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La manada interior

El problema no es tanto temerse, con o sin Rimbaud, que "yo es otro"; una sospecha en teoría preocupante que en la cínica práctica puede reconfortar al irresponsable. Total, si yo es otro a mí qué cuentas quieren ya pedirme. El verdadero lío sale a escena cuando no puede uno ya ocultar que yo, lo que se dice yo, somos quién sabe cuántos, y que todos mentimos al unísono cuando osamos decir por intermedio de mis labios que yo soy así. ¿Así cómo? Como en ese momento se nos antoje a todos, o a la mayoría, o inclusive a esa minoría tramposa que habla en nombre de la manada entera -esto es, en el mío- cuando los demás duermen. O en fin, dormimos.

     Nunca sé bien de qué lado estoy, y desde ya concuerdo con los quisquillosos en que al menos durante los presentes párrafos debería evitar, por mera congruencia, el empleo de una primera persona del singular a la que he descalificado, por argüendera. Tomando, sin embargo, en cuenta que no soy un político, ni tampoco lo somos cualquiera de nosotros, puedo o podemos ser tan incongruentes como a mí se me pegue la gana, porque al cabo no creo en las ganas colectivas. Si ellas fueran posibles, nada habría más sencillo que ponerse de acuerdo consigo mismo en los temas de suyo divisivos, como sería, digamos, la relativa urgencia de sacudirse un vicio pernicioso. No todos dentro de uno quieren corregirse, y tampoco es cuestión de aceptar el chantaje de los edificantes, que en mi opinión son un hatajo de mustios. ¿En opinión de quién, perdón? Mía, he dicho, y al que no le parezca que se joda.

     Gobernarse es tan fácil como poner al mando del propio destino a las versiones más sensatas de uno mismo, o tan difícil como lograr que el resto se deje mangonear por una minoría más risible que graciosa. Sé que es una opinión sesgada y hasta injusta, pero esas cosas pasan cuando se es gobernado por los menos y se vive a la orilla del golpe de estado íntimo. No es que no aprecie uno los dividendos que en ciertas coyunturas estrictas y puntuales rinde la sensatez aplicada a los propios intereses, sino que rara vez puede o quiere evitar que tales intereses resulten naturalmente insensatos. Se entiende así que nadie entre los que aseguran ser yo y firmar en mi nombre sepa con precisión para quién trabaja. ¿Debería asustarme descubrir esta brecha profunda y escarpada entre lo que intentó expresar mi gobierno y lo que terminó coreando mi oposición?

     "No sé qué me pasó", alega uno luego de haber dejado el poder en manos de los radicales más exaltados, como aquellos que llevan al infeliz yo a casarse en Las Vegas con la primera tercera persona que se le cruza. Las prisiones normalmente están llenas de gente que no sabe muy bien qué le pasó. Media, afirman, distancia entre sus intenciones y sus hechos. Fueron pero no fueron ellos, sino los otros, que además son muchos. ¿Qué sería, en estas circunstancias, el homicidio en defensa propia sino un linchamiento espontáneo, desesperado y unánime? Tomo distancia y pienso: No es cierto, yo soy yo. Uno es su propia y ciega dictadura. Algunas noches, luego del toque de queda, salgo a cazar a aquellos yos furtivos que no aceptan plegarse a esa voluntariosa voluntad que párrafos atrás atribuí a una multitud balcanizada y ahora centralizo con absoluta y terminante intransigencia.

     Siempre es así. Todos quieren hacerlo a su manera, se atropellan para imponer su punto de vista y al cabo convencerme de aplicar el párrafo final que cada uno imaginó, y en este punto lo único que puedo aplicar es la ley del látigo. De uno en uno, del uno al treinta y nueve. Una vez sofocada la rebelión, sigo adelante como si fuera yo uno y no una manada. Cuando menos espero que lo esperen, meto el freno y apago el motor. Señores pasajeros, ya llegamos.

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4 de junio de 2008
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Best-seller y best-teller

Rafael Argullol: Siempre encontraremos esa actualidad de lo atemporal.

Delfín Agudelo: La actualidad de lo atemporal es también no considerar que lo actual es pobre; o como alguien dijo alguna vez, los griegos ya lo escribieron todo, y cualquier escritura posterior es una variación. Sin embargo, muchas veces los clásicos son rechazados precisamente por serlo. Es una tragedia que su atemporalidad sea su condena en el momento de ser leídos- o no leídos. Por ejemplo, en Papa Goriot cualquier inmigrante encontrará una arenga lo suficientemente poderosa al leer uno de los monólogos de Vautrin. Pero estos episodios terminan formando parte de una minoría, puesto que generan una pereza que se apropia del lector infrecuente.

R.A.: Nosotros estamos en la misma situación que los griegos. De aquí que frases como aquella sobre los griegos o que la historia de la filosofía es hacer apostillas o notas a pie de página a Platón, son frases que pueden quedar bien o mal en el marco de una academia o de un debate cultural. Pero evidentemente cualquiera sabe que los griegos también fueron modernos respecto a otras antigüedades anteriores y que lo único que ocurre es que nosotros en muchos casos no conocemos los eslabones de la cadena o los hemos perdido. Pero si fuéramos capaces de rastrear en la genealogía lo que fue la cultura clásica, nos encontraríamos con que los griegos eran modernos respecto a otros que lo habían escrito todo. En ese sentido no hay que tener complejo de inferioridad. El hombre, desde el punto de vista de la expresión literaria y artística, ha estado siempre en la misma situación. Otra cosa es que cada época lo afronte con mayor densidad o fuerza. Si eso es así, estaría de acuerdo en que en lo literario, si antes decía que era la conjunción de lo actual y atemporal, siempre hay una especie de eterno retorno. Naturalmente que leyendo la Comedia Humana encontramos una tipología, geografía o mapamundi exactísimos sobre nuestros arribistas, nuestros nuevo-ricos, nuestros demagogos, nuestros  intrigantes, nuestros  banqueros o especuladores. Claro que sí, eso estaba ya reflejado. Y también estaba reflejado en las comedias de Aristófanes. O en las de Shakespeare. La diferencia es que en cada momento la máscara literaria va actuando a través de esas metamorfosis.

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4 de junio de 2008
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III. Las noticias de ayer, en el ayer

Un estilo y un método de comunicación que los jóvenes serán capaces de imponer en el futuro a la sociedad a través de los colegios y universidades, y de las empresas donde tengan sus puestos de trabajo, con lo que estarán creando un nuevo mundo, o lo están haciendo ya; así como los instrumentos tecnológicos que hacen posible este mundo, son obra también de jóvenes y adolescentes.

Un diario impreso, la maravilla de la sociedad industrial a lo largo del siglo veinte, nos sigue contando lo que pasó ayer; pero ya nadie se entera a través de los diarios de lo que pasó ayer, salvo que se trate de sus ediciones en versión electrónica, que deben cambiar minuto a minuto sus titulares, y apoyarse en voz y en video, para buscar emparejarse con el flujo informativo constante que se genera desde miles de sitios en Internet. Se trata hoy en día nada menos que de competir, desde el papel, con espacios de noticias que nunca tienen cierre, porque siempre se están haciendo, y para los cuales no existe el ayer, y el presente es precario y volátil.

Y el diario que habrá podido resistir el choque con el iceberg, será aquel que no imprima en su portada la gran noticia de ayer, porque habrá pasado a otra dimensión de la información, ofreciendo más puntos de vistas que noticias, más análisis, más espacios de formación de opinión, más investigaciones.

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4 de junio de 2008
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En el reino de Candaya

La semana pasada fui a Blanes a presentar Bolaño salvaje, el libro que coedité junto a Gustavo Faverón. Fue una experiencia fascinante, conocer a Carolina, y a muchos amigos que tuvo Bolaño en Blanes. La sala donde presentamos el libro, en el segundo piso de la fundación Planells, estaba llena de gente. Asistimos a la primera presentación pública del documental de Eric Hasnoot que acompaña al libro. Escuché a uno de los asistentes comentar que no habían prosperado las gestiones para que la nueva biblioteca de Blanes se llamara Roberto Bolaño; en el ayuntamiento habían decidido que sólo una sala de lectura de la biblioteca se llamara así. No había todavía una placa que indicara el nombre de la sala de lectura; ante las quejas, uno de los responsables del ayuntamiento respondió: "ahora todo el mundo habla de Bolaño, pero en diez años nadie se acordará de el".

Fui a Blanes junto a Paco Robles y Olga Martínez, responsables de la editorial Candaya, que publicó el libro. A ellos los conocí hace unos cuatro años por correo electrónico, cuando me enteré que Paco se hacía cargo de sololiteratura, uno de los sitios web más visitados de literatura latinoamericana (de hecho, incluso ahora que el sitio está descuidado, ocupa el lugar veintidós en visitas en el mundo virtual en internet; toda una proeza, tomando en cuenta que diez de los primeros veinte lugares son sitios porno). Luego nos conocimos en persona en Lleida. Paco y Olga tienen una mirada romántica sobre la literatura que desarma a cualquiera. Son profesores de colegio y vendieron una casa para cumplir su sueño de editores; no tienen secretaria, ellos lo hacen todo, y a veces envían libros a lugares remotos a pesar que la tarjeta de crédito del cliente todavía no ha sido aceptada. Candaya publica pocos libros y se arriesga con autores desconocidos en el mercado español. Publica a novelistas venezolanos, a poetas paraguayos. Ha tenido un éxito comercial notable con Nocilla dream, la novela de Agustín Fernández Mallo que se ha convertido en todo un emblema de la generación Nocilla (van por la quinta edición, más de diez mil ejemplares vendidos).

Esa noche me quedé a dormir en el piso de Paco y Olga en Arenys de Mar, un pueblito de la Costa Brava a media hora de Blanes. A pesar de que eran las dos de la mañana, nos pusimos a curiosear en su biblioteca: me mostraron, orgullosos, toda la colección que tenían de libros de Juan Villoro, muchos de ellos de editoriales pequeñas en Colombia, Argentina, México (ni Juan debe tener tantos libros suyos). También descubrí una admirable colección de libros de Vila-Matas, y una serie de libros recién adquiridos en Buenos Aires. Me contaron, orgullosos, que pronto comenzarían a publicar a Sergio Chejfec en España. Me fui a acostar a las cuatro.

Me advirtieron que el piso era modesto pero que todo lo compensaba la vista del pueblo y el mar que tenían desde su balcón. Esa noche, hurgando en su biblioteca, sentí que no era necesario nada más. A la mañana siguiente, antes de partir (deja la puerta abierta que no pasará nada), me asomé al balcón. Lo que vi fue prodigioso. Estaba en el reino de Candaya.

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3 de junio de 2008
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Cien años de Panthéon

Con gran determinación y poco eco Francia se prepara al centenario de la entrada del escritor Émile Zola en el Panthéon de París. Fecha precisa: 4 de junio. Habrá un coloquio y una exposición.

Zola es uno de los cuatro mosqueteros de la novela francesa del siglo XIX. Con Balzac, Flaubert y Stendhal configura el cuarteto maravilloso de la literatura celebrado por Julien Gracq. Pero lo que ocurre en estos días en Francia no tiene nada que ver con la literatura. Es un acto político. /upload/fotos/blogs_entradas/jaccuse_med.jpgSe celebra la entrada en el Panthéon, monumento dedicado a los grandes franceses, del autor del artículo J'accuse (Yo acuso) el 13 de enero 1998. Fue el momento sobresaliente en la polémica sobre Alfred Dreyfus, oficial judío acusado de traición. Zola, bestia negra de la derecha, del ejército y de la iglesia por su defensa del oficial, denunciaba un complot manipulado desde el nivel más alto del estado. La polémica, que ya tenía cuatro años, siguió por diez años más.

Zola es la figura del intelectual involucrado en la vida pública. No se cita a su nombre sin recordar su J'accuse que le costó una demanda en justicia. Lo único que se olvida es cómo Zola ceceaba. No podía pronunciar la letra "J" de manera correcta en francés. Su J'accuse salía como el grito de un pájaro. Es famoso por algo que supo escribir sin nunca ser capaz de decirlo correctamente.

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3 de junio de 2008
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La culpa es del cliente

Hace ya unos años un importantísimo periódico, daba el título que precede a un reportaje que (azares de la composición periodística) se incrustaba en un suplemento semanal titulado Dinero. Paso sobre el hecho trivial de que tal rotativo dedica cotidianamente dos o tres páginas  a anuncios de prostitución  y voy al meollo de lo que planteaba el reportaje, perfectamente representativo de la opinión entonces aun no predominante, pero que hoy ha ganado terreno, con aureola de ser moralmente indiscutible.

En un recuadro, el artículo destacaba el perfil del contratante: entre 25 y 30 años, con trabajo y relación sentimental estable y vehículo de tipo medio. Las razones del anatema moral  se incrementarían pues por el hecho de que el cliente no respondería a una carencia debida a la marginación social, a la edad  o la ausencia de lazos familiares.

El autor del reportaje nos presenta las  motivaciones  que según  los propios clientes les conducen al prostíbulo, y que van desde  una  supuesta pulsión irrefrenable, hasta la camaradería varonil en farras del tipo despedida de soltero. Tras ello el reportero se da la palabra a sí mismo, descargando su indignación en el siguiente párrafo: "pero lo cierto es que en el intercambio el ser cliente es siempre claramente una opción, mientras que el actuar como mujer que se prostituye es en la mayoría de los casos una necesidad y, con frecuencia una obligación ineludible".

El autor alude al hecho indiscutible de que muchas de las mujeres que se prostituyen son víctimas de situaciones sociales profundamente injustas: inmigrantes a las que se niegan los papeles, presas de organizaciones mafiosas, carentes de una formación profesional, o todo ello a la vez. Y sin embargo la asimétrica presentación no es del todo correcta y parece esconder algún tipo de intencionalidad.

Se habla tan sólo de clientes socialmente integrados, cuando es evidente que el recurso a los servicios de prostitutas se da también entre sectores marginales de la población masculina. Complementariamente se obvia toda referencia a casos no menos evidentes en los que la prostituta complementa mediante su práctica una vida sin mayores carencias materiales ni marginación en razón de origen o cultura. El autor del artículo intentaba así que el lector comulgue (¡a precio nulo! como ocurre siempre en casos de moralina que no ponen en entredicho el substrato económico social de lo que se anatematiza) con la tesis de que "la prostitución no es una actividad laboral más, sino algo que mina la imagen de la mujer y sus derechos".

Lo problemático de la tesis reside meramente en que el autor parece dar por supuesto que si la prostitución pudiera ser considerada una actividad laboral como otras entonces ya no habría razón de culpabilidad moral en recurrir a una profesional. En suma: resulta una vez más que el trabajo dignifica  y como no estamos dispuestos a dignificar la prostitución... ¡pues no estamos dispuestos a considerarla un trabajo! Me ocupare mañana de este asunto.

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3 de junio de 2008
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La Feria del Libro de Madrid

Ya he pasado mi primer fin de semana firmando en la Feria. Y ha sido todo un gustazo encontrarme con antiguos y nuevos lectores. Quiero desde aquí dar las gracias a los que ya me han escrito al correo de mi página Web con sus primeras impresiones sobre mi novela PRESENTIMIENTOS, a quienes por supuesto contestaré uno por uno. Recuerdo mis primeras ferias, lo reservada que era. El lector me pedía que le firmara el libro, yo lo firmaba, se lo entregaba y ya está. No había comunicación. Ha sido con el tiempo como he ido encontrando el verdadero sentido que encierra el sentarme en una caseta y esperar a que se acerque alguien. Porque ese alguien que se acerca sabe que has ido hasta allí y te has sentado tras un mostrador para hablar con él, para conocerle aunque nada más sea unos minutos, y no sólo para estampar una dedicatoria más o menos bonita y la firma. De hecho hay lectores con quienes te reencuentras únicamente en la Feria del Libro y en ningún otro sitio, como si hubiésemos pactado una cita entre los frondosos árboles del Retiro y entre los frondosos libros de las casetas.

El lector también acude allí para algo más que comprar un libro con el que puede hacerse cualquier otro día en una librería. Va porque el ambiente es festivo, al aire libre y porque tiene algo del mercado tradicional, ya prácticamente desaparecido, en que el cliente no sólo compraba sino que entablaba un diálogo sobre lo que compraba, sobre su calidad, el precio y de paso sobre la vida.

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3 de junio de 2008
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La escafandra, la mariposa y el corazón

Qué bonita película es The Diving Bell and the Butterfly, de Julian Schnabel. Basada en el libro de memorias de Jean-Dominique Bauby, que a los 43 años sufrió un ataque cerebrovascular que le quitó a su cuerpo toda movilidad con la extraña, poética excepción de su párpado izquierdo, el film hace suyo el desafío que enfrentó Bauby: encontrar la manera de expresarse, y hasta de volar, a pesar de estar confinado en la cárcel de un organismo inerte.

Bauby era editor de la revista Elle en París. Separado de la madre de sus hijos -que son dos y no tres, como en la película-, estaba en pareja con una colega periodista cuando sufrió el ataque. Al salir de un coma de veinte días, los médicos le diagnosticaron una condición llamada síndrome locked-in, siendo locked-in el equivalente en inglés de la palabra encerrado. Así estaba Bauby en realidad: encerrado dentro de su cuerpo, puesto que podía pensar y ver y oír, pero no controlar ninguna parte de su cuerpo -salvo el dichoso párpado. Con la ayuda de terapeutas, aprendió un método que se convirtió en su único modo de expresión: estas mujeres recitaban delante suyo el alfabeto y Bauby parpadeaba cuando oía la letra que quería usar. Fue así que, en el curso de dos meses, alcanzó a ‘dictar' el texto del libro que en su idioma se llamaría La escafandra y la mariposa, aludiendo a la sensación de estar hundido en el mar y a la libertad que aun así le proporcionaban sus dos medios de escape: ‘La memoria y la imaginación'.

El film se ha tomado libertades con la historia que borran con el codo el mensaje que Schnabel pretende escribir con la mano. En la película la que cuida sistemáticamente de Bauby es su ex mujer, mientras que su novia resulta pintada como caprichosa y egoísta, negándose de hecho a visitarlo con la excusa de que no quiere ‘verlo en esa condición'. Todo indica que en verdad fue su novia, Florence, quien lo cuidó a diario. Pero fue la ex mujer quien se relacionó con el guionista Ronald Harwood y con Schnabel, logrando así, al menos en apariencia, una pequeña victoria post mórtem sobre la mujer que se quedó con el amor de Bauby. De hecho Elle no cubrió el estreno de la película, limitándose a una texto donde honraba a Bauby y a Florence como su compañera de todas las horas. Esas cosas tan tristes de la condición humana: ¿cómo se puede ser tan mezquino, en especial cuando se trata de una historia que pretende ensalzar un triunfo del espíritu?

Más allá de las zancadillas, el film es bello y transmite lo esencial de la aventura de Bauby. Encerrándose voluntariamente dentro de su mente -la mayor parte del relato está contada desde la perspectiva de ese ojo libre-, Schnabel narra en imágenes el tránsito del encierro a la trascendencia. En algún sentido la epopeya de Bauby es la misma a la que nos enfrentamos todos. Más allá de que el locked-in syndrome exagere las limitaciones de la condición humana, en esencia todos estamos encerrados dentro de nuestros cuerpos; y sufrimos y hacemos sufrir con nuestra torpeza para comunicarnos; y padecemos por culpa de nuestra impotencia para cambiar el mundo exterior con nuestros actos. Bauby tuvo que ser privado de (casi) todos sus poderes para ponerse en contacto con la parte más luminosa de su ser, y producir belleza -en este caso un libro- que seguirá transformando al mundo para bien, aun cuando él ya no esté entre nosotros. (Murió de una infección, diez días después de la edición de sus memorias.) Sumergido en lo más hondo, descubrió que su memoria y su imaginación eran todo lo que necesitaba para ser libre y vivir intensamente, incluso en el fondo de la caverna de su mente. Bauby mismo no lo dice en el film, pero de todos modos Schnabel muestra una tercera pata al triángulo de su descubrimiento: voló cuando recordaba y voló con la imaginación, pero ante todo voló porque nunca, en ningún momento, perdió el contacto con sus afectos.

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3 de junio de 2008
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El vientre del amateur

/upload/fotos/blogs_entradas/china_superstar_med.gifCuando estuve en China por primera vez, todos me decían que si me quedaba un mes escribiría un libro, si un año un artículo en una revista especializada y si un quinquenio nada. Así fue: estuve treinta  y cinco días  y escribí China Superstar para la editorial Aguilar, apoyándome en no sé cuántas lecturas. Anteriormente, a cientos y cientos de escritores y periodistas, les había ocurrido lo mismo. ¿El irresponsable atrevimiento de la ignorancia? No cabe duda, pero también, el entusiasmo del amateur que sin ser una virtud superior posee la fuerza de la valentía y la candidez  para convertir la observación en inauguración y en novedad lo establecido. De esta osadía, no se derivan tan sólo vulgaridades y elementos excrementicios. Llegado a un determinado punto podría decirse que somos capaces de escribir más si no sabemos demasiado de una cosa. Es preciso saber algo  pero sabiendo en exceso llega el empacho y su parálisis digestiva.

Entre los catedráticos universitarios se padece a menudo esta extraña malaria del conocimiento. Saben tanto de una disciplina, han consultado tal número de páginas, han visitado tan innumerables teorías que pierden la motivación y hasta el punto de vista. La superabundancia ahoga y la ignorancia degüella pero la información crítica, en pequeña dosis, dispara la imaginación como a las hormonas el sexo entrevisto.

No será aconsejable producir ciencia desde la carestía del saber pero, fuera de ella, el saber que merienda el amateur -se llama Steve Jobs o Bill Gates- produce objetivos que el profesional ni siquiera concibe. Simplemente porque el profesional tiende a seguir lo profesionalmente establecido como cierto, mientras el amateur, menos prescrito, goza la ventaja de jugar con la mentira y con la providencia de lo incierto.

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3 de junio de 2008
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¿Tiene lugar en Troya la guerra de Irak?

"La Colère d'Achille", Giovanni Battista Tiepolo, 1757Rafael Argullol: Es fascinante ver este entrelazamiento entre lo que es la calidad literaria y el impacto, porque hay muchas leyes distintas.

Delfín Agudelo: Pienso también en ese impacto en términos de las obras que maduran estando en un estado desconocido. Siempre he pensado que uno de los sueños de la labor del estudiante de literatura es encontrar libros perdidos, olvidados, que por cualquier motivo han quedado ensombrecidos en depósitos de bibliotecas públicas. En esa medida, hay algo latente en la escritura, sobre todo de un clásico, y es cómo volviendo sobre esos viejos textos que todos llaman "ladrillos" -que son aquellos que sólo lee el estudiante cuando tiene que responder un examen- podemos encontrar características actuales de la condición humana más claros de los que se pueden escribir en este momento. No digo con esto que son más o menos buenos, pero que pueden ser equivalentes. Se me ocurre el sentimiento de la guerra en la Ilíada. O la sensación de extravío de la Odisea. Hay algo en la literatura actual que le teme a los clásicos: su propia inserción en una tradición literaria.

Rafael Argullol: Lo que creo que es completamente esencial en la literatura y en el arte es que sus obras sean al mismo tiempo actuales y atemporales. Hemos dicho miles de definiciones de arte y literatura, pero ninguna me parece tan sólida como la que nos llevaría a concluir que las obras literarias o artísticas tienen como exigencia ser al mismo tiempo actuales y atemporales. Con esto quiero decir que lo que diferencia una doctrina científica de una obra artística es que la científica queda obsoleta con el tiempo: la doctrina cosmológica de hace dos mil años ha quedado obsoleta por la actual. En cambio, lo que para mí es imprescindible en una obra literaria es que siempre sea actual. La Ilíada no se puede leer con ojos arqueológicos, y sucede lo mismo con una tragedia griega, el Mahabarata o Shakespeare; hay que leerlos como si fueran interlocutores del presente.

Partiendo de esta idea, que es la mejor definición que se haya dado nunca, es indudable que en el mundo de la guerra que se refleja en la Ilíada, en la confrontación de aqueos y troyanos, hay mucho vinculado con el marco antropológico de aquella época. Eso es lo propio de los arqueólogos o antropólogos. Pero lo propio de la lectura literaria es lo mucho de atemporal que se expresa allí. En definitiva lo que sucede en una guerra actual sucedía ya en la guerra de la Ilíada. Por eso me ha parecido pertinente esa lectura que ha venido haciendo Alessandro Baricco de la Ilíada en estos dos últimos años, porque él trataba de buscar paralelismos y equiparaciones entre lo que se expresaba en la obra y lo que podía ser una guerra como la de Irak o Vietnam. Y efectivamente es que siempre encontraremos esa actualidad de lo atemporal.

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3 de junio de 2008
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