Vicente Verdú
En mitad de la noche,
mientras no estaba
el sueño en acción,
se alzó una barrera
de espejos gigantescos
que reflejaban
la historia pasada
de tardes y fiestas,
muertos y bodas.
Imágenes
o secuencias
continuadas
en un carrusel
de postales coloreadas.
Estampas y sucesos
congelados.
Unos tediosos,
otros enaltecidos
por la magnitud
de los espejos gigantes
que enmarcaban
la importancia
de una vida en planos,
sin cesar.
Vista y no vista
de la vida
reflejada
y pulimentada
exponencialmente
sobre el cristal
o el azogue.
El ahogo
en vertical
que habría sido
el discurrir
incalculado
de un océano
sin remedio
ni razón.
Fragmentado
entre luces y sombras,
entre la angustia
y la líquida
velocidad
de ser y no ser ya.