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Poema 123

La nada es cimiento

el mar son cenizas

la calle es vendaval.

El viento es curvo

la lluvia cursi.

El sabor es deletéreo

el gusto es lastre

el olfato inmortalidad.

La nariz es gato

la luna es circo

el mundo es relevo

el futuro relámpago

el porvenir escucha.

El habla es calderilla

la culpa firmamento

el juicio capicúa.

La interrogación es pájaro.

La vida es tos

la noche opio

la luz anís.

El jazmín es hilván

el fusil un árbol

la cuchara tiburón.

La inteligencia es crimen

el amor una tumbona.

La bondad es mamífera

la felicidad catástrofe

la necesidad estaño.

La esperanza es mármol

el odio cobre

el lunes es pirita

el sábado nieve y natillas.

Octubre es el carácter

enero la pobreza

febrero esclavitud.

Junio acuchilla

julio se desangra

septiembre descarrila.

El amarillo es límite

el hierro enfermedad

el azúcar su cadáver.

La selva bosteza

y el ojo aúlla.

El deseo es el desván

el espejo su amenaza

el sueño es el corral.

Los lobos dialogan

los pilares desatinan.

El rostro es cordillera

la voz un cantón

la rodilla un formulario

el solomillo bretón.

La música es veladura

el reflejo marcapasos.

Los buques son vanos

el silencio es oro

la nada es cimiento.

El violento sonido del alcohol.

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12 de abril de 2017
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Adivas

La presencia de ADIVAS en el interior peninsular, concretamente en la meseta sur, ha sido objeto de esporádicas polémicas, a menudo poco rigurosas. La misma indefinición de la palabra –y de su variante más extendida, ADIVE- en lo que a adscripción a una especie se refiere, complica las cosas. Aceptado el origen arábigo del término y su utilización en el  Magreb para designar el chacal, todo lo demás son conjeturas. Desde el lobo al zorro, pasando por el podenco, cualquier aplicación es posible si se trata de un mamífero carnívoro de mediano tamaño. Y parece ser que en tiempos pasados los nobles ¿europeos? gustaban de la compañía de chacales, entonces abundantes no sólo en el norte de África sino en el este de nuestro continente. Una población relicta, procedente de ejemplares escapados –o liberados- de aquellas cortes, vagabundeando discreta por los enclaves manchegos más solitarios, parece argumento de ficción pero, en la novela “Níquel” (2005), de evidente estilo documental, se describe el cruento ataque de varios chacales dorados –Canis aureus- a tres intelectuales barceloneses comedores de tierra la noche del viernes 17 de septiembre de 1964.  

 

El Bestiario de Ferrer Lerín

Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2007.

 

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12 de abril de 2017
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Václav Havel. Una vida

En una época como la actual, en la que los grandes líderes políticos mundiales raras veces alcanzan una talla digna de mención (y traer aquí a Trump es una obviedad innecesaria) seguir la trayectoria humana y el desarrollo intelectual de un hombre como Vácal Havel casi devuelve la fe en la posibilidad de que la clase política no sea una más de las muchas especies que hemos visto desaparecer.

            Michael Žantovský fue amigo, colaborador, consejero y casi casi podría decirse que compinche del que fuera el último presidente de Checoslovaquia y el primero de la entonces recién nacida República Checa (1993-2003). El hecho de que conociese tan íntimamente al biografiado, o el hecho no menos significativo de que actualmente sea el director de la Biblioteca Václav Havel permiten pensar que Michael Žantovský dispuso de toda la información necesaria para escribir una biografía que, a buen seguro, será una referencia indispensable para quien desee escribir sobre Havel en el futuro. Sin embargo, tanta proximidad y familiaridad con el biografiado también permiten albergar la duda de si el biógrafo no se habrá excedido en el relato de los aspectos luminosos de aquel para orillar las facetas oscuras, que las tuvo. Y muchas.

            Por si alguien lo duda, quede claro que no estamos frente a una hagiografía de 795 páginas. Faltaría más. Sería un flaco favor al amigo y una insoportable felonía para el lector. Pero Havel fue un hombre complejo y sus muchas facetas (fue ensayista, dramaturgo, moralista, activista político, filósofo, hombre de Estado y hasta marido, aunque no del todo ejemplar) podrían llegar a descompensar en favor de una actividad u otra el intento de reflejar de forma equilibrada una trayectoria vital tan rica.

            Michael Žantovský es un cronista ameno y están muy bien narradas ya sean las peripecias de una juventud inconformista e iconoclasta que vivió a su manera lo que en Occidente se llamó Mayo del 68, la brutal intervención de los tanques soviéticos para aplastar la Primavera de Praga (y que a Havel le costó cuatro años de cárcel) o la sorprendentemente pacífica toma del poder por parte de los sin poder.

            Sin embargo, el libro tiene dos partes bien diferenciadas. La primera, curiosamente, le resultará casi familiar a cualquiera que haya vivido total o parcialmente bajo el régimen de Franco, quizá porque en definitiva todas las dictaduras acaban por parecerse. Los años de un chico llamado a ser un rebelde (por pertenecer a una familia pudiente los comunistas impidieron a Havel tener una educación similar a la de sus compañeros) y los continuos y progresivamente más conflictivos enfrentamientos con la autoridad (acoso policial, ninguneo oficial, arrestos e incluso cárcel) no se diferencian gran cosa de los sufridos en España por quienes, después de pasar un calvario similar, con la llegada de la democracia fueron elegidos para dirigir el país.

            En cambio, a partir de las semanas previas a la caída del Muro de Berlín (1989)  el libro cobra un interés inusitado y es donde mejor se aprecian las dotes narrativas de Žantovský porque resulta fascinante asistir a las (surrealistas) negociaciones de un tipo que sólo estaba preparado para dirigir obras de teatro con unos tipos que en absoluto estaban preparados para entregar el poder sin recurrir a la brutalidad. Fue la llamada Revolución de terciopelo, que culminó con el nombramiento casi a dedo de Václav Havel como presidente de la nación. Y como ejemplo del parecido entre ambos países, he aquí la versión de Žantovský para explicar  cómo fue posible que todo un parlamento, o en el caso de España las Cortes, aceptasen sin rechistar un cambio de régimen que ponía en la calle a todos sus integrantes. “Para quienquiera que se pregunte cómo se podía decidir de antemano el voto de un Parlamento bicameral y de 350 diputados […] basta con decir que se trataba de un Parlameto tan acostumbrado a  obedecer órdenes que habría elegido a Drácula si se lo hubiese dicho el Gobierno”. 

            A cualquiera le gustaría poder asistir a un consejo de ministros, ya sea en el Vaticano, en una república bananera o en un país super desarrollado, porque ver de primera mano cómo funcionan los mecanismos del poder resulta, como digo, fascinante. Y ahí es donde alcanza mayor altura esta biografía, porque se da la circunstancia de que muchos de los acontecimientos narrados desde ahora en adelante fueron presenciados por el propio biógrafo o bien pudo seguirlos muy de cerca y sin haber perdido contacto con los protagonistas. Y no siempre le habrá resultado fácil dar cuenta de ellos. Los grandes objetivos de Havel al acceder a la presidencia eran, en primer lugar, devolver el poder a los ciudadanos de la forma más rápida y pacífica posible; en segundo lugar,  integrar Checoslovaquia en Europa y la Otan y, por último, evitar la escisión de Chequia y Eslovaquia. A este respecto también suena familiar la observación de Havel durante las primera reunión de su gabinete, en la que vino a decir:”Nos han agradecido mucho que no mintamos acerca de la desastrosa situación del país, pero cuando se den cuenta de que apenas podemos hacer nada para remediarlo lo más seguro es que salgamos de aquí untados de alquitrán y emplumados”.

            En su primer mandato Havel no pudo evitar la escisión de Eslovenia, pero al menos logró que ocurriera de forma pacífica y dejando abierta una puerta para una posible reunificación en el futuro. En cambio no sólo logró la integración en Europa y la Otan sino que la República Checa fue un ejemplo de restablecimiento pacífico de los derechos fundamentales y de participación en una economía de mercado sin cambiar un amo (la URSS) por dos (EEUU y Alemania). Pero también cometió fallos tan graves como apoyar la intervención internacional en Kosovo e Irak. Sin embargo, quizá su mayor error fuera no dejar el poder cuando se encontraba en el mejor momento de su trayectoria y persistir en continuar en el cargo pese a sufrir un cáncer de pulmón que mermó considerablemente sus facultades físicas y mentales (al parecer consumía toda clase de medicinas y drogas, algunas de ellas para contrarrestar los efectos colaterales de las anteriores). Y pese a su considerable extensión, el libro se lee de un tirón y al terminar queda una cierta gratitud hacia Havel por ser un hombre que hizo frente a una realidad no muy distinta a la de ahora sin necesidad de recurrir a soluciones tan peligrosas como, por ejemplo, los actuales populismos. 

 

Václav Havel. Una vida.

Michael Žantovský

Traducción de Alejandro Pradera Sánchez

 

Galaxia Gutenberg

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11 de abril de 2017
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Graciela Speranza y el tiempo en el arte de nuestro tiempo

Alguna vez leía clásicos, ahora no tanto: me inundan las novedades cada vez que ingreso a Internet, y me dejo llevar por ellas, una y otra vez. Alguna vez sentarme a escribir un cuento era precisamente eso, ahora no tanto: suficiente abrir la computadora para descubrir la cantidad de correos que me urge responder, las noticias con las que debo ponerme al día, las polémicas en las redes que me reclaman. Así pasan las horas, incapaz de proyectar el futuro o bucear en el pasado porque el presente me ha agarrado del cuello. Lo que me ocurre no es la excepción sino la norma, como sugiere la intelectual argentina Graciela Speranza resumiendo un libro de Jonathan Crary: "son muy pocos ya los intervalos significativos de la experiencia humana, a excepción del sueño, que no han sido penetrados o arrebatados como tiempo laboral, tiempo del consumo, tiempo mercantilizado". Los nuevos medios y las nuevas tecnologías, que venían a liberarnos, nos están ahogando con la urgencia de sus requerimientos.

            La cita de Speranza está en su lúcido y potente libro, Cronografías: Arte y ficciones de un tiempo sin tiempo (Anagrama), que indaga en las formas en que el arte y la literatura contemporáneos se enfrentan al problema del tiempo a través de la revitalización de sus formas y lenguajes. Cronografías sugiere con convicción que el arte hoy no solo nos puede ayudar a entender nuestra experiencia enloquecida del presente, también es capaz de transformar esa experiencia: contemplar un cuadro, ver una videoinstalación, leer una novela nos desaceleran, nos dan pie para resistir al reloj y su dictadura. Pero esa resistencia debe apuntalar también el camino de la revolución que nos permita recuperar relaciones menos salvajes con el reloj.

            Speranza es exhaustiva y recorre todas las artes, pero se detiene sobre todo en la videoinstalación, que en las páginas de su libro aparece como la más adecuada para enfrentarse al problema de la representación del tiempo. De todas las obras analizadas, la central es The Clock (2010), del suizo Christian Marclay (1955). En esta obra que dura veinticuatro horas, Marclay y su equipo arman durante tres años un montaje de clips de películas en las que aparece un reloj marcando cada minuto del día; en The Clock, el tiempo real y el tiempo de la pantalla coinciden, creando una suerte de "ballet de la humanidad registrado en cien años de historia del cine... Las horas no son unidades matemáticas, sino casilleros semánticos... exclusas de la gestualidad". Por supuesto, no es fácil ver The Clock: solo hay seis copias en diferentes museos del mundo, y no siempre se exhiben. Es una de las aporías del arte experimental: nos dice cosas sugerentes pero no todos pueden acceder a él (en la sección más literaria del libro, Speranza habla de un espectador -que puede ser ella-- que hace un viaje especial a Los Ángeles con el único objetivo de ver The Clock en un museo).

            Speranza también analiza, entre otros, a Anne Carson, Karl Ove Knausgard, Gabriel Orozco, Liliana Porter, Patricio Pron, W. G. Sebald y Lydia Davis. Todos están unidos por la búsqueda de nuevos registros simbólicos en torno al tiempo que nos permitan desnaturalizarlo y resistir así el culto contemporáneo de la hipervelocidad y la hiperconexión. La critica recuerda, en su prosa a la vez compleja y transparente -incluso didáctica--, que Walter Benjamin afirmaba que hacia 1840 algunos parisinos salían a pasear tortugas con correa, para enfrentarse a su manera al progreso y "contrariar las urgencias del productivismo capitalista". Los artistas más necesarios hoy son aquellos que están buscando esas tortugas que nos permitan "abrir el presente a otros tiempos". El desafío consistirá en encontrar el tiempo para escucharlos.

 

(La Tercera, 9 de abril 2017)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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10 de abril de 2017
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Mi amiga Carme

Carme Chacón vivió siempre como si no tuviera el corazón al revés. Estaba hecha de esa pasta que sella el coraje con sentimiento y la disciplina con entusiasmo. No lo tuvo fácil. Luchó, y mucho. Sacó pecho nada más nacer. Trece médicos asistieron su parto. Los primeros días ni le pusieron nombre, pero sobrevivió.
La llamaron Carme. Un médico, el Dr. Petit, daría años más tarde con el diagnóstico: bloqueo aurículo-ventricular completo y transposición de grandes vasos. Un corazón al revés.
Desafió esa espada de Damocles. No se crio como una enferma, todo lo contrario. De joven, era muy buena en baloncesto, pero un día se desmayó en la cancha y Esther, su madre dijo “Prou!”. Los libros se convirtieron en su nueva cesta. En las aulas fue brillante, a ambos lados del pupitre. Y nunca una descastada: se sabía el nombre del último camarero. En el barquito de los padres la llamaban “Soraya” cuando se tumbaba al sol con un libro.
Era una amiga leal. Si alguna vez le decías que habías tenido un bajón se enfadaba: ¿por qué no me llamaste? Los primeros años, en Madrid, nos resguardamos. Recuerdo una noche en la que quedamos a cenar y se lo adiviné en la luz: “Estás embarazada”. Aún era un secreto. Miquel fue otro regalo del coraje. Su amor redondo. Ni se acordó de su corazón al desear ser madre.
En un viaje en el que me sumé al grupo de periodistas, las Navidades del 2008, en las bases militares de Herat, me asombró su seguridad al ejercer de jefa suprema; decía las cosas más duras en un tono de madera. Tengo muchos cuadernos escritos sobre su vida. Un libro a medio hacer. Entrevistas con su familia, sus profesores, sus médicos, sus compañeros de partido, sus amigas… Pero surgieron las suspicacias. Las guerras internas. Que si acusarían al libro de ser una campaña de autopromoción. Las cruces del oficio, contra las que siempre tuvo que bregar: ser mujer, joven, charnega, y durante nueve meses estar al mando de Defensa, embarazada.
Carme, tu esmoquin en la Pascua Militar; la botella de cava en el congelador; los libros de Koch y Bolaño; las tardes de parque en Santa Ana con los niños, la plastilina y la carpeta con el discurso; tu fe intacta que, a pesar de hidras y dinosaurios, del betún de la política, te hizo una mujer con una sonrisa grande, como tu corazón, que nunca nos pareció herido. Hace menos de treinta días, generosa como siempre, me acompañaste de nuevo en un sarao. Llevabas el sol en la mirada. Ahora mismo, amiga, la idea de no volverte a ver se me hace insoportable.
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10 de abril de 2017
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El planeta Cortázar

Juraría que fue en octubre de 1975 cuando conocí a Cortázar. Me había enterado de su dirección gracias a la información que daba de su persona la revista Triunfo, y una tarde ventosa y plomiza me dirigí a su domicilio. Me abrió la puerta de su casa Ugné Karvelis y le pregunté si estaba Julio como si fuese un amigo de toda la vida. Desconcertada, Ugné contestó que sí y me dejó pasar. Cuando vi la larga silueta de Cortázar recortándose en la penumbra del vestíbulo de su pequeño apartamento de la rue de l´Éperon por poco me desmayo.

 

A pesar de que no me conocía, Cortázar se comportó conmigo con una cordialidad exquisita, y mantuve con él una conversación dubitativa y absurda, por culpa de mi nerviosismo y mi admiración. Ya para entonces había leído casi toda su obra, pero lo ignoraba todo acerca de su vida. Nunca he sentido demasiado interés por la vida de los escritores, pero Jesús Marchamalo me está curando de esa enfermedad con sus penetrantes y sugestivas semblanzas de autores que venera y que venero. La última que acaba de aparecer adquiere la forma de un cómic, y tiene por protagonista a Cortázar.

El libro se lee sin querer, y más que un cómic parece una película. El dibujante, Marc Torices, que se dedica también a la animación, consigue trasmitir a este excepcional tebeo toda la viveza del cine. La voz en off es la de Jesús Marchamalo, que posee un estilo tremendamente acogedor y un distinguido sentido del humor que nunca resulta hiriente. La ironía sin vinagre que tanto valoraba Torrente Ballester, y que es la verdadera ironía.

A través de un prólogo fulgurante (utilizo el adjetivo que más le gustaba a Julio), donde asistimos al advenimiento del planeta Cortázar, y de dieciocho capítulos en los que se utilizan los colores de forma significativa y simbólica, como lo suele hacer el cine, nos vamos adentrando en la vida y los hechos de Julio Cortázar, de forma elíptica y al mismo tiempo precisa.

 

La lectura resulta tan envolvente como divertida, y adquiere la velocidad que suelen tener las secuencias en los sueños. Cuando lo acabas, escuchando la última música de Cortázar (la que oía cuanto estaba a punto de morir) crees haberte perdido en una alucinación bendita: la vida azarosa del autor de Rayuela y de Historia de cronopios y famas, que estuvo siempre presidida por la magia: la magia que le salía al paso y la que él mismo buscaba en su perpetuo divagar entre la realidad y el deseo, convirtiendo sus encuentros y desencuentros con las personas, los animales y las cosas en deslumbrantes y laberínticos territorios de ficción.

Cortázar, Jesús Marchamalo y Marc Torices

 

Nórdica ediciones, 2017

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10 de abril de 2017
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Influencers, it girls y corazones rotos

Hubo un tiempo en que la construcción de la personalidad pasaba por la autonomía y la independencia de ideas. Los influenciables eran los débiles, seres volubles que copiaban a los más decididos, quienes ejercían el magnetismo suficiente para robar el alma de los diletantes. Entonces, el estilo consistía en una cuestión de blancos y negros, y el éxito –a pesar del factor azar- acostumbraba a ser proporcional al esfuerzo o la pericia.
Hoy, en cambio, no hay fiesta, inauguración, estreno o premios que se precien en que un puñado de influencers no estén invitados. Forman parte de esa happy few 3.0 que se gana la vida subiendo fotos a Instagram y a golpe de likes, y que cobran una media de 3000 euros por post. Se les define como personajes que influyen sobre ciertas decisiones comerciales a sus Ks (miles de seguidores). Chavales con el pelo morado, piercings en la ceja y lengua tatuada, son capaces de influir en la opinión de millones de personas. “Lo que buscamos es que generen conversación, creen contenido original y consigan un enganche de la comunidad con la marca”, aseguran los gabinetes de comunicación, que empiezan a  acusar cansancio de esta fauna que posa con audacia abriendo los ojos y la boca y por encima de todo, aún se siente inmortal.
El influencer es capaz de hacer que las personas pasen a la acción movilizando uno de los impulsos más primarios y asentados del ser humano: la imitación. Ellos son su propia empresa. No importa la cultura, ni la lectura, ni la formación. Se inventan un lenguaje propio que suele expulsar la ortografía y la concordancia: “Qué guayez”, dice Miranda Makaroff, a quien conozco de niña –hija de Lydia Delgado y Sergio Makaroff-  y hoy  una las influencers más avispadas que ha sido capaz de convertirse en personaje sin salir de ella misma. Lo escribía James Salter: “cuando más claro ve uno el mundo, tanto más obligado está a fingir que no existe”.
Dulceida (3500 euros por subir una foto en sus redes), Pelayo, Gala González , Blanca Miró o Brianda Fitz-James Stuart se han erigido como las nuevas estrellas del photocall  y ganan más dinero que cualquiera de nosotros por respirar capitaneados por el fotógrafo Gerard Estadella. “Lo petan”, aseguran sus colegas. Su viralidad, tan desacomplejada, da tratamiento de obras de arte a sus selfies. Las marcas de lujo los buscan obsesivamente para entrar en las cuevas de la llamada Generación Z. Mediante la estrategia advertorialista, quieren ganar en credibilidad y cercanía. Lo que hasta hace poco era una práctica de marketing experimental, ha acabado por transformarse en una mini-economía voraz. Los holdings de lujo, en EUU, invierten más de 255 millones de dólares mensuales regalando prendas y pagando por conseguir mensajes patrocinados en Instagram, mientras que los supervivientes analógicos anuncian que al fenómeno le quedan cinco días: nombres que pasarán de la celebridad warholiana a la nada.
El pasado lunes, se hizo un momento de silencio en el todo Madrid: los teléfonos inteligentes paralizaron el aperitivo de mediodía: la primera it girl´ patria, hija de la factoría Hola!, dueña de más de un millón y medio de seguidores en Instagram y modelo de la vida radiografiada las 24 horas, anunciaba su separación. La pareja Echevarría-Bustamante fue pionera en utilizar las redes para dejarse admirar e influenciar. Durante doce años dieron fe, casi a diario, de su amor : piscinas, bolsos nuevos, cenas con Ios Carbonero-Casillas, clases de gimnasia… Paula incluso logró que  su entrenador se hiciera famosillo y publicara un libro en Planeta. Paula Echevarría ha sido una criatura mimada por las marcas y los medios del cuché: la asturiana de clase media que se hizo famosa gracias a su boda con un triunfito, ha representado a la burguesa pizpireta y almidonada. Ahora, cuando todo se desvanece, la bloguera y reina de Instagram se sorprende del acoso de los paparazzis. Mientras presentaba su último perfume (barato), Sensuelle, calificó su momento de “caótico”, un adjetivo muy de influencer para definir el desamor en tiempos de followers.  
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8 de abril de 2017
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Kant y Berkeley… ¿“Bailan en su tumba”?

"La naturaleza nos esconderá eternamente la realidad de los objetos".  Esta frase de Henri Poincaré sirve al físico Bernard d' Espagnat para retomar en 2012 (ya nonagenario) problemas planteados por él mismo cuarenta años atrás, relativos al lazo entre la física cuántica y la realidad del mundo. D'Espagnat se había visto  conducido por su propio trabajo como físico  a reflexionar sobre el idealismo  radical del filósofo irlandés George Berkeley  (quien en  el siglo XVIII sostenía que sólo la mente humana es garantía de las cosas que se nos presentan como exteriores), pero también sobre el idealismo matizado de Kant, para quien las posiciones idealista  de Berkeley eran en exceso "dogmáticas":

Kant consideraba que la objetividad de las cosas, el hecho de que tengan atributos o propiedades que las distinguen unas de otras, de tal forma que lo dado ante nosotros sea caballo, mesa, roble o cepa...todo ello  sería mero resultado de la elaboración  de las cosas por  las facultades del sujeto humano (sentidos, imaginación, entendimiento y razón). Kant no excluía la existencia de cosas fuera de nuestro testimonio de las mismas, pero aseveraba que  respecto a este ser de  las cosas  con independencia de nuestras facultades perceptivas y cognoscitivas, nada podría con propiedad ser dicho.

No es que   Bernard d' Espagnat  se declare kantiano (a fortiori berkeliano), sino que discute consigo mismos las posiciones  de Kant y Berkeley. Lo importante es que su condición de físico le ha llevado, como a tantos otros, a tomar muy en serio la tesis de que el sujeto humano es quizás (la discusión precisamente está abierta) el único garante de la objetividad de las cosas del entorno, entendiendo por objetividad el conjunto de propiedades que permiten la distinción y ordenación de cada una.

En la base del problema se halla el asunto, aquí ya muchas veces planteado, de que la interpretación ortodoxa de la mecánica cuántica abre la puerta a considerar que una partícula sólo alcanza realidad física clásica  (es decir, ubicación local o temporal, valor energético, etcétera), cuando es observada  (observación que, en la  jerga, produciría el colapso de la función de onda y la superación del solapamiento cuántico). Como señalaba  con humor  hace ya muchos años un estudiante de física americano llamado Andy Friedman, el obispo Berkeley  bailaría de alegría en su tumba. Quizás  con mayor razón cabría decir lo mismo del sobrio Kant.

Hay varias hermenéuticas de la teoría cuántica que se posicionan en contra de esta centralidad del sujeto humano en la constitución de los fenómenos, pero el hecho de que la discusión esté viva, el hecho de que las diferentes posiciones realistas  no hayan podido imponerse de forma definitiva[1], el hecho de que ya no sea de recibo una posición realista adoptada  de manera  dogmática o si se quiere ingenua ( en todo caso hay que hacerlo tras superar posiciones del contrario, que esgrime argumentos sustentados en el meollo mismo de la teoría cuántica y sólo rebatibles sin ponerla en entredicho)... choca con las seguridad reduccionista que impera tomando como punto de apoyo otras disciplinas relevantes.

Así, del indiscutible hecho que somos un animal resultado de la evolución se extrae a menudo la problemática conclusión de que la diferencia entre el hombre y los demás animales es una pura cuestión de grado en un proceso continuo. Concretamente el alto grado de homología genética entre nuestra especie y la de otros animales (a veces tan evidentemente diferentes de nosotros como el ratón) sirve de coartada para una pirueta ideológica consistente en negar la evidente  singularidad radical del ser humano entre las especies animales. Lo cual no deja de tener consecuencias en el plano del comportamiento social:

Una noticia aparecida recientemente  en un diario barcelonés y recogida en este mismo foro por Joana Bonet,  señalaba que un tercio de los españoles consideran a su perro o su gato de compañía como algo más importante que sus amigos y que el 63 por ciento de los mismos declaran que dan besos a su perro y sobre todo "le explican secretos que no rebelarían a nadie más".

Desde luego si se considera que el lenguaje mismo es simplemente una forma más compleja de los códigos de señales que se dan en otras especies, ¿qué cosa entonces más natural que hablarle a un perro? Sensata confianza, pues no hay peligro de que el perro cuente la confidencia, cabría decir si en este serio asunto cupiera la distancia irónica.

 Pues resulta que al mismo tiempo que se acentúa esta sustitución del lazo entre humanos  por el lazo de humanos y perros, se incrementa asimismo el abandono de estos animales. Y quizás la correlación no es casual: piénsese que el campesino o el pastor para quien el perro tiene una función de vigilancia de la casa o protección del rebaño, no comparte con el animal la mesa ni le da besos en el mismo hocico, pero tampoco (salvo canallescas excepciones) le abandonan a su suerte. Pero regreso a la cuestión central:

 

Decía que en el núcleo de la disciplina científica más importante de nuestro  tiempo está la cuestión de si la naturaleza que siempre hemos constatado podría darse en ausencia de un sujeto que, por así decirlo, da testimonio de la misma. Conviene precisar que esta  naturaleza reiteradamente constatado es aquella en la que una acción sobre algo carece de efecto inmediato sobre lo que está espacialmente separado del primero; es asimismo aquella en la que un animal no puede hallarse en estado de superposición de vida y muerte; y desde luego es aquella en la que si hay dos individuos cada uno de ellos  tiene  rasgos que precisamente le individualizan, siendo absurdo decir que en realidad aun siendo dos sólo tienen una característica común (como si por el hecho de tener una relación gravitatoria la tierra y la luna dejaran de tener las notas propias de cada una). Pues bien:

 Sigue abierta la discusión sobre si este clásico comportamiento de las cosas es posible sin  el testigo que es el hombre. Sigue abierta, por dar un ejemplo, la cuestión de si  el llamado colapso de la función (por el cual el vivo-muerto aparezca inequívocamente como vivo o como muerto) pudiera ocurrir sin que el hombre abriera abra la caja dónde está depositado el animal. Y que  tal discusión no se hay clausurado es prueba de que la cuestión del ser del hombre, del singularísimo ser del hombre, es concomitante a la cuestión del ser de las cosas, a fortiori concomitante a la cuestión de las cosas animadas.

Radical contraste el de este caso en el  que la ciencia traspasa por su propio pie   la frontera de la filosofía, en la que la física se convierte por sí misma en meta-física,  con la instrumentalización de la ciencia con vistas a una imposible reducción naturalista de la especie humana...Pues  la ciencia es un producto del lenguaje, luego del hombre,  y en consecuencia,  la conversión  de este  en objeto de ciencia (su exhaustiva reducción naturalista) equivaldría  al círculo consistente en  pretender que el fruto de cuenta de su matriz.


[1] Entre otras cosas porque desde el punto de vista de la operatividad todas las interpretaciones son equivalentes, pues las predicciones cuánticas se verifican tanto si uno se acoge a una interpretación como si se acoge a otra. El combate entre las interpretaciones se debe tan sólo a razones de inteligibilidad. Un ejemplo: el proyecto efectivo de construcción de un ordenador cuántico quizás no exija toma de posición alguna en relación al problema hermenéutico.  Sin embargo a la hora de dar cuenta de cómo es posible un logro así (que implica mayor número de cómputos que el conjunto de partículas  que hay en el universo) la interpretación conocida como Many-Worlds, a aun Many- Universes podría ser fructífera.  En suma, la diversidad y hasta conflicto de interpretaciones puede dejar indiferente al pragmático, pero no deja indiferente al que exige inteligibilidad.

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7 de abril de 2017
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Poema 122

La flacidez

es un estado del cuerpo

en donde el alma

encuentra

su lastimoso

grado de holgura:

El alma

no pesa nada,

pero necesita

ocupar

un espacio justo

donde ejercer 

como una expandida

ave de presa

su potencia

sobre los paramentos

que la contienen.

Cuando la holgura

existe y la abraza

la abraza un jadeo

casi mortal.

La salud del alma,

Por el contrario, radica

en expandirse

como un ave de presa

y  cuello enhiesto

desde donde pronunciar

su son animal.

El vigor o su debilidad.

son el neuma 

que presiona 

en diferentes grados

sobre el continente

complejo del cuerpo

e imprime

en su artefacto

la consecuencia

de sentirse

en un estado pobre

o de progresión.

Tal como el sentir

sobre la tensa lona

en un velero

veloz

o como

una gran ola

de cuarzo

que por sí misma

determina la muerte

entera, el ahogo,

el estrangulamiento.

O la radiante

salvación. 

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7 de abril de 2017
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