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Clase XV. El inicio de un cuento

Como siempre recordamos para que un cuento funcione necesitamos enganchar al lector desde las primeras líneas, ésas que harán que le interese lo que les estamos contando y que le animen a continuar la lectura hasta el final. Pero ¿cómo comenzar? ¿cómo hacer para qué esos primeros párrafos inciten su curiosidad? Como ya saben no hay reglas en esto, quizá sólo una que permanece y es que a cada regla le aparecerán un sinnúmero de excepciones. Pero sí nos parece que hay ciertas pautas que es interesante que ustedes tengan en cuenta.

Veamos como inicia el relato " A la deriva" el escritor Horacio Quiroga.

"El hombre pisó algo blancuzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yaracacusú que, arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque.

El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.

El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho"

Como ven en los primeros párrafos de este cuento ya sabemos el tipo de narrador, el tono que va a emplear, el ambiente donde se va a desarrollar la historia, vemos al personaje y además se introduce el conflicto. Pues bien, el narrador, el tono y el ambiente siempre aparecen determinados por estos primeros párrafos. Como ya hemos comentado en alguna ocasión en necesario mantener una coherencia a largo del relato y, por lo tanto, no se pueden cambiar estos elementos si no hay una razón que lo justifique.

En relación al personaje hay que recordar que en el cuento siempre pasa algo que le sucede a alguien, por lo tanto es necesario presentar al personaje cuanto antes. Para despertar el interés sobre lo que vamos a narrar es necesario conocer primero a quién le va a suceder tal o cual acontecimiento. Recordemos que el cuento es la historia de un hecho y, por lo tanto, es más eficaz comenzarlo con el personaje en acción, bien física o psicológica, que con una descripción de atmósfera. Es importante en este sentido, releer bien el cuento una vez terminado y comprobar si en esas primeras líneas mostramos al personaje que el lector ha de seguir en su peripecia. A veces, solamente cambiando el orden de los párrafos el cuento mejora notablemente.

Otra forma de comenzar un cuento es a través de un diálogo. Esta fórmula presenta mayor dificultad ya que además de dar información relevante que enganche al lector, es imprescindible la habilidad del escritor para manejarse de una forma solvente con los diálogos, tarea nada fácil.

Solemos encontramos un error muy común que consiste en comenzar una historia como si el personaje sólo existiera a partir de ese momento. Observamos que a veces parece que no tenga pasado y que por arte de magia aparece en ese instante para vivir única y exclusivamente ese acontecimiento. Este error se subsana introduciendo al personaje en mitad de una acción que ya se está desarrollando en el momento que comenzamos a contar, e incluyendo algunas referencias a un pasado que nuestro personaje ha tenido necesariamente que vivir para hacerlo creíble.

En último lugar y sobre el conflicto o tema del que se ocupa el relato, el escritor que comienza a escribir tiene la tendencia a esconder datos fundamentales de la historia y cree que es más impactante introducirlas al final asombrando al lector. En el ejemplo que hemos puesto de Horacio Quiroga pueden observar cómo el conflicto que le toca vivir al protagonista se presenta desde las primeras líneas. Obviamente no tiene porque ser así en todos los casos, pero el impacto de la historia no debe producirse escatimando información al lector. En cada historia debemos ir introduciendo los datos necesarios con un ritmo determinado, todas los relatos lo tienen. En unos, como el ejemplo que hemos utilizado, el conflicto se presentará desde la primera línea, en otros deberemos avanzar algo más para ir entendiendo que está sucediendo. Pero no es una forma eficaz de despertar la curiosidad que no pase nada durante un buen número de páginas y acabar sorprendiendo al final. El lector debe involucrarse en la historia desde el principio y, por lo tanto, el peso del relato ha de estar en el interés del hecho que se narra y no exclusivamente en la sorpresa final.

La propuesta de la semana:

Les proponemos este inicio, de un cuento de Rosa Montero. Como verán, la frase inicial plantea una situación casi cortada por la mitad, obligando a los lectores a esforzarse para entender qué es lo que ocurre, quién habla, cuál es la situación.

"Entonces me di cuenta de que se me había mojado el reloj, el agua bien caliente y jabonosa, el agua como una sopa de burbujas porque la Vieja tiene el frío del tiempo metido entre los huesos, y yo con la esponja en la mano, y la mano en el agua, y el reloj en la muñeca, y la esfera toda empañada y sudando humedad. Ya está, pensé, me lo cargué..."

Pues bien, la propuesta de esta semana es que elaboren sus textos a partir de estas primeras líneas teniendo en cuenta las sugerencias que les hemos dado más arriba.

Un saludo cordial.

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30 de mayo de 2008
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Nashville no ha muerto

/upload/fotos/blogs_entradas/nashville_med.bmp¿Conocen Nashville? Yo nunca había visto el clásico de Robert Altman. Pero en estos días, cuando estoy adaptando para el cine la novela Las viudas de los jueves de Claudia Piñeyro, encontré la excusa perfecta: como ambos relatos son corales, en tanto lidian con gran cantidad de personajes...

Aunque estrenada en 1975, Nashville no ha envejecido nada. Como decía, es un relato coral que transcurre durante el festival de música country llamado Grand Ole Opry, en simultáneo con la campaña política de un candidato imaginario llamado Hal Philip Walker. Los discursos de Walker, propalados por altavoces durante todo el film, proponen una mirada crítica sobre los Estados Unidos. En la entrevista que acompaña a la película, Altman dice que le encargó el diseño de la campaña de Walker al actor y guionista Thomas Hal Philips -un nombre es la deformación del otro-, con la siguiente consigna: ‘Escribí la clase de discursos que querrías oír sinceramente de boca de un político'. Pero aunque su plataforma nos resulta atractiva, cuando vemos funcionar a uno de sus principales operadores (Triplette, protagonizado por Michael Murphy), comprendemos que Walker es tan sólo un político más: igualmente corrupto y corruptor que la mayoría de sus congéneres.

El vistazo que echa a las estrellas del country también es desolador. Las hay acomodaticias a la vez que reaccionarias (Haven Hamilton), mentalmente enajenadas (Barbara Jean) y egomaníacas hasta el solipsismo (Tom Frank). /upload/fotos/blogs_entradas/nashville_l_med.jpgLa gente que las rodea no es mucho mejor: ni el abogado de Hamilton, Delbert Reese, ni el marido y manager de Barbara Jean, ni los otros dos vértices del trío del que Tom Frank forma parte. Y ni hablar de aquellos que orbitan en torno de las estrellas, como Opal (Geraldine Chaplin), presunta periodista de la BBC en plena realización de un ‘documental', L. A. Joan (Shelley Duvall), que se olvida de su tía moribunda para corretear detrás de cada pantalón que se le cruza, o Sueleen Gay (Gwen Welles), una camarera que sueña con ser estrella aunque no puede cantar ni el arrorró y termina haciendo un strip-tease en una de las escenas más desoladoras de una película que es desoladora en términos generales.

Había escuchado muchas veces esta acusación dirigida a Altman: que filma como un misántropo, esto es sin sentir la menor compasión por sus propias criaturas. Nunca la había creido cierta, hasta que vi Nashville. No hay un solo personaje que no sea miserable, o en su defecto patético. No voy a negarle a Altman que nuestra especie deja mucho que desear, pero prefiero pensar que hasta el más desgraciado de nosotros tiene en algún momento de su vida algún momento de gracia, o un gesto de compasión hacia otro.

En fin: aunque amarga como la hiel, Nashville sigue siendo una gran película. Y el mundo, para qué negarlo, tampoco ha mejorado nada desde entonces. Alguien debería recrearla hoy, sólo que olvidándose de la música country para dedicarse a la industria del pop, bastión de los sonidos más conservadores -y de las estrellas más reaccionarias- del presente.

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30 de mayo de 2008
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Galería de espectros: Lord Jim

Peter O'Toole como Lord Jim (Dir. Richard Brooks, 1965)Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros me ha parecido ver el de Lord Jim.

Delfín Agudelo: ¿Te refieres a Lord Jim de Conrad?

R. A.: Sí, es un personaje que siempre me ha resultado conmovedor. Si otros personajes de Conrad te reclaman por su fuerza, por su búsqueda como Marlon o por su carácter completamente demoníaco como Kurtz o los personajes que quedan atrapados en ese horizonte extático que es La línea de sombra, en el caso de Lord Jim hay algo tremendamente conmovedor porque es la radiografía de un error, de un error cometido en la juventud, y que posteriormente se convierte en el centro mismo de una vida. E·s la necesidad de purgar al menos en una pequeña parte ese error. Y ahí la historia de Lord Jim me parece ejemplar para todos nosotros, incluso para la época en que hemos vivido, en que tantas veces se ha reclamado la obediencia a ordenes superiores para la realización de determinadas cosas. Ese Lord Jim oficial, jovencísimo, oficial de marina que siguiendo las órdenes de los toros oficiales abandona a los peregrinos musulmanes que iban a la Meca en un naufragio, haciendo que todos ellos perezcan y que de repente se encuentra monstruosamente secuestrado por su propio sentimiento de culpa, a pesar de que todo lo que ha hecho él es obedecer órdenes. Me parece un personaje grandioso, porque precisamente su sentimiento de culpa y la necesidad de reivindicarse parte del hecho de considerar que la peor de las cobardías es la cobardía que se identifica con el haber seguido la cadena de mando.

Lord Jim intenta dar un viraje a lo que ha sido ese inicio terriblemente equivocado de su vida, incluso involuntariamente; ese inicio de cobardía que ha roto todas las leyes y códigos del mal, y el resto de su vida es como un proceso sacrificial en el cual Lord Jim busca la libertad, la catarsis, liberarse de esa mancha tremenda a través de toda una serie de exposiciones a riesgo, al peligro, toda una serie de aventuras. Con la cual se convierte en una especie de personaje bastante inhabitual en la historia de la literatura, al cual podríamos calificar como un hombre que está permanentemente sometido a una prueba iniciática de la cual sabe que nunca saldrá. Y que sin embargo acepta la permanencia o el círculo vicioso de esa prueba iniciática, prueba sacrificial permanente. Me conmueve el hecho de que en el fondo él sabe o piensa que nunca logrará lavar esa mancha, y que sin embargo, a pesar de todo, combate con todo ardor, con toda la fuerza, en esa dirección. Creo que un personaje como Lord Jim es especialmente turbador en una época como la muestra en la cual la apuesta por posiciones fuertes, por principios y valores fuertes es una apuesta que escasea, y ante esta escasez, adquiere una grandeza especial.

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30 de mayo de 2008
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Los negocios del espíritu, y los de la materia

Siempre escuchamos historias acerca de la aparición de la Virgen María, o de manifestaciones que ofrece a los creyentes acerca de su presencia, como las imágenes suyas que sudan, o las maneras en que, envuelta en un resplandor, deja oír su voz anunciando desgracias y bienaventuranzas, algo frente a lo que las mismas autoridades del Vaticano guardan, por lo general, una conducta escéptica.

Pero estas apariciones llegan no pocas veces, luego de ser fabricadas, a ser materia de negocios redondos. Es lo que ocurrió en España con la Virgen aparecida en Prado Nuevo, jurisdicción de San Lorenzo del Escorial, gracias a los oficios de la vidente Amparo Cuevas. Esta sabia mujer, usando sus poderes de marketing, organizó un negocio de 300 millones de euros alrededor del milagro que empezó a ocurrir en 1980. El asunto está ahora en manos de las autoridades judiciales, que lo tratan como un caso de extorsión y estafa.

Y no solo. Los delitos de la vidente han provocado el surgimiento de una Asociación de Víctimas de las apariciones del Escorial. La vidente y sus secuaces lograban con mañas de persuasión, que los creyentes se despojaran de sus fincas y casas, porque la Virgen María las reclamaba el abandono de los bienes materiales. Estos bienes fueron a parar a manos de diferentes sociedades controladas por la astuta vidente, que abrió, entre otros negocios, asilos de ancianos atendidos por monjas falsas.

Doña Amparo, ya anciana, tiene a buen recaudo sus caudales. A ver qué clase de cielo le toca en la otra vida. 

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30 de mayo de 2008
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Ultimátum a la tierra

Hoy por hoy el interés por los ovnis y los alienígenas ha decaído, el asunto no parece dar más de sí, o nuestra imaginación no es capaz de estirarse un poco más, o quizá es que ya hemos asumido que los alienígenas somos nosotros, al menos en Marte. Habrá que volver a las viejas películas y a aquellos tiempos en que en cuanto en una ciudad se miraba al cielo era porque se había visto un platillo volante. Como la mítica y seductora Ultimátum a la tierra (1952).

Jamás volverá a hacerse. Ya nadie se atrevería en serio a hacer aterrizar el hermético y compacto platillo de Klaatu, un extraterrestre vestido con una vestimenta que en aquellos años quería parecer sideral y que afortunadamente enseguida cambia  por traje y corbata para mezclarse con nosotros, terrícolas asustadizos y atontados. ¿Qué puede pensar Klaatu de la preparación de unos soldados que nada más descender de la nave solo y desarmado se ponen tan nerviosos que le pegan un tiro? Menos mal que trae con él a Gort, un robot imponente, que se limita a hacer su trabajo. Tampoco me canso de ver esta película de Robert Wise. Está encerrada en los años de la guerra fría y es irrepetible, desprende encanto por la música, el blanco y negro, e incluso por el claro mensaje antinuclear que pretende trasmitir. Por lo general, a este tipo de películas de la década de los 50 siempre se les ha atribuido intencionalidad política, la de recoger y potenciar el miedo del ciudadano medio norteamericano a un enemigo exterior, que no era otro que la ideología comunista.  

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30 de mayo de 2008
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Najwajean

Por ahí leí que este grupo de música electrónica pop hace mejores canciones de Coldplay que el mismo Coldplay. Cualquiera que escuche Till It Breaks, su nuevo compact (sobre todo canciones como "Illness", "For me Tonight" o "Crime"), estará de acuerdo. El duo, formado en 1998 por Najwa Nimri y Carlos Jean, ha perfeccionado la fusión de la música electrónica con el formato pop: cuatro minutos ideales para la radio. Los que lo han visto en directo dicen que es aun mejor. La lánguida voz de Najwa Nimri (actriz nacida en Pamplona, padre jordano), y los arreglos de Carlos Jean (nacido en Galicia, padre haitiano), se complementan para crear este compact atmosférico que más gana mientras más se lo escucha.

¿Que no parecen españoles? Más bien, son la mejor muestra de la España multicultural de hoy. ¿Que Najwa Nimri canta en inglés? Pues sí. ¿Y?

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29 de mayo de 2008
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Adiós a la confederación

Estaba yo haciendo la cola del supermercado de mi barrio ginebrino cuando la persona que me precedía se giró lentamente y me miró a los ojos. Era un colosal derelicto de los que aquí llaman "sin domicilio fijo". No medía menos de dos metros y su envergadura superaba a la de un lanzador de martillo. Con la cara cruzada de cicatrices y heridas recientes en nariz y labios, sostenía una lata de cerveza con mano tan temblorosa que al abrirla debió de explotar un geiser. Entonces me susurró con voz rasposa: "Perdone, caballero, voy a cambiar de fila porque creo que han abierto la caja contigua". Así lo hizo, alzando los brazos como una bailarina y encogiendo la barriga para no rozarme.

La buena educación, el respeto al prójimo, es el rasgo identitario más acusado de los suizos, nativos o inmigrantes. Aquí es impensable que alguien te grite o te empuje, ni siquiera en los tranvías cuando van repletos. Negros, blancos y verdes, rapados, pinchados, en cueros y con látigo, todos practican un baile minimalista para dejar pasar, subir, bajar, colocar el cochecito, los esquís, las bolsas, los patines o el perro. Cada minúsculo movimiento va acompañado de un canto gregoriano: "Pardon monsieur", "S'il vous plaît madame", "Je suis desolé", "Excusez moi". Los que así se expresan son a veces tipos tremendos, conspicuos miembros de un gang albano kosovar, pero han aprendido que aquí es peligroso hacerse el chulo. Puedes asesinar, y de hecho lo hacen, pero no abusar del vecino en la vida corriente y a la vista del público.

He vivido durante tres meses en el barrio de las putas de Ginebra, un lugar mucho más agradable, limpio y silencioso que los barrios burgueses de Barcelona o Madrid. Por la noche, a las ebúrneas etíopes y brasileñas se les unen los camellos, negros pequeñajos en el estadio terminal de la delincuencia. Nunca hay peleas o barullo. Sólo los domingos por la mañana he visto a veces grupos que disputan a voces y se amenazan bestialmente, pero son africanos ricos, con gordos automóviles y esposas aún más gordas cubiertas de joyas y amuebladas de Dolce&Gabbana. Estos sí son peligrosos. Se hospedan en los lujosos hoteles del lago, compran o venden armas, y los sábados organizan saraos en el barrio caliente que siempre acaban mal. Los ricos son cada día más peligrosos, aquí y en el mundo entero.

En una crónica anterior comenté que lo único que une a los suizos alemanes, franceses, italianos y romanches, todos ellos rotundamente educados e independientes, era la poderosa máquina bancaria. Amigos del lugar me afearon el tópico. Los grandes complejos financieros, decían, son tan criminales en Nueva York o Londres como aquí. Bueno, añadían, en Londres más que en ningún otro lugar. Tienen razón. En la crónica mencionada me faltaba añadir un detalle. Los directores de los mayores bancos y multinacionales suizas, sobre todo químicas y farmacéuticas, son altos mandos del ejército.

/upload/fotos/blogs_entradas/la_place_de_la_concorde_suisse_med.jpgEn su imprescindible "La Place de la Concorde Suisse" (creo que sólo hay edición inglesa), John McPhee escribió unas crónicas para el "New Yorker" que a pesar del tiempo transcurrido siguen siendo lo mejor que puede leerse sobre un asunto rigurosamente secreto. El periodista americano logró entrevistar a un puñado de altos mandos (aunque los nombres de la oficialidad no son del dominio público) y seguir a un batallón en sus ejercicios anuales. Por su cuenta, logró informaciones que quizás no fueran muy del agrado de los militares, como la fina permeabilidad entre grandes negocios y altas jerarquías castrenses. En realidad, como ya dije, la Confederación está controlada por un puñado de familias, en su mayoría alemánicas. La red financiera e industrial cuenta con la tutela de uno de los mejores ejércitos del mundo. La confederación es inquebrantable.

Cuenta McPhee que en el interior de pintorescas granjas, en paisajes bucólicos, en la espesura de los bosques, hay tanques, depósitos de dinamita, artillería pesada e incluso hangares para reactores. No he vuelto a ver a las vacas con los mismos ojos tras leerle. Aunque todo es alto secreto, al parecer la confederación puede poner en posición de ataque un contingente de 650.000 hombres en treinta horas. Como es bien sabido, el servicio militar dura aquí toda la vida, de modo que los soldados están listos para el combate y armados hasta los dientes mientras ven la tele con los niños. A nadie ha de extrañar que el ejército de Israel sea una copia del suizo: lo han imitado hasta el último detalle.

Todo lo cual puede parecer uno de aquellos artículos izquierdoides de Paul M. Sweezy(hoy Chomsky) sobre la conspiración militar-industrial. Nada de eso. La criminalidad se encuentra tan extendida que ya nadie está a salvo. En la España de Zapatero, pánfila, pacifista, solidaria, tuvo que penetrar el otro día un comando de Greenpeace en una fábrica de bombas-racimo para que nos enteráramos de que exportamos uno de los artículos más mortíferos y repugnantes del armamento actual. Así que, dado que nos van a matar de todos modos, el ciudadano sólo puede exigir que por lo menos los criminales sean educados y gentiles. Razón por la cual si yo pudiera viviría en Suiza. Me faltan unos trescientos millones de euros, lo que me obliga a dejar este país. Y estoy desolado.

Artículo publicado en: El Periódico, 29 de mayo de 2008.

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29 de mayo de 2008
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Ni llamen al oftalmólogo…

No hay envidiosos; hay admiradores bizcos, escribió Carlos Drummond de Andrade para consuelo de tantos maladmirados. ¿Debería extrañarnos, no obstante, advertir aquel súbito estrabismo que no es sino el reflejo de un sentimiento inconfesablemente chueco y sin duda humillante para quien lo alberga? Ahora bien, no es lo mismo anhelar la posesión de algo que otro tiene, que mirarse tentado a arrebatárselo, ya no para tenerlo sino de menos para destruirlo. La rabia desatada del ladrón que, antes de huir de vuelta por la ventana, castiga con navaja implacable sillas, cama y sillones de la casa que acaba de robar. La satisfacción mustia de la vecina que vio al ratero entrar y bien pudo llamar a la policía, pero eligió el placer de ver a los de enfrente despojados y tristes, para que se les quite lo presumidos. El pesar falso de los falsos amigos que al enterarse del artero despojo no pudieron por menos de experimentar un consuelo mezquino como usurero divorciado.

     Mal hace quien se deja malquistar por la rabia secreta de un admirador bizco, cuando tendría que dejarse envanecer por homenaje tan inesperado, y encima irrefrenable. La envidia es un relámpago que toma por sorpresa hasta al más envidioso; de ahí que el envidiado tenga de menos una oportunidad para advertir el malestar que ocasiona su buena suerte de mierda. Nada que se le escape a un ojo atento, por eso el ostentoso profesional nunca se olvida de registrar -de riguroso reojo, si es posible a través de algún espejo- la reacción predecible del envidioso. Esa punzada pronta y traicionera que sus ojos no saben ocultar, ya sea porque miran chueco hacia el coche, el reloj, la ropa, la mansión que no tienen ni a este paso tendrán, o porque creen que al ni siquiera mirarlos reflejan el desdén de quien no se interesa por lo material. Pero los ostentosos -varios entre los cuales conocen a la envidia de primera mano- rara vez se equivocan, toda vez que lo suyo es gozar de esas bizqueras que tan escrupulosamente provocan.

     Poca cosa es, no obstante, la dicha plástica del presumido pro si se compara con la sonrisa angélica de los auténticos dichosos y agraciados, que de pronto lo son sin enterarse casi, ni por supuesto olerse que alguien a sus espaldas, o hasta en su mera cara, se retuerce como una almeja con limón y piensa ya en la forma de zancadillarle. No es que el dichoso quiera embarrarle su bienestar al desdichado, sino que cada uno, desde donde está, es incapaz de imaginar el estado mental del otro. Los dos se han convencido a su manera de que el día de mañana será igual al de hoy. Óptimo el uno, nefasto el otro. El pesar y el contento son tan subjetivos como su percepción. El que envidia percibe, con los ojos y el alma igual de torcidos, que las vidas de varios entre los demás parecen preferibles a la suya. Le resulta más fácil y satisfactorio, y al mismo tiempo menos riesgoso y cansado, sentarse a ver caer a los demás que levantar un dedo para rescatarse.

     El admirador bizco no precisa siquiera que sus amigos entrañablemente aborrecidos sean ricos, felices o afortunados. Son legión los pudientes que día a día pierden el sueño y el sosiego pensando sin provecho en las pequeñas cosas que no pueden comprar. Ilusiones, ingenio, simpatía, sex appeal. No todos pueden darse el lujo de tenerlos, por eso luego nada hay como la ostentación extrema para cubrir la envidia bajo un manto engañoso de inverosimilitud. ¿Cómo va el envidiable a envidiar a nadie? Pero pasa que, tal como el comprador compulsivo siempre encuentra motivos para embarcarse en nuevos gastos y deudas, al admirador bizco nunca le faltarán motivos para torcer la vista y a ratos delatarse, como un niño. O como un pobre diablo cuyos ojos pirómanos sueñan con prender fuego al bien ajeno y pisotear alegremente sus cenizas.

     Si no fuera por los admiradores bizcos, millones de envidiados estirarían la pata sin saber cuán felices fueron en vida. ¿Cómo negar que la fotografía mental de la jeta del envidioso es uno de los pocos consuelos para quien está solo en su felicidad y nadie va a creerle si se queja? Hay quienes son felices ya sólo de enterarse que otros los creen felices y se hacen mala sangre por eso. Tal vez lo más amargo de ser envidioso sea verse condenado a practicar la generosidad de los mezquinos, que sin dar un centavo al envidiado le concede en secreto tesoros y alegrías inagotables. Nada, eso sí, que no pueda minimizarse torciendo la mirada y subrayando con alguna sorna que el interfecto tiene una sonrisita de imbécil que no veas.

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29 de mayo de 2008
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¿Los otros?

Sin seres humanos en torno no sucedería nada, esa es la verdad o sucedería de tal manera que sería indiferente lo que sucediera. Uno con uno mismo, sin importar un resumen social como sujeto interior, tiende a derivar en una entidad sobre la que todo gozo rebota sin sonido o sobre el que todo sufrimiento acaece desnudo, falto de argumentos o concatenación. El sufrimiento siempre llega embuchado de la existencia de otros u otros, trufado de carne emocionada de la especie exterior. Sin ese nutriente pierde una gran cantidad de su sabor y de su toxicidad para seducirse como, entre animales, a un envite sin intencionalidad ni nombre. Sin nombre e intencionalidad, dos de los factores que más duelen o complacen. La calidad del nombre, la clase de la intención, deciden terminantemente el grado o la categoría de muchas emociones. Pero también debe decirse que siempre lloramos por nosotros y nos compadecemos no tanto del otro que ha muerto sino de nosotros que lo hemos perdido.

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29 de mayo de 2008
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Singular relación con la enfermedad y el dolor

Pedro Laín Entralgo, médico de formación (preciso esta información por que me parece relevante a la hora de referirse a este humanista, de polémica biografía pero extremadamente lúcido a la hora de abordar interrogantes que se hallan en la intersección de la ciencia y las humanidades) evoca la tesis de los anatomopatólogos Krausse y Dobberstein según la cual los animales diferentes del hombre no padecerían espontáneamente enfermedades tan comunes en nuestra especie como el asma, la hipertensión, la bulimia o la obesidad (obviamente tampoco la anorexia; en todo caso sufrirían de disfunción orgánica como consecuencia de la desnutrición). Pero tampoco padecerían de arterioesclerosis, reumatismo (en las diferentes modalidades) o  úlcera péptica. Es importante la precisión espontáneamente, ya que sí pueden darse en ellos tales enfermedades como resultado de una intervención experimental del ser humano, o por accidente que provoque una disfunción (así la úlcera péptica podría producirse en caso de erosión de la mucosa gástrica). Cabe precisar que, experimentalmente, también se pueden producir fenómenos, en apariencia lingüísticos en los grandes simios. Estoy aludiendo a  conocidos casos (así el del irónicamente llamado Nim Chimsky) de primates que (mediante enormes cantidades de dólares y gigantescos esfuerzos por arrancar al animal a su propia naturaleza y acercarle a la nuestra) llegaban a sintetizar expresiones que un niño forja como simple expresión de que su condición natural se está actualizando, se está haciendo efectiva.

En todo caso, para explicar esta ausencia de enfermedades tan corrientes en el ser humano se puede obviamente evocar el mayor grado de complejidad de éste, pues el índice de vulnerabilidad es proporcional a la complejidad. Pero tal explicación no es suficiente. La enorme complejidad de nuestro organismo constituye tan sólo una condición necesaria. Hay algo en nosotros que parece operar como causa singularísima e irreductible, no tan sólo a la hora de explicar la percepción que el sujeto tiene de su enfermedad y el mayor o menor grado de adecuación al aspecto reactivo que la propia enfermedad supone (entendiendo por aspecto reactivo la tendencia  a recuperar el equilibrio). Esta causa singularísima se vincula a la especificidad del hombre en el seno de la animalidad. Especificidad que marca cada una de las modalidades de relacionarse con el mundo, modalidades que compartimos con los animales, pero que tienen rasgos peculiares.      

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29 de mayo de 2008
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