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Poema 163

 

La ventaja de hallarse gravemente enfermo

es que para los demás, prácticamente, has muerto.

y es práctico parecer muerto

sin estarlo por completo.

La agonía es una cortante fisura en una celada

un visor de luz que barre la superficie

de cualquier material alrededor

y, siendo lúcidos,

no es raro que su rayo penetre

como una espada luminosa

en la conciencia, en presencia, en la distancia

y, al cabo, sustraiga

una vida sucia al estilo de cada cual.

Una sustancia que,

para afianzar su composición, 

es cada vez más limpia

en el agonizante

y altamente propensa

,dentro de sí,

al lavado industrial

(espiritual)

frente a la escoria.

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13 de julio de 2017
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Malas madres

En los últimos tiempos abundan las voces de mujeres deseosas de desmitificar la maternidad, y no dudo de sus buenas intenciones, pero cuán difícil resulta deslucir esa corona. Desde los llamados clubs de las malas madres hasta las películas y series protagonizadas por ídem, o los blogs de mujeres que ponen en común sus desencuentros con el rol maternal, se pretende desafiar la mirada social con la que aún se escruta a una madre: allí comparten sus experiencias, se ríen de sí mismas y se atascan en algunos tópicos, que van de la fragilidad emocional posparto al tedio del parque.
Sí, esa escena universal: mujeres y niños encerrados en un redil como parte de un mandato heredado, y a la vez una dulce condena tan sólo redimida por la sonrisa de los niños. De un amor que salva y regenera. ¿O no lo dicen casi todas? “Lo más importante de mi vida son mis hijos”. Aun así, en el discurso público apenas aparecen las madres. He advertido cómo muchos se sorprenden cuando, en algunos foros, se me pide que me presente y primero de todo digo que soy madre. Cómo callar esa condición que abarca tanto tiempo mental y real, y que estructura la vida de muchas mujeres.
“Las madres no escriben, están escritas”. Es una frase que encuentro en un viejo libro de Alba Editorial, Maternidad y creación, compilado por la fotógrafa Moy­ra Davey, que reúne diversos textos de Doris Lessing, Elizabeth Smart, Margaret Atwood o Toni Morrison, entre otras, sobre la experiencia de la maternidad y sus contradicciones. Se trata de una cita de Susan Rubin Suleiman, y se refiere a la teoría freudiana según la cual la artista habla desde la posición de niña más que de madre.
Aquellas que se dedican a la creación deben asumir renuncias: algunas de las autoras se pospusieron una novela para cuando sus hijos fueran mayores o aplazaron exposiciones que ya nunca se harían, mientras su espacio mental se llenaba de frustración y culpa, y creían que sus hijos lloraban siempre más fuerte que los de los otros. La escritora Annie Ernaux, entonces recién casada y cargada de tareas, se advierte a sí misma: “Nada de fregar, y menos quitar el polvo, el último vestigio, tal vez, de mi lectura de El segundo sexo, la historia de una batalla inútil y desesperanzadora contra el polvo”.
La figura de la madre posee una alargadísima y negra sombra: a veces apasionante y otras insoportable, tiene aristas y para muchas es redentora, y más hoy cuando tener un hijo es una elección personal y no una obligación. En Cuentos escogidos (Seix Barral), de Joy Williams –soberbios y tristes–, me sobrecogen esas madres solteras, jóvenes y alcohólicas que pierden el mundo de vista. El juicio a la mala madre empieza por cada una de nosotras.
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12 de julio de 2017
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Poema 162

 

La inminencia de la muerte

concede un plus de autenticidad

puesto que habiéndolo perdido todo

no hay nada más que perder.

Ni tampoco que estafar.

Así , los moribundos,

son temibles tanto por lo que pudieran

pronunciar con un susurro

como por el mudo compendio  

encerrado en la almohada donde se apoyan.

No hay bien ni mal para los otros mortales

y visitantes.

No hay bien o mal para sí mismo

o su curación.

La autenticidad es una síntesis casi perfecta

o una víspera absoluta

del legado fatal

que va haciéndose lingote de oro.

Vidrio auténtico

cuando el fin se arropa en su totalid

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12 de julio de 2017
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Superiores

Ha llamado mucho la atención que el alcalde socialista de Blanes dijera con toda claridad lo que otros socialistas catalanes dicen con la boca pequeña. La superioridad de Cataluña sobre el resto de España es, para ellos, una evidencia. Como la de Dinamarca sobre el Magreb. Lástima que los territorios sean todos igualmente afásicos y duros de mollera, pura tierra. A lo que se refieren, en realidad, es a la superioridad de los socialistas de Blanes sobre los de Granada, digamos. Una superioridad apodíctica o decretada por Dios. Que eso lo afirmara un granadino lo hace aún más gracioso. Relean ustedes lo que Marx y Engels decían sobre los criados de los reyes: son lo peor de la casa.

Recuerdo perfectamente al grupo de técnicos del Ayuntamiento de Maragall que asesoró a la Junta andaluza durante la Exposición de Sevilla. Volvían de allí con una sonrisa de suficiencia y se compadecían "de aquella pobre gente" a la que tenían que ayudar "a atarse los zapatos". Lo decían con cariño, con fraternidad socialista, como si le dieran unas palmaditas en la espalda al limpiabotas. Algunos de ellos eran hijos de emigrantes, como ese pobre tipo de Blanes o como el inolvidable Montilla.

Sin embargo, no es eso lo más vil. Los judíos tenían una formación cultural imbatible. Ser o no ser racista no depende de la capacidad técnica o intelectual de la víctima, sino de la convicción de que todos los ciudadanos somos iguales, o no, ante la ley. Para sentirse superior, el racista elige una víctima a la que cree débil y la pone fuera de la ley. La convierte en extranjera. Como sabemos, algunos socialistas catalanes (y todos los separatistas) no consideran que seamos iguales a ellos, sino magrebíes invasores de Cataluña. Y se dicen de izquierdas...

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12 de julio de 2017
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Esperpentos en perpetuo retorno

En América Latina, al inventar, contamos la historia, que a su vez tiene la textura de un invento, porque es desaforada, llena de hechos insólitos y de portentos oscuros. Los novelistas vivimos para inventar porque vivimos en la invención. Los hechos nos desafían a relatarlos, se saben novela, y buscan que los convirtamos en novela.

Me gusta recordarlo cuando vuelvo a las páginas de Democracias y tiranías en el Caribe, un libro de reportajes, ahora olvidado, escrito en los años cuarenta del siglo pasado por el corresponsal de la revista TIME, William Krehm, en el que desfilan los dictadores de las banana republics de Centroamérica en la época de la política del buen vecino de Franklin Delano Roosevelt. Parece más bien una novela, o incita a verlo como novela.

Ese término peyorativo de banana republic, que luego se convirtió en una marca de ropa, fue creado por O'Henry, uno de mis cuentistas preferidos, en su novela Coles y Reyes, de 1904, escrita en el puerto de Trujillo, en Honduras, donde se había refugiado tras huir de Nueva Orleans, acusado de desfalcar un banco para el que trabajaba de contador.

Las repúblicas bananeras dieron paso a todo un bestiario político. El general Jorge Ubico, de Guatemala, que se creía el vivo retrato de Napoleón Bonaparte y se peinaba como él. El general Maximiliano Hernández Martínez, de El Salvador, teósofo que ordenó la masacre de miles de indígenas en Izalco; el general Tiburcio Carías, de Honduras, que tenía en la Penitenciaría Nacional una silla eléctrica de voltaje moderado capaz de chamuscar a los presos, sin matarlos; y el general Anastasio Somoza, de Nicaragua, con su zoológico particular en los jardines del Palacio Presidencial, donde los presos políticos convivían rejas de por medio con las fieras.

No había manera de que los novelistas no se vieran enfrentados al caudillo convertido en dictador, una tradición que iniciaría en 1927 don Ramón del Valle Inclán con Tirano Banderas, parte de lo que él llamaría su "ciclo esperpéntico", y donde cuenta la caída de Santos Bandera, tirano de Santa Fe de Tierra.

Pero quizás el verdadero inicio de este ciclo esté en Nostromo, la novela de Joseph Conrad de 1904, donde retrata a Costaguana, sometida a la férula del dictador Ribiera, tras cuyo derrocamiento empieza una guerra civil en la que mete la mano el gobierno de Estados Unidos, no debido al banano, sino a las minas de plata.

Conrad, que viajó por el mundo alistado en la marina mercante, aparentemente jamás puso pie en América Latina, pero supo penetrar agudamente su vida política, divisando apenas el relieve de sus costas, y leyendo, por supuesto, a sus historiadores.

Al leer hace ya bastantes años ¡Ecce Pericles! de Rafael Arévalo Martínez, sentí que lo que había en aquella crónica sobre el siniestro dictador guatemalteco Manuel Estrada Cabrera, era en verdad una novela preñada de imágenes. Y las imágenes resultan vitales en la novela, porque son las que habrán de recordarse siempre.

Cuando la residencia presidencial de La Palma es bombardeada en el alzamiento que derrumba al tirano, entre el humo y la destrucción, está, hasta el último momento, José Santos Chocano. Un mecanógrafo teclea, apresurado, un decreto de concesión de minas que el dictador deberá firmar a favor del poeta peruano antes que sea demasiado tarde, y que él planea negociar con compañías norteamericanas.

Tampoco Más allá del golfo de México de Aldous Huxley, publicado en 1934, es una novela, sino un libro de crónicas de viaje. Pero, otra vez, salta de por medio el poder de las imágenes. Desde el tren en marcha, Huxley ve "junto a un grupo de chozas especialmente tétricas un gran templo griego construido de cemento y calamina...templos de Minerva los llaman...fueron construidos por mandato dictatorial y son las contribución a la cultura nacional del difunto presidente Estrada Cabrera..."

Pero donde la dictadura de Estrada Cabrera se condensa con maestría en El señor presidente de Miguel Angel Asturias, quien recibió hace 50 años el Premio Nobel de Literatura, una novela que retrata el miedo y la degradación, la represión y el servilismo.

La historia de América Latina es como una marea, con flujos y reflujos. El siglo veintiuno, el de las luces tecnológicas, nos ha traído nuevos regímenes dictatoriales que han tomado por divisa el populismo, el peor de los cinismos políticos. Por tanto, debemos esperar un nuevo ciclo de novelas de dictadores, los mismos esperpentos de Valle Inclán, sólo que bajo un nuevo maquillaje.

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12 de julio de 2017
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Caligrafía


Recibo correo de un calígrafo. Se declara seguidor de mi obra y se ofrece a caligrafiar mis prosas y versos. No dice si todos. Lo hará de balde. Firma Zafiro.

Contesto que estoy encantado. Responde preguntando qué poema prefiero. Contesto que el que él quiera. Responde con una foto. Un texto del libro Fámulo caligrafiado en letra Champiñón sobre la hoja de un cuaderno bastante grueso. Parece que estaba preparado.

Pregunto si me lo envía escaneado o me envía el original. Y entonces ocurre algo maravilloso. Contesta “Lo que tú quieras”. ¿Alguien alguna vez me dijo esas palabras? La verdad es que no lo recuerdo. “Lo que tú quieras”. Y de balde.

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11 de julio de 2017
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La acusación: de Corea del Norte, sin amor

Busqué La acusación: Cuentos prohibidos de Corea del Norte (Libros del Asteroide), de Bandi –un seudónimo que significa “luciérnaga”en coreano--, porque nunca había leído a un escritor de ese país y quería conocer algo de su literatura. Es peligroso convertir a un autor en representante de una nación, pero en el caso de Bandi parece inevitable: lo leemos para que nos revele la esencia profunda de una extraña sociedad totalitaria. Y sí, algunas verdades se nos revelan, pero eso no significa que el libro sea bueno. De hecho, pese a que tiene grandes aciertos, no lo es.

Nacido en 1950 en Hamgyeong, el autor, que todavía vive en Corea del Norte, fue un obediente trabajador del régimen que desde temprano dio muestras de su talento para la escritura. A fines de los ochenta, las hambrunas durante el gobierno de Kim Il-sung y la muerte de familiares y amigos llevaron a Bandi a adoptar una postura crítica ante el régimen. Fue así que comenzó a escribir los cuentos de La acusación: todos están fechados entre 1989 y 1995. Décadas después, una pariente se fugó del país y contó del manuscrito a un surcoreano que dirigía una ONG en China; este se interesó en el tema y, a través de un amigo que viajaba a la ciudad de Bandi, logró contactarse con él; el amigo recibió el manuscrito y lo sacó clandestinamente del país. La acusación fue publicado por primera vez en Corea del Sur el 2014.

Lo mejor de Bandi es su capacidad para encontrar detalles que capturan de manera burlona y surreal el funcionamiento de una sociedad totalitaria dedicada de lleno al culto a la personalidad. En “La capital del infierno”, un importante nudo ferroviario se sume en el caos debido a que el Acontecimiento Número Uno bloquea el tráfico de trenes durante treinta y dos horas. El Acontecimiento es, simplemente, que hay que esperar que pase por ahí el tren de Kim Il-sung: “Nadie [en la estación] se atrevía a quejarse de nada, si alguien se hubiera atrevido a levantar un poco la voz no hubiera tenido más oportunidades de seguir con vida que las de un ratón entregado a mercer de los gatos”. En “La acusación”, ante la muerte de Kim Il-sung, las ciudades y sus alrededores se quedan sin flores porque los ciudadanos las cortan y llevan a los altares en los centenares de locales del Partido (es obligatorio expresar el duelo al menos una vez al día). En “La ciudad del fantasma”, un niño tiene pesadillas al ver desde la ventana de su departamento un retrato de Karl Marx situado a un lado de la plaza al frente: cree que Mark es el Obi, un temible monstruo del folklore norcoreano.

Con tantas imágenes poderosas Bandi podía haber hecho un gran libro. Su principal problema es que no confía del todo en ellas y necesita ser didáctico una y otra vez. Los cuentos de La acusación carecen de ambigüedades, en ellos prima la denuncia explícita de un régimen que ha condenado a sus ciudadanos a una vida miserable. El más obvio es “La fuga del norte”, en el que Il-cheol decide “huir de esta tierra de mentiras, de falsedades, de humillaciones y de tiranía, en la que es imposible arraigar incluso trabajando dura y honestamente”. En “La capital del infierno”, la señora Oh, que llega a toparse cara a cara con el Gran Líder, quiere olvidarse de ese encuentro terrorífico e inventa un cuento para su hija: habla de un brujo que tiene hechizados a sus esclavos “porque quería ocultar que los estaba maltratando y engañar de este modo a la gente que vivía fuera de la colina y hacerles creer que en aquel lugar todo el mundo era feliz”. En ese cuento está condensado Bandi: sabe hechizar a sus lectores, pero luego no se resiste a explicar el truco.   

 

(La Tercera, 9 de julio 2017)

 

 

 

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9 de julio de 2017
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París y una misa por Dior

París no está preparada para soportar treinta y siete grados. En la semana de la alta costura, donde antaño me recreaba con las más exquisitas fragancias que arrastraba la brisa –“perfumes niche” les llaman, firmados por narices que no necesitan publicidad–, ahora huele a sudor. En el jardín de Les Invalides, reservado para el desfile Dior, las modelos lucen abrigos desde la nuez hasta el tobillo y el contraste es pura contradicción. Invierno en verano. Parisinas y americanas agitan los abanicos tan torpes como frenéticas. En la pasarela, las modelos con largas faldas de lanas grises plisadas y ceñidas al talle –entre las suffragettes y las viajeras de primeros del siglo XX– dejan atrás el imán de la seducción. Sexualizar la moda no está de moda, afirman los creadores, en especial la primera jefa en la historia de la Maison, Maria Grazia Chiuri, que ha convertido el feminismo de camiseta en tendencia. En Toraya, un japonés extrañísimo de la rue Saint Florentin, mi vieja amiga Laurence Benaïm –la única biógrafa autorizada de Saint Laurent– me da su explicación: “creo que las maisons se han dejado influir por la cultura islámica y sus compradoras, por eso cortan la fantasía y crean patrones que cubren hasta el último centímetro de piel de las mujeres. Estas colecciones se venderán muy bien en el Golfo”. Y de postres, un gosip: “A Macron le llaman playmobil one”.
 
La Maison Dior festeja su 70 aniversario con la exposición de moda más sublime de la historia, empeño personal de Olivier Bialobos, cabeza de la comunicación de Arnaud. Las dos salas del Musée des Arts Décoratifs ejercen de túnel del tiempo, recreando un galería de arte, un atelier y un salón de baile con los trajes que en su día lucieron Grace de Mónaco y la princesa Diana, Charlize Theron o Jennifer Lawrence, que posa frente a su traje. Pero la celebrity más esperada es Madame Macron, así la llaman las estilistas francesas a quienes su estilo retro a lo Courrèges les recuerda a Julieta Serrrano en “Mujeres al borde de un ataque de nervios”. “Demasiado bronceada” añaden, malignas. El misterio de Dior radica en que en menos de diez años convirtió su apellido en marca internacional. Era discreto y refinado, antes que couturier vendía cuadros de Braque o Dalí –muchos de ellos, en la muestra–. Murió muy joven, no dejó tantos aforismos como Chanel, aunque, junto a ella dibujó una nueva silueta femenina culta, moderna y poderosa.  
 
Al día siguiente, martes, al terminar el desfile de Chanel, a los pies de una Tour Eiffel levantada solo para ese momento –siempre haciendo magia–, cruzo al Petit Palais, que esconde uno de los jardines más deliciosos de París. Los pájaros picotean mi desayuno. Uno se posa con estilo en la esquina del ordenador. La felicidad es un instante. Por la tarde, minutos antes del desfile de Mr Armani, custodiado por Sofia Loren, Isabelle Huppert y nuestra Rossy de Palma, hago cola en los baños desastrados de Chaillot, un garaje sórdido donde me encuentro a Alicia Chapa, de la revista Telva. Le pregunto qué demonios hacemos allí, por qué regresamos una y otra vez a ese carrusel de penalidades, donde una camada de personajillos se dan aires, y las celebrities visten con tal esmero que podría parecer el ultimo día de su vidas. “Somos unas viciosas”, me responde la sabia colega. “La moda te puede masticar y escupirte” ha declarado Lucinda Chambers, ex Vogue inglés, a la revista Vestoj. Ojalá solo nos masticara y escupiera la moda.  
 
Al atardecer,  Chanel presenta su nuevo perfume, Gabrielle, inversión millonaria. Está inspirado en la insolencia y rebeldía de la joven Chanel; a ninguna biografía se le ha sacado tanto partido. En el Palais de Tokyo, convertido en una habitación a oscuras, explota un delicioso ramo de tuberosa y ylang-ylang. Para poder ver en exclusiva el spot, protagonizado por Kristen Stewart, te confiscan el móvil. Privilegios sobreactuados. La noche termina con baile y música en directo de Pharrell Williams, las musas y sirenas de la casa bailando: Ines de la Fressange, Caroline de Maigret, Alessandra Mastonardi o Adriana Ugarte, junto a Lagerfeld; la vida rosada. Yo me lo pierdo, me voy con la cabeza llena de los pájaros del Petit Palais, a punto de desearle a esta página y a todos ustedes, amables lectores, un verano azul.  
 
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8 de julio de 2017
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Poema 161

 

Un sinfín de enfermedades

Puede asaltarnos esto a aquello

pero hay un puñado e ellas que llevan consigo,

y muy incorporada la muerte,

Su centro es un punto infeccioso, su mal no es una desarreglo de

funcional,

Su gala, en suma , esa honrada característica,

decidida  y amable que

nos llevan a la muerte.

¿Pero  amable?

Esta sería la misión especial

de una enfermedad seria.

Nada de picores, dolores o náuseas.

Lo  importante de la enfermedad.

Se mide por su vecindario con la muerte

Su lustre y dignidad y respeto

Es todo aquello que posee para  matarnos.

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7 de julio de 2017
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