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Conversaciones. El lenguaje del insomnio III

Delfín Agudelo: Sin lugar a dudas, la experiencia en este caso precede al acto de escritura. El ser experimentado implica que tienes experiencia; pero, ¿qué debe hacer el escritor o poeta con esa experiencia? ¿Cómo debe usarla como materia prima de su creación?

Rafael Argullol: El poeta o el escritor es un taxidermista: diseca emociones. Por eso tiene que ser un hombre que establezca estrategias. En la cultura occidental siempre hemos tenido grandes equívocos pensando que el artista o el poeta es el hombre más sensible, y eso no es verdad: el hombre más sensible es el hombre más sensible. Pero el hombre más sensible que convierte la sensación en poesía o en literatura de alguna manera comete un crimen contra la sensación. Tiene que armarse de cautela, armarse de frialdad, armarse de argumento, armarse de lenguaje para enfrentarse a esa sensación, porque la sensación en estado puro es inexpresable. Ocurre lo mismo con el lenguaje del sueño y con el lenguaje del insomnio. El lenguaje del sueño es nítido: tenemos un sueño, nos despertamos. Tenemos este recuerdo más o menos vaporoso del sueño. Puede que se mantenga o no, porque a veces sueños muy elaborados se disuelven al despertar. Pero supongamos que se recuerda, e incluso se recuerda con precisión. El recuerdo mismo del sueño ya es una racionalización de la propia experiencia del sueño, y allí interviene la frialdad de la estrategia de la razón. Y el insomnio, que no es solamente un estado que sufro sino que me interesa desde el punto de vista de la creación de la imaginación, nos introduce a esos estados intermedios que pueden sugerir expresiones, pero que son expresiones siempre inacabadas, siempre fragmentarias. Y por eso un buen método,  al menos para mí, ha sido dejar pistas que luego vas a recoger sabiendo que estás racionalizando y que estás reinterpretando. Pero toda la poesía y todo el arte es reinterpretación, porque todo el lenguaje es reinterpretación. El lenguaje puro sería el silencio.

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20 de noviembre de 2007
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La frase de las narices

A la espera de que llegue la próxima Cumbre Iberoamericana habrá que entretenerse con algo. Quién nos iba a decir que estas jornadas de apretones de manos y discursos retóricos se iban a animar tanto y que de ellas iba a salir una de esas frases que tanto gustan al pueblo y que acaban siendo manoseadas hasta la náusea. El "¿Por qué no te callas?" del Rey Juan Carlos ya no hay quien la aguante. Está corriendo la misma suerte que la más reciente de "Pues va a ser que no". No sé a quién se le ocurriría,  pero ha sido un tormento sobre todo porque, aunque se oyese un millón de veces, todo el que la decía se sentía gracioso, se hacía gracia a sí mismo, le gustaba oírsela decir por milésima vez. ¿Tienes cambio de cincuenta euros? Pues va a ser que no. ¿Te ha gustado la película? Pues va a ser que no.

Chiquito de la CalzadaDesde luego nos pasamos el día repitiendo cosas, leyendo el mismo tipo de novelas, vistiendo la misma ropa y viendo las mismas series de televisión en todo el planeta, el hábito rige nuestras vidas y seguramente (por buscar una explicación) necesitamos usar estas frases hechas para sentir que somos de la tribu. Algo parecido ocurrió con lo de " tú mismo", que es algo que me ha sacado de quicio hasta que afortunadamente se ha ido arrinconando en el limbo de lo insoportable. ¿A quién se le ocurriría? De la noche a la mañana todo el mundo empezó a contestarme a cualquier cosa "tú misma". Menuda concentración de desdén, viene a decir: arréglatelas tú misma y no cuentes con mi parecer para nada. A lo mejor decías: no sé, tengo dudas sobre el narrador de mi novela, y alguien te contestaba: "Pues tú misma". O ibas a una tienda y titubeabas: Me gusta los zapatos marrones, pero, vaya, también me gustan los rojos. Y respuesta orientativa de la dependienta: Tú misma. ¿No es desesperante? En la época de Chiquito de la Calzada (humorista que en lugar de "puedo" decía " puedol") el ambiente era completamente surrealista, todo el mundo hablaba así, y los estudiantes de Erasmus regresaron a sus casas francesas, holandesas o alemanas pensando que se decía de verdad "puedol". Así que en cuanto oí la frase del Rey me eché a temblar, no por Chávez (a quien le encanta decirla una y otra vez), no por las relaciones hispano-venezolanas, sino porque era una frase que iba a pegar duro, por lo menos hasta la siguiente cumbre.

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20 de noviembre de 2007
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II. Nunca habrá otro como él

Nunca más habrá otro como él, Muhamed Alí,  se lo digo yo, dice el viejo comentarista de radio entrevistado en el asilo de ancianos en Sausalito, California, que estuvo aquella noche en el palco de la prensa llevando su propia tarjeta, y qué es la eternidad sino ese martillo constante de los puños que siguen golpeando sin cesar mientras el tiempo avanza ciego hacia la consumación de los siglos, round 12, el ojo hinchado de Frazier brilla como un rubí, y Alí inclemente cercándolo, martillando, un martinete veloz, un experto en demolición, ¿han visto al idiota de lerdo andar, perdido ahora por allí con su sonrisa ausente?

Alí, durante la presentación de su biografía, en 2003 

O pierdes, o ganas, no hay de otra, gritaba con la gran bocaza, y ahora, ¿lo vieron aquella vez, con la tea olímpica en la mano en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos? ¿Fueron los juegos de Los Ángeles, o los de Barcelona? Otra ventana también a la claridad difusa del pasado, la bocaza vencida, la risa perdida, la mirada sin razón, groggy para siempre como bajo el peso de un millón de mazazos en la cabeza  como los que él daba con tanta constancia, pero otra vez suena la campana en mis audífonos, y vuelve Alí a su esquina.

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20 de noviembre de 2007
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La filosofía a todos concierne: consecuencia pedagógica

Corolario importantísimo del postulado según el cual la filosofía concierne al género humano como tal, es que la actitud filosófica ha de surgir en primer lugar en esa singular clase de los humanos que son los niños. Por definición, un niño es alguien en quien la capacidad de hablar se ha actualizado tan sólo recientemente. Mas por ello mismo, el niño no se halla aun contaminado por los usos falaces de la palabra, que acaban por ser los que imperan en un universo adulto sustentado en ese rechazo de la lucidez antes evocado.

Es bien sabido que los niños se caracterizan por una actitud interrogativa que, a menudo, desconcierta y hasta irrita a los mayores. Por supuesto que, muy frecuentemente, tal actitud no refleja sino un interés trivial por asuntos perfectamente contingentes. Pero, haciendo una criba suficientemente fina, en el discurso del niño, cabe percibir el meollo de alguna de las interrogaciones más elementales, y a la vez más radicales, a las que se enfrenta la humanidad.

En alguna ocasión he evocado al respecto el caso de una niña parisina que (correteando incesantemente por la casa en una frívola  reunión organizada por su madre) se detuvo repentinamente, balanceando su cuerpo, con expresión en la que se mezclaban alborozo e inquietud y, ante la mirada interrogativa de la madre, preguntó: "¿por qué me sigue?". Quien seguía de tal modo a la pequeña era su sombra, cuyo vinculo con su propio ser era descubierto por vez primera, en una disposición de espíritu que cabe, sin exageración alguna, identificar a ese estupor ya aludido en el que Platón y Aristóteles situaban el origen de la filosofía. Cuando la madre, a la vez tranquilizada e irritada por la interrupción, respondió con un seco "no lo sé", la pequeña dijo "pues yo quiero saberlo" (mais je veux le savoir) con tono que encerraba todo un desafío.

Pues bien:

Esta actitud de la niña parisina, su desconcierto y rabia ante el frívolo rechazo de su madre a considerar una interrogación de hecho esencial, muestra que el espíritu de un niño no es esa tabula rasa que el pensador Steven Pinker denuncia (suerte de saco de patatas que sólo la información llenaría de contenidos), sino que se halla constituido por facultades que la educación debe simplemente potenciar y actualizar. Por decirlo en términos de Platón, la educación debe fertilizar un órgano ya dado, no sustituirse al mismo

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20 de noviembre de 2007
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La pupila que quema

La mirada que se fija en un objeto deja de ver al objeto tanto más cuanto más tiempo e intensidad se concentra en él.

Según Adrian Unger, fisiólogo de la universidad franciscana de Löewen, y él mismo  franciscano, la mirada más eficaz es la que se hace a hurtadillas y de forma discontinua. La continuidad de la máxima relación entre el ojo y el objeto acaba con la realidad de ambos.

Tal como en las relaciones amorosas que se carbonizan a fuerza de requerirse sin cesar una entrega y atención absoluta, la pupila chamusca y se chamusca en el incendio de lo mismo.

Abordando obstinadamente el mundo no podemos alcanzar una información objetiva del mundo y, en consecuencia, una saludable residencia en él. Lo discontinuo y no lo continuo es la base del saber puesto que no alcanzaríamos a saber nada de nada si todo fuera una repetición de la contemplación. Como también la felicidad será inconcebible sin su suspensión y fragilidad frecuente.

Sucede radicalmente con el hecho de vivir: los latidos dan ocasión a que la existencia pueda producirse igual que la corriente alterna que nos procura la luz. No hay nada más nutricio que la cesura. Nada más fértil y creador. En el arte, en la fe, en la alimentación, en el oficio. O, en el amor puesto que incluso la cópula reproduce el ir y venir de un pulso que se crea gracias a la interacción de presencia y ausencia.

La ausencia es así, una vez más, la madre primordial de la ciencia: la fuente original del conocimiento y del sentimiento, de la información, de la emoción y la convicción. La ausencia procura la nitidez de la presencia, el rescate perfecto del objeto gracias a que en el vacío se dibuja el perfil de lo que ya no está y su conquista lo recalca.

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19 de noviembre de 2007
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Cine y crítica

El fin de semana estuve con Claude Lelouch, seguramente el cineasta francés más famoso durante las décadas de los 60 y 70. Y el que menos me interesa ahora y entonces. Sigue rodando y estrenando cada año, no nos llega su cine. En realidad ya no llega el cine de casi ningún europeo. Cuando lo hace es en pocas pantallas, pocas ciudades, poca publicidad y poco tiempo. El cine europeo hay que verlo en festivales o comprarlo en dvd en algún viaje.

Lelouch era contemporáneo de los cineastas más renovadores del cine francés, de aquellos que llamamos "la nouvelle vague". Contemporáneo no quiere decir compañero de viajes cinematográficos. No lo fue ni el fondo, ni en la forma. Nada, o muy poco, que ver su cine con el de Godart, Truffaut, Romher, Rivette, Resnais, Chabrol, Melvilla, Rouch y todos los demás. No, Claude Lelouch, a diferencia de los otros no estaba por casi ninguna ruptura, por ninguna revolución estética, ni ética. Aunque comenzó imitando movimientos de cámara de Raoul Cutart, el emblemático fotógrafo de la "nueva ola", muy pronto retornó a maneras más clásicas y no poco eficaces.

Fotograma de Un hombre y una mujerBuen cámara, como demostró en su película más conocida, "Un  hombre y una mujer", pero como director y guionista con una propensión al sentimentalismo. Un cine popular que se llenó de trucos formales, de una manipulación de los sentimientos que le hicieron conquistar públicos mayoritarios. Conoció el éxito en festivales, premios y hasta dos Oscar. Y sin embargo la crítica nunca le quiso. Su cine hacía grandes taquillas, emocionaba a muchos, se exportaba al mundo, tuvo grandes repartos fijó el mito de algunas estrellas tan hermosas como Anouk Aimé, trabajó con los mejores actores... y sin embargo no gustaba a la crítica. Ni gustaba a la mayoría de sus compañeros. Ni a los cinéfilos.

Muy pronto Lelouch nos pareció tramposo, no porque siguiéramos la senda de los críticos de la época, sino porque también en el cine -como en la literatura, la pintura, la música- muchas veces el éxito camina por un lado y la verdad poética, la emoción que resiste el tiempo, el verdadero arte va por otro lado.

No estuve cómodo en compañía de Lelouch, no porque no fuera afable, sino porque me sentí mentiroso, falso por decirle cosas que no pensaba de su cine, por disimular que ninguna de sus películas me parece que sean capaces de resistir el tiempo. Lo suyo eran inteligentes manipulaciones, cuando más, buen espectáculo de masas. Lo otro, lo de alguno de sus "compañeros" fue una ventana que se abrió  a un cine con más riesgo, más verdad, más compromiso y menos espectadores. No importa, no tenemos prisa. El éxito para el que se lo trabaja.

Ah, otro día, si quieren, hablamos de los críticos de cine.

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19 de noviembre de 2007
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Un romántico a morir

El reportaje de Rodolfo Braceli a Leonardo Favio que apareció en adn, la revista cultural de La Nación, me conmovió hasta las lágrimas. Empezando por el hecho de que le dedicasen la tapa. Puede que haya ocurrido otras veces pero no lo recuerdo: sí, Favio salió mil veces en la portada de los suplementos de Espectáculos, pero en Cultura... Es fácil entender la razón, Favio siempre rompió moldes: fue actor, cantante popular -de esos que hacen que las chicas se tiren de los pelos- y también cineasta, que es como yo lo conozco. Uno de los más grandes de la Argentina, si no el más grande. Pocas películas más tiernas y terribles que Crónica de un hombre soloCrónica de un niño solo y El romance del Aniceto y la Francisca. Pocas películas más bellas y épicas que Juan Moreira. Pero como siempre fue peronista, y como su obra se mantuvo próxima al calor de los géneros populares, la consagración y el respeto indiscutidos -que no así la popularidad, que lo quiso desde joven- tardaron en llegarle.

Qué bonita la charla con Braceli... Le da a uno la sensación de estar allí, compartiendo el mate. Y oyendo esas cosas que Favio deja caer y que hacen que uno sienta todavía más ternura al rever su obra. Favio el hijo del fiolo de origen sirio -aquí le decimos fiolo o cafishio a aquel que vive de las mujeres- y la artista Laura Favio. (La anécdota sobre la muerte de su padre es imperdible: "Era muy atorrante. Murió a los 33. Una úlcera perforada, lo operaron, sintió sed y se tomó el agua de un florerito. Adiós".) Favio el grande de la cultura argentina que tiene pesadillas en las que vuelve a sufrir miseria. ("Tengo metido en los huesos el miedo a que me humille la pobreza".) Favio el artista que no le teme a su sensibilidad, consciente de que es toda la riqueza con la que cuenta. Aquí no hay muchos que se atrevan a decir que llorar "es lo más lindo del mundo". El loco de Favio está considerando llamar a su nueva película -una versión de El romance llevada al ballet- con este título: Aniceto, una película romántica a morir. Sólo él puede hacer algo así y mirar a la gente a los ojos, sin guiños irónicos ni afectaciones posmodernas.

Favio es de esos tipos que pueden hablar de Dios y al instante saltar a la cuestión más prosaica, sin cambiar nunca de tema. "¿Sabías que los árabes se bañan con arena? ...En el desierto se limpian la cola con arena. Y no sólo eso, cuando llega el momento de orar se lavan las manos y la cara con arena... De pibitos jugábamos en el río. Yo, el Negro Cacerola, hacíamos todo ahí y nos limpiábamos con arena... Era finita..." Ahí está todo el universo Favio: Dios, la cola, la arena y el Negro Cacerola, todas expresiones del amor que está en el ADN del universo. "Hay algo que reflexiono mucho, y es que verdaderamente Dios amó, porque sin eso no habría sido posible semejante obra".

Se podría decir también que Favio amó mucho, porque de otro modo no podría haber hecho las películas que filmó y ojalá siga filmando. Películas que necesitamos como el aire, porque nadie más que Favio las hace. Es preciso y verdadero lo que le apunta Braceli: "El canon argentino, solemne, acomplejado y estreñido de corazón, margina todo lo que se roce con la emoción y la ternura. Vos, Favio, como nadie, has sido consagrado pese a ir siempre por el lado más explícito de la ternura". Ese afecto con el que trató siempre a personajes que tanta gente consideraría desangelados: el niño solo, Aniceto, Moreira, Nazareno Cruz, Gatica, que a pesar de que nacieron condenados a perder no pueden evitar hacer o crear algo bello a su paso, para dar testimonio de ese ADN de amor que todos portamos -y del que tan pocos se hacen cargo.

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19 de noviembre de 2007
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La filosofía a todos concierne: consecuencia política

Decir que un filósofo habla exclusivamente de asuntos que a todos conciernen, decir que si algún asunto no responde a esta exigencia no puede ser filosófico, es acercar la interrogación filosófica a esas preguntas elementales que el ser humano plantea como mero corolario de una suerte de tendencia innata. Tendencia que, desde luego, observamos en los niños y que cuenta entre sus ingredientes con lo que un pensador contemporáneo ha denominado "instinto de lenguaje". Instinto que mueve a intentar que el lenguaje se fertilice, alcance aquello de que es potencialmente capaz, es decir se realice. El lenguaje alcanza su madurez explorando diferentes vías, pero desde luego la vía interrogativa es una de ellas, y la palabra designativa de la situación de estupor que lleva a interrogarse es precisamente filosofía.

Corolario inmediato del presupuesto de universalidad de la filosofía es lo siguiente: la única forma de que la filosofía no forme parte de nuestras  vidas es que haya sido objeto de repudio. Cabe decir que tal repudio, sustentado en razones sociales relativamente bien delimitables, se haya en la base de la actitud que respecto a la vida del espíritu caracteriza a la inmensa mayoría de los ciudadanos. Dando un paso más, cabe conjeturar que la organización concreta de la vida social efectiva es fruto de ese repudio, lo cual explicaría que sean tan pocos los que se creen concernidos por las interrogaciones filosóficas.

Mas si hombre implica filosofo si (por evocar ya a Aristóteles) hombre implica tensión en pos de la lucidez (tensión en pos de que sea desvelado aquello que, de entrada, se oculta a nuestra inteligencia), entonces todo orden social sustentado en el repudio de la filosofía, o en reducirla a práctica de una élite, es intrínsicamente ilegítimo, mutilador de la condición humana.

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19 de noviembre de 2007
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I. La eternidad a salvo

Amanece a un lado en el Atlántico norte, una suave franja rosa muy lejos a un costado del avión y en el otro la negra noche oscura mientras se abre frente a mí la pequeña pantalla de cuarzo en el espaldar del asiento delantero como una ventana a la claridad difusa de la eternidad, Muhamed Alí versus Joe Frazier, pelea de revancha pactada a 15 rounds, 1 de octubre de 1975.  Alí, pantaloneta blanca; Frazier, pantaloneta azul; los guantes que ambos chocan ahora galantemente al centro del cuadrilátero son rojos, suena en mis audífonos la campana y el referee se aparta, fantasmas de hace un cuarto de siglo que empiezan a medirse, salta Alí, petulante, y mientras siga saltando fintando, martillando, buscando con los puños el punto débil en la defensa cerrada de Frazier, la eternidad no está en riesgo.

Un ballet fatal, abrazos desesperados, Frazier contra las cuerdas, suena la campana de nuevo, grita Alí, su gran bocaza abierta, un fanfarrón insoportable, metódico sin embargo en su martilleo, constante en golpear y golpear hasta que la fortaleza se derrumbe, un fanfarrón insoportable pero nunca más habrá otro como él.

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19 de noviembre de 2007
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Gorilas en la niebla

Una vez disipada la primera sorpresa, si uno prestaba atención era evidente que el disparo le había alcanzado una zona vital. Es cierto que el tiro había salido sin ton ni son, como si al dueño de la escopeta se le hubiera movido el dedo por distracción o por tedio. Un tiro sin apuntar, al buen tuntún, sin la menor intención de dar en algún lugar doloroso. No obstante, para cualquier observador era evidente que le había acertado en un órgano indispensable para su supervivencia.

El pobre animal disimuló el impacto, no quiso dar pruebas de haber sido tocado de muerte. Su jerarquía en la tribu dependía justamente de que le creyeran invulnerable. Nadie habría podido imaginar, sin embargo, que todo su poderío radicaba en un órgano tan delicado. Pero así era. De pronto su jauría y el mundo entero comprendió que su talón de Aquiles era la laringe. Y el disparo, aunque sin premeditación, le había alcanzado precisamente en el lugar exacto del que dependía su poder.

Al principio se contoneó perplejo, como si no creyera lo que había sucedido. En los días siguientes tuvo la reacción habitual de los animales heridos de muerte. Se le oía aullar de dolor y desesperación por toda la selva. Y cuanto más chillaba, más evidente se hacía a los ojos de su jauría que estaba tocado de muerte y que había que ir preparando la sucesión. No porque ya hubiera muerto, ni siquiera porque fuera a morir de inmediato. Este tipo de heridas, llamadas "narcisistas", trabajan lentamente acumulando veneno en torno al tejido dañado hasta hacer insoportable la existencia de quienes conviven con el agonizante. El proceso puede durar años.

Pero es un proceso fatal, imposible de detener, porque lo malo de la herida no es su gravedad sino que una vez ha señalado el lugar más vulnerable de este gran simio, puede repetirse una y otra vez el disparo. La vida del cabecilla se convierte en un infierno porque sabe que en cualquier momento, desde cualquier lugar, hasta un niño puede ahora apuntar y darle. Y que resuene en toda la selva el estruendo mortal: ¡¡¡POR QUÉ NO TE CALLAS!!!

Por qué no te callas

Artículo publicado en: El Periódico, 17 de noviembre de 2007.

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19 de noviembre de 2007
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