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El amor es un vampiro

/upload/fotos/blogs_entradas/drcula_de_bram_stoker2_med.jpgGracias al lanzamiento de la edición en DVD para coleccionistas volví a ver el Drácula de Francis Ford Coppola -o, para ser más fiel al título que Coppola le puso con intención de justicia, el Drácula de Bram Stoker. Supongo que el hecho de haber sido dirigida por el autor de la saga de El Padrino y Apocalypse Now le jugó en contra en su momento: ¿qué clase de genialidad debería dirigir Coppola en estos tiempos para que se acepte que una obra nueva puede estar a la altura de tanta mitología? Y sin embargo este Drácula es una película inmensa. Quizás no en el nivel de sus obras maestras, pero sin duda en lo más alto del grupo de películas intermedias -que las tiene brillantes: La conversación, Rumble Fish... En lo que sí destaca por encima de todas las demás es en un aspecto inequívoco: es la más bella historia de amor de toda su filmografía. Y una de las más conmovedoras, quizás por inesperada, de la historia del cine.

Al encarar el proyecto Coppola tomó una serie de decisiones creativas que le dieron un resultado sublime. En primer lugar, tal como el título original sugiere, no filmar ningunas de las versiones del Drácula conocido por vía del cine, sino mantenerse fiel a la novela original de Bram Stoker, que es menos un cuento de horror que la historia de un amor que es más fuerte que la muerte. En segundo lugar, contratar a Eiko Ishioka para que diseñase el vestuario. Difícil encontrar en la historia del cine un vestuario más memorable y mejor utilizado: la armadura roja de Vlad y el vestido de casamiento de Lucy Westenra forman parte del tejido de muchos de mis sueños. En tercer lugar, haber convocado a Wojciech Kilar para componer la música: en lo que a mí respecta, el score de este Drácula merece estar en el podio de las mejores músicas compuestas para un film fantástico, junto a la de Bernard Herrmann para Psicosis y la de John Williams para Tiburón.

En cuarto lugar, le agradezco a Coppola que haya sucumbido a un arranque de nepotismo -que a diferencia de la vez que puso a Sofia como hija de Michael Corleone en El Padrino III, le funcionó- y echado a todos los técnicos de efectos especiales para contratar a su hijo Roman. Aunque por entonces no llegaba a los 30 años, Roman Coppola entendió a la perfección la consigna de su padre: no utilizar trucos modernos, pantallas verdes ni animación digital, sino las mismas técnicas que utilizaron los pioneros del cine fantástico, como Georges Mélies. En este sentido, el disco de extras de esta edición en DVD es más rico que la mayoría, en tanto ilustra con perfecto didactismo aquellas técnicas -muchas elementalísimas- que al volcarse en la pantalla producen un resultado tan efectivo. Puestas una junto a la otra, Drácula se ve hoy como una película más moderna que Soy leyenda y su ejército de artistas digitales.

La quinta decisión inmejorable es haber elegido a Gary Oldman para interpretar al príncipe Vlad. Una gran actuación, aun dentro de los parámetros del Coppola que ha sacado lo mejor de un Pacino, un Brando y un De Niro. Algún pasaje del disco de extras permite -algo también inusual en este tipo de materiales- la visión de una discusión entre el actor y su director, dos egos, dos locuras en colisión. Pero también permite ver la forma en que Oldman se convirtió en un cómplice perfecto para la perversión que Coppola saca a relucir cada vez que lo necesita. Un registro del rodaje muestra al director instando a Oldman, vestido como el vampiro gigante, a decir cosas horribles en el oído de los actores que esperaban la voz de acción, para que su rictus de conmoción fuese real. No olvidemos que Coppola es el director que siguió filmando a Martin Sheen aun cuando se había cortado la mano al golpear un espejo en Apocalypse Now. Todavía recuerdo lo impactada que sonaba Winona Ryder, que interpreta a Mina Murray, durante un Festival de Venecia, cuando le pregunté por la experiencia. Me quedé con la sensación de que Coppola la había hecho sufrir y de que Oldman la había torturado -con la anuencia del director, hoy estoy seguro.

Por supuesto, la película no es perfecta. La ingenuidad de Keanu Reeves como Jonathan Harker debe haber sonado a buena idea antes del rodaje, y a pesadilla durante. Pero a pesar de todo este Drácula sigue siendo una de las películas que más me ha impresionado en mi vida. Más allá de los horrores que muestra de modo tan convincente, lo que la hace funcionar es el dolor tan conmovedor del amante que vuelve a perder, ¡por segunda vez!, el amor de la mujer soñada. 

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11 de febrero de 2008
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La última guerra de la OTAN

En Afganistán, los aliados de la OTAN no parecen dispuestos a compartir por igual los sacrificios. EE UU ha pedido 7.000 soldados suplementarios a sumar a los actuales 45.600. Washington pondrá 3.000 más, pero sólo temporalmente. Ha molestado a algunos aliados que el secretario de Defensa norteamericano, Robert Gates, en vísperas de la reunión de ministros que ha tenido lugar en Vilna, hubiera dirigido cartas individualizadas a los otros 25 miembros de la Alianza, con peticiones muy concretas a cada uno, por ejemplo, en el caso español guardias civiles para el control de fronteras, petición que España no está en disposición de atender. En público Gates, sin embargo, habló de que sus peticiones se referían a lo que la Alianza debe hacer en su conjunto. Con uno señalando a los demás lo que han de hacer, no funciona una alianza, según alguna opinión en la Conferencia anual sobre Política de Seguridad de Munich, que ha girado en torno a Afganistán, donde la OTAN se juega no solo el futuro del país sino el suyo propio. Tampoco, según otros, con una asunción de riesgos demasiado desigual, "entre los que quieren combatir y los que no", como crudamente lo puso Gates.

El Rubicón a cruzar por algunos aliados sería bajar al Sur y al Este, pero eso significa ir para entrar en combate. Alemania, donde un 55% de la opinión pública está en contra de la participación en esta guerra, no se lo plantea. España, tampoco. La Francia de Sarkozy -presente en Munich a través de su ministro de Defensa, Hervé Morin, - aparece como la única que, con los británicos, canadienses y holandeses que ya están allí, ha dado un paso adelante.

Esta es una guerra confusa, que ha cambiado de objetivos, mandato y estrategia desde que se inició a raíz del 11-S. Ha habido progresos, pero el riesgo de perderla sobre el terreno y en la opinión pública afgana (que ve crecientemente a esta fuerza de la OTAN como de ocupación) y la occidental es grande. "Aunque no estamos perdiendo, no es seguro que estemos ganando" según el senador americano republicano Lindsey Graham, un convencido de que la guerra de Irak se va a ganar. Pero de no ser por la de Irak hoy no habría problemas de efectivos norteamericanos para la guerra de Afganistán.

Hay un problema de definición que la OTAN pretende aclarar con la publicación, con ocasión de su cumbre en Bucarest en abril, de un documento de visión estratégica que recoja una explicación del por qué de esta guerra y la necesidad de aunar una acción militar convincente con la de reconstrucción del país, y su afganización para que los locales asuman su propia seguridad. No es fácil cuando un soldado del nuevo ejército afgano cobra mucho menos que un combatiente enrolado por los talibanes. Una parte de Al Qaeda ha llevado el centro de gravedad de su guerra de Irak a Afganistán. Y ha resurgido el cultivo de opio, para combatir el cual no está la OTAN. En todo caso, hubo en Munich un amplio acuerdo de que esta guerra no se ganará sólo por medio de la fuerza militar, como descubrieron en su día británicos y soviéticos. Pero sí requerirá, como señaló Morin, un esfuerzo militar suplementario a corto plazo.

Pakistán, con sus problemas internos, no ayuda. Y en el sur y este, la OTAN se está metiendo en tierras que nunca ha controlado nadie, salvo las tribus locales. Probablemente, como indican algunos británicos, habrá que acabar pactando con eso que se llama los "talibanes moderados", pues es imposible o inaceptable destruirlos a todos. Pero el presidente de Afganistán no quiere oír hablar de ello. Karzai controla poco. Tan poco que se le apoda "el mejor alcalde de Kabul". Está al frente de un Gobierno que no llega mucho más allá de la capital y lleno de corruptos. Ha vetado al liberal británico Paddy Ashdown, que hubiera sido un buen coordinador local de la ONU, pues la descoordinación entre las diversas organizaciones civiles presentes en Afganistán es patente. Pero es británico, y Karzai y los afganos no se llevan bien con la antigua potencia colonial.

Quizás la OTAN no valga para este tipo de guerras tan lejos de su área tradicional. De hecho, desde 2003, la OTAN - transformada según Gates en una "multifacética fuerza expedicionaria"- no ha asumido ninguna nueva misión, mientras la ONU ha sumado diez más. La Alianza, que el año próximo cumplirá 60 años, no está en peligro. ¿Pero, se preguntaron algunos en privado en Munich, será Afganistán su primera guerra terrestre y su última?

Publicado en El País, el 11 de febrero de 2008

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11 de febrero de 2008
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Muertos sin sepultura

Tenemos en nuestra historia muchos muertos sin sepultura. Desde hace años amplios grupos de la población, además de los familiares, están consiguiendo un digno entierro a sus muertos. A cada uno su propia muerte, a cada uno el lugar que quiera para ser recordado. Entiendo los levantamientos de cadáveres y el querer dar lugar dignificado a quién hemos querido. Entiendo lo que dice la estimada Enea. Lo entiendo pero yo no lo haría. Desde luego no con Lorca.

Hace bastantes años, en compañía del poeta Luisa García Montero, estuve en el Barranco de Víznar. Era un día invernal, la carretera de tantas curvas estaba casi tapada por la niebla. Cuando llegamos al lugar del crimen el día se fue levantando. Nunca olvidaré la emoción que sentí en aquél lugar. En el lugar dónde tantos muertos sin sepultura siguen señalando el odio, la crueldad y la maldad de los asesinos.

La no existencia de sepultura, el no levantar el más famoso de los muertos de nuestra guerra es un deseo de la familia. No tumbas, ni mausoleos, simplemente el recuerdo en un lugar de Víznar, en un barranco dónde unos huesos señalan para siempre la iniquidad de los asesinos.

Una vez estuvo visitando aquellos lugares dónde el poeta murió y fue enterrado, Margarite Youcenaur, contó que nunca había sentido tanta emoción, que la ausencia de tumbas, de lápidas, de recuerdos la emocionaron más vivamente que si hubiera estado ante una tumba. Desconozco que están haciendo con el barranco, con el suelo que cobija a Lorca y otras decenas de hombres decentes, espero que no cambien aquella desnudez que tanto me conmovió. No mover a Lorca del lugar de su muerte es la mejor manera de recordar el crimen.

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8 de febrero de 2008
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Clase VI. El narrador y el punto de vista (II)

El narrador cumple varias funciones: al ser la voz que nos cuenta es quien nos proporciona información sobre la historia. Gracias a él conocemos  a los personajes, e incluso podemos meternos en sus mentes y compartir sus sentimientos, deseos o sus odios más profundos. Pero dependiendo de cómo sea ese narrador, este podrá mostrarnos unos aspectos u otros.

Recordemos lo dicho en la clase anterior. Toda historia de ficción es narrada por alguien y esa voz narrativa puede contar la historia desde la primera, la segunda o la tercera persona. Quien nos cuenta en primera persona es un personaje que se encuentra dentro del espacio narrado; en tercera persona es una voz que cuenta desde el exterior y en segunda puede estar dentro o fuera del espacio narrado, en una posición más ambigua. Pues bien, lo que nos interesa ahora es saber qué nos pueden mostrar y qué limitaciones tienen cada uno de ellos.

Como ya dijimos, nosotros no contamos igual un acontecimiento que nos haya sucedido directamente -donde estemos de alguna forma implicados- que algo que le haya sucedido a otro, y esto ocurre porque nuestro punto de vista es distinto. Por ejemplo, si dos personas discuten en la calle y nos paramos a observar, no veremos sólo a los dos protagonistas del incidente sino también a la señora que se ha detenido a mirar desde la acera de enfrente, o a un tercero que se acerca a intermediar..., de manera que tendremos una visión general de lo que está pasando alrededor del suceso concreto. Pero si en esa misma calle nos encontramos a una amiga y nos acercamos a saludarla, se reducirá nuestro campo de visión de lo que está acontece alrededor, sólo estaremos centrados en este encuentro y en la conversación que estamos manteniendo. De igual forma ocurre con los puntos de vista dentro de la narración literaria, si un narrador nos cuenta desde fuera del espacio narrado (en tercera persona) su visión será más amplia que la del personaje que nos está contando desde dentro del mismo, ya que su mirada se limitará a lo que puede conocer desde esa primera persona. Tenemos aquí pues dos puntos de vista muy distintos que van desde contemplarlo todo hasta lo que únicamente puede ser visto por un personaje. Y aquí radica la diferencia fundamental a la hora de elegir un narrador u otro, es decir, la información que cada uno puede dar al lector, y que en definitiva nos remite a  cómo se va a contar la historia.

Veamos unos ejemplos:

"La primera carta, la primera fotografía, le llegó al diario entre la medianoche y el cierre. Estaba golpeando la máquina, un poco hambriento, un poco enfermo por el café y el tabaco, entregado con familiar felicidad a la marcha de la frase y a la aparición dócil de las palabras."

El infierno más temido. Juan Carlos Onetti.

"Esto sucedió cuando yo era muy chico, cuando mi tía Matilde y tío Gustavo y tío Armando, hermanos solteros de mi padre, y él mismo, vivían aún. Ahora están todos muertos. Es decir, prefiero suponer que están todos muertos, porque resulta más fácil, y ya es demasiado tarde para atormentarse con preguntas que seguramente no se hicieron en el momento oportuno".

Paseo. José Donoso.

Si observamos con atención estos dos ejemplos vemos en ellos dos puntos de vista muy distintos. En el segundo caso el narrador-personaje nos cuenta desde dentro de la historia, su punto de vista es de alguien implicado y como tal puede contarnos la historia de las personas que él conoció, así como sus propios temores, sus dudas o sus miedos.  En el texto de Onetti lo que nos encontramos es un narrador que tiene un punto de vista externo de la historia que nos está contando pero que además no sabe sólo lo que hace el personaje (golpeando la máquina) sino que también nos relata cómo se encuentra (un poco hambriento, un poco enfermo), es decir, puede ver lo que le sucede fuera y dentro, algo que le no le sería posible al narrador-personaje, a no ser que se tratase de él mismo. En definitiva y simplificando al máximo,  cuando un narrador cuenta en tercera persona situándose fuera de la escena, puede tener un campo de visión absoluto del mundo narrado (narrador-omnisciente) y por lo tanto conocerlo todo de cada uno de los personajes, entrar y salir de sus mentes, informarnos de  cuanto les acontece, piensan o sienten, incluso hacer reflexiones y juicios sobre sus actos. Pero también en tercera persona y desde fuera del espacio narrado, podemos encontrar un narrador que limita su campo de visión y por lo tanto, como  narrador omnisciente limitado o cuasi-omnisciente, nos muestra los hechos de forma "objetiva", sin juzgarlos, describiendo  lo que cualquier persona podría observar. (un narrador testigo, por ejemplo). Mientras que la primera persona suele ser un narrador protagonista o un narrador deuteroagonista, ese narrador próximo y habitualmente discreto secundario que sin embargo nos permite conocer mejor al narrador (como el doctor Watson de Sherlock Holmes...)

Esto más o menos lo sabemos todos pero, ¿qué ocurre cuando el narrador (persona gramatical) y el focalizador (desde quién se cuenta) resultan el mismo?

La Propuesta:

Como propuesta de esta semana vamos a tomar el siguiente texto y  continuarlo.

"Al llegar a mi casa y precisamente en el momento de abrir la puerta, me vi salir. Intrigado, decidí seguirme (...)"

Como podemos observar, aquí tenemos a una solo persona gramatical (la primera) y a dos personajes: uno que se observa y otro que es observado por el primero, es decir, tenemos una primera persona, dos personajes, y un focalizador: el que dice "al llegar a mi casa ..." ahora bien, vamos a continuar el texto desde aquí respetando este planteamiento. Por lo tanto, todo nuestro texto será escrito siempre en primera persona y se deberá notar en todo momento que se trata de "dos" uno que sigue al otro, y que son el mismo. Es un reto difícil, lo sabemos, pero creemos que nos permitirá tener claro quién narra y quien es "narrado" aunque se trate de uno mismo. Buen fin de semana!

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8 de febrero de 2008
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La libertad de lo menudo

Hay grandes obras de temas menores y obras menores de grandes temas. Esta época, a mi parecer, pide la primera opción. La existencia se ha miniaturizado pero no ha perdido ni intensidad ni tampoco calidad de color. Más bien, lo incoloro e indiferente sucede en el espacio público y en el campo de la Gran Moral. Han desaparecido, en suma, las doctrinas gigantes y los mandatos trascendentes.

El sacrificio, el amor, el heroísmo o la tristeza, se incrusta en los entresijos de la vida cotidiana y las miserias más ominosas como las acciones más dignas se engastan en el horario laboral. Todavía hay narradores que se enfrascan en acartonados temas históricos o artistas  que ponen su escritura al servicio de intrigas policíacas que llamaban la atención del gentío al comienzo del proceso de industrialización y urbanización.

Ciertamente, cada cual es libre de elegir la dedicación que prefiera pero veo entre los compañeros de profesión  que cuando se entregan a la novela histórica o al trhiller son conscientes de estar produciendo un artículo incoherente con el talante de su sociedad. Son, en consecuencia, tipos que buscan la recompensa en la vacuidad de lo asocial. Y no ya para distraernos de los conflictos sufribles lo que supondría tenerlos de algún modo en cuenta, sino para borrar los problemas presentes de la vista. ¿ Es negativa esta postura y positiva, por tanto, aquella que nos introduzca en la realidad, mejor o peor? La ética imperante impide responder categóricamente a esta cuestión, puesto que la ética también se ha vuelto narración interesada. Mi respuesta estética, en todo caso, escoge la incidencia en la peripecia de la cotidianidad, en el reto de crear obras fuertes e importantes de los asuntos menores puesto que, al cabo, son los genuinos eslabones de la cadena vital, moral, sustancial. Y las cuentas del collar con que nos adornamos, nos afirmamos, coqueteamos o nos conducen a la pérdida o la ganancia de la  libertad.

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8 de febrero de 2008
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Prolegómeno a las cuestiones éticas: Andreia

Desde el inicio de estas reflexiones se ha presentado  al filósofo como emblema del ser humano que asume con radicalidad su condición. De alguna manera cabe decir que filósofo es quien no enmienda ante aquello que radicalmente inquieta. Para designar a la persona que se atreve a mantener la mirada ante lo más temible, y que de tal entereza extrae una suerte de radical exaltación los pensadores griegos, y muy especialmente Aristóteles utilizaban un término específico, del que es conveniente ocuparse ahora:

Todos hemos tenido ocasión de reconocer en una persona aquello que en lengua castellana se designa con la expresión hombría de bien, o a veces meramente hombría. Por contraste se reconocen de inmediato aquellas otras personas que carecen de tal atributo. Una cosa, sin embargo, es tener el sentimiento de hallarnos ante un caso de hombría, o su defecto; otra muy diferente es saber en qué consiste tal atributo. Pues bien: respondiendo a su condición de filósofo (es decir alguien cuya función es poner sobre el tapete, sacar a la luz, o clasificar o distinguir lo encubierto o confundido) Aristóteles se plantea tal interrogante en uno de sus más conocidos libros, la Ética a Nicómaco.

La hombría (andreia en griego) consiste en generar en mantener la entereza ante algo susceptible de provocar miedo (fobós en griego). Supongamos que nos vemos enfrentados a la pobreza, a la enfermedad, a la bajeza de nuestros congéneres e incluso a ciertas pulsiones indeseables provenientes de nosotros mismos. Aquel que, en cualquiera de estas circunstancias, consigue no caer en la angustia paralizante (que, en concordancia con la etimología calificamos de fobia) o en la evitación a cualquier precio, es legítimamente calificado de andreios, poseedor de andreia. Virtud ésta traducible por términos como valentía u hombría (de la cual es -como veremos- susceptible asimismo una mujer; de ahí la conveniencia de evitar el término virilidad).

Aristóteles precisa, sin embargo, que en los casos señalados se trata de una hombría por semejanza (kath' homoióteta) o derivación (katá metaphorán) y como resultado o corolario de una hombría primordial. "En primer lugar, debería atribuirse la hombría al que no es presa de miedo ante la hipótesis de una muerte noble".

En la próxima entrega haré una breve glosa a este texto, tan elemental como profundo (en realidad, profundo precisamente por elemental).

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8 de febrero de 2008
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Cómo mejorar la gala de los Goya

  1. No pretendiendo el presentador ser gracioso todo el tiempo porque por algún misterioso conjuro el humor no llega a cuajar en estos eventos y cuanto más extravagante sea, peor. El público de las butacas se ríe por reírse, porque está nervioso, y en casa nos aburrimos, sólo nos interesa saber quién ha ganado y ver el paseíllo desde las butacas al escenario.
  2. No pretendiendo los premiados ser espontáneos ni originales al dar las gracias, como mucho llorar medio segundo, y desde luego no intentar lanzar mensaje alguno con matices sociales o políticos. Lo mejor en estas situaciones es no decir nada porque la gente ya está pensando en cuál será el siguiente premiado y es imposible conmoverle ni impresionarle. En este sentido, sólo Alfredo Landa (que se llevó el Goya de Honor a toda su carrera) logró llamar un poco la atención con su inesperado no-discurso.
  3. Se recomienda sobriedad en el contenido y mucho brillo y lujo en la forma, que las butacas de los nominados queden bastante alejadas del escenario para que podamos observarles a placer hasta que suben allá arriba, agilidad en las transiciones y... alfombra roja.
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8 de febrero de 2008
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Galería de espectros: el Gritador

Rafael Argullol: En mi galería de espectros he oído al del Gritador.

Delfín Agudelo: ¿Qué crees que intentó Munch con El grito?

R.A.: Lo curioso es que creo que Munch no intentó pintar a alguien que grita, sino el grito mismo, que es lo que da una gran peculiaridad a este cuadro, y una singularidad extraordinaria a su protagonista, que es esta máscara aullante, esta máscara que grita y que tanto ha intrigado al espectador moderno. En ese sentido Munch, como una paradoja maestra, lleva o intenta llevar a la práctica algo que Schopenhauer había negado en uno de sus escritos, donde dice que un artista puede pintar a hombres que gritan, pero no puede pintar el grito mismo. Lo que quiere pintar Munch en su cuadro, y en las dos o tres variaciones, es la esencia del grito visual. Ahí entra una de las características más importantes de Munch como artista, que es el intento de llegar no tanto a la corteza exterior de las emociones, sino a la fuente desde la que emanan las emociones. Cuando miro El Grito siempre me acuerdo de una anécdota fundamental en la época de aprendizaje de Munch, cuando le dieron una beca para vivir tres años en el París de los impresionistas, que estaba en un momento de ebullición artística. Sin embargo, interrumpió su estancia en París para ir a Montecarlo porque le interesaba estudiar a fondo las reacciones de los jugadores de los casinos. En un momento determinado explica que su mejor escuela de artista fue allí mismo, porque estudió, observó y cuando llegaba a su casa dibujó y pintó a hombres y mujeres que tenían que contener sus emociones. El jugador, cuando está delante de la ruleta, gane o pierda, tiene que contener sus emociones. Esa contención le parecía muy importante a Munch para llegar a la esencia de las propias emociones. Él quería evitar la grandilocuencia de una emocionalidad exterior para hacer una radiografía de los propios orígenes de una acción emocional. Creo que esa escuela que cita el propio Munch luego fue un elemento fundamental en toda su pintura. Él, no solo en un grito sino con los celos, con las pasiones en general, con las relaciones entre hombre y mujer, con la sexualidad misma, intentó ir más allá de la emoción en su propia singularidad para ir directamente a la propia idea de la emoción. Casi diríamos que Munch plantea una especie de platonismo fisiológico, unas ideas que no están en una esfera celeste sino que están en la propia entraña o estómago, en el interior de la víscera del hombre. Lo que se transmite en un cuadro como éste no es tal o cual hombre que grita, sino el mismo grito en una esencialidad no abstracta, sino en la propia entraña del alma humana.

 

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8 de febrero de 2008
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III. Obediencia debida

De nada le había servido a mi tatarabuelo barricarse junto con su familia dentro de la casa de altas gradas en lo hondo de la vasta finca que entraba con sus arboledas en las goteras del pueblo. La casa se fue despoblando con cada viaje de las carretas mortuorias, y le tocó a él irse en el último. Mi  bisabuela María se quedó entonces sola en las estancias que con sus muebles y utensilios intactos que parecían esperar el regreso de sus habitantes, cercada primero por los lamentos que llegaban desde todos los confines del pueblo, y luego por el silencio.  Se acostumbró a la soledad, y cuando la encontró mi bisabuelo Francisco diez años después, era ya una mujer muy dueña de sus actos, capaz de bastarse sola para manejar la heredad.

A mi bisabuelo Francisco la boda lo alivió de seguir caminando distancias con su recua, y lo alivió también de sus accesos de tos febril, siempre respirando aquel veneno blanco de los socavones de las caleras al cargar los zurrones. Y ya casado, se dedicaba a oficios menores, tejer el junco de los asientos, reparar algún cerco, vigilar que los insectos no invadieran las jicoteras, pastorear las vacas y ordeñarlas a veces, bajar a la laguna por agua, y aprovechar entonces para darse un baño, flotando desnudo en la superficie quieta mientras las lavanderas aporreaban, lejos, la ropa sobre las piedras.

A escoplo marcó los espaldares de las sillas del mobiliario de la casa con el nombre Francisco Silva, olvidándose así de su propio apellido y adoptando el de la esposa. Mi bisabuela María simplemente siguió al mando de todo, como desde hacía diez años, y agregó una obediencia más a su poderío, que fue la del marido forastero que se resistió siempre a ponerse zapatos.

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8 de febrero de 2008
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La Gran Novela Americana

Por obra y gracia del zapping me crucé con RKO 281, la película producida por HBO que Benjamin Ross dirigió en 1999. RKO 281 es una dramatización de las circunstancias en que fue concebida Citizen Kane, la película de Orson Welles que tantos -yo incluido- consideran el mejor film de la historia. En líneas generales la anécdota es conocida: cómo el veinteañero Orson Welles, convertido en el hombre del momento por el éxito de su versión radiofónica de La guerra de los mundos, decidió debutar como director cinematográfico con un relato que era una versión apenas velada de la vida del magnate americano de los medios William Randolph Hearst. RKO 281 narra también los intentos que hizo Hearst por impedir el estreno de la película, incluyendo una oferta millonaria para comprar copias y negativos y destruirlos por completo. Entre otras tácticas igualmente reprobables, Hearst amenazó a las cabezas de todos los estudios de Hollywood -judíos en su mayoría- con una campaña antisemita y exposés sobre las cuestionables vidas privadas de sus estrellas, al mismo tiempo que Adolf Hitler avanzaba sobre Europa con armas similares: el poder y la difamación.

Lo que nunca me había detenido a calibrar es el coraje (en dosis similares a las de la inconsciencia) que Welles poseyó: un recién llegado a Hollywood y a la fama, un parvenu al que no se le ocurre mejor idea que utilizar el dinero y los medios del establishment para emprenderla contra uno de los hombres más poderosos de los Estados Unidos. /upload/fotos/blogs_entradas/citizen_kane_med.jpgMás allá de los motivos que lo inspiraron -entre los que no hay que olvidar un ego de las dimensiones del de Hearst, y un agujero negro afectivo que llenar tan devastador como el impulsa al Kane del film-, el simple hecho de que Citizen Kane haya no sólo sobrevivido a Hearst sino también al fracaso económico es un testimonio del poder abrasador del arte cuando alcanza el nivel de la genialidad -una genialidad que también hay que atribuirle, entre otros, al guionista Herman J. Mankiewicz y el fotógrafo Gregg Toland.

RKO 281 subraya el paralelo entre los dos titanes, y aprovecha la intención que Welles tenía por entonces de rodar una vida de Cristo después de Kane para insistir en la frase del Evangelista: Aquel que quiera conquistar al mundo perderá su alma. Hearst y Welles pagaron altísimos precios por su ambición, pero los cinéfilos del mundo -más aun: los devotos del arte- no dejamos de sacarle jugo aun hoy a la obra que resultó de su colisión. Cada vez que me pregunto por qué nadie escribió la Gran Novela Americana, me respondo de inmediato: porque Citizen Kane ya existe desde 1941. 

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8 de febrero de 2008
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