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Mentes originales

Hubo un tiempo en que se utilizaba mucho la palabra original. Lo era todo aquello que resultaba chocante, provocador e incluso incomprensible. La gente de más edad con ganas de seguir en el mundo se asombraba ante lo nuevo y asentía complaciente: “Mira, ¡qué original!”. Hasta que la iconoclastia juvenil y la audacia de los punta de lanza perdieron fuelle. El mundo se había cansado de sus propias performances, o mejor dicho, las asumía como actos sociales. No sólo el gusto, también las exigencias del mercado se transformaron y empezó a valorarse otra condición: la frescura. Y así, “lo fresco” sustituyó a “lo original” con una aquiescencia entre friki y naif que se disfraza de autenticidad. Tanto es así que los exploradores del abismo hoy se sienten más solos que nunca.
“No existe la originalidad, todo es transmisión y repetición desde el origen de los tiempos”, anunciaba Enrique Vila-Matas en la presentación madrileña de su libro más original: Mac y su contratiempo (Seix Barral). Hubo overbooking en La Central de Callao. La ocasión se merecía un teatro. Matas es un corresponsal en fuga: allí donde va toma el territorio, se ríe serio y recuerda que la inteligencia sirve para divertirse. También afirma que la actualidad no hace más que repetirse, que las noticias siempre parecen las de ayer y que el género de la novela ha caducado. Resulta curioso que la identidad asexuada, el movimiento agender, sea cada vez más aceptado socialmente, mientras se perpetúan los debates acerca de las etiquetas de los géneros literarios clásicos. Vila-Matas, uno de los escritores que ha derribado muros entre ficción y autobiografía, es precisamente quien afirma que la originalidad es una quimera. Todos somos repetidores, modificadores, contamos una y otra vez la misma historia, asegura para introducir al personaje central de la novela, dedicado a reescribir un libro.
Goethe supo ver que “la originalidad no consiste en decir cosas nuevas, sino en decirlas como si nunca hubiesen sido dichas por otro”. No es original el artefacto sino la manera de armarlo o mirarlo. Aunque una aspiración tan humana no podría entenderse sin la amenaza del tedio. Los loros funestos, que se esconden en el lugar común y la palabrería, le niegan la sal a la vida.
Vila-Matas evocó a Petronio, que se suicidó por no poder aguantar más que Nerón le recitara otro poema. “Tener que soportar por largos años tu canto que me destroza los oídos, (...) escuchar tu música, oírte declamar versos que no son tuyos, desdichado poetastro de suburbio, son cosas verdaderamente superiores a mis fuerzas y a mi paciencia, y han acabado por inspirarme el irresistible deseo de morir”, le escribió su otrora favorito en una carta.
Qué buena manera de concluir el acto, pensé, pero Vila-Matas, como se exigen los repetidores originales, traía preparados varios buenos finales.
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13 de marzo de 2017
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El instinto del lujo

El lujo clásico saca pecho a pesar de los incipientes signos de recesión, los primeros desde que estallara la crisis. El sector sigue creciendo, pero con un solo pulmón. Los chinos van controlando su adicción compulsiva a los logos caros, mientras que en España la mentalidad de “marca blanca” ha rebajado el suflé aspiracional. Sólo París puede reivindicar el lujo con la demostración de poder que ha exhibido durante la semana de la moda. Tomar palacios, iluminar con rayos rosa a Mercurio cabalgando a Pegaso, hacer despegar cohetes bajo la cúpula del Grand Palais, convertir los lugares más exclusivos en pasarelas efímeras. De todo eso (y más) es capaz el lujo, a fin de seguir comandando el deseo del consumo. Para vender bolsos, reconstruye las ruinas del Coliseo; para ascender en la pirámide del prestigio, crea fundaciones, compra arte, financia artistas. Y derrama dineros y esfuerzos en una obra única: el desfile, ese ir y venir de trajes delicados para los cuales se crea una performance más perdurable en la memoria que sus fugaces estampados.
Bajo la pirámide del Louvre, que tan bien envejece con el paso de los años, el desfile de Louis Vuitton –la marca más rentable del mundo según el ranking de Interbrand– cerró el pasado miércoles los shows, que dicen los latinos. En la Cour Marly, donde se alojan las esculturas que encargó Luis XIV al final de su reinado para los jardines del Château de Marly, las modelos desfilaron entre Diana cazadora o los Caballos de Marly. Una invitación a la sinestesia, esa orgía de los sentidos que procura la fusión de las artes. En la moda de París, mujeres sin referencias de época o influencias, demostraron que la batalla por la igualdad se combate hoy en las calles y en los podios. El feminismo, por primera vez en la historia, es chic. Las referencias no son las sufragistas ni las andróginas: lo folk y lo futurista, lo delicado –sin asomo de fragilidad– y lo urbano quieren alcanzar el estado de looks icónicos. Entre los famosos asistentes, estrellas de cine: Alicia Vikander, Michelle Williams o Léa Seydoux, y el mandamás de LVMH, Bernard Arnault, con su clan familiar. Hasta los cronistas norteamericanos, que bastante tienen con el pulso que la moda made in USA le está echando a Trump, se han dado cuenta de que la lucha por la igualdad femenina “ha sido un subtexto común en casi todas las nuevas colecciones” como afirmaba Vanessa Friedman en The New York Times. Nada más llegar a Dior, Maria Grazia Chiuri, la primera diseñadora de la Maison, lo dejó claro con una camiseta blanca de algodón con un eslogan estampado: “todas deberíamos ser feministas”.
Pocos días antes, en el Museo Jacquemart-André se inauguraba la primera exposición pública del impresionante catálogo de Alicia Koplowitz: “De Zurbarán a Rothko”. Decía Honoré de Balzac que la mejor forma de pasear el verdadero estilo es “pasar notoriamente desapercibidos”. Tal es el gusto de Alicia Koplowitz por la discreción, que nunca se ha dado la importancia que le otorga su colección de arte particular. Filántropa como su hermana y activa en obra social y cultural, la exhibición de sus obras –repartidas normalmente entre su domicilio madrileño, en La Moraleja, y la sede del Grupo Omega Capital, que creó y preside– fue una muestra de sensibilidad artística, aunque con bajo perfil mediático. Alicia no concede entrevistas. Empezó a coleccionar a los diecisiete años, una porcelana de Sèvres. “Cada una de las obras que he adquirido ha provocado en mi un cierto tipo de emoción, e incluso de pasión, en altas dosis”. En España, como suele ser habitual, nadie le había propuesto exhibirla. “Es enciclopédica y por tanto, excepcional, porque son pocos quienes tienen esa pasión que permite coleccionar obra de 400 años y tener el mismo interés por lo moderno y lo contemporáneo. Mirar al pasado para entender el presente”, explica Almudena Ros, conservadora de la misma. En Art Price la definen como “una de las coleccionistas más influyentes del mundo”. Y aseguran que “su colección revela su exquisito gusto, su sensibilidad y su instinto artístico excepcional”. Y aquí sin enterarnos, perdidos en la galaxia a la que Karl Lagerfeld apuntaba en el desfile de Chanel, haciendo despegar un cohete y demostrando una vez más que la nostalgia no se sirve en su plato. Que, a diferencia de la melancolía, es pastosa e estéril. Con la voz de Elton John cantando “Rocket man”.
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13 de marzo de 2017
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Cuando una cultura decreta la muerte de la inteligencia (Imitando a Kierkegaard)

Si en el hecho de escribir ya no hubiera la más mínima conciencia de eternidad, ni contaran la verdad, la grandeza, el riesgo, la generosidad, la angustia, la revelación, la iluminación... Si todo en la escritura se redujera a un remolino de oscuras y burdas pasiones... Si bajo los textos ya no existiera más que un vacío sin fondo, una absoluta falta de imaginación y un incesante oportunismo (en los temas, en los títulos, en las ideas, en los fundamentos, en la forma y el contenido...) ¿Qué sería entonces de nosotros?

Si de pronto el mundo hubiera decidido entronizar únicamente la mediocridad. Si de pronto esa fuera la gran decisión...

Si en beneficio de las coyunturas, la debilidad, la impiedad y la necedad se estuviera cortando el verdadero puente conformado por la literatura, si eso ocurriera, estoy absolutamente convencido de que estaríamos rompiendo algo cuya quiebra nos dejaría indefensos ante lo peor. Sería ahogar el susurro que se desliza por debajo de las generaciones, sería arrojar vitriolo sobre lo que subyace a la conciencia misma de la especie, sería proclamar el desmoronamiento del criterio y un infierno sin ideas, y supondría una decidida apuesta por la muerte de la inteligencia. 

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13 de marzo de 2017
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Detrás del trono

Si no fuese auténtico, parecería el villano perfecto para una película de James Bond: obeso, desaliñado, con una cabellera color plata siempre mal peinada, brillante y sabihondo -en su círculo lo apodan La Enciclopedia-, millonario y excéntrico, amargado por la bancarrota de su padre tras la crisis de 2008 (su Rosebud particular) y decidido a vengarse de ese mismo establishment que lo encumbró pero que en el fondo desprecia con todas sus fuerzas. Un iluminado con la perspectiva escatológica que caracteriza a los grandes resentidos: la idea de que vivimos en una época de honda decadencia que ha de ser arrasada desde sus cimientos para volver a la luz (mantra traducido como "Make America Great Again").

            Al pronunciar su nombre se imponen las sombrías notas de John Williams que anuncian a Darth Vader y no extraña que Saturday Night Live lo parodie como un maléfico esqueleto con guadaña: Steve Bannon, empresario e inversionista de éxito, antiguo marino, productor de televisión (su fortuna deriva de Seinfield) y de cine (The Indian Runner, con Sean Penn, y Titus, de Julie Taymor, la directora de Frida) y sobre todo gran agent provocateur o guerrero cultural, primero en el ámbito del periodismo, desde que empezó a colaborar en el sitio ultraconservador Breitbart News hasta que, a la muerte de su fundador y amigo, se hizo convirtió en su editor, y luego como documentalista.

            Es en estos terrenos donde pueden observarse más claramente sus obsesiones sociales, históricas, filosóficas y políticas, retomadas ciegamente por su jefe, Donald Trump, quien no por nada lo convirtió en su principal asesor en la Casa Blanca y le concedió un asiento (supuestamente sin haberse dado cuenta) en el Consejo de Seguridad Nacional. La carrera  como agitador mediático del "segundo hombre más poderoso del mundo", como lo llamó Time, se inicia a partir de su desencanto con Jimmy Carter y su nostalgia por Reagan, magnificada en dos películas hagiográficas: In the Face of Evil: Reagan's War in Word and Deed y Still Point in a Turning: Ronald Reagan and his Ranch.

            A partir de ahí, entra en escena su visión catastrófica de la sociedad estadounidense, traducida en la necesidad de destruir su sistema para reconstruirlo desde sus cenizas (se le dice admirador de Lenin), plasmada en el documental Generation Zero, basado en The Fourth Turning, de William Strauss y Neil Howe, donde Bannon insiste en la idea de que cada ochenta años Estados Unidos entra en un nuevo ciclo marcado por una gran confrontación bélica (la Independencia, la Guerra Civil, la Segunda Guerra Mundial) que trastoca drásticamente a sus élites. Según él, nos aproximamos a ese cuarto momento de crisis y en la película llega a afirmar que una nueva guerra está próxima (desatada, previsiblemente, por el combate contra el "fascismo islámico"). 

            Pero sus documentales exhiben igualmente su encono hacia los inmigrantes sin papeles y la necesidad de blindar la frontera con México: en Cochis County USA: Cries from the Border, señala el caos imperante en un pueblo fronterizo, y en Border War: The Battle over Illegal Inmigration, no duda en afirmar que a los indocumentados: "a derecha los ve como trabajadores baratos, la izquierda como votantes baratos" al tiempo que instrumentaliza la crisis humanitaria de los mojados para disfrazar su desprecio hacia los no blancos. 

            No obstante, la película que quizás haya tenido más impacto de entre las suyas sea Clinton's Cash: The Untold Story of How an Why Foreign Goverments and Businesesses Make Bill and Hillary Rich, que, con sus repercusiones en el New York Times o el Washington Post, contribuyó enormemente a fijar la imagen de Hillary Clinton como una mujer venal y sin escrúpulos, concentrada en ganar dinero y en defender la podredumbre de la clase política tradicional, y acentuó el descrédito que a la postre la llevaría a perder las elecciones.

            En un entorno tan poco intelectual como el de Trump, Bannon se erige como su único ideólogo: se impone estudiarlo a detalle para entender una de las principales fuerzas que animan esta inédita forma de autoritarismo que desde la Casa Blanca hoy amenaza al mundo entero.

            La revista Time lo llamó "el segundo hombre más poderoso del mundo", un artículo en el New York Times de plano se titulaba "Presidente Bannon" y un sinfín de memes en redes sociales dibujan a Donald Trump sentado en sus piernas como una marioneta. A Stephen Kevin Bannon (nacido el 27 de noviembre de 1953 en Norfolk, Virginia), como a otros de los siniestros consejeros áulicos o eminencias grises de la historia -en un rango que va de Fouché a Rasputín y, en el caso mexicano, de Emilio Uranga a José María Córdoba-, se le ve no sólo como el poder detrás del trono, sino el auténtico poder. Maticemos: si es el único ideólogo en un ambiente tan poco intelectual como el que predomina hoy la Casa Blanca, la convivencia con una personalidad tan meteórica y atrabiliaria como la de Trump tampoco ha de serle sencilla.

            Al inicio de la campaña de 2016, Bannon señaló que Trump era una criatura imperfecta, no demasiado apta para cumplir con la agenda que él y los suyos -la extravagante cofradía que se autodenomina alt-right- querían imponerle a Estados Unidos, pero a partir de que el lobista conservador David Bossie lo condujese al sancta sanctorum de la Trump Tower, se dio cuenta de que tenía posibilidades reales de modelar e instruir al volcánico empresario neoyorquino. En una mezcla de Frankenstein con Pigmalión, a partir de ese momento Bannon se dio a la tarea de educar a su monstruo, de aprovecharse de su ambición, su ego y su ira hasta obligarlo a asumir su Weltanschauung como propia.

             ¿Y cuál es esta visión del mundo? En apenas un mes hemos tenido oportunidad de verla en acción, pues casi todas las medidas impulsadas por la administración Trump en estas caóticas semanas, del decreto contra los musulmanes al Muro, tienen su origen en las ideas de la "derecha alternativa". Como todo buen pesimista, Bannon no se equivoca al detectar los síntomas de decadencia de la sociedad estadounidense: para él, las élites gobernantes -ese Washington que Trump compara con un pantano- han dejado de preocuparse por los ciudadanos comunes, obsesionadas sólo con enriquecerse y mantener sus privilegios.

            La Gran Recesión de 2008 le parece a Bannon, no sin razón, el punto de quiebre de esta actitud y coincide con los críticos de izquierda al señalar que se trató de la "mayor transferencia de capitales de la clase media a los ricos en la historia reciente". Su rabia contra el sistema se inspira en el hecho de que ninguno de los responsables de la crisis, ningún inversionista sin escrúpulos, ningún político corrupto y ningún CEO fallido, haya sido enjuiciado o haya terminado en la cárcel. Como sabemos, a veces los extremos se tocan en este punto las tesis de Bannon apenas se alejan de las de Occupy Wall Street o Bernie Sanders.

            Pero el que la derecha alternativa y los movimientos anticapitalistas o altermundialistas coincidan en su diagnóstico no significa que ofrezcan soluciones parecidas al problema. Porque donde la izquierda radical aboga por una mayor regulación de los mercados y una supervisión estricta de la acción política, Bannon y los suyos prefieren desatar las fuerzas que acaben de una vez por todas con el sistema. Trump ha hecho suyo su énfasis en ponerse del lado de las víctimas de la globalización, que en este esquema es ismpre la clase media blanca y protestante que ha perdido su hegemonía y sus esperanzas de progreso.

            De ahí que el enemigo principal de su causa sean las fuerzas que mantienen vivo al sistema: en primera instancia, los medios tradicionales, a los que Trump y Bannon han declarado abiertamente la guerra. Conforme a su estrategia, los hechos alternativos no son mentiras, sino desafíos a la narrativa liberal que cobijar al establishment. Y de ahí también su cruzada contra los musulmanes, los mexicanos y, en general, los extranjeros: igual que Hitler, Bannon necesita que su base de votantes se asuma como explotada y vilipendiada por los otros -allá, los judíos; acá, los inmigrantes, las minorías y los terroristas islámicos- para conservar su base de apoyo y mantener viva su revolución. 

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11 de marzo de 2017
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Normalizando

Hubo un tiempo de enorme regocijo en el que jóvenes pletóricos de exigencia clamaron por la calle “català a l’escola”. Aquello pareció el culmen del listado de libertades que el pueblo exigía en el final de la dictadura. Nada podía ser igual en el futuro y la enseñanza en las añoradas lenguas maternas era la señal de partida, el punto de inflexión que marcaría un antes y un después en el proceso de recuperación de los derechos fundamentales del ser humano. Nadie había sido agraviado de tal modo durante la dictadura como el sufrido pueblo catalanoparlante y ahora era por fin el momento de poner las cosas en su sitio. Sí, con Franco se siguió publicando en catalán, pero sin subvenciones, sí, con Franco se siguió hablando en catalán, pero en la intimidad; era llegado el momento de emerger con todo el esplendor normalizando una situación que resultaba insoportable.Y, con el Estado de las Autonomías, llegaron las herramientas para conseguir el cambio: surgió, lentamente al comienzo, a alta velocidad poco después, la llamada Inmersión Lingüística, una extraña denominación de aire deportivo que permitió a los ciudadanos catalanes liberarse de la pesada carga que suponía expresarse en español. Una fórmula, sin duda de gran éxito, que en otras Comunidades Autónomas no tardó en adaptarse con la complacencia de todos conformando, de esta manera, la siguiente obviedad: nadie será feliz si no reside en un lugar que disponga de una lengua diferente a la del resto, además, claro está, de una selección de fútbol. De hecho los avances en este sentido han sido espectaculares: el panocho, la lengua de la huerta murciana, por extensión, pues, la lengua propia de la Región de Murcia, parece ser que ya tiene un departamento, de igual rango que el dedicado al castellano, en una universidad europea, concretamente en la ciudad francesa de Pau.

 

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10 de marzo de 2017
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Poema 104

En mitad de la noche,

mientras no estaba

el sueño en acción, 

se alzó una barrera

de espejos gigantescos

que reflejaban

la  historia pasada

de tardes y fiestas,

muertos y bodas.

Imágenes

o secuencias

continuadas

en un carrusel

de postales coloreadas.

Estampas y sucesos

congelados.

Unos tediosos,

otros enaltecidos

por la magnitud

de los espejos gigantes 

que enmarcaban

la importancia

de una vida en planos,

sin cesar.

Vista y no vista

de la vida

reflejada   

y pulimentada  

exponencialmente

sobre el cristal

o el azogue.

El ahogo

en vertical

que habría sido

el discurrir

incalculado

de un océano

sin remedio

ni razón.

Fragmentado  

entre luces y sombras,

entre la angustia

y la líquida

velocidad

de ser y no ser ya.

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10 de marzo de 2017
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Poema 103

Sólo en

sobres,

de tono violeta,

fueron archivándose 

las noticias

más entristecidas.

No eran siempre objetivas,

tampoco confirmadas

por la ilusión.

A menudo se trataba de

suspiros corrientes

que poseían

como  distinción

el color,

extraordinariamente malva.

Se trataba con esta documentación

privada

de girar, 

en el futuro,

algunos proyectos

mal calculados.

Planes que no se habían contratado

con gotas de sangre.

Porque, en el fondo,

ese matiz de color

venía a ser

un resultado sin algaradas.

La capacidad que la hemorragia

alcanzaba

cuando, al depositarse sobre superficies marmóreas,

viraba en la dirección de un cielo

que nunca lograba

poseer

y, en el intervalo,

se transformaban es la morada

melancolía de una

voz decapitada. 

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10 de marzo de 2017
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Poema 102

Con sacos de polvo

en las espaldas,

anidadas por

serpientes

que bufaban,

energúmenos

sin rostro

se acercaban

para tomar la ciudad.

No la tomaron,

sino que la cruzaron

como vivos

enjambres de cigarras

y se fundieron pronto

en las nubes

de polvo y de pólvora,

de carbón y de cieno que

desprendían sus cuerpos.

Sus hombros, sus talones,

 el fosco color del pelo

que los asemejaba a

una horda  

con toneladas

de pan  negro

en los dientes cortantes

Aquellos

que nos hacían temer,

en la barahúnda,

una batalla

de brazos y piernas quebrados,

y oscuros,

quemados por

el furor.

 

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9 de marzo de 2017
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Poema 101

El espíritu derivaba

de una ecuación

en apariencia

simple y

tras haber sido

sometida

a una laminación

de altísimas temperaturas.

Sin embargo,

el espíritu

se hallaba

frío.

Ni siquiera

a la temperatura

de la piel

o las lágrimas

en los inviernos.

Frío como una inane

exhalación.

Y ahí radicaba su

su autoridad

y su elocuencia.

Tan ajeno

a las circunstancias

que se erigía

en el centro de

todas ellas.

Y, a su alrededor,

se desplegaba

su íntimo helor

que si no era luz

ocupaba el lugar

de un inmóvil

relámpago. 

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8 de marzo de 2017
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La política de la melancolía

Al no ser posible separar la vida de las estructuras que la controlan, la gestionan y a menudo la aniquilan, hay en toda enfermedad una respuesta tan corpórea como espiritual a un mundo que aborrecemos.

Muchas veces la enfermedad es la encarnación de ese asco incontrolable, que mina los fundamentos de nuestra personalidad y la separa de un mundo que el sujeto percibe como infernal.

La enfermedad es un ataque pasivo a un mundo frío y brutal: es la política de la negación, que halla su punto más grave y definitivo en la depresión, una de las dolencias más extendidas y letales de nuestra época, y que promete crecer en años venideros, pues llevamos un buen tiempo construyendo el universo más propicio para el cultivo de enfermedades psíquicas graves.

No hay enfermedad que se oponga más a los abusos de poder que la depresión, pues al mostrar el efecto de esos abusos en su propio ser, el deprimido se convierte en un ejemplo aterido de lo que puede generar la brutalidad de la vida tal como la hemos construido.

Como diría Sartre en sus reflexiones sobre la melancolía, el deprimido se tumba para no oponer ninguna resistencia a la mortecina inmensidad del mundo. Visión certera a la que cabe añadir que en ese no oponer resistencia, para no sufrir todavía más, el deprimido muestra su estrategia: no quiere saber nada de cuanto le rodea. Para el deprimido el mundo es un aberrante conglomerado metálico, ante el que expone y opone su enorme fragilidad, su enorme humanidad, su enorme desdicha.

Hay otras formas más conocidas y aberrantes de ver la enfermedad, que no hacen más que acrecentar la confusión porque olvidan que el hombre es un animal social, y culpan al enfermo de sus pensamientos negativos, de su empeño en alimentarlos, y hasta de las herencias familiares, dejando en las sombras las causas sociales, políticas y económicas. La depresión es una enfermedad social, y es también una desconcertante y angustiosa política: la viaja y muy conocida política de la melancolía que con tanta claridad y tanta elevación lírica mostraron los trágicos griegos.

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8 de marzo de 2017
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