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AIRE ACONDICIONADO

Gracias al aire acondicionado han podido habitarse, explotarse, comercializarse y destruirse ecológicamente impensables zonas del planeta. El aire acondicionado actúa como un poderoso vehículo de la civilización a lomos del cual cabalgan millones de seres humanos y sus planes en este mundo, los aeropuertos, los hoteles, las alcobas, los hospitales y los centros comerciales. También los negocios y toda suerte de ocios.

Y, sin embargo, el mundo entero que se ha encerrado dentro de él abomina asiduamente de su presencia. Acaso no hay invención que junte tanto el deseo y la aversión, su atracción y su rechazo, su condición de bien contra el malestar del calor insalubre y su incuestionable carácter de nocivo  para la salud. Entramos en el aire acondicionado, conectamos el aparato y nos abandonamos a su influjo con la convicción de que nos perjudicará pero ¿cómo no enchufarlo?

El establecimiento sin aire acondicionado delata su penuria o su atraso. En cualquier lugar, casi en cualquier latitud y en todo espacio interior el aire llega acondicionado. Acondicionado para librarnos del calor pero acondicionado, a la vez, para empujarnos al catarro, la neumonía, la faringitis o las fiebres sin definición exacta.

¿Tampoco se les ocurre nada al sector tecnológico para evitar que el mundo entero, globalizado, refrigerado, se encuentre bajo la sevicia de este invento a medias, con tantos años de experiencia interhumana y sin haber logrado todavía acondicionarse? Ser efectivamente acondicionado a nuestra condición.

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16 de agosto de 2007
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II. EL ASESINO QUE POSA AL LADO DE SU VÍCTIMA

Albos gatos mansos, entonces, de pelambre esponjosa, que se lamen con fruición encantadora los bigotes, y que parecen incapaces de quebrar un plato, menos aún el plato donde toman la leche. ¿Será el gato heraldo de la muerte, del que hemos leído, uno de estos gatos sanos y barrigones? 

Las crónicas no describen al gato anunciador de la muerte del asilo de ancianos de Providence, pero tampoco hablan de ningún gato malvado y fiero, de esos de uñas afiladas, como el que cortó la yugular de un zarpazo al Obispo de León de Nicaragua, Fray Antonio de la Huerta, en venganza por haberlo dejado encerrado en una alacena. El Obispo había castigado al gato, y cuando arrepentido fue a librarlo de su prisión, le saltó al pescuezo, horrendo crimen que pasó a la posteridad porque en la sala capitular del Patio del Príncipe, en la culata de la catedral, el retrato al óleo del obispo muestra también al gato, sentado mansamente a su lado. Pocos retratos como ése, donde el asesino posa al lado de su víctima.

Gatos, cualquiera que sea su color, catadura o pelambre, en los que al fin y al cabo nunca se puede confiar, pues por muy sociables e inocentes que parezcan, son capaces, ya se ve, de aparecerse de pronto como mensajeros oficiosos de la vieja parca.

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14 de agosto de 2007
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AUSENCIA (II)

La ausencia es la forma suprema de la elegancia, siendo la elegancia el efecto esencial que nunca se pronuncia, se oye o se apresa. La ausencia llega aún más lejos con su impacto, no se ve, no se toca pero, además no se hace por sí misma ilocalizable. Es lo ilocalizable hasta la extenuación.

La fuerza de la ausencia deriva precisamente de esta imposibilidad para calcular su ubicación y atribuir alguna medida a su encuentro y penetración. Impenetrable, niquelada, la ausencia se hace resistente a toda herramienta, a cualquier ley y su fuga de toda esperanza incluye la fuga de la racionalidad y el orden. Como en los solares devastados la ausencia crea un cosmos sin posibles confines y, además, manifiesta sin darse a conocer, una fuerza superior que abate con su desesperación la imaginación misma de sus límites.

El cuerpo amado que se ausenta deja tras de sí primero un melancólico rastro de memoria dolorida pero, gradualmente, agranda su vacío incoloro y todo él se transforma en un inmenso gigante transparente donde los sentidos se extravían, la primera búsqueda aumenta su desconcierto y ya cualquier intento de reconstrucción sentimental topa con la extrema demolición que la ausencia día tras día extiende sobre el más ínfimo vestigio del  recuerdo.

Nunca seremos capaces de convivir con la ausencia que en su progreso revela la naturaleza de un orden superior, no ético sino desolador, no físico sino progresivamente abstracto, no alcanzable sino tan huidizo e indefinido como la sutileza invisible de la elegancia, esa forma de atributo sin formalización, ese sistema sin clave, ese ámbito, donde se despereza la danza de lo elegante y el bostezo de la ausencia como transparentes categorías de Dios.

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14 de agosto de 2007
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Pobre niña rica

Cayó en mis manos Factory Girl, la película de George Hickenlooper que se estrenó a fines del año pasado con tanta mala suerte como la de Edie Sedgwick, el personaje real cuya historia narra. Factory Girl fue víctima de uno de esos típicos estrenos de apuro para colar una semana en cartel, que se hacen para calificar a las nominaciones de los Oscar. (No obtuvo ni una.) A esa altura, si hay que creerle al artículo que publicó The New York Times el mes pasado, la película ya estaba condenada de antemano: el rodaje con demoras y múltiples retomas, más la presión que Harvey Manostijeras Weinstein, dueño de derechos de distribución, suele ejercer en la sala de edición, hicieron que todo el mundo empezase a bajarle el pulgar a Factory Girl aun antes de ver un solo fotograma.

Es verdad que la película que vi no vale gran cosa. Factory Girl habla de Edith Minturn “Edie’ Sedgwick, aquella chica rica de familia americana patricia que se convirtió en musa de Andy Warhol, la primera de sus superstars. Según parece –disto de ser un experto en este tema, todo el universo Warhol me deja frío a excepción de The Velvet Underground-, Edie le prestó al plebeyo Warhol la pátina de glamour que estaba necesitando para terminar de colar en el microuniverso de los fashionistas. Más allá de la actuación de Sienna Miller en el papel de Edie, la única forma en que vale la pena ‘leer’ el filme es como una historia de vampiros, con Warhol (Guy Pearce) en el papel de Drácula y la pobre Edie como una Mina sin Jonathan Harker que la rescate. En realidad sí aparece un Harker fallido, a quien la película llama ‘Bobby’. El nombre remite a Bobby Neuwirth, con quien Edie tuvo un romance, pero el hecho de que este ‘Bobby’ sea un músico famoso que canta folk y toca la armónica y anda en moto remite más bien a quien por entonces era el mejor amigo de Neuwirth, a saber Bob Dylan. ¿Y quién interpreta a este ‘Bobby” en el filme? Hayden Christensen. O sea el jovencito blando y carente de todo carisma que interpreta a Annakin Skywalker, también conocido como Darth Vader, en las últimas películas de George Lucas. Desde que Christensen entra en cuadro intentando hablar como Dylan, la única oportunidad de que alguien rescate a Edie de su muerte anunciada desaparece en el acto y la película se convierte en una autoparodia.

Lo cual no impide que el destino de esa pobre niña rica me conmueva de todas maneras. Había, imagino, una gran película latente en la vida de Edie Sedgwick, lo que va del rancho familiar en California y la prosapia que remite al Mayflower al Chelsea Hotel, las internaciones en neuropsiquiátricos y la muerte por sobredosis: una (otra) tragedia americana, parafraseando a Dreiser. Factory Girl no lo es, al menos en esta encarnación. (Parece que ahora saldrá a luz una versión más completa: habrá que darle otra oportunidad a Hickenlooper, que hasta hoy era un interesante autor de documentales.) Pero aun en su estado actual tiene momentos escalofriantes. Si Hickenlooper fue fiel a su ética de documentalista y la escena que recrea del filme de Warhol Beauty No. 2 es cierta (allí vemos a un viejo amigo de Edie que la azuza ante cámara para ver cómo reacciona ante la exposición de sus miserias), creo que mi broma sobre Warhol como Drácula debería empezar a ser tomada seriamente.

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14 de agosto de 2007
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El factor tiempo/páginas

Se me escapó la columna de Alberto Fuguet en el suplemento de libros del diario chileno El Mercurio del día 5 de agosto. Sería peligroso mandar el lector a una página cuyo acceso en la Web muy pronto será restringido. Pero por suerte, Fuguet reproduce sus artículos en su blog. Y, como siempre, su manera de acercarse de perfil a las cosas para enfrentarlas mejor funciona muy bien. Él, que se describe como “escritor/lector”, es excelente escritor cuando habla de su vida como lector.

Esta vez, el lector camina para permitir al escritor una frase obvia “el que no quiere leer, que no lea”. Así de sencillo. Fomentar a la lectura está bien pero no tenemos que producir lectores pues nosotros mismos, los aficionados a la literatura, somos los primero en huir frente a un libro de gran tamaño reconoce Fuguet.

Lo que me atrae de esta confesión es que paso por la misma traición que cuenta Fuguet: tengo que reconocerlo, no terminé Until I Find You de John Irving, un autor que había acompañado desde el principio de su carrera en cada uno de sus libros, incluyendo unos no traducidos en Europa.

¿Tiene que ver esto con el número de páginas del libro de Irving? (824 páginas, en este caso, en la edición americana de Random House). Fuguet responde de manera positiva con la invención de un nuevo factor que relaciona páginas y tiempo de lectura.

“El factor tiempo/páginas, dice Fuguet, no sólo está invadiendo la industria literaria (editar libros más cortos para asustar menos, algo que se podría entender desde el punto de vista de un editor, por ejemplo), sino, y esto me parece francamente fascinante, también está alterando la forma de leer y de escribir.” De ser así podríamos decir Bye-Bye a Proust, Tolstoi, Mann, Hugo, Dumas, etc. lo que me parece inverosímil. Aun más: me parece que Fuguet se equivoca: no rechazamos a ciertas obras clásicas por ser largas sino por perder pertinencia ya fuera de su época o por tener una forma cuya relación con el contenido nos parece equivocada.

Lo que no podemos soportar es la mala combinación entre un formato literario (por ejemplo, la novela larga, que se instala en un relato lento y muy completo y ubica a sus personajes de manera muy cómoda en todos los aspectos de su vida social, psicológica, económica, etc.) y ciertos argumentos. Hay autores que se pierden en su relato. Creo que es el caso de Irving en su última novela, con las referencias interminables a los tatuajes y las visitas repetidas de Ámsterdam que el autor ya visitó en la novela anterior. De verdad, somos buenos, ingenuos lectores. Aceptamos el camino más largo pero hay que entregarnos algo en el recorrido. No importa el número de páginas, pero cada página tiene que justificar su presencia.

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14 de agosto de 2007
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DESCUBRIMIENTO DE UN POETA

El poeta ya estaba allí pero no lo habíamos visto. No lo habíamos leído. Ahora nos parece un despiste de demasiados años. Muy desatentos estuvimos con Luis Rogelio Nogueras. Nos avisó nuestro editor, y amigo, Chus Visor. También su calidad, su singularidad y su humor sorprendió al muy conocedor, al maestro José Manuel Caballero Bonald. Ahora, en estos días de verano estamos leyendo a este poeta cubano que murió hace poco más de veinte años. Que escribió bastante. Que tuvo premios. Trabajó en el cine. Escribió novelas. Y nos dejó una variada, irónica, amorosa y humorosa cantidad de buenos poemas. En uno de sus libros había una verdadera confesión de principios en una cita de Hans Arp: “No invento nada. Es la vida quien inventa lo que pinto. Yo oigo y copio. Leo y copio. Palpo y copio. La vida se vale de mí como de un espejo”

Mucho nos han gustado algunos de los poemas de Nogueras. Su recién publicada antología poética se llama: “Hay muchos modos de jugar”. Muchas citas al cine, muchos homenajes, músicas cercanas, erotismo feliz, humor lleno de calores tropicales, bromas y verdades. No creo que el editor se moleste por copiar uno de sus poemas:

“JOSÉ Z

Dijo carajo o corazón/ cuando los demás decían ebúrneo azur corola/
Desnudó a la “ninfa de rosada ala”/ y la obligó a bailar borracha/ en una fiesta de negros/ Destrozó la lira/ le clavó unas tablas sin pulir/ hizo con ella un tres una guitarra/
una inquietante raqueta de tenis / Desplumó cisnes / y los asó en púa/ No bebió ambrosia sino ron / No hubo cenizas sino en la punta de sus cigarros /
No leyó a Ronsard sino a Salgari / No suspiró por princesas sino las poseyó /
No adoró “el cristal fúlgido del verso prístino” / sino más bien se rió del poema/
sino más bien caminó por el poema/ sino más bien durmió en el poema/
sino más bien cabalgó sobre el poema/ sino más bien demostró- sin lujo de detalles-/ que Todo era El Poema.”

Pues eso, que con permiso de algunas sabinistas, o mejor sin su permiso le haré llegar éste libro al cantante/ poeta que más veces dice carajo en público y privado.

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14 de agosto de 2007
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Etérea remitente / I

Coleguita My Love,

Te extrañará el tuteo, tanto como toparte aquí con mis palabras. La verdad, no me atrevo a seguir tratándote de usted después de haberme dado esta libertad. Puedes, si te acomoda, entender la presente como otro de mis diarios abusos, pues en el colmo del protagonismo he violado quién sabe cuántas cláusulas del que hasta ayer fue nuestro contrato. Me he puesto en tu lugar, literalmente. Y aquí estoy, donde nadie me llama. Puedes también soltar, como lo hiciste ayer, otra de esas sentencias lapidarias que te permitirá negarme de un plumazo y atribuir cada una de mis palabras al estado febril de tu imaginación. Por eso, y porque cada día tienes la generosa iniciativa de incluir aquí unos cuantos entre mis comentarios —los menos memorables, en mi humilde opinión— te correspondo con una cita extraída directamente de los tuyos:

—Tú cállate, que ni existes —me demoliste la última vez, y lo curioso fue que te hice caso. Me callé, pero pensando sólo en no enturbiar el eco chocarrero que te acompañaría después, como una maldición gitana sembrada en territorio católico, apostólico y chilango. Perdóname, Cariño, pero como te he dicho soy muy profesional, y eso incluye saber cuándo y cómo cobrar el alto costo de una rotura contractual. Digo, no esperarás que yo la pague. ¿Me entiendes o te explico?

Perdona una vez más que me atreva a tanto. Ya sé que es raro y hasta desconcertante que de repente sean tus comentarios los que aparezcan solos, entre guiones, antecedidos por mis parrafadas. Un lector distraído podría figurarse cualquier cosa, y hasta contradecirte y sospechar que existo, más allá de tu autorizado parecer. ¿O será que aún no atinas a enterarte que, existencias aparte, soy infinitamente más verosímil que tú? Pobre de ti, Querido, si fuera de otra forma. Escribir es borrarse por principio. Nadie quiere ver al titiritero, se aterriza en la historia con la ilusión de que cada muñeco tiene voluntad propia y todo lo que pasa está pasando. Si yo no existo, Darling, te borras tú conmigo, porque estás apostando tu vida a la mía. No pretendo, por cierto, tener la razón. Soy una musa, no la necesito. Lo que busco, eso sí, es darte una pequeña muestra de mi arbitrariedad. Aquí la tienes, Baby, es toda tuya: igual que yo, insiste en existir.

Te decía, en fin, lo que ya nadie tiene que decirte: el vicio de escribir tiene que ver con el deleite propio de empequeñecerse igual que un titiritero. Ya lo canta Paquita la del Barrio, si te borras es mejor. Y como tú también existes con insistencia en mi reino, no podía hacer menos que ayudar a borrarte un rato de la escena, antes que abandonarte a tu inexistente suerte. No niego tu derecho a denunciar mis abusos en UNaMuNo; comprobarías entonces que la Unión Nacional de Musas Novelistas tiene la facultad de despedirme, pero tú no. Y eso lo arruina todo, Corazón. De manera que puedes, si te divierte, dejarme sin salario, aunque no sin misión, y convertirme así en tu enemiga entrañable; lo que no está en tus manos es que me vaya. Ni siquiera en las mías, vamos. Echamos a andar una maquinita cuyo funcionamiento comprendemos a medias y cuyo control no podemos ejercer. Sólo nos queda creerla, con la pasión que nunca merecerá la verdad. Ese es nuestro negocio, Queridito. Créeme que estoy bien lejos de Mary Poppins, y deja ya de confundirme con tu hada madrina, que yo con esas perras ni el saludo.

—Tenerte a ti es como vivir con Alf —alcanzaste a bromear, para acabar de hundirte. ¿Sabes qué habría sido de Alf, el programa, sin Alf, el personaje? ¿Creíste que apodarme Alfrodita me iba a minimizar como a las ventanitas del monitor? Pues mírame, Cosita, que me has puesto a escribir en tu lugar. ¿Quieres saber ahora cuáles fueron los trucos que me dejaron llegar hasta acá? Vale la pena, créeme: pura teoría literaria, como para ponerte guapo con un sesudo ensayo. Yo sé que te interesa, no te niegues negándome. Y como dijo Schere, mañana te lo cuento. Hasta entonces, Mi Vida.

Siempre tuya,

  Afrodita del Carmen M-G.

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14 de agosto de 2007
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I. ÁNGEL DE LA MUERTE CON BIGOTES

Habrán leído ustedes la historia del gato que anuncia la muerte de los ancianos en un asilo de Estados Unidos, propiamente en Providence, estado de Rhode Island. La doctora Joan Teno, geriatra de la Universidad de Brown, nos dice que el gato se las arregla para aparecer antes de que vaya a ocurrir un deceso, y generalmente lo hace durante las dos horas anteriores.

Es un gato al parecer sin nada de diabólico, y a lo mejor no tiene ni el color negro con que se suele identificar al demonio cuando se disfraza de gato en las historias de aquelarres de brujas, esos que vigilan al lado del caldero donde hierve la sopa de azufre. Ni se asemeja a los maliciosos gatos de ojos relampagueantes, encendidos como brasas, de las novelas de misterio.

Lo contrario de esos gatos satánicos son los gatos pacíficos y gordos, de los que, ahítos de leche y de caricias, bostezan tranquilos en las salas burguesas sentados sobre sus cuartos traseros en el mullido cojín de un sofá, y que cuando dejan su inercia lo hacen con movimientos perezosos aunque elásticos,  para arrimarse a sus dueños restregándose a sus piernas con un cálido ronroneo. Gatos que, a lo mejor, hasta un lazo rosa lucen en el pescuezo. Un gato, en fin, de antecedentes impecables, de esos gatos felices y prósperos que anuncian alimentos para gatos.

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13 de agosto de 2007
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CALOR

Aparecen días muy ardorosos pero tal como son en Santa Pola estas jornadas indolentes de la  naturaleza. La bola del calor, la esfera ardorosa del mediodía aparece envuelta en una esponja de humedad, tan cálida como la totalidad de la esfera que nos cierra, pero a la vez chorreando como si fuera, vista desde la distancia, una emanación de alivio contra el bochorno. No se trata de esto, sin embargo. El mismo bochorno segrega a la vez aquellas exudaciones cálidas como si sustituyera la respiración neumática por la hidráulica y el mismo calor del aliento enfermo se trasmite a las secreciones líquidas que todos vamos emanando. La mágica ventaja de esta sudoración aparece cuando, al captar alguna brisa, el cuerpo resucita aquí y allá con una veta de frescor pero es sólo un instante, un matiz muy fugaz. De inmediato se recubre esa asadura fresca o ese omóplato enfriado de la misma capa de cera líquida en  que se convierte el efecto húmedo del sol. Nos hallamos pues como sumidos sin cesar en un caldo escurrido, una inmanente salsa invisible que a cada instante podemos como rebañar de nuestra piel sin hacer herida, del dorso de las manos o la espalda, desbordándose  como un reguero sobre los pliegues del estómago, derramándose  por las líneas de la frente y  permeando por las membranas de las axilas. No hace  propiamente calor como si se produjera afuera sino que ese calor se presenta tan asiduo y espeso, que se deposita en el interior de los cuerpos y los posee hasta el colmo.  De esa manera es como se realiza la traspiración. No acosados por el calor sino como poseídos por él, no rebozados por él, sino embuchados de su grasa meliflua y tremebunda. Transfigurados en albóndigas calorífugas.

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13 de agosto de 2007
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La ilusión del Proyecto Humano

Me compré el DVD de Children of Men y la volví a ver. Por tercera vez. Con cada nueva visión me parece más grande. Me da rabia que no haya obtenido el reconocimiento que merece, creo que se trata de una película antológica: por lo que cuenta y por la forma en que lo cuenta. Hay secuencias increíbles desde un punto de vista técnico, por ejemplo la que registra un viaje, la persecución y sus consecuencias sin salir nunca del interior de un auto, o el plano secuencia de la última parte, desde que Theo pierde a Kee y a la bebita hasta que las recupera dentro del edificio y se enfrenta a los soldados. En todo caso, lo más maravilloso de esas secuencias es que fluyen naturalmente, sin imponerle al espectador su prodigio narrativo.

Basada en la novela homónima de P. D. James y dirigida por mi admirado Alfonso Cuarón, Children of Men se permite interrogarse sobre el destino de la especie a partir de una anécdota con elementos de ciencia ficción: el año en curso es 2027, un punto de inflexión en la historia en la medida en que hace ya mucho que ninguna mujer puede concebir. Por esas vueltas del destino, el escéptico Theo Faron (Clive Owen) debe custodiar a la única mujer embarazada que ha conocido el mundo en más de veinte años. Esa mujer, Kee, es una inmigrante ilegal en una Inglaterra que persigue a la gente de su condición y la encierra en campos de concentración o en ghettos al estilo de Varsovia. Su misión es ponerla en manos de un grupo político llamado Proyecto Humano, cuya existencia real ni siquiera está del todo probada, en la asunción de que son los únicos que están en condiciones de protegerla –a ella y a la criatura por nacer.

En este contexto Children of Men engendra escenas que me seguirán acompañando mientras viva. La epifanía que se produce cuando la existencia de la bebita Dylan es develada y todas las facciones –los soldados del gobierno, las fuerzas de la resistencia entre los inmigrantes- detienen su fuego y dejan de matarse… tan sólo por un instante. O la secuencia del final, con Theo, Kee y la bebita boyando en el bote. Intuyo que el estudio presionó allí y Cuarón se vio obligado a agregar un plano que convirtiese ese final en uno que resultase feliz de manera inequívoca. Para mí el final verdadero tiene lugar con la imagen del bote y de la boya, cuando todavía no hay ni señales del barco salvador, cuando nos preguntamos si el Proyecto Humano –el grupo del que se habla en el filme, pero también el proyecto humano en sí mismo- existirá de verdad o será tan sólo una ilusión.

Siempre que la veo le descubro algo nuevo. Anoche me conmovió lo que podría parecer una escena menor. Theo visita a un pariente que tiene un cargo en el gobierno, con la idea de pedirle un favor. Cuando llega a verlo, descubre que este pariente ha estado rescatando obras de arte de su inminente destrucción, en gira por un mundo entregado a la anarquía. Cenan junto al Guernica de Picasso, la conversación aclara que han salvado algo de Velásquez y otro poco de Goya. De hecho, el David de Miguel Angel custodia la entrada. El pariente se lamenta entonces de que llegó demasiado tarde para salvar a La Piedad, que cuando arribó a Roma ya la habían destrozado de manera irreparable –a diferencia del destrozo real que le produjo un loco hace años, al golpearla con una maza.

A veces pienso que vivo en un mundo que está decidido a acabar con la piedad.

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13 de agosto de 2007
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