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Epistolario

En esta correspondencia están todos los elementos de la seducción internauta, incluida la sexualidad explícita. Todos, excepto la maldad
 

Con cierta frecuencia se producen seducciones en la Red que acaban de modo violento. Suelen aparecer en los papeles como "crimen machista". Sin embargo, la seducción epistolar tiene una fecunda tradición, casi nunca con un final pérfido mientras las palabras iban en papel. Es como si el medio decretara la maldad del mensaje actual. Aquellos que poseen instinto predatorio han encontrado en Internet un cazadero ideal.

He leído que hace pocos meses se han editado las cartas que remitió Rilke a una desconocida de 18 años, Erika Mitterer, como respuesta a un primer envío de la muchacha en 1924 (Insel Verlag). Rilke, residente en el sanatorio de Valmont, en Suiza, sabía que estaba muriendo de leucemia. Contaba 48 años y duraría unos pocos meses. La diferencia de 30 años no intimidó a la muchacha y el intercambio fue cada vez más abiertamente erótico por ambas partes. Sin duda Erika habría deseado entregarse a Rilke, pero este, por su exigua salud, por respeto a la inmadurez de Erika, o quizás porque en realidad solo le seducía una relación poética, nunca permitió el encuentro. Gracias a esa tensión, en una de sus cartas escribió Rilke el que quizás fuera su último gran poema. No obstante, nada puede oponerse a la terquedad de la pasión, así que en noviembre de 1925 Erika se presentó en el sanatorio sin avisar. Rilke la acogió con agrado, dieron paseos, hablaron, rieron, dice Erika, como niños, y se despidieron para siempre dándose la mano.

En esta correspondencia están todos los elementos de la seducción internauta, incluida la sexualidad explícita. Todos, excepto la maldad. No parece que las cartas eróticas inclinaran a la violencia tanto como lo hacen los mensajes electrónicos. El papel salva.

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23 de julio de 2019
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Y última vez y nunca más y olvido

Hoy viernes 19 de julio estoy volando desde Medellín, donde he presidido un jurado literario, hacia Lima, donde voy a la Feria Internacional del Libro. Oficios de la vida de escritor que dejan en suspenso la novela en el que está trabajando allá en Managua, para comparecer en los obligados escenarios literarios. De otros, me he alejado para siempre.

En mi memoria tengo el poema Límites de Jorge Luis Borges, que habla de lo irrecuperable y de lo perdido, de la disolución del pasado, de última vez y nunca más y olvido, de las sombras, los sueños y las formas que destejen y tejen esta vida. De lo que pudo una vez ser, fue de alguna manera, y ya no lo será nunca más. Aquella revolución.

Son cuarenta años, que como decimos en Nicaragua, no es jugando. Y en la pantalla de la memoria, corre el video. Aquel otro 19 de julio, el de 1979, el día del triunfo, que tocó en jueves, y entonces, lejos del desencanto y de la nostalgia, me hallaba en la ciudad de León, liberada por las columnas guerrilleras al mando de la comandante Dora María Téllez, una estudiante de medicina de 24 años de edad.

Doña Violeta de Chamorro, Alfonso Robelo, y yo, miembros de la Junta de Gobierno constituida en el exilio, habíamos llegado a León cerca de la medianoche del martes 17, repartidos en dos avionetas desde San José, Costa Rica, en compañía de otros futuros funcionarios del gobierno revolucionario, entre ellos Ernesto Cardenal, el ministro de Cultura. Volamos siguiendo la línea de la costa del Pacífico y aterrizamos en una pista de tierra para aparatos de fumigación de algodonales, alumbrada por dos ristras de candiles de kerosín.

Ernesto recuerda en un poema aquel momento: El avión bajando. Un olor a insecticida/ Y me dice Sergio: "¡El olor de Nicaragua!". Era el lejano y persistente olor de los campos sembrados de algodón que se esparcía en la medianoche llevado por los soplos de aire que eran siempre de lluvia en el invierno de Nicaragua. Invierno cuando llueve, verano cuando no llueve.

Y la mañana del 19 de julio en la casa del reparto en las afueras de León donde acampábamos, antes de que nos llamaran al desayuno de arroz y frijoles. El general Sandino estaba como por obra de milagro en la pantalla del televisor, la estación propiedad de la familia Somoza ahora en manos de los guerrilleros.

De la imagen de Sandino sólo existían unos pocos metros de película en un viejo noticiero Movietone, una filmación hecha seguramente en la ciudad de México en 1930: es un close up. Se quita y se pone el sombrero. Eso era todo. No tenía voces, ni sonido, o quizás tuvo detrás las marchas militares o festivas que solían poner a los noticieros de cine. Pero ahora, esa imagen silente que se repetía, como si se fuera a quedar para siempre en la pantalla, tenía de fondo La tumba del guerrillero, la canción de Carlos Mejía Godoy, el inagotable compositor que le puso música a la revolución.

Las columnas de combatientes estaban entrando a Managua por todas las carreteras, arracimados en camiones de carga, a bordo de autobuses, las avanzadas habían tomado el aeropuerto internacional, también la loma de Tiscapa, asiento del poder de la familia Somoza, los soldados de la Guardia Nacional habían huido dejando un reguero de uniformes, salbeques, cananas, zambrones, botas, fusiles, unos muchachos barbados se jabonaban en la tina del baño de la residencia del dictador y su amante, las oficinas del bunker donde dirigía las operaciones de guerra también habían sido ocupadas. El hotel Intercontinental, al lado del bunker, hervía de corresponsales de guerra.

Y el 20 de julio, que fue viernes, viajamos en una caravana de vehículos desde León a Managua, haciendo estaciones triunfales en los pueblos de la ruta, La Paz Centro, Nagarote, Mateare, hasta desembocar en el parque Las Piedrecitas, carretera sur, donde abordamos un camión de bomberos para entrar en la Plaza de la República, en adelante la Plaza de la Revolución, frente al Palacio Nacional y frente a la Catedral Metropolitana descalabrada por el terremoto de 1972, la plaza colmada de pueblo, la gente apretujada en las cornisas de la catedral, encaramada en las torres, un mar de banderas, un solo clamor.

Repaso mi libro de memorias sobre aquellos años, Adiós Muchachos, publicado hace veinte años, y leo los epígrafes: la canción de gesta fue un periódico que se llevó el viento, dice Ernesto Cardenal. Todo se quedó en el tiempo, todo se quemó allá lejos, dice la voz de Joaquín Pasos, perdida en la distancia. La plaza en fiesta se vacía de gente y Borges vuelve a mi memoria para recordarme ese atareado rumor de multitudes que se alejan.

Y también me susurra: para siempre cerraste alguna puerta. Y hay un fulgor que se filtra por las rendijas de esa puerta.

 

 

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22 de julio de 2019
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Sin huella paterna

Una estrella mundial. Un hombre que ha triunfado a lo grande: icono en el imaginario popular y dueño de un fraseo y un sentido de la melodía que ha encandilado a parejas de varias generaciones, a nuestras madres y a los millennials de karaoke. También ha plantado árboles y casas por todo el mundo, padre de ocho hijos oficiales que derrochan guapura, riqueza y Miami style. Sus dos gemelas acaban de cumplir la mayoría de edad y ya saltaron a la gala del Metropolitan de Nueva York, vestidas de Oscar de la Renta en tutús rosa, escribiendo su propio cuento de princesas. Al tiempo, en el juzgado de primera instancia número 13 de València, un joven llamado Javier Sánchez era reconocido como vástago legítimo de Julio Iglesias después de décadas de litigios. 42 años sin referencia paterna íntima, negada su condición de hijo, años en los que buscó al padre y quiso conocer a sus hermanos. El joven tuvo que tragarse la palabra bastardo y trató de ser cantante proyectándose en su inmensa sombra. No tuvo éxito. Continuó con su vida pequeña, peleó en los juzgados junto a su madre –una exbailarina que tuvo una aventura con Julio en los años setenta– y consiguió una muestra de ADN de Iglesias a la desesperada.

“¿Cómo voy a estar contento con un padre que me rechaza?”, ha declarado en una entrevista. Pienso en esas palabras, tan sensatas. Como si sólo persiguiera la oportunidad y la fama, un futuro resuelto, un cheque en blanco. Javier Sánchez también ha afirmado que no le guardaba rencor, pero que entiende que su madre, después de tantos años de lucha, lo vea como una victoria. ¿O era venganza?

Históricamente, los hijos no reconocidos son un hecho común en España, Portugal, Italia, el Reino Unido y sobre todo en Francia, donde la bastardía no tenía nada de deshonroso: heredaban bienes de sus padres, podían llevar sus apellidos y usar sus armas con la sola diferencia de que una banda cortaba en diagonalmente su escudo. Erasmo de Rotterdam, Leonardo Da Vinci, Don Juan de Austria, Luis de Borbón o María Tudor lo fueron. En la España de los sesenta y setenta, la palabra querida regaba con brandy. En numerosos hogares los hombres eran bígamos, pues hasta 1978 el Código Civil preveía hasta seis años de prisión menor por adulterio, además del juicio moral y el desprestigio social que supondría. La proliferación de demandas de paternidad circunscritas a aquellas décadas sólo pueden entenderse asumiendo el binomio poder-personal de servicio, la dependencia económica, bajos niveles culturales, la impronta de la religión y la nula pedagogía anticonceptiva, además de un machismo bien enraizado. Hijos de clase A e hijos de clase B. Muchos de ellos, borrados de la conciencia paterna, en un negacionismo de sí mismos. Bendito ADN, que ha sacado del ostracismo a tantos condenados inocentes. A tantos hijos negados. No es que carezcan de huella paterna, es que sus padres, contra natura, quisieron borrarla.

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22 de julio de 2019
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Las voces a ellas debidas, 9

 

Rocío Cerón (México, 1972)

 

Materia oscura. México, Parentalia, 2018.

 

         Una de las poetas más creativas entre las que hoy exploran la naturaleza misma del poema –su enunciación tanto como su formalización y, en último término, su pertinencia, Rocío Cerón es, además, una artista del formato, que hace del lenguaje un acto de arte múltiple. 


      Su despliegue incluye las artes visuales, la performance, y el campo abierto de la acción poética. Sus textos son la cartografía de ese tránsito, que produce una sintaxis que resitúa el diálogo entre la escritura y la lectura, ese espacio proteico. Las palabras postulan un enunciado que formula otras secuencias de enunciación: el poema grafica una acción cuyos ejes son un montaje visual en proceso; como si cada poema ensayase otra sintaxis del mundo en el lenguaje. Hay un antes y un después de la poesía mexicana a partir de esta poeta del grafos, el collage verbal, y el desplegado de la página. 


         Sus libros son talleres de una forma en transición. 


      Esta lúcida lección de formatos, convoca otro paisaje escritural, que es un montaje terso y objetivo, en trance, y procesamiento de lo actual. Los nombres y las cosas se sustituyen reformulando la hipótesis del sentido: “Arde, todo arde en el lenguaje,” anuncia. Se diría que los trances barrocos que tributan la plenitud, adquieren en el poema su forma conceptual: “Pliegues donde el lenguaje prehistórico del barro formula tácticas de guerra.” Se trata de recomenzar, de volver a ver, desde otra demanda, la de “salir de los muros”. El proyecto es “Dejar la vista sin ataduras.”


         Este apetito de veracidad demanda  remontar las murallas y liberar la mirada. 


         La agudeza y rigor de la obra de Rocío Cerón la hacen del todo contemporánea: No hay nada gratuito en su autoridad y apelación. Contamos con las palabras, nos dice, para ejercer la invención en otro registro, desde un grafos y una conceptualización visual. Nos hace contemporáneos de todas las miradas. 


         Somos del lado del poema: 


                        En el horizonte –azul convexo– verticalidades

                        y grietas. Insistente, la mancha supura grafito y

                        humo. En el aire, un punto. Gravitan formas ante

                        la vista. El habla del mundo, la naturaleza de los

                        objetos, mueren y renacen en el espacio, ante la

                        mirada. Pliegues y estructuras en lo minúsculo.

                        Cuerpo ovillo, fruto.

        

        
        Su exploración de la escritura es una celebración de poética

y de futuro. De una en el otro, esta lectura nos prefigura.


          Anatomía del nudo. MéxicoCONACULTA, 2015, reúne sus libros y plaquettes publicados entre el 02 y el 15.   

 
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21 de julio de 2019
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La canción de la llanura

Si me pidieran que definiera esta novela con una sola palabra seguro que elegiría “sencillez”. Y si tan ociosa petición me pillara en un día particularmente obtuso, precisaría: “difícil sencillez”. Y conste que ocurren cosas tremendas. Ahí está esa madre tan ocupada en cuidarse  la depresión que no solo ha dejado de hacer caso a su marido y a sus dos hijos de ocho y nueve años sino que al final los abandona sin despedirse apenas ni dejar una simple pista acerca de un posible regreso. “Dadme un beso”, les dice. “¿Vendréis a visitarme algún día?”. También  está  Victoria Roudideaux, una adolescente que por no hacer caso de las advertencias maternas  y no tomar las precauciones debidas, se queda embarazada y la madre la pone en la calle sin más. “No puedes hacerme esto, mamá”, dice ella. Pero sí, de pronto se encuentra en  la calle con dieciséis años, todavía en el instituto (es decir, sin un duro) y con un responsable de su gravidez que no quiere saber nada de responsabilidades y hasta pone en duda su posible paternidad.  Más cosas tremendas: los niños, Iker y Bobby, presencian una degradante escena en la que otra adolescente es obligada por su novio a hacer el amor con su mejor amigo “porque yo se lo había prometido y no me vas a dejar mal ahora”. Haber sido testigos de tal humillación les cuesta ser dolorosamente humillados a su vez por el ofensor y su amigo, castigo que les es infligido  para que vean lo que puede pasarles si van contando cosas por ahí.  Más adelante presenciarán una espeluznante (y muy detallada) autopsia al caballo de uno de ellos, muerto en circunstancias bastante dramáticas.

Todo ello se cuenta con la ya mencionada sencillez, aunque también cabría hablar de naturalidad. Son simples episodios cotidianos que no perturban la anodina existencia de una minúscula localidad del condado de Holt, en Colorado.  Cosas que pasan, contadas además en secuencias muy breves (los capítulos  raras veces sobrepasan las dos páginas) y que parecen compuestas a base de frases muy cortas y sin más  elementos  ni adornos técnicos  que el recurso al  sujeto, verbo y predicado  repetidos  hasta el final. Claro que no por casualidad el título original de la novela es Plainsong, es decir, canto llano o gregoriano,   una composición de la liturgia cristiana monofónica y sin acompañamiento musical.

Lo curioso es que, en contra de cuanto pueda parecer, Kent Haruf se las apaña estupendamente para transmitir las emociones y los encontrados sentimientos de los personajes (abandono, dolor, miedo, frustración, desamparo, etc) sin necesidad de recurrir a la tragedia ni el tremendismo.  En parte ello se debe a la existencia de otros personajes que, con la misma sencillez, se encargan de contrarrestar las puntas de brutalidad y desgarro que se van sucediendo. Y ahí está sin ir más lejos  Maggie Jones, una madura profesora del instituto, compañera del padre de Iker y Bobby y (por alguna razón se adivina desde el primer encuentro entre ambos) su futura compañera sentimental. A esa mujer, por otra parte perfectamente sensata, se le ocurre la idea de recurrir a los  hermanos McPheron, dos  ganaderos solterones y entrañablemente huraños, para que se hagan cargo de la embarazada adolescente  “sólo hasta que tenga el niño”. La reconversión de ese par de patosos y gruñones  ganaderos en los abnegados protectores de una parturienta primeriza es de una ternura ejemplar.  Cuando la chica se queja a la maestra de que los dos hermanos no hablan nunca, ni con ella ni entre sí, la maestra les aborda en un supermercado y les dice  que hagan el favor de comportarse y tratar a su protegida como es debido. Y los hermanos, compungidos, deciden enmendar su error y le dan un curso completo del comportamiento de los precios de los productos agrícolas en el mercado. La escena es genial.

Quienes se enganchen con la difícil sencillez de esta novela están de enhorabuena porque en realidad forma parte de una trilogía que bien podría ser tomada como ejemplo de hasta qué punto es posible practicar el buenismo (o se prefiere, no ser solamente un  cronista de lo peor y más abyecto del comportamiento humano) sin caer en la cursilería.

 

La canción de la llanura

Kent Haruf

Traducción de Agustín Vergara

Literatura Random House

 

 

 

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19 de julio de 2019
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El poder de lo ‘cuqui’

El gran escaparate del mundo se ha llenado de magdalenas de colores. Cupcakes y emojis –que hoy celebran su día mundial– llorando de risa o lanzando triples besos. Como en un jardín inocente, clona criaturas de cabezas grandes y ojos saltones e invita a huir por un momento de la intolerancia y la bronca, de la injusticia y la desigualdad, con Pokémon: Detective Pikachu, que ha reventado las taquillas del mundo entero, sumando casi 430 millones de dólares desde su estreno en mayo. La proliferación de cuadernos con citas inspiradoras atrae a los niños y también a adultos con el ánimo blando. Algunas incluso se venden con supuestos poderes en realidad imaginarios: “Con esta libreta Cris conseguirá lo que se proponga, y más” o “Duérmete con un sueño y levántate con un objetivo”. La caligrafía naif en colores pastel años cincuenta vale para barberías hipster y mensajes en mochilas escolares. Lejos de aquellas frases transgresoras que circulaban en nuestra juventud, al estilo de “lo personal es po­lítico” o el “walk on the wild side”, hoy triunfa el mensaje adorable, cuqui, una deformación expresiva de la palabra ­cuco (“lindo o gracioso” según la RAE).

En su última novela, Esta bruma insensata (Seix Barral), el escritor Enrique Vila-Matas construye un protagonista que ejerce de proveedor de citas para otros escritores. Y maneja un catálogo estupendo, desde el lema de Joyce: “Silencio, exilio y astucia” al “los muertos siempre se equivocan al regresar a historias de su pasado” de Anthony Burgess, que difí­cilmente funcionarían en el cuqui cosmos de las citas de crecimiento personal. Resalta entre todas la que atribuye a ­Albert Cossery, un salto cualitativamente literario respecto a las llamadas quotes inspiradoras, aunque exprese lo mismo: “Nunca deseé tener nada que no fuera yo mismo. Puedo salir a la calle con las ­manos en los bolsillos y me siento un príncipe”.

La avalancha de ternura glaseada quiere contrarrestar la dureza de nuestro mundo. Leo al autor de The power of cute, Simon May, profesor de Filosofía del King’s College de Londres, quien afirma que esta es la “emoción moral por excelencia”, liberadora de la sociabilidad humana que nos estimula a expandir nuestro círculo de interés altruista. También que la monería está en perfecta ­sintonía con una época más fluida –o al menos porosa– que pretende superar dicotomías tan enraizadas en nuestra sociedad como masculino-femenino, adulto-infantil, e incluso bien-mal. Y me viene a la cabeza el pensamiento de ese gran oidor que era Canetti: cuando nos diluimos en la ternura, nos resulta im­posible volver a mirar con los duros ojos de la realidad. No hace falta recurrir a los vídeos de cachorritos que reblandecen hasta al puto amo.

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17 de julio de 2019
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Postcuervo

 

 

El libro Cuervo, de Boria Sax, permite utilizar sintagmas para construir nuevos textos; estrategia ya empleada en el apartado Paleografías del poemario Fámulo. En el primer texto, Oreb, el resultado, aleatorio, es claramente profético; avisa de la mayor amenaza para Occidente, la explosión demográfica humana en África y Asia, y su correlato; las invasiones. En el segundo, Edad Moderna, se modifica levemente un párrafo y se citan dos anacronismos.

 

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Oreb

 

Un hombre, Oreb, se convierte en cuervo, un hombre que camina sin rumbo en busca de un lugar donde fundar su reino y que quizá ve en el pájaro el esplendor de la destrucción, el método exacto para evocar una sensación de asombro, la paciencia exacta para aguardar a que pase la época del ser humano. Alguien dice entonces que ese hombre es uno de los invasores, un adelantado de los invasores, hombres con cabeza de cuervo procedentes de las montañas, demonios sin fuego, seres nublados que viven con fortaleza y aplastan a sus enemigos, y que, aunque graznan en el umbral de los palacios, sangran igual que sangra el lobo y sangra el hombre, y así, en ese momento y de ese modo, se agota la jerarquía y entra la muerte en el mundo.

 

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Edad Moderna

 

Igual que los europeos antes de la Edad Moderna, los nativos americanos tampoco distinguían de forma clara entre el cuervo y la corneja. (Podriamos fijar el inicio de la Edad Moderna en el momento en que Europa aprende a distinguir ambas especies) En la Hoya de Huesca creen que la corneja es la hembra del cuervo y le llaman “cuerva". En el Campo de Jaca llaman “cuervo” tanto a la corneja como al cuervo y no los diferencian ni sonora ni visualmente.

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15 de julio de 2019
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No te ajunto

Hace días que pienso en Groucho y aquella canción que entonaba en una de las mejores películas de los Hermanos Marx, Plumas de caballo: “Puede que tu propuesta sea buena, pero vamos a dejar una cosa clara: sea lo que sea, ¡estoy en contra! E incluso si la cambias o condensas, ¡estoy en contra!”. Aunque ignoren su estribillo, es lo que parecen repetir nuestros líderes políticos, que vuelven a convertirse en una de las máximas preocupaciones de los españoles, según el CIS, dada su incapacidad para entenderse y formar coaliciones. Para asumir que se necesitan los unos a los otros, igual que ocurre en una familia o una comunidad de vecinos, escozor mediante.

Los políticos plañen y claman ante los micrófonos si no son acogidos con los brazos abiertos o son alimentados con cuchara. La retórica victimista, tan instalada en el discurso actual, es una añosa técnica demagógica que consiste en descalificar al adversario mostrándolo como atacante con el verdadero fin de rehuir el debate. Altamente manipuladora, se cocina con tres ingredientes principales: deformación de la realidad, rédito en la queja e incapacidad autocrítica. “El PSOE pone a Cs en la diana y los radicales nos lanzan botellas” tuiteó Inés Arrimadas tras el presunto escrache en el Orgullo Gay, que unos consideran poco menos que una batalla campal, y otros, una protesta legítima con algún incidente controlado. La cúpula de Vox lleva semanas lamentando unas líneas rojas que ellos mismos se encargan de repintar a golpe de exigencia. En el seno de Podemos consideran que Pedro Sánchez está jugando con ellos con la mirada puesta en unas nuevas elecciones, aunque haya empezado a celesti­near con una carta de ministros apolíticos.

También hay quienes, desde la derecha, ven en la dureza negociadora del presidente en funciones y su equipo una artimaña victimista a fin de recurrir in extremis a radicales e independentistas, alegando que lo intentó todo con PP y Ciudadanos. ¿Y qué decir de los populares, un partido que lleva años coleccionando agravios de toda condición y procedencia, incluso desde dentro de sus propias filas?

El sectarismo agrio ha bloqueado el diálogo y, lo que es peor, ha fracturado el principio del respeto. Todos son anti o van contra algo, en lugar de esforzarse en atemperar las estrategias de choque y devolver el anticomunismo y la homofobia a las lejanas décadas que les corresponden. Y resulta irresponsable apostar por el perverso “cuanto peor, mejor” en lugar de atreverse a buscar decididamente lo bueno para cuantos más mejor.

El sectarismo agrio ha bloqueado el diálogo y, lo que es peor, ha fracturado el principio del respeto

Víctimas de su propio marketing, de una doble moral, de un feminismo oportunista que confunde la igualdad con los vientres de alquiler... Lloricas de “a ti no te ajunto”; claro que afanarse en cambiar las cosas es arriesgado. Soy de las que prefieren utilizar el término supervivientes –en lugar de víctimas– al hablar de cualquier tipo de violencia. ­Porque quienes alargan la compasión acaban enterrados en su propia mega­lomanía.

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15 de julio de 2019
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El arte abyecto de lo insustancial

 

"No es cierto que todo sea incierto", decía Pascal. Sí, salvo en política, que utiliza lo incierto como estrategia, como dialéctica, como excusa, como basura ideológica, y de paso también la incertidumbre.

 

No hay discurso más borroso que el político, ni más lleno de lugares comunes y de estereotipos proyectados en la nada.

 

En política el lenguaje ni siquiera cumple su función más básica, comunicar los más elemental. Ni lo elemental ni lo complejo. Tan solo una retahíla de ideas desgastadas. El arte abyecto de lo insustancial.

 

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14 de julio de 2019
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Las voces a ellas debidas, 8

 
 
 

 

Lucía Estrada (Medellín,1980). Katábasis.

Medellin, Tragaluz, 2018.

 

Notable es la producción poética en Colombia, especialmente entre las poetas. Desde María Mercedes Carranza hasta Gloria Posada prevalece la ética  del rigor formal, luego de las tendencias confesional y narrativa. La sobriedad y la apuesta por un oficio libre de los fastos regionales fueron evidentes en el canto mundano de Alvaro Mutis, en la bonhomía civil del coloquio de Juan Gustavo Cobo Borda, en las epifanías y alabanzas de Giovanni Quessep, y en el canto gozoso de Elkin Restrepo. No en vano en las voces más vivas se advierte hoy la apelación por el lector dialógico, contra la elocuencia confesional. Lucía Estrada convoca a Blanca Varela y María Mercedes Carranza (¡no logré convencerlas de que eran feministas a pesar suyo!), cuyas voces son paradigma del rigor estoico y la agudeza lacónica. He leído con atención los libros de María Paz Guerrero, Sandra Uribe y Yenny León, publicados en 2018, y en ellos es también patente la bondad del oficio y el don de convertir  una experiencia en cifra metafórica. Luego, en la buena pista, me encontré con el libro de Lucía Estrada, cuya virtud es trabajar a favor del silencio. Con cualquiera de ellas (y no dudo que hay otras) podría yo tomar un té lleno de tarde y elocuencia; pero diré algo sobre Lucía Estrada, cuyo arte de descender a tierra cita a dos cercanos cómplices del trance de la caída: Eugenio Montejo y Marosa di Giorgio. Descenso o pie a tierra, la poesía es una lección de cosas de asombro y transición. Eugenio y Marosa cultivaron una curiosidad tierna. Y asumían con sobriedad el asombro. Lucía Estrada define bien al oficio en “Alfabeto del tiempo”: “desaparecer secretamente como un enigma, como una sombra, o como el pájaro muerto al que ningún aire reclama.” 

        Y en “Del tiempo de este reino,” prolonga ella la lección del poema: “Allí donde todo sucumbe, algo o alguien –acaso– logre saltar el impedimento; alguien o algo avance por fin contra la corriente.”

        No menos relevante es la lección de “Regreso a Itaca”:

“Impronunciable la luz, el agua que corre y la piedra que silenciosa la recibe. Impronunciable aquello que visto tras el humo permanece.”

        En “Cotidiana” las palabras circulan como una Sortes vigilianae, en su fraseo: “Vivir es una extraña condición de la muerte. Yo la llevo conmigo, pero no pesa en mi cuerpo su luna espectral.”

        Rehacer Colombia, o cualquier país nuestro, palabra a palabra, es el proyecto que alienta en esta poesía, que resuena como la última alianza del lenguaje salvado por el lector. El lector acompaña esa tamaña empresa, liberado, a su vez, de los jurados inevitables de concursos prescindibles:

        “También el silencio –que guarda la hora del mundo- se ha retirado. Un rumor enemigo y salvaje es todo cuanto queda.” 

      El poema es, así, una cicatriz viva del escepticismo. (“Escepticismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad,” recetaba Mariátegui). No en vano en el mundo hispánico prevalece hoy el luto: El femicidio, el autoritarismo del dictamen neoliberal, la conversión de la vida cotidiana en mercado, la violencia contra los migrantes que cruzan muros y fronteras, el contrabando como la forma de las relaciones humanas, y la pérdida de la literatura viva en el espectáculo mercantil... Nuestros economistas dicen que América Latina acrecienta su clase media y que nunca ha sido menos pobre. Más bien, nunca ha sido más desdichada. La corrupción es la matriz de estas debacles.

        Es otra lección de cosas: nos creíamos ya modernos pero las migraciones de los más pobres, tanto como la serie de desastres por el cambio climático, y la desocupación de los más jóvenes, demuestra que hemos vuelto a la pre-modernidad. Esto es, a merced de lo precario.
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13 de julio de 2019
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El Boomeran(g)
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