común que hay cosas inamovibles. Quienes niegan que el agua es húmeda van al nosocomio.

Me lo señaló (¡cómo no!) Andrés Trapiello. Y es que, hace 100 años, Pío Baroja publicó un discurso, Momentum catastrophicum, que parece escrito antes de ayer domingo. Lo que expone en 1919 es idéntico a cuanto venimos repitiendo los que defendemos la Constitución, los unionistas, españolistas o como quieran llamarnos. Es decir, aquellos para quienes los sediciosos vascos y catalanes son el arcaísmo absoluto y lo más demagógico de España. Lo escribía Baroja en su época roja, al acabar la I Guerra Mundial. Vino luego la dictadura de Primo, la República, la II Guerra Mundial, la dictadura de Franco, la democracia, y todo sigue igual.

En realidad, el problema es constitutivo de España. Católicos y judíos, cristianos viejos y conversos, liberales y carlistas, rojos y azules, progres y fachas, Iglesias y Errejón. Las excusas varían, el odio se mantiene. En España sólo juzgamos por pares opuestos. Si nos quedamos sin enemigo, se nos funde el cerebro y la conciencia bizquea. En consecuencia, siempre tendremos al país escindido y hay que aceptarlo como que el agua es húmeda.

Así que el conflicto se desvanece. ¿Y si en lugar de un problema es la solución? ¿Y si mejor estamos con los nacionalistas chinchando, que unidos todos contra algo peor que surgiría en cuanto nos uniéramos? ¿Y si este es nuestro modo de estar juntos y lo que nos aviva el ingenio? ¡Qué alivio! Cuando quieran unirse habrá que impedirlo.

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17 de enero de 2017
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Poema 67

De un ojo lírico,

siempre lagrimando,

partía una conjugación

de la lástima y

el abandono.

No era sino un filamento

tan delgado

que sólo

al trasluz era visible su longitud.

Pero en torno a ese lábil eje

del lamento,

en el aire de su circunscripción,

se le advertía

ensimismado. 

Ensimismado en un aliento

que pedía ser entendido.

Ser compadecido

y, mejor, amado.

Todo parecía un símbolo

esclarecido

desde una circunstancia

delegada,

pero ese momento

no propiciaba

sino una interpretación

muy nimia.

Muy apropiada

a lo  que sucedía.

En su interior.

En el interior de

ese ojo lírico

que como una insignia

pretendía humildemente

erigirse

en una joya 

o filamento de plata y platino.

Una idea en sí

que goteaba sin cesar .

Y, sin embargo,

no pudimos saberla

en sus comienzos

ácidos

como la extrema

crueldad de un ácido

tan hermoso

como criminal. 

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17 de enero de 2017
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Jane Goodall: Reflexiones de una activista eco-mística

En el principio fue el mono. O al menos esa era la teoría del legendario paleontólogo Louis Leakey.

Desde los años 30 a los 60, en el Africa oriental, Leakey desenterró y analizó esqueletos de hombres y homínidos, buscando siempre el origen, el eslabón perdido que contestara una de las grandes preguntas de la humanidad: ¿de dónde venimos?

Leakey pensaba que el homo sapiens y los grandes primates (como los gorilas, los orangutanes y los chimpancés) provenimos de un tronco común, y que los “monos” conservan rasgos y pautas de comportamiento capaces de echar luz sobre la mente, el cuerpo y la sociedad humanas.

Para probar sus teorías Leakey necesitaba investigadores atrevidos y afines que estudiaran la vida de estos mamíferos en libertad. A lo largo de su carrera tuvo una combinación de suerte e intuición que lo llevó a elegir a tres mujeres que desarrollarían, con tesón y valentía, los estudios que necesitaba en tres ambientes difíciles. Las malas lenguas académicas las bautizarían como “los ángeles de Leakey.”

Dian Fossey (la heroína de Gorilas en la niebla) se encargó de los gorilas de montaña en Ruanda, luchó hasta la temeridad contra los poderes políticos y económicos que estaban acabando con su especie, y murió asesinada en 1985. Birute Galdikas estudia, desde 1971 y con un perfil más bajo, los orangutanes de Indonesia. Y con los chimpancés se metió Jane Goodall, modosa chica inglesa que no contaba con ningún estudio científico cuando Leakey la eligió en 1957 para estudiar a los simios de la reserva de Gombe, en Tanzania.

*          *          *

 “A Louis no le interesaban las credenciales académicas. De hecho, me dijo, prefería que la persona elegida se iniciara en el trabajo de campo con una mente no influida por ninguna teoría científica,” dice Goodall cándidamente en Gracias a la vida (espantosa traducción del título original, que es un mapa para entender el libro: Razones para la esperanza. Un viaje espiritual). Mondadori publicó el libro originalmente en 2003; después Debolsillo hizo numerosas reediciones.  

Con el tiempo, Jane Goodall se hizo experta en la conducta de los chimpancés en libertad, obtuvo un doctorado de Cambridge (como Leakey y Fossey), publicó un estudio fundamental, Los chimpancés de Gombe, fue portada de varios National Geographic, y abrió su propia fundación y su instituto (Fundación Jane Goodall e Instituto Jane Goodall) para fomentar la conservación y el desarrollo sostenible.

La última década la dedicó a viajar por el mundo, dar seminarios y conferencias, y promover con éxito la causa del conservacionismo. Hoy tiene 82 años y una misión a medio cumplir. Este libro, que escribió hace casi dos décadas, es parte de esa misión.

*          *          *

Comencé hablando del contexto de sus investigaciones porque Goodall crea su propio mundo en este alegato en forma de autobiografía. En Gracias a la vida no aparecen ni Fossey, ni Galdikas, ni el hijo de Louis, Richard Leakey, el paleontólogo más célebre de su generación. No aparecen otros investigadores.

Sí aparece, casi en cada página, Dios.

Después de hablar de chimpancés en sus obras científicas, Goodall quiere aquí detenerse en la religión como fuente de fortaleza para superar momentos difíciles, método para acercarse a la naturaleza y código de conducta. Por eso eligió a (o fue elegida por) un teólogo, Phillip Berman, para darle forma a estas elucubraciones.

Los nombres de los capítulos (El paraíso perdido, Las raíces del mal, La compasión y el amor, La muerte, La evolución moral o El camino de Damasco) ya dan una idea del propósito del libro. Goodall y su co-autor usan la particular selección que hacen de la biografía de la investigadora para brindar enseñanzas morales, reconfortar a las almas perdidas y atraer a los jóvenes a la buena causa.

En este Gran Plan, los chimpancés son presentados como seres capaces de brindar al homo sapiens lecciones de “evolución moral.” Y lo que descubre en ellos ‘evoluciona’ asombrosamente junto con el desarrollo de la vida de la autora.

Los primeros diez años en Gombe, de felicidad con su madre, luego con su marido fotógrafo y el nacimiento de su hijo, los chimpancés son tiernos y solidarios. Cuando Jane se divorcia y comienzan sus problemas, descubre el “mal” en la comunidad que estudia. Algunos chimpancés (a los que ella puso nombres como ‘Pasión’ o ‘Satán’) atacan y matan a otros de su mismo grupo, bebés o ancianos indefensos. Largas páginas de Gracias a la vida son meditaciones sobre la raíz del mal, la violencia y la guerra entre los humanos.

Pero si bien pasa la mitad de su vida rodeada de sirvientes africanos, sólo descubre el sufrimiento de los negros cuando, en 1994,  muere un millón a machetazos en la vecina Ruanda.

*          *          *

En la estructura tripartita del libro, la infancia y juventud de la autora son el prolegómeno que le da salud y fortaleza morales para las tareas que debe emprender. La segunda parte narra su estancia en un idílico Gombe, el estudio de los chimpancés y el descubrimiento de su vocación misionera. La tercera parte es su peregrinar por el mundo difundiendo la buena nueva.

El libro termina, coherentemente, con el listado de las direcciones y la página web del Instituto Jane Goodall. “Para más información sobre nuestros proyectos… póngase en contacto con la oficina del IJG más próxima,” reza el último párrafo.

 

Jane Goodall (y Phillip Berman): Gracias a la vida. Autobiografía. Mondadori, Barcelona, 2003

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16 de enero de 2017
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