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De dónde salió todo esto

La Nicaragua bajo opresión hoy día, nunca la hubiéramos imaginado cuando luchábamos por la utopía de la revolución. Los jóvenes de ahora, perseguidos a muerte, son como nosotros entonces, una generación que, igual que esta, convirtió sus ideales en convicciones.
 
El poder pasó de manos de una casta familiar a las de unos guerrilleros inexpertos. Y, por primera vez, no había un caudillo. Las tres tendencias en que el Frente Sandinista se hallaba dividido poco antes del triunfo, aportaron cada una tres miembros a la Dirección Nacional, un cuerpo de nueve personas sin cabeza visible.

De ese delicado equilibrio dependía el consentimiento, y por tanto la adhesión de todas las fuerzas guerrilleras, que tenían su referente único de autoridad en un colectivo, y no en un solo hombre. La ruptura del equilibrio implicaba el riesgo de una lucha intestina, con miles de armas en manos de los combatientes que apenas tomaban respiro de la guerra de liberación recién concluida, mientras se iba articulando el nuevo poder.

Este fenómeno de mutua contención explica el surgimiento de la figura de Daniel Ortega. No era ni histriónico ni demagogo, como, por ejemplo, Tomás Borge. No tenía dones oratorios, ni era carismático. Lo que para un político resultan desventajas obvias, fueron para él ventajas.

En 1985, por lo mismo, resultó electo presidente de la república, y secretario general de la Dirección Nacional. Pero eso tampoco creó al caudillo. El colectivo, con sus pesos y contrapesos, seguía rigiendo las políticas de gobierno, las fuerzas armadas y de seguridad, y el propio partido.

En cada sesión el primer punto de la agenda era la crítica y autocrítica. Cualquiera que hubiera sobrepasado sus límites tenía que mostrar firme propósito de enmienda. Pecados de vanidad y soberbia, exceso de figuración.

Estos antecedentes no los ofrezco para arrojar luz sobre los aciertos y fracasos de la revolución, sino para explicar cómo la utopía ha llegado a convertirse hoy en distopía. Esa forma de poder equilibrado se hizo pedazos con la derrota electoral de 1990, cuando la dirección colectiva terminó desintegrándose.

Y la revolución misma, con su cauda de ideales y promesas, desaciertos y errores capitales que fueron pagados al precio de la derrota electoral, desapareció para siempre. Es de esa dispersión y de esa desarticulación que Ortega fue surgiendo como caudillo cuando sembró la primera semilla de su poder arbitrario al proclamar que iba a "gobernar desde abajo".

Es decir, con asonadas en las calles, huelgas fabricadas, barricadas, choques con la policía con saldo de muertos y heridos, decidido a frustrar el gobierno legítimo de doña Violeta de Chamorro. Así se ganó la lealtad de quienes, engañados por la promesa de retorno al poder por la fuerza, empezaron a verlo, con nostalgia agresiva, como encarnación de la revolución perdida, y se reagruparon a su alrededor. Viejos combatientes, colaboradores históricos, líderes de los sindicatos en escombros, remanentes de las organizaciones populares.

Se reinventó a sí mismo en la soledad, y se apropió de los símbolos de la vieja revolución, de sus consignas, de su retórica antimperialista y anti oligárquica, y soportó tres derrotas electorales, sin lograr superar nunca la cota de un tercio de los votos.

En el 2000 pactó con el expresidente liberal Arnoldo Alemán una reforma de la Constitución que rebajaba al 35% los votos para ser electo en primera vuelta. A cambio, le abrió al otro las puertas de la cárcel, condenado por lavado de dinero. Ortega controlaba ya los tribunales de justicia.

Y aunque la Constitución le prohibía reelegirse, hizo que sus fieles magistrados de la Corte Suprema decretaran que semejante prohibición era nula. Es decir, la Constitución fue declarada inconstitucional.

Cuando en 2006 ganó otra vez la presidencia, se prometió que nunca volvería a perder. Y con los centenares de millones proveniente del petróleo de Chávez, asumió también el control del Consejo Supremo Electoral y los demás poderes del estado. Y fue copando a la Policía Nacional, y al Ejército.

También pactó con su acérrimo enemigo el cardenal Obando y Bravo, arzobispo de Managua. Y con los empresarios: a cambio de plenas garantías para prosperar en sus negocios, les quedaba vedado el territorio político. Y creó, con ventaja, su propio poder empresarial, gracias al petróleo venezolano.

Sin embargo, ahora, tras más de 400 muertos, todo ese poder pensado para siempre se ha cuarteado. La última encuesta de Cid Gallup así lo muestra: Ortega conserva apenas un poco más del veinte por ciento del electorado, es decir, la fidelidad básica que consiguió en sus años de soledad.

Tarde o temprano tiene que aceptar que el país no puede volver a las condiciones en que se hallaba antes del 18 de abril, cuando empezó la ola de protestas masivas. Que no hay compatibilidad posible entre el caudillo que se apropió de una revolución ya muerta, y la sociedad nicaragüense de hoy, que no acepta nada que no sea la democracia.

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2 de octubre de 2018
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¡Guardadles la espalda!

En los años de plomo, cuando ETA afinaba su puntería con propios y extraños, el número de escoltas llegó a rozar en Euskadi los 3.000, y hasta 5.500 hubo en toda España, según cifras de la Asociación Española de Escoltas y Profesionales de Seguridad (ASES). Llegaban a la simbiosis con aquellos que protegían, discretos aunque con mirada de águila y los pómulos marcados a fuerza de contraer los músculos en señal de alerta. Algunos de sus usuarios, los más laxos, querían imaginarlos como esos guardianes de los ricos que acaban haciendo de chico para todo: aún recuerdo cómo dos hombretones, custodios de la entonces ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, le sacaban a sus perros en el barrio de las Salesas. Los que frenaban insultos y balas trabajaban entre 12 y 15 horas diarias, y cobraban en 1997, el año del asesinato de Miguel Ángel Blanco, alrededor de un millón de pesetas al mes. Un dinero que nadie cuestionaba, todo era poco cuando se trataba de plantar cara a la amenaza terrorista. Esta encuadraba en su punto de mira a políticos, empresarios, periodistas e incluso disidentes de la banda; hubo años en que las víctimas casi llegaron a cien. Después de anunciarse la disolución de ETA , los escoltas empezaron a reciclarse. Y algunos se propusieron asistir a las víctimas –mejor dicho, supervivientes– de los malos tratos. En 2016 se creó en Bilbao una asociación sin ánimo de lucro, Edemm, que ofrece guardaespaldas a mujeres amenazadas por la violencia machista, y hoy más de cincuenta mujeres vascas cuentan con su protección, según el Departamento de Seguridad del Gobierno vasco.
Ya van 26 mujeres y 23 niños asesinados en lo que llevamos de año. La pasada semana escuchábamos una doliente petición de perdón, la del presidente del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, Juan Luis Ibarra, tras el asesinato de Maguette Mbeugou, quien había pedido una orden de alejamiento que nunca obtuvo. “Esto es un fracaso de la justicia con mayúsculas”, asumió Ibarra. El primer mea culpa que recuerdo por parte de aquellos que deberían proteger con todos los recursos a quienes son perseguidos por la sinrazón de un machismo totalizador, propietario de vidas subrogadas que aniquila a su antojo ante un clima de fatiga social. Con prejuicio y distancia.
A las malas lo sabe Itziar Prats, a quien una magistrada –no es la primera– le cuestionó si su miedo era de verdad o de pacotilla, y le negó la tutela judicial. Sus dos hijas murieron esta semana acuchilladas por su padre. Que me expliquen por qué ella o cualquiera de las que denunciaron amenazas, no han podido tener protección policial en casa y en la calle. Salvar sus vidas y las de sus hijos debería quedar al margen de cuestiones monetarias: ni la sociedad ni el Estado pueden seguir echando cuentas ante una de las lacras más abyectas que destripa un futuro manchado de sangre inocente.
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1 de octubre de 2018
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Aire de comedia. Pequeña antología

Ha aquí una pequeña antología de aforismos del excelente libro Aire de comedia de Ramón Eder:

La vida entendida como una alegre búsqueda de tesoros.

Algunos obstinados se emborrachan de mala leche.

Regalar libros que nos gustan es la forma más generosa de ejercer la crítica literaria.

Los pequeños abismos son los más peligrosos porque son en los que caemos.

Comportase honestamente nunca sale gratis.

Hay tristezas secretas en las bodas y secretas alegrías en los funerales.

Uno de esos que no tiene un pasado sino dos.

La vida, de vez en cuando, nos soborna con milagros.

Algunos de Paraíso solo recuerdan su expulsión.

Algunos asuntos nos salen bien precisamente porque alguien no ha cumplido con exactitud nuestras instrucciones.

Los amores imaginarios son siempre correspondidos.

Sin compasión la vida es una fría partida de ajedrez.

Un consejo: regalad este libro (y otros de Ramón Eder) a los buenos y malos amigos. Nunca decepcionan y se leen en un santiamén.

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1 de octubre de 2018
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El amarillo es el nuevo negro

Qué ha ocurrido para que las prendas negras hayan empezado a reducir ventas mientras los colores flúor, clorofila y magenta desbordan las pasarelas y copan la principal calle de la moda que es Instagram? La hegemonía del azabache, que durante décadas ha sido símbolo de elegancia, rigor y esbeltez, minimalista y sexy, capaz de transmitir ascetismo o rock & roll, se desvanece ­incluso como color protesta. Según la agencia WGSN, el pasado enero la ropa de colores brillantes suponía un 20,2% de la oferta del mercado británico, al tiempo que la de color negro caía y el amarillo vivía una evolución espectacular, con un aumento de hasta el 50%. Este fue siempre un color optimista y vacacional; un color de ricos de Palm Springs o Montecarlo. Aunque pocas famosas se atreven con él: Amal Clooney lo eligió para casarse ajena a supersticiones, y la reina de Inglaterra –que no escatima en visibilidad– lo utiliza sin reparos, igual que el verde lima. En las calles catalanas, los independentistas han elegido esta tonalidad gritona para pedir la libertad de sus políticos encarcelados.
Del negro victoriano, significante de clase y luto, al little black dress de Coco Chanel –inspirado en los uniformes del servicio–, este no color ha sido durante décadas algo más que un código de moda, un emblema existencialista al que el punk le añadió agujeros, suciedad y desafío. Y ya no tuvo adversario en la posmodernidad. Hoy, en cambio, los analistas de tendencias pronostican su declive, que responde a la suma de varios factores: para empezar, nos hallamos en la era más visual de la historia a golpe de clic. También pesa –y mucho– la cuestión del género y la afirmación de la propia identidad. Nuria Basi, según ella misma una de las primeras mujeres cuota, me explicaba que cuando iba a ser la única fémina en un consejo elegía un traje rojo. Porque vestirse de oscuro o con tonos neutros, “como un hombre más”, ha sido un recurso entre aquellas que han ejercido poder, sin riesgo de despertar efectos secundarios: sea mofa, lujuria o desprecio. ¿En qué estado mental vivíamos al considerar que una mujer con mando vestida de colores vivos podía resultar una provocación o una frivolidad?
Nuestra sociedad infantilizada se comunica con dibujines heredados de la cultura pop y los cómics manga. Las relaciones se han digitalizado abrazando un mundo animado con todo tipo de mohines que parece sustraído de las factorías Disney o Pixar, porque vestir a un bebé de negro sigue siendo una excepción. Las pasarelas demuestran que el color saturado ya no equivale al exceso, sino que responde a una actitud empoderada por mucho que pierda glamur y hiera a los ojos.
¿O la vida no era un circo?
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26 de septiembre de 2018
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El rey de las hormigas

Zbigniew Herbert (1924-1998) fue ensayista, dramaturgo y, sobre todo, un poeta exquisito. Lo tenía todo para haber sido el poeta nacional pero le faltó suerte (gran parte de su vida transcurrió con los comunistas en el poder y ya se sabe que esa gente no es buena para la imaginación y la lírica, aparte de que a sus sucesores nunca terminó de caerles bien). Y  al mismo tiempo le sobró ironía: no creía mucho en las medallas y las bandas de honor y su despego le llevó a ser muy crítico consigo mismo, y ya se sabe también que no es bueno darle armas al enemigo porque luego comete la indelicadeza de las usarlas contra ti.

                Que era un gran ensayista y un hombre dotado de una curiosidad inagotable los lectores habituales de los libros de Acantilado han tenido ocasión de comprobarlo con Naturaleza muerta con brida (2008), Un bárbaro en el jardín (2010) y El laberinto junto al mar (2013). Lascaux. Los dorios. Arlés. Il duomo. Siena. Los albigenses. Los templarfios. Piero della Francesca.  El paisaje griego. La Acrópolis. Samos.  Los etruscos. Etc. Basta ojear el índice de esos libros y tratar de seguir el vertiginoso curso de su discurrir para comprobar que además de tener una curiosidad insaciable y multidireccional poseía esa cualidad que luego, al leerlo, puede  sintetizarse diciendo que allí donde ponía el ojo ponía la bala.

                Con El rey de las hormigas Zbigniew Herbert demostró poseer además la misma laboriosidad y tranquila parsimonia que se atribuye a las hormigas ( los mirmidones de la mitología clásica). Pretender resumir una mitología personal en unas pocas páginas era un empeño muy ambicioso y la obra de toda una vida. Y eso es justamente lo que le ocurrió. Se pasó veinte años tomando notas y desarrollando ideas y al final le sorprendió la muerte con la obra sin terminar. Por fortuna, al cabo de unos años un editor polaco decidió que por muy inconcluso que haya quedado el libro de un gran escritor siempre estará mejor en las estanterías que en la estéril oscuridad de un cajón. Y el lector tiene en sus manos el resultado de tan sabia decisión.

                Aparte del siempre útil Google, para leer El rey de las hormigas conviene tener a mano libros como Los mitos griegos, de Robert Graves, o incluso Las metamorfosis de Ovidio, en parte porque cualquier excusa es buena para volver a ellos,  pero también porque Herbert trata a sus personajes con una desenvoltura tan campechana que si no se tienen a mano las “versiones oficiales”  para refrescar la memoria, a veces puede resultar desconcertante verle decir que Orfeo era “un llorón talentoso”, Narciso un chaval “resultón” y su novia, Eco, “una discapacitada”. Pueden ser apreciaciones muy personales pero no son del todo gratuitas y tiene su aquél averiguar  por qué los califica así.

                Con quien se muestra particularmente severo es con Ares/Marte, hijo de Zeus y Hera, al que ya de entrada califica de dios de segunda categoría y dice de él que todo el mundo le odiaba porque era un neurasténico. Y para terminar de reducir a escombros su figura recurre a la ayuda de Tintoretto, y más concretamente al cuadro Ares y Afrodita sorprendidos por Hefesto (está en Google). El pintor representó al deforme marido terminando de desnudar a la esposa adúltera, mientras que al poco belicoso amante se limita a esconderlo. Pero Herbert puntualiza implacable: “ … y Ares escondido debajo de la cama, entre las chancletas y el orinal”.

                Herbert considera además que como “las guerras pasaron a ser dominio de políticos, sórdidos asesores y cínicos capitalistas”, Ares ya no pinta nada y ha pasado a ser un parado que entretiene sus ocios aliándose con terroristas. En la imagen final lo describe tomando café en una terraza desde la que se divisa toda la ciudad. Nada más consultar el reloj, de entre las casas surge un inmenso fogonazo seguido de los gritos de los heridos y las sirenas de la policía. Ares “paga su café y desciende por los escalones de la infamia”.

Por eso digo que son apreciaciones muy privadas (el libro lleva como subtítulo Mitología personal) pero siempre con su razón de ser. Sin notas y añadidos, el libro apenas llega a las 150 páginas pero cunde como si fueran 500 y te deja con la apetencia de que Zbigniew Herbert hubiese tenido tiempo de completarlas.

 

El rey de las hormigas

Zbigniew Herbert

Edición y notas de Ryszard Krynicki

Traducción de Anna Rubió y Jerzy Slawomirski

Acantilado

    

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26 de septiembre de 2018
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Musicalia

Quizás por eso Dudamel no puede dirigir en Venezuela. La mitad de su orquesta está en el exilio gracias al régimen de Maduro
 
En el fantástico ciclo Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo le tocó el turno a Gustavo Dudamel. Este hombre, a pesar de su juventud (no ha cumplido los cuarenta), es ya una leyenda en los muy selectivos medios melómanos. Nacido en una familia venezolana sin recursos, se ha convertido en el director sinfónico más demandado por los mejores teatros del mundo. Su estilo sigue siendo vehemente, impetuoso y afirmativo, así que la Tercera de Schubert salió a todo trapo y volaron nieblas y nocturnos románticos. Luego, en la Cuartade Mahler, no valen las prisas. Es una máquina compleja, densa, retorcida y siempre asomada al abismo de la muerte. No pude dejar de pensar en Mahler, judío bajito de ambición colosal y alma atormentada, que casó con la mujer más guapa e insufrible de Viena. Ella le despreció y humilló hasta que, una vez muerto, se convirtió en el Genio Internacional. A partir de entonces, Alma se dedicó a escribir sobre lo excelso que había sido su marido y la grandiosa música que compuso. Elias Canetti la conoció personalmente cuando ya era vieja y estaba arrasada por el Marie Brizard. Dejó de ella un retrato devastador.
 

Dudamel ha interpretado con gran frecuencia las sinfonías de Mahler. Su visión es aún apolínea, sin el despeñadero que sólo la edad pone ante los espantados ojos del artista, sin el laberinto neurótico de una sinfonía que agota a la sección de metales y aúlla diabólicamente. Pero es la musculatura, la energía, la audacia lo que quiere vivir el público de Dudamel, así que el Auditorio estalló en una ovación atronadora e interminable. Es una música democrática.

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25 de septiembre de 2018
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No me llames loca

Un tribunal francés ha dictado que a Marine Le Pen se le practique un examen psiquiátrico, y la croissanterie política se ha arrugado al completo, desde la discretona burguesía hasta la izquierda despeinada de Mélenchon: mon Dior!, cómo van a psiquiatrizar la política, por disparatada que sea, han reaccionado. El caso de Marine, dejando de lado su freudiano combate con el padre –un ultra desfasado que quería convertir el país en un salchichón con denominación de origen–, ha preocupado a los jueces, que ignoran si es capaz de distinguir entre el bien y el mal.
Le Pen es una mujer didáctica que no conoce melifluidades, siempre a la greña con propios y extraños. En el 2015, un periodista comparó la propaganda de su partido con la del autodenominado Estado Islámico y ella respondió implacable, sin tonterías: ¿Cómo podían compararla con los bárbaros salafistas radicales? Por ello colgó en su cuenta de Twitter varias fotografías de ejecuciones yihadistas. “¡Esto es Daesh!”, escribió en uno de sus tuits junto a las fotos de un soldado sirio aplastado por un tanque, un piloto jordano quemado vivo dentro de una jaula y el cuerpo decapitado del periodista norteamericano James Foley, cuya familia tuvo que apelar al respeto. A Le Pen se le atribuye un delito de difusión de imágenes violentas que atentan contra la dignidad humana. Me pregunto qué ocurriría si todas aquellas personas que son a menudo acusadas –muy banalmente– de nazis inundaran las redes con los horrores del Holocausto a fin de defenderse. La piel descarnada de la humanidad seguiría sangrando. El caso es que Marine ha dicho que ni loca dejará que le hagan el test de salud mental.
La relación entre política y desórdenes mentales es ya muy extensa, e incluso parece demostrado que el 75% de quienes han ejercido de prime minister en Gran Bretaña sufrieron desórdenes mentales significativos. Los ha habido en todos los continentes: megalómanos, obsesivos, narcisistas y psicópatas. Rafael Trujillo, dictador de la República Dominicana, nombró coronel a su hijo de siete años; Lindon B. Johnson, sucesor de Kennedy tras el magnicidio de Dallas, probó al llegar todas las duchas de la Casa Blanca y, días más tarde, ingresó en un hospital preso de un ataque de nervios porque ni la temperatura ni los chorros de agua eran los adecuados; y Kim Jong-Il, padre del actual mandamás norcoreano, sólo comía aquel arroz que había sido cocinado sobre un fuego hecho con madera traída del sagrado monte Paektu. Por no recrearnos en Trump y sus patologías confesas. Ahora bien, ojalá estos líderes que actúan como niños malcriados y tiranos aprendieran de la sensibilidad, la resiliencia y la empatía que poseen muchas personas con trastornos mentales. Bien lo dejó dicho Julio Cortázar: “No cualquiera se vuelve loco, esas cosas también hay que merecerlas”. Porque los locos de verdad acostumbran a estar mucho más cuerdos que quienes se presentan cual mesías justicieros.
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24 de septiembre de 2018
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Por un saber alegre (Elogio a la Gaya Ciencia)

Ir llorando por el camino de la verdad

tiene menos mérito que ir sonriendo”

-Ramón Eder, Ironías-

 

¿Por qué no podemos plantearnos un saber alegre?

 

¿Por qué adoptamos una actitud trágica ante el drama del saber y al referirnos a él lo relacionamos que el sufrimiento y hasta con la desesperación? ¿Porqué su camino no tiene fin? Tampoco tiene fin la ignorancia, y la ignorancia sí que es un precipicio lleno de agujeros negros.

Al fin y al cabo el único puente que nos tiende el abismo es el conocimiento, y sólo a través del conocimiento el abismo empieza a esclarecer algunos de sus misterios. Pero ese esclarecimiento no tendría que ser visto como una horrible bajada a los infiernos del que nadie puede regresar riéndose. ¿Ni siquiera de sí mismo?

Pero recapacitemos. ¿Por qué se describe tan a menudo el camino del saber como un viaje muy doloroso y en buena medida inútil, algo parecido a un sendero lleno de zarzas y sepulcros? ¿Para apartarnos de él?

Los que lo han podido experimentar, saben el placer que da entregarse al pensamiento, fuera de los horarios y los trabajos ordinarios, especulando sobre los hechos de la vida cotidiana y los hechos de la historia casi al mismo tiempo, adentrándose en el misterio del hombre y sus contradicciones… No es un camino de dolor: nunca lo ha sido. Es una camino lleno de emocionantes sorpresas, lleno de fuego y de deseo, que te obliga a descender al infierno para casi al mismo tiempo elevarte al cielo.

Nada hay más placentero que permanecer días enteros en las moradas filosóficas.

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21 de septiembre de 2018
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Lubricán

Aquel tiempo de crepúsculo en que se va mezclando la luz con las tinieblas; y nuestra vista se desliza en no poder ver perfectamente lo que se nos pone delante en alguna distancia, y assí se dixo de lubricus, lubrica, lubricum. Algunos quieren que se aya dicho quasi lubrican, interpuesta la R, porque en aquel tiempo el pastor no acierta a divisar si el animal que vee es su perro o es el lobo. 

Sebastián de Covarrubias. Tesoro de la Lengua Castellana o Española. Apud El Bestiario de Ferrer Lerín.

 

 

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20 de septiembre de 2018
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Cólera y filosofía en Berlín

Entre 1829 y 1837 una pandemia de cólera aterroriza al mundo. Con arranque probablemente en el Delta del Ganges, alcanza Europa por Rusia, extendiéndose por Polonia Hungría, Alemania y finalmente Francia e Inglaterra. La bacteria sobrevive a la víctima por lo que el contacto con los cadáveres es una causa importante de transmisión. La bacteria se trasmite por el sudor: ahora bien, las manos sudan, por lo que es fácil imaginar hasta que este extremo tal peste puede perturbar las relaciones humanas más triviales. En general el ser humano es junto a la propia bacteria (Vibrio Cholerae) el principal transmisor de la enfermedad, dando la impresión de que se trata de una enfermedad estrictamente nuestra, con el corolario de supersticiosos sentimientos que ello puede acarrear. Si se añade que el agua es el receptáculo principal de la bacteria, y lo brutal de los síntomas, generalmente en forma de incontrolables diarreas, ante la epidemia de cólera en una población poco preparada para explicaciones racionales se impondrá el sentimiento de castigo divino. Recientemente, en Haití la epidemia de esta enfermedad introducida por una división del ejército de las naciones unidas provocó en la castigada población múltiples reacciones en tal sentido: "Gran Satan" podía leerse en las carreteras del país en alusión a esos soldados considerados hijos del maligno. 
En 1831 Berlín sufre plenamente el azote. El contagio de la enfermedad es proporcional a la densidad de población por lo cual en verano, G.W.F. Hegel (catedrático en Berlín desde 1818) deja la ciudad, instalándose en el campo. Sin embargo en otoño regresa, y el 10 de noviembre da su clase en la universidad. Sólo dos días después se ve forzado al reposo, falleciendo al día siguiente, 13 de noviembre. Karl Rosenkranz, autor en 1844 de una Vida de Hegel sugiere incluso que el tono particularmente exaltado de estas últimas lecciones era en parte un efecto mórbido de la enfermedad que se encubaba.

En general, al igual que se loa en el adolescente el entusiasmo vital que se siente ya perdido para uno, se repudia tal entusiasmo en quien, hombre asentado y maduro, se considera que habría de dar pruebas de ataraxia. Pues bien: la disposición filosófica ( una determinada actitud en relación al entorno natural y al ser de razón que es testigo del mismo) no puede mantenerse largo tiempo si se pierde la convicción y desde luego el sentimiento de la grandeza de la propia disciplina, en la que se vería la expresión mayor de una suerte de potencia redentora de la razón y la palabra. Y cabe decir que Hegel representa un momento álgido en esta convicción, este sentimiento y esta apuesta.

El tan racional Hegel nunca respondió a la imagen de quien aleja su pensamiento de las pasiones. No lo hizo en los días de octubre de 1806, en la batalla de Jena, cuando (quizás en la noche misma en la que se decidió militarmente el destino de Europa) concentraba sus fuerzas en esas tremendas páginas finales de su Fenomenología del Espíritu, las cuales abrían paso a lo que a su juicio sería el saber absoluto. No lo hizo tampoco en su exaltado discurso sobre el papel de la filosofía cuando en 1818 toma posesión de su cátedra en Berlín. Y ni siquiera cuando, días antes de fallecer, da lecciones en la universidad y prepara un nuevo prefacio para su obra más abstracta y en la que reside la clave de su sistema.

Contrariamente a lo ocurrido con tantos otros, concretamente el gran Leibniz, la muerte de Hegel es causa de enorme duelo institucional. En su discurso fúnebre, el rector de la universidad llega en sus elogios a comparar al finado con la figura de Cristo. Escándalo desde luego para los conservadores de la institución, a quienes su Filosofía del Derecho, publicada en 1821, no había gustado en absoluto; escándalo en general para la ortodoxia protestante para la cual el cristianismo de Hegel era sólo de fachada. Pero lo que aquí me interesa señalar es lo siguiente:

La arquitectura del sistema hegeliano tiene su epicentro en la monumental Ciencia de la Lógica cuyos dos primeros volúmenes habían aparecido en Nuremberg en 1812. El prefacio a la obra lleva fecha del 22 de marzo de ese año. Pues bien hay un prefacio a la segunda edición que no está datado, pero que historiadores legitimados sitúan en noviembre de 1831. ¿En qué fecha exacta? Al parecer en los días, sino horas, que precedieron a su muerte. Transcribo casi en totalidad el párrafo final en el que el autor evoca, en tono sereno pero inevitablemente con un deje de melancolía, la ausencia de tiempo que permitiría "cerrar" satisfactoriamente el proyecto:

"Puede recordarse a quien trabaja en la construcción de un nuevo edificio independiente de ciencia filosófica en los tiempos modernos la leyenda de que Platón transformó y revisó siete veces sus libros sobre la República. El recuerdo de esto debería hacer sentir más fuerte el deseo de disponer de tiempo libre para volver a elaborar setenta y siete veces un trabajo que, por pertenecer al mundo moderno, tiene delante de sí un principio más profundo, un sujeto más difícil y un material más amplio para trabajar. Pero el autor, considerando la magnitud de la tarea tuvo que darse por satisfecho con lo que pudo hacer, en la situación de una necesidad exterior, de la inevitable distracción debida a la magnitud y multiplicidad de intereses de la época, e incluso con la duda de que el tumultuoso ruido del día y la ensordecedora locuacidad de la imaginación, que se jacta de limitarse a esto, deje todavía lugar para el interés dirigido hacia la serena calma del conocimiento puramente intelectual" (Ciencia de la Lógica Hachette, Buenos Aires 1968, traducción de Rodolfo Mondolfo)

Los enemigos están señalados: las contingencias empíricas, los intereses vanos, incluso (¿sobre todo?) la estéril actividad de una imaginación no sometida al rigor del concepto. Todo ello puso límites al "conocimiento puramente intelectual". Decía antes que estas líneas bien pudieron ser escritas el mismo 13 de diciembre de 1831, fecha del fallecimiento. De ser así una de las preocupaciones de Hegel al abandonar el mundo es la dificultad que supone para un "espíritu finito" intentar recrear "la ciencia eterna de Dios", metáfora designativa simplemente de ese otro espíritu que recorre todas las contradicciones, las asume, desciende al abismo que las mismas suponen y precisamente en virtud de tal inmersión revive. Disposición bien diferente de aquel para quien en las últimas horas sólo acompaña el sentimiento de pérdida de la vida: "Incluso la corrupción (pthora) es emergencia (genesis)" escribirá otro pensador alemán en referencia a Heráclito.

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20 de septiembre de 2018
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