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Mi pasado me condena

¿Qué sería de mi vida si un extraño fenómeno me catapultase hacia atrás en el tiempo, dejándome varado en 1973? Esa es la premisa de Life On Mars, una miniserie de la BBC que la filial latina de HBO empezó a emitir este domingo. En el caso puntual de la serie, este salto hacia atrás le ocurre al policía Sam Tyler (John Simm), que en un momento desesperante de su vida –su novia acaba de ser secuestrada por el asesino serial cuya pista seguía- es atropellado por un auto y despierta 33 años atrás. (La serie transcurre en 2006, año de la producción original.) Cuando descendió de su Jeep Grand Cherokee, Tyler estaba escuchando la canción de David Bowie Life On Mars? en su iPod. Al despertar después del accidente, su Jeep ha dejado lugar a un Rover P6 dentro del cual suena la misma canción, sólo que ahora gracias a una cinta tan anticuada como el vehículo. Uno de los versos de la canción profetiza a Tyler lo que le ocurrirá en breve: “Miren al hombre de la ley, golpeando al tipo equivocado. / Me pregunto si sabrá alguna vez que forma parte del exitoso show ‘¿Hay vida en Marte?’” En efecto, Tyler deberá presentarse ante su nuevo superior en la policía, el DCI Gene Hunt (Philip Glenister), que conduce sus asuntos a la vieja usanza: es brutal, xenófobo y sexista. Al menos en su primer capítulo, la serie le saca jugo a las contradicciones entre el políticamente correcto Tyler y su impresentable jefe, creando deliciosos momentos de comedia que tan sólo parecen haber comenzado.

¿Cómo eran ustedes en 1973, en caso de que ya existiesen entonces? Déjenme ver: yo tenía once años, estaba terminando la escuela primaria, era miope, algo gordito y desesperadamente tímido. (Ahora también, pero cuando uno se vuelve adulto deja de parecer tímido para parecer antipático, nomás.) Regresar a esa época me resultaría tan angustiante como al pobre de Tyler, no sólo porque me vería obligado a usar pantalones con botamanga ancha y a padecer la insufrible música popular del momento –pienso en aquellos programas de TV como Música en libertad y Alta tensión-, sino porque además, sabiendo lo que hoy sé, tendría consciencia de la inminencia del golpe militar y del genocidio que también se aproximaba. Me imagino tratando de contarle a alguien que vengo del futuro, y describiéndole lo que va a ocurrir en 1976. Nadie me hubiese creído, lo cual resultaría más que comprensible: mi relato habría sonado demasiado terrible, demasiado delirante para ser considerado factible. 

Esa es una de las tantas diferencias que nos separan de la gente de buena parte de lo que suele llamarse Primer Mundo. Ellos pueden fantasear con viajar al pasado, lo cual sólo les genera un conflicto de modas, de estilos y a lo sumo se relaciona con un problema puntual, como el del asesino a quien Tyler persigue. Los que vivimos en el Otro Mundo tendríamos problemas bien distintos, en caso de regresar a 1973. No pensaríamos en prevenir un crimen, sino en evitar cientos de miles, en muchos casos ordenados y cometidos por representantes del Estado. Ya me imagino la película, con mi pobre protagonista tratando de convencer a alguna gente de que se vienen los campos de concentración y los vuelos de la muerte. Sería un relato apasionante, no me cabe duda. Aunque infinitamente más triste que Life On Mars.

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17 de julio de 2007
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PENSAMIENTO NEGATIVO

El pensamiento negativo es una patología tan absorbente como la de una tenia. Absorbe la felicidad para trasformarla en detritus y no cesa de sorber de las sustancias más ricas su extracto alegre. Este parásito actúa como un voraz  elemento que desde la clandestinidad, amparado en la invisibilidad, succiona para su cuerpo larguísimo aquello que es dulce, dorado, esférico, perlado, celeste, candeal, para convertirlo mediante un metabolismo raudo en un material de deshecho. Su acción es tan súbita que apenas permite un disfrute suficiente para bañar el sabor del confite, el olfato de perfume  y la vista con un bosque de color. Inmediatamente la tenia engulle el síntoma de contento para volcar sobre su aparición un vómito desahuciado. En ocasiones se llega a tal perfección del pensamiento negativo que sólo se ve la felicidad a contraluz como desde una estancia en que domina asiduamente el miedo, la decepción, un aire suavemente  podrido que termina abatiendo. En estas condiciones, sólo se ama ráfagas secas. ¿Cómo salir de ahí? Sólo si se piensa negativamente sobre lo negativo, una vez adiestrado en la negación, avanza su descrédito, sólo reconociendo el proceder de la tenia, su instinto torcido y  parasitario se recobran raciones de paz.

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17 de julio de 2007
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LENGUA NATAL, PAÍS NATAL

Parece que un lector me ha agarrado en falta por haber escrito en una entrega anterior, respecto del escritor Julien Green, “nacido en París… sin ser su lengua natal el francés”. ¿Puede ser posible semejante cosa, nacer en un lugar, y no tener por lengua natal la de ese lugar?

Quizás si recurrimos al párrafo completo, nos resulta una mejor explicación: “nacido en París, de padres virginianos, murió a los 98 años de edad en 1998 (había nacido con el siglo XX), y sin ser su lengua natal el francés…”. La lengua natal, con la que uno nace, puede ser diferente de aquella del sitio donde se nace, si, como en este caso, los padres tenían por lengua propia no el francés, sino el inglés. La lengua natal, de nacimiento, vendrá a ser no la del suelo, sino la que se mama con la leche materna.

Es lo que ocurre, por lo general, con los hijos de los inmigrantes que dentro de las paredes de su casa hablan su propia lengua de origen, hasta que el niño puede alcanzar por sus propios pies la calle, y empezar a nutrirse de la lengua ambiente, la del país donde deberá vivir como hijo de extranjeros.

Los nacidos como hijos de extranjeros pueden tener automáticamente la nacionalidad del país donde nacen, según cada legislación, de modo que se podría ser español o francés por nacimiento, pero no necesariamente por la lengua.

Es lo que quise expresar, en el caso de Julien Green.

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17 de julio de 2007
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LIBROS PRESCINDIBLES

Otra vez me veo ordenando la biblioteca. Las estanterías de la casa. Haciendo huecos donde ya no cabe nadie más. Intentando retirar, donar, prescindir o cambiar libros que crees que son prescindibles. Me cuenta prescindir de los libros, aunque sean manifiestamente prescindibles -y no hablo de los libros basura, ni de autoayuda, ni de tantos otros que ni siquiera hay que permitirles la entrada a casa-, aunque quizá nunca más los vuelva no ya a leer sino abrir, pasear rápidamente por ellos. Me cuesta. Algunos amigos se ríen porque conservo, por ejemplo, nueve libros dedicados de un autor menor. No entienden que no me decida a mandarlos al lugar del descanso que muchos se merecen. O que los mande a pasear a la cuesta de Moyano.

Una vez conté que un amigo crítico, uno de los más destacados críticos españoles, que recibía muchos libros y naturalmente tenía un serio problema de espacio en casa, cada semana hacía un ejercicio de desprendimiento. Un divertido juego de condenar o apartar de tu vida, de tu casa, lo que crees que no te debe interesar. Los cambiaba por otros en la cuesta de Moyano, arrancaba la página de dedicatoria y el libro salía casi intocado a los estantes de los libreros de segunda mano. Después le dijeron que con la firma los valoraban un poco más. Ahora se encuentran sus libros desechados con cariñosas y cercanas dedicatorias del autor. Es menos sentimental, menos cobarde o más sincero que yo.

Yo sé que hay muchos prescindibles. Que cuando haces el canon más sincero te sobran tantas novelas, tantos ensayos, incluso tantos libros de poesía -me cuesta más prescindir de los poetas- que siempre se podría hacer espacio en la biblioteca. Todo se puede reducir. ¿Cuántos libros serían suficientes para no perdernos lo fundamental? ¿Con cuántos libros se hace una biblioteca suficiente para un curioso y universal lector? Una vez me dijo Vargas Llosa que con dos mil libros un buen lector tendría cubiertos más que dignamente todas necesidades culturales. Hace mucho pasamos de esa cifra, hace mucho nos dimos cuenta que tenemos más de lo que podremos leer y, sin embargo, no paramos. Seguimos por acumulación. Por avidez. Por avaricia. Por posesión incontrolada. Por vanidad. Por entretenimiento. Juego. Decoración… No tengo ni idea. Pero seguimos.

No una vez, muchas veces, me han preguntado, ¿pero los has leído todos? Suelo dar una respuesta convencional, casi pidiendo perdón. Pero recuerdo la genial respuesta de Cabrera Infante a su amigo Andy García. El famoso actor se presentó en la casa londinense de Guillermo Cabrera Infante, ciertamente muy llena de libros. También de música y objetos de variada cubanidad, pero sin duda eran los libros de las altas estanterías los que dominaban la decoración de la casa. Andy se quedó mirando, y con sorpresa y admiración, volvió a repetir la tópica pregunta: ¿Los has leído todos?...No se esperaba Guillermo una pregunta tan manida de su admirado compatriota. Tardó unos segundos y con su serio y rápido humor, contestó: “Solamente una vez”…Y cambiaron de música.

Y yo, tantos de los que conservo, ni siquiera una vez. Me lo tengo que mirar.

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16 de julio de 2007
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DOS CARAS

Decir de alguien que tenía dos caras suponía tacharlo de falsedad. Hoy, por fin, todos tenemos al menos dos caras, dentro y fuera de la red, y con frecuencia advertimos que necesitaríamos algunas más. Como nadie se resigna actualmente a tener sólo una vida, una pareja, una vivienda o un reloj, nadie elige como el mejor destino el destino unívoco y polarizado.

Cada vez un mayor número de seres normales son usuarios regulares de las dos caras. Seres normales, seres aparentemente de una cara para todos y compuestos realmente por dos: una orientada hacia la cara de los demás y otra orientada hacia la pantalla, una preparada para las convenciones y los rasgos censados y otra desconocida, donde se inventan los gestos y los perfiles. Una cara para sobrevivir y otra para jugar, una cara para hacer frente a los demás y otra múltiple, sin dibujar, para sortear los demás y sortearse acaso a sí mismo en un malabarismo que cada vez ocupa un puesto más principal en sus existencias. El lugar que antes faltaba clamorosamente para completar la representación de la personalidad. Es decir, el lugar de la ilusión, la invención o la creación que permanecía sofocada.

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16 de julio de 2007
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Un buen par de alegrías

Uno tiende a reaccionar con reflejos impecables cuando se trata de compartir una queja o un motivo de enojo (por piedad, no me hagan hablar del partido de ayer ni mencionen nada que venga del Brasil), pero suele ser más lento cuando el asunto pasa por compartir una alegría. Esto es lo que me gustaría hacer hoy, de manera muy breve. La semana pasada se confirmó que por primera vez en la historia, las escuelas de nivel secundario de toda Francia incluirán dentro de su programa de cine la exhibición de un filme argentino. Y ese filme resultó ser, para mayor alegría, uno muy próximo a mi corazón: Kamchatka, que dirigió Marcelo Piñeyro, con Ricardo Darín y Cecilia Roth de protagonistas.

Me consta, por haberlo vivido en carne propia, que además de hablar sobre un momento particular y terrible de nuestra historia, Kamchatka es una narración que conmueve a públicos de todas partes, quizás porque el drama del que habla es, además de histórico, uno con resonancias universales. Todos hemos sido pequeños alguna vez, todos nos hemos sentido víctimas de una injusticia, todos perdimos la inocencia cuando advertimos que nuestros padres ya no podían protegernos de muchos de los males de este mundo. Ojalá los muchachos franceses lo entiendan de esta manera, como un relato que habla de los valores más profundos que puede transmitir una familia, y también de la manera en que la realidad suele avasallarlos –con la complicidad de aquellos que privilegian su interés por encima del bien común.

El jueves pasado hubo una conferencia de prensa aquí en Buenos Aires, durante la cual se anunció la buena nueva. Fue en el Ministerio de Educación, con presencia del ministro Daniel Filmus y de las autoridades francesas del área, lideradas por el embajador Frederic du Laurens. También estuvieron Piñeyro, Roth y Darín, como las caras más visibles de aquel proyecto que nos conmovió tanto. (Oyendo hablar a Ricardo recordé la tarde en que nos reunimos a leer el guión por primera vez, poco antes del inicio del rodaje. Nos costó llegar al final, dada la emoción que nos cerraba las gargantas.) Ojalá el año próximo las autoridades francesas opten también por Nueve Reinas, otra película argentina que aspira a ser exhibida en los cursos superiores del secundario. Sería un bonito homenaje para su director, el desaparecido Fabián Bielinsky, que aquí en la Argentina colaboró siempre con el programa equivalente al francés, llamado “La Escuela en el Cine”, con dirección de Roxana Morduchowicz.

Ha sido un mimo para todos nosotros. Yo ya venía contento, por el hecho de que La batalla del calentamiento haya quedado entre las finalistas del premio Rómulo Gallegos que ganó Elena Poniatowska. Comparto también este dato, en la esperanza de que aquellos que disfrutaron de la novela lo sientan también como un triunfo propio –que lo es, en la medida en que los lectores somos siempre co-creadores.

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16 de julio de 2007
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PROUST EN CATALÁN

La industria proustiana fue tan potente en los últimos años y tan seria, llena de una especie de soberbia erudita (comentarios sobre la obra, biografías, ensayos sobre lo bueno de leer a Proust, etc.) que es un alivio descubrir una reedición de Dos pastiches proustianos (Anagrama) de Llorenç Villalonga. Es el libro más inteligente y más improbable sobre el autor de la Búsqueda del tiempo perdido: la traducción al castellano de una obra en catalán que finge (y consigue) ser un texto en prosa de Proust en francés.

No hay duda al releer el libro casi 30 años después de mi primera lectura: el resultado es de primer orden, convincente, lleno de ironía y de guiños a la figura del escritor francés. Ambos textos podrían ser de Proust tanto por el movimiento de las frases como por la manera de ser y de no ser del narrador, de dar vueltas para conseguir una infinita precisión en la descripción de emociones.

El primer “pastiche” que se titula “Marcel Proust intenta vender un De Dedion-Bouton” es un retrato psicológico del escritor dedicando una energía considerable a explicar lo que él describe como una “solución casi imposible” a una pesadilla suya. “Charlus en Bearn”, el segundo texto, es un encuentro entre la obra de Proust, a través de uno de sus principales personajes, y Bearn la casa aristocrática que ha dado su nombre a la novela más conocida de Villalonga.

Comparar Bearn con El Gatopardo de Lampedusa es algo tan común que no vale la pena involucrarse en este tema. Villalonga era un aristócrata de Mallorca y no es difícil comparar su figura un poco austera con la del novelista siciliano. Ambos contaron desde una isla del mediterráneo la decadencia ineludible de las grandes familias cuando son “fin de raza”. En realidad, hay una dimensión histórica en Lampedusa y algo más íntimo, psicológico en Villalonga.

No importa reabrir el debate cuando tenemos de nuevo la oportunidad de descubrir el homenaje de Villalonga a Proust. Sus dos textos son excepcionales. Villalonga recuerda en su introducción la expresión utilizada por Proust para pedir excusa al conde de Montesquiou preocupado por su parecido con Charlus: una imitación es “un exceso de admiración”. Una imitación es también un conocimiento extremo. Podemos morir de risa al leer los dos textos de Villalonga, pero no podemos ignorar que el aristócrata mallorquino hizo lo más difícil: comportarse como un maestro en lo que parece ser un mero juego.

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16 de julio de 2007
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II. SERPIENTES EN OFERTA

Las puntadas de humor, de ironía y de gracia de Julien Green en su diario de los dos años finales de su vida, me acercan más a él, como lector, que cualquier reflexión profesoral, enemigo como era de la banalidad retórica.

Oigan, por ejemplo: “En una tienda en Marsella donde se venden animales de sangre fría, peces, tortugas, etc., este anuncio: para el día de la madre, diez por ciento de rebaja en las serpientes. ¿Qué irán a ofrecer para el día del padre?”.

Este otro: “Marqués de Pubol, ése es el título nobiliario conferido a Dalí. Error, debería llamarse marqués de Carabás. Además, es más bonito, y él tiene ya los bigotes de gato”.

Otro: “las biografías, rebanadas frías de ternera”.

Y en lo que hace a verdaderas filosofías que no pierden su gracia, y no son para nada crepusculares: “El orden mundial se instala solapadamente, es por el dinero que el Big Brother se hará realidad, no será una persona, sino una entidad, y bajo sus órdenes los robots dirigirán a un pueblo sin alma. El dinero mata el alma, es el programa del demonio, en el que nadie cree porque como dice Baudelaire, su suprema habilidad consiste en hacer creer en su inexistencia…”

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16 de julio de 2007
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Doy Fe De Fatalismo

Vivo en una ciudad sitiada por ejércitos de problemas sin solución. "Razón de más para no preocuparse", concluimos los chilangos con resignación, girando luego el coco hacia ambos flancos. "Cada día estamos peor", sentencia uno, y es como si al hacerlo cumpliera con su parte. ¿Qué está peor? Casi todo. Los precios, los salarios, las calles, los impuestos, las drogas, el futuro, el aire, las escuelas, los automovilistas, el agua, los peatones, las putas, los taxis, el humor, la policía, los secuestradores, los boy-scouts, los repartidores de pizza, nada ni nadie escapa del proceso de diario empeoramiento cuyo origen se pierde en el medioevo del plañir nacional.

—Chilango que no se queja es noruego, colega —por eso es imposible sobrevivir entre tantos problemas insolubles sin cargar con la cruz de un ego lastimado. Al primero que nos lo toque sin la debida y previa gentileza, le damos con la cruz en el punto más frágil a la vista —ahora que si yo fuera noruega y tuviera que vivir aquí, me quejaría hasta en horas de sueño. De día llevaría conmigo una pancarta en lugar de paraguas, para nunca parar de estarme quejando.

—Yo tampoco quisiera ser el noruego que sale a caminar con su paraguas y cuando menos piensa ya está nadando.

—Según informa el Instituto Nacional de Copronáutica, el drenaje profundo de la ciudad de México va a reventarse en ciento quince horas con treinta y siete minutos, o sea que tenemos de aquí al viernes para hacernos de alguna góndola y cuando menos irnos a la mierda con estilo —¿necesito añadir que mi musa Afrodita tiene una innata visión de negocios?

Desde niños se nos informa reiteradamente que la ciudad de México fue construida sobre agua, y así tomamos las primeras lecciones de fatalismo charro, pues se entiende que todo se hundirá más tarde o más temprano, con o sin estallidos de albañal. Ahora bien, ésa es sólo una de las enfermedades terminales con las que los chilangos estamos habituados a vivir. Quiero decir que la ciudad donde vivo está desahuciada desde que la conozco. Afortunadamente, y a la fortuna se lo apostamos todo, el colapso aguafiestas se anuncia desde siempre pero, uf, nunca llega.

Claro que en México D.F. llegar a donde sea no es gesta sencilla. El tráfico también empeora cada día, de forma que hasta los colapsos, en otras partes raudos e intempestivos, aquí se las ven negras para llegar a donde sea, y cuando al fin lo logran ni quién les haga caso. ¿Qué chilango va a tener tiempo para sentarse a esperar el colapso, si de entrada se sabe parte de él?

— Vaya al grano, colega. Y tampoco se esponje, recuerde que para una musa profesional no basta con tener estilo, también hay que saber corregirlo —lo dice lentamente, como privilegiando un lenguaje corporal de sintaxis sinuosa y contundente.

Ser chilango es creer en el azar como en un santo siempre milagroso al cual todos vivimos encomendados. Por eso, cuando algún ángel de la guarda comete pecado mortal, es enviado en castigo a cuidar de un chilango. Ninguno exageramos al decir que existimos de milagro, pues según me reporta Afrodita del Carmen, que algo sabe de asuntos ultraterrenos, los habitantes de la ciudad de México requerimos, para sobrevivir al caos imperante, de aproximadamente 5.93 milagros por hora; de modo que hasta los ateos recalcitrantes viven confiados en que Dios proveerá. Y provee, claro, pero el constante déficit de milagros hace que proliferen los ángeles piratas, que son en realidad demonios freelance, comúnmente mejor armados y entrenados que los de alas y aureola para enfrentar esa combinación de fuego amigo y enemigo que los chilangos entendemos como calor local.

—¿Y la mujer desnuda, colega?

Un problema sin solución no es ya un problema, sino un signo concreto de fatalidad. Tengo de aquí a mañana para acabar de asimilar a la mujer totalmente desnuda que caminaba ayer en contrasentido, a las seis de la tarde, por la calle de Niza, a media cuadra de Paseo de la Reforma, con tráfico pesado, tormenta próxima y ese espeso vapor de irrealidad que se adueña del aire cada vez que un milagro comienza a gestarse.

—¿Qué le cuesta poner "cada diez minutos"?

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16 de julio de 2007
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Ahora que ya sé decir ‘pennícula’

Las palabras del delegado de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona, Jordi Martí, sobre Woody Allen me saltaron al cuello desde las páginas del diario de la burguesía catalana: "Reiteró que el Ayuntamiento ha aportado una subvención de un millón de euros a la productora Mediapro-". Esto ya lo sabíamos porque los directores de cine barceloneses se sentían estafados: jamás se había pagado semejante cantidad, ni siquiera cuando aquel caballero filmaba tremendos petardos históricos sobre los sufrimientos de Catalunya que sólo veían Pujol y sus hijos el día del estreno.

Sin embargo, lo mejor de las declaraciones de Jordi Martí venía luego: "-en términos de inversión". O sea, que no es una subvención sino una inversión "que (se) recuperará en parte o totalmente en función de los beneficios que obtenga la película". Cielo santo. Mi alcalde concede préstamos con mis impuestos. Espero que el porcentaje sea usurario para compensar tanto ridículo.

¿Y por qué invertimos en una película de Woody? ¿Por qué no en una pintura de Frederic Amat o en un libro de Miquel de Palol? Ya que estamos buscando beneficios con eso que pomposamente llaman cultura, ¿no sería más adecuado invertir en talento local? ¿Hemos de ayudar a los norteamericanos a hacerse una cultura? ¿Tan triste es el panorama de inversores yanquis que no pueden ni siquiera financiar a Woody? ¿O será que ya nadie da un duro por él? Pues si perdemos la inversión, ¿quién nos compensa? Casi todos los funcionarios consultados aducen que los beneficios serán de tipo publicitario. La ciudad aparecerá en todas las pantallas donde se proyecte el film. Eso es cierto. Y como buena publicidad, la Barcelona que verán será una gigantesca mentira. Ayer rodaban en las Ramblas, lugar del que huyen los barceloneses y que está tomado por masas de ociosos en calzoncillos, rondados por trileros, carteristas, lateros y gitanas con niño dopado. En la película, sin embargo, Scarlett pasea en soledad por un lugar sosegado, limpio, silencioso, tan estúpidamente onírico como todas las mentiras municipales.

Artículo publicado en: El Periódico, 14 de julio de 2007

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16 de julio de 2007
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