Xavier Velasco
Una de las ventajas de vivir en México es que aquí las computadoras son mujeres. Para quienes almacenamos fobias no negociables contra el término orden, es gran consuelo no tener que someterse a los caprichos de un ordenador. Que era el caso de HAL, el maligno procesador de 2001 que a muchos nos dejó para siempre aquejados de suspicacia. Ahora bien, se equivoca quien piensa que una computadora hembra es necesariamente más amigable que un ordenador macho. Yo que vivo con dos, cada una orgullosamente incompatible con la otra, puedo decir que entre ambas me desquician la vida un poco más de lo que me la ordenan. Dice el proverbio árabe que quien tiene dos chicas pierde la cabeza, y quien tiene dos casas pierde el alma, pero no ha habido un alma caritativa que lo actualice y nos deje saber qué es lo que pierde el dueño de una Mac y una PC.
—Pierde el tiempo, Mi Amor. Y eso sí que es fatal, porque al fin puedes hasta vivir más ligero sin cabeza ni alma que te estorben, ¿pero sin tiempo? Wendy Carlos, conocida hace tiempo como Walter y convertida en una laboriosa señora de su casa que programa computadoras y sintetizadores, igual que otras prefieren tejer colchas y carpetas, dice a sus críticos que la llegada de un nuevo procesador a su vida, lejos de facilitarle las cosas, le suma un 14 % de tiempo de trabajo al proyecto. La gente pierde tanto el tiempo peleando por dinero que cuando lo consigue ya no le queda tiempo para gastarlo más que en medicinas. Tú mismo vives, aún en el exilio que compartes conmigo, en permanente angustia por el paso del tiempo. Mira el reloj: son las dos de la tarde y apenas vas en el segundo párrafo. ¿Son esas las ventajas de traerte la MacBook a la cama?
—Siempre creí que nunca me metería con una Mac. Su misma pulcritud me parecía chocante, sus fanáticos infumables, su personalidad falsamente amigable. De entrada, abominaba la idea de una computadora que me hiciera la vida tan sencilla. Desconfío de los seres serviles, más todavía cuando son robots. Había, por contraparte, una cachondería inexplicable en el cinismo sádico de una y otra PC, quizá precisamente porque me parecían poco confiables, e inclusive traidoras naturales. Se duerme más contento con una callejera conocida que con una virtuosa amurallada.
—Las Mac no son exactamente serviles, pero ninguna oculta sus propósitos matrimoniales. Mírala aquí, en tu cama. Hace tres meses que en esta casa puede perderse todo menos la MacBook. Y mientras tanto la otra permanece apagada por semanas. ¿Sirve de algo decir que en la Vaio también recibes correo, y que a este paso va a tardarse en llegar el triple que una carta desde el Mato Grosso? ¿Por qué no le haces frente al problema y como un caballero las presentas?
—¿Comunicarlas? Nunca. Son irreconciliables como la morenaza y la pelirrojota, y si un día se entendieran sería para contagiarse las peores mañas. Además, no sé cuántos días tendría que pasarme aprendiendo a instalarle el Windows a la Mac, cuando precisamente de ahí vengo huyendo. Si alguien se encuentra en el camino a Bill Gates, dígale que hace tiempo no sabe de mí.
—¿Por qué entonces no vendes la Vaio?
—Porque a veces con ella me siento extrañamente libre, y porque armado de un buen antivirus me aventuro a recorrer los sitios para forajidos digitales, a lo largo de noches libérrimas en las que nada cunde como el desorden y no hay lenguaje informático que se atreva a ponerme límites racionales…
—Tranquilo, Mi Rey, no tienes que gritar para que entienda. Ya me di cuenta que la Vaio es tu amante y no quieres que nadie se lo vaya a decir al señor Gates. ¿Tú crees que él no tiene otra MacBook en la cama? ¿Sabes cuánto se excita la gente con esas cosas?
—Sí, pero no, Afrodita… —intento iluminarla mediante un par de señas que apuntan justamente a este monitor.
—Vaya, pues, lo que no quieres es que le llegue el chisme a Miss Mac. Mira Querido, si te enteraras sólo de la mitad de lo que ella te sabe, la echarías ahora mismo por la ventana. A menos que esperaras a saberlo todo, y entonces te aventaras junto a ella.
—¿Debería temerme que estás celosa de mi computadora?
—De una no, de las dos. Y ellas también están celosas de mí, así que estás en manos de las tres. A ver cómo haces para contentarnos.