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III. UN LECHO DE ESPINAS

No era una situación fácil para ninguno de los presidentes centroamericanos. El presidente Vinicio Cerezo de Guatemala, que había ganado las elecciones a la cabeza de una fuerza emergente y nueva en el poder, como era la Democracia Cristiana, no tenía todo el poder en sus manos, ni menos tenía de su lado al ejército, ni a los empresarios. Era el mismo caso del presidente Napoleón Duarte de El Salvador, también electo a la cabeza de la Democracia Cristiana, que no tenía hasta entonces confiabilidad política de parte del ejército, ni de los estamentos conservadores del país. Para muchos, negociar era rendirse a la insurgencia de izquierda.

En el caso del presidente Rafael Azcona de Honduras, del Partido Liberal, su situación era de las más críticas, porque, como dije, las bases militares de los contras estaban abiertamente establecidas en su propio país, tal como lo reconoció él mismo en uno de sus primeros actos de valentía. El presidente Oscar Arias de Costa Rica, no contaba más que con el prestigio democrático de su país para asumir la iniciativa de la mediación, y tras tropiezos iniciales, sujeto también a múltiples presiones, lo logró por fin.

Pero menos fácil era la situación para el presidente Daniel Ortega de Nicaragua.

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30 de agosto de 2007
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Una trilogía dorada

Me encantan las historias fantásticas, pero en especial cuando funcionan como espejo –deformante, pero espejo al fin- de la realidad en cuyo patio jugamos.

Philip Pullman es el autor de una trilogía llamada His Dark Materials. Las novelas individuales se llaman The Golden Compass (que alguna vez circuló como Northern Lights), The Subtle Knife y The Amber Spyglass. Aquellos que no hayan oído hablar del asunto perderán pronto su virginidad: en diciembre se estrenará con bombos y platillos la versión cinematográfica de The Golden Compass, con Nicole Kidman y Daniel Craig (esto es, el nuevo James Bond) en los roles de Mrs. Coulter y Lord Asriel.

The Golden Compass significa la puerta de acceso a un mundo muy distinto del nuestro, en el que cada persona posee un daemon –una suerte de doble con forma de animal, siempre de sexo opuesto al del individuo en cuestión-, donde se navega el aire en zeppelines y los osos polares son hábiles herreros y mejores guerreros. La protagonista de la historia es Lyra, una huérfana que vive en la Universidad de Oxford (quiero decir, en una versión alternativa del Oxford que tuvo a Pullman como alumno primero y como profesor después) y que se ve involucrada en una conspiración que la llevará a recorrer mundos paralelos de cuya existencia nada sabía.

Más allá de las diferencias, el universo de Lyra se parece al nuestro en algunas de sus características menos edificantes. La vida está regida por el Magisterio, un poder eclesial cuyos integrantes practican el fanatismo: sus procedimientos son inquisitoriales, por lo que no dudan en controlar el pensamiento de los ciudadanos y en ejercer la violencia cuando lo consideran ‘justo’. (Una publicación llamada Catholic Herald describió los libros de Pullman como “dignos de la hoguera”.) Por lo demás su gente se parece mucho a la de este universo: movida por el miedo y la ambición, ocasionalmente exhibe una chispa de grandeza que permite vislumbrar cuán maravillosos seríamos si en vez de recurrir a nuestros ‘materiales oscuros’ nos dejásemos llevar también por la luz que vive dentro nuestro.

De buscar un antecedente a His Dark Materials no habría que pensar en Tolkien ni en la saga de Harry Potter, sino en Paradise Lost de John Milton y en las visiones de William Blake. Por algo The Amber Spyglass ganó el premio Whitbread al Libro del Año, la primera vez que se otorga ese galardón a un libro cuyo público es en buena medida infantil. (“Yo escribo para mí”, dice Pullman en su portal. Si la historia que escribo resulta ser de la clase que le gusta leer a los niños, pues que así sea. Pero yo no escribo para niños: escribo libros que son leídos por niños. Algunos adultos bastante listos también los leen”.)

The Subtle Knife desequilibra al lector al iniciarse en nuestro mundo tal cual es y presentar al coprotagonista de la saga, un niño llamado Will Parry. Al igual que Lyra en su universo, Will es un niño que ha debido criarse prácticamente solo, enfrentado a situaciones que acabaron con su inocencia antes de tiempo: una madre desequilibrada, un padre ausente, un presente de violencia. En este segundo volumen la ambición de Pullman empieza a dar dividendos insospechados. Por una parte se atreve a releer la narrativa de la Salvación, iniciada por la Biblia y revisitada por Milton. Pullman se aproxima al gnosticismo, sugiriendo que el Dios al que adoramos no es el Dios verdadero sino un impostor. (¿Cuántas novelas de fantasy e historias para niños se han atrevido a convertir al terrible ángel Metatrón en uno de sus personajes?) Pero por la otra parte Pullman abre también el juego a la ciencia: su visión de los universos paralelos y de la constitución atómica de nuestro mundo es coherente con los principios de la física cuántica y de la teoría del caos.

Mejor que termine aquí, escribiría horas al respecto. Pueden husmear en el site de Pullman, que tiene materiales muy interesantes –su opinión sobre la religión organizada, por ejemplo. Y también está el site de la película, cuyas imágenes me llenaron de ilusión: ¡ojalá la adaptación le haga honor a la novela!

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30 de agosto de 2007
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FLORES

Tras la aromaterapia, la cromaterapia y la taloseterapia, echo de menos la terapia a través de las flores. No mediante su color, su olor o su morfología sino de todos sus elementos juntos. Las flores efectivamente no las venden baratas pero nada se me ocurre que ofrezca más beneficio a cambio de su precio.

No se trata de la compañía de los animales que a fin de cuentas vienen a personificar los anhelos y miserias de sus amos, sus pulmones, su corazón, su boca fétida. No se trata, desde luego, de la asistencia vivencial de los perros, los pájaros o los gatos que siempre introducen una inquietante presencia a la habitación añadiendo los padecimientos propios de una categoría vital demasiado compleja.

Las flores viven y dejan vivir. Acompañan con el silencio exquisito y se expresan sólo para ser apreciadas. Son incomparablemente más narcisistas que los perros pero incalculablemente más respetuosas. Se dejan mirar sin necesitar observarnos, nos permiten disfrutarlas sin pedir después nada a cambio. Son además tantas, tan diferentes y sin embargo tan disciplinadas siempre que pueden ingresar en nuestro espacio sin invadirlo, respirar a nuestro lado sin transmitirnos un mal aliento, morir suavemente como seguramente preferiríamos morir nosotros mismos. Los cementerios se colman de flores asumiendo implícitamente que ellas son al cabo lo mejor que podríamos haber ofrecido de nosotros mismos, la imagen y semejanza de una existencia donde sin clamor se ama y luce, y sin dolor se desaparece.

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30 de agosto de 2007
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SER ESCRITOR

Algún amigo del blog se queja por mis juicios favorables sobre el escritor Umbral. Protesta por las actuaciones del personaje público. También por la retórica del escritor. Vuelvo a expresar mis admiraciones por su manera de escribir en los periódicos, en algunos libros autobiográficos y en algunos acercamientos que el escritor Umbral hace a su vida, su tiempo o a sus gustos literarios. Escribió mucho, escribió todos los días durante más de cincuenta años. Hay muchas páginas prescindibles. Otras deslumbrantes. Libres, certeras, dolientes, hirientes, profundas, leves, inteligentes y emocionantes como el mejor dominador de esa compleja herramienta que es el lenguaje.

Apenas he leído al Umbral de este siglo. Un libro tan diferente a su imagen tantas veces frívola o banal que podía dar su ser personaje tan público, Un ser de lejanías, ése es un libro para reconciliarse con el escritor.

Desde siempre el escritor llevaba un ser dentro que contradecía a su personaje: “el hombre de letras se resiente siempre de su injustificabilidad, y también en este aspecto es un letraherido. Los más banales buscan el éxito en el teatro, “fabrican” un acontecimiento social, ven a su público, se sienten justificados. Pero no lo están mucho más que el domador del circo.

Ser escritor iba a ser condenarse a la injustificación de por vida…Paradójicamente, el escritor, que es el hombre más roborado y autocorroborado, el que firma todos los días debajo de sí mismo, resulta en el fondo un ser inexistente, sin justificación alguna, el que da al lenguaje, esa preciosa herramienta, un uso inútil…

Al que ha hecho una catedral le basta con decir: “He ahí la catedral”. O la fábrica. El que sólo ha jugado un poco con las palabras no puede sino mostrarse a sí mismo. Por eso el escritor se deja ver tanto, más que nadie, casi como los toreros, en España.

…no he resuelto el caso. Lo que pasa es que ya no me importa. Y no es que haya llegado uno a un mayor cinismo, sino que efectivamente los problemas dejan de ser problemas, en la edad tardía, como las dichas dejan de ser dichas…

Trabajaba en mi estilo. Trabajaba en mí”

Esas son reflexiones de Umbral en un libro Los cuadernos de Luis Vives de hace más de diez años. Ha reflexionado y mucho sobre su condición histriónica. Quizá se le fue la mano en lo de dejarse ver. También así ocultaba otro. El otro. El escritor, el que nos importa. Yo nunca pensé en él como feminista. Ni como muy moral. Sí como mortal. Y rosa.

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29 de agosto de 2007
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II. LA GUERRA FRÍA EN ESCENARIO TROPICAL

Los acuerdos que abrieron camino a la paz se firmaron en la ciudad de Esquipulas, en Guatemala, donde se encuentra situado el santuario del Cristo Negro que atrae romerías de promesantes desde toda Centroamérica. Y aunque tardaron en tomar cuerpo real, llegaron a cumplirse por fin, principalmente porque estaba de por medio la voluntad de los presidentes que los habían firmado.

Cada uno de ellos tenía sus propios motivos, sus propias contradicciones internas, sus propias limitantes, sus propias creencias ideológicas, pero fue una sola voluntad, en medio de un conflicto que estaba marcado de una u otra manera por los alineamientos de la guerra fría. Y esa voluntad tampoco coincidía en todo con los intereses hegemónicos que fuera de la región centroamericana tenían que ver con la guerra.  Nicaragua recibía armas y suministros militares del campo soviético, y el FMLN y la URNG tenían el apoyo militar de Nicaragua y Cuba; y los contras, todo el respaldo de la administración del presidente Ronald Reagan, que también apoyaba decididamente a los gobiernos y a los ejércitos de Honduras, El Salvador y Guatemala.

En la Unión Soviética, donde para el tiempo de la firma de los acuerdos ya había empezado la era de Gorbachov, nadie pensaba que la confrontación en Nicaragua pudiera tener una salida militar, y ellos mismos empezaban a urgir al gobierno sandinista para hallar una salida negociada; pero los halcones en Washington creían que los contras aún podían ganar la guerra, y buscaban y obtenían más recursos en el Congreso para financiarla.

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29 de agosto de 2007
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Museless

Cada vez que a la musa le da por esfumarse sin más explicación, conviene oír a quienes consideran que las musas están sobrevaluadas. Se las espera con místicas ansias, se las recibe con virtual beatitud, se las perdona con cristiana resignación porque después de tanto haberse hecho soñar no son capaces de llevar a cabo una sola tarea práctica. Puede uno morirse de hambre, pena o frío en su impasible presencia, que no habrán de mover un dedo para impedirlo. Son, como los pegasos y los unicornios, esencialmente una especie ingrata y voluble, frente a la cual un gato parecería un perro. Cree uno saber, de muy torpe antemano, todo el bien que la musa le hará a su trabajo, por eso está dispuesto a pagar cualquier precio por retenerla, como a un enervante injertado en combustible. Pues por pagarme el vicio que aquí a diario despliego sería capaz de endeudar de por vida a mis tataranietos y vender a los suyos como esclavos en Júpiter, y las musas lo saben tan de cierto que pueden elevar sus honorarios astronómicamente sin tener que sentarse a negociar. ¿Existe condición negociadora más favorable ante un cliente supersticioso que la de presentarse como talismán?

Las musas son sensibles a los rituales. Igual que sus clientes, creen poco o nada en las casualidades y lo atribuyen todo a las coincidencias. ¿O es acaso casual que estas líneas ocurran precisamente durante un plenilunio, cuando más y mejor le brincotea a uno el animal interno? Momento ideal, por cierto, para tomar al toro por los cuernos y enseñarle a esa vampiresa intrusa quién hace aquí bailar al murciélago. Si a la musa le crecen los colmillos en una noche así, uno tiene de pronto las manos peludas y el hocico babeando para responderle. ¿Qué quiere Vampirella? ¿Mi hemoglobina? Ni siquiera enterrándome un colmillo en la yugular y el otro en la carótida conseguiría mi musa persuadirme de esa fruslería. La sangre que ella busca, etérea al fin, no es otra que mi fe, que al cabo es la moneda corriente de la ficción. Con tal de conseguir la fe de quien me lee soy capaz de saltarle al cuello, encajarle completa mi sed de quimera y esperar que la suya no sea menos ansiosa. Puedo hacerme abismal, y hasta normal; puedo si es necesario confesar la verdad a grito pelado, pero no sin el tanque repleto de una fe francamente fanática. Necesito creer en lo invisible por encima de lo palpable, y para eso las musas son de gran ayuda. “Por algo habrá llegado”, supone uno, y así construye un puente entre su arribo y el mundo imaginario donde vive, con apenas un poco de interés por el resto.

Durante un plenilunio no se es supersticioso impunemente. Se da por hecho, aparte, que toda esa energía selenita no hará menos que exacerbar la vena licantrópica y afilar los colmillos del interesado. Situación que comparto con Boris y Don Vittorio, los dogos pirenáicos cazadores de lobos que cohabitan conmigo y ahora mismo hacen dueto de aullidos en el jardín, mientras yo aquí resisto con mediano decoro la tentación de unírmeles. Por eso al fin sigo elevando el volumen de la música, de modo que la voz de Nina Simone termine de extender la madrugada como se extiende un cheque por todo el crédito del mundo. Y eso es de lo que estamos borrachos ella y yo, nos bañamos en crédito uno al otro, aun (y con más ganas) a costillas del público descrédito. Pero un momento, Boris, Vittorio, Afrodita donde quiera que estés: ¿qué estoy haciendo aquí tratando de explicarlo, si el puro piano atrás de la canción lo relata con lujo de crucifixiones? Wild is the Wind, se llama, y si la canta Nina Simone soy capaz de creer en cualquier cosa, incluso en que la musa volverá con el alba. No para darme ideas, ni ayuda, ni consuelo, sino su puro crédito. Necesito que venga y me diga que cree, no me importa que el resto sean mentiras. Y si hemos de creer el uno en el otro, contra todas las leyes de la realidad, ¿ya que de raro tiene aullar por su retorno?

Anda, Afrodita, ven. Ya no aguanto las ganas de sobrevaluarte. (Siguen aullidos.)

Videos de pie de página

Wild is the Wind, por Nina Simone.

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29 de agosto de 2007
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CHÁVEZ Y EL TIEMPO

En el chiste más conocido sobre los dictadores en América Latina, un presidente pregunta a su jefe de despacho “¿qué hora es?”. “La hora que le convenga” contesta el lúcido colaborador. Es lo que ocurre en Venezuela, con una pequeña diferencia: Hugo Chávez Frías combina ambas posiciones. Es el presidente y también el jefe de despacho de un poder que asaltó a todos: a la oposición, a EE.UU., a varios regímenes del continente antes de desafiar ahora al tiempo.

Creo que se trata de la aparición de un síntoma clave en la evolución de la Revolución bolivariana: a Chávez le falta tiempo, no le conviene la duración del día; denuncia hasta el sol que no amanece cuando tendría que hacerlo para favorecer sus planes. Tenemos que recordar que la gran Revolución francesa, en su época, mostró los primeros síntomas de descontrol de su proceso al intentar cambiar el calendario.

Cambiar el tiempo en lugar de cambiar las cosas es un síntoma de impotencia mezclada de frustración. Es lo que ve toda América Latina hoy en día al descubrir la doble ambición del líder venezolano: adelantar la hora treinta minutos y reducir la jornada laboral a seis horas. Visto desde Argentina como de la vecina Colombia el proyecto se parece a una huída para alejarse de la realidad (inflación, “escándalo del maletín”, oposición interna, desorganización de la economía, etc.).

Hasta ahora, la relación entre Chávez y el tiempo era más bien algo largo, interminable, tal como el reciente récord de duración de su programa Aló Presidente: siete horas y 43 minutos. Pero desde muy poco, todo va al revés: aceleración permanente. Su único opositor, Manuel Rosales, se equivoca cuando desafía al presidente bolivariano para que la reforma de 33 artículos de la actual Constitución no se vote en bloque, como está previsto, sino de forma individual. Chávez ya no vive en el mundo de las instituciones que necesita decisiones como ésta; vive sólo en una cumbre del poder, sin nadie para dialogar. Ya entró en el mundo fascinante y monstruoso de los caudillos latinos. El flujo del tiempo, para él, tiene que ser el flujo que le conviene. Cada día, su acción comprueba la terrible observación del poeta francés Paul Claudel: “No es el tiempo que nos falta. Somos nosotros quienes le faltamos a él”.

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29 de agosto de 2007
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¿Quién es el argentino más grande?

El lunes por la noche una llamada me obligó a poner en pausa el DVD de Little Miss Sunshine. Mientras esperaba la oportunidad de retomar la visión hice zapping y me quedé anclado en Telefé, donde se estrenaba un programa: El gen argentino. Producido por Cuatro Cabezas y conducido por Mario Pergolini, El gen argentino propone al público una votación para decidir por simple mayoría quién sería “el argentino más grande”.

Habían pasado pocos minutos del comienzo de la emisión cuando Pergolini verbalizó el extrañamiento que yo estaba sintiendo como espectador: me resultaba insólito ver un programa de la televisión abierta que en horario central discutía a Berni, Borges, Cortázar y Arlt, cuando por lo general la TV abierta es el reino de los reality shows y de los concursos de baile y de patinaje. Aquí tenemos una frase: Argentina año verde, que apunta a aquellas cosas que imaginamos que nunca ocurrirán en nuestro país. Pues bien, el lunes a la noche El gen argentino me trasladó a la Argentina año verde.

Con un panel a modo de coro griego integrado por Felipe Pigna, Jorge Halperín, María Seoane y Gonzalo Bonadeo, el programa ofreció no pocas curiosidades. Algunas simpáticas, como el hecho de que alguna gente haya votado a García Márquez y a Neruda, nacionalizándolos de hecho como argentinos. Otras, sin embargo, fueron más bien perturbadoras. El hecho de que alguien haya votado a Carlos Saúl Menem, y peor aún: a los dictadores Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera como candidatos al puesto de argentino más grande, me hizo correr un escalofrío por la espalda. De todos modos me parece correcto que la producción no haya anulado esos votos por cuestiones ideológicas. Aunque no resulta difícil imaginar qué manos hay por detrás de esas elecciones, recordar que existe gente que considera que el hombre que vendió la Argentina al peor postor y los asesinos de masas con uniforme son ‘grandes’, nos ayuda a no dormirnos en los laureles. Nos guste o no, la Argentina sigue siendo en buena medida el país de la impunidad.

Cualquier método de selección supone arbitrariedades, y en este sentido El gen argentino no fue la excepción. Que en el rubro de Historia y Política del siglo XX Eva Perón y el Che deban eliminarse la una al otro suena a cuello de botella anticipado. Del mismo modo, que en un rubro llamado Artes, Ciencias y Humanidades deba dirimirse entre Jorge Luis Borges y René Favaloro (un cardiólogo a quien se considera la mezcla perfecta del profesional destacado y del hombre solidario) parece forzado: ¿quién podría decir si es más importante el talento artístico que el servicio público, o viceversa?

En el fondo se trata de un juego, y así hay que tomarlo. Un juego positivo, en la medida en que nos lleva a recuperar la imagen y los hechos de aquellos argentinos que estuvieron a la altura de sus circunstancias y marcaron la diferencia, convirtiéndose en imprescindibles para nuestra historia. Lástima que haya en la lista tantos muertos que no deberían estarlo. Rodolfo Walsh, Carlos Mugica, el obispo Angelelli. Y lástima también que algunos de sus verdugos figuren en las mismas listas.

Algún día aprenderemos.

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29 de agosto de 2007
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UMBRAL

Morimos también a través de los demás. Unas veces porque su desaparición nos despedaza o nos mutila la existencia y otras porque el mundo se deshace con sus ausencias. En ocasiones los dos destrozos se suman.

La muerte de Umbral para los amigos periodistas es el final de una época. Lo que sigue será de otro modo y, para algunos, acaso deteriorado porque su pérdida anuncia desde su altura la culminación de un horizonte generacional que transfigura el porvenir del periodismo y la habitual referencia que unos y otros profesionales se intercambian como componentes de la misma especie. Pero también los lectores de un par de generaciones han de sentir que no tener a Umbral en los periódicos, en la vida pública, en las librerías evoca no sólo su defunción sino el fin de una función histórica de cuya representación formaban parte y que no podrá en adelante volverse a repetir.

En un determinado momento de la vida de cada cual se registra la impresión de que aquello que ya no está, la moda que no se estila, el vocabulario que no se emplea, los autores y personajes que no aparecen, no da precisamente lugar a la alborozada llegada de un sustituto, mejor o peor sino, simplemente, que lo perdido constituye una pérdida absoluta, una irremisible pérdida.

Pérdida sin remisión, sin reemplazo, sin ocasión para algo nuevo. Lo nuevo sólo sigue siendo nuevo para quien posee la disposición de reinaugurarse pero ciertamente la facultad para otro estreno adicional decae y con ella se recibe la certera información de que la vida efectivamente termina.

La muerte de Umbral ayer, medio tapada con la muerte de Puerta, une dos nombres que mencionan inesperadamente la entrada a otro espacio. Ese otro espacio tras el umbral o la puerta será regenerador para la población más joven y, sin embargo, degenerador para todos los que habrían preferido que el mundo detuviera su paso a cambio de no experimentar que un amigo, un personaje compartido, una etapa, una historia mostraran su fin.

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29 de agosto de 2007
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Perdón… ¿muerden sus monstruos?

Todo el mundo tiene uno en su casa, cuando menos; la mayoría escondemos, con irregular éxito, un pequeño ejército. Algunos con aspecto preferible y hasta cierto talante seductor, otros tan espantosos como un espejo en high-definition a media travesía de peyote. Cuando alguien —amigo, familiar, amante reincidente— se ufana de realmente conocerlo a uno, da a entender que se ha visto las caras con ellos. Pues al final son ellos, antes que uno, quienes toman las decisiones importantes de una vida que es más suya que de uno. Porque claro, uno es suyo, por más que al mencionarlos anuncie lo contrario, con la incomodidad de quien oculta un par de brontosaurios en el sótano. “Mis monstruos”, presumimos, como si soportarlos y alimentarlos fuera ya un mérito que nos dignificara, o existiera la posibilidad de echarlos a patadas.

—Uno es sus monstruos, Darling. Poco queda en su ausencia que valga la pena, como no sea esa plasta de nata pastosa a la que los aficionados llaman felicidad. Tú que tienes pavor a despertar en un cuarto con las paredes acolchonadas, imagina la pesadilla de abrir un día el ojo y descubrir que todos los monstruos se te fueron. ¿Qué te parecería peor, despertar loco o ñoño? ¿Ir a dar al final de una película de Spielberg o a la mitad de una de Polanski?

—Tal vez me sentiría mejor al principio de una de Woody Allen, pero de nuevo tengo opiniones encontradas. Seguramente hay una mayoría de monstruos que acabará llevándome donde le dé la gana y hará el cargo automático a mi karma. Tú misma eres un monstruo goloso y manipulador. Cada vez que me empeño en complacerte, no hago sino mimar mis zonas más nocivas, pero de lo contrario eres capaz de enviar a una manada de dobermans en mi busca.

—¿Dobermans? Ni cuando era pobre. Para el caso, te mandaría gárgolas y quimeras. Tú también me podrías lanzar una pareja de psicoanalistas que harían lo imposible por sacarme a empujones de tu vida, pero los monstruos siempre dejan resaca. Por alguna razón necesitas volver y probar otra vez mordidas y zarpazos. Necesitas destruir lo que construiste, dinamitar la dicha que conforme se acerca te provoca una náusea inconfesable. Te entregas a tus monstruos para que te hagan todo el daño que necesitas, pobre del terapeuta que se enfrente a tus enemigos íntimos.

—Suele uno parecerse más a sus enemigos que a sus amigos. ¿Cómo podríamos aborrecer sus defectos si no los conociéramos desde adentro? ¿Cómo no reprobarlos, sino para aprobarme a sus costillas? Uno puede tener amigos mediocres, pero en los enemigos eso no se perdona. Ahora bien, si pretendiera declararte la guerra recurriendo a profesionales del ramo, antes que perros y terapeutas de presa te lanzaría todo un task force de exorcistas.

—¿Debo entender eso como un piropo, Azuquítar?

—Entiéndelo como una capitulación. No puede uno pasarse el día combatiendo a los enemigos que más necesita. Podría convencerme de que eres etérea e imaginaria si no supiera que eres animal, como todos los monstruos. Nos olemos, querida Afrodita, igual que tantas bestias sudorosas de miedo y deseo nocturnos. Huelo que estás aquí, como los demás monstruos, sólo para evitarme la pena de ser feliz y la desgracia de sentirme conforme. ¿Quién, que no fuera un enemigo íntimo, querría convertirme en esa porquería narcisista?

—Pensamientos así podrían convertirte en agente de seguros jurídicos automotrices, o en vendedor de biblias a domicilio. Yo era una porquería narcisista, acabé con mis monstruos y mi vida cambió. Llame ahora y fumíguelos en las próximas cinco semanas, garantizado. Nada hay más apestoso, Honey, que la nueva moral de un adicto en retirada.

—¿O sea yo?

—O sea tú sin mí. Tu animal exiliado del mío. Ese cuello sin estos colmillos.

A los monstruos se les combate la vida entera, sólo para al final morir con ellos. No es raro, por lo tanto, que quienes aseguran perseguir la inmortalidad no la quieran tanto para su triste persona como para esos fieros y alebrestados animales sin los cuales todo el camino de la existencia parecería más un túnel recto equipado con rieles, engranes y poleas de simetría asquerosamente impecable. Líbreme, al cabo, el Cielo de tener que vivir entre monstruos domésticos y esperpentos falderos. Si me han de espantar mañana, que me infarten de una vez.

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28 de agosto de 2007
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El Boomeran(g)
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