Pablo Casado, la derecha entallada
Pablo Casado es un tipo directo y bien planchado que ha tenido muchas vidas desde que salió de la tutela de los Hermanos Maristas en su Palencia natal para estudiar octavo de EGB en Inglaterra, donde no se manda a un hijo tan sólo para aprender el idioma, sino para hacerse un hombre. Y de paso, para que alcance un grado de distinción que no se mama en provincias, por muy buena posición que tenga tu familia. Casado ingresó en el PP siendo un estudiante de Derecho barbilampiño que vestía con jerséis encarnados de cuello pico y americanas chocolate. “Aire fresco para las juventudes del partido”, se regocijaron los mayores cuando se puso al frente de Nuevas Generaciones y empezó a pasearse por platós para demostrar que se podía ser enrollado y de derechas.
Educado, simpaticote y neocon sin complejos, se postuló como el mejor cachorro de la camada de Josemari y Espe, a quienes invitó a su boda con Isabel Torres, nieta del fundador de las golosinas Damel. Ambos han sido fotografiados y entrevistados en Telva, que ha renovado con audacia Olga Ruiz. En sus páginas, la pareja explica su primer encuentro en la universidad: “Tú vas a ser la madre de mis hijos”, le soltó sin conocerla de nada. “Y ¿tú que respondiste?, le preguntan a Isabel. “Me eché a reír. Me pareció muy gracioso”. Ruiz le saca partido a su chico Telva, esa etiqueta que acuñó Umbral para definir a las pijas madrileñas de doble vida, mosquitas muertas con piernas largas que la liaban parda con gran discreción.
En Casado habita un pasado en mangas de camisa arrugada por fuera del pantalón, cuando lo mandaron cual 007 a Cuba para visitar a los disidentes, cual camello de libros clandestinos, medicinas y dinero. Fue un buen mandado que vivió peligrosamente su walk on the wild side con barba de dos días y un desaliño parecido al de Sean Penn visitando al Chapo.
La adversidad no le resulta extraña: tuvo un hijo prematuro que sufrió una parada cardiaca y estuvo en coma tres días. Olvidó su ideología cuando se solidarizó con los gemelos de Iglesias- Montero: “Son unos padrazos”, dijo. Esos azos y azas que tanto combinan con su sonrisa blanca. “Si alguna vez me tiene que renovar alguien, que me renueve Casado, que es un tipo estupendo”, provocó en su día Aznar. Y lo fichó como jefe de gabinete cuando ya estaba fuera de la Moncloa, regalándole su gran oportunidad: ser su mozo de espadas, viajar a todo trapo, conocer a líderes mundiales, empoderarse para purgar a los tecnócratas sorayistas con ínfulas de derecha moderna y laxa y rodearse de mujeres porque yo lo valgo.
Unas clientas del Sánchez-Romero de Prosperidad que atienden su turno en charcutería coinciden en que Casado es “muy majete”. No lo decían de Aznar, a quien su entumecido labio superior se le paralizó aún más desde que se rasuró el bigote. Casado se pinta una sonrisa de niño bien en la que muestra radiantes dientes kennedianos. No es un seductor al uso, ni pretende acojonar como Aznar. Pero levanta bombas dialécticas con una sonrisa muy fina, un rictus entre opusino y esotérico. Pocos casos se conocen de estudiantes de Derecho capaces de aprobar 12 de las 25 asignaturas curriculares de la carrera en cuatro meses.
Bien maleado por el caso de su máster, que aprobó sin ir a clase, ya ha dejado de ser el chaval majete del PP para mostrar su vis de cabroncete. Arrancó la precampaña con una sobredosis de proteínas, henchido de patriotismo y regreso al pasado, aunque ahora es el más moderado de su propia lista. Con un chasis que bien podría remojar en los Hamptons –pero que familiariza más con Boadilla del Monte–, ha demostrado ser el líder del partido menos conservador en su estética, a pesar del fachaleco, la prenda de este invierno primaveral que ha sustituido a gabanes y barbours.
Casado se ha desmarcado de los trajes convencionales que gastan Rivera y Sánchez, saliendo de la zona de confort de la derechona –marrones, burdeos, azul marino, verde loden– para combinar tweds con ocres y azules siguiendo la estela de los interioristas del barrio de las Letras, pijos refinados y gais que mezclan rayas y cuadros, verde billar y mostaza. Es el candidato más actualizado en la sastrería slim fit: el patrón masculino se ha estrechado cinco centímetros de pernera y tres de talle.
Destila guapura mientras critica “el sanchismo”, su gran trastorno obsesivo compulsivo. Y luce cuellos de camisa redondeados en la punta, estilo vintage, que dulcifican su mandíbula contraída y su metralla verbal. También ha renovado vocabulario, y como Ausiàs Marc –a quien seguramente habrá leído dado su expediente récord– elige imágenes cotidianas: poco le ha faltado decir que pondría la mano en la “cassola en forn” , pero ha prometido que va a “achicharrarse” por España aunque nadie se lo haya pedido.