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El enamorado constante

Tardé meses en comprarme el DVD de The Constant Gardener. La película me había dejado tan triste que tuve que hacer acopio de coraje. Pero al fin lo hice y volví a verla. Tanto o más que la primera vez, me pareció una película bellísima. Creo que no valoramos lo suficiente el hecho de que algunas de las mejores películas del último tiempo hayan sido dirigidas por latinoamericanos. Los amigos de Hollywood se las verían en figurillas para encontrar cuatro films suyos que estuviesen en el nivel de este Jardinero fiel dirigido por el brasileño Fernando Meirelles, de Children of Men (Adolfo Cuarón), de Babel (Alejandro González Iñárritu) y de El laberinto del fauno (Guillermo del Toro).

Basada en la novela homónima de John Le Carré –que no leí-, The Constant Gardener responde a los lineamientos del thriller internacional: un país africano (Kenia), una ex potencia colonial con intereses económicos en el lugar (Gran Bretaña) y el poder casi omnímodo de las compañías multinacionales, en este caso farmacéuticas, utilizando a los kenianos como conejillo de Indias para una medicina con la que planean ganar billones. Pero más allá de los ropajes del género que Le Carré cultiva, The Constant Gardener es en esencia una historia de amor: la del diplomático inglés Justin Quayle (Ralph Fiennes, que parece haber nacido para estos roles desgarrados de enamorado con mala pata) y su esposa Tessa (Rachel Weisz), una trabajadora social que decide hacer algo para impedir que la compañía farmacéutica siga matando kenianos –y al intentarlo desata las iras del monstruo, que tiene más cabezas que una hidra.   

No es mi intención pasar por alto el tema político que The Constant Gardener plantea. Como ciudadano del Tercer Mundo, conozco de cerca los manejos de estas empresas todopoderosas que hacen estragos en nuestros países, tan faltos de controles legales y tan propensos a la corrupción. Pero me gustaría detenerme en el corazón de la película, porque a fin de cuentas es lo que la hace funcionar como funciona.

The Constant Gardener debe convencernos de que el apocado Quayle será capaz de desenmascarar una conspiración internacional, escapando una y otra vez a sus perseguidores y superándolos en ingenio. La única forma de que el relato nos convenza de que Quayle hará semejantes cosas sin convertirse en James Bond, pasa por su relación con Tessa. Quayle es apenas un hombre gris que de repente empieza a preguntar demasiado. Si decide perseverar a riesgo de su vida, es porque no sabe de qué otra forma seguir amando a Tessa que no sea la de completar su labor, terminar lo que ella dejó inconcluso; más allá de ese deseo, nada importa ni importará ya.

La película resulta tan conmovedora porque las escenas de intimidad entre Justin y Tessa son pura luz. Créanme, debe haber pocas cosas más difíciles en el terreno de lo narrativo que transmitir que dos personas se conocen y se aman de verdad en tan sólo unos segundos de película. Los escritores de una novela o de un cuento pueden volver a esas páginas todas las veces que sea necesario, durante años incluso, hasta que les queden bien. Un equipo de filmación tiene tan sólo unas pocas horas para lograrlo. Es mérito de Meirelles, de Fiennes y de Weisz (radiante como nunca, la pediría en matrimonio si no estuviese ya casada), del guionista Jeffrey Caine, del director de fotografía César Charlone y de todo el equipo el haber producido algo tan bello jugando contra el reloj. Se trata de escenas mínimas, de esas que cualquiera tiende a soslayar porque no avanzan la trama: una ocurre en la cama, otra en el baño. Pero narran el amor de Justin y Tessa con tanta verdad, que el espectador no duda que de estar en el sitial de Quayle haría lo mismo, ni más ni menos: cualquier cosa con tal de mantener viva la flama de la relación, un romance de esos con los que todos soñamos.

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22 de agosto de 2007
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MANIFIESTOS

Acabo de leer 49 manifiestos sobre la arquitectura, un hallazgo del excelente sitio La Petite Claudine. Los manifiestos son hospedados en el sitio de Icon, revista de diseño y de arquitectura que propone una corta historia del papel de los manifiestos antes de publicar nada menos que 50 manifiestos (en inglés). Al leerlos todos descubrí que uno de ellos es meramente una invitación para la salida del verdadero manifiesto.

Pequeña síntesis de una lectura:

1. Ya pasó la época de los manifiestos (ver el manifiesto 29 y el 49).
2. Solo 13 participantes se atreven a escribir un manifiesto. El mejor construido como tal viene de Caracas (44).
3. Se cita a un solo autor: Dickens.
4. 6 participantes hacen un dibujo, 6 utilizan un eslogan (en total, tantos como los que escriben textos).
5. 11 hablan de políticas, todos a través del medio ambiente o de la relación entre el hombre y su entorno (natural o urbanístico).
6. No hay referencias a la estética o la belleza, pero se habla de lo normal, de lo común, de lo cotidiano como algo deseable.
7. Muchos manifiestos son publicidad para su autor. Quizás el único manifiesto que se puede escribir hoy es un manifiesto para sí mismo.
8. Me gusta lo que dice Richard Hutten, un diseñador de Amsterdam: “No soluciono problemas, creo oportunidades”.

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21 de agosto de 2007
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AVISO PARA MITÓMANOS

Soy un confeso mitómano. He sido capaz de encontrarme feliz en algún lugar porque allí estuvo Robert Graves- incluso en su tumba, un lugar perfecto para descansar el resto de la no vida- o porque allí bebió Ava Gadner. He recorrido lugares, casas, bares, bibliotecas, cementerios, playas u hoteles en las que estuvieron algunos de mis mitos. Y no hablo de mitologías del siglo XX. También he seguido la estela de Safo, Virgilio o John Ford. No me importa la época. Incluso estuve en un lugar donde nunca pudo dormir un tal Ricardo Reis, ese heterónimo de Pessoa redimido por Saramago.

La ciudad, creo, más visitada por razones de mitomanías ha sido París. Casas, cementerios, cafés, calles y hoteles en los que he dejado que mi imaginación me acercara al admirado me han proporcionado momentos de placer. Incluso con algunas incomodidades. Pero, ¿qué importa que el hotel sea incómodo si allí durmieron -o mejor no durmieron- Sartre y Simone De Beauvoir? Y lo que aún me emocionaba más. Estuve en la misma habitación donde escribió, y seguramente tuvo muchos encuentros con esos amantes callejeros que le gustaban, el admirable Jean Genet. Más de una vez estuve alojado en el hotel La Louisiane. Todo un mito de los hoteles del barrio Latino. Un lugar privilegiado para imaginar la vida de Saint-Germain-Des-Prés en los años de la mejor canción francesa. Un lugar donde se citaba Sartre con “el Castor” y con otras amantes. Un lugar donde el escritor de Las criadas bebió, escribió, amó y desamó. Un lugar así, además de otros muchos en la nómina de mitos, bien merecía un poco de sacrificio si de comodidad hablábamos.

Hace años que no voy al hotel La Louisiane, ya me pareció demasiado precario, sin aire acondicionado, sin un buen baño, de dudosa limpieza y de comodidad francamente mejorable. Pero recuerdo sus habitaciones de rotonda como un lugar mítico. Como un grato recuerdo. Un amigo, también mitómano, me preguntó por ese hotel. Quería pasar unos días con su pequeño hijo, con su mujer. Y quería vivir en ese París que pertenece más al decorado que a la realidad. Muy vivamente le aconsejé estar en ese hotel. Conseguir una habitación de rotonda. Y pensar que por allí estaría el espíritu de un París que ya solo está en la literatura. Debería haberle recomendado el Lutetia pero, por razones de presupuesto, me pareció que La Louisiane estaría bien. Al menos una vez.

Todavía me habla. Pero ya no se fía más de mis recomendaciones. El hotel, eso sí, está muy bien ubicado, eso no lo puede negar. Pero tuvieron que huir la primera noche. Además de incomodidades varias, obras, ruidos, ausencia de servicios, aparecieron unos pequeños habitantes. Esos bichos que solo nos son simpáticos en algunos dibujos animados. Salió huyendo de los mitos.

Hay mitomanías, rituales, que corresponden a la edad inmadura. Todavía tengo mucho de inmadurez, esa de los seguidores de Gombrowitz, pero tampoco me fío de mis hoteles de mitómano. Pues eso, aviso para mitómanos que quieran pasar unos días en París. Cuidado con algunos hoteles. Al menos con ese hotel tan mítico llamado La Louisiane. Ya no se pasea por sus habitaciones el espíritu de los ilustres habitantes, los que se pasean son bichos. Ni Albert Camus, ni Kafka estarían dispuestos a vivir con esos habitantes. Al menos no con los que se mueven con nocturnidad por ese hotel parisino.

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21 de agosto de 2007
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Los cuernos informáticos

Una de las ventajas de vivir en México es que aquí las computadoras son mujeres. Para quienes almacenamos fobias no negociables contra el término orden, es gran consuelo no tener que someterse a los caprichos de un ordenador. Que era el caso de HAL, el maligno procesador de 2001 que a muchos nos dejó para siempre aquejados de suspicacia. Ahora bien, se equivoca quien piensa que una computadora hembra es necesariamente más amigable que un ordenador macho. Yo que vivo con dos, cada una orgullosamente incompatible con la otra, puedo decir que entre ambas me desquician la vida un poco más de lo que me la ordenan. Dice el proverbio árabe que quien tiene dos chicas pierde la cabeza, y quien tiene dos casas pierde el alma, pero no ha habido un alma caritativa que lo actualice y nos deje saber qué es lo que pierde el dueño de una Mac y una PC.

  —Pierde el tiempo, Mi Amor. Y eso sí que es fatal, porque al fin puedes hasta vivir más ligero sin cabeza ni alma que te estorben, ¿pero sin tiempo? Wendy Carlos, conocida hace tiempo como Walter y convertida en una laboriosa señora de su casa que programa computadoras y sintetizadores, igual que otras prefieren tejer colchas y carpetas, dice a sus críticos que la llegada de un nuevo procesador a su vida, lejos de facilitarle las cosas, le suma un 14 % de tiempo de trabajo al proyecto. La gente pierde tanto el tiempo peleando por dinero que cuando lo consigue ya no le queda tiempo para gastarlo más que en medicinas. Tú mismo vives, aún en el exilio que compartes conmigo, en permanente angustia por el paso del tiempo. Mira el reloj: son las dos de la tarde y apenas vas en el segundo párrafo. ¿Son esas las ventajas de traerte la MacBook a la cama?

  —Siempre creí que nunca me metería con una Mac. Su misma pulcritud me parecía chocante, sus fanáticos infumables, su personalidad falsamente amigable. De entrada, abominaba la idea de una computadora que me hiciera la vida tan sencilla. Desconfío de los seres serviles, más todavía cuando son robots. Había, por contraparte, una cachondería inexplicable en el cinismo sádico de una y otra PC, quizá precisamente porque me parecían poco confiables, e inclusive traidoras naturales. Se duerme más contento con una callejera conocida que con una virtuosa amurallada.

  —Las Mac no son exactamente serviles, pero ninguna oculta sus propósitos matrimoniales. Mírala aquí, en tu cama. Hace tres meses que en esta casa puede perderse todo menos la MacBook. Y mientras tanto la otra permanece apagada por semanas. ¿Sirve de algo decir que en la Vaio también recibes correo, y que a este paso va a tardarse en llegar el triple que una carta desde el Mato Grosso? ¿Por qué no le haces frente al problema y como un caballero las presentas?

  —¿Comunicarlas? Nunca. Son irreconciliables como la morenaza y la pelirrojota, y si un día se entendieran sería para contagiarse las peores mañas. Además, no sé cuántos días tendría que pasarme aprendiendo a instalarle el Windows a la Mac, cuando precisamente de ahí vengo huyendo. Si alguien se encuentra en el camino a Bill Gates, dígale que hace tiempo no sabe de mí.

  —¿Por qué entonces no vendes la Vaio?

  —Porque a veces con ella me siento extrañamente libre, y porque armado de un buen antivirus me aventuro a recorrer los sitios para forajidos digitales, a lo largo de noches libérrimas en las que nada cunde como el desorden y no hay lenguaje informático que se atreva a ponerme límites racionales...

  —Tranquilo, Mi Rey, no tienes que gritar para que entienda. Ya me di cuenta que la Vaio es tu amante y no quieres que nadie se lo vaya a decir al señor Gates. ¿Tú crees que él no tiene otra MacBook en la cama? ¿Sabes cuánto se excita la gente con esas cosas?

  —Sí, pero no, Afrodita... —intento iluminarla mediante un par de señas que apuntan justamente a este monitor.

  —Vaya, pues, lo que no quieres es que le llegue el chisme a Miss Mac. Mira Querido, si te enteraras sólo de la mitad de lo que ella te sabe, la echarías ahora mismo por la ventana. A menos que esperaras a saberlo todo, y entonces te aventaras junto a ella.

  —¿Debería temerme que estás celosa de mi computadora?

  —De una no, de las dos. Y ellas también están celosas de mí, así que estás en manos de las tres. A ver cómo haces para contentarnos.

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21 de agosto de 2007
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SILICON LIFE

Desde hace tiempo vengo leyendo que la evolución de los ordenadores inteligentes se predice ya con un grado de acierto casi absoluto. “La inteligencia de silicio va evolucionar de tal manera -dice Gordon E. Moore, ex chairman de Intel Corp.-  que se hará difícil llamar computers a los computers”. Pero la inteligencia de los ordenadores no se detendrá ahí. Muchos científicos aseguran que las máquinas llegarán a ser pronto mucho más inteligentes que Albert Enstein o Stephen Hawking juntos. Y cuando se posea estas máquinas se podrá a la vez producir otras aún más sofisticadas. Finalmente, siguiendo la ley de Moore (“La complejidad de los computers se duplica cada 18 meses”), hacia la mitad del siglo podrán existir máquinas que lleguen más allá de nuestra capacidad y conocimiento. Esto es lo que ha pronosticado Raymond Kurzweil, presidente de la Kurzweil Tecnologies Inc., y autor del  famoso libro The Age of Intelligent Machines. Dice Kurzweil que “las máquinas alcanzarán la capacidad del cerebro humano -100.000 millones de neuronas y 100 billones de conexiones- con un PC de 1.000 dólares alrededor del año 2.019. Para el 2.030 con menos de 1.000 euros dispondremos de un artefacto con el poder de unos mil cerebros humanos; en el 2.050, aproximadamente, por ese precio la potencia será equivalente a mil millones de cerebros humanos”.

Y no acaba ahí la cosa. La  continuación de este progreso –asegura Robert E. Newnham, un científico de la Universidad de Pennsylvania- conducirá a crear nuevas formas de vida, una silicon-life, dice, que puede transformar la civilización. Toda nuestra ciencia y nuestro arte, e incluso el concepto de nosotros mismos, proceden de lo que nuestros sentidos nos dicen sobre el mundo. Pero seres que pueden ver las ondas electromagnéticas y oír las luces, que pueden sentir el vasto vacío mediante átomos de acero, tendrán una muy distinta percepción de la realidad. Lo que aprendamos de ellos puede ser más impredecible y formidable que todos los descubrimientos obtenidos mediante microscopios, telescopios, rayos X y otros instrumentos de alta tecnología empleados para amplificar nuestros sentidos.

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21 de agosto de 2007
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EL DELITO DE VESTIR COMO INDÍGENA

Tengo a la vista un recorte de prensa en el que de manera escueta se informa que Rigoberta Menchú, la indígena guatemalteca galardonada con el Premio Nobel de la Paz, fue expulsada de un hotel de lujo en el balneario de Cancún, al confundirla con una vendedora ambulante. Acudía al hotel para sostener una entrevista de prensa, y se hallaba en Cancún asistiendo a un foro internacional.

Rigoberta, como la habrán visto ustedes en las fotos, viste siempre como lo hacen las indígenas de su etnia maya en Guatemala, un traje muy colorido que se parece al que usan las indígenas mexicanas que venden en las calles de Cancún, y a la entrada de los hoteles, suvenires a los turistas.

No sé si será este el primer caso de la expulsión de un lugar público, pues los hoteles lo son, de una personalidad de rango mundial, solamente porque viste de manera diferente, de acuerdo a su propia identidad. No me imagino a Rigoberta entrando a un hotel de Cancún vestida de sandalias y shorts, de gorra y camiseta playera con la insignia de los Bulls de Chicago. En su manera de vestirse está representada la dignidad de la causa que ha defendido, y la identidad y los derechos de los indígenas que son mayoría discriminada y segregada en Guatemala, como se ve que lo siguen siendo en los balnearios exclusivos de México.

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21 de agosto de 2007
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Un extraordinario jardín de canciones

Me enamoré de la música de Charles Trénet de manera un tanto insólita. Por supuesto, conocía sus canciones más populares como la mayor parte de la gente: desde Que reste-t-il de nos amours? a La Mer (que mis hijas conocen como Beyond the Sea gracias a Finding Nemo), y desde Ménilmontant a Je Chante, se trata de melodías que llevamos grabadas en la memoria sin que sepamos dónde y cuándo las oímos por primera vez; a esta altura, no sería desatinado decir que forman parte de nuestro inconsciente colectivo.

Mi amiga Silvina Senn supo por este blog que yo estaba viviendo una etapa de febril Brelmanía (como en, admiración ferviente por las canciones de Jacques Brel) y desde su refugio parisino me avisó de la llegada a Buenos Aires de un espectáculo que supuso me gustaría: el cantante Jacques Haurogné y el pianista Ezequiel Spucches iban a presentarse en Clásica y Moderna, con un repertorio lleno de joyas de la canción francesa.

Haurogné y Spucches revisitaron clásicos como Les Féuilles Mortes de Jacques Prévert y Ne Me Quitte Pas de mi adorado Brel (canción que me hace llorar cada vez que la escucho, como el Aleluya de Leonard Cohen en versión de Jeff Buckley), alternándolos con la interpretación que hizo Spucches de autores argentinos como Alberto Ginastera. (Ezequiel tocó una Danza del Gaucho Matrero prodigiosa: esas manos parecían tener vida propia.) Pero el grueso del espectáculo se lo dedicaron a las canciones de Trénet. La voz de Haurogné brilló en Le Jardin Extraordinaire y también en Y’a d’la joie, es un cantante de técnica impecable. Tratándose de un pianista de formación clásica, Spucches mostró una versatilidad infrecuente: se movió como pez en el agua entre las formas tradicionales de la canción francesa y el swing del jazz que la música de Trénet suele demandar al mismo tiempo.

Al escuchar Au Bal de la Nuit por primera vez, me dije: esta es una canción de Brel. Estaba segurísimo, la canción tenía todas las marcas del belga, la melodía juguetona, el fraseo, los versos insolentes y perfectos. Cuando descubrí que en realidad era una canción de Trénet, entendí que no habría habido Brel sin Trénet y que era hora de que yo hiciese los deberes. Al llegar a casa en la madrugada me puse a googlear como loco, tanto para desasnarme respecto de su historia (me quedé pensando en un aspecto que la película La Mome / La Vie en Rose también soslayaba respecto de la vida de la Piaf, esto es la actuación de los artistas franceses durante la ocupación alemana) como para escuchar todas las canciones que pudiese. Y aquí estoy todavía, espiando apenas la punta del iceberg: ¡Trénet tiene registradas más de mil canciones!

Así que tengo Trénet y Brel para rato, y a través de ellos acceso a algunas de las más maravillosas canciones que se hayan escrito nunca: las más alegres, las más románticas y las más tristes. Déjenme, pues, agradecer a Silvina, a Haurogné y a Spucches como se debe, y de paso al Boomeran(g) que ofició de tejido conectivo, porque el descubrimiento de un artista maravilloso es un regalo de esos que no tienen precio.

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21 de agosto de 2007
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AGENTE OFICIOSO

Con toda nostalgia pongo punto final al tema de Oscar, paradigma de los gatos, o como diría Cervantes, honra y prez de la gatería andante. Para un gato ayudar a un anciano morir, es tanto como desfacer un entuerto, que es a lo que se dedicaban los caballeros andantes, socorrer a los desvalidos.

Lolichka me ayuda a aclarar en su mensaje, que Oscar no es ningún visitante extranjero a las camas de los ancianos moribundos del Centro de Reposo y Rehabilitación de Providence, sino que vive allí mismo desde recién nacido, y que también suele dar la bienvenida a los residentes cuando llegan por primera vez.

Es, pues, un gato casero, lo que hace que sus funciones de ángel de la muerte puedan ser vistas desde dos ángulos diferentes: uno, como un viejo empleado amable del asilo, que ha crecido allí,  al que todo mundo le tiene confianza, y que por eso recibe cordialmente a los que llegan, y así mismo se acerca a sus camas para despedirlos cuando se van. Y dos, como un gato artero, que se aprovecha de la confianza recibida para subirse abusivamente a la cama de quien él mismo ha señalado como candidato al viaje final, asumiendo un papel odioso que nadie le ha dado.

Hasta la vista, Oscar.

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20 de agosto de 2007
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MELANCOLÍA Y UN POCO DE VINO

¿Por qué razón todos aquellos que han sido hombres de excepción, bien en lo que respecta a la filosofía, o bien a la ciencia del Estado, la poesía o las artes, resultan ser claramente melancólicos?... Así empieza un texto clásico de Aristóteles, Problema XXX, que hace unos meses fue  rescatado en una cuidada edición, como es norma de la casa, por la editorial El Acantilado. El breve texto está lleno de intuición, pero también de conocimientos que entonces eran considerados científicos. Un texto todavía tan vivo, tan vigente como la propia melancolía.

Hace unos días, desde que presentimos que se acerca el final de la vacación, que los días ya no son esperanzas abiertas, que cada día es cuenta atrás, que volveremos al tiempo de lo conocido, nos volvemos más melancólicos. ¿O no les pasa a todos? ¿Será que los melancólicos somos seres especiales? Somos los melancólicos más creativos. ¿Seré un elegido por ser melancólico?

Los poetas del “spleen”, que así llamaron los padres poéticos de la modernidad a la melancolía, eran depresivos y bebían absenta. Creadores melancólicos. Los de la antigüedad, la tribu Aristotélica, lo que hacían eran beber vino. Y esos, esos que algunos brutos llaman borrachos, en realidad es que son unos melancólicos.

Sigamos con Aristóteles: “...el vino tomado en abundancia parece que predispone a los hombres a caer en un estado semejante al de aquellos que hemos definido como melancólicos, y su consumo crea una gran diversidad de caracteres, como por ejemplo los coléricos, los filantrópicos, los compasivos, los audaces”… Ya está. Eso es lo que me pasa. Que bebo. Que bebo el vino de las tabernas gallegas. Que bebo el vino de las mejores bodegas y de otras de menos excelencias. Me acabo de dar cuenta de que yo, más que melancólico, soy un bebedor que es capaz de llegar a la melancolía y así me hago la ilusión de que me acerco a los hombres de excepción, a los poetas y otros bebedores.

De repente, leyendo a Aristóteles sobre la melancolía, se me bajaron todos los humos melancólicos. Se me bajaron las ilusiones de ser un artista.

Así también me recordé cuando presumí de poeta -éramos tan jóvenes que nos permitíamos engañar y engañarnos- ante alguna mujer que me gustaba. Lo creyó. Sobre todo lo creyó porque la invité a beber absenta. También es posible que le dijera algún poema de Jaime Gil de Biedma, melancólico, bebedor. Y sin embargo poeta.

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20 de agosto de 2007
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Insondables debates estivales

Debo de ser el único ocioso, quiero decir, sin obligación profesional, que escuchó con mansa devoción a esos portentos públicos, Pizarro y Álvarez. El primero por ser el jefe de Endesa, causante junto con otro señor (de quien nada se puede decir porque es inexistente) del bonito número de lupanar llamado Barcelona a les fosques. La segunda por ser titular de Fomento y encargada del catatónico estado de aeropuertos, trenes, autopistas y cabaña porcina de la Ciudad de los Prodigios. Fueron horas, pero valió la pena. Los estudios de antropología dan mucha y buena información para luego comprar el pan, ir al cine o consentir caprichos a la amada de un modo justo y benéfico. Quiero decir que no me importaba averiguar si eran culpables o no (sin duda lo son), sino conocer sus maneras y averiguar si se les caen los espaguetis por encima cuando comen.

La ministra Álvarez tiene el furor impío de la plebe, pero con peor educación. Digamos que es un cruce entre la Pasionaria y Fraga Iribarne. Que personajes como esta buena mujer tengan cargos de gobierno dice mucho sobre cómo se selecciona al personal. Sin embargo fue redimida por un majadero de Esquerra que la comparó con “un señorito andaluz que fuere a dar limosna a Barcelona”. Los señoritos andaluces jamás han dado limosna, eso es propio de clases medias. Hay que ver lo paletos que son los de Esquerra.

Pizarro, en cambio, me pareció un virtuoso. Su intervención dio esplendor al abogadillo del estado que llegó a jefe de una gran empresa corsaria europea. Un tiburón, uno de esos expertos que si trabajara para la Generalitat, Barcelona ya sería Berlín. Pero, claro, no puede porque no tiene el nivel C de catalán. Verle disparar sin piedad crueles obuses contra los diputados catalanes, cuyas intervenciones iban de la queja llorica al sentimentalismo indigesto, era patético.

Como escribió Alfredo Abián, agudo director adjunto de La Vanguardia, fue como ver a unos aficionados a la esgrima agitando sus infantiles floretes frente a una descomunal Tizona. Y para colmo, de la Corona de Aragón.

Artículo publicado en El Periódico, 18 de agosto de 2007.

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20 de agosto de 2007
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