Rafael Argullol
Cuando cae la noche,
con el cadáver ensangrentado de Héctor al fondo,
el anciano Príamo, su padre,
y su matador, el terrible Aquiles,
comparten un único lamento
y luego, en silencio,
ensimismado cada uno con sus pensamientos,
también comparten la comida.
No pueden brindar
por una paz que nunca llegará,
pero al levantar las copas
sus miradas se cruzan
y, con ellas, el anhelo
de que un gesto de piedad
congele por un instante
el enloquecido tiempo de la mutilación,
dueño ya de todos y de todo,
de los hombres y de los dioses,
de los héroes y de los cobardes.
"Toma, Príamo, el cadáver de tu hijo,
para que puedas llevarlo a Troya
y darle las honras que merece.
Y, por favor, no olvides en tu oración
dedicar un momento a mi recuerdo,
pues muy pronto he de partir
para hacer compañía a Héctor, como hermanos".
Esta es toda nuestra Historia.
Entre carnicería y carnicería,
un acto de compasión nos redime.