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El símbolo de la red

Por 25 de noviembre de 2018 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Jesús Ferrero

El modelo de la red, tan presente en nuestros días, es muy antiguo. Si observamos la red de los pescadores desde una perspectiva horizontal (cuando se seca al sol en los muelles) la red tiene mucho que ver con un "rizoma": un tejido horizontal e inmanente; pero si observamos la red desde una perspectiva vertical, la red se convierte en un árbol absorbente.

La red sólo es horizontal en tierra, en el agua tiende a la verticalidad oscilante y en lugar de dejarse atrapar, atrapa. No en vano, la red estuvo presente en las luchas de gladiadores, como nos ha informado sobradamente Hollywood en sus películas de romanos.

El modelo de la red es también el que articula el evangelio como misión. El hombre de Nazaret no les habla a sus discípulos de tejer, les habla de pescar almas con la red de sus palabras, que ya en la forma griega con que llegaron a nosotros incluían altas dosis de humanismo greco-latino. No debiera resultar paradójico el hecho de que, en un determinado momento, una ideología con protagonista extranjero fuese aceptada por la cultura romana. Si se trataba de un humanismo, y por lo tanto de una teoría sobre el hombre específico (o el hombre como especie y como conciencia de su espacie), lo mejor era colocar en el centro del madero a cualquiera: a un extranjero.

Julia Kristeva acierta al insistir en uno de sus libros que el cristianismo paulino fue una doctrina de extranjeros, y que fueron los extranjeros los que la difundieron por las inseguras ciudades del Mediterráneo oriental, donde la vida valía bien poco, y aún menos la de un extranjero. Para protegerse, los extranjeros fueron creando una red. Las iglesias juaninas y paulinas fueron en realidad una red, y los viajes de Pablo de Tarso son las navegaciones por una red, nunca por un tapiz. (Dicho sea todo ello desde el agnosticismo, para evitar equívocos, limitándome a referir lo que dicen otros autores agnósticos).

En toda la aldea global, nos desplazamos a través de una red. Cuando los muchachos salen a divertirse los fines de semana, no salen a un tapiz, salen a una red (y por eso practican más el trapecismo), y sin embargo tengo bastante conciencia de que, en mi adolescencia, yo salía a un tapiz, incluso a un tapiz tediosamente reconocible, tediosamente protector y punitivo.

Ahora hay menos protección, ahora hay menos tejido, aquí y en cualquier sitio, por eso ha vuelto a aparecer una vez más en nuestra historia el símbolo de la red, que fundamentalmente sirve para pescar o ser pescado, no debemos olvidarlo.

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Jesús Ferrero

Jesús Ferrero nació en 1952 y se licenció en Historia por la Escuela de Estudios Superiores de París. Ha escrito novelas como Bélver Yin (Premio Ciudad de Barcelona), Opium, El efecto Doppler (Premio Internacional de Novela), El último banquete (Premio Azorín), Las trece rosas, Ángeles del abismo, El beso de la sirena negra, La noche se llama Olalla, El hijo de Brian Jones (Premio Fernando Quiñones), Doctor Zibelius (Premio Ciudad de Logroño), Nieve y neón, Radical blonde (Premio Juan March de no novela corta), y Las abismales (Premio café Gijón). También es el autor de los poemarios Río Amarillo y Las noches rojas (Premio Internacional de Poesía Barcarola), y de los ensayos Las experiencias del deseo. Eros y misos (Premio Anagrama) y La posesión de la vida, de reciente aparición. Es asimismo guionista de cine en español y en francés, y firmó con Pedro Almodóvar el guión de Matador. Colabora habitualmente en el periódico El País, en Claves de Razón Práctica y en National Geographic. Su obra ha sido traducida a quince idiomas, incluido el chino.

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