

Toda creación es la lucha entre una forma posible y una forma que ya existe.
"Imaginar es elegir", decía Jean Giono. Cierto. El problema surge cuando falta imaginación y la elección ya no es posible. La carencia de imaginación podría convertir la vida en una prisión agobiante, o en un laberinto sin salida.
"No me disfraces la muerte", decía un personaje de Homero. Buena propuesta. Ahora todo aparece disfrazado: la vida, la muerte, la corrupción, la avaricia, la insidia, el amor, el odio. Solo la banalidad aparece desenmascarada. Es la gran madame de nuestro carnaval.
"¡Ser siempre la misma!", clamaba Isabel I de Inglaterra. Eso solo lo puede decir un alma muerta. ¡Qué atrocidad, negar la mutabilidad incesante del ser!
"Belleza, razón, bien decir, es el mejor camino del hombre", decía Homero. Ahora hemos invertido los términos: "Fealdad, sinrazón, maldecir" es el lema de la nave de los locos en la que vamos todos.
"Solo instantes soporta el hombre el peso de la plenitud", decía Hölderlin, pero cabe preguntarse si alguna vez la sentimos para poder calcular su peso y el tiempo que la aguantamos. Otro problema: ¿La plenitud pesa o es tan leve e inestable que en cuanto la tocas se evapora? Hay sustancias que acusan más la fuerza de la gravedad, por ejemplo el vacío existencial. Y sin embargo, la gente de nuestra época soporta ese vacío mortal con inconsciencia, con indiferencia, con brutalidad.
Aún hay gentes que dedican su vida a pensar y nos entregan el resultado de su viaje intelectual en el momento decisivo.
A veces parece que, desaparecida la filosofía, todo lo ocupa la política, es decir, la ingeniería de la sumisión. Puede ser, pero aún hay gentes que dedican su vida a pensar y nos entregan el resultado de su viaje intelectual en el momento decisivo.
Si todo es ya pura técnica de la sumisión, será porque la vieja naturaleza se fue con los dioses y de ella solo queda la explotación de sus simulacros. Nosotros ya no formamos parte del reino animal y el poder explota cada una de nuestras imágenes técnicas: contribuyentes, empleados, votantes, agraviados. Nos hemos parcelado a fin de hacer negocio con cada rincón. Tal es el asunto de los inmensos trabajos de dos filósofos españoles, ambos ocupados por igual preocupación: ¿qué significa hoy "naturaleza"?
Félix Duque (Filosofía de la técnica de la naturaleza) expone la historia del concepto: de la naturaleza primordial a la orgánica, artesanal, mecánica, cibernética o digital. Si en la primordial éramos primates, en la digital somos entes virtuales. Víctor Gómez Pin (Tras la física) expone la otra cara del asunto, la naturaleza en tanto que "cosa", la physis de los jónicos, hasta llegar a la naturaleza cuántica. Quantum y dígito se dan pues la mano.
Ambas obras, editadas por Abada, exigen estudio, pero el esfuerzo requerido es lo que merece el augusto misterio sobre el que discurren: aunque sigamos creyéndonos criaturas naturales, ¿qué pasa si ya no queda nada natural en la naturaleza? ¿Si nada nos sostiene? ¿Si no tenemos ya ningún fundamento? Dice Pin que somos lenguaje, pero ¿de quién? Dice Duque que somos animales técnicos, pero ¿humanos? ¿Acaso ya solo servimos como soporte de nuestros móviles? Con preguntas ayuda la filosofía a resistir la explotación.
Vivíamos de la carne
De la carne del mar y de la tierra
¡Ay del mar y de la tierra!
Las hojas del árbol eran saludables para las naciones
Pero los tábanos ahuyentaron a la hechicera
Ahuyentaron al reo
Ahuyentaron al extranjero
Al que poseía la piedra de jaspe
Lo perturbasteis y se puso en fuga
Como los falsos doctores
Bajo la influencia de la molicie reinante
Quedaban veinticuatro ancianos
Y veinticuatro vivientes
Veinticuatro vivientes misteriosos
Que cayeron de hinojos
Fulminados.
Se halló la sangre de todos los degollados
La sangre que ocupaba el mar
Que ocupaba los vientres de los peces
Y los vientres de la aves
Pero las tinieblas pasan
A bordo del navío de los hombres oscuros
Negros como pelo de cabra
Hasta que el caballo bermejo
Conducido por el manco que devora la espada
Pisotea al extranjero marcado
Marcado con señales tiznadas en la puerta
En la puerta de su casa de barro
Y alguien obtiene el poder de abrir los sellos de hierro
Y el poder de no ocultarse
Ante el rostro de quien se sienta en el trono.
Ferrer Lerín, marzo 2019
Decía mi maestro Vidal-Naquet que las mujeres y los esclavos habían sido los héroes secretos de la antigua Grecia.
Solo los escritores (Esquilo, Sófocles, Eurípides) supieron dar voz en el teatro a los que no tenían voz en los foros, rescatándolos de las moradas del silencio.
Fascina comprobar cómo razonan las mujeres en la tragedia griega, cómo se oponen a la injusticia, la tiranía, la desfachatez, la arrogancia. Y lo hacen siempre con palabras fulminantes y ajustadas.
Son la voz clamorosa de la intrahistoria.
En la tragedia griega, representan la imagen más honda, más persuasiva y más definitiva de la humanidad. No es paradójico que tengan un papel tan señalado en la tragedia. Danzaban sobre la cuerda tensa de los más terribles conflictos, en los que se ponía en cuestionamiento su propio ser.
Parecen ángeles del abismo, lanzándose hacia un vacío de incomprensión delirante y delirante cinismo, como dicen que hizo la poeta de Lesbos en aquel acantilado donde, según la leyenda, se llevó a cabo
el
vuelo
de
Safo.
No me refiero a su suicidio, aunque lo parezca. Hago más bien referencia al vuelo de su lírica y su aliento. Aún nos acordamos de ella, a pesar de que solo nos quedan algunos fragmentos de su obra. Adentrémonos, con la imaginación y el deseo, en aquella noche oscura en la que Safo dijo:
La luna se evapora
y las Pléyades se marchan.
Es medianoche:
las horas pasan y estoy sola.
En 1676 varios centenares de griegos que huyen de la ocupación otomana de su pueblo del Peloponeso consiguen tras múltiples peripecias que la República de Génova les otorgue derecho de instalación en la costa occidental de Córcega, marcada por abruptos acantilados y peñones graníticos perforados. No bien acogidos por la población que ve en ellos potenciales aliados de los que (pese a la afinidad lingüística consideraban ocupantes) fundan sin embargo el pueblo de Cargèse aun hoy caracterizado por su templo ortodoxo Como en la iglesia melkita de Saint Julien le Pauvre en París, los oficios, aunque formalmente católicos, se realizan bajo el rito bizantino oriental, con cantos que la envejecida población lucha sin embargo por mantener.
Fuera de los meses de ajetreo turístico, Cargèse es un lugar sereno en el que la universidad de Córcega tuvo hace años la idea de crear un instituto bordeando el mar y aislado de toda zona urbana, acogiendo a estudiosos que durante una entera semana intentan establecer el estado de la cuestión en relación a algún problema científico o humanístico.
En la semana que arrancó el 4 de marzo el pueblecito de Cargèse y su instituto reúne a un grupo de personas procedentes de varios países que reivindican la herencia del pensamiento aristotélico, traducido hoy en la exigencia de articulación de las ciencias y las artes. En los debates se tratan temas que van desde la cosmología a la lógica. Y es que, como he tenido en ocasiones ocasión de recordar en este mismo foro Aristóteles, conocido durante siglos como El filósofo, pues podría con justicia haber sido también denominado El científico. La cuestión de la unidad de la psicología, las intuiciones del pensador en temas de biología, las razones que le condujeron a (según expresión de uno de los ponentes) "inventar el concepto de materia" fueron algunos de los temas tratados. Pero también la influencia de Aristóteles en las teorías de la imagen de inspiración escolástica (que estuvieron en el origen de grandes conflictos- entre reformista y católicos, pero no sólo).
Por erróneas que fueran a veces las respuestas dadas a sus propios interrogantes (la teoría geocéntrica o la tesis de la inmutabilidad de las especies, por ejemplo) la humanidad estará siempre agradecida a Aristóteles por el hecho mismo de haberlos planteado y por su actitud consistente en practicar las disciplinas científicas para, tras ello, extraer las implicaciones filosóficas de las mismas.
Cuando en nuestro tiempo la ciencia misma se ve abocada a retomar las viejas interrogaciones filosóficas relativas al entorno natural y al papel del hombre en el mismo, cuando (de mano de los más grandes) la física da por sí misma el salto a la interrogación metafísica, cabe decir que la disposición de espíritu de Aristóteles se está restaurando y la filosofía se reencuentra con su origen.
En razón de esa potencia emocional de controversias teóricas a la que aquí me he referido en ocasiones, en el momento en que escribo acaba de tener lugar un vivísimo debate en torno al problema de la vigencia de la disposición aristotélica a la hora de abordar los fenómenos vitales. El traductor de Aristóteles Pierre Pellegrin ha reivindicado una filiación Aristóteles, Cuvier, Darwin en contraposición a Lamarck a la hora de determinar el peso relativo de la polaridad: estructura de un órgano y función del mismo (esta última sería lo que cuenta entre los tres primeros (así en Aristóteles lo interesante no es presentar el pulmón como un órgano sanguíneo esponjoso situado en general en un costado, sino como "órgano apto a enfriar la sangre"). Más allá de las cuestiones técnicas la cuestión debatida es si la ciencia biológica ha de hacer abstracción de todo valor vital (cosa que ocurre cuando se reduce la disciplina a un análisis físico-químico del ser vivo) o si -en palabras de Georges Canguilhem ""la biología debe ante todo considerar el ser vivo como un ser significativo, no como un mero objeto sino como un carácter en el orden de los valores". Ello vale en especial tratándose de ese ser vivo que es el hombre, cuyo singularidad es la percepción consciente de su medio natural. No olvidemos (dice el propio Canguilhem) que para muchos "la función de la ciencia es "desvalorizar las calidades de los objetos, erigiéndose en teoría general de un entorno real es decir inhumano". Para que la naturaleza alcance una significación hay que tener en cuenta la singularidad de la vida, afortiori la singularidad del ser que piensa la vida.
Otro de los asuntos que mereció particular discusión fue el de los controvertidos textos en los que Aristóteles parece sostener que los griegos serían no solamente diferentes de los otros pueblos (en primer lugar por el peso que se le otorgaba al hecho de tener o no como propia la lengua griega) sino "superiores", lo cual se traduciría en la posibilidad de establecer constituciones racionales que ordenarían la vida política y paliarían la amenaza de confrontación. El peso de estos textos en el enorme Corpus aristotélico quedó relativizado con varios argumentos: Aristóteles establece también esta diferencia en relación a griegos del pasado ("cuyas leyes eran simples y bárbaras haplous ...kai barbarikous) y griegos de su tiempo; Aristóteles se interesó por la constitución de los cartagineses (pueblo no griego) de la que hace múltiples elogios, mientras que por el contrario critica las constituciones de Esparta o Creta(pueblos griegos).Pero el argumento fundamental es quizás recogido por Dante (Convivio I,1,1:
"Si come dice lo filosofo(...) tutti li uomini naturalmente desiderano di sapere (...). La ragione di che puote essere ed e che ciascuna cosa, da providenza di propia natura impinta e inclinabile a la sua propia perfezzione; onde, acciò che la scienza e`ultima perfezione de la nostra anima, tutti naturalmente al suo desiderio semo subietti". Glosa:
Diciendo el filósofo que todos los humanos desean naturalmente simbolizar y conocer (siendo razón de ello que la naturaleza de cada cosa le lleva a realizar su propia perfección), en la simbolización y el conocimiento como perfección mayor de nuestra alma reside la plenitud propia de nuestra especie animal, la cabal conformidad a nuestra naturaleza. De ello se deriva que el animal humano además de capaz de aprendizaje (los demás animales tienen obviamente también tal capacidad) tienen en exclusiva esa capacidad que confiere el aprendizaje racional, a saber experimentar placer por aprender.
Al lado de esta afirmación general sobre la condición humana que da arranque al conjunto de libros que dan nombre a la Metafísica y que se sustenta en la prodigioso esfuerzo de Aristóteles por dar cuenta de lo que distingue a las diferentes especies animales, se infiere que la filosofía, nacida en la lengua griega y en la Jonia de los predecesores de Aristóteles, es susceptible de ser asumida por toda cultura, es decir: constituye un potencial universal de toda sociedad humana.
Reitero que esta tesis del hombre como movido por el deseo de formalizar (eidenai) de mediar el entorno por conceptos no es fruto de una especulación, sino del trabajo de Aristóteles como primer gran biólogo de la historia, que suplía con una prodigiosa intuición y agudeza conceptual la penuria de instrumentos a la hora de establecer comparaciones entre las diferentes especies. Y si hoy podemos afirmar que hay evolución de las especies, es naturalmente porque tenemos claro qué es una especie, cosa a la que Aristóteles contribuyó de manera determinante. Y podría dar otros muchos ejemplos.
Apostando a que conocer es lo nuestro, Aristóteles nos ayudó a ser lógicos, explicitando criterios que posibilitan el distinguir o clasificar, y de la mano de Aristóteles establecía aun Lineo sus taxonomías. Aristóteles tuvo impresionantes intuiciones topológicas, y en lo concerniente al tiempo tuvo una impresionante premonición de su vínculo con el cambio meramente destructor, que va en el sentido del segundo principio de la termodinámica. Aristóteles rechazó el vacío y defendió la finitud del universo, concepción que los partidarios actuales de ciertos modelos cosmológicos nunca podrán rechazar de manera tan tajante como lo hacen con la infinitud del espacio de Newton. Aristóteles nos ayuda a percibir la causa de la emoción que provoca la representación trágica, y en sus reflexiones ético- políticas nos mueve a entender las tremendas consecuencias de la ausencia de las condiciones sociales que garanticen la dignidad material. Pues Aristóteles precisa que las cosas verdaderamente propias del hombre, la matemática, la filosofía o la propia representación trágica sólo pueden desplegarse cuando están resueltas, no ya las cuestiones relativas a la necesidad, sino también las relativas a la distracción, el ornato y hasta la belleza.
Actualizando el problema, cabría decir que tal realización del ser humano pasa por abolir las condiciones sociales que mutilan las potencialidades innatas de los hombres, las cuales conducen a esas sorprendentes interrogaciones de los niños, resultado de un estupor ante el entorno que sería según Aristóteles el primer motor de la filosofía.
"Pues sólo cuando las necesidades de la vida y las exigencias de confort y recreo estaban cubiertas empezó a buscarse un conocimiento de este tipo, que nadie debe buscar con vistas a algún provecho. Pues así como llamamos libre a la persona cuya vida no está subordinada a la del otro, así la filosofía constituye la ciencia libre, pues no tiene otro objetivo que sí misma". La enseñanza profunda de este texto es que las condiciones sociales de posibilidad de la filosofía supondrían para cada ciudadano la oportunidad de retorno a la disposición de espíritu que caracterizaba su infancia. De tal forma que una educación que no quiera confundirse con la mera instrucción, una educación digna del ideario aristotélico, sólo estará movida por alcanzar un objetivo: en libertad...pensar.
No reconocí a los comensales, quiero decir que cuando se sentaron a mi mesa -estaba tomando el aperitivo- tuve el impulso de levantarme, de cambiar de sitio, lo que era posible en aquel instante ya que el restaurante estaba vacío, circunstancia que dejó de ser así al cabo de unos minutos cuando un grupo numeroso de viajeros invadió el comedor ocupando las mesas de forma aleatoria. Los tres individuos que comerían conmigo, avanzadilla del grupo, me saludaron con un impreciso "¿qué fue?" y, al momento, tuve la sensación de que al menos uno no era hombre -ya comenzaban en esos años los cambios de sexo-. Entonces, gracias a una rápida mirada a mi alrededor, comprendí que la mayoría de los viajeros pertenecían a esa nueva categoría, y cuando los tres de mi mesa descubrieron que mi condición era de normalidad y el lugar de mi residencia habitual era este pueblo, intentaron agredirme, el de mi derecha y el de mi izquierda con los tenedores, que iban a clavármelos en los ojos, al tiempo que el de enfrente intentaba herirme en el abdomen con sus botas provistas de cuchillas.
Muchas veces me pregunto por qué me sigue maravillando, emocionando, enriqueciendo ver óperas. Y todas las respuestas me vienen a la mente cuando veo, como acabo de ver, cómo el gran director de escena canadiense Robert Carsen logra emocionar y hacer pensar a un público actual con el drama Idomeneo, considerada por muchos como la primera obra maestra de un Mozart de 25 años ya en total dominio de su genio musical y dramático.
Idomeneo está basada en un drama francés de la ilustración: el rey de Creta así llamado, al volver triunfante de la guerra de Troya, sufre una terrible tormenta en el mar y promete al dios Neptuno que sacrificará al primer humano que se le cruce si lo salva. Lo encuentra en la playa su propio hijo Idamante, y al tratar salvarlo y no cumplir su promesa, pone al reino entero en peligro.
Finalmente, al ver que el valiente Idamante acepta el sacrificio por amor al padre, Neptuno perdona a éste pero le ordena abdicar. Lo sucederá Idamante junto con Ilia, su amada, la hija del derrocado rey de Troya.
Yo había visto cuatro versiones de Idomeneo, incluida una pulcra y oscura, de chapoteo sobre el agua, en Barcelona, y otra muy lujosa en el Met de Nueva York, con Plácido Domingo en su único papel mozartiano. Pero esta fue de lejos la que más me gustó. En la puesta en escena de Carsen, la historia se me reveló con un mensaje nuevo y un significado para el presente, mientras se mantenía siempre fiel al nudo y el sentido del original.
Al final del segundo de los tres actos, cuando el rey de Creta piensa que ha logrado escapar de su promesa a Neptuno de cometer parricidio, una terrible tormenta se desata en el mar y un monstruo espantoso se eleva ante el estupor de los cretenses. Estamos en el momento crucial de una puesta en escena ambientada en la Creta de hoy: los troyanos que huyen de la destrucción son sirios refugiados apretujados detrás de una valla en la arena, y en un inmenso lienzo se proyectan los humores del cielo al compás de la celestial música de Mozart.
Entonces Idomeneo, en traje militar y fusil en mano, se acerca al proscenio y una luz potente lo ilumina de abajo. Sobre el cielo se proyecta su sombra amenazante. El pueblo tiembla ante el monstruo… que no es otro que la sombra de su gobernante.
La noche estuvo llena de momentos mágicos, iluminadores como este. En ninguna otra he visto con tanta claridad la lucha por el corazón del heredero de Creta entre las princesas de los bandos rivales en la guerra, como una continuación de la contienda. Ilia, hija de Príamo de Troya contra Electra, hija del caudillo griego Agamenón. Gana la que perdió la guerra, gana la paz, y en la escena final, el coro y más de cien actores vestidos de uniforme se van desvistiendo al son de una marcha, y quedan como moradores de una ciudad actual. Acabó el horror.
El tenor dramático Eric Cutler interpretó al protagonista con potencia y garbo, como un héroe torturado por su conciencia, un líder vencido por su debilidad. Su fuerza actoral y su enorme estatura ayudaron a que su silueta y su sombra dotaran de fuerza visual al espectáculo. El tenor lírico David Portillo dotó de emoción y delicadeza a su Idamante, con preciso control de la línea mozarteana. La soprano Annet Fritsh (Ilia) y la mezzo Eleonora Buratto (Elettra) fueron duras contendientes por la mano del heredero: cada una de ellas mereció una fuerte ovación en sus arias clave; de hecho, la famosa aria de la locura y la muerte de Electra, al saberse vencida, fue el momento más dramático de la noche.
Yo había visto y oído a la Orquesta del Teatro Real la noche anterior, acompañando un bello recital del barítono galés Bryn Terfel, que fue del dios Wotan de Wagner a El violinista en el tejado. Bajo la batuta de un director promedio, los instrumentistas me habían sonado cansados, monótonos.
Un día más tarde, la manera en que estos mismos músicos pusieron fuego, precisión punzante, dulzura de pluma y alegría en las notas tristes me hizo ver la enorme calidad y la conexión con sus músicos del eminente director británico Ivor Bolton, que es el titular de esta orquesta. Sus movimientos eléctricos desde el podio provocaban chispas arriba y abajo del escenario. ¡Qué precioso Idomeneo!