



Entré en una iglesia
en pecado mortal
y temí que los muros
lo advirtiesen.
Temí que, de inmediato,
el templo me cayera encima
y sentí el despavorido
impulso
de escapar.
Pero ¿y si aquel espacio,
ante mi visita
deseaba, por el contrario,
pecar?
¿Y si la arquitectura,
en vez, de su extrema
simpleza,
observara
una triste infamia
en su propia desnudez.
Desconsuelo,
inutilidad, tedio
de sí misma
deshabitada de aquí
y del más allá.
pobrez
y fuera tras de mi como un caparazón?

El surrealismo ha sido la vanguardia más ambulatoria de la historia, si entendemos el vanguardismo no como simple disposición de un espíritu artístico sino en tanto que movimiento dotado de manifiesto, ideología, fecha fundacional, dirigentes severos y normas de obligado cumplimiento. De ahí que pocos años después de su creación ya existieran franquicias y dispensarios surrealistas en sitios tan distantes de París como México, Chile, la Martinica o El Cairo; en España, sin ir más lejos, los hubo en Tenerife y en Zaragoza, al margen claro está del influjo de sus técnicas irracionalistas en grandes artistas sin filiación expresa como Aleixandre, Lorca o Buñuel.

Arrojaban piedras
Pero eran como mazapanes.
De su afrenta
se deslizaba
un humor
duro o sangrante
que siendo un alma herida
no podría aceptar
nada diferente
a un nuevo tormento.
Y, sin embargo, el corazón hablaba
de días próximos
en los que
el coágulo rojo
se hacia un licor
El licor dorado
y los zumos de muerte
bañarían las pezuñas
de Satanás
y de allí
no podrían separarse.
Nadie podrían acudir
a eludirnos
el final.
El final estaba,
desde ahora,
en nuestra alma.
(Palabra de Dios)


Si alguien quiere imaginar un lugar remoto de Nicaragua, perdido en la incierta geografía de las selvas de la costa del Caribe, no hay mejor ejemplo que El Cortezal. Aquí fue donde literalmente el diablo perdió el poncho.
Y esta historia trata precisamente del diablo. Vilma Trujillo, una joven campesina de aquella comunidad lejana, fue quemada viva el pasado mes de febrero por el pastor de la iglesia Misión Celestial, Juan Gregorio Rocha, y varios cómplices suyos.
La declararon poseída por el demonio: veía visiones, y hablaba incoherencias. La encerraron amarrada de pies y manos en la casa pastoral, y así la mantuvieron durante seis días. No la liberaban ni para hacer sus necesidades fisiológicas, por lo que se defecaba y orinaba encima.
Mientras tanto, en el vecino templo de la congregación, el pastor y los fieles oraban para librarla de Satanás. Entonces, una de las devotas escuchó una voz: había que purificar a la endemoniada en la hoguera. Muy expedito, el pastor mandó a recoger leña. Amarraron a su víctima a un tronco, y antes de que amaneciera la lanzaron desnuda al fuego.
El pastor no cabía en sí de alegría: ‘¡Ya se va a morir y va resucitar! En cuanto se muera la metemos en la iglesia y la vamos a entregar a Dios y va a estar sana", exclamaba. Luego, moribunda, fueron a botarla a una cañada. Las quemaduras habían abrasado su piel y órganos vitales, y nada se pudo hacer ya por ella.
En El Cortezal, donde no hay ninguna escuela, el pastor Rocha era jefe de policía, juez de instrucción y de apelación, exorcista, brujo, director espiritual, carcelero y verdugo. Todos los vacíos del poder del estado y del poder social en aquella remotidad los llenaba él solo. Y, también fungía como juez moral.
Porque Vilma fue quemada bajo acusación de adulterio. Tenía el diablo en el cuerpo y sólo el fuego podía purificar su carne. Uno de los cómplices lo explica: "el demonio que se había apoderado de la mujer era de adulterio...tenía su compañero de vida y cometió error con otro hombre y seguro Dios la castigó de esa manera y se endemonió".
Y el marido de Vilma, Reynaldo Peralta Rodríguez, quien se hallaba haciendo trabajos agrícolas lejos de El Cortezal mientras duró el auto de fe, lo confirma: "Para mí, mi mujer no estaba endemoniada, lo que le hicieron fue una brujería, porque ella tomaba un remedio que le dio un hombre que la había violado y desde que comenzó a tomar eso cambió un poco conmigo".
Bajo el manto oscuro del fanatismo religioso los jueces morales abundan, sean analfabetos o letrados. El demonio de la concupiscencia tiene preferencia por el cuerpo de las mujeres "locas de su cuerpo", que pagan su delito moral en las hogueras en la edad media, como Vilma, o llevando la A de adúltera cosida al pecho, como en la sociedad puritana de Nueva Inglaterra en el siglo diecisiete. Es lo que narra Nathaniel Hawthorne en La letra escarlata, la historia de Hester Prynne, obligada a proclamar ella misma su pecado exhibiendo aquella señal infamante.
El Cortezal no es más que un escenario primitivo de la represión social que sigue viva en América Latina contra las mujeres trasgresoras. Y el demonio continúa siendo el terrible pretexto de la represión contra las mujeres, que son las que abundan en ese imaginario perverso. De hombres quemados vivos por pecados de la carne, son pocas las noticias.
Uno de los jerarcas de las Asambleas de Dios, a la que pertenece la iglesia Misión Celestial, declaró que en el aquelarre se dio una "intervención demoníaca" y la situación se salió del control de los inquisidores rurales; el pastor Rocha carecía de "conocimientos teológicos" y su ingenuidad lo privó de buscar ayuda o asesoramiento de parte de un líder cristiano.
¿Qué clase de asesoramiento necesitan unos fanáticos, extraviados en la ignorancia, para sacarle el diablo del cuerpo a una pobre mujer indefensa? Para otro de los pastores de la congregación, "lo que ocurrió ahí fue un exabrupto, un manejo inadecuado de la situación".
Y uno más dice que la intención del pastor de la hoguera y sus cómplices de asesinato "era buena". Sin embargo, "al inmiscuirse la extraña voz, el resultado fue la muerte." Un error de interpretación.
La extraña voz. La voz que ordenó quemar viva a Vilma Trujillo. A través de los siglos, la ignorancia de analfabetos y letrados sigue oyendo esa misma voz.

Sobre una vida modesta,
desarmada y macilenta
se arrojan
fieras de ojos
incendiados
sobre zarpazos
de un calibre
sin proporción
ni entendimiento alguno.
Cabría pensar
que esas
grandes dentelladas
dirigidas a la
miseria extrema
y claudicada
persiguen un bocado
de nutricia sustancia
o jalea
que al poderoso
, paradójicamente,
le procurara
remedio
a su posible enfermedad.
Pero es sólo
un bocado amargo
sobre la carne
tumefacta
aquello que se obtiene
del maltrecho ser
explotado
que no guarda
en sus venas
sino pobreza total.
En ese embate,
sobreexterminador
ajeno a toda
productividad
real,
opera sólo
el gozo de la crueldad.
Allí se enlucen los labios
del crimen festivo
y el baile
infatuado
del mal.
El mal
en su cima de plata.
El mal
cuya acción fallida
,sin beneficio alguno,
en esas cargas
sólo hallan
espejo
en la tortura.
Abyección
sin condimento
de más.
Porque
sólo se succionaría,
al ocupar la reserva
de pobreza
una materia prima
que, tras tronchar
el hueso,
gotearía
una médula sucia.
Acción superlativa
de la codicia
imperial.
Cuadro absoluto
de la crueldad
sin rostro.
sin voz, sin entendimiento,
ni provecho real.
La crueldad como
un lagarto,
la crueldad como una
perla de pestilencia.
Los pobres,
Desechados,
no esperan
ya ser redimidos
pero, tampoco,
ser desgarrados
como pitanzas.
Ciegos e inocentes,
ciegos del vertedero,
allí se ovillan
para sufrir
sin alaridos.
La indigencia
desecada,
sin aullar.
Privados de voz,
desangrados de entidad,
se arrastran
como escarabajos
y mueren
como figuras
variables
del horror.
Sin uñas, desdentados,
mancos, leprosos,
tratando de rehuir
alguna pena
aún mayor
hasta ser vomitados,
como agrias papillas de miseria
por los reyes
que abominan
de su asqueroso sabor.

Rinaldo Alessandrini abrió el Festival de Música Antigua de Sevilla con su Concerto Italiano y las monumentales Vísperas de Santa María. Las columnas salomónicas sonoras de Monteverdi se enroscaban en las columnas salomónicas de la parroquia de la Magdalena, cuyo gigantesco retablo parecía el balcón de unos oyentes inmortales. Abajo, los mortales temblábamos al oír el verso: "!Oh, Dios, ven en mi ayuda!".
Sin embargo, los hombres del siglo XVII no necesitaban más ayuda que la de sus cuerpos y mentes. Era el siglo de Descartes, de Cervantes, de Shakespeare, de Velázquez, entre quienes descolla, colosal, Monteverdi agitando el océano de los sonidos para hacerlos más humanos. Aquellas gentes estaban construyendo un mundo nuevo y se daban a la tarea con todas sus fuerzas. Era la aurora de la era moderna e inauguraba la soledad de los mortales en el cosmos. De modo que cuando las voces alzan con toda su potencia la suprema alabanza, "Magnificat anima mea Dominum", no debemos traducirlo por "Proclama, alma mía, la grandeza del Señor", sino por "Proclama, alma mía, la grandeza del humano". Y los versos que hablan de Jerusalén deben entenderse como "Mira la ciudad que he levantado a orillas del Guadalquivir". Y luego, "Admira este templo de oro, mármol y jaspe". Y también, "Oye nuestras voces enlazadas con asombrosa armonía y cómo cubren la haz de la tierra".
Una alegría frenética, una esperanza exaltada, un vigor furioso movía a los músicos cuando cantaban la grandeza de nuestra especie en tiempos de Monteverdi. También era grande la envidia y el deseo de alcanzarles. ¿Cuándo podremos cantar de nuevo a la esperanza, a la alegría, a la magna labor de hacer un mundo nuevo? ¿Cuándo volveremos a creer en nuestras fuerzas? ¿Cuándo sonará nuestro Magnificat?

El maestro propone un trabajo para el fin de semana: hallar la etimología de la palabra francesa ‘robinet’, nuestro ‘grifo’. Treinta y nueve, de los cuarenta niños que componen el alumnado, dan la siguiente solución:
“Según los mejores etimologistas (Bloch y von Wartburg, seguidos por Alain Rey), ‘Robin’ era un nombre de pila masculino que, en la Edad Media, se solía dar a los animales domésticos, en especial a los ‘moutons’ (vocablo que se aplica, sin distinción, a carneros y ovejas). ‘Robinet’ es un diminutivo de ‘Robin’. Las llaves de los caños, o los caños en sí, tenían frecuentemente la forma de la cabeza de una res lanar, de ahí que se les diera ese nombre. En español el paso de ‘caño’ a ‘grifo’ se explica por la sofisticación de ese dispositivo asemejándolo al mítico animal.”
El niño disidente nos dice que en su casa (es una familia de inmigrantes catalanes) al ‘grifo’ se le llama 'aixeta', término emparentado con 'xeta', 'jeta', y que no se ponen de acuerdo los lingüistas para precisar su procedencia pero, apunta, es recomendable acudir a Covarrubias: "Llamamos Geta a los labios hinchados de los negros, por la semejanza que tienen con las setas o hongos que nacen en el campo"
