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Cuando Kundera cunde

Por 31 de julio de 2007 Sin comentarios

Xavier Velasco

¿Que cómo es Afrodita del Carmen Martínez-Goebbels? Mal se puede pedir al deslumbrado que dibuje en detalle el deslumbramiento. No obstante, aun coronada por ese resplandor de fábrica que hasta a nuestras conversaciones más inocuas les da un efecto como de hielo seco, observo que la musa de estas líneas es ciertamente más carne que mito, más saxofones que arpas y por supuesto menos ropa que pudor.

  —Van a pensar que vengo a trabajar en cueros, colega. No mame, por favor —últimamente, sus esfuerzos por sonar chilanga y terrenal me dan cierta ternura. Inocente Afrodita, si soy yo quien se encarga de que nunca parezca más terrenal que el roce de un arcángel, aun si su mero aroma tiene ya cuerpo de perdición guajira.

Y aquí empieza el problema. Ninguna descripción, por exacta que sea, nos dejará contentos a los dos, incluso y sobre todo sabiendo ambos que lo nuestro no es una ciencia exacta sino, y eso con suerte, una conciencia a medio aproximar. Cuando alguien me pregunta para quién escribo, busco cualquier respuesta que la excluya a ella, igual que esos adolescentes prendados de una prima hermana cuyo nombre pronuncian fatalmente en secreto. Pero no escribo para complacerla, ni pierdo medio cool por miedo a disgustarla. Si no me es concedido probar su notoria existencia, escribo para al menos probarle a ella la mía.

  —Ahora dígame que es El Loco del Nomeolvides —se hace la dura, pero no me engaña: nadie que no haya sido arrasado por Kundera juega así con las frases de Kundera. Además, el amor puede nacer de una sola metáfora.

  —Soy un ingenuazo aliado de mis sepultureros —le sigo la corriente sin encajar el golpe, para que vea lo bien que soporto la densidad de todo su ser.

¿Cómo explicar que uno hace lo que hace para probar que existe ante quien no existe? Claro que eso de la existencia es relativo. Ahora mismo que andamos en Kundera, no estaría de más traer a cuento aquello de que "importantes son las obras y no los bailes de los príncipes". No existe un solo príncipe del siglo XIX cuya vida privada conozcamos mejor que la de Emma Bovary. ¿Cómo no va a existir aquella provinciana sedienta de luna, sentenciada a vivir y soñar entre palurdos? ¿Podrían no existir el Beethoven y el Napoleón de Milan Kundera? Sería tanto como negar a Kundera mismo, pues nadie sino él lo apostó todo por la existencia de lo sólo hasta entonces inexistente. La apuesta no es por lo que pasó, ni por lo que pasa, sino por lo que siempre pudo pasar, y aún podría. Por eso es para ella, la improbable probable, que formo las palabras una junto a la otra frente al unánime pelotón de sus ojos.

  —Nunca el tiro de gracia tuvo tanta gracia —y lo dice entornando esos ojos de bang mojado en boom.

No se puede escribir, y menos describir, sin conspirar contra la realidad. Cuenta uno lo que ve, quizás como lo ve, o como lo veía, o como siempre hubiera querido verlo. Unas veces se narra desde la costumbre, otras desde el asombro; y el ángulo, y el ojo, y el ánimo jamás son el mismo. No cuenta uno las cosas para adaptarlas a la realidad, sino para adaptar la realidad a ellas y sólo así dotarlas del aliento preciso para alegar que existen. Hay amantes que piden cuentas de suspiros; la musa exige cada exhalación. Anda, invita, con ansia de contagio, renuncia conmigo a la realidad. Por lo demás no puede uno sentarse a hormar la realidad sin haberla metido en el congelador. Lo caliente es la historia, no sus huellas, le susurra al oído la musa intrusa, y uno tiene que ir por la vida pretendiendo que la virgen no le habla y el paisaje objetivo le importa un poquito.

  —Ya lo dicen los estatutos de la Unión Nacional de Musas Novelistas: El paisaje objetivo es improductivo.

  —La realidad no sabe de control de calidad.

  —Si me escribe un bolero con ese estribillo, puede que hasta me salte una o dos de las cláusulas de UNaMuNo. Y si me sigue describiendo lo congelo, como a la realidad.

  —Por eso digo que eres indescriptible.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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