Vicente Verdú
Sobre una vida modesta,
desarmada y macilenta
se arrojan
fieras de ojos
incendiados
sobre zarpazos
de un calibre
sin proporción
ni entendimiento alguno.
Cabría pensar
que esas
grandes dentelladas
dirigidas a la
miseria extrema
y claudicada
persiguen un bocado
de nutricia sustancia
o jalea
que al poderoso
, paradójicamente,
le procurara
remedio
a su posible enfermedad.
Pero es sólo
un bocado amargo
sobre la carne
tumefacta
aquello que se obtiene
del maltrecho ser
explotado
que no guarda
en sus venas
sino pobreza total.
En ese embate,
sobreexterminador
ajeno a toda
productividad
real,
opera sólo
el gozo de la crueldad.
Allí se enlucen los labios
del crimen festivo
y el baile
infatuado
del mal.
El mal
en su cima de plata.
El mal
cuya acción fallida
,sin beneficio alguno,
en esas cargas
sólo hallan
espejo
en la tortura.
Abyección
sin condimento
de más.
Porque
sólo se succionaría,
al ocupar la reserva
de pobreza
una materia prima
que, tras tronchar
el hueso,
gotearía
una médula sucia.
Acción superlativa
de la codicia
imperial.
Cuadro absoluto
de la crueldad
sin rostro.
sin voz, sin entendimiento,
ni provecho real.
La crueldad como
un lagarto,
la crueldad como una
perla de pestilencia.
Los pobres,
Desechados,
no esperan
ya ser redimidos
pero, tampoco,
ser desgarrados
como pitanzas.
Ciegos e inocentes,
ciegos del vertedero,
allí se ovillan
para sufrir
sin alaridos.
La indigencia
desecada,
sin aullar.
Privados de voz,
desangrados de entidad,
se arrastran
como escarabajos
y mueren
como figuras
variables
del horror.
Sin uñas, desdentados,
mancos, leprosos,
tratando de rehuir
alguna pena
aún mayor
hasta ser vomitados,
como agrias papillas de miseria
por los reyes
que abominan
de su asqueroso sabor.