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Poema 168

Latinos, corales

Enjutos,

Pertinaces,

ocultos,

benignos,

descolgados,

Morados,

de cera.

Panes ciegos

comidos

por grietas.

Cañadas

hendidas

por animales

anfibios.

Cercas

dolidas

por su pertenencia.

Cálidos modelos

de cuerpos

ocupados

por el desamor.

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20 de julio de 2017
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Posados de Estado

Ahí estaban los cuatro, al pie del Air Force One, sabiéndose observados por el mundo entero, regocijados, agarrándose las dos manos para agitar el cariño, con besos y adioses igual que dos parejas que han pasado un intenso fin de semana juntas y se dicen que tienen que quedar pronto para volver a pasarlo en grande. Porque los Macron y los Trump dieron un recital de socialización al caviar que nos dejó embobados. Con qué agallas se crecía el amo y señor de Francia al lado del presidente más despreciado de la historia de Estados Unidos. Y eso que tras un intenso apretón de manos de cerca de medio minuto pareció perder pie desequilibrado por el rubicundo vigor norteamericano. Más tarde se permitiría restar solemnidad y lirismo a la ocasión y enchufarle a su homólogo un hortera Happy en versión castrense, coreografía incluida.
El pasado 14 de julio, dos países que siempre han hinchado el pecho de orgullo estamparon su rúbrica en una excelente campaña de imagen con una sintonía que resultaba sospechosa a causa de la distancia intelectual, ética y política que media entre ambos líderes. El suyo ha sido un ejercicio de diplomacia –también una demostración de poder– en el que las consortes han vestido la escena. Brigitte Trogneux, que ha firmado su estilo con futurismo retro y, sea capricho o superstición, siempre lleva cremalleras, fue la anfitriona de dos mujeres: Melania y su personaje. La geisha eslovena y la pobre y sufrida esposa que ha merecido la compasión de la audiencia. Por rechazar un día la mano de Trump y por pasear su porte igual que una esfinge que no siente ni padece, ha obtenido una corriente de simpatía y agrado. Sí, ella es la misma que declaró a Vanity Fair: “Hubo mucha química entre nosotros, pero su fama no me impresionó. Es posible que él lo notara”.
Melania Trump no ha salido de su zona de confort. A diferencia de sus antecesoras que dejaron huella, como Michelle Obama, Eleanor Roosevelt, Betty Ford o Hillary Clinton, quienes recorrieron el país de estado en estado dando conferencias y cultivando huertos, ella aterriza en la Casa Blanca con casi medio año de retraso. En cambio, como ha señalado la periodista Kate Andersen Brower, especialista en primeras damas norteamericanas, “vemos a la señora Trump mucho más cuando está en el extranjero, lo cual es realmente inusual”. Dos Melanias, una más bien pasiva y huidiza, florero, y otra queriendo emular a Jackie. Dentro y fuera. Puede que se trate de una estrategia de comunicación: también sufre a Trump, a pesar de la química, pero le encanta lucir a América lejos de sus fronteras. O tal vez se trate de un papel escrito por un audaz guionista de Hollywood: al menos, que ella caiga bien.
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19 de julio de 2017
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‘Ignoramus’

Los artistas tienen el cerebro inflamado de fantasías y por eso se les hace difícil adoptar el proceder del común. Pero si no lo tuvieran poseído por sus ficciones, no podrían luego construir esas complejas armaduras oníricas que exigen años de trabajo. El artista es su primera ficción. Así que ningún artista sabe quién es en realidad o qué desusado ciudadano ven en él sus vecinos.
 

Ejemplo. Sabemos que James Joyce fue uno de los artistas que fundaron las vanguardias que arañaban los límites del lenguaje, la luz, los sonidos o la vivienda. Pero no es así como se veía él. En sus conversaciones con Arthur Power (Ed. Universidad Diego Portales), compatriota de pocas luces con quien conversaba a veces en París, el escritor dibuja una imagen de sí mismo bastante inesperada. Opinaba que el cristianismo, ofuscado con la muerte de los humanos, había destruido "el misterio de la vida animal". Admiraba, en cambio, el trato que asirios y egipcios daban a perros y gatos. Lo remataba algo después al asegurar que los paganos tenían una mayor valentía frente a la muerte que los cristianos. 

Este arcaísmo babilónico lo confirma su rechazo del Renacimiento al que considera "una vuelta a la infancia" comparado, dice, con el gótico. Y entonces afirma que su escritura está más cerca del medievo que de los tiempos actuales. Cree que, de haber vivido en el siglo XIV, "habría obtenido mucho mayor reconocimiento". Admira que Joyce, el mesopotámico, el pagano, se tuviera por un escriba del medievo, experto artesano en la manipulación de masas pétreas, artífice de laberintos dublineses y retorcidas gárgolas con la cara de Bloom, en un taller lleno de gatos. Y sin embargo tiene sentido: uno entiende perfectamente este Joyce neogótico y (perdón) neogático.

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19 de julio de 2017
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Poema 167

Soñé que,

sin haberlo advertido,

estaba cerca de cumplir 47 años.

Ante esa constatación,

vi abrillantarse la vida alrededor

y me reproché, me maldije

por haber estado deprimido

durante los últimos  meses.

Era incompatible esa edad

exultante y hallarse deacaído.

Con esos años 46 y pico

reinando en mi organismo,

desde la cabeza a los pies,

el mundo se redondeaba como una tensa

pelota de goma.

Un balón de reglamento, quizás.

Esos años eran la playa en vacaciones

radiantes,

un proyecto tonificante,

un futuro sin visible final.

Quedé turbado por ese feliz

descubrimiento

tan luminoso como un tesoro

Una realidad que, de ser tan obvia,

me habría pasado desapercibida.

Distraída entre la normalidad

Así que, de paso, sentí que sufría

alguna inapropiada perturbación,

una inculcación pesimista

que no se correspondía con el valor de lo real.

Una degustación, en suma, que no estaba haciendo

debidamente,

de la sustanciosa carne de los cuarenta y tantos años.

Lo saboree, por tanto, unos momentos

dentro del sueño

Y casi sin transición, con el bocado en el paladar

temí haber alterado los números

Del 74 al 47 y un temblor

llegó hasta los labios, el rostro,

el resto de mi figuración.

Nunca había soñado nada parecido.

No era probable que ahora

viniera a desilusionarme  

una dislexia vulgar.

Pero así era.

Mi edad pasó de pronto

De 47 a 74 y con ella

bien marcada

se prolongó el sueño hasta despertar.

¡De modo que habría de cargar con 74 años cuando

mmentos antes hacía una fiesta con 47.

La bicicleta, la natación, el footing, las chicas, los libros,

los ambiciosos proyectos,

la tensión de los bíceps,

el color del pelo y del pecho,

el sabor frutal con que obtenía los besos.

La gratuidad de los placeres,

la delectación de la plenitud.

O la dorada madurez de la piel en los estíos,

el vigor de la escritura profesional.

¿Qué me quedaba al fin de todo esto

si tenía ya  74 años?

Restos de todo ello,

cabos de la plenitud,

recortadas  parcelas.

Apenas una colilla de la vida para fumar

por estos pulmones que ahora

solicitan  como gran slam

salir ganadores en un TAC.

 

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19 de julio de 2017
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Poema 166

De lugares muy distantes,

de los espacios azules

donde se concebían los auspicios,

llegaron cartas

de variable naturaleza.

Unos días nos notificaban

la  transparencia del TAC

y otros se enviscaban

entre filamentos turbios

que hacían presentir

el inicio de una descomposición.

Gradual y  fatal.

Con unos y otros mensajes formábamos

un brillante mazo de naipes y

cada  tarde,

al caer el día,

junto a la lenta muerte de la luz,

extendíamos sus diagnósticos 

sobre la mesa de la cocina,

con un vaso de agua alrededor.

Esa agua contenida

era como la llama de una vela

Y, de hecho,

al repasar cada noticia

buena o mala

sobre la superficie de madera

se veía al líquido

estremecerse o vibrar

a la manera de un lago

sensible a la idea radical

de la muerte o de la navegación.

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18 de julio de 2017
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Los dos Dumonts

Dentro de su riqueza, el cine francés actual cuenta con el lujo de tener dos directores del mismo nombre. Primero surgió Bruno Dumont el oscuro, el elíptico, que trabajaba ya entonces, sin embargo, con materiales de clara raíz demótica: la provincia, el campesinado, la voracidad de los apetitos. En su segundo largometraje, ‘L´Humanité' (1999), que le puso en el mapa del prestigio tras obtener dos premios en Cannes, el deseo se manifiesta con algo de dolencia y bastante urgencia, coincidiendo más de una vez la una con la otra: el protagonista Pharaon, superintendente de la policía en un medio rural, se  apiada tanto de los detenidos que les besa, queriendo trasmitir no deseo sino conmiseración. Y la vecina de Pharaon, Domino, copula de forma mecánica con su frenético novio Joseph, en un sacrificio que parece dispuesta a realizar con los hombres necesitados de su entorno. Todo ello en el contexto de  violencia brusca que caracteriza el cine de Dumont. En otro de sus grandes títulos, ‘Flandres', quizá el más famoso al haber ganado el Gran Premio del Jurado en Cannes 2007, hay una joven del pueblo que elige a los hombres sin recato, como al azar, y cuando todos los de su edad son movilizados para combatir en una guerra abstracta, de paisaje africano y escenas de batalla cruentas, los añora y enferma, de un mal venéreo o una pérdida de la razón. La exacerbada carnalidad de sus películas se ensarta en la locura, de un modo singular en la que para mí es hasta hoy su obra maestra, ‘Camille Claudel 1915' (2014), con una Juliette Binoche en estado de gracia demente interpretando a la escultora dañada por su obsesión con Rodin, que la amó y se aprovechó de ella, rodeada la actriz en la filmación de pacientes reales de los manicomios, que Dumont, con autorización médica, incorporó a su reparto de alienadas.

     ‘La alta sociedad' (‘Ma Loute', que es el raro nombre del protagonista barquero), nos confirma, tras su anterior ‘El pequeño Quinquin' (‘P´tit Quinquin', estrenada en cines en formato reducido de la mini serie del mismo nombre, muy popular en Francia), la personalidad del segundo Dumont, el chocarrero, el caricaturista de trazo grueso, que hace de sus actores monigotes de comic  insuflados por la bufonería del vodevil picante. Hay que señalar como rasgo distintivo que las dos almas dumontianas se funden en el intenso color local de su región de nacimiento, el Nord-Pas-de-Calais, una especie de territorio claustral, nada mítico, en el que trascurren sus peripecias, las verosímiles y las que brotan del puro disparate. Ahora bien, Dumont siempre es, más allá de su paisanaje, gran artista, con un don plástico a veces estilizado y otras seco, tajante, y un uso muy elocuente del cinemascope, que utiliza como un vasto lienzo que se va llenando de pequeños cuadros, o como página en blanco por la que irrumpen, sin prelación narrativa ni lógica plástica, las acciones, los rostros, las figuras.

       Es curiosa la afinidad de Dumont a la policía, prominente también en las tramas de la citada serie televisiva y muy protagonista en el film coral y desmadrado que es ‘La alta sociedad'. Situada la acción en una zona costera atlántica, pocos años antes de la Gran Guerra, el inspector Machin, hombretón hinchado que al andar hace ruidos de goma, llega a ese escenario con su escuchimizado ayudante Malfoy para investigar unas misteriosas desapariciones ocurridas en torno al estuario de un río donde los burgueses se hacen transportar de una a otra orilla por los lugareñoss, ocupados en la pesca, el cultivo de ostras y algún otro hábito alimenticio que mejor es no contar. La mansión más grandiosa de la zona, de estilo neo-egipcio, y la familia más poderosa, los Van Pethegem, tienen perfiles oníricos deformados por lo histriónico, vena en la que destacan los mayores del clan, Juliette Binoche, Fabrice Luchini y Valeria Bruni Tedeschi, tres grandes comediantes a los que Dumont encomienda la sobreactuación, a veces casi insoportablemente gamberra, de la historia.

    Frente a esa familia refinada de los Van Pethegem, cuyo miembro más oblicuo es la joven que oscila entre lo masculino y lo femenino, están los Bruforts, ásperos y desaliñados pero igual de feroces que los aristócratas. La primera mitad del relato, con la presentación de una galería de personajes a cual más manierista, es la mejor, como si, una vez que hubiera cumplido con el deber de su ‘dramatis personae', la comicidad se le fuera de las manos, queriendo Dumont demostrarnos su ligereza aerostática y burlesca, con guiños a los hermanos Lumière, al mundo astral de Méliès, a las payasadas sublimes de Chaplin y el mejor slapstick americano. Una fábrica del artista grotesco en la que el cineasta quizá afila sus armas más punzantes antes de volver, quién sabe, en su nueva película sobre Juana de Arco recién estrenada en Francia, al espíritu grave y concienzudo.

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18 de julio de 2017
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Latidos virtuales

El mundo de afuera ha atravesado la pantalla y se ha metido dentro de nuestros teléfonos. Por eso los miramos una media de ciento cincuenta veces al día, agitados por un nervio que nos impide desconectarlos y hace muy difícil separarnos de ellos, igual que los amantes compulsivos. Cuando se extravía, nos sentimos torpes y desterrados de la realidad, incapaces de seguir su ritmo. Lo buscamos con histeria en el bolso hasta que palpamos su carcasa a oscuras y la calma regresa a nuestro espíritu. Porque el móvil ejerce de prótesis vital: en él atesoramos nuestro universo particular, desconectamos la alarma de casa y calculamos nuestro azúcar en sangre. Su presencia ha dejado de ser invasiva para acabar demostrando que la virtualidad es la auténtica naturaleza de nuestra sociedad. Y no me refiero sólo a la información, sino a la gestión de lo cotidiano: el teléfono inteligente te explica el itinerario que debes de seguir para llegar a una dirección desconocida –y sin preguntarle, te avisa por mensaje del tráfico que habrá a las seis de la tarde para cruzar la ciudad–, te hace la fastidiosa lista de la compra e incluso controla la temperatura (y el gasto) de la calefacción.
¿Y qué ocurre con el mundo de afuera? ¿Qué nos perdemos mientras mi­ramos las pantallas? ¿Con cuántas personas que tenemos al lado dejamos de interactuar –hablarles, quererles…– mientras enviamos watsaps? Siempre he pensado que el éxito de los teléfonos inteligentes radica en la burbuja de intimidad que proporcionan. Ejercen de cortapisas a la soledad, evitándonos aquel sentimiento tan incómodo que nos colonizaba al llegar a un espacio público donde no conocíamos a nadie y la lectura era refugio insuficiente para sentirnos a salvo. Hoy, en cualquier circunstancia engorrosa –lo advierto cuando las personas no quieren relacionarse– uno se sumerge en su “verdadero mundo”, portador de señas de identidad, bagajes y, sobre todo, recuentos, que los investigadores utilizan cada vez más en sus cálculos.
En la Universidad de Stanford, acaban de estudiar la actividad física en más de cien países gracias a los pasos contados por nuestros móviles. Los ­españoles damos 5.936 pasos al día, de media, y la cifra nos coloca en el quinto lugar del ranking. No prima la narración de los pasos, sino el número. Mientras tanto, lo físico, lo palpable, va camino de convertirse en una reliquia de aquella vida antigua en que nos col­gábamos cámaras pesadas, mandábamos cartas, íbamos al videoclub o al banco. La comunicación humana, con sus aristas pero también sus epifanías, va siendo acotada por la inteligencia artificial que domina la forma de relacionarnos. Siempre que tengo que ­pagarle un café a una máquina, me arrugo de fastidio. Allí donde dejabas unos buenos días, y absorbías fugazmente la presencia del otro, hallas un silencio digital, que te hace sentir más cerca del mundo virtual que del que estás pisando.
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17 de julio de 2017
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Poema 165

Perder la estimación por alguien

es un desprendimiento, un alivio,

una pérdida acaso sin previsión.

Sin embargo,

día a día,

al estilo de las células

que mueren envejecidas

sobre nuestra piel

nos descamamos de amistades

y conocidos.

Nos vamos desnudando de relación

y protección sentimental.

Nos convertimos así

gradualmente

en sujetos puros

y prestos 

para que no yerre

el tiro ejecutor.

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17 de julio de 2017
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Poema 164

Ni siquiera "muerte"

es tan apropiada como "fallecimiento".

La muerte quita la vida

pero el fallecimiento

es la representación del fallo fatal.

Morimos habiendo fallado el organismo

Pero ¿quién no piensa que también todo lo demás?

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14 de julio de 2017
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El Boomeran(g)
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