


La redacción de la revista Investigación y ciencia dice en su último informe especial:
Una acusada desigualdad económica repercute negativamente en todos los aspectos del bienestar humano y en la salud de la biosfera.
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La revista analiza la desigualdad en USA, “país que representa el caso extremo de una tendencia global”, así como “el modo en que los sistemas digitales perjudican a los miembros más vulnerables de la sociedad”. También detalla “los mecanismos por los que la desigualdad deteriora la salud mental y física de los individuos, y la manera en que el desequilibrio económico y político está dañando el entorno natural”.
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Se agradece que la ciencia se ocupe de la desigualdad. No es un tema que tienda a frecuentar demasiado, dejando ese ámbito para las humanidades y la filosofía. Hace años, el sociólogo Bourdieu hizo diferentes radiografías de la desigualdad, analizó su origen y sus causas, detalló sus mecanismos y los efectos que provoca en la salud, sin olvidarse nunca de la desigualdad de género, madre de todas las desigualdades.
Ciertamente, la desigualdad es un fenómeno devastador. Nos basta con mirar hacia atrás y examinar la historia. Podemos remontarnos hasta los egipcios. Sus tumbas nos informan muy bien de los efectos de la desigualdad. Los esqueletos encontrados en las necrópolis de los humildes indican que a veces se interrumpía en ellos la línea del crecimiento. ¿Debido a qué? Fundamentalmente a las hambrunas provocadas por las sequías. En cambio los esqueletos de los aristócratas demuestran que sus dolencias se debían sobre todo a los males generados por la política matrimonial cerrada y endogámica. La desigualdad ha sido siempre fuente de toda clase de diferencias y de desniveles. La arqueología y la historia ya conocían ese infierno del que finalmente ha decidido ocuparse la ciencia con mayúscula. Celebrémoslo.
Coda lírica:
Mi madre me contaba que cuando era niña
a los pobres los enterraban envueltos en una manta,
en cambio los caciques reposaban en ataúdes de cristal y plomo.
Los primeros se disolvían enseguida en la tierra,
nutriéndola con sus restos y convirtiéndose
en un arbusto o en una higuera.
Los otros todavía se están pudriendo.


Quienes trataron a Carmen Balcells, la agente literaria más eficaz de Europa, sabían que era una madre con sus autores, pero un verdadero lobo feroz con los editores. Tenía un carácter y una fuerza descomunales y nadie, ni los más poderosos, osaban ponerle la proa. Todos la temían, menos uno. Había un editor a quien Carmen mimaba y cuidaba como a un hijo que le hubiera salido mejor horneado que sus autores. En las añoradas comidas y cenas de la agencia estaba siempre alerta e inquieta, con las antenas puestas en Claudio López de Lamadrid. "Un poquito más de lubina, Claudio, que es muy saludable y ni se te ocurra dejar el puré de nueces, que me las traen de la Columbia Británica", y así sucesivamente. Se le caía la baba. ¿Celos? Pues sí, qué pasa, pero muy atemperados porque a todos y a todas, perdón por el socialismo, se nos caía la baba con Claudio. Él, con aquella sonrisa de niño grande (porque era grande, alto, robusto, úrsido) se dejaba querer. Pues con razón todos le querían porque fue generoso, amable, gozoso, agudo, gruñón, cordial, un ciudadano magnífico.
También, al parecer, la Parca debía de quererle porque se lo ha llevado en cuanto ha podido, mucho antes de lo que habría sido respetable. Y el único consuelo es que, precisamente por favoritismo, se lo ha llevado en un chispazo, un infarto fulminante del que no se enteró ni él. Es el gran privilegio de algunos elegidos: no se verá menguar, decaer, buscar las gafas cuando las lleva puestas, ni poderse atar los cordones de los zapatos. Seguirá ya para siempre con su aspecto de senador romano de sonrisa olímpica. Tiene Bécquer aquel verso famoso: "¡Qué solos se quedan los muertos!". Sucia mentira. Los que nos hemos quedado solos y hechos polvo somos nosotros, los casi vivos.

Japón es el país más envejecido del mundo. Casi el 30% de su población supera los 65 años y cada vez son más los ancianos, pues las parejas jóvenes no quieren tener hijos. La soledad de los ancianos está haciendo estragos y adquiriendo las dimensiones de una epidemia. Un problema que sobrepasa con creces los límites del archipiélado del Sol Naciente. Según un informe de la Comisión Jo Cox sobre la Soledad, el Reino Unido tiene más de nueve millones de personas que se sienten solas y unas 200.000 confiesan no haber hablado con nadie desde hace más de un año.
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El problema ya lo conocí en Francia en mi época de estudiante. En París, miles de viejos morían solos en sus tristes habitaciones. Una desolación secreta que nunca llegaba a los periódicos. Para mí representaba la cara más negra de Francia.
Y en España? Nos hallamos ante el mismo problema, con una población muy envejecida y unas pensiones paupérrimas. Mucho me temo que la invención japonesa corre el peligro de universalizarse. Después de todo, a los ancianos se les suele respetar en las cárceles más que en las calles (según me han dicho). Todo un signo de nuestro tiempo.
He visitado geriátricos donde los ancianos vivían peor que en un penal. La opción japonesa tiene su lógica: mejor vivir entre delincuentes que en la más indigna soledad. La desesperación es pródiga en invenciones asombrosas.
¡En qué sociedades más degradadas nos movemos! Apartamos la mirada de la muerte aún sabiendo que tarde o temprano jugaremos al ajedrez con ella. Despreciamos la vejez ignorando que a todos nos espera. Ahora mismo es una desgracia ser joven, y una desgracia ser viejo. Extraño panorama el que se despliega ante nuestra mirada: la negación explícita de las verdades fundamentales de la vida.


Quisiera hablar ahora de las circunstancias que permiten que las señoras salgan a pasear por los alrededores hasta la distancia de una hora, se hospeden en sus casas nativas por un año, y frecuenten los baños cuando el estado de su salud lo exige (pequeñas bañistas). Son circunstancias de índole sanitaria debidas a que el lugar en el que está fundada esta Real Casa es melancólico y malsano, secuela de la insalubridad del aire que inficiona los pulmones y causa fiebres intermitentes; una Real Casa edificada en las tierras pantanosas llamadas El Lagunajo.
Y quizá no sea ocioso decir que cerca de El Lagunajo se encuentran Las Tierras Raras (Lantánidos) donde El Turco Generoso vivió una infancia idílica, pródiga en juegos, observada por Alma Agobiada y sus Lacayos Ingentes. Y este cúmulo oneroso de personalidades, esta capacidad asociativa que roza la hierogamia respetuosa, nos lleva al Gran Macabro o sea a la confluencia, que alguien señalaría muchos años después, entre mis poemas desaforados y la obra de Ligeti. A Dios hay que buscarlo, no es un ser evidente; nadie espere hallarlo en los Jardines de los Senadores, sí, en cambio, resolviendo el problema de los Generales Bizantinos; lecciones digresivas a cargo de quien fue un pequeño vehículo, de quien fue una palabra en un libro, de quien fue un pez mudo, y luego respondería a un único seudónimo: Dositeo Espermio.
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“Capítulo 16” es el resultado de una relectura atenta del diccionario geográfico de Pascual Madoz y un comentario de Félix de Azúa acerca de mi poesía. El título me ha sido propuesto por el deseo de dar término a la novela Vórtex aún necesitada de muchos capítulos.

"Hay libertad en nuestra voluntad y en muchas ocasiones tenemos el poder de suspender el consentimiento de nuestra voluntad. Ello es tan evidente que podemos considerarlo como la primera y más general de las nociones innatas".
Hace ya tiempo citaba aquí este texto de los Principios de Filosofía de Descartes a fin de poner de relieve la importancia que en la historia del pensamiento ha tenido siempre el problema de la polaridad entre la necesidad implacable que se asumía como imperante en el orden natural y la potencial libertad que se atribuía a ser humano. En aquella ocasión focalizaba el problema en un texto escrito por dos matemáticos, aunque vinculado a cuestiones cuánticas, del que existen ya varias versiones y que lleva el casi provocativo título de "Free Will Theorem", teorema de la libre volición o libre albedrío, que resumo brevemente:
Se parte de la situación en la que un experimentador ha de proceder a determinada medición (relativa al spin de una pareja de partículas entrelazadas, pero esto ahora es lo de menos) y que puede hacerlo en cualquiera de las tres direcciones perpendiculares x, y z. El teorema viene a decir: supongamos que a la hora de elegir la dirección en la que efectivamente procede a medir, el experimentador es libre en el sentido de no hallarse determinado a escoger una u otra dirección por información (consciente o inconsciente); en ese caso el comportamiento de las partículas, la respuesta que dan al observador, tampoco se halla determinada por la información procedente del pasado de la que son receptoras. En suma, supuesta la libertad del observador, el teorema nos dice que la partícula carece de historia, o al menos, según la explicita declaración de los autores, no está determinada por historia alguna.
Me ocupaba en aquella ocasión de esta fascinante (¡y polémica!) tesis con cierto detalle, incluyendo en nota un esbozo de la demostración. Y espero tener aun oportunidad de volver sobre el asunto. Pero de hecho el Free Will Theorem es tan sólo una de las últimas y sofisticadas manifestaciones de un problema que es posiblemente tan viejo como el ser humano, pero que, como tantos otros asuntos adopta nueva forma cuando se plantea en el marco de esa singular modalidad de abordaje de los problemas que nace en Jonia con los pensadores que Aristóteles denominaba "los físicos" y que no son otros que los filósofos conocidos como presocráticos, quienes (además de ocuparse de la physis, la naturaleza) se vieron conducidos por su propia reflexión como físicos a abordar asuntos que concernían al ser del hombre, uno de los cuales es precisamente el que ahora estoy evocando.
La aparición de la idea de una necesidad natural, añadida al postulado de que tal necesidad es cognoscible, abre de entrada las puertas a una disciplina que efectivamente constituía ya el embrión de una física. Surge sin embargo el problema de hacer compatible tal necesidad con la exigencia de que los humanos puedan ser considerados responsables de sus actos, lo cual implica que tengan libertad de elección. El problema se acentúa aun con la idea de un Dios creador, pues entonces la acción libre del hombre implica no sólo autonomía frente a la condición natural, sino también frente a la pro-videncia de su creador. Desde Boecio, hasta Spinoza, pasando por Luis de Molina y Descartes, la filosofía no ha dejado de reflexionar sobre el tema. En cuanto a la ciencia, hacía abstracción del problema del libre albedrío, concentrándose en la elucidación de las leyes de la mecánica, con un presupuesto ontológico que encuentra expresión mayor en el radical determinismo de Laplace.
Sabido es que una quiebra radical del esquema surge cuando la física cuántica encuentra razones para hablar de verdadero azar, de procesos auténticamente estocásticos. Ello lleva a un científico como Arthur Stanley Eddington no sólo a poner en tela de juicio el determinismo que hasta entonces había defendido, sino a sostener que "la ciencia retira su oposición moral al libre albedrío".
La polaridad entre determinismo natural y libre albedrío toca asimismo a investigaciones que se hallan en la intersección de la paleontología, la genética y la lingüística. La matriz común del hombre con otras especies, reflejada en el grado de homología genética con las mismas ¿suprime el carácter singular que atribuíamos al lenguaje humano, considerado como irreductible a las funciones de un código de señales? Y obviamente, la cuestión emerge también cuando se habla de la posibilidad de que el cerebro pueda ser moldeado hasta el extremo que no haya más deseo, voluntad y hasta capacidad de elucidación que aquella que desde el exterior se cree. Algunas de las inquietudes que provoca la inteligencia artificial van en este sentido: si el ser humano pueda crear una máquina inteligente ¿por qué no va a ser capaz de moldear hasta hacerlo irreconocible aquel ser que ya era inteligente? Cierto es que inmediatamente surge la objeción de que el ser mismo que moldea no es un resultado de tal ser moldeado, es decir: el propósito de acabar con la pretendida autonomía de un ser humano es quizás resultado de una libre decisión de otro ser humano...
Me iré ocupando en las columnas siguientes de algunas de estas etapas. Quiero hacer desde ahora una precisión, reforzando la idea a la que aludía tangencialmente unas líneas atrás:
La filosofía no coincide con el mero uso de la capacidad de razonar, ya sea sobre cosas abstractas. Pues en tal caso la filosofía sería una cosa presente en toda cultura y no tendría sentido preguntarse por las condiciones de su nacimiento, como ha hecho la gran historiografía filosófica, cuya tesis central no hay hoy por hoy razón de poner en tela de juicio: la filosofía tiene arranque en las costas jónicas como consecuencia de que también allí tiene arranque la concepción de la naturaleza que posibilita una física ya sea embrionaria, luego una metafísica (las preguntas filosóficas surgen de una inquietud provocada por las respuestas científicas). Como toda obra del espíritu, la filosofía (la reflexión tras la física) es riqueza potencial de todo ser de lenguaje y por ello se universaliza, pero ello no es óbice para asignarle un origen que la marca.
El interrogarse sobre la libertad es un universal antropológico, es decir, algo que se da allí dónde se dé un ser de lenguaje, pero no es un universal antropológico el hacerlo de manera filosófica o meta-física. La cuestión universal de la libertad sólo toma forma filosófica en razón de que, en el propio sendero trazado por los pensadores jónicos, la interrogación sobre el ser de las cosas naturales da paso a una interrogación que abarca también la cuestión del ser de razón: de ahí que Eddington, Schrödinger o el evocado Simon Kochen, se añadan a los Demócrito de Abdera o Descartes, a la hora de intentar establecer el estado de la cuestión sobre el problema.


El velero de cuatro palos amanece anclado en las quietas aguas de la bahía de San Juan del Sur, y los fuertes vientos de finales de diciembre lo hacen girar desde el costado de estribor hasta dejarlo de proa a la costa. Es el Sea Cloud, un buque para cruceros de lujo que puede alojar a sesenta pasajeros.
"Una leyenda romántica", con sus camarotes que conservan el estuco historiado en las paredes, los muebles de teca, sus ricos tapices, baños y chimeneas de mármol, y las llaves de los grifos de oro puro. La lista de pasajeros es un secreto bien guardado, y hay entre ellos "poderosos empresarios y altos directivos de multinacionales".
Cuando llega la noche de despedida de año, el Sea Cloud parece arder con toda su arboladura encendida con ristras luces, pero el viento no trae música de fiesta, aunque en un tiempo fue un cabaret flotante, cuando se llamaba Angelita.
Fue botado en Bremen en 1931, encargo del magnate financiero Edward Hutton y su cónyuge Marjorie Post, dueña de General Foods y emperadora del cornflake. El presidente Franklin Delano Roosevelt y su esposa Eleonora pasaron allí su luna de miel. Su primer nombre fue Hussar V, con 110 metros de eslora, el yate más grande del mundo para entonces.
En 1955 lo compró el Generalísimo Rafael Leónidas Trujillo, presidente vitalicio de la República Dominicana, Padre de la Patria Nueva, Primer Anticomunista de América, entre sus más de veinte títulos oficiales. Se propuso él mismo para Premio Nobel de la Paz, pero con nula fortuna.
El velero llegó a puerto en Ciudad Trujillo al tiempo de celebrarse la "Feria de la Paz y la Confraternidad del Mundo Libre", montada para conmemorar sus 25 años en el poder, y lo bautizó con el nombre de su hija Angelita, quien fue coronada reina de la feria en medio del calor infernal del Caribe vistiendo un abrigo hecho de 600 pieles de armiño ruso que valía 80.000 dólares.
Quien más disfrutaba del barco era, sin embargo, Ramfis, el primogénito, quien figuraba a la cabeza de "La Cofradía" un grupo de alegres disolutos del que formaba parte su cuñado Porfirio Rubirosa, el más famoso playboy internacional de aquel tiempo, casado con Flor de Oro Trujillo, otra de las hijas del Paladín de la Libertad.
Las fiestas hasta el amanecer eran continuas, con el velero anclado o en travesía. Se alternaban las orquestas románticas y las que tocaban merengues ripiaos, y no eran raro ver en ellas a Yul Brynner, Kim Novak o Zsa Zsa Gabor. Algunas veces comparecía el propio Salvador de la Dignidad Nacional, y hay quien atestigua haberlo visto pasearse en cueros por la cubierta, deseoso de mostrar sus atributos masculinos.
No faltaba Radamés, hermano menor de Ramfis, bautizados ambos con nombres de personajes de Aida de Verdi; tampoco otros miembros de aquella fauna que buscaba blanquearse la piel porque les horrorizaba el color atezado que los denunciaba como mulatos: los hermanos del Protector de Todos los Obreros, Héctor Bienvenido, alias Negro (para su mala fortuna), o Amable Romeo, alias Pipí, patrón de burdeles, los que sólo podían funcionar al amparo de la "tarjeta de Pipí" que él extendía.
El Campeón de la Democracia Continental fue muerto a tiros en 1961, y Ramfis cargó el ataúd en el velero, e igual hizo subir a bordo numerosos cajones llenos de billetes, tras saquear el Banco Central. Partieron rumbo a Cannes, pero cerca de las Azores el barco fue interceptado por la marina de Portugal, y obligado a regresar al puerto de origen con su carga, cadáver y dinero.
La inmensa fortuna familiar conseguida en base a robos, estafas y desmanes de poder se disipó para siempre. Ramfis murió en un accidente de automóvil en España, conduciendo un Ferrari; Rubirosa murió en París, cuando chocó al volante de otro Ferrari; a Radamés le pasaron la cuenta sicarios del narcotráfico en Colombia. Amable Romeo, Pipi, vio desaparecer su imperio de burdeles y murió añorando sus gallos de pelea en Miami.
Angelita tiene una estación de gasolina en Miami y predica en las esquinas la llegada del Reino.
Cuando me asomo a la bahía la mañana del 2 de enero, el Sea Cloud ha desaparecido del paisaje. Un barco fantasma, me digo, que llega a las costas de Nicaragua cada fin de año y me lo imagino alzando velas para seguir paseando por los mares, hasta el fin de los siglos, el féretro del Generalísimo Rafael Leónidas Trujillo, dictador perpetuo.
