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El Museo del Jamón

Era una tarde nublada y fría en Madrid. Caminábamos mi hijo Gabriel y yo por la carrera de San Jerónimo, rumbo a la estatua del oso y el madroño en Sol, cuando Gabriel se echó a reir. Le pregunté de qué se reía. Me señaló el nombre del bar-restaurante-panadería-pastelería que acabábamos de dejar atrás: el Museo del Jamón. Gabriel tiene siete años y un sentido muy literal de las cosas: si le digo que me muero de dolor de cabeza, se preocupa, porque piensa que de por ahí me muero de veras. De modo que para él un museo es un museo es un museo. Traté, sin embargo, de jugar un poco con la idea, por lo que le dije, mostrándole las proliferantes piernas de jamón colgadas en la parte superior de los escaparates, que no había de qué reírse, se trataba de un Museo del Jamón hecho y derecho.

Gabriel sonrió: ¿puede el jamón tener derecho a un museo? Mi hijo es norteamericano, vivimos en un pueblo de Nueva York que está más cerca de Canadá que de Manhattan, y allí prácticamente sólo se conoce el jamón York. En un viaje que hicimos a Sevilla, hace algunos años, descubrió el jamón serrano, y no ha sido el mismo desde entonces.

Esto ocurrió en diciembre pasado. Ahora, con seis meses de estadía en Madrid, Gabriel se ha acostumbrado a ir a las fiambrerías y toparse con esas piernas colgantes de diversos colores. Sólo ha visto escenas similares en el Chinatown de San Francisco (allí los que se encontraban suspendidos en el aire eran los patos). Me ha preguntado, y yo he tratado en vano de explicárselo, cuál es el diferencia entre el jamón granadino y el jamón ibérico de bellota, qué es Jabugo y qué produce Teruel y qué significa "pata negra". ¿Cómo es posible que haya un jamón negro? ¿Cómen los cerdos bellota, como las ardillas? Para eso hay que ir al Museo del Jamón, le respondo, y preguntarle a uno de los diestros cortadores de jamón que atienden detrás del mostrador.

Gabriel también se ha acostumbrado al olor punzante, intenso, del jamón. Un olor fuerte pero curiosamente nada desagradable. Para un niño acostumbrado a supermercados asépticos, a pescaderías que no huelen a pescado (no huelen a nada), una visita a un bar o restaurante o fiambrería o supermercado en Madrid es una explosión de olores que queda registrada en la memoria. De hecho, el otro día, al salir de una estación de metro en Malasaña, Gabriel me dijo que le parecía que Madrid olía a jamón. Olfateé el aire y le dije que no, que a mí me parecía que Madrid olía a Madrid. Por eso, me dijo él, cansado de explicarme obviedades, hay tanto jamón en todas las calles de Madrid, que el olor del jamón es el olor de Madrid, y por eso Madrid huele a Madrid. No quise discutirle. Pensé que quizás tenía razón.

Está bien que Madrid no huela a ningún perfume sofisticado, que su olor sea tan fuerte y tenga carácter. Nuestras grandes ciudades se van civilizando cada vez más, quieren dejar atrás todo aquello que incomoda a los turistas y podría ser más bien el sello de su personalidad. Pero los únicos que se molestan de veras son aquellos que podrían haberse quedado en casa y ahorrarse el trabajo de salir a conocer el mundo. Gabriel, por suerte, no es de esos. Cuando sus abuelos vinieron a visitarlo a Madrid, le dije que tendría que ir con ellos a muchos museos. Gabriel me respondió, muy serio, que él los llevaría al Museo del Jamón.

(Ling, junio 2008)
 
 

 

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1 de julio de 2008
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Noticia de última hora

Había escuchado en la radio del coche informaciones fragmentarias sobre las consecuencias del ciclón Nargis en Birmania y las cifras eran devastadoras. Al llegar a casa puse el Telenotícies de las 21.00 horas de TV-3 y, en efecto, la presentadora anunció una noticia de última hora justo al iniciarse el informativo. Era evidente, me dije, que esta noticia reciente tenía que estar relacionada con lo ocurrido en Birmania. Pero fallé.

Con voz solemne, de primicia, la presentadora trasladó a los ciudadanos de Cataluña la noticia de última hora que cualquiera de ustedes puede verificar acudiendo a los archivos y comprobando cómo empezó el Telenotícies del día 5 de mayo de 2008: TV-3, en un alarde investigador, estaba en condiciones de informar de que la comisión deportiva del Fútbol Club Barcelona propondría en la próxima reunión de la junta el nombramiento de Josep Guardiola como nuevo entrenador del equipo.

Naturalmente, tras esta bomba informativa de alcance universal, la presentadora entró en detalles, desmenuzando para el espectador el desarrollo de los hechos, algunas de sus causas y las posibles previsiones. Sólo después de un pormenorizado análisis se dio paso a otras noticias del día y entonces el otro presentador contó lo de la catástrofe de Birmania y lo de sus muertos, que provisionalmente oscilaban entre 10.000 y 15.000 (ahora sabemos que quizá han llegado a 200.000).

No está mal como lección de periodismo para explicar en el futuro lo que no debe ser: lo que no debe ser la información, lo que no debe ser la ética periodística, lo que no debe ser una televisión pública. No está mal tampoco como lección política para un país que consiente, y tal vez incluso aprueba, este tipo de actuaciones con el dinero del contribuyente.

Ahora bien, volviendo a este caso concreto, ¿qué factores tienen que reunirse para que el responsable del Telenotícies dé la prioridad a una información nimia y ponga en lugar secundario a la tragedia birmana que en el momento de emitir el programa está conmoviendo al mundo? Como no creo que sea una falta de respeto a los damnificados ni una pura insensibilidad ante el dolor, tengo que deducir que la explicación va por otro lado.

Seguramente, de entrada, el director del Telenotícies ignora que la elección de un entrenador de fútbol es una noticia intrascendente no sólo en relación con el desastre de Birmania, sino también en comparación con la mayoría de las informaciones que ha generado el día. Y lo ignora porque él está acostumbrado a una atmósfera en la que se respira lo contrario. En TV-3 el fútbol y singularmente el FC Barcelona son sagrados tanto desde el punto de vista del negocio como del supuesto patriotismo. Y el director del Telenotícies, o quienquiera que mande, acata esta sacralidad.

Claro que el caso del FC Barcelona va más allá y afecta patológicamente a la entera sociedad catalana, convencida de que un equipo de fútbol es un ejército simbólico que gana o pierde batallas reales. Aún recuerdo como, a la mañana siguiente de la victoria del Barça en la final de la Copa de Europa celebrada en París, un influyente periodista escribió que la decadencia y la tristeza de Francia quedaron en evidencia porque muchos parisienses desconocían la celebración del encuentro. ¡París había dejado de ser una gran ciudad!, diagnosticaba en el colmo del provincianismo. Reconozco que no soporto la enfermedad futbolística de nuestra sociedad por más que me gusten los buenos partidos de fútbol y desde niño haya deseado el triunfo del Barça.

Sin embargo, para que pudiera producirse aquella noticia de última hora no basta la patología recurrente del fútbol. El encargado del Telenotícies pensaba, probablemente, que se estaba apuntando un tanto al ofrecer una información local frente a una de alcance general, siguiendo así la pauta de una televisión, la suya, que apuesta por la corta distancia.

Y esta es una de las paradojas más sangrantes de TV-3. Por un lado, oficialmente, aspira a ser la televisión de un país normalizado, volcado hacia el mundo sin complejos; por otro, no obstante, en lugar de comportarse de acuerdo con esta normalidad, se inclina permanentemente por una visión localista y empobrecida del escenario que le rodea. La televisión pública catalana, con calidad en algunas de sus vertientes, desde la perspectiva informativa está sometida a una abrumadora presión endogámica que no deja de proyectar sobre los espectadores.

Aunque tampoco de eso es plenamente responsable la televisión pública, y mucho menos el director del Telenotícies: éste, como sus jefes, cree que la endogamia que ellos ponen en imágenes es lo que realmente solicita la sociedad catalana a través de sus representantes políticos. Y, en definitiva, que resaltar la noticia del nuevo entrenador del Barça por encima de la del ciclón de Birmania es un servicio patriótico.

 

El País, 31/05/2008

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1 de julio de 2008
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II. Las leyes, a dormir

/upload/fotos/blogs_entradas/carlos_meja_godoy_1_med.jpgDesde las alturas del poder, hay quienes declaran las canciones de Mejía Godoy sujetas a confiscación, como si se tratara de un hato de ganado, de un banco, o de una fábrica de productos lácteos. Y no falta en esas declaraciones la prosa de cursilería edulcorada.

En un escrito del comandante Tomás Borge, antiguo ministro del Interior, se lee: "Es mi opinión que la formalidad legal, la cual puede dar origen a una demanda respaldada por la sociedad de autores españoles, no debe obligarnos a renunciar a esa obra que, quiérase o no, pertenece a la sangre de los caídos, tan respetada por los centenares de miles de nicaragüenses integrantes del FSLN...".

Frente a este desprecio de "la formalidad legal" en nombre de la sangre de los caídos, cae abatida la propia Ley de Derecho de Autor que rige en Nicaragua, y que garantiza a los creadores la propiedad de sus obras, como la garantizan la Declaración Universal de Derechos Humanos , y la Convención de Berna de la Organización Mundial de Propiedad Intelectual (OMPI).

Esta vieja concepción atrabiliaria, de que los creadores individuales no son dueños del fruto de su talento, si no que lo es el pueblo que inspiró con sus gestas al artista, (y aquí debe leerse por pueblo un partido político), parecería inofensiva hoy en día, cuando los partidos únicos, dueños del pensamiento único, han venido siendo despojados en todas partes de sus viejas majestades.

Pero ya se ve que no.

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1 de julio de 2008
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Salvajes, sentimentales, canallas y soñadores

Me conmueve el individuo. Me aterran las masas, aunque a veces me diviertan. Las masas me gustaban  cuando creíamos en los cuentos de hadas del socialismo. Ahora solo creemos en las hadas. Algo en la suerte y en el fútbol. El mejor de los juegos para mostrar lo peor de nosotros mismos. Lean la ironía de Nick Hornby en su útil manual de navegación por los fanatismos futboleros: "Fiebre en las gradas". Es mucho más fácil saber ganar. No todos los futboleros tienen el talante tranquilo de Javier Marías, aunque no disimule sus pasiones. Para sobrevivir campeonatos, triunfos y derrotas, son muy aconsejables sus escritos sobre los salvajes y sentimentales de el deporte rey. A Marías le gusta el fútbol porque, entre otras cosas, es "la recuperación semanal de la infancia". No solo con lecturas conseguimos recuperaciones infantiles.

La clase obrera hace tiempo se dio cuenta que no iría al paraíso -no todos, siempre queda un retén de desinformados-  decidió ir al fútbol. Así el fútbol es un paraíso que también lleva dentro un infierno. Eso es justicia poética. En estas tardes de fútbol y amigos recordamos a Ángel González, un excelente fingidor hasta cuando nos enseñaba su sonrisa, cuando decía que lo suyo no era nada grave. Ángel ante nuestras vociferantes razones y nuestras pasiones patrióticas- aunque llevaran la bandera tricolor- sabía mantener una irónica distancia. Tranquila manera de esperar el triunfo de los suyos: cualquiera menos España. Era su forma de vengarse, su manera de hacer contra épica en un país de fanatizados de banderas con toro. No llegó a ver las eufóricas jornadas en Colón.

Todo pasa, la "plaza roja", ¡ay!, volverá a ser la que fue. Deseo que un poco más centrada. Que cuando vuelvan los de los vivas a España, como dice Marías, no parezcan una mezcla de "Espada" y "Guadaña". Seamos menos tensos. Viva España manque pierda. Menos gritos y menos bombo.

Una España razonable, amable y húmeda. Un poco de disparate, algo de erotismo, un cabaret popular con música y muslos que amansen a las fieras de la ciudad y a las que llegan para  la Expo. Una de las mayores alegrías- además de la obra de ese genio de pueblo y cosmopolita que es Patxi Mangado, con su  bosque acuático, su nobleza de sombras su  arboleda recuperada que tiene una peculiar belleza telúrica, tan misteriosa como un bosque - es la reapertura del zaragozano "El Plata". Cabaret del pueblo, buen sitio para brindar por la memoria de Salvador Allende. Es su centenario, y la documentalista Carmen Castillo -aquella revolucionaria que se parecía a Romy Schneider- ha venido a recordarnos unos tiempos en que los estadios de fútbol  fueron cárceles. Que ni la derrota, ni el triunfo, nos permitan el olvido.

Artículo publicado en: El País, 29 de junio de 2008.

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POST  DATA:

El texto naturalmente está escrito antes del triunfo. Antes del triunfo final, quiero decir, porque ésta atípica selección ya había triunfado como nunca en su historia. Me gusta el fútbol pero nunca me había emocionado la Selección Española. Mi patria es, o era porque ya tengo fisuras patrióticas, el Atlético de Madrid. El club dónde creció como futbolista el "niño" Torres. Anoche me volví a encontrar con lo peor de mí mismo. Con un fanático que tengo más o menos domesticado en tiempo normal. Me salen los gritos, los insultos y hasta el orgullo del ganador. No llevo todavía bien lo de la bandera, aunque admito la constitucional. Yo llevo mi particular andera de nostalgia republicana. ¡Tan española! Los vivas a España tienen muchos tonos. Algunos no me disgustan pero no participo del grito de alegría españolista. No tengo ningún nacionalismo, aunque me gusta sentirme y ser español. Algo que no  es fácil, que nunca lo fue, que quizá nunca lo llegue a ser.

Debajo de mi casa, por la Plaza de Tirso de Molina, desfilaron con canciones, banderas y camisetas rojas de la selección, un grupo de animosos, cantarines y eufóricos africanos, cantando, bailando y dando vivas. Seguramente tienen empleo precario, no tienen contrato de trabajo, están pagando el viaje que hicieron en la patera...y sin embargo, el fútbol, la selección les hizo sentirse más españoles que nunca. Esa es la mejor cara de la victoria.

La peor: unos jóvenes, con banderas preconstitucionales, unos fascistas, unos ignorantes franquistas que no conocieron el franquismo, gritaban ¡Arriba España! Y hacían sonar aquél himno, El cara al sol. Los cretinos se alimentan de éstas victorias. Su bandera era la bandera de muy pocos, sus himnos son restos de un enorme naufragio. Su presencia debería ser entorpecida para la feliz convivencia de la mayoría.

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30 de junio de 2008
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I. Música confiscada

Una tempestad de vituperios se ha desatado desde los medios de comunicación bajo control del gobierno de Nicaragua, en su contra de Carlos Mejía Godoy, el gran cantautor nicaragüense, por su decisión de vetar el uso de sus canciones para la propaganda oficial, en las que son usadas abundantemente porque evocan a la revolución de la que ahora sólo quedan ruinas, y que desde las alturas del poder se presenta como intacta, en un perverso juego de simulaciones.

Carlos, a quien se ha sumado su hermano Luis Enrique, cantautor también, explica su actitud: "En el contexto dramático que vive nuestro pueblo, amenazado nuevamente con otra dictadura familiar, réplica sórdida de la tiranía de los Somoza, no puedo permitir que mis canciones, inspiradas precisamente en el sacrificio e inmolación de miles de hermanos nicaragüenses, sirvan de fondo musical, para continuar -desde las tarimas enfloradas- la tragicomedia más vergonzosa de los últimos años".

No puede haber otra ofensa más graves para el matrimonio Ortega, dueño absoluto del poder, que el cantor mismo de la revolución les niegue su música, y al mismo tiempo les niegue la condición de revolucionarios que cada día proclaman en sus dilatados discursos. Y ha sido claro en decir que no quiere dinero, porque su música no está en venta para propaganda oficial. Solamente quiere que no se use. 

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30 de junio de 2008
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Libro electrónico

No hay que entender el francés para mirar este vídeo del grupo editorial francés Editis (propiedad del grupo español Planeta). Se trata de una ficción técnico-literaria: la vida en los tiempos del libro numérico. Nueve minutos y veinte segundos es demasiado para contar la historia de una pareja (él es escritor y tiene una novela con el título espantoso de Poudre d'incandescence -polvo de incandescencia; ella tiene el insoportable comportamiento de la buena chica). Van de París, donde viven, a Bruges, en Bélgica, para pasar un fin de semana. Y leen, comen, se divierten y mandan recados a través del libro electrónico. Es una orgía de consumo de textos e imágenes virtuales.

El tema está muy de moda, pues hoy por la mañana se hará público el informe preparado por un comité para la ministra francesa de la cultura, Christine Albanel. He sido uno de los seis miembros del comité y ahora seré capaz de hablar de lo que he aprendido. Por el momento, veo como siempre que Pierre Assouline, en su blog la République des Livres, es una persona muy informada al momento de anticipar el contenido del informe.

Por el momento, me parece que el vídeo de Editis es una buena introducción al tema. Lo que me molesta es la dimensión universal de lo que lleva ella como él en el bolsillo. Se sueña con un soporte universal que lo hace todo y funciona en cualquier contexto. Existe por lo menos una hipótesis: la entrada del libro en todas las pantallas que utilizamos, teléfono, computadora, consola de juegos, etc. La historia del libro no tiene que ser la de la música con el triunfo del I-pod. Puede venir el libro electrónico sin la proliferación de un aparato único.

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30 de junio de 2008
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¡Hemos ganado!

Todo está cambiando. La selección española de fútbol no podía ganar hasta que ha podido, hasta que ha llegado alguien que sabía lo que se debía hacer. Bien por Luis Aragonés, ese hombre sobrio que no exterioriza emociones porque sabe que antes de sentirlas él tiene que hacérselas sentir a los demás. Bien por Íker Casillas, antes con alas, ahora con armadura, pero siempre genial, y al niño Torres y a todos. Gracias por hacernos pasar unos partidos memorables. Y sobre todo por demostrar que las cosas pueden cambiar, que el pesimismo no sirve para nada y que es un lastre en la vida creer que no se puede hacer un poco más, que hay que dejar las cosas como están, que es imposible conseguirlo porque la experiencia nos dice que siempre ganan los mismos, ¡hasta que llega un Luis Aragonés! y pone el mundo boca arriba y resulta que faltaban auténticas ganas, ilusión e imaginación. Y esto sirve para cualquier parcela de la vida, el que crea que no se puede un poco más, que se vaya y deje el paso a gente con ilusión.

¡ENHORABUENA, EQUIPAZO!

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30 de junio de 2008
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Rachel, Rachel

La verdad es que no hay gran cosa para decir sobre My Blueberry Nights, la última película de Wong Kar-Wai. Levísima historia de amor, trufada por algunas historias paralelas, se deja ver por la manera en que Darius Khondji fotografía a su notable elenco (Jude Law, Natalie Portman, David Strathairn), mientras suena esa música -Cat Power, Ry Cooder, Cassandra Wilson- que Wong Kar-Wai elige y administra tan bien. Pero creo que me compraría el DVD cuando lo editen tan sólo para ver y volver a ver mil veces unos pocos de minutos de película, aquellos en los que actúa Rachel Weisz. Confieso que cuando hace su ingreso en la trama -un plano sencillo, simplemente camina hacia cámara-, mi corazón se salteó un latido.

Qué caso extraño, el de Rachel Weisz. Una actriz -una mujer- a la que el tiempo no hace otra cosa que ensalzar. Las primeras veces que la vi me impresionó por su calidad y su versatilidad. Pero no fue hasta hace poco, en películas como The Fountain y The Constant Gardener -por la cual ganó un Oscar-, que atrapó mi imaginación. /upload/fotos/blogs_entradas/the_constant_gardener_med.jpgEn ambos films le tocaron papeles parecidos: esto es, el de mujeres que enamoran tanto a sus hombres que los persuaden de intentarlo todo -y cuando digo todo es todo, incluyendo arriesgar la propia vida y torcerle el brazo a la Muerte- a cambio de su afecto. Digo que son papeles difíciles porque si la actriz falla, si se queda corta a la hora de persuadirnos a nosotros también, espectadores, de que puestos en el lugar de los protagonistas haríamos lo mismo, el relato entero colapsaría. Quizás si Weisz fuese una belleza despampanante su tarea habría sido más fácil. Pero Weisz es simplemente una mujer. Su belleza, en todo caso, mana desde el interior y transforma todo lo que toca -empezando por nuestros ojos.

En My Blueberry Nights tiene un papel tan breve como ingrato: el de la esposa de un policía alcohólico, que al poner fin a su relación de la forma más cruenta lo impulsa a la muerte. A Weisz le bastan dos escenas para darle al film una vibración de la que hasta ese momento carecía: su entrada muda -esa que puso en riesgo mi corazón-, con la que nos convence de que es lógico que el policía beba, y después se mate, para olvidarla; y la de su salida, en la que sin renegar de su personaje, nos convence de su humanidad. Una vez que sale de cuadro, la película toda se diluye para siempre.

Lo que también me habla bien de Rachel Weisz es la inteligencia que está demostrando a la hora de elegir proyectos. Acaba de concluir Agora, de Alejandro Amenábar, The Lovely Bones, la nueva de Peter Jackson, y The Brothers Bloom, la segunda película de un realizador llamado Rian Johnson. (Su debut se llama Brick, no dejen de verla.) Cualquiera de estas películas ofrece maravillosas razones para seducirnos, tanto por sus directores, por las novelas en que se inspiran -¿leyeron la novela de Alice Sebold que es la base de Bones?- y también por sus co-estrellas. (En Bloom, por ejemplo, trabaja con Mark Ruffalo y Adrien Brody.) Pero yo no necesito más argumentos para comprar mi entrada que el que suscribe este texto: vería cualquier cosa en lo que apareciese Rachel Weisz. 

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30 de junio de 2008
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Banderas

Anoche salí con mi hijo y algunos amigos a festejar el triunfo español en la Eurocopa. Cada uno de nosotros tenía una bandera de España en la mano. Por las calles cercanas a la plaza de Santa Ana, pasaban los coches con jóvenes españoles eufóricos agitando banderas. Fuimos a la Cibeles; más banderas.

Había algo raro en todo esto: parecía haber vuelto el orgullo de identificarse con la bandera. Hacía cuatro años, cuando llegué a Sevilla a vivir por un año, me había llamado la atención la relación desencontrada que tenía los españoles con los símbolos de su país. En los partidos de fútbol, apenas podían verse las banderas españolas. En el País Vasco, los alcaldes debían ser obligados por la Corte Suprema a colocar banderas de la nación en los edificios de los ayuntamientos; por cuenta propia no lo hacían. Alguien me explicó que el problema con la bandera era que se hallaba muy asociada con el franquismo; los excesos de la dictadura, la represión de las identidades regionales, hacían que para muchos españoles fuera difícil identificarse con la bandera.

Una vez más: no quiero usar al fútbol como metáfora de nada. Pero lo cierto es que ayer me dí cuenta que, pese a los delirios de Ibarretxe, algo estaba cambiando en España. Me sorprendió, por la mañana, leer en La Vanguardia un artículo del presidente de la Generalitat de Cataluña explicando por qué quería que ganara España; parecía un político español más y no un fervoroso nacionalista catalán. Y luego, por la noche, tantas banderas en las calles me hicieron pensar que, como me dijo un amigo, los españoles por fin habían logrado reapropiarse de manera orgullosa de uno de sus símbolos patrios.

El deporte puede dar pie a las expresiones más banales del nacionalismo. Pero también puede, simplemente, hacerle ver a toda una comunidad que son más las cosas que la unen que las que la separan. Hay vascos y catalanes que sueñan con escindirse de España y crear sus propias naciones, pero me parece que son más los que no quieren que España se rompa.  

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30 de junio de 2008
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Inmenso mar color de vino

Los viajes de contenido científico son los más agradecidos. Un grupo de expertos nos fuimos a La Rioja con la intención de explorar los límites del vino. Los límites no en un sentido modesto sino chulo. Buscábamos la bodega más pequeña y la más grande, para confirmar el juicio (insuperado desde Aristóteles) de que la verdad y lo bueno están en el medio justo. Y lo comprobamos, vaya si lo comprobamos. La más pequeña es una joya salida de un retablo flamenco del siglo XV. /upload/fotos/blogs_entradas/vino_arar_med.jpgSu nombre, Arar, poco dirá al común ya que su producción es tan exquisita, seis mil botellicas al año, que apenas si es conocida. La llevan dos animosos socios y sus respectivas. Llegado el momento, se remangan y suben o bajan a brazo las barricas de cincuenta kilos desde la puerta de la casa hasta los calados.

La más grande, por el contrario, parece una central nuclear. La sala de cubas era un océano de aluminio. Producen veinte millones de botellas. Aquí lo admirable es cómo se las ha apañado Ignacio Quemada para imaginar espacios colosales, cientos de miles de metros cúbicos. En la terraza que da sobre la sierra de Cantabria, sin embargo, intuimos la sima del problema riojano. Uno de los amigos, que es nativo, enardecido por la altura de la conversación exclamó: "¡Chorra más da todo!". La maravilla de los forasteros fue piramidal. Preguntado por el origen de tan exacta frase adujo como lo más normal del mundo que es usual en las tres Riojas, con variantes. A partir de ese momento ya sólo pudimos repetir una y otra vez: "¡Chorra más da todo!", porque es que es verdad. De pueblo en pueblo, constatando que la riqueza no mejora la construcción sino que la empeora, en lugares donde debiera lucir buena y noble piedra, pero que no muestran sino ladrillazo y chamizo, una habitación similar a la de Chechenia, nos repetíamos cabeceando: "¡Chorra más da todo!".

Sólo días más tarde, en la perfección del medio exacto, en las bodegas Amézola de Montalvo, pudimos callarnos la boca y ver cómo caía una tarde ciruela y se alzaba la luna roja como el mar de vino. 

Artículo publicado en: El Periódico, 30 de junio de 2008.

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30 de junio de 2008
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