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Música, maestro

A la memoria de Francisco Gutiérrez, Pancho Mambo.

La periodista Yamlek Mojica de la revista Niú me hizo a quemarropa una serie de preguntas sobre los gustos musicales de mi vida, que siento no pude absolver de la mejor manera. Frente a la metralla, que no deja lugar a meditaciones, y sobre todo si las respuestas además de instantáneas deben ser tan cortas como un twitt, uno no puede evitar pensar con posterioridad en lo que mejor pudo haber dicho. Es lo que pasa cuando alguien pierde una discusión, que luego imagina las contestaciones filosas y brillantes que hubieran enmudecido al adversario. Demasiado tarde.

Además, creo que la foto de Carlos Herrera, que es muy buena, no me favorece en el contexto. No parece que estoy diciendo que el Mambo No.5 de Dámaso Pérez Prado me transmite electricidad, como sigue siendo cierto aunque sea menguado para el baile, sino que más bien tengo aire de meditar sobre la filosofía de la existencia y la trascendencia del ser.

De manera que esta tarde tranquila del sábado, frente al silencioso verdor de mi ventana, me corrijo y aumento: cierto que la primera canción que recuerdo de mi infancia es Dos Gardenias, cantada en las victrolas por Daniel Santos.

Me sigue pareciendo de una humilde poesía de imágenes certeras: que las dos gardenias se marchiten porque han adivinado la traición amorosa, es un acierto romántico. La compuso una mujer, la cubana Isolina Carrillo en 1945, y se la dio a cantar primero al que sería su marido, el barítono Guillermo Arronte. Tan imperecedera que hoy ha llegado hasta la voz de Diego El Cigala.

Eran los pesados discos de pizarra de 33 RPM, antes de la aparición de las roconolas con los discos de vinilo de 45 RPM. En ellos estaba también la voz de Silvana Mangano que cantaba con voz ajena la samba El negro zumbón, sacada de la película Anna, de Alberto Lattuada, donde también la baila. De belleza perturbadora, se la llamaba simplemente "la Mangano".

Pero también recuerdo de las victrolas el tango Tomo y obligo, en la voz de Carlos Gardel, cuya imagen relampagueaba en las imágenes en blanco y negro de la película Luces de Buenos Aires. Allí lo canta en un boliche rodeado de bebedores amanezqueros. En la oscuridad del cine Darío, que olía a orines y maní tostado, todo el mundo guardaba respetuoso silencio porque Gardel era un héroe popular. A un carpintero del pueblo, las uñas manchadas de maque, le decían Canejo gracias a la frase de ese tango: fuerza Canejo, sufra y no llore, que los hombres machos no deben llorar...

Había muy pocas victrolas en Masatepe, y una de ellas pertenecía a Remigio Sánchez Brenes, el padre de Roberto Sánchez Ramírez, el primero en aparecer con las novedades en el pueblo. Era una victrola portátil, que se guardaba en un estuche en forma de valijita.

Allí escuché, una y otra vez, En un bosque de la China, cantada por Germán Valdés, Tin Tan, que en sus películas aparecía siempre al lado de su "Carnal" Marcelo. Esta canción, de letra picaresca e ingeniosa, fue compuesta por el argentino Roberto Ratti, como un foxtrot, y llegó a ser un tango en la voz de Hugo del Carril.

La Sonora Matancera dominó evidentemente mi juventud universitaria. Uno de sus solistas era Bienvenido Granda, quien se parecía a Rigoberto López Pérez y por eso halló cabida en mi novela Margarita, está linda la mar, al lado de Juan Legido, de Los Churumbeles de España, célebre orquesta también, a la que me tocó ver actuar primero en el Teatro Salazar de Managua, en el esplendor de su gloria, y años más tarde en el Cine Orión de León, ya disminuida y descalabrada, rumbo a su desaparición.

El Mambo No.5 de Pérez Prado, claro. Pero también el otro suyo, Patricia, que Federico Fellini escogió para el desolado e inolvidable final de la Dolce Vita.

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1 de marzo de 2017
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Apreciaciones arriesgadas

 
 
 Las confluencias entre discursos son a menudo chocantes. El político Artur Mas, interpelado en una cadena de televisión sobre las características de su proyecto de reforma del catalanismo, formula un deseo: Cataluña ha de estar (ha de existir) en un Estado confederal, un Estado en el que su centro (su capitalidad) no esté en concreto en ninguna parte y sí en todas. El escritor Jorge Luis Borges publica, en 1952, el libro Otras inquisiciones que recoge el texto “La esfera de Pascal”, un recorrido por las versiones fundamentales de la siguiente metáfora: Dios es una esfera infinita cuyo centro está en cualquiera de los puntos que la conforman. O sea que Artur Mas quizá sólo difiera de Jorge Luis Borges en detalles accesorios; cabría incluso la posibilidad de confundir ambos personajes, conjeturar que Arturo no es ciego pero parece alto y que Jordi Lluís no luce tupé pero sonríe a menudo.
 

 El profesor Taibo Arias en un famoso artículo periodístico de comienzos de 1999 llama la atención sobre ciertos conflictos terminológicos. Delimita con facilidad la diferencia entre Estado federal y Estado confederal pero advierte que así como el federalismo tiene imagen de marca el confederalismo no la tiene, ya que en su propia definición prospera una tenaz paradoja. Describe el Estado federal como un Estado en el que existe una clara distinción entre el ámbito del poder central y el correspondiente a las entidades federadas que, en general, disponen de mayores cotas de autogobierno que las regiones de los Estados unitarios descentralizados. En cambio, el Estado confederal no es para Taibo siquiera un Estado, en el sentido pleno de la palabra, sino el resultado de un pacto entre varios Estados independientes y soberanos para poner en común algunos elementos de sus políticas, especialmente las militares. Es evidente, por tanto, y ahí radica el señalamiento de Taibo, que no debe hablarse de Estado confederal sino de confederación de Estados.   

 Qué sentido tiene entonces la propuesta de nuestro héroe convergente. ¿Trascender la teoría federal? ¿Mejorar un modelo que en puridad, en nuestro país, nunca ha sido aplicado? ¿Rechazarlo simplemente por evocar el Estado de las Autonomías? En la entrevista hay un momento crítico en el que el periodista alude a la frase acuñada por Manuel Clavero Arévalo: “café para todos”. Artur Mas frunce el ceño, aprieta los labios en heladora mueca y, con la dificultad idiomática que siempre surge en los llamados bilingües, contesta vacilante: “ese tipo de solidaridad no es el que desde Cataluña contemplamos y propugnamos”. Se certifica entonces que la similitud entre los discursos es casual. El mero hecho de comparar el maravilloso escrito borgiano, muestra ejemplar del uso creativo de la inteligencia y la erudición, con la estulta prepotencia del envarado personaje de tira cómica, roza el disparate. Pido pues disculpas por la broma sobre sus parecidos, que quiso ser genial. Si ahora pudiera, ¡la borraría!   

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Francisco Ferrer Lerín, Heraldo de Aragón, 3 de enero de 2008.

 
 
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28 de febrero de 2017
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Medea invertida

Hay un tipo de violencia que no cesa. La definimos como doméstica, machista, de género, de pareja. Yo la considero terrorismo, porque en su dentellada anida la demostración de dominio mediante actos violentos a fin de infundir miedo, de coaccionar, de imponer una autoridad por encima de todo. De erigirse en dueño y señor del territorio partiendo de un cruento chantaje emocional que se aplica con sadismo y costumbre. Van en aumento las amenazas constantes, los partes de Urgencias, las violaciones en la cama de matrimonio, la humillación psicológica a la que son sometidas tantas mujeres que acaban sintiéndose una piltrafa y apenas recuerdan que un día fueron libres. Relaciones que presuntamente se iniciaron con amor, aunque fuera un malentendido. Una perversión que desembocó en un vínculo fatal, de víctima y verdugo. ¿Por qué nuestras sociedades han sido capaces de reducir la criminalidad en pos de un mundo más seguro, y en cambio las mujeres siguen muriendo a manos de sus parejas o exparejas? La pasada semana, en España, fueron asesinadas en la intimidad cinco mujeres. También dos niños. Se nos indigestan las noticias de su muerte. Pequeños utilizados como minas antipersona, prótesis existenciales en nombre del mal. A comienzos de mes, en Madrid, un hombre de 27 años, antes de arrojarse al vacío con su hija de un año desde la segunda planta de La Paz, a una altura de unos 12 metros, le gritó a su mujer: “¡Me la has jugado! ¡Me la has jugado! ¡Te voy a dar donde más te duele!”.
Días antes, en Daimiel (Ciudad ­Real), otro hombre mataba a su pareja y a la hija de esta, de 18 años. Estaban en trámites de divorcio. La mujer había visitado a una psicóloga social porque estaba pasando por una ruptura complicada. La nube negra del presentimiento ya se había instalado en sus días. El último caso, el de Juan Sergio Oliva Gómez, que acuchilló a sus hijos de cinco y cuatro años durante un permiso de paternidad en un pueblecito tranquilo cerca de Stuttgart, nace de una temeridad judicial. El hombre había invocado ante su ex el nombre de José Breton, sacando todos los diablos de la teoría de la emulación a pasear, lo que Paul Aubry ar­ticuló ya en 1896 como “el contagio de la muerte”. Ella le había denunciado por maltrato hasta en tres ocasiones, pero un juez dictaminó que los niños debían pasar periódicamente tiempo con su padre. Debe resultar invivible la idea de no poder proteger a tus hijos. La madre viajó hasta el pueblo alemán, cuando el presagio ya era una mancha negra que se extendía igual que aceite. Los había matado. Se dice que es un asunto muy complejo cuando fallan todos los planes de prevención anunciados a bombo y platillo, que han demostrado ser ineficaces. Que no han impedido que haya mujeres que vivan temblando mientras sus exparejas preparan la cena y la muerte de sus hijos.
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28 de febrero de 2017
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Turing… «Ese su deseo»

 "Raza sobre la que pesa una maldición, y que debe vivir en la mentira y el perjuro, puesto que sabe que  se considera punible y vergonzoso, inconfesable, ese su deseo, que constituye para cada criatura la mayor bondad de la vida; raza que debe renegar de su Dios puesto que, de ser cristianos, cuando ante el tribunal comparecen como acusados  necesitan, ante el Cristo y en su nombre, defenderse como de una calumnia de lo que es su misma vida" (1)  

 En una reciente entrevista, Gregorio Martín, una de las almas  del Instituto de Robótica de la Universidad Politécnica de Valencia, hacía esta estremecedora declaración: "Muchos de nosotros moriremos acariciando una máquina y siendo acariciados por ella". Ciertamente  el catedrático de computación hacía referencia  a la soledad a la que se vería arrastrada la gente mayor en un plazo casi inmediato, dado que no podrán esperar que sus familiares "abandonen su vida para cuidarlos".  Sin embargo no es difícil suponer que  el espectro de personas acariciadas por un robot se extienda a todos aquellos que simplemente... se hallen falta de caricias. Esos robots que, en Japón, serían ya los más  "abnegados  cuidadores" para los físicamente exhaustos vendrían  a ser respuesta (no meramente consuelo) para nuestra exigencia sexual y afectiva. Ello ciertamente como resultado de los progresos de la inteligencia artificial...ese desiderátum que persiguió al filósofo del que hoy voy a ocuparme.

Allan Turing no es de entrada considerado, un filósofo pero sin embargo su nombre es indisociable de algunos de los problemas filosóficos relevantes de nuestro tiempo como el de la relación cuerpo-mente o el de determinar en qué consiste la inteligencia. Por otra parte, el hecho de que  de que no fuera fácilmente encasillable en una especialidad  (lo que perjudicaba su carrera, pues de  no ser por su indiscutible dominio técnico hubiera podido ser considerado un diletante), le acerca a esa disposición ante las diversas  ramas del saber que ha caracterizado a muchos de los grandes filósofos. De hecho una de las más relevantes publicaciones de Turing, a la que luego me referiré, apareció en una revista de filosofía. En cualquier caso, al igual que tantos otros aquí ya mencionados, pese a su temprano escepticismo respecto a los valores y la moral imperante, Turing consideraba que el deseo de conocimiento, ya sea bajo forma inmediata de elemental curiosidad por las cosas del entorno, es de las pocas cosas que cabe razonablemente atribuir al ser humano, y a ese deseo permaneció fiel a lo largo de su desordenada vida.

 Allan Turing es conocido  por la máquina que lleva su nombre. Pero además de  la máquina de Turing  los estudiantes de filosofía  se hallan familiarizados con preguntas sobre el llamado Test de Turing.  Desde Aristóteles la mayoría de pensadores han hecho hincapié en la singularidad vertical de los seres humanos por el hecho de tener inteligencia. Pero como es sabido algunos apuestan que es factible programar seres artificiales que piensen y aprendan del modo en que nosotros lo hacemos. El Test de Turing es uno de los modos en los que el problema fue presentado.

El origen del test fue un juego mundano llamado "Imitation  game". Turing lo presentaba de este modo: "En el juego intervienen tres personas, un hombre (A), una mujer (B), y un interrogador (C), que puede ser de uno u otro sexo.  El interrogador se queda en una habitación separada de las otras dos. El objetivo del juego es determinar quién es el hombre y quién la mujer. El interrogador los designa por las etiquetas X e Y, y al final del juego, debe decir que X es A e Y es B, o bien que Y es A y X es B. Al interrogador se le permite formular preguntas a A y B del tipo: "X, por favor, ¿cuál es la longitud de su pelo?".

Posteriormente Turing propuso reproducir el Imitation Game de otro modo: "Hagámonos la pregunta, ¿qué ocurriría si una máquina hiciese la parte de A en este juego? ¿El interrogador podría llegar a dar respuestas erróneas tan a menudo como cuando jugábamos con un hombre y una mujer? Estas interrogaciones sustituyen al original "¿pueden las máquinas pensar?"(2)

Las consecuencias de la conjetura de Turing son enormes. Algunos hechos apuntan a la idea de una super-inteligencia: si una máquina llegase a superar el test, podría sobrepasar a los humanos en cuanto a capacidades, excediendo lo que éstos puedan realizar. Obviamente, el primer problema es determinar si las máquinas serían capaces de superar la prueba. El mismo Turing fue extraordinariamente optimista (3) . En cualquier caso   era plenamente consciente de que su conjetura entraba en completa contradicción con las hipótesis de la singularidad de los seres humanos, y se refirió a sí mismo como un hereje. Tras estas generalidades  sobre el trabajo teórico de Turing  evocaré ahora la peripecia vital del protagonista:

Allan Turing tiene desde  la adolescencia inclinaciones homosexuales, mas o menos transparentes en la ambigua relación con compañero de estudios, cómplice de las inquietudes literarias, científicas o filosóficas. Convertido en matemático brillante  y consciente de su valía, durante la guerra se integra en el equipo de criptografía encargado de descifrar  los mensajes alemanes. Mientras Londres es bombardeado, la hambruna alcanza a gran parte de la población y el frente es una continua sangría Turing prosigue con tenacidad el perfeccionamiento de una  máquina (primer esbozo de la que seguiría ocupándole  tras la guerra) susceptible de descifrar los mensajes del almirantazgo alemán, codificados mediante el sistema conocido como Enigma, supuestamente inviolable. Turing ha de luchar contra el escepticismo de sus superiores,  que exigen resultados  y en varias ocasiones son tentados de prescindir de sus servicios. Finalmente la máquina consigue desentrañar lo que parecía indescifrable y los cronistas e historiadores de la guerra señalan que ello supuso un enorme ahorro de vidas humanas pues (además de abrir  las puertas de un enorme  reto filosófico-científico) adelantó el desenlace mismo de la segunda  guerra mundial.

¿Héroe definitivo pues Turing de su país y de los países aliados? Tras la guerra, a la par que prosigue en sus investigaciones sobre esa máquina que pudiera homologarse a la inteligencia humana, en un universo en el que la homosexualidad estaba hipócritamente confinada, Turing busca lazos, sino en los arcenes de la sociedad simplemente dónde puede. Una  de sus relaciones, un  muchacho  de 19 años  a quien Turing propone introducir en el mundo del pensamiento y la ciencia, le roba. Turing comete  el error de denunciarle. Estamos en plena regresión: desde 1950 el puritanismo social, la furibunda homofobia y el anticomunismo que en Estados Unidos  alimentan  al llamado  Mccarthysm  se extienden a un Reino Unido marcado por la guerra fría (4) . Por lo que respecta a Turing,  la historia es hoy casi popular, el doble  anatema social y judicial cae sobre el pensador:

"Sólo un honor precario, sólo una libertad provisional en espera del descubrimiento del crimen; posición social siempre inestable, al igual que ese poeta, la víspera  agasajado  en los salones, aplaudido en los teatros de Londres, es expulsado al día siguiente de todo cobijo, sin encontrar almohada en la que  repose su cabeza, haciendo como Sansón girar la piedra del molino y exclamando como él:"Los dos sexos morirán separados" (...)   Excluidos incluso, excepto en los días de gran infortunio en los que la mayoría se agrupan en torno a la víctima (como los judíos en torno a Dreyfus) de la simpatía- a veces de la sociedad- de sus semejantes en los que generan  fobia, al ver su propio ser reflejado en un espejo" (5) 

"Gross indecency contrary to Section 11 of the Criminal Amendment Act 1885",  reza la sentencia condenatoria.  Turing evita la cárcel sólo al precio de un castigo terrible, la castración química, que ha de administrar él mismo mediante la ingesta  regular de pastillas. La sentencia es pronunciad el 31 de marzo de 1952, dos años más tarde, el 7 de junio de 1954 Allan Turing se suicida (a finales de ese mismo año una comisión senatorial obliga a McCarthy a demitir).  

Se le había anunciado que mientras durara el tratamiento el deseo sexual desaparecería,  pero que ello no era definitivo. De alguna manera se trataría de neutralizar durante un tiempo la sexualidad para que reapareciera ya sin  la perturbación que para la moral estándar suponía la homosexualidad. Dados sus prejuicios ciegos contra la homosexualidad,  es razonable pensar que ni los jueces ni  los responsables médicos estaban seguros de nada en cuanto a los resultados de lo que prescribían. De alguna manera Turing era él mismo sometido a un test, no como si se tratara de una máquina, sino como si se tratara de un mero animal, un ser marcado por una sexualidad  exclusivamente determinada por la biología y cuya contingente desviación de la norma podía quizás (de ahí el carácter de test) ser corregida. En una de sus cartas Turing manifiesta que le gustaría creer que sus verdugos morales  tenían razón, al menos en lo no irreversible del retorno de la sexualidad. Falsa esperanza, o al menos  así  debió ir  apareciendo a la víctima.

No hay ciertamente inteligencia sin cuerpo (ya sea maquinal) pero en el caso del hombre no hay tampoco cuerpo sin inteligencia lingüística, al menos en estado potencial  (salvo en esa forma extrema de triunfo final de la termodinámica sobre la vida que constituye el cadáver). En consecuencia, no hay tampoco sexualidad carente de impregnación  por los símbolos.  Un ser humano puede soportar la frustración que supone carecer de actividad sexual; no es seguro que soporte con igual firmeza la idea de que la sexualidad llegará quizás a no ser problema.  Probablemente ello no puede ocurrir, dado ese carácter indisociablemente biológico y simbólico de la sexualidad humana que acabo de señalar, pero la sola idea puede atenazar... pudo abrumar a Turing  el pensamiento de que quizás ya no sería presa de " ese su deseo, que constituye para cada criatura la mayor bondad de la vida", y contra el cual se veían infructuosamente obligados a luchar los homosexuales: "para no parecerlo, los sodomitas abandonarían la ciudad, buscarían mujer, mantendrían amantes en otras ciudades dónde tendrían distracciones respetables. Sólo acudirían a Sodoma en los días de necesidad suprema, cuando su ciudad estaría vacía, en los tiempos en que el hambre hace que el lobo salga del bosque", escribe  Proust al respecto (6)  

 En el test de Turing el criterio para determinar si la máquina ha alcanzado  una suerte de humanización  reside en que finalmente pudiera  efectuar los mismos pasos que en la situación señalada daría razonablemente un ser humano.  ("Hagámonos la pregunta, ¿qué ocurriría si una máquina hiciese, la parte de A en este juego?"). 

La cabal humanidad de Turing puede ser medida por el criterio de si sigue o no siendo presa de ese deseo de saber que constituyó una obsesión desde su infancia. La respuesta positiva sería incluso una prueba del fracaso  del sórdido test biológico al que es sometido. Una serie de hechos dan testimonio de que Turing no renunció a  mantener plenamente su humanidad en aquellas tremendas circunstancias

Poco antes de su detención Turing publica un trabajo sobre las bases matemáticas de la morfogénesis biológica (7). Turing pone de relieve la importancia de ecuaciones no lineales para dar cuenta de ciertas singulares reacciones químicas. Cuando entre nosotros  (a través de la llamada "biología de síntesis" y otras disciplinas) adquiere plena actualidad al problema de la vida artificial, se hace perceptible el peso de esta investigación para la que Turing se sirvió ya de ordenadores. Un momento interrumpida por el proceso,  Turing no sólo la prosiguió sino que la extendió a otros problemas, en los que se hallaba implicada la física cuántica, que de hecho había sido para él objeto de interés profundo desde los años 30.  Aunque se le ha podido reprochar que, en sus consideraciones sobre el aspecto físico de la computación, la radical novedad en el concepto de realidad física que supone la mecánica cuántica no es suficientemente tenida en cuenta, lo cierto es que antes y después del proceso Turing se muestra interesado por la impredictibilidad que supone el llamado postulado del colapso en esta disciplina; y en una carta de 1953 a un discípulo llega a afirmar que está pensando en "inventar una nueva mecánica cuántica", aunque se muestra escéptico al respecto. En cualquier caso este discípulo, llamado Robin Gandy, dio ulteriormente  testimonio de que, poco antes de su muerte los problemas de este verdadero rompecabezas que para la ciencia de nuestro tiempo supone la teoría cuántica ("la física está de nuevo hecha un lío" escribe al respecto uno de sus protagonistas mayores, Wolfgang Ernst Pauli) ocupan la mente y las conversaciones del gran y desafortunado matemático. Aun en ese mes de marzo de su muerte escribe una carta a Gandy relativa a tales preocupaciones.    

El farisaico anatema que había caído sobre él no logró nunca plegar su carácter, a la vez tímido, huraño, irreductible y seguro,  sino de su equilibrio psíquico (vivió varios episodios depresivos) sí al menos de su honradez intelectual. Como en el caso de Walter Benjamin, ha habido alguna interpretación divergente sobre el carácter voluntario de su muerte. Se ha hablado de que algún servicio de inteligencia podría estar interesado en deshacerse de alguien que estaba en posesión de algunos de los secretos de la comunicación anglo-americana. La tesis del suicidio es sin embargo generalmente aceptada. Su sexualidad se extendió al (y quizás se sublimó en) ansia de conocimiento, pero Allan Turing nunca deseó a una máquina. Tras introducirla en Cianuro habría dado un doble mordisco a una manzana: "ese su deseo, que constituye para cada criatura la mayor bondad de la vida"

 


 (1) Marcel Proust, À la Recherche du temps perdu. La Pléiade, Gallimard, Paris, tomo III, p.16.

(2) Turing, Computing machinery and intelligence, en MIND, a quarterly review of psychology and philosophy, October 1950. Turing tenía en mente que con el tiempo podrían programarse ordenadores susceptibles de adquirir potencialidades que rivalizasen con la inteligencia humana. En cuanto al test en sí, argumentó que si el interlocutor era incapaz de distinguir entre la máquina y la persona a través del interrogatorio al que es sometido, la computadora debía ser considerada inteligente, puesto que ésta es la forma en que juzgamos el pensamiento de otra persona, o sea: concluiríamos que el otro es o no un ser inteligente tras hablar con él y en función de lo que nos dice.

Creo que éste es el punto más controvertido del asunto, porque no es seguro que juzguemos la inteligencia de las personas de este modo. Al contrario, cuando nos encontramos con alguien, ya suponemos que éste es intrínsecamente inteligente (puesto que ser inteligente forma parte de la definición del ser humano), y cuando eventualmente le formulamos alguna pregunta, entonces, en función de la respuesta, concluiremos que esa persona es lista o estúpida... por supuesto, todo ello dentro de la inteligencia, que es una facultad general, no una característica de alguien en particular. La inteligencia como la condición de ser moral es un punto de partida tratándose de los humanos. Si alguna pregunta nuestra relativa a los abusos del débil por parte del régimen del general Pétain (hoy potencialmente restaurado en Le Pen)  alguien responde que aquello estaba muy bien porque daba orden y seguridad a los ciudadanos, concluiremos que es un canalla... precisamente porque le atribuimos una condición moral. A nadie en su sano juicio se le ocurre tildar de canalla a un perro.  Con independencia de estas objeciones, cabe señalar que en el texto de Turing se incluyen otros aspectos, algunos de ellos fascinantes: un modelo de máquina basado en teorías matemáticas, sugerencias a fin de conseguir la inteligencia artificial y, sobretodo, las objeciones a sus propias conjeturas y las respuestas a las mismas.

 (3) Creía que antes del año 2000 máquinas con una potencia memorística de 19bits  podrían confundir a los seres humanos, por lo menos durante los primeros 5 minutos de la prueba.

 (4) Señalo de pasada que en la España franquista la amalgama político -moralizante se tradujo en las llamadas  leyes  "de vagos y maleantes", luego de "peligrosidad social" y finalmente "1001", que permitía llevar a la cárcel tanto a un homosexual como a un fumador de marihuana, a un vagabundo o a un comunista. Obviamente ello no era automático (excepto para los comunistas): si la homosexualidad adoptaba la forma folklórica del amanerado estándar nada tenía que temer, salvo el desprecio, y el que  no se metía en política podía casi tranquilamente ser fumador de "porros", siempre y cuando no se cruzara por ejemplo una animadversión personal con el agente. En todo caso la arbitrariedad no hacía otra cosa que acentuar la amenaza.

 (5) Marcel Proust, idem, III, 17

 (6)  Idem, III, 33

 (7) Años más tarde otro pensador de vida mucho menos convulsa  pero asimismo  poco convencional desde el punto de vista de la ortodoxia académica, el Medalla Fields de Matemáticas Réné Thom intentaba también una aproximación general a la morfogénesis que aunaba el soporte matemático y un teoría sobre la prioridad ontológica de lo continuo sobre lo discreto de soporte aristotélico.

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28 de febrero de 2017
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Horror Vacui

A los pocos meses de inaugurada, me acerqué a la estación de Atocha para ver el espacio recreado por Rafael Moneo. El interior de estos enormes templos de la ingeniería romántica suele tener la grandeza de una catedral. Moneo había levantado un jardín botánico en el suelo de las antiguas vías y andenes. Desde 1992 lo verde ha ido creciendo como un saurio en su cueva y lo que antes fue un bello recuerdo de los umbráculos es ahora una tupida jungla. Junto a ella, en un estanque oleoso, hay tal acumulación de tortugas que parece una cubierta de plomo jadeante. Los pobres quelonios, sin nada mejor que hacer, se han reproducido con tozudez, a lo que se añade el buen corazón de los madrileños que han volcado en el estanque todo bicho acuático que sobrara en casa. La imagen de la pirámide de tortugas junto a la jungla es Indochina.

A lo largo de los años y a medida que crecía la jungla tropical también se iban abriendo chiringuitos, quioscos, garitas y sombrajos, hasta ocupar la totalidad de la planta. Hay ahora una tropa de restaurantes exóticos y castizos, más los bares, tabernas, cafeterías, expendeduría de tabacos, chuches, recuerdos para el niño y la niña, recambios de automóvil, parafarmacia, utilería equina, catálogos de pesca y caza, agencias de viajes y últimamente un servicio de auxilio al cliente que llega agotado y turulato a la rampa de trenes.

La estación es hoy una metáfora de la Administración española en la que van entrando los empleados como las tortugas, al tiempo que crece la jungla amenazadora. Allí estamos, apelotonados los unos sobre los otros y rodeados de alegres chiringuitos. Cuando llega el turista, alza la mirada hacia la verdura colosal y un zoco africano se abalanza sobre él y lo devora.

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28 de febrero de 2017
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Poema 96

La compañía,

la lealtad,

el amor,

la solicitud,

el miramiento,

el neceser

de todos los

deberes

y apremios.

La voluntad,

la reciedumbre,

el vigor,

la musculatura,

el pan,

el tónico,

la píldora,

el horario,

el café,

la dirección

la cita,

la llamada,

la advertencia,

la vigilia,

el tono,

el todo.

Así fue Juan.

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28 de febrero de 2017
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La post movida

Tanto que se rieron del talante, santo y seña de la era Zapatero –que tiene la misma raíz etimológica que talento, según el Corominas– y ahora el llamado nuevo PP es el no va más de la sensibilidad y la cercanía. El caso es que el Ministro Méndez de Vigo me llama a capítulo después de rajar en una columna sobre la ausencia de modelo cultural español, a años luz del caso francés. Don Méndez me invita amablemente a que su equipo de especialistas me expliquen el Plan 20.20, porque hoy la cultura se envuelve de números-bandera. Hay voluntad e impulso. Pero antes tienen que sacar las grapas oxidadas con las que clavetearon la cultura. El todo Madrid dice que Méndez de Vigo es “un hombre de diálogo”. Siempre me ha alarmado este sintagma rimbombante aplicado a un político, ¿o la capacidad de diálogo no debería de ser una característica obligada para cualquier gestor público? También “es un señor”, y eso significa por encima de todo que es un hombre bien educado. 
Durante la semana de la moda, charlo con Ágatha Ruiz de la Prada. De ella también se dice que “es una señora”, sobre todo después de declarar que pasaría el disgusto de la dejación de su marido igual que una gripe larga. La conozco desde hace mil años; vendía su ropa en la tienda de Pepa Domingo. A Pepa hay que hacerle un homenaje corriendo. Gracias a ella pudieron comer muchos diseñadores post-movida a quienes compraba sus colecciones y les montaba desfiles al lado de la Paeria, desde Sybilla, Manuel Piña, Lydia Delgado, Kima Guitart o la propia Ágatha … Pepita, que tiene una belleza morena e italiana, me bautizó en sus mares y  me contagió su capacidad de asombro por todo aquello que era audaz entre costuras. En ocasión me llegó a vender un aro de Ágatha. Y con él, incauta  jovenzuela me fui a cubrir la primera edición del Premio de Ensayo Josep Vallverdú. Aún había gobernador militar, y ante la estupefacción de las autoridades el mando cortó el hielo con retranca y cortesía, era 1984, los tiempos no cambiaban, se desbocaban. Ágatha ahora está suelta del todo. Su desfile fue una declaración de vida, y no de “vida después de Pedro J”, sino de todo lo que siempre ha sido ella. Me cuenta que durante años vivió de puntillas. Más pendiente, contenida, acompañando aquí y a allá al superperiodista que se ponía sus corbatas de nubes. La suya fue una explosión de magdalenas y donuts de colores. Una demostración del espíritu ochentero que agathizó el mundo de la ropa infantil, la decoración, los perfumes y todo lo que tocaba, hasta convertirse en un gigante. Lo suyo también fue una explosión de poder: Aguirre, Cifuentes, el ex editor de su exmarido, Antonio Fernández Galiano, Rafael Ansón, el torero Francisco Rivera y su mujer, Beatriz de Orleans…Todos en pie al terminar el desfile. Y una Ágatha, liberada se convirtió en corazón. 
 
Hace unos días, Joaquín Sabina nos invitó a un grupo de periodistas a escuchar su nuevo disco en las oficinas de Sony Music, que tiene algo de guardería de diseño. En una pantalla iban apareciendo las letras de “Lo niego todo”. Allí me encontré con el colega y poeta Antonio Lucas, que persigue el esplín de la ciudad y hace literatura en el mítico José Alfredo, un bar donde muchos periodistas se han dejado la nómina. Sabina está regio. Sereno. Habla directo como siempre, confiesa que sus musas estaban viudas, que les habían salido varices, que les olía el aliento. Hasta que llegó un clima de felicidad creativa, y las musas rejuvenecieron. Sabina confiesa: “Las canciones siempre se quedan lejos de cómo uno las había soñado. Al menos éstas no me dan vergüenza”.  Suele afirmar que sus dibujos no son arte ni sus canciones no son poesía, pero es uno de los superventas de Visor, junto a Benedetti, y sigue llenado salas y estadios a los dos lados del charco.
La nostalgia ochentera es recogida hoy por las nuevas generaciones que beben del histórico Club Blitz de Londres o de las noches de El Sol. Alejandro Gómez 'Palomo', ha desfilado en Nueva York con Malia Obama, la hija del ex presidente de Estados Unidos, en primera fila. Es el único español nominado en los premios LVMH. Y su nueva colección, inspirada en "La Ley del Deseo", contó con la bendición del mismísimo Almodóvar. Efebos iluminados y barrocos que posan en las azoteas del Barrio de las Letras demostrando que la máxima expresión de la moda es su capacidad de provocar.
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27 de febrero de 2017
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Poema 95

Un grupo

de caballos

sin visión

engalanaban 

los sueños que,

a su vez,

galopaban

suspendidos

en blandos  aires

de caucho

por sendas

paralelas.

Pequeñas estrellas

además,

estrellas puntiagudas

y adyacentes

permitían

concluir

que esa manada

se hallaba agrupada  

por la ceguera.

Prosperaban,

como en sueños blancos, 

sin relato.

Sólo una idea

vaga y verde,

asociada al

avance, 

cumplía el objetivo

de la supuesta

salvación.

La inyección,

el yodo,

los Pet Tac,

los antieméticos

giraban

como el impulso

de una fuga

dirigida hacia otra escena,

fuera del sueño equino,

y en donde la realidad

se convertiría 

en algo ordinario,

incompatible

con la excepcionalidad,

y ella se

fijara en el pasado

como sin haber

existido.

Nunca ni más.

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27 de febrero de 2017
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Poema 94

Vivía tan absorto

en  la enfermedad

que, sin desearlo,

ignoraba los cariños

que me regalaban.

No sentía sino

como otro síntoma

de mi gravedad

sus atenciones

y todo quedaba

empaquetado

en el proceso

del pavor sin dolor.

Envuelto

con la misma 

y tan repetida

seda

de la resonancia magnética.

Sonaban   

sin ruido

los amores amistosos

de todo lugar  

y se posaban

sobre la indiferencia

acuosa  

del mediastino.

Se colaban

en ese cuenco  

sin dejar

ninguna

señal

rastreable.

Señal

efectiva

de curación.

Líquidos

o gases

inocuos

que enfocaban

la enfermedad

con su luz neutra

para, involuntariamente,

dejar

las cosas igual

Más aún:

extrañamente

la enfermedad

que empezó siendo

un intolerable

personaje intruso

fue ensanchándose

para forjar

mi identidad.

Y ocupó

sin pausa, gradualmente,

el espacio completo del yo.

Así que era difícil

deslindar

la parte sana y la enferma

la salud y la no salud

de mi estado.

Fuera

mediante

el piadoso

afecto de los demás

o mi soledad sin eco,  

el proceso derivó

en una suerte

de lago único

Una nueva personalidad

linfática

y, desde ella,

el mundo  parecía

otro mundo.

Y yo otro habitante

avanzando   dócilmente.

Hacia el final.

La meta

de un camino

natural

que hubiera barrido

las astillas imperfectas

de mi unicidad,  

la fetidez del amor propio,

la espesura de la personalidad, 

el funesto colgajo

de la singularidad. 

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24 de febrero de 2017
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Poema 93

Las traviesas. Los raíles,

Las estaciones de tren,

la irrefrenable pérdida del amor,

las fugas de presos,

los cadáveres de la riada.

La lluvia de esparto,

la sangre en la carretera,

el infarto sobre el mármol

del vestíbulo

en el hotel.

La bomba que alza

racimos de niños

sin brazos.

Los racimos de moscas

hambrientas

de ambición.

Los platos sucios

del asesino,

el caudal de las

cloacas,   

el destino amenazante.

La mala suerte popular.

Las sombras sin prestación.

La tóxica pobreza

popular.

Los rincones

de arañas

ominosas.

Los pantanos

verdosos,

virulentos.

Las escuelas de cucarachas

huyendo.

Los peces reventados,

las caras tumefactas,

las médulas cancerosas,

las serpientes reptando

sobre los suelos

del templo.

Las caricias falsas, plateadas.

Las mentiras criminales

El aborrecimiento innato.

La necesidad perpetua.

La penuria oxidándose.

El alma humana

en un muladar verdecido.

de orín.

Las viciosas perdices

de los ojos

Los virus incurables.

Corrosivos.

El desánimo

incurable, irredimible.

La lamentación constante.

El color dorado y remachado.

El perfume  de un incienso

fétido, constante.

Los millones de bacterias

bullendo para matar.

Los millones de neuronas

sin fundamento defensivo.

El asco del propio cuerpo

en la autopsia o en

el hospital.

La catástrofe del organismo

incendiándose de lástima.

La gratis vulnerabilidad

de los mortales.

Los mortales

vivientes,

vanamente.

Los insomnios selváticos,

plenos de alimañas.

La ilusión cretina  

de permanecer.

¡Cómo dejar

de observar

tanta ignominia!

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23 de febrero de 2017
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El Boomeran(g)
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