Estoy en Santillana del Mar -ya saben, ni santa, ni llana, ni marítima- y el guión se cumple: llueve y parece un día de primavera en Irlanda. Hoy es el "bloomsday". Un buen día para beber y recordar a uno de los más grandes de la literatura. Hoy es el día para celebrar a Joyce, para celebrar Ulises. Todo empezó con una masturbación de su novia y terminó en esa unión ejemplar de forma e historia. Lo que debe tener una novela: la verdad de las mentiras. Una verdad que desde hace décadas nos hace volver a Vargas Llosa.
Hoy, en el día del Ulises se han inaugurado las jornadas con tres escritores en esta ciudad, en este pueblo cargado de historia, del norte de España. Hay muchos escritores, críticos, profesores, incluso hay lectores. Las desgracias, como las gracias, nunca vienen solas. Una vez más Vargas Llosa, con su capacidad para arriesgar esa unión entre vida y literatura, nos ha dado una lección de las dos cosas. Decía José Donoso que estaban lo escritores del "boom", los excelentes, los buenos, los otros y el primero de la clase, ese era Mario Vargas Llosa. Con los años ha mejorado, ya no parece el primero de la clase.
Mantiene esa voluntad deicida de recrearlo todo, de contarlo todo desde lo pequeño hasta los más grande. Lo mismo que él admiraba en ese libro tan apasionante y extraño, ese libro sin tiempo y con época que es Tirant lo Blanc.
Uno de esos libros que se atreven a suplantar a Dios, de esa estirpe de escritores en la que podemos poner además del reivindicado autor de Tirant, a su admirador Cervantes. Y por hacer caso a Vargas Llosa, en esa tropa podría estar Fielding, Balzac, Dickens, Flaubert, Tolstói, Joyce, Faulkner... Y ahora, al margen de Vargas Llosa, o a su lado, también nos podrían acompañar en este día tan literario Kafka, Borges, García Márquez, Roth, McEwan y otros que deberían estar en la historia de nuestros deicidios.
La lista podría ser larga. Esta noche, con algún vino de la cena, después de que el novelista deicida haya reposado su visita al monasterio de Liébana, a esa biblioteca de un lugar de meditación, reposo y dudas, me atreveré a preguntar a Mario Vargas Llosa qué amplía su lista de los suplantadores de Dios. De esos dioses tan nuestros que no ocupan todo el lugar de un impr Lobable paraíso. En los cielos literarios los dioses tienen que saber compartir los espacios.
Y eso lo sabe Mario Vargas Llosa que cada día está más en la tierra. Aunque él también sea un deicida.

La revista americana, la más vieja de EE.UU. (nace en 1857), tiene ahora muchos méritos en su 

Lush Life procede del mismo modo. Hay un crimen: el asesinato de un joven barman llamado Ike Marcus, en plena calle, en presencia de su superior inmediato, Eric Cash, con quien había salido de copas a pesar de que apenas se conocían. Hay un criminal, a quien se nos presenta en las primeras páginas. Hay un detective, Matty Clark, cuyo error de juicio pone en riesgo la resolución del caso. Están los padres de Ike, que rondan al detective como fantasmas que reclaman venganza -o tal vez otra cosa, más humana y a la vez más terrible. Y están los demás en su multiplicidad digna de comercial de Benetton: vecinos, comerciantes, dealers, soplones, de todas las razas y todos los credos, con el telón de fondo del Lower East Side neoyorquino que alguna vez albergó a los inmigrantes judíos -Price muestra el espectáculo de una sinagoga derruida, con gente hurgando en sus escombros- y hoy es un inequívoco sucedáneo de Babel. Ya desde el arranque muestra Price este caleidoscopio, con lenguaje de ritmo magistral, al describir el derrotero de una patrulla de policías: ‘...boliche de falafel, boliche de jazz, boliche de gyro, esquina. Patio escolar, creperie, inmobiliaria, esquina... Sex shop, casa de té, sinagoga, esquina...'



La comandante Dora María Téllez, celebre por su participación como la número dos en el comando encabezado por Edén Pastora, que tomó el Palacio Nacional en agosto de 1978, y célebre por haber conducido a las fuerzas insurgentes que liberaron la ciudad de León en 1979, ayuna ahora por lo mismo que entonces luchó con las armas: la democracia, las libertades públicas, el estado de derecho. Han pasado 30 años desde aquella gesta, y su figura menuda y ágil ha cambiado poco, salvo por algunas canas en su pelo.
Allí se habló de todo, de tetas, tamaños, paraísos e infiernos. De machos y hembras. Cosas de escritores. Elevadas conversaciones como la verdad del físico de Ana García Obregón. Todo porque en otra comida -¡así estamos!- con un empeñado editor gallego de libros en español, como un vendaval, en la mesa de enfrente se sentó la auténtica Obregón. Con nuestras discretas miradas pudimos observar que mantiene unos equilibrios corporales impropios de su edad. Hicimos una porra sobre cirugía y realidad, verdad y ficción. No diremos más. Tenemos la intención de mantener a salvo lo que queda de nuestro maltratado, nocturno y bien bebido físico.