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Música, maestro

Por 1 de marzo de 2017 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Sergio Ramírez

A la memoria de Francisco Gutiérrez, Pancho Mambo.

La periodista Yamlek Mojica de la revista Niú me hizo a quemarropa una serie de preguntas sobre los gustos musicales de mi vida, que siento no pude absolver de la mejor manera. Frente a la metralla, que no deja lugar a meditaciones, y sobre todo si las respuestas además de instantáneas deben ser tan cortas como un twitt, uno no puede evitar pensar con posterioridad en lo que mejor pudo haber dicho. Es lo que pasa cuando alguien pierde una discusión, que luego imagina las contestaciones filosas y brillantes que hubieran enmudecido al adversario. Demasiado tarde.

Además, creo que la foto de Carlos Herrera, que es muy buena, no me favorece en el contexto. No parece que estoy diciendo que el Mambo No.5 de Dámaso Pérez Prado me transmite electricidad, como sigue siendo cierto aunque sea menguado para el baile, sino que más bien tengo aire de meditar sobre la filosofía de la existencia y la trascendencia del ser.

De manera que esta tarde tranquila del sábado, frente al silencioso verdor de mi ventana, me corrijo y aumento: cierto que la primera canción que recuerdo de mi infancia es Dos Gardenias, cantada en las victrolas por Daniel Santos.

Me sigue pareciendo de una humilde poesía de imágenes certeras: que las dos gardenias se marchiten porque han adivinado la traición amorosa, es un acierto romántico. La compuso una mujer, la cubana Isolina Carrillo en 1945, y se la dio a cantar primero al que sería su marido, el barítono Guillermo Arronte. Tan imperecedera que hoy ha llegado hasta la voz de Diego El Cigala.

Eran los pesados discos de pizarra de 33 RPM, antes de la aparición de las roconolas con los discos de vinilo de 45 RPM. En ellos estaba también la voz de Silvana Mangano que cantaba con voz ajena la samba El negro zumbón, sacada de la película Anna, de Alberto Lattuada, donde también la baila. De belleza perturbadora, se la llamaba simplemente "la Mangano".

Pero también recuerdo de las victrolas el tango Tomo y obligo, en la voz de Carlos Gardel, cuya imagen relampagueaba en las imágenes en blanco y negro de la película Luces de Buenos Aires. Allí lo canta en un boliche rodeado de bebedores amanezqueros. En la oscuridad del cine Darío, que olía a orines y maní tostado, todo el mundo guardaba respetuoso silencio porque Gardel era un héroe popular. A un carpintero del pueblo, las uñas manchadas de maque, le decían Canejo gracias a la frase de ese tango: fuerza Canejo, sufra y no llore, que los hombres machos no deben llorar

Había muy pocas victrolas en Masatepe, y una de ellas pertenecía a Remigio Sánchez Brenes, el padre de Roberto Sánchez Ramírez, el primero en aparecer con las novedades en el pueblo. Era una victrola portátil, que se guardaba en un estuche en forma de valijita.

Allí escuché, una y otra vez, En un bosque de la China, cantada por Germán Valdés, Tin Tan, que en sus películas aparecía siempre al lado de su "Carnal" Marcelo. Esta canción, de letra picaresca e ingeniosa, fue compuesta por el argentino Roberto Ratti, como un foxtrot, y llegó a ser un tango en la voz de Hugo del Carril.

La Sonora Matancera dominó evidentemente mi juventud universitaria. Uno de sus solistas era Bienvenido Granda, quien se parecía a Rigoberto López Pérez y por eso halló cabida en mi novela Margarita, está linda la mar, al lado de Juan Legido, de Los Churumbeles de España, célebre orquesta también, a la que me tocó ver actuar primero en el Teatro Salazar de Managua, en el esplendor de su gloria, y años más tarde en el Cine Orión de León, ya disminuida y descalabrada, rumbo a su desaparición.

El Mambo No.5 de Pérez Prado, claro. Pero también el otro suyo, Patricia, que Federico Fellini escogió para el desolado e inolvidable final de la Dolce Vita.

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Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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