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El pueblo fantasma

Por 13 de septiembre de 2007 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Siguiendo los pasos del personaje sobre el que estoy escribiendo llegué al aeropuerto Ben Gurion, en Tel Aviv, en la madrugada del domingo. La otra vez que vine a Israel fue en plena eclosión de la segunda Intifada (que nunca acabó, dicho sea de paso), en septiembre de 2000. Aquella vez todo estaba en llamas: pasé una inspección para que me dejasen subir al avión de El Al que más bien se pareció a un interrogatorio policial. La gente de seguridad de El Al vació mi maleta y revisó hasta el último elemento, dejándome a mí la tarea de rehacer el equipaje con toda la ropa hecha un bollo. (Yo llevaba encima un libro de Edward Said, The Question of Palestine, en el que no repararon.) Esta vez todo fue fluido y tranquilo, casi como si hubiese emprendido viaje a Zurich. Nadie destripó mi maleta. No hubo interrogatorio alguno.

A la salida del Ben Gurion -estoy hablando de las 4,30 de la madrugada- me llevó a destino una taxista nacida en la Argentina. Como para que no cupiese duda de este amor, llevaba un banderín celeste y blanco con la leyenda "República Argentina" colgada del espejo retrovisor. Contó que había llegado a Israel a los tres años, de la mano de sus padres, que habían vivido bien en Buenos Aires hasta que un día su hermano mayor, por entonces de cuatro años y medio, llegó a casa diciendo que alguien le había gritado "judío sucio". A pesar de la experiencia, el afecto por el lejano país sudamericano no parece haber menguado. En los Mundiales de Fútbol grita en su favor. Cuando puede hacerlo, retorna en plan turístico. La última vez que viajó fue cuando apenas la Argentina salía de la paridad peso-dólar uno a uno, y regreso a Tel Aviv con kilos y más kilos de ropa nueva. En lo que hace a la cuestion palestina, su discurso es el de siempre. "Así no se puede vivir. Ellos nos atacan y nosotros no respondemos, somos débiles". No es bueno discutir con la persona que conduce el auto. Y menos en la madrugada. El resto del viaje transcurre en silencio.

El lunes emprendo viaje a Ramallah con mi amigo el fotógrafo Pasqual Gorriz, a quien conocí durante aquella aventura de hace siete años. Salir a la ruta significa toparse con el muro. O mejor dicho: con los muros. Todo el territorio está cosido por estas cicatrices de metal y cemento, que encierran a los palestinos dentro de sus magros territorios y les impiden el acceso a las rutas por las que circulan los israelíes. En algunos tramos el arte ha hecho su trabajo. Veo una enorme mancha negra y una leyenda en inglés. Make a hole, right here. Haga un agujero aquí mismo. En otros tramos un artista ha reproducido una serie de retratos en primerísimo primer plano, de arabes y judíos que miran a cámara con expresiones divertidas: el humor como resistencia. Las puertas que se abren de tanto en tanto en los muros son de un metal macizo, y contribuyen con la sensación medieval que el asunto transmite se mire por donde se lo mire.

Por la tarde, al regresar, hacemos un alto en Lifta. Si uno sigue viaje por la moderna Begin Boulevard nunca se enterará de la existencia de Lifta, pero Lifta existe -todavía.

Lifta es uno de aquellos poblados árabes que fueron desalojados por los judíos en 1948, el año de la fundación del Estado de Israel. Todo lo que queda hoy en pie son un puñado de casa vacías, en la ladera de una colina que la naturaleza ha reclamado como propia. Veo las ramas de un árbol saliendo por la ventana de una casa, otras se cuelan entre las piedras. La arquitectura árabe sigue siendo inconfundible, en la forma de las construcciones, de sus aperturas. (La forma es amor, leí por ahí hace muy poco.) Y la historia está allí para quien quiera leerla. En el marco de una puerta de entrada veo caracteres del alfabeto árabe, sobre los cuales una mano militar -no puedo errar en la conjetura, aquí todos son soldados- tallo una estrella de seis puntas.

Todavía subsiste una piscina comunal, en el fondo del valle. Allí encontramos a unos colonos judíos con sus niños, disfrutando del fresco. Me asombra la existencia de grandes peces de colores, que nadan a sus anchas en el agua. No sé cómo sobreviven en ese compartimiento estanco, pero sobreviven.

Los únicos habitantes de las casas son las palomas, que se alborotan y disparan a volar apenas Pasqual y yo entramos por los huecos. Las vemos planear sobre el valle, pero es obvio que volverán. Por lo menos mientras Lifta, ese pueblo fantasma, siga existiendo. En cualquier momento se urbanizará la zona, Jerusalén crece a pasos agigantados y lo que aquí se llama Great Jerusalem va expandiendo sus límites cada vez más. Cuando eso ocurra, otro rastro más de la cultura árabe-palestina se habrá perdido en el olvido. Y las palomas deberan elegir otro sitio donde hacer nido.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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