


Un género literario sinóptico y de gran dramatismo; el de los textos denominados “Argumentos” que encabezan las fichas cinematográficas promocionales.
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Argumento 1
María Salchichón es una abogada matrimonialista que desde su divorcio vive sola y entregada a su trabajo. Un día su hermana Clara le comunica que va a casarse con un joven letrista de canciones, de origen tailandés. María intenta disuadir a su hermana, pero ella está muy enamorada de su prometido y acaba celebrando la boda en contra de los deseos de María.
Argumento 2
Un coleccionista de arte reclama un anillo de su tatarabuelo que ha visto en una exposición y que pertenece a la hija ilegítima de la princesa Sissi. El señor Singer se interesa por una restauradora llamada Madison que conoce allí, y la invita a ver la ópera de Prokofiev Der Spieler.
Argumento 3
Un atractivo joven que se dedica a domar caballos susurrándoles, llega a una inmensa finca donde deberá encargarse de Otelo. El fuerte olor del animal contrasta con los encantos de la dueña.
Argumento 4
El agente del FBI Jake Malloy pierde la cabeza cuando un asesino mata a varios de sus compañeros y también a su novia. Además, no puede vengarse del criminal porque este se suicida después de robar en un gimnasio. Totalmente desesperado intenta ahogar sus penas en alcohol de quemar.
Argumento 5
En el muelle de carga de un puerto, cae accidentalmente un contenedor dejando ver en su interior el cadáver de una empleada de hogar. El práctico y su esposa aseguran no tener nada que ver con el caso, pero ella empieza a sospechar del marido cuando desaparecen 215.500 euros y él no puede explicarlo.
Argumento 6
En Tejas un ser atemoriza a los habitantes. Le llaman El Cíclope, un monstruo de un solo ojo de cuya raza sobrevive un ejemplar. Para acabar con él, un magnate del ferrocarril contrata a Joey Garza, un joven asesino que mata a sus víctimas a gran distancia con un rifle de precisión.
Argumento 7
Peladilla y Señora Avellana quedan atrapadas en una isla tras sufrir un cruel naufragio; sólo ellas y un grupo de mujeres espectaculares han sobrevivido. Pasados los primeros momentos de alegría al sentirse vivas se dan cuenta de la gravedad de la situación: no saben si van a encontrar agua potable y alimentos que les permitan sobrevivir hasta recibir ayuda. Deciden internarse en la selva. Tres mujeres espectaculares, de avanzada edad, permanecerán en la playa protegidas del sol mediante plásticos amarillos que irán agitando sin tregua para ser detectadas con facilidad por aviones y buques. El resto irá a por víveres o a un eventual encuentro con seres humanos. Transcurren dos meses. El grupo expedicionario regresa a la playa notablemente mermado por las enfermedades y el esfuerzo, pero con cinco cestas de melocotones y albaricoques. Las tres mujeres espectaculares de avanzada edad están bien, eso sí con los brazos más musculados. Se organizan. Tras las bajas, la pandilla ha quedado reducida a las jefas Peladilla y Señora Avellana más noventa y ocho mujeres espectaculares. Ya que nadie acude a rescatarlas deciden construir un barco y llegar a la siguiente isla del archipiélago, la Isla de los Salvajes Humillados. Lo consiguen. Ahora, perfectamente integradas en la sociedad civil, se encargan de mitigar los estragos que causan dos pandemias entre la población masculina: la Fimosis Salvaje Incomunicada (F.S.I.) y el Chancro Blando Meditabundo (C.B.M.).
Argumento 8
En un pueblo de la costa gaditana varias personas desaparecen en el mar y vuelven a aparecer a los pocos días reducidas a simples esqueletos. El doctor Tambo, un científico especializado en biología marina, empieza a sospechar que el responsable de las muertes podría ser un pulpo gigante por lo que se pone en contacto con la especialista en cefalópodos Rita Percal, de la que se enamora sin saber que está afectada por una grave enfermedad y a punto de ser intervenida por un médico filipino. Tan grande es el amor de Tambo por Percal que se presta a que lo operen a él en vez de a ella.
Argumento 9
Juan, el arqueólogo, viaja a Logroño para buscar una antigua reliquia usando un sistema informático de fabricación casera. Rápidamente la localiza pero está bajo la taberna que regenta una mujer portuguesa de la que se enamora. Pedro, el vicioso de turno, accionista mayoritario de una empresa de alquiler de coches calientes, pretende adquirir la finca, en la que está la taberna, a unos héroes atípicos pero de sanos principios, los hermanos Moranis. Estos no venden, por no perjudicar a la tabernera, sin saber que esta, socia de Pedro en negocios inmobiliarios, ya conoce la existencia de la reliquia y espera conseguirla si se derriba el edificio. Al final, los Moranis ceden ante una suculenta oferta y la tabernera huye al Japón con la reliquia, dejando en la estacada a Juan y a Pedro.
Argumento 10
Yancey Cravet acaba de casarse con una mujer inmigrante, Sabra. Juntos, Yancey y Sabra compran unas tierras en Oklahoma, y Yancey decide fundar un periódico. El hermano de Yancey, Hope, es un universitario que viaja al salvaje Oeste para hacerse cargo de la herencia de su suegro, un célebre pistolero. En su camino se topará con extraños personajes como un agente federal discontinuo y una chica de salón que tiene una doble personalidad, como bandida y maestra.
Argumento 11
El rodaje de una película se convierte en una auténtica pesadilla debido al ataque de un peculiar engendro de la naturaleza que es mitad piraña, mitad anaconda. El equipo de filmación ha acampado a sus anchas cerca de donde la criatura ha depositado sus huevos y la única solución, según el experto Dr. Embudo, es unirse a un grupo de secuestradores para acabar con la pirañaconda y volver a respirar tranquilos.

Todo aquel que le niega al otro el derecho a tener cara está ejerciendo la más despiadada exclusión: la misma que ejercen los enemigos en el campo de batalla.
Por definición, todo enemigo es un ser sin rostro, pues si de verdad lo tuviera, ni sería enemigo, ni resultaría tan fácil combatir contra él.
Todo rostro es un ideograma viviente, un paisaje nunca antes visto, una unidad nunca antes configurada, un guarismo de la vida, único y distinto.
Todo rostro es un destino, un sentido y una llama que brilla y evoluciona en medio de la vasta oscuridad.

Sería pretencioso tratar de decir algo coherente, y no digamos original, acerca de la obra cumbre de Dante obviando el hecho de que casi con toda seguridad ya habrá sido dicho antes, y encima con mayor propiedad, por cualquiera de los infinitos estudios que le han sido dedicados a lo largo de los más de setecientos años transcurridos desde su publicación. Incluso un crítico tan prestigioso como Harold Bloom se limitó a decir muchas y muy elogiosas generalidades y sólo al final, amparándose en su inmensa autoridad se descolgó acusando a Beatriz de “ gruñona” y de haber provocado en Dante un amor definido por Borges como “desgraciado y supersticioso”. E insiste: “está claro que Dante se habría enamorado de Matilde [su guía durante la travesía del Purgatorio] si la transfigurada Beatriz, madre regañona e imagen del deseo, no lo estuviese esperando en el canto siguiente”. Matilde, por el contrario, “graciosa y bella”, era la “misteriosa epítome de una joven enamorada”.
En cambio sí es pertinente hablar de la excelente traducción de José María Micó y de la no menos excelente edición de Acantilado. Catedrático de Literatura en la Universidad Pompeu Fabra, poeta, filólogo, traductor y músico (quien sienta curiosidad puede verle en YouTube interpretando sus propias canciones en compañía de Marta, su mujer) a José María Micó le ha costado cuatro años terminar su versión de la Comedia. De entrada llama la atención la radical desaparición del apelativo a la divinidad de la obra, una ocurrencia de Boccaccio que luego fue universalmente adoptada por todos. Además de devolverle el título original, Micó respetó los tercetos de endecasílabos (la famosa terza rima inventada por Dante) pero en cambio renunció a la rima porque, como él mismo dice, “al verter el texto en verso rimado te obligas a un registro especial, a forzar el sentido y la sintaxis”. Ángel Crespo en 1975, y J.M. Sagarra en catalán (1953) recurrieron a la rima en sus respectivas traducciones y recibieron muchos elogios por ello, pero no es menos cierto que en ocasiones los textos de ambos resultan casi ininteligibles.
Hay que tener en cuenta, hablando de ininteligibilidad, que si bien Shakespeare se inventó o dio significación nueva a numerosas palabras, el idioma al que recurrió para escribir sus obras ya estaba hecho y disponía de ilustres antecesores que le servían de modelo, Dante por su parte tuvo que inventarse el italiano mientras escribía la Comedia, razón por la cual utilizó gran cantidad de neologismos, cultismos y unas palabras inventadas que tanto martirizan a sus traductores, ello por no hablar del frecuente recurso a la lengua llamada vulgar (en todos los sentidos) y ahí está el ejemplo del demonio que “hace de su culo una trompeta”, aludiendo a la ventosidad que se tira un maleducado súcubo.
Otro aspecto que contribuye a que la presente versión de la Comedia resulte tan agradable de leer es la sustitución de las siempre engorrosas notas a pie de página por unas breves pero muy precisas introducciones a cada canto en las que, adoptando el papel de la gruñona Beatriz o la encantadora Matilde, Micó guía al lector por los vericuetos del círculo correspondiente ofreciendo pequeños datos biográficos de los personajes que surjan al paso y, si se tercia, la razón de su presencia allí.
Y también es muy pertinente hablar de la edición en sí: tapa dura, papel de primera calidad y una encuadernación que permite que el libro se quede abierto en cualquier página sin necesidad de forzarlo. Y en lugar de las habituales notas a pie de página, más de dos tercios de la misma lo ocupa el texto castellano, mientras que la parte inferior se ha reservado al texto original. Inevitablemente, el cuerpo de letra en este caso es diminuto, pero en el peor de los casos en las tiendas venden ya unas lupas dotadas de luz que facilitan enormemente la lectura a quienes no tengan tanta agudeza visual como solían.
Decir finalmente que hacer una edición tan cuidada, y por ende costosa, de la Comedia no parece que vaya a ser un negocioso ruinoso porque tiene todo el aspecto de ser uno de esos libros de salida lenta pero de largo aliento. Y al mismo tiempo, en esta época de idiotismo generalizado en la que reina lo insustancial y lo frívolo, es un guiño a la reducida pero incombustible colonia de resistentes que, llámense pequeños editores, libreros de trinchera o lectores pese a todo, mantienen viva la apuesta por la calidad y su compromiso con el viejo y vapuleado “No pasarán”. Faltaría más.
Comedia
Dante Alighieri
Prólogo, comentarios y traducción de José Maria Micó.
Acantilado.

La religión, siendo Italia lo que es, ha dado a su cine una parte substancial de su mayor gloria, y no resulta menor la lograda por cineastas antirreligiosos: Bellocchio, Carmelo Bene, Moretti, Bertolucci. Hablamos, naturalmente, de la religión verdadera (como la llamaba el ateo Buñuel), la católica, siempre allí alimentada no sólo por la raigambre de la fe sino por el anatema vaticano. Rossellini, De Sica, Fellini, Ermanno Olmi, por citar los mejores. Pero el catolicismo fílmico italiano se renueva con talento, como el que brilla en la reciente parábola de Matteo Garrone ‘Dogman', historia de un santón laico con maneras franciscanas y devoción a la cruz que lleva a cuestas (alegóricamente) al final, después de haber sufrido escarnio y martirio.
Una de las características más elocuentes de ‘Dogman' es la fealdad del entorno donde se localiza su reducida acción, un barrio pobre de Castel Volturno, municipalidad con mucha inmigración a poco más de 30 kilómetros de Nápoles: la Italia sin glamour, sin monumentos, sin posibilidades de dolce vita. El país del proletariado en tiempos de crisis que también inspira a Alice Rohrwacher, para mí una de las grandes figuras del cine europeo reciente; debutó en la ya muy sugestiva ‘Corpo celeste' (2011), inédita en España, y pronto fue reconocida y premiada en Cannes con las dos siguientes. Nacida en la ciudad toscana de Fiesole de un padre alemán de formación musical dedicado a la apicultura, Alice, hermana de la magnífica actriz Alba Rohrwacher, que trabaja en todas sus películas, acaba de cumplir 36 años cuando se estrena aquí ‘Lazzaro Felice', el tercero de sus apólogos sobre la redención y el poder taumatúrgico de la palabra evangélica. Es también el que da un completo protagonismo a un personaje masculino, después de que en ‘Corpo celeste' la conductora de la historia contada fuese Marta, una chica de un pueblo de Reggio Calabria que empieza a hacerse mujer mientras a su lado los sacerdotes exacerban sus prédicas o dejan de creer, y en ‘El país de las maravillas' (‘Le Meraviglie', 2015) otra niña apenas púber descubre en un muchacho delincuente y extranjero al que protege la complicidad del silencio y la compañía que puede dar el cuerpo intocado.
"Lázaro, siempre mirando al infinito", dicen del protagonista en la primera escena del nuevo film, que es de los tres de Rohrwacher el más fabuloso. El joven tiene una "santidad menor", como lo definió la propia directora: no hace milagros ni dispone de poderes sobrenaturales. Su mirada limpia, a veces tontorrona, es la de quien no ve el mal en los otros y por ello es incapaz de hacerlo. Su mundo es el más allá, pero no porque sueñe con el paraíso de los creyentes; su religión es de alcance terreno, asistencial, y el caudal de sus sueños, como el de tantos cristos, budas, mahomas y demás profetas, lo forman los relatos. La condición milagrosa de este ‘Lázaro feliz' le llega por la palabra, cuando el Lobo, motivo franciscano, irrumpe en medio del largometraje en una fábula moderna que empieza sin explicaciones y salta en el tiempo con la inconsecuencia pueril de los cuentos de hadas. Ese relato da la impronta de la segunda mitad de la película, en que, en escenas cómicas donde brilla Sergi López con su italiano macarrónico, se refleja el paso del tiempo en décadas (o quizá siglos) que envejecen a los habitantes de la aldea, mientras que Lázaro, puro por su creencia en la fantasía, sigue aniñado y barbilampiño.
La libertad en el uso de la palabra relatada tiene su equivalente fílmico. A la directora no le atraen la lógica ni los continuos narrativos, porque su idioma es el verso libre, lo que da pie, en cada una de las tres películas, a secuencias memorables por su invención y su sorpresa. En la opera prima, la variada curia romana, del párroco exaltado al obispo mudo, la peripecia de unos gatitos que hay que ahogar y resulta difícil, o un largo episodio de viaje a un pueblo abandonado donde solo quedan un cura y un gran crucifijo que conviene salvar del abandono pero no llegará a su destino salvador. En ‘El país de las maravillas', probablemente llena de alusiones autobiográficas, una Gelsomina menos crédula que la de ‘La Strada' de Fellini es la mayor de tres hermanas en un pueblo de la Umbria donde su autoritario padre alemán tiene un pasado político anti-sistema pero cultiva y vive de la dulzura de los panales en los que trabajan todas las mujeres de la familia. La historia se interrumpe, como le gusta hacer a Rohrwacher, con apuntes maravillosos; la irrupción de un concurso televisivo muy sensacionalista (amadrinado por Monica Bellucci, estupenda de atuendo y de registros) en la humildad no exenta de codicia de los campesinos, la compra de un camello como mascota, la miel que se derrama en un diluvio bíblico recogido con escobillas, la sombra de los antepasados etruscos, y la llegada, en tanto que mensajero de un tiempo nuevo transfronterizo y líquido, de Martín, un niño delincuente al que dan en reinserción las autoridades y nunca habla, pero sabe silbar como los pájaros. La familia apicultora acoge y alimenta a la rara ave que es Martín, pero solo Gelsomina le entiende, le busca cuando se pierde, le toca el cuerpo con la castidad de las vírgenes que todavía conservan la necedad de la infancia.
Los pobres de Rohrwacher están en la antípoda de los de Ken Loach. Sufren la explotación como estos pero son menos rígidos y están estilizados por las ganancias simples de la naturaleza en la que viven: los animales domésticos, tan importantes en el cine de esta autora, la comida modesta, la convivencia con los insectos y el clima adverso. Son campesinos, y sufren, según palabras de la directora y guionista, "la tragedia que ha devastado a mi país, a saber, el paso de una Edad Media histórica a una edad media humana: el final de la civilización rural, la migración a los límites de la ciudad de miles de personas que no conocían nada de la modernidad". Ese mundo nuevo, cambiante, al que llegan sus personajes, de manera forzosa en ‘Lazzaro Felice', también explota a los menos favorecidos, pero lo hace de un modo más rutilante y seductor. Las superficies de la nueva civilización, abrillantadas por los reclamos del ocio, las campañas de promoción política y la pompa eclesiástica, siempre presentes en las tres películas. Bajo ellas, si se busca bien con la imaginación, ha de encontrarse, quiere decirnos Alice Rohrwacher, el alma de una religión humana, hecha de apego más que de caridad.

Y en sus declaraciones Jáuregui dijo algo que parecería obvio pero en Nicaragua resulta esencial: "la democracia tiene una regla que es aceptar la posibilidad de la derrota".
Es lo que hizo el Frente Sandinista tras las elecciones de 1990, cuando triunfó Violeta de Chamorro: aceptó la derrota, y eso le dio entonces el prestigio de haber entregado por los votos el poder ganado por las armas.
Hasta entonces había dominado la filosofía del poder popular confiado a la vanguardia por una especie de voluntad divina. Las revoluciones eran, además, invencibles. ¿Dónde se había visto que el pueblo mismo fuera a derrotar a una revolución popular forjada con sangre? Pero ocurrió.
En enero de 1988, Carlos Fuentes hizo una visita a Nicaragua. Lo acompañaba el periodista Stephen Talbot, que escribía un reportaje sobre el escritor mexicano para la revista Mother Jones.
En una de las conversaciones con los dirigentes sandinistas se habló de las posibilidades que tenía la contra de ganar la guerra, recuerda Talbot, y el comandante Tomás Borge "dijo decididamente que algo así era imposible porque los contras van a contrapelo de la historia".
Fuentes interrumpió para preguntar: "¿Y cuál fue la experiencia de Guatemala en 1954 y de Chile en 1973? ¿No se demostró que la izquierda puede ser derrotada?". "No", respondió Borge, cortante. "Ellos no armaron al pueblo, por eso perdieron".
Después se discutió sobre las elecciones. "Borge dijo que su opinión personal era que ningún partido de oposición podía llegar a ganar a los sandinistas en las urnas. "Ahora no", asintió Fuentes, "pero en el futuro, ¿por qué no?". "Sólo si son antiimperialistas y revolucionarios", proclamó Borge, "si un partido reaccionario ganara, yo dejaría de creer en las leyes del desarrollo político". "Yo no estaría tan seguro de esas leyes", advirtió Fuentes".
Tras aceptar la derrota de 1990, el Frente Sandinista perdió la oportunidad de recuperar los espacios electorales, luchando bajo las reglas democráticas por conquistar de nuevo la mayoría de los votantes. El criterio obsoleto de la vanguardia dueña de la verdad, que representa al pueblo aunque tenga en contra la mayoría, volvió a imponerse.
Y cuando Daniel Ortega, tras tres derrotas logró por fin ganar en 2006, no lo hizo porque tuviera de nuevo esa mayoría, sino porque selló un pacto con Arnoldo Alemán, entonces caudillo del partido liberal, por medio del cual se reformó la Constitución para que pudiera ganar en primera vuelta con el 35% de los votos, la cifra máxima que el eterno e insustituible candidato había logrado sacar.
Ortega se hizo entonces la promesa de no volver a perder nunca, con lo que, a lo largo de estos años, ha estado ausente en él la voluntad de aceptar que la derrota es una regla esencial de la democracia.
Y hay otra cosa que en su comparecencia Jáuregui agregó: el poder no es un fin en sí mismo, sino un medio. Quedarse a cualquier precio sólo puede acarrear crisis tan profundas como las que hoy vive Nicaragua.
El poder no puede ponerse en juego, la derrota no es una opción. Por eso es que los reclamos por un diálogo nacional no son escuchados; porque un diálogo lleva necesariamente a hablar de elecciones limpias, justas, con jueces imparciales y honestos, vigiladas internacionalmente. Ese es el atolladero del que hay que salir.
Hay que buscar como Ortega escuche a todos quienes le dicen, igual que el eurodiputado Jáuregui, que la democracia tiene una primera regla, que es aceptar la posibilidad de la derrota. Porque unas elecciones con el mismo ganador, ya no son posibles en la nueva realidad que vive Nicaragua. Sólo harán más profundo el abismo.
La creencia de que el poder es un fin, y no un medio, es a estas alturas catastrófica. Y el reclamo para que el país empiece lo más pronto posible a vivir bajo un régimen de democracia abierta es lo que la inmensa mayoría de los ciudadanos quiere.
No hay que desmayar en esa insistencia, porque el diálogo, y las elecciones justas, son la única salida posible.


“Empecé a mirar y tuve la suerte de encontrar mujeres interesantes y activas de más de ochenta años, que tenían un rasgo en común: la curiosidad por saber qué pasa a su alrededor, cómo son las personas con las que hablan, qué libros nuevos fueron publicados últimamente o qué películas vale la pena ver”, dice Marion Kaufmann en el prólogo de su Nosotras, las de 80 para arriba (MTEdiciones).
“La curiosidad nos impulsa a salir de la rutina”.
Admiro desde la infancia a mi colega, a mi querida tía Marion. A ella le da algo de pudor y vergüenza que lo diga, pero para mí siempre fue un ejemplo de búsqueda de libertad, de sinceridad y precisión en las palabras, en esa mezcla - tan rara de encontrar - de profundidad y levedad en el modo y en las ideas.
El otro día escuché una entrevista que le hizo un canal de televisión por la publicación de su libro, y ahí estaba todo lo que yo recordaba y lo que le extraño al vivir lejos: a la pregunta de si vivía en el pasado, ahora que tiene 93 años contestaba que claro que no, que vivía en el presente y el futuro. Que la mantiene viva y activa la permanente curiosidad, que lee, viaja, observa, pregunta, se asombra. Que la vejez no es ni mejor ni peor que otras edades, es solo un desafío al que hay que acostumbrarse y vivir de la mejor manera posible, como cualquier otra edad.
En ningún momento cuestionaba las preguntas ni marcaba su distancia con el lugar desde donde la joven periodista, que parecía no haber leído su libro, las hacía. Con sus respuestas, las preguntas parecían inteligentes. Así es Marion Kaufmann.
Desde hace tiempo que viene cocinando “Nosotras, las de 80 para arriba”, sus 18 entrevistas con mujeres creadoras, activas, lúcidas y divertidas. Todas están en una edad en la que, como explica Marion en su prólogo, la sociedad las deja de mirar. A los 50 o 60 las critica o se burla de ellas. A los 80 o 90 ya dejan de existir. Y en su inventario de voces, estas señoras tienen mucho que decir, que enseñar y que compartir.
Sus breves, precisas entrevistas incluyen a varias de las grandes damas de las letras argentinas, como Hebe Uhart, Angélica Gorodischer y Griselda Gambaro; a la líder política y de derechos humanos Graciela Fernández Meijide; a la historiadora del arte Susana Fabrici; a la actriz y cantante Nelly Prince.
Y a muchas mujeres menos conocidas pero igual de fascinantes, como la escultora Vechy Logioio (“El río y el cielo son mi compañía”); la jubilada-bailarina Sadi Vergona (“Desde que estoy sola, hago cosas que me interesan”); o la profesora de alemán Margot Aberle Strauss (“No me dejo vencer”).
Estas frases, que son los títulos de las entrevistas, muestran el espíritu de estas luchadoras con – no contra – el tiempo, y de la misma Marion. Hizo la mayoría después de cumplir los 90, por lo que era mayor que casi todas sus entrevistadas: para su primer libro publicado no eludió el tema de la vejez, sino que la atacó con una sonrisa y un plan. Vivir a fondo, dejarse sorprender cada día.
Por eso, la mayoría de las entrevistas empiezan con el momento del encuentro, con lo que le llama la atención de la forma en que estas veteranas se mueven, se vistan, hablan, muestran sus casas. “Al entrar en el departamento de Margot lo primero que veo son tortugas”, escribe.
O: “Griselda (Gambaro) me abre el portón; camina con la ayuda de dos bastones muy elegantes (me explicará después que son de Italia), su pelo es blanco; es más menuda de lo que había imaginado y tiene esa mirada serena, a veces un poco pícara, como la de las fotos que salen en las revistas”.
Y sobre Beatriz Comnalez, maestra de pasteleros: “Beatriz vive en una casa en Palermo, a la que entro por una puerta angosta, como las que hacían antes, protegida por una reja de hierro. Mientras la espero, veo un enorme tigre pintado sobre tela de Madrás; encima de un piano, retratos; libros en repisas, sobre mesas y en el suelo; mariposas multicolores bajo un vidrio.”
Tras los asombros, las preguntas. Nunca da por sentado algo, no prejuzga, todas las preguntas son abiertas, quiere entender a la persona que tiene delante. Por eso la lectura del libro, una octogenaria o nonagenaria tras otra, no se vuelve nunca redundante: muchas ideas son similares pero al expresarlas cada una con distintas palabras y desde posiciones y experiencias divergentes, conforman un cuadro ni repetitivo ni contradictorio, sino complejo,.
Y lo que busca Marion Kaufmann es el ejemplo y la diferencia, la razón para seguir ella misma y las causas secretas por las que siguen adelante con tanto ímpetu y lucidez todas estas creadoras y gozadoras de la vida, casi todas las cuales vivieron mucho más de lo que pensaban cuando eran jóvenes y de lo que vivieron sus madres y abuelas.
Cuando yo era chico y estaba jugando en la vereda de la casa de mis padres con mis amigos, era un regocijo la llegada de mi tía Marion en su Citroën que parecía de lata. Mi tía era divorciada y se había vuelto a casar; viajaba por el mundo con su nuevo marido, su alma gemela. Nunca me daba consejos ni me regañaba: me enseñaba con el ejemplo. Y me contaba de sus aventuras en Sudáfrica o en Israel.
Donde viajaba, recogía historias y entrevistas para publicarlas en el pequeño diario en alemán de Buenos Aires: nunca se interesó por el reconocimiento ni la aturdió la fama. Quería viajar, hablar con gente interesante, traducir obras valiosas del español al alemán y viceversa, entender el mundo. A mi hermana y a mí siempre nos preguntaba por nuestras vidas de una forma que nos hacía querer contarle lo que realmente nos pasaba.
Nosotras, las de 80 para arriba es su primer libro, publicado al borde de sus 93 años. No sé, y a ella no le interesa saber, si es el debut literario más tardío de la historia, como para el Libro Guinness de los Records. Lo único que le interesa en este momento es sumergirse en su próximo libro. Y descubrir nuevos autores y nuevos paisajes.


La otra razón de los físicos
"Si la hoja de papel en la que acabo de escribir de repente sale volando de la mesa, nada me impide avanzar la hipótesis de que un fantasma, digamos el espíritu de Newton, la ha volatilizado. Sin embargo el sentido común me lleva más bien a pensar en un soplo de aire procedente de la ventana abierta (...) Esta crítica elección de causas admisibles distingue la actitud ante el mundo basada en la razón, actitud a la cual la física aspira, del misticismo espiritual y manifestaciones similares de una imaginación sin bridas".
Al leer estas líneas podría pensarse que el físico Max Born (interlocutor mayor de Einstein y a quien se debe una de las reglas más importantes de la mecánica cuántica) está denunciando hipótesis estrafalarias de alguno de los múltiples charlatanes que a lo largo de la historia han querido competir con filósofos y científicos. Habrá pues quizás sorpresa al percatarse de que Born está denunciando el recurso de Newton a la hipótesis de la existencia de un espacio absoluto para explicar ciertos fenómenos físicos (así la fuerza centrífuga que a su vez daría cuenta de la forma achatada de planetas como la Tierra). A juicio de Born, Newton estaría en este caso dando pruebas cuando menos de pereza intelectual, sin la cual hubiera avanzado hipótesis mucho menos fantasiosas. El tono mordaz se incrementa:
"De hecho el concepto de espacio absoluto es casi espiritualista en carácter. Si preguntamos, ‘¿Cuál es la causa de las fuerzas centrífugas?', la respuesta [de Newton] es ‘el espacio absoluto'. Sin embargo si preguntamos qué es el espacio absoluto y si tiene alguna forma diferente de manifestar su presencia, nadie puede dar otra respuesta que la de repetir que el espacio absoluto es la causa de fuerzas centrífugas, sin añadir otras propiedades. Esta consideración muestra que el espacio absoluto como causa de acontecimientos físicos debe ser excluido de la descripción dl mundo físico".
Tratándose de la "actitud ante el mundo" basada en la razón que exige encontrar causas, la exigencia es implacable y como vemos ni el propio Newton se ve libre del reproche de desvío. Por otro lado, se diría incluso que la confianza mínima en el desarrollo de las cosas que marcan la cotidianeidad supone acuerdo con la posición de Born, asumida de hecho sin necesidad de reflexión explícita. Al respecto una anécdota reciente:
Refiriéndose a la intención de Theresa May de presentar una copia casi literal de su proyecto del Brexit ante la misma asamblea de parlamentarios que había rechazado sólo unos días antes la primera versión, el corresponsal de un diario barcelonés en el Reino Unido evocaba con humor a Einstein, para quien emblema mismo de desvarío sería una persona que procediera a hacer lo mismo en idénticas circunstancias esperando resultados diferentes.
Objetará quizás el lector que la cosa no es tan clara. Así cuando apostamos a que saldrá "cara" lanzando una moneda al aire, estamos convencidos de que puede perfectamente salir cruz. Pero el mismo lector se dirá quizás que, bien pensado, no se trata exactamente de lo mismo, que el trazado de la mano que lanza la moneda no ha sido idéntico, ni tampoco quizás la dirección del viento; y que en realidad, aunque se nos escape el encadenamiento, si sale cara es porque hay un proceso que conduce necesariamente a que así sea, proceso que de ser exactamente reiterado produciría el mismo resultado. El lector acordaría así que las cosas en la naturaleza no ocurren aleatoriamente, que un mecanismo más o menos complejo conduce a ellas: un acontecimiento A se inscribe en una cadena de previos acontecimientos B, C, D etcétera, que necesariamente abocan en el ahora considerado. La deficiencia consistente en que no dispongamos de la información precisa o de los instrumentos requeridos para llegar a conocer ese mecanismo no excluye que cada evento tiene su razón de ser, en términos leibnizianos su razón suficiente. En suma: la convicción de que el entorno responde a una necesidad, e incluso a una necesidad potencialmente accesible a la razón humana, sería un pilar no sólo del pensamiento científico y gran parte del filosófico, sino también de la cotidiana confianza en la ordenación de los fenómenos.
Ha habido sin embargo momentos de sombra respecto a esta convicción de la necesidad natural. La primera edición en inglés de libro de Max Born antes citado data de 1962 y amplifica un escrito en lengua alemana que se remonta a 1924. Años clave para el tema que estoy evocando, pues entonces, en el seno mismo de la física, se estaba asistiendo a una puesta en tela de juicio de la legislación absoluta de la causalidad en el orden natural.
Si el corresponsal del periódico barcelonés evocaba a Einstein, es en razón de que éste se había apercibido de que ciertas observaciones de la física cuántica (que el mismo había contribuido a crear) estaban efectivamente dando pie a considerar que algo podía acontecer no ya sin que la razón diera efectiva cuenta de la causa subyacente (potencialmente explicativa), sino incluso sin que cupiera dar cuenta por ausencia meramente de tal causa . Pero lo cierto es que Einstein no se rindió nunca ante tales muestras de que en la naturaleza pudiera darse un comportamiento aleatorio, y luchó hasta el final de sus días por intentar conciliar la teoría cuántica con los principios de causalidad y determinismo que habían orientado la exploración de la naturaleza, desde la física elemental de los griegos a la teoría de la relatividad pasando por Galileo, Laplace y por supuesto (pese a las lagunas expuestas por Born) el propio Newton.
Y sin embargo ese mismo Einstein abandona la exigencia de determinismo cuando se trata de cuestiones en las cuales lo que se analiza no es el comportamiento de una partícula sino el comportamiento de un ser humano. Como es bien sabido, Einstein se había sentido cargado por un peso moral desde el estallido de la bomba en Hiroshima, en razón de haberse sumado años atrás a los que animaban a Roosevelt a poner en marcha el proyecto Manhattan. En agosto de 1939 había dirigido una carta (al parecer redactada de hecho por el físico húngaro Leó Szilárd) al presidente pidiendo la aceleración de la investigación que conduciría a la bomba y de alguna manera (vistas las consecuencias) se arrepentía. Pesaba el sentimiento de haber fallado al espíritu pacifista que había marcado su trayectoria, sustentado obviamente en un imperativo de orden moral al que otros no respondían, sin ir más lejos su colega Heisenberg que le visita en Princeton poco antes de la muerte de Einstein y al cual (según algún testimonio) tras la despedida se había referido con la expresión "es un gran nazi".
Aprovecho para recordar que no hay total acuerdo sobre la actitud real de Heisenberg respecto a la bomba. Se han evocado cartas del mismo, concretamente una dirigida al historiador alemán Hermann Heimpel, en el que muestra a la vez su escepticismo respecto a la posibilidad de alcanzar el arma y sus temores de que ello pudiera convertir al ser humano en un destructor de la Tierra: "Quizá los hombres advirtamos un día que de hecho poseemos el poder para destruir completamente la Tierra, que podríamos causar por nuestra culpa un juicio final o algo parecido. Pero todavía es una fantasía pensar en ello». Párrafo que no está lejos de la tremenda evocación del Bahvadad Gita en boca de J. Robert Oppenheimer, tras el primer ensayo en Nuevo México el 16 de julio de 1945: "Me he convertido en la Muerte, el destructor de mundos".
En suma, por razones bien diferentes se trata de tres físicos confrontados al problema de si han tomado o no decisiones correctas desde el punto de vista de la moralidad. Implícito en el asunto es que hubieran podido decidir de manera diferente, o sea: gobierne o no la naturaleza, el determinismo no regiría en comportamiento específico del ser de razón, de ahí la posibilidad de la moral y la exigencia por parte de los demás de que un individuo responda a la misma.
En ocasiones la exigencia ética se alza incluso contra la propia necesidad natural. El computador dios de Leibniz habría conseguido crear un mundo que responde a la máxima optimización, el mejor de los posibles. Y sin embargo...una cosa al menos no está suficientemente ajustada: la conformidad del ser (¿el único ser?) susceptible de reconocer tal bondad...o de negarla. ¿Puede el ser que piensa la necesidad incluirse a sí mismo en el encadenamiento? ¿No es esta misma interrogación prueba de una discordancia?
Obviamente cuando Einstein reflexiona sobre lo acertado o no acertado de su carta a Roosevelt, no está renunciando a mantener una actitud racional. Simplemente está respondiendo a una modalidad de la razón que nada tiene que ver con la modalidad de la razón que imperativamente exige causas. Max Born reprocha a Newton que falla a la forma de rigor exigida por la búsqueda racional de causas, porque estando ocupado el comportamiento de cosas materiales Newton recurre a una hipótesis que la teoría de la relatividad considera capricho fantasioso. Born no reprocharía a Newton que abandone la causalidad cuando no se trata del comportamiento de una partícula o un complejo de partículas, sino de esa cosa singular que es el ser humano: comportamiento de "una cosa que piensa" (Descartes); comportamiento de un ser cuya especificidad reside en el pensar.
El Einstein que escribe a Roosevelt o que se pregunta si ha hecho bien en hacerlo, responde simplemente a una forma de razón que no consiste en explorar en búsqueda rigurosa de causas, esa forma de razón de la que la ciencia misma es una prueba, pues en efecto: ¿qué mayor testimonio de la legislación de la kantiana razón práctica que la existencia de un animal movido no por imperativos de subsistencia, sino por exigencia de inteligibilidad que caracteriza a la ciencia? En la ciencia, la necesidad natural se desvela pero no lo hace ante un ser exhaustivamente reducido a esa misma necesidad, sino ante alguien que forzosamente ha tomado distancia de ella (como mínimo esa distancia que en la historia evolutiva ha supuesto la emergencia del lenguaje), y en consecuencia está en condiciones sino de vencerla al menos de maldecirla. Al respecto una última consideración:
Candide ou l' optimisme es el título completo del Candide de Voltaire, dónde se presenta de manera caricaturesca la teoría de Leibniz a través de un personaje, que se declara partidario de la misma, llamado caricaturescamente Pangloss, todo lengua, políglota si se quiere, aunque también lenguaraz. El optimismo ontológico que caracteriza a La filosofía de Leibniz, es el objetivo principal de este arranque del poema que en 1756 compuso un Voltaire desolado por el terremoto de Lisboa:
"¡Desgraciados mortales! ¡Oh tierra deplorable!/ Oh amasijo espantoso de todos los mortales / ¡Eterna controversia sobre dolores vanos!/ Engañados filósofos que proclamáis: "Todo está bien"/ Acudid, contemplad las ruinas horribles, / Los fragmentos, los guiñapos, estas pobres cenizas».
