Vicente Verdú
El espíritu derivaba
de una ecuación
en apariencia
simple y
tras haber sido
sometida
a una laminación
de altísimas temperaturas.
Sin embargo,
el espíritu
se hallaba
frío.
Ni siquiera
a la temperatura
de la piel
o las lágrimas
en los inviernos.
Frío como una inane
exhalación.
Y ahí radicaba su
su autoridad
y su elocuencia.
Tan ajeno
a las circunstancias
que se erigía
en el centro de
todas ellas.
Y, a su alrededor,
se desplegaba
su íntimo helor
que si no era luz
ocupaba el lugar
de un inmóvil
relámpago.