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Un cuento inspirado por el museo Caixaforum

A principios de año recibí un pedido de Abitare, una revista italiana de arquitectura y diseño. Querían que visitara el museo CaixaForum en Madrid y escribiera un cuento que transcurriera en el edificio. El desafío me entusiasmó. El cuento, publicado en la edición de abril, se titula "El portero de la fábrica de luz", y está basado en la transformación que los arquitectos de la firma suiza Herzog & De Meuron llevaron a cabo: una vieja fábrica es hoy un museo vanguardista.

La revista publica el cuento en inglés e italiano. Aquí está la versión en español: 

Los camiones y las gruas llegaron por la madrugada. Hombres en overoles azules y cascos amarillos comenzaron a descargar máquinas relucientes que jamás había visto en mi vida. Los dirigían señores de vaqueros, zapatillas deportivas y rostros relajados. Uno de ellos se me acercó; quería que les diera paso para entrar al edificio. Le pregunté por sus papeles; todo estaba en regla. Dejé que entraran mientras el edificio se desperezaba y los empleados de la central eléctrica del Mediodía, mi fábrica de luz, ingresaban al trabajo. Le dí un apretón de manos a Dámaso, que sufría porque su esposa estaba enferma; conversé con Marcelino, que ahorraba para irse de ese barrio contaminado en el que vivía en las afueras de Madrid; saludé a Íñigo, uno de los más viejos, alguien que ya estaba aquí antes de que se inaugurara la central, cuando el edificio era la fábrica de bujías La Estrella. Conocía a todos los hombres de la Central; eran mi familia extendida.
    Le pregunté a Íñigo si sabía algo de toda esa gente nueva que acababa de llegar. Se encogió de hombros.
    --Los jefes querrán hacer una remodelaciones.
    --Igual -dije--. Me parece extraño. Si es un par de personas, vaya y pase, pero es mucha gente, parece un proyecto grande. Era algo que debían haberme advertido.   
    --Sabes cómo son.
    Yo sabía que, como el edificio había sido la primera central eléctrica de Madrid, no se podía tocar la envolvente de ladrillo. ¿Cómo renovar el edificio industrial sin tocar las fachadas? No ayudaba el hecho de que los que habían llegado nos ignoraban; hacían sus cosas rehuyendo la mirada, sin dirigirnos la palabra, como si no existiéramos.
    Apenas pude, a media mañana, hablé con uno de los gerentes de la Central y le conté mis resquemores.
    --Si los papeles están en orden, no hay nada que hacer -dijo--. Deben ser órdenes de arriba. Y esas órdenes, tú sabes, no se discuten.
    Me resigné al trajín de los hombres de overol y cascos y de los que dirigían la obra. Al llegar a casa se lo conté a mi mujer, que se mostró entusiasmada: era un edificio viejo, incómodo, arrinconado en una esquina entre otros edificios; quizás era hora de hacer cambios que permitieran que ingresara más luz a la fábrica de luz.
    Acepté lo inevitable. No fui el único: todos los obreros de la Central, los Dámaso y Marcelino e Ínigo, también lo hicieron. Ambos mundos convivían en ese espacio de la fábrica industrial y hacían todo lo posible por no tocarse, como si esa fuera la mejor manera de que siguiera discurriendo el orden en el mundo. Cada uno dedicado a lo suyo, a su trabajo.
    Así, primero con alarma, luego con asombro, fui testigo de cómo, con el transcurrir de las semanas, de los meses, de los años, se iba transformando el edificio. Las viejas ventanas que daban al exterior fueron cerradas con ladrillo de recuperación, dejando el ornamento visto, con el predominio de los colores ocres y naranjas de siempre. En la entrada, se instaló una boca de acero colado que parecía querer devorar a quienes osaban entrar a la Central. Se construyó una escalera de cemento blanco, y en lugares estratégicos se dispuso de madera para suavizar la dureza del espacio. En el techo, se pusieron chapas con soldaduras vistas, un tejado de acero envejecido. En la parte superior del edificio, se añadió acero de fundición. Se mantuvo el zócalo de granito en la base, pero luego se instalaron tres pilares que dieron como resultado la imagen de maravilla de un edificio que levitaba. Se instalaron diversos tipos de iluminación --ahora sí, se trataba de una verdadera fábrica de luz--, con la transparencia de las ventanas recogida hacia el interior: los empleados podíamos ver desde la fábrica hacia el exterior, pero nadie que estuviera afuera del edificio podía ver a través de las ventanas lo que ocurría dentro de la Central. Los dos pisos originales dieron paso a siete niveles. En el subsuelo, se abrió una gran caverna, las paredes tapizadas con una malla metálica deformada, tratada con pintura de cobre.
    Los renovadores de la Central parecían no quedarse tranquilos con lo que iban logrando. De remate, decidieron abrir una plaza publica en el solar frente al edificio, e instalar allí, locura de locuras, un jardín vertical en la pared de un edificio colindante. Trajeron plantas de todas partes, crearon una suerte de pared verde muy viva. Si estaban dispuestos a desafiar las leyes de la gravedad, imaginé que no se detendrían ante nada. Era hora de renunciar.
    Fue en ese momento que los trabajadores de ese mundo nuevo se detuvieron y, de la noche a la mañana, desaparecieron. Una madrugada, al llegar al trabajo, ví ese edificio flotante recortado con las primeras luces del día, y me dí cuenta que no era verdad que, durante esos dos años, los trabajadores de ambos espacios hubieran vivido como si los otros no existieran. Al desmontar la antigua estructura, lo que habían hecho esos trabajadores del mundo nuevo había sido alterar el espacio, el ambiente en el que discurríamos. El edificio industrial se había convertido en una reliquia viviente, en la memoria de un edificio industrial. Si cambiaba nuestro espacio, cambiábamos nosotros: nos habíamos transformado en memoria, en fantasmas.
    Esa mañana esperé la llegada a Íñigo y lo sorprendí con un abrazo efusivo. Ahora entendía por qué existía él: él era la memoria de la fabríca de bujías La Estrella. Algún día, yo sería la memoria de la Central eléctrica. Entraría la gente por la nueva boca de acero del edificio, discurriría por esa nueva escalera con la forma de un caracol orgánico, se asomaría a ver lo que se iba instalando en las paredes y en el suelo de las instalaciones, observaría desde adentro el discurrir del mundo de afuera. Ese gente pasaría a mi lado sin mirarme, una y mil veces. No se daría cuenta que sería yo quien les dijera cómo llegar al subsuelo, cómo desplazarse de un piso a otro.
    No debía quejarme. Había tenido la suerte vedada a otros empleados de la Central: había sido capaz de ver a Íñigo. Quién sabía, quizás en ese mundo futuro que se iba haciendo cada vez más presente, hubiera alguien capaz de verme y así permitir que el viejo portero de la fábrica de luz siguiera viviendo por los siglos de los siglos.

 

     
 

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24 de junio de 2008
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Los pseudoespiritualismos de nuestra época

Rafael Argullol: Uno de los fenómenos más agobiantes de nuestra época es la propagación de una espiritualidad fast-food.

Delfín Agudelo: Es esta espiritualidad fast-food que surge de una súbita necesidad por la misma espiritualidad. Sin embargo, es una necesidad espiritual mas no necesariamente teológica.

R.A.: No, creo que es la consecuencia de un doble fenómeno. Por un lado la quiebra de la religiosidad tradicional, quiebra que viene de lejos y en cierto modo se inicia con el renacimiento, llega a su punto culminante con la ilustración y a su fase de máxima lanzada con la modernidad. Sería un fenómeno que viene de lejos. Y el segundo fenómenos sería el de la quiebra de las grandes utopías ideológicas de la propia modernidad, originadas en la misma ilustración y romanticismo. Utopías que en cierto modo se presentaron como alternativas a la religiosidad tradicional. En ese sentido, por ejemplo habría que recordar que gran parte de las formulaciones de esas utopías, anarquistas, liberadas y socialistas, comunistas -incluso las utopías vinculadas en general a todo lo que es el mito del progreso son utopías que cuando vamos a los documentos textuales o prácticos muchas veces se presentan como una especie de nueva religiosidad.

Los románticos hablaban de la religiosidad personal; se ha hablado de la religión del progreso, se ha podido hablar con razón de una religiosidad utopista, anarquista, comunista; es decir, las grandes utopías del XIX y XX tienen una vocación de presentarse como alternativas a la anterior religiosidad. En cambio ahora nosotros nos encontramos en un horizonte distinto, en el que el ser humano en cierto modo recoge la quiebra de la religiosidad tradicional pero también recoge la quiebra de aquellas utopías ideológicas que durante mucho tiempo se presentaron como alternativa. Creo que allí está una de las razones por las cuales ha habido un nuevo viraje a la búsqueda de una espiritualidad que a mi modo de ver nunca se ha dejado completamente de lado, sino que ha tenido una metamorfosis con distintas máscaras. No es que Dios hubiera muerto, sino que Dios había sido sustituido por otros dioses, el de la igualdad, el de la libertad, el del progreso, el de la razón, el de la ciencia; y ahora nosotros asistimos a un escenario distinto en el que también esos dioses decimonónicos o del siglo XX está puestos en cuestión. Pero el ser humano sigue necesitando esto que llamamos espiritualidad. Es decir, sigue necesitando enfrentarse al enigma de la existencia, enfrentarse a la trascendencia de la relación con la muerte, enfrentarse a todos aquellos territorios que habitualmente han tenido una respuesta a lo largo de los mitos y religiones. O incluso de las filosofías. Lo que a mí me resulta sin embargo asfixiante y muchas veces escandaloso es cómo en nuestra época se intenta dar una solución que llamaba fast food, una solución de recetario ante esa necesidad espiritual. Y por eso tenemos todo ese contexto que empezó a finales del siglo XX que se ha llamado cultura new-age, y toda esa literatura de autoayuda, muchos de los pseudo misticismos que ahora pueden estar en boga, todo ello conforma un cuadro de lo que podríamos llamar espiritualidad de comida rápida, que en cierto modo distorsiona la auténtica necesidad espiritual que tiene el hombre.
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24 de junio de 2008
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II. Un cambio sin violencia

En el pasado, cuando una dictadura se ha entronizado en Nicaragua,  como ocurrió con la familia Somoza, han pasado que la gente termina convenciéndose de que los falsos juegos electorales no llevan a ninguna parte, y sólo sirven para entronizar aún más a los que estando ya arriba, quieren quedarse para siempre en el poder, afianzar el nepotismo y la corrupción, y cerrar cada vez más los espacios de participación democrática, lo mismo que ensanchar los abismos de injusticia y miseria. Y entonces la opción de quienes no ven ya más salida ha sido la violencia, que llega a prender en la mente de la sociedad como solución desesperada, con costos elevados en vidas humanas y ruina material.

Ahora la violencia, que nunca es deseable, no es posible en Nicaragua porque la memoria que se tiene de ella es trágica y nadie quiere repetirla después de los miles de muertos que costó el derrocamiento de la familia Somoza, y de los miles más que costó la guerra de la contra. Un precio terrible pagado no sólo en vidas humanas, muertos, heridos y lisiados, y viudas y huérfanos, sino en retroceso económico, pérdida de la agricultura, destrucción de infraestructura, inflación récord. A final de los años ochenta, el productor interno bruto había descendido en Nicaragua al nivel de los años cincuenta, un salto hacia atrás de 30 años.

Además, ¿de qué sirvió?  

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24 de junio de 2008
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Siervo fiel y laborioso

Decía que en la presentación de la Fundación de la fe el ex -Premier británico se hallaba acompañado del también ex -mandatario Bill Clinton. Sabido es que este último, cuya fortuna se consumió parcialmente entre legajos judiciales consecuencia del tan cómico como miserable affaire Lewinsky, ha conseguido felizmente recuperarse, entre otras cosas pronunciando edificantes conferencias a favor  de la paz, remuneradas en  decenas de miles de dólares. Todo sea en pos del amor de los esposos y de estos con la progenitura, ya que si las encantadoras esposa e hija del presidente llegaran a sufrir apuros por una caída en la tentación del pater familias, ello no sólo sería injusto sino que podría acarrear una menaza para la unión de la célula. Pues bien:

Tampoco el ex - Premier es manco a la hora de garantizar el bien de los suyos, luchando contra la enfermedad y la pobreza y sirviendo la causa de la paz, siempre  por mediación de la causa de la fe. El excelente corresponsal del diario La Vanguardia en Londres, glosaba la noticia de la creación de la fundación con el siguiente párrafo.

"Además de dirigir su recién lanzada fundación, Blair ha sido fichado como profesor de religión de la universidad de Yale. Pero en su caso la fe no mueve sólo montañas, sino también dinero: cobra un promedio de trescientos mil euros por conferencia... La editorial Random House le va a pagar siete millones de euros por sus memorias, complementadas por las de su esposa para poder pagar las hipotecas de sus cinco propiedades. La fe no te dice lo que está bien, sino que te da fuerza para hacerlo, dice Tony Blair."

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24 de junio de 2008
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La ausencia de mal

/upload/fotos/blogs_entradas/pintorypaisaje_med.jpgMe confiesa un joven amigo pintor que se encuentra en un punto de su vida en que todo marcha bien. En mis sesenta y cinco años no recuerdo un sólo día en que todo estuviera en su debido lugar, menos aún en su bienestar. La admiración que me despiertan sus palabras, incuestionablemente sinceras, se corresponde con el asombro que para mí significa la posibilidad de que un ser humano, vivo y consciente, no detecte ningún punto triste o negativo, aún por instantes. Esta capacidad es máxima pero todavía significa un mayor prodigio si se corresponde efectivamente con ese presente real al que no cabe poner una pega. La pintura le fluye ante el lienzo o la tabla, el amor le asiste mientras crea, el sexo compartido le enloquece en la alcoba, las expectativas profesionales son insuperables. Este futuro no ya despejado sino recamado de nácar constituye el mejor ámbito para su ánimo henchido. Su ojo otea el horizonte y en su bandeja le esperan las manos divinas, recién lavadas apara acogerlo y perfeccionar su suerte.

En esa visión del futuro terrenal se cumple el verdadero milagro del bienestar completo. No es difícil atribuir a la supuesta eternidad después de la muerte las mil providencias del Destino, los dulces más personalizados, exquisitos y caros pero esperar esa donación en esta turbia atmósfera y sobre la tierra, entre circunstancias injustas que se comportan como alimañas o entre el azar que con su hambre nos mutila, representa el cenit de la fortuna o, lo que viene a ser lo mismo, la bendición exacta de la candidez.

Porque no importa ya, a estas alturas de la vida y la ficción, qué es o no real, qué forma parte de la física o de la fe, de lo tangible y lo inasible, de lo fotografiado y lo imaginado. La única idea, la única imagen válida y decisiva es la convicción del sentimiento. El sentimiento, en fin, tan convincente que desencadena todos los frutos de la inteligencia absoluta y su correspondiente verdad. Siendo esta Verdad, aquella que imponiéndose absolutamente posee además el certero de que marchamos de Dios. Lo que se cree a través de la fe viene a ser, por antonomasia, lo absolutamente verdadero puesto que, al ser una creencia y no una existencia, una ilusión y no una vista, nada de este inmundo mundo podrá atentar contra ella.

El mundo es traidor, imprevisible, arbitrario, inocentemente cruel y, en consecuencia, nada contribuirá mejor a garantizar la felicidad aún momentánea, que la sustitución de la óptica del mundo. No exactamente de su negación frontal y ciega sino de su sustitución mediante una mirada que salta su bulto y se desliza, como los campeones en los saltos de sky, sobre el nivel de una nueva superficie pura. El nivel de la superficie inmunda, la sucia superficie del mundo común, actúa como un cuchillo eléctrico que gira y mata. Su nivel saja, degüella, despedaza, aniquila. Ese nivel de la superficie real, sin ilusión alguna, debe considerarse la cota más temible del dolor. En el abismo nos sumimos como ángeles o demonios, nos despeñamos como héroes o víctimas sin nombre pero a ras del territorio vulgar la acción de la normalidad nos parte en dos o en tres o en múltiples partículas que nos descuartizan, asaltan nuestras sedes y nuestra constitución, deshacen nuestro sentido y nuestra razón y nuestro destino. Y, apara mayor desesperanza, aquellos criminales o depredadores que a través de su arma blanca sacian su sed con nuestra sangre, son a menudo, criaturas inocentes sin norte. Piezas sin ensamblar que circulan sin control, hombres y mujeres (mujeres) que en su atropellado amor o desamor, en su sueño de poseer o ser poseídas a la manera de órganos, desencadenan tragedias indecibles y un desorden semejante a las masacres desorganizadas a cargo de la electricidad neurológica. A cargo del instinto, la torpeza, el amor y el temor. A cargo sin más de la carga que cada uno trasporta como una pila de hidrógeno o de oxígeno o de óxido sin más función que respirar. ¿Cómo dictaminar en consecuencia que cualquier instante que la luz brilla sin una arista amenazante, sin un ínfimo sabor de oscuridad? Acaso sólo la droga pueda proporcionar un gozo así. Acaso sólo este efecto por sí mismo legitima la adicción a la locura.

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24 de junio de 2008
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Escape de Nahualópolis / V

V. Trínchame a tu capricho.  

El del capricho es un diablo elegante. Seductor instantáneo, tirano intempestivo, hetaira ciclotímica, este demonio dandy se aparece como una urgencia del instinto, que sin razón que valga se declara renuente a seguir trabajando si no satisface uno sus nuevas exigencias, seguramente exóticas y un tanto improcedentes. ¿Cómo se las arregla el glamoroso malandrín para que uno se sienta libre y pleno cuando a la letra sigue sus dictados? ¿Por qué se adorna con tamañas ínfulas de independencia quien obedece al diablo del capricho? ¿No es él, y nadie más, quien besa a la doncella sin permiso y perpetúa la especie a costa del poseso?

     Hay quienes creen -con cierta envidia a cuestas, aunque a lomos de alguna ingenuidad alada- que el caprichoso es dueño de sus caprichos. Ja, ja, ja. ¿Es la pasión acaso mucho más que capricho? Verdad es que a menudo tilda uno de suyos a los caprichos que le soliviantan, mas ello es sólo para hacerse cargo de su cumplimiento (igual que se adjudica la propiedad del amor que le truena el chicotito hasta hacerle caer de bruces a sus pies). Una vez que el demonio del capricho ha irrumpido en escena para circunvolar los espacios obsesos de su víctima como la mosca que asedia la oreja, nada parece haber más apremiante -y, ojo, deleitoso- que mimar sus antojos y rendirse a sus arbitrariedades, que en adelante parecerán las propias. De poco servirá al encaprichado, en situación así de constreñida, confesarse a merced de un diablo veleidoso, toda vez que al chamuco en cuestión le complace ocultarse bajo las auspiciosas enaguas del ego. ¿Quién, que cabalgue a lomos de caprichos imperiales, va a tropezar en la guarrada victimista de confesarse pobre esclavo suyo?

     -Humildad, que le llaman los soberbios vestidos de piadosos -escupe, con notoria displicencia. Pocas cosas fastidian tanto al nahual posh como el mal gusto en el arreglo personal. Vamos, el mismo tufo a azufre que inevitablemente lo acompaña despide cierto aroma de Eau Sauvage Extrême, y él tampoco hace mucho por ocultar el alto rango de su indumentaria.

     -¿Siempre usas trajes Boss, Demonio del Capricho? -se lo digo acentuando las mayúsculas, no sé por qué me sale lo obsequioso cuando se me aparece este fantoche.

     -Siempre que se me antoja, nada más. Y si no te parece, hazle como quieras -ya conozco sus celos. Suele ponerse así cuando sabe que vengo de tratar con un hada.

     -¿No te da gusto que por una vez sea yo quien te procura? -Dios mío, qué papelón. Las cosas que hace uno por huir de la rutina...

     -¿Dios tuyo, ¡yo!? -sonríe al fin, con esa autoridad perdonavidas que hace de cada rictus un imperativo, como refocilándose en mi rubor, al tiempo que lo miro y me propongo detener la máquina indiscreta de mis pensamientos (impresos, a sus ojos omniscientes, a 120 puntos en Times New Roman)- ¿Crees que no he percibido que me tachas de fantoche, justo cuando pretendes postrárteme? ¿Olvidas que mis peores defectos serán también los tuyos, y sólo tú tendrás que responder por ellos?

     -Eso ya suena a crítica literaria.

     -¿Qué esperabas? ¿Que no pasara de la narrativa? Mi trabajo no quedaría completo, ni mi oficio sería así de entretenido, si además de orillarte a hacer lo que haces no empujara a los otros a juzgarte por eso. Soy un demonio, al fin. Te prefiero en la horca, y si es posible luego en el infierno. Y lo más divertido es que para salvarte necesitas primero obedecerme. Debe de ser mortal eso de ser mortal.

     -Lo es, mi querido aliado antojadizo. Razón de más -ahora elevo la voz, con una suerte de solvencia argumental que delata su pronta asesoría telepática- para ponernos juntos al mando de la nave y arremeter contra el demonio hueco de la página en blanco.

     -No tan rápido, Champ -levanta el dedo índice mi sponsor, con la clase de ritmo sugestivo que distingue a los diablos de mucho mundo-. Espero que no esperes que yo te garantice que me voy a amafiar con un mortal para armarle la guerra a uno de los míos.

     -Y espero que no esperes que yo espere que guerrees conmigo contra uno, sino una infinidad de cornudos entrinchados, aunque ninguno de ellos mejor vestido que tú. Tendrías que ver las fachas con las que anda el demonio del caos por la vida.

     -¿No por casualidad esperarás capitalizar la escandalosa envidia que me tienen esos, excuse my french, pinches gañanes imbañables?

     -No es que espere, es que me florece la Real Gana que así sea. ¿Y?

     -That's my boy! -levanta el puño, pega un golpe en la mesa y me mira con simpatía embarradiza; juraría que el azufre le brota como lava de ambas córneas. Esperemos que no sea una hepatitis.

 

     ¿Usa brújula o mapa el nahual del capricho?

     ¿Qué esperar de unos cuernos, que no sea una cornada?

     ¿Cuántos antojos entran en una misma juerga?

     Próximamente: VI. El festín de los instintos.

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24 de junio de 2008
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De fantasmas y maleficios

En su despedida como columnista de El País, Eduardo Mendoza escribió que una de las cosas de las que más se enorgullecía era que no había utilizado el fútbol como metáfora de nada. Seguir el consejo de Mendoza no es fácil. Leo la prensa española este lunes por la mañana, con la resaca de la euforia, y me topo con titulares grandiluentes acerca de que "cambia la historia" para España, o de que se acaba el maleficio y se sacuden los fantasmas. Un despilfarro de metáforas. No he leído todos los editoriales, pero seguro alguno hablará de que el triunfo contra Italia muestra un cambio de actitud en la nueva España, una mentalidad ganadora, una...

Vi el partido anoche en un bar irlandés en Malasaña. Estaba rodeado de peruanos e italianos. Hubo algún cruce de insultos entre ambos grupos, pero sobre todo primó la buena onda. Un peruano me dijo que había gritado más con la victoria española más que con las del Perú (hace tanto que el Perú no gana que esto no era una proeza). Y pensé en la capacidad del fútbol para hermanar a... Me detengo: el detector de metáforas acaba de agarrar una al vuelo.

¿Cómo se superan los traumas? A penales. Y punto.

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23 de junio de 2008
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I. Una catástrofe sin fin

/upload/fotos/blogs_entradas/image001_1_med.jpgEntre los diversos comentarios acerca de la huelga de hambre de Dora María Téllez, que llegó a su fin tras prolongarse por 12 días, estoy de acuerdo en que las noticias acerca de lo que sucede en Nicaragua son escasas en los medios mundiales de comunicación, que sólo se acercan al país en casos de catástrofes, para olvidarse bien pronto de los miles de damnificados que deja a su paso un huracán, y que ya estaban allí desde antes, lo mismo de pobres y marginados. Unos damnificados que son las victimas permanentes de la catástrofe política sin fin, de la que se da poca cuenta.

Puede ser que la acción de Dora María no sea suficiente para traer de regreso a Managua las cámaras de televisión de las cadenas internacionales, pero no tengo duda de que ella ha iniciado una nueva forma de lucha contra los abusos de poder, que tendrá cada vez más repercusiones en el futuro, y que será capaz de cambiar las cosas.

Ya está empezando a llamar la atención, como lo demuestra el pronunciamiento en respaldo a Dora María, firmado, entre otros, por Noam Chomski, Salman Rushdie, Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Ariel Dorfman, Juan Gelmán y Bryan Wilson, este último un ex combatiente de Viet Nam,  con las insospechables credenciales de haber perdido ambas piernas al pasarle encima un tren de municiones destinadas a aprovisionar a los contras, cuya vía bloqueaba en protesta contra la política de la administración Reagan.

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23 de junio de 2008
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El maleficio

Se ha roto el maleficio y la selección española de fútbol pasó anoche a semifinales, que tendrá que jugarse con Rusia. El éxito nos supo a gloria y aún están sonando las bocinas de los coches. Con el fútbol pasa algo muy raro, siempre se está preparado para la victoria. En cuanto los de casa meten un gol, en ese mismo instante, empiezan a sonar las bocinas como si los aficionados estuviesen siguiendo el partido dentro del coche para ser los primeros en tocar el claxon, y en ese mismo instante también alguien tira un petardo, como si estuviera en la calle con él en la mano para ser el primero en tirarlo. Se está tan preparado para la celebración y la euforia que cuando se frustra la decepción es enorme.

Pero además parece que este triunfo nos haya liberado de un conjuro que nos tenía bloqueados en los cuartos de final. Por supuesto se trata de un juego dentro del juego. Ha tenido gracia ese muñequito que representaba a la selección italiana y al que todos le clavábamos alfileres, y se ha invocado la suerte porque sin suerte por bien que se juegue no hay nada que hacer. De hecho, en las declaraciones posteriores al partido Casillas y Aragonés estaban anormalmente serios, sobre todo el entrenador con semblante más de haber perdido que ganado, y esto seguramente para no romper el sortilegio de la suerte.

Pero la superstición no afecta sólo al fútbol, continuamente estoy oyendo tonterías al respecto: los que se atribuyen a sí mismos una enorme suerte para hacerse deseables, los que se arriman a unas personas y a otras no porque piensan que unas les dan suerte y otras no. Y, sobre todo, cuando en este clima brujeril se tacha a alguien de "gafe", que en los mediocres tiempos que corren es de lo peor que se puede ser tachado.  Una vez oí confesar en televisión a un cantante que había intentado suicidarse porque le habían colgado el sambenito de gafe y no le contrataban en ningún sitio. Y el otro día oí tildar alegremente de eso mismo a un político y pensé que si el rumor prosperaba lo iba a tener difícil. Desde luego se trata sólo de palabras, pero de palabras que dan muy mala suerte.

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23 de junio de 2008
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Dios salva a Blair

/upload/fotos/blogs_entradas/tony_blair_med.jpgDecía ayer que recientemente se inauguró en Nueva York la Tony Blair Faith Foundation, cuya vocación es la de luchar contra la enfermedad y la pobreza. Se sabía que El ex -Premier era un hombre devoto. Se sabía también que esta devoción le acercaba a Roma, aunque prudentemente no diera el paso de la conversión a la verdadera hasta haber dejado (si a tal desastre se le puede calificar con un término que parece implicar voluntad libre) el cargo. Se sabía incluso que, ante el enorme peso que para su conciencia cristiana y social-demócrata, suponía su responsabilidad en un conflicto que acarrearía víctimas por centenas de millares, tuvo la suerte de que El Señor nunca le abandonara ("Me apoyé en Dios" llegó explícitamente a declarar).

A diferencia del miserable siervo del texto evangélico que no hace fructificar el único talento que su amo le concede en préstamo (lo cual supone para el pobre diablo ser expulsado a las tinieblas exteriores donde "será el llanto y el crujir de dientes"). Tony Blair sí tiene muy en cuenta que El Señor es un amo implacable, que exige dónde no ha dado y recolecta dónde no ha sembrado, de ahí que se haya propuesto que el modelo americano, en el que religión y política son aspectos inseparables, se generalice. Su fundación es un precioso vehículo para tan loable objetivo, alcanzado el cual no se dará ya el caso de que un político europeo se vea dificultado para, a diferencia de Bush, rezar en público (cosa que, confiesa Blair, constituyó durante su mandato la mayor de las frustraciones).

En la presentación de la Fundación para la fe Blair contó con el impagable apoyo de Bill Clinton, otro reconvertido a la causa de la paz, quien precisamente por no compartir el Credo papal, se haya por ello en condiciones óptimas de apoyar las palabras del ex mandatario británico: "No se me ocurre ningún objetivo más importante en el mundo globalizado que promover el entendimiento entre las distintas religiones".

Algún lector de poca fe estimará quizás que objetivo más importante es alcanzar las condiciones sociales de posibilidad de que el hombre, asumiendo con entereza su condición y su destino, no necesite en absoluto apoyarse en Dios. Pero tal lector, precisamente por su poca fe, estará solo en el lecho de muerte. Solo y hasta quizás sin un duro... a diferencia del literalmente afortunado Tony Blair, asunto éste del que me ocuparé mañana.

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23 de junio de 2008
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