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Perdición

Cuando muere un pariente se le llora un tiempo, pero la muerte de un niño nos destruye hasta el tuétano.
 

No creo que haya nada más opresivo que la búsqueda de un niño perdido. Los críos corren tras un perro cuatro pasos y ya no saben volver. Bastan unos pocos metros. Recuerdo el caso de una amiga que iba con su hijo de la mano, se encontró con un conocido y pararon a hablar. En segundos, un escalofrío le heló el corazón. Era la conciencia de que ya no sostenía la mano del niño. Habían bastado unos segundos para que desapareciera. Estuvo vagando errabundo hasta la noche. Un policía lo llevó a comisaría y allí localizaron a la familia gracias a que ya habían denunciado. Mi pobre amiga no ha podido librarse de aquel frío mortal en los últimos diez años y aún a veces se despierta en plena noche llorando desolada. El niño solo había dado la vuelta a la esquina. Nada más. Eso bastó para perderlo.

Toda pérdida es temible, pero la de un niño espanta en grado sumo. Es como si nos robaran la huella que debemos dejar por unos pocos años en este mundo. La sola memoria real a la que podemos aspirar. La pérdida de un niño es la experiencia más radical de la muerte. Puede morir un pariente o un respetado ciudadano y se le llora un tiempo, pero la muerte de un niño nos destruye hasta el tuétano, es una visión demasiado pavorosa de la fragilidad de nuestra condición. Basta doblar una esquina y la lluvia negra nos devora.

Hace poco se publicó la fotografía de un niño ahogado tras el naufragio de una balsa. Estaba de rodillas y con los bracitos a lo largo del cuerpo, la cara hundida en la arena. No hay imagen más espantosa. Produce un miedo supremo ante la voracidad de la nada. Tal es el horror que también el dios de los cristianos, símbolo augusto de la lucha contra la muerte, se perdió. Sus afligidos padres lo hallaron en el templo. Aún había refugios para niños perdidos.

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29 de enero de 2019
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Visión de la extrañeza (3) Proyecto de novela minimalista

Sin

comentarios,

sin

personajes claros,

sin

diálogos,

pero

con un argumento

bien

explícito.

          Pon tú mismo el título 

                           a esta novela de misterio

con millones de peces muertos

y un silencio

denso y primitivo.

 

 (La muerte masiva

nos invita a proyectarnos

en un tiempo anterior al murmullo fascinante de la vida). 

 

 

 

 

  

 

 

 

 

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29 de enero de 2019
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Periodistas sin chaleco amarillo

Por qué los periodistas no nos pusimos un chaleco amarillo cuando empezó a caer el precio de la noticia? Ya sé que no es lo mismo un titular a cuatro columnas que un litro de carburante. Que es más barato un ordenador que una licencia de taxi. Y que la gente se ha acostumbrado a deglutir contenidos de balde y, en cambio, dile tú a un taxista que no le pagas la carrera. “Cualquiera puede resumir tu artículo y publicarlo gratis. El lector puede preguntarse: ¿por qué iba a pagar por ­todo ese esfuerzo periodístico si puedo conseguirlo gratis en otro sitio?”. Son palabras de Jeff Bezos después de adquirir The Washington Post con el dinero acumulado por su gigante Amazon. Pero ¿acaso no actuaba como un romántico, con la nostalgia del genio de la red que añora la tinta? (Por cierto, desde que se hizo cargo de él, no se publican los resultados económicos del Post).
¿Fuimos ingenuos o incompetentes el día en que nuestra profesión se achantó ante el denominado “cambio de paradigma”? Hubo algunas huelgas, pero acabaron en resignación. Llámenle pudor intelectual, débil corporativismo, exceso de egos o de fatalismo, el caso es que ni un chaleco nos pusimos frente a la llegada de la competencia digital y el imparable furor de blogueros e influencers de éxito –a pesar de que algunos escriben igual que hablan–. Hubo infinidad de réquiems, algunos muy bien escritos, otros cansinos, aunque todo quedó en un debate con PowerPoints. “La prensa será la alta costura, internet el prêt-à-porter” le escuché a un gurú en la materia. Casi nadie advirtió a los lectores de la trampa de esa nueva vía: los contenidos serían pagados. O falsos. Y los productos comerciales se instalarían entre las noticias, manchando la lectura. Disrupción le llamamos; todo lo contrario que el verdadero periodismo, que es concentración frente a todas las distracciones como afirma Jesús Ruiz Mantilla en El lin­chamiento digital (Basilio Baltasar, ed.), JDBbooks.
No tuvimos el arrojo de adelantarnos a los modernos sans-culottes vistiendo una prenda que se asocia con la emergencia y saliendo a la calle. Y hoy, nuestro sector es de los más castigados. El 70% de los periodistas –que aún no se han reciclado en ordeñadores de vacas en los Pirineos o enseñadores de pisos tras de los sucesivos ERE en los grupos editores– asegura que las condiciones laborales en España no hacen sino empeorar. La remuneración más habitual se halla entre los 1.000 y 1.500 euros, pero casi una cuarta parte de los colaboradores freelance no llega a los 600 al mes. La palabra escrita cotiza a la baja en un país donde hay más escritores que lectores.
Los taxistas han paralizado las ciudades como nunca lograrían los finos plumillas y gráficos si se declararan en huelga infinita. Se ensañan en contra de los estragos de la uberización de la economía, no quieren ser expulsados de su ­casillero. Pero no nos engañemos ni hagamos más el ridículo: la robótica anuncia taxis sin conductor al volante, igual que información sin periodistas, sólo ­replicantes.
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28 de enero de 2019
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Visión de la extrañeza (2) Zona oscura

 

¿Dónde empieza y dónde acaba la morada de la extrañeza?

 

La extrañeza empieza en nuestra propia intimidad, y luego se va extendiendo por todo lo demás, pero no siempre el mundo nos resulta trágicamente extraño.

 

Hay grados en la extrañeza, hay niveles, vaivenes, subidas y bajadas.

 

Cuando la sensación de extrañeza se hace colectiva entramos en un maelstrom imprevisible.

La locura de las masas es más devastadora que la locura individual, porque es la mezcla de muchas locuras individuales juntas. 

 

Cuando las locuras se juntan formando una sola masa, entramos en zonas muy oscuras.

La historia nos informa de esas zonas que nunca llegan a aclararse por completo.

 

El pasado es un espacio lleno de tinieblas y de fiebre.

 

¿Y el presente?

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28 de enero de 2019
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Visión de la extrañeza (1)

 

Lo extraño no es lo paranormal.

 

Paranormal hace referencia a una realidad paralela a la normal, o que se opone a ella, o que está al margen de ella.

 

Lo extraño en cambio forma parte de nuestras vidas. Sentimos extrañeza ante nuestro propio ser, y ante el ser de los demás.

 

En principio lo extraño es lo que está fuera de ti, lo ajeno a tus entrañas. Podría pensarse que es lo mismo que paranormal (para: al margen de, junto a, contra; ex: fuera, más allá, exterior), pero le hemos dado un significado muy distinto.

 

Al estar como estamos partidos en dos (Platón, Freud, Lacan), lo interno puede parecer a veces lo externo, y lo íntimo nos puede resultar extraño. De hecho no hay nada más extraño que nuestra propia intimidad. La interioridad convertida en imagen de la exterioridad, de lo ajeno, del “otro lugar” de la Cábala.

 

Por eso “extraño” es un concepto mucho más rico que paranormal, y mucho más vinculado a nuestro ser.

 

Hacer extraño lo familiar, hacer familiar lo extraño. Ese es mi lema.

 

¿La extrañeza es una dimensión toxica? Tan tóxica como la normalidad que, por todo lo que hemos dicho, puede estar llena de extrañeza.  Acerca de la extrañeza ya habló muy sabiamente Freud, descubridor de la verdadera región de la extrañeza: el subconsciente. A él me remito siempre. Nadie ha llegado más lejos que Freud en el análisis de lo extraño vinculado a la intimidad. Ni siquiera Lacan.

 

Líbrenos la vida de las épocas en las que la extrañeza se hace demasiado familiar. ¿Estamos en una de ellas?

 


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26 de enero de 2019
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Organista y su paga

Propuso el Señor Deán como Guido, el organista, pidía que pues los órganos stavan ya acavados y puestos en perfección se le pagase su trabajo, y que se havía ya tanteado con él, y que pidía 300 libras. Resolviese que los señores Deán y Arcediano de Ansó tratasen el concierto con Guido, organista, y si por 290 libras podían ajustarlo, lo hiciesen, u en lo que a sus Mercedes pareciese, de suerte que él vaya contento y sin quexa del Cabildo, acabándose de reconocer el órgano y quedando con perfección.  

-- 

[Puntuación y acentuación revisadas por Domingo-Jesús Lizalde Giménez, canónigo organista de la Catedral de Jaca y encargado del archivo catedralicio.]  

Archivo de la Catedral de Jaca. Documento del 12 de julio de 1641. Fuente: Fondo Gestis, Caja 2, Libro 2, F. 45v, Margen “Organista y su paga". Apud Jesús Gonzalo López, El órgano de la Catedral de San Pedro Apóstol de Jaca, Cabildo de la Catedral de Jaca, 2018. 

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26 de enero de 2019
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La era del pulgar

Nunca había gozado de tanto protagonismo el dedo más robusto de la mano, desplazando la hegemonía de nuestro índice derecho, profético, indicador y espeleólogo a partes iguales. En menos de un lustro, el pulgar se ha convertido en el miembro más hiperactivo de los cinco, la llave para acceder a nuestro propio te­léfono inteligente e incluso franquear la habitación de un hotel domótico. Su superficie, más ancha, regordeta y almohadillada, descansa sobre las pantallas, pasando páginas inmateriales – sweeping, dicen los anglosajones– en una secuencia infinita que a mí, no sé por qué, me recuerda a los canales televisivos de economía que proyectan en bucle los valores de las bolsas mundiales. Basta un suave desplazamiento, un rozar el cristal, para que se nos abran ventanas del mundo o, todo lo contrario, blindarnos tras la muralla digital. También para teclear con nervio de taquígrafo, alternando los dos pulgares, a fin de seguir conectados a algún tipo de red, sea real o ficticia, humana o robótica.
A la gente poco afortunada con el lenguaje verbal, como Cristiano Ronaldo, les basta con levantar el pulgar para transmitir su estado de ánimo en el paseíllo al juzgado, aunque difícilmente alguien pueda sentirse OK ante un interrogatorio. El pulgar enhiesto siempre ha sido un espejismo, una chulería optimista. En el circo romano significaba muerte, pero Hollywood traicionaría la factualidad histórica a fin de no liar a los espectadores estadounidenses, para quienes el gesto implicaba venirse arriba y no reunir sangre y arena.
Hoy, tanto el OK como el emoji del dedo gordo tienen gran tirón. Son alegres y eficaces, aunque se carguen cientos de matices, porque nadie se siente todo el día con el dedo levantado.
Pero, ay del pulgar de carne y hueso, que ha adquirido un papel protagonista gracias a la tecnología háptica –la ciencia del tacto– y que, de tanto articular, se nos va descoyuntado. Se llama rizartrosis, hasta ahora solían padecerla las mujeres de más de 65 años, y era habitual entre camareros, limpiadoras, albañiles, peluqueras, pianistas, dentistas, amas de casa o escritores. Todos hacen pinza con el dedo, sea por culpa de Mozart, por sostener una bandeja o planchar. A ellos son susceptibles de sumarse quienes mandan esos 38 millones de watsaps lanzados al minuto. Fantaseo con el ingeniero con férula, el pulgar machacado de tanto mensajito, que inventó los mensajes de voz a fin de no desgastar más la musculatura.
Pero aún y así, el trepidante ritmo del mensajeo ha provocado una doble realidad: los pulgares nunca habían estado tan abatidos en la vida cotidiana mientras que en la virtual se multiplican animosos y triunfantes, negando la evidencia de una sociedad, artrósica precoz, que ­olvida sus propios dedos con tanta euforia digital.
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23 de enero de 2019
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La libertad, causa común

Este año será el del cuarenta aniversario de la revolución que derrocó a la dictadura de la familia Somoza. Cuando se rompa ese ciclo que parece fatal en nuestra historia, donde las tiranías parecen repetirse sin fin, la piedra que Sísifo ciego debe empujar eternamente hasta la cima de la montaña no tendrá que rodar de nuevo al plan del abismo. Habremos cambiado dictadura por democracia.
 

La derrota definitiva del régimen del último Somoza se debió a tres factores fundamentales: el primero de ellos el alzamiento popular encabezado por el Frente Sandinista, con la participación de miles de jóvenes de ambos sexos y de todas las clases sociales, hasta llegar a convertirse en una verdadera insurrección nacional.

El siguiente factor fundamental fue el respaldo que los jóvenes en armas recibieron de todos los sectores ciudadanos, sin ningún distingo, muchos alentados por su compromiso cristiano. La aparición del grupo de los Doce, formado por empresarios, sacerdotes, profesionales, intelectuales, dio a la organización guerrillera peso político nacional e internacional.

Y el tercero, pero no el menos importante, la alianza latinoamericana que se logró forjar, sin que tuviera una identidad ideológica. Los presidentes se guiaban más bien por el repudio a un régimen que se basaba nada más en la represión brutal. Era la última de las viejas tiranías familiares de las "repúblicas bananeras", un término acuñado por O'Henry en su novela De coles y reyes.

En esta alianza fueron fundamentales Venezuela, Panamá, Costa Rica, México y Cuba; el solo apoyo de Cuba, con cuyo sistema los comandantes sandinistas se identificaban, no hubiera sido suficiente. Más bien es lo contrario. Este apoyo, con pertrechos de guerra, fue posible en términos políticos porque los otros países, con sistemas basados en la democracia representativa, estuvieron presentes en la coalición; y algunos de ellos prestaron también auxilio bélico, como Venezuela y Panamá, y recursos materiales, como México, para no hablar de Costa Rica, que se convirtió en retaguardia de la lucha armada.

La llegada de Jimmy Carter a la presidencia de Estados Unidos en 1977 abrió una puerta nueva en las relaciones de Washington con América Latina, como pudo verse con la firma ese mismo año de los tratados Torrijos-Carter que devolvieron a Panamá la soberanía del canal. Y la intimidad de medio siglo con la dinastía de los Somoza llegó a su fin con la nueva doctrina de derechos humanos proclamada por Carter.

El general Torrijos conocía bien la calaña de Somoza, cegado por su obscena voluntad de quedarse para siempre en el poder. Rodrigo Carazo era presidente de Costa Rica, un país democrático por convicción y tradición, que había soportado por el último medio siglo la vecindad de una dictadura de aquella calaña, y quería para Nicaragua un gobierno igualmente democrático. Y Carlos Andrés Pérez, presidente de Venezuela, venía de la tradición socialdemócrata de Rómulo Betancourt, sabía cuánto se parecía la dictadura de Pérez Jiménez, bajo la que había salido al exilio, a la del viejo Somoza, fundador de la dinastía.

Y en aquel alineamiento de los astros, la figura del presidente José López Portillo de México, resultó crucial. Su respaldo fue constante, oportuno y generoso. Me recibió no pocas veces, y puso en sintonía a su gabinete para darnos apoyo, antes y después del triunfo de la revolución. Rompió relaciones diplomáticas con Somoza en mayo de 1979, y nos había pedido que le dijéramos cuál sería la mejor oportunidad para hacerlo. Cuando vino por primera vez a Managua en 1980 en visita oficial, alguno de sus secretarios le preguntó durante el vuelo qué tratamiento habría que dar a Nicaragua en cuanto a ayuda material, y el respondió que igual a cualquier estado de México.

Era el fruto de una larga y generosa tradición. El poeta nicaragüense Solón Argüello, secretario privado del presidente Francisco Madero, fue fusilado en 1913 tras el golpe de estado que culminó con la dictadura de Victoriano Huerta; combatientes mexicanos pelearon durante la revolución, y murieron en tierra nicaragüense.

El presidente Plutarco Elías Calles respaldó con armas a los insurrectos liberales que se alzaron en Nicaragua en defensa de la Constitución en 1925. El presidente Emilio Portes Gil acogió a Sandino en Yucatán en 1929. Y México fue clave en las gestiones del grupo de Contadora para lograr los acuerdos de paz de 1987 que llegaron a poner fin al conflicto armado con la Resistencia Nicaragüense.

En América Latina nada es nunca hacia adentro. La libertad ha sido siempre una causa común.

 

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22 de enero de 2019
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Wagnerianos

Lo trágico de nuestro tiempo es que carece de tragedias a pesar de ser un mundo en perpetua tragedia
 

Hay algo adictivo en la música de Wagner, es una droga. Conozco enganchados al músico que viajan de ciudad en ciudad para oír sus óperas gastando un dineral (a veces, sin tenerlo) hasta llegar a Bayreuth. El teatro de aquella población, levantado por el rey Ludwig de Baviera, un loco de atar que cayó en la adicción wagneriana, era y sigue siendo el teatro de ópera más incómodo, tórrido y duro de toda la especie. Y carísimo. Aun así, hay que esperar un turno de años para conseguir butaca. Eso no sucede con ningún otro músico. Baste decir que, si bien se arrepintió, el joven Nietzsche cayó preso en esa tupida red sonora. Luego pasó el resto de su vida escribiendo rabiosos panfletos contra Wagner que son un tesoro filosófico.

¿Qué tiene este artista para suscitar semejantes pasiones? El otro día, viendo El oro del Rin en el Teatro Real de Madrid, me lo preguntaba. La crítica no ha sido benévola con el evento. Yo creo que no es sensato perder la ocasión de conocer esta primera parte de la Tetralogía, la obra musical más extensa y notable de todos los tiempos, porque no es frecuente que se programe. El Rheingold es el prólogo al que siguen otras tres óperas, cada vez más largas y complejas. Aquí se presenta el mundo mítico del norte, tan opuesto al sureño, con sus dioses del trueno, sus gigantes, héroes, enanos, ondinas, montañas, grutas, un mundo que en los montajes actuales suele renegar de su magia. Es un error. Como bien vio Nietzsche, la droga de Wagner es justamente esa: el desesperado intento de crear una mitología y una tragedia modernas. Porque lo trágico de nuestro tiempo es que carece de tragedias a pesar de ser un mundo en perpetua tragedia. Wagner fue el último en intentarlo. Y, según Nietzsche, fracasó. Que cada cual lo juzgue.

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22 de enero de 2019
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Retorno

Amable ironía la de Pierre Assouline y al mismo tiempo demoledora para con las falsas verdades y los argumentos trucados y perversos, a los que tan proclives somos los ibéricos.

Recuerdo su novela Lutetia, memoria de París en sus épocas más dudosas y conflictivas a través del vigilante de uno de los hoteles más míticos de Paris. Después me acerqué a Golem, la trepidante historia de un fugitivo al que le han alterado trágicamente el alma: un viaje al fin de la noche, pero de otra manera, y siempre con esa ironía incesante, cervantina, que caracteriza toda la obra de Assouline, incluidos los artículos de su blog LA RÉPUBLIQUE (des livres).

Pero el libro que más puede interesar a los españoles es sin duda Retour à Séfarad, una novela familiar rigurosamente insólita, y que podría servir de modelo para plantearse novelas familiares que huyen de la convencionalidad y se atreven a abarcar, con agilidad y velocidad, grandes períodos de la historia, sin que la empresa adquiera el aire pesado, estúpido y grave que caracteriza tantas y tantas sagas familiares.

Se trata de un libro de lectura dolorosa y a la vez saludable por la imagen agridulce que proyecta de España. Mirarse en el espejo que propone Assouline es un ejercicio terapéutico y una inmersión en el mito, a la par traslúcido y sombrío, del eterno retorno.

De pronto lo familiar resulta desconcertante, gracias a la mirada, amable y a la vez desmitificadora, de Pierre Assouline. De pronto España se convierte en la morada de la extrañeza.

Assouline nos invita a apreciar la humildad del pasado, avasallado por la arrogante prepotencia del presente, a la vez que nos obliga a considerar la crueldad de la historia y el dolor sin límites que provocan los fanatismos, las exclusiones, las abominaciones.

Me he detenido especialmente en un párrafo donde Assouline dice: Au fond, ce qu'il a de bien avec les Espagnols, lorsque on est tout prêt à les aimer, s'est qu'on ne risque pas de cristalliser. À peine se prend-on de passion pour sa singularité, que le contre-modèle se manifeste et vient pondérer le jugement. Traducido al español: En el fondo, lo mejor de los españoles, cuando uno está dispuesto a quererlos, es que no corremos el riego de que ese amor cristalice. Apenas uno es consciente del afecto provocado por su singularidad, cuando surge el contramodelo que pondera nuestro juicio. Dicho con otras palabras: toda vez que sientes afección hacia España, ciertos detalles, ciertos comportamientos, ciertas ideologías, ciertas vilezas incalificables rebajan tu amor, lo ponderan, lo equilibran, lo dejan en su justa frontera entre la luz y la sombra. 

  

Coda lírica:

En tardes luminosas o en tardes grises

o en tardes que arrastraban las horas

como pesadas cargas,

he querido amar esta tierra terrible,

y ya estaba dispuesto a hacerlo

con la mejor disposición del alma

cuando de pronto los monstruos

de antes y de ahora

me prohibían abrir los brazos y cerrar los ojos.

 

Mas a veces, en medio del desasosiego

y el deseo de encerrarme

en mis cuarteles de invierno,

el abrazo de los amigos, sus palabras,

y hasta sus gritos

me indicaban que la noche está llena de estrellas.

Bajo su amparo se rozan las copas y los cuerpos,

los deseos y los sueños,

y uno se entrega sin miedo al furor de vivir.

Assouline lo sabe y lo acepta y lo padece,

y de nuevo vuelve a donde tiene que volver.

 

Ya lo decía Gil de Biedma:

Siempre se obstina en ser dulce,

en merecer ser vivida

de alguna manera mínima

la vida en nuestro país.”


 

 

 

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22 de enero de 2019
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El Boomeran(g)
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