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El mortero de Teruel

Los gramáticos que, como decía Huarte de San Juan, son la arrogancia personificada, constituirían para Erasmo el género más calamitoso, desgraciado y dejado de los dioses, si una especie de dulce chifladura no mitigase las desdichas de su profesión misérrima, y añadía el sabio holandés: «Que todos los gramáticos me maldigan si miento. Conozco a uno que lo sabe todo, una eminencia en griego, latín, matemáticas, filosofía, medicina, el amo de todas las especialidades, ya sesentón, que lo ha dejado todo y  hace veinte años que se atormenta y martiriza con la gramática. Dice que se consideraría feliz si llegase a vivir lo bastante para distinguir las ocho partes de la oración, cosa que hasta ahora ninguno de los griegos ni romanos han conseguido satisfactoriamente. Es más que suficiente para desencadenar la guerra que alguno confunda una conjunción con un adverbio. Lo bueno es que hay tantas gramáticas como gramáticos…»
 
Pues bien, ese gremio feliz y apasionado se ha ocupado tradicionalmente de las inscripciones ibéricas, lo que ha garantizado la absoluta petrificación de la especialidad incluso en los casos de inscripciones bilingües que, como cualquier profano sensato pensaría, han de ser claves para entender con seguridad alguna minucia que otra. 
 
Hay que comprender algo elemental, pero que roza el tabú para dichos especímenes, a saber, que las afinidades léxicas no sólo son más reales que la características morfológicas, sino que constituyen la «realidad» frente a la «convención». O sea que las partes de la oración, los casos gramaticales y demás zarandajas son convenciones de utilidad problemática, quizá buenas para los sexenios que dijo el poeta, pero que no pasan de entelequias volátiles, frente a las afinidades léxicas, que no tratan del parecido casual de dos o más raíces, sino de la convergencia reiterada de los sinónimos que nos hacen ver el acervo léxico común de las lenguas emparentadas.
 
Todo esto va por un mortero que hay en el museo de Teruel, dotado de una inscripción bilingüe, tan realmente existente como la noble urbe y encantadora provincia aragonesa, donde pone:
FL ATILI L S (en latín)
bilake aiunatinen abiner (ibérico)
 
Desde su descubrimiento y publicación, la S del lado latino se ha interpretado como abreviatura de servus «esclavo». ¿Por qué? Pues porque sí. Creo que empezó Untermann, pero da igual, todos se han sumado. Eso ha hecho que abiner, en el lado ibérico, se haya declarado equivalente por unos y de imposible equivalencia por otros, que niegan que la inscripción sea bilingüe, con todo lo cual se garantiza la imposibilidad de ir a ninguna parte, vamos, como si dijeran que Teruel no existe.
 
Ahora probemos a mirar el artefacto desde el lado de la realidad. Abiner, como la variante balear Tanniber, es el hermano ibérico del latino Faber y del armenio Darbin, todos ellos descendientes y sinónimos del sumerio Tabir «artesano».  Así que Abiner quiere decir artesano y la S correspondiente en latín es la inicial de scissor, sculptor, scriptor o cualquiera de la treintena larga de posibles oficios artesanos que empiezan por S en latín. 
 
Asi que la inscripción latina diría: 'Flacus artesano de Atilius L.'
y la ibérica: 'Bilake artesano del señor Atin'
 
para «señor», cfr. aiun, iuns, iaon, iaun, ἄναξ 
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15 de enero de 2018
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Nombre inane

Intento describir "una ciudad, cubierta a todas horas de una fina capa de polvo, que alberga numerosas colonias de avión común", pero el nombre de este pájaro hirundínido es de tal inanidad que imposibilita convertirlo en sujeto del relato, imposibilita la redacción del mismo (cambiar el nombre no es aconsejable, devaluaría la narración y el conjunto de mi narrativa). [Avión común, nombre oficial español de la especie Delichon urbicum].

El avión común fue descrito inicialmente por Linneo, en 1758, en su Systema Naturaecomo Hirundo urbica,​ y fue trasladado a su actual género Delichon por Thomas Horsfield y Frederic Moore en 1854. Delichon es anagrama del término griego χελιδών (chelīdōn), que significa «golondrina»,​ y el nombre específico urbicum (urbica hasta 2004, debido al desconocimiento de la gramática latina) significa «urbano» en latín. ​ Por otro lado su nombre vulgar es aféresis del término antiguo gavión que a su vez procede del latino gavīa (que significa “gaviota”). ​

 

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13 de enero de 2018
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Martha Argerich: Una niña prodigio de 76 años

“Haceme quedar bien, piba”, le dijo guiñando el ojo el presidente Juan Domingo Perón en 1955, cuando una Marta Argerich de 14 años se despedía del mandatario en la casa de gobierno. Perón había nombrado a sus padres en puestos diplomáticos en Viena para que ella pudiera estudiar con el maestro Friederich Gulda.

Martha Argerich, nacida en Buenos Aires en 1941, había comenzado a tocar el piano a los cuatro y a los seis ya era reconocida como niña prodigio. El famoso Gulda la escuchó y quiso que estudiara con él en Austria, pero el maestro diría años después que no creía haberle enseñado nada. Ella tocaba desde siempre con un dominio técnico apabullante.

Pero algo debe haber aprendido: en la visión de sus incondicionales, hoy Argerich comparte con su legendario mentor una visión pasional, un algo indefinible volcado en la interpretación. Siempre parece que está inventando y encontrando las notas aunque haya tocado la obra (los primeros dos conciertos de Beethoven, el de Ravel, el tercero de Prokofiev) cientos de veces.

En su primera juventud ganó importantes concursos: el Bolzano, el Chopin y el de la Radio Polaca. Irrumpió en el cerrado mundo de los grandes pianistas con una fuerza irresistible. Tan hermosa como tímida y reacia a las entrevistas, era la pianista más requerida en las grandes salas de concierto de Europa y Estados Unidos.

Así la describe el anónimo comentarista de la web El Atril, una inagotable fuente de información para músicos: “tan atractiva como una actriz de la nouvelle vague: usaba unas espectaculares minifaldas y fumaba un cigarrillo detrás de otro”. “Parece una ondina”, escribió el crítico del diario francés Le Figaro en 1970, cuando ella se presentó en París con Claudio Abbado y la Orquesta de la Radio y Televisión francesa para el Tercer concierto de Prokofiev. “Con esa cabellera lisa y deslumbrante, da la impresión de que saliera del agua en ese momento.”

La música y la vida fueron siempre para ella uno y lo mismo. Se casó tres veces, siempre con músicos profesionales: con el violinista chino Robert Chen; con el director de orquesta Charles Dutoit, y con el pianista Stephen Kovacevich.

También la acompañó desde el comienzo una irresistible generosidad por compartir la música con otros: pronto dejó la carrera de los conciertos en solitario y se concentró en obras con orquesta y pequeños grupos de cámara.A lo largo de su vida artística tuvo tres grandes cómplices musicales. Con el director Claudio Abbado grabó los conciertos de Chopin, Liszt, Ravel, Beethoven, Schumann, Mozart, Tchaikovski… de hecho, como resalta el crítico Gregor Willmes en el libro que acompaña la edición de sus grabaciones completas para el sello Deutsche Gramophone, fue con Abbado y la Filarmónica de Berlín que Argerich grabó en 1967 su primer concierto con obras de Mozart, y fue con él, Mozart y la Orquesta Juvenil Gustav Mahler, cuando el maestro Abbado, ya consumido por la enfermedad, la acompañó en su última grabación en 2014.

En su crítica de esta grabación en vivo, el periodista Christoph Vratz destaca que así como Abbado y Argerich “conservaron su amistad a lo largo de las décadas, revelan el mismo grado de afinidad en los dos conciertos (números 20 y 25), se escuchan atentamente el uno al otro, se complementan y se animan”.  

Esa combinación de complicidad amistosa y búsqueda común de profundidad en las obras es lo que forjó también con sus otros grandes aliados: el violinista Gidon Kremer y el violoncelista Misha Maisky, ambos nacidos en Riga, entonces Unión Soviética y hoy Letonia. La grabación integral de las sonatas para violoncelo y piano con Maisky son hoy el estándar con el que se miden todas las demás.

Esa caja con 48 CDs que guarda los tesoros los 50 años de Argerich y Deutsche Gramophon, la más longeva relación discográfica de la historia de la música clásica, muestra por un lado los altísimos estándares de calidad artística y asombrosa perfección de la pianista, y por otro lado, sus muy personales y curiosas preferencias a lo largo de los años. Por determinados compositores (Beethoven y Schumann en primer término, muy poco Mozart, apenas algo de Brahms, Prokofiev entre los de la primera mitad del siglo XX, Olivier Messiaen entre los de la segunda), y por compañeros de ruta.

Por ejemplo, en el Festival de Lugano, donde cada verano junta a sus socios musicales, nunca dejó de tocar con su gran amigo, el pianista Nelson Freire, aunque éste no haya alcanzado el prestigio y las ventas de otros pianistas de su generación.

En su muy activa séptima década, la pianista se ve rodeada por la admiración de los más famosos músicos de las nuevas generaciones. En una grabación en video del concierto de Bach para cuatro teclados, se puede ver y escuchar el alborozo de la maestra tocando con su gran colega ruso Mijail Pletnev, el director James Levine y el joven prodigio Evgeni Kissin, y en la orquesta de cuerda, sus incondicionales  Maisky y Kremer, además de jóvenes estrellas del violín como Renaud Capuçon, Sarah Chang y Vadim Repin, de la viola como Yuri Bashmet y del violoncelo como Boris Pergamenschikow.

Estaban todos ahí como modestos acompañantes por y con Martha.

En su intento de definir lo que hace única la forma de tocar el piano de Argerich. Gregor Willmes recopila los adjetivos que dedican los críticos a su sonido: “Intenso, poderoso, rico en colores, orquestal, vívido, fogoso, intoxicante”.

Para Willmes, la palabra que mejor la define es “espontánea”.  Infantil en el mejor sentido: toca el piano como Leo Messi juega al fútbol, con la seria y apasionada búsqueda de la perfección de un eterno niño prodigio. 

Todo en sus ejecuciones es delicadeza y precisión rítmica. Quienes hemos tenido el privilegio de ver a Martha Argerich en vivo hemos sentido la inexplicable excitación del arte que surge en el instante y se desvanece con una gracia infinita, para quedar por siempre en la memoria. 

 

(Publicado el 6 de enero de 2018 en la revista Cultura/s de La Vanguardia)

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11 de enero de 2018
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Mujeres y manadas

Se sigue oyendo por todas partes el aullido de la manada, aunque por todas partes también otras voces se alzan, y ya no es la voz de la cándida ovejita del cuento, sino el grito de la mujer herida. En lo que se sigue llamando Occidente estamos a ese respecto en la fase de la indignación, del esclarecimiento, del castigo. En otros lugares del mundo aún queda por hacer lo elemental, lo que parecía imposible cambiar y ahora al menos asoma, como asoma, aún obligatoriamente tapado, el rostro de las humilladas que no podían salir de casa solas, ni cantar, ni vestir a su modo, ni conducir un coche. Hay que alegrarse por estas mínimas reformas, que permitirá a ellas y a ellos, ciudadanos de esa fortaleza de la intolerancia que es Arabia Saudí ver películas, aunque censuradas de todo lo que sea sensual y corporal. Pero hay otros mundos luchando por la libertad dentro de esos mismos países musulmanes, y en ellos mujeres artistas que conducen su propia vida y no llevan velo y se atreven a plantear que el sexo no es de dios, sino de los hombres y de las mujeres dispuestas a vivirlo.
De muchas de ellas se ocupa una sugestiva y muy bien pensada exposición, ‘En rebeldía. Narraciones femeninas en el mundo árabe', que pude ver hace pocas semanas en Valencia, donde seguirá abierta en el renovado IVAM hasta fines de enero de 2018. Su comisario, el historiador y profesor de arte Juan Vicente Aliaga, acreditado conocedor de la materia en muchos de sus pliegues y contextos, presenta, en las salas del IVAM y en el texto del imprescindible catálogo que la acompaña, un ‘antes' y un ‘ahora', abriendo, con el recelo melancólico que la realidad nos obliga a tener, una incógnita sobre el mañana. El antes de ‘En rebeldía' plasma, principalmente a través de la fotografía, una construcción de la imagen de las mujeres árabes anteriores a los años 1970, cuando el atuendo europeo, el baile, el fumar en público y el bañarse en una piscina sin esconderse eran gestos posibles tras los que se manifestaba una libre actitud. Aliaga, que ha escrito y comisariado importantes muestras sobre el género en las artes, incluye, y no es una fantasía suya, ejemplos de representaciones artísticas que exploran, en un presente combativo, la sensibilidad homosexual, gay y lesbiana, y la intersexualidad, como en los trabajos de las fotógrafas Raeda Saadeh, Ahlam Civil y del egipcio Van Leo, uno de los pocos representantes masculinos del conjunto. Sus obras forman parte de la sección que más llama la atención en el museo valenciano, bajo el epígrafe de ‘El cuerpo, el deseo, la sexualidad'. Pero hay otros aspectos, sociales, políticos, o puramente ilusionistas (los bellísimos trampantojos de Nermine Hammam), reflejados en la rebeldía del título general. Destaco aquí la excelentes piezas (vídeo, escultura, dibujo) de la palestina Mona Hatoum, y los impresionantes paneles en color de Leila Alaoui: grandes fotografías pertenecientes a su memorable serie de 2014 ‘Les Marocains', que nos producen el dolor de saber que esta gran creadora marroquí, asesinada el año pasado en un atentado terrorista en Burkina Fasso, no podrá, con las demás colegas reunidas en Valencia, seguir desafiando artísticamente el incierto futuro de las que desean y sueñan sin quererse callar.
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11 de enero de 2018
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Irredentos

Hemos de curtirnos en el fanatismo catalán. Días atrás, un tipo que ha hecho millones con el nacionalismo, Toni Soler, y que continúa cobrando en TV3 por la cobardía socialista, habló sobre el deseo de que un camión aplastara a los jurados del Tribunal Supremo y se preguntaba si eso era un delito de odio. Quizás se lo conteste algún juez, pero para la mayor parte del planeta es sólo una prueba más de la similitud entre los fanáticos catalanes y los islamistas.

No creo exagerar. El conflicto entre árabes e israelíes lleva casi un siglo de matanzas y no tiene pinta de zanjarse. A diferencia de las guerras clásicas, las guerras africanas a veces topan con esta tara: que los vencidos no se rinden. A los jefes de las tribus árabes su población les es indiferente, los caudillos viven con lujo la ruina de su gente. Están en perpetuo estado de destrucción porque sin rendición no puede acabarse un conflicto.

El maestro de la irredención fue Hitler, el cual continuó la guerra contra la opinión de todo su Estado Mayor y cuando le dijeron que millones de alemanes iban a morir en vano gritó que los alemanes no tenían derecho a vivir porque estaban perdiendo la guerra. A los fanáticos catalanes les sucede lo mismo, saben que han destruido el país, que han puesto en ridículo una cultura de la que se creen herederos, que han provocado el éxodo y la lucha fratricida, pero les da igual. Ellos son jefes religiosos, creyentes, y su tribu debe arruinarse y resistir para sostener la soberbia de sus jefes.

A Pujol le obsesionaba no formar parte de la herencia árabe española, él quería ser carolingio, aunque hay más restos islámicos en Cataluña que en todo el norte español. Ahora ya no cabe duda de que en Cataluña es donde mejor ha cuajado el fanatismo islamista.

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11 de enero de 2018
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01-01-2015

Llegará el día

en que pueda verme

con el tierno ojo del caballo,

y con el afilado ojo del gato

que aguarda la noche sobre la cornisa,

y con el ojo oblicuo de la gaviota

que trae la imagen del mar a la ciudad.

Llegará el día

en que pueda verme

desde la corola azulada del lirio,

y desde el temblor amarillo de la margarita,

y desde el centro de la rosa,

que se abre al mundo

como el centro de todos los centros.

Llegará el día

en que pueda verme

desde el lomo rosáceo de la nube,

y desde la pupila ardiente

del relámpago que cruza el crepúsculo,

y desde el iris abismal

de la estrella que danza en el firmamento.

Llegará, llegará ese día.

Entonces moriré,

entonces naceré.

 

 

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11 de enero de 2018
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Alfombra negra

Pocos colores han interesado por igual a jóvenes y sacerdotes, han sido blandidos por luteranos, fascistas o anarquistas, y enaltecidos por el rock y la moda. El negro fue el primer color de un coche –el modelo T de Ford–, así como de los trajes de novia cuando los matrimonios no se entendían por amor sino por conveniencia. De las black box de los magos a los guantes largos de Gilda, los existencialistas y las femmes fatales, listas, cisnes y tarjetas opacas, la bola 8 del billar, el cine y la novela noir, las Harley, el brutalismo o el punk. El negro es el mayor comodín: veamos si no como para unos consiste en el no color mientras que Renoir lo consideraba el rey de la paleta, y eso que los impresionistas lo rechazaban porque, según ellos, en la naturaleza no existe: tan sólo el ocaso que lo iguala todo.
El negro representa lo sucio, lo negativo – de-nigrar– y lo malo: pinta negro o tienes la negra. Es mítica aquella declaración de Muhammad Ali en un programa de la BBC, en 1972: “Jesucristo es blanco, Santa Claus es blanco, Tarzán de la jungla es blanco, Miss América es blanca, Miss Mundo es blanca… cuando vas al cielo atraviesas la Vía Láctea, y, antes, te lavas los dientes con una pasta de dientes que los deja más blancos…”. Ese mismo año, Jane Fonda acudía a los Oscars completamente vestida de negro –eso sí, por Yves Saint Laurent– porque, según ella, no había nada que celebrar: era el principio del fin de Vietnam y el ultraconservador Nixon estaba a punto de ser reelegido. Fonda parecía tan cerca del maoísmo que la prensa norteamericana la había rebautizado “Hanoi Jane”. Su solitaria reivindicación de entonces inspiró la masiva y clamorosa denuncia en la última gala de los Globos de Oro, demostrando que el negro une, estiliza y reduce riesgos. Nunca he aceptado otro estampado que el de las rayas marineras; el negro en mi armario viene a ser como el jazz en mi altavoz, el café de la mañana o el chocolate amargo por la noche.
A menudo, las mujeres que han jugado en campos minados por la masculinidad han adoptado las formas de los hombres, y, en lugar de vestir una feminidad de colorines, se han inclinado por la sobriedad. Me sumo a entre quienes piensan que si alguien abusa de ti, no hay que callárselo durante diez años. Entre las mujeres vehementes y orgullosas, la reacción suele ser instantánea, aunque a veces resulte temeraria. Qué sabe nadie acerca de los recovecos de la personalidad de aquellas más vulnerables, que se paralizan tras un ataque. La fuerza del grupo neutraliza la inseguridad o el miedo a la calumnia.
No hay duda en que la gala del pasado domingo fue un avance para la igualdad, sí, pero su unidad cromática logró que hombres y mujeres parecieran más iguales que nunca.
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10 de enero de 2018
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Conexión aldeana

Parece que las fuerzas neolíticas de la comarca han pactado con las paleolíticas del marianismo el trazado del tren veloz. Y oh prodigio, no servirá para conectar a Pamplona directamente con Francia, sino para unir a las cuatro capitales del eusko irredentismo. La aversión al progreso de los carlistas y demás aberzaliados viene de atrás, qué sorprendente.
 
Cuando en el siglo pasado iban a mejorar la carretera Pamplona Irún —que ya la Diputación navarra decimonónica consiguió trazar racionalmente comprando un corredor a los indígenas guipuzcoanos—, hubo expresiones memorables como la de Etxegarai, el alcalde de Lesaka por parte de Sabino Arana, que fundó su resistencia al trazado y anchuras modernas en que con carreteras rápidas «estos pueblos se quedan muertos», lo que hacían falta eran caminos carretiles y ventas, siguiendo la tradición vasca, ya elogiada por Aymeric Picaud hace mil años, de saquear al transeúnte. En fin, esto es lo que se dice perder el tren.
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10 de enero de 2018
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La república pendiente

Hace cuarenta años, una mañana del 10 de enero de 1968, el periodista Pedro Joaquín Chamorro fue asesinado por sicarios de la dictadura de la familia Somoza. Iba solo, ajeno como era guardaespaldas, al volante de su propio vehículo, cuando los asesinos a sueldo lo emboscaron en un paraje desolado de las ruinas de Managua, destruida por el terremoto de 1972.
 
Una frase suya lo define como pocas: "cada quien es dueño de su propio miedo". Recibía constantemente amenazas de muerte porque en sus editoriales de La Prensa se mostraba inflexible con el sistema somocista que había desmantelado las instituciones y sometido al país a la violencia represiva, la abyección y la corrupción que carcomía el andamiaje social.
No eran denuncias huecas. Llevaban los nombres y apellidos de quienes se lucraban de negocios inmorales, la familia reinante a la cabeza, pues no había letra del alfabeto donde los Somoza no tuvieran empresas: desde el arroz de la A, a la Z de zapatos, pasando por la X que correspondía a negocios desconocidos.
En la letra S se hallaba el más infame de todos, el de la sangre, que Pedro Joaquín no cesaba de denunciar. La compañía Plasmaféresis, de la que Anastasio Somoza Debayle era socio mayoritario, compraba la sangre a los menesterosos para exportar el plasma a los mercados extranjeros.
Se convirtió así en la conciencia del país en tiempos de desidia, temor y silencio. Y tras su muerte, cada quien supo que también era dueño de su propio miedo, y que era necesario tomar conciencia del miedo para acabar con el miedo.
Miles acompañaron su ataúd desde la morgue hasta su casa, miles más lo siguieron hasta el cementerio, y la indignación popular se desbordó en las calles. Llena de ese furor que acabaría destronando a la dictadura, la gente incendió Plasmaféresis y otros negocios de la familia. Una ola de fuego que ya nadie detendría.
Haber sido en vida la conciencia del país, y el detonante de la insurrección popular con su muerte, es algo que la historia oficial le escatima con absurda mezquindad. Es cierto que en 2012 la Asamblea Nacional lo declaró por unanimidad Héroe Nacional; pero en el cerrado santoral de la lucha revolucionaria, Pedro Joaquín no figura. La mano del poder lo ha excluido.
Colocarlo en el lugar que de verdad tiene en el desencadenamiento de la insurrección nacional, significaría alterar el discurso publicitario que asigna papeles de acuerdo a los intereses de quienes hoy tienen el poder político. De ese mismo santoral han sido excluidos, o colocados también en papeles complementarios, dirigentes guerrilleros de las mismas filas sandinistas porque han caído en desgracia una vez convertidos en adversarios, no pocos de ellos calificados de traidores.
La deliberada exclusión de Pedro Joaquín esconde la verdad de que derribar a la dictadura fue una gesta nacional en la que concurrieron nicaragüenses de muy diferentes tendencias, empezando por las tres en las que estuvo dividido el propio sandinismo, en resumidas cuentas un asunto de cúpulas intelectuales.
Y en las calles y en las áreas rurales, quienes juntaron esfuerzos, con las armas o sin ellas, formaban un amplio y complejo mosaico ideológico en el que había marxistas, cristianos de la teología de la liberación, y también cristianos tradicionales; socialistas, socialdemócratas, liberales, conservadores, socialcristianos, y otros muchos que solo ansiaban vivir en un país libre y diferente. Conforme esa base se integró el primer gobierno de la revolución.
Claro que se necesitaban cambios profundos, y que la revolución no era sólo un trámite para seguir en lo mismo de antes. La consigna que guio la lucha armada hasta el final, de rechazar el somocismo sin Somoza, siempre fue justa e imprescindible.
 
Y no hay duda que el primero que habría respaldado esta determinación es el propio Pedro Joaquín, quien llegó a tomar las armas veinte años atrás cuando vio todos los caminos democráticos cerrados; sufrió cárcel y exilio, y nunca dejó, a riesgo constante de su vida, de ser el opositor por excelencia a la dictadura, desnudando sus vicios y atrocidades.
Quienes piensan que habría querido un cambio a medias, se equivocan. Pero quienes piensan que ese cambio pasaba por negar la democracia, y por establecer una sola ideología desde el poder, también se equivocan. Siempre habría sido un fiscal implacable del ejercicio de las libertades públicas y de la institucionalidad democrática.
Si tantas veces le escuchamos decir que cada quien era dueño de su propio miedo, también nunca se cansó de repetir que Nicaragua volvería a ser república. Y esa es una tarea aún pendiente.
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10 de enero de 2018
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