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Una bienvenida para Bruno

Ah, qué alegría: ya estás acá. No hay palabras que alcancen para describir nuestra felicidad. ¡Por fin podemos besarte y mimarte sin límites!

La verdad es que te buscamos. Porque veníamos soñándote, imaginándote desde hacía mucho y sentimos que había llegado el momento. Esto no es imprescindible -nunca hay que minimizar el encanto de una sorpresa-, pero dado que así fue, así te lo contamos.

Para empezar con el pie indicado, te anunciamos una buena noticia: el universo al que llegaste es interesantísimo. ¡No te va a dar la menor oportunidad de aburrirte! De manera bastante prodigiosa, por cierto, hemos venido a parar al interior de la más esplendorosa caja china: una fuente insondable de misterios, que no cesa de presentarnos desafíos, de invitarnos al juego. Eso sí: la versión oficial, que no tardarás en oír por una u otra vía, es que los hombres ya lo sabemos casi todo. Algunos se atreven a sostener, incluso, que somos lo más grande que existe. ‘La cima de la creación', dicen los jefes de prensa de la especie. En efecto, mucha gente cree que el universo está ahí para funcionar como patio de juegos, o incluso como basural. Pero acá entre nosotros, la verdad es que lo conocemos poco y mal. Y que usamos de la peor manera la mayor parte de lo que sabemos.

Tiempo atrás, un hombre podía atesorar la suma del conocimiento; eso es más bien imposible, ahora. Pero el hecho de que tanto dato ya no entre en una sola cabeza no significa necesariamente que hayamos arribado a un nivel de excelencia, un podio olímpico entre las especies. Quiero decir: nos gustaría que entendieses que, aunque muchos pretendan lo contrario, viniste a dar a un mundo y a un universo donde casi todo está por descubrirse. Y no sólo allá lejos, en las distancias remotísimas que propone el espacio. Los misterios también abundan aquí, al alcance de la mano.

Por ejemplo: sabemos más sobre Marte que sobre las profundidades de los océanos. No tenemos gran idea sobre la naturaleza del tiempo, contra la que batallamos a diario como si fuese nuestra enemiga. El fenómeno de la vida sigue resultándonos desconcertante. En materia de iniciativas que nos eduquen para vivir -y convivir- mejor, nos hemos quedado virtualmente huérfanos: ¡necesitamos ideas para superarnos y gente que ayude a empujar hacia delante! Para ponértelo de otra forma: aunque la especie ya lleva unos cuantos años en este planeta, la aventura humana acaba de comenzar y te invita a desempeñar tu parte como invita a todos por igual, por el simple hecho de haber nacido. Este es un lugar en el que, además de lo que sigue pendiente de descubrimiento, todo está por hacerse. Y mientras tanto el universo entero continúa allí afuera, la más enorme caja de sorpresas que se pueda concebir, en espera de ser abierta. De hecho dicen que se está expandiendo todo el tiempo, una idea que hoy, dada la forma en que te vemos comer, debería resultarte natural.

Si estamos en condiciones de escribirte estas palabras, se debe precisamente a que nacimos en un rincón privilegiado. Cuando crezcas oirás mil y una veces que el valor de una casa depende de su ubicación. Pues bien: nosotros, en tanto humanos, vinimos dar a uno de los sitios más cotizados del tinglado. ¡Este planeta bulle de vida! Y nosotros, mujeres y hombres, nos hemos desarrollado para disfrutar cada una de sus características. El sol, el mar y los ríos, los árboles llenos de frutos, las montañas, los valles fértiles: da la sensación de que hubiesen sido concebidos a la medida de nuestras necesidades. Y sin embargo es al revés, somos nosotros los que nos acomodamos a sus características. La distinción es importante, porque subraya que hicimos bien en adaptarnos. A veces hacemos exactamente lo contrario, tratamos de adaptar las cosas a nuestra conveniencia de la peor manera -esto es, con violencia-, y producimos desbarajustes sin límite.

¡Qué bueno sería si lo entendieses cuanto antes! /upload/fotos/blogs_entradas/bruno_figueras_2_med.jpg

Este mundo tiene todo lo que necesitamos, y en cantidades más que suficientes. El problema es que somos pésimos administradores. Y que mucha gente no se conforma con administrar -haciendo un uso racional de los bienes y distribuyendo lo que no necesita- porque se siente, más bien, con derecho a poseer. Nuestros antepasados nos transmitieron la más extraña compulsión: ¿qué derecho que no sea la fuerza habilitó a los hombres a adueñarse de la tierra y del agua, pasando por encima de -por ejemplo- los derechos que asistirían al león, la espiga de trigo o el pez espada? La Tierra entera estaba aquí cuando nosotros llegamos, y seguirá estando -siempre y cuando no metamos la pata- cuando nos hayamos ido. Creer que podíamos proclamarla nuestra y usarla a nuestro antojo fue un delirio, ciertamente. Pero en fin, este no es el lugar más indicado para cuestionar el orden de las cosas. Digamos tan sólo que la aventura humana se complicó cuando nuestros antepasados empezaron a clamar propiedad -y a diseñar banderas que ondear- sobre territorios, sobre bienes e incluso sobre gente. Y que te guste o no, dado que la cuestión de la posesión es crucial en este mundo, te verás forzado a elegir dónde y cómo pararte a este respecto.

Por ejemplo: más temprano que tarde descubrirás que la manzana que te gusta es menos disfrutable, en tanto estarás rodeado de gente que también querría manzanas... y no las tiene. O te tocará no tener manzana alguna y padecer hambre, o cuanto menos necesidad. En cualquier caso, ojalá entiendas que el sistema no empieza a ser injusto cuando te perjudica. El sistema es injusto siempre. Porque el dinero y el valor atribuido al trabajo son un mecanismo eficiente -queremos decir que funciona, mal que mal- pero insistimos: nunca justo. Si fuese justo repartiría mejor lo que hay y lo que se produce, de tal modo que a nadie le faltase lo esencial. Y este mundo está lleno de personas que tienen más de lo que podría gastar en mil vidas, y de otras que no tienen ni para costearse una.

Lo cual nos conduce al segundo problema. Vivimos en un mundo rico en seres vivos (tu madre y yo no nos creemos la cima de la creación: somos más bien eslabón de una larga cadena de la que dependemos -y que también depende de nosotros), pero al mismo tiempo pertenecemos a la única especie que consume más de lo que necesita. Animal o vegetal, ninguna otra especie devora de forma de acabar con la fuente de su alimento o con el medio en que vive: la vida no es suicida. Muy por el contrario, suele colaborar con la renovación de sus medios de subsistencia. Por ejemplo en el animal que come la fruta y descome la semilla de la que crecerá un nuevo árbol. Si algo caracteriza a la vida es su impulso a perdurar, transformándose todas las veces que sea necesario -o sea: adaptándose. ¡El fenómeno de la vida ocurre como si estuviese determinado a no tener fin!

Pero puestos en la situación del animal que mencionábamos, los seres humanos nos comportaríamos de otro modo: comeríamos toda la fruta, quemaríamos el árbol para producir calor y arrojaríamos nuestros desperdicios a un pozo de cemento, donde ya no crecería nada más. Qué se le va a hacer: somos así, al menos hasta hoy. Creamos cosas maravillosas y al mismo tiempo serruchamos la rama sobre la que estamos sentados -lo cual, convendrás con nosotros, no es muy inteligente, y mucho menos tratándose de una especie tan convencida de su propia genialidad.

La parte buena del asunto es la siguiente: no tenemos por qué seguir siendo así. Ya te lo dijimos, una de nuestras características es la capacidad de adaptación a cualquier circunstancia, por difícil que parezca. Y el universo del que formamos parte nos está diciendo con todas las letras que es hora de que nos adaptemos a una nueva situación. Debemos preservar el delicado equilibrio natural del mundo en que vivimos -la rama en la que estamos sentados. Lo cual no se agota en un planteo ecologista, porque también supone construir un segundo equilibrio, ahora en el interior de nuestra propia especie, entre aquellos que tienen demasiado y aquellos que tienen demasiado poco.

Esto es algo que debemos hacer todos juntos. Porque si fallamos no habrá nadie que se salve, ni los dueños del manzanar ni los hambrientos. El destino de la especie nos hermana sin excepciones: ¡o todos o ninguno! De otro modo, nos pasará lo mismo que le pasó a los dinosaurios. Y el Spielberg de la especie que evolucione en el futuro filmará entonces Human Park, tratando de imaginar cuán espectaculares y graciosos -y por cierto: letales- éramos en nuestro tiempo.

Por este motivo (y también por algunos otros, de los que ya hablaremos con el correr de los años), te sugerimos que te apegues lo menos posible a las cosas. Tener y acumular no sirve de mucho. Porque cuando llegue la hora de despedirse -todos morimos alguna vez, nunca es demasiado temprano para saberlo: las moléculas que nos hacen quienes somos disuelven su asociación pero no desaparecen, simplemente emigran a otro objeto o mejor, a otra vida, del mismo modo en que todos tenemos hoy algún átomo que en su momento perteneció a Shakespeare o a Tamerlán o a Louise Brooks-, cuando llega la hora del adiós, decíamos, nadie piensa en su cuenta bancaria o en el BMW. En el mejor de los casos recuerda las cosas maravillosas que vivió, y en el peor lamentará haberlas no vivido. ¿De qué nos sirve atesorar cosas que no podremos llevarnos? La única riqueza real que se acumula en nuestro paso por este mundo se mide en experiencias y en afectos, más que en dinero. Por eso mismo, no te equivoques nunca de moneda... 

                                                      (Continuará.)

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8 de septiembre de 2008
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Sobre el buen uso de la lengua

Acababa yo de superar el Síndrome Post Vacacional, enfermedad que con el nombre de "vagancia" o "haraganería" ha afectando a la humanidad desde que Adán tomó la azada (aunque sólo ahora nos percatamos de su tremendo peligro), cuando me asaltó el Síndrome de los Trescientos Euros, que me llega siempre con el recibo de Telefónica. Caí muy abatido y hube de llamar al jefe para decirle lo que me pasaba. "No temas; a mi me suplicia el Síndrome de Alaptcalle", dijo compasivo. Acomodado a un psicólogo (son los que no tienen síndromes sino que los reparten), pude remontar un poquico hasta que me cayó de golpe el Síndrome de Microcefalia del Munícipe, cuando constaté cuán agradable, limpia y civilizada ha quedado la ciudad de Barcelona.

Pero el peor es el Síndrome de Novedad Lingüística. Soy de los que defiende que haya miembras en el Parlamento y axilos peludos en el universo del orgullo gay, a ver si no van a tener derecho. Estamos ahora en un momento de violenta corrección verbal y eso quiere decir que pronto llegará la ola contraria y será muy graciosa. Ya imagino yo a los políticos correctos poniéndose como tomates cuando suene la palabra "tetilla" y desmayados como vírgenes si le sigue "gallega".

/upload/fotos/blogs_entradas/mother_tongue_de_bill_bryson_med.jpgLo mismo sucedió en la Gran Bretaña. Hoy no se puede repetir la palabra "negro" más de una vez en un guión de la BBC, pero Shakespeare no tenía el menor problema con palabras que entonces eran de uso común como cunt (vagina de las miembras) o fuck (intercambio de fluidos entre entes de igual, distinto o variable sexo). En cambio, hacia 1830 un doctor no podía hablar de la "pierna" (leg) de una enferma, sino de su limb, que era lo virtuoso. Más datos en el ineludible The Mother Tongue de Bill Bryson.

Imagino dentro de unos años a esos guionistas que ganan subvenciones a base de introducir en escena a un comisario que aúlla: "¡Coño, pedo, el forro de los cojones, que soy fascista, joder de la mierda fina!", comiéndose la cabeza para sacarle subvenciones a "córcholis", "canastos" y "sapristi". Quiero vivir para verlo. 

Artículo publicado en: El Periódico, 6 de septiembre de 2008.

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8 de septiembre de 2008
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Galería de espectros: Lady Macbeth

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto el espectro sangriento de Lady Macbeth.

Delfín Agudelo: Te refieres evidentemente al personaje femenino de Macbeth.

R.A.: Sí, me refiero a ella porque además creo que Shakespeare en su obra se equivocó de título, y el auténtico debió haber sido Lady Macbeth, que es la auténtica protagonista. El rey Macbeth, en ese sentido, es como un personaje no secundario, pero que sigue la inercia de una voluntad de poder y de un impulso trágico desmedido, que es absolutamente ejemplar. No es quizás mi obra favorita de Shakespeare; pero sí creo que es aquella en la que se llega más lejos en las consecuencias sobre la propia conciencia de la voluntad del poder. En ese sentido Lady Macbeth expresa una voluntad de poder que se va acelerando a través de un vértigo magistral, de violencia y de sangre magistralmente reflejado por la poesía de Shakespeare, pero que en un momento determinado este sufre un gran punto de inflexión y se vuelve en dirección contraria, como si fuera un ciclón o remolino, que, impulsado hacia fuera, se impulsa hacia el interior mismo de la conciencia de Lady Macbeth. Eso es lo que da una auténtica grandeza a la obra. No es solo la expresión brutal de la ambición de poder hacia fuera, sino cómo en un momento determinado esa voluntad de poder se reflejara en la superficie del mar o de un espejo; esto revierte hacia dentro y empieza a acosar y a corroer la propia conciencia de Lady Macbeth. Nos encontramos en la obra con una simetría a mi modo de ver dramática y teatralmente perfecta, y es por un lado ese impulso de conquista hacia fuera, y por otro lado esta retracción hacia dentro. Lady Macbeth va enloqueciendo de cara a sus próximos; incluso de cara a su marido cada vez se va distanciando más, se va aislando, se va encerrando en su propio sentimiento de culpa, y eso tiene una traducción plástica y física en la exteriorización de la sangre a través de los espectros. Como en toda la obra de Shakespeare, éste recoge las figuras de los fantasmas que ya estaban presentes en el mundo clásico, y los convierte en alter egos, en interlocutores de los propios personajes vivos. Entonces entramos en el clímax de la obra: cuando Lady Macbeth ve esos espectros que le rodean en la mesa, que nadie más puede ver; o cuando se siente sucia de sangre e intenta lavarse. Esa sensación de suciedad a través de la sangre y la imposibilidad de limpiarse o lavarse es la muestra más refinada de la propia locura de lady Macbeth. En definitiva es un personaje que sería sin ningún interés de la brutalidad del poder y de la violencia si no se produjera ese punto de inflexión, esa retracción que hace que ella misma tenga que ver con sus propios abismos de culpa, abismos que además se traducen hacia el exterior en forma de una locura inconvencible para todos. Y así tenemos en cierto modo un análisis de la pasión de la ambición, de la ambición del poder extraordinario porque no es solo la pasión del poder sino la mala conciencia que esa pasión puede producir.

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8 de septiembre de 2008
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III. El Anticristo que huye

/upload/fotos/blogs_entradas/666_med.jpgEl Anticristo se hallaba debidamente casado con doña Josefina de Jesús Torres, y al consumarse el divorcio fue obligado a abonarle una cuantiosa pensión, dada la abundancia de sus bienes, salidos de las numerosas limosnas colectadas alrededor del orbe entre sus fieles.  Pero puso pies en polvorosa, en lugar de acatar la sentencia, y ahora es buscado afanosamente por la policía.

La querellante, además de la pensión ya acordada por el juez de la causa, exige una reparación por 2.2 millones de dólares, que equivale a la mitad de los bienes de la iglesia Creciendo en Gracia en Estados Unidos, para resarcirse de daños y sufrimientos, pues alega abusos síquicos y corporales, entre ellos el de haber sido lanzado abruptamente por el Anticristo contra una cerca, mientras la amenazaba con enviar sobre ella una legión de ángeles de la destrucción, para aniquilarla de cuerpo y espíritu; esto la horrorizó, pues no dudaba en atribuir al marido el poder de controlar a los ángeles a su antojo.

También ha alegado abandono e infidelidad conyugal, lo que quiere decir esto ultimo, que si el Anticristo despreciaba el mandamiento del voto de pobreza, también despreciaba la monogamia, pues según figura en el expediente del caso, se enredó con una feligresa de la sucursal en Houston de su Iglesia.

¿Se lo llevarán sus ángeles guardianes envuelto en una nube de fuego, para protegerlo de la persecución de la justicia terrenal? 

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8 de septiembre de 2008
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The National

 

Debo al gran Santiago Vaquera el descubrimiento de The National, el grupo que más he escuchado estos meses. The National suena como un grupo inglés más, con ese tono melancólico tan bien perfeccionado por Editors y Keane, con la diferencia de que sus integrantes en realidad son de Brooklyn. La voz de crooner de Matt Berninger hace pensar en cómo sonaría Coldplay si el cantante fuera Bryan Ferry o Richard Hawley. Boxer es el mejor de sus discos, y casi todas las canciones son recomendables, pero si hay que elegir, me quedo con "Apartment Story", "Start a War" y "Brainy", tres que llegaron para quedarse. "Apartment Story", en particular, me pone inmediatamente en un estado melancólico. Y recuerdo mis días en Madrid, en un departamento soleado en Chamberí, y los sábados por la mañana en que bajaba al café de la esquina a leer Babelia en El País, y el ABCD, donde siempre me encontraba con algo fascinante en las columnas de Félix o las reseñas de Fresán. Y luego pienso en mi viaje a las misiones, en lo que escuchaba en la carretera. Recuerdo muchas cosas más, pero mejor no sigo: este post es sobre The National, no sobre Madrid o las misiones...

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5 de septiembre de 2008
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Máquinas de escribir

Se trata de arte, precisamente de escultura. En la galería virtual de Jeremy Mayer, todos los seres vivos son productos de la fragmentación y reconstrucción de unas máquinas de escribir.

Hay hombres, gatos, insectos, androides, sobre todos androides muy parecidos a C-3PO, el compañero de R2D2 en la guerra de las galaxias. Desde Tolstoi la máquina de escribir ocupa una posición de primer plano en la literatura y se discuten todavía las consecuencias de su salida. Las esculturas de Mayer son de la era pre-digital, es decir, de hace unos siglos. Pero la pregunta de hoy es: ¿cambia la literatura cuando cambia la herramienta? Es la pregunta secreta del artista que destruye a las máquinas de escribir.

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5 de septiembre de 2008
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Contra Fraga

Llevo tantos años soportando su presencia, sus palabras, sus obras, su imagen y sus insoportables formas que pensaba que ya no podría sorprenderme. Que no podría irritarme por las carcamaladas seniles de un político franquista, firmante de asesinatos ilegales, un cadáver superviviente de los tiempos pasados. Sin embargo por culpa, o gracias, al altavoz de los medios, el tal Manuel Fraga sigue teniendo la capacidad de irritarme. Después de tantos años consigue indignarme hasta el extremo de entrar al trapo. ¿Qué me importa lo que dice alguien que no sabe lo que dice? Y si lo sabe, es todavía más insignificante. Más irrelevante: por ignorante, por tergiversador o por mal intencionado.

No quiero seguir dando importancia a ese tipo que lleva siendo un incordio desde que recuerdo tener interés por la política, por los políticos. El fue, también en la transición, la imagen de lo que menos me gusta de este país, de sus gentes y sus públicos personajes. Nunca he podido, ni querido bajar la guardia, de estar contra los franquistas. El fue una de las cabezas, y cuerpos en bañador, que más me tocó soportar en el final de la dictadura. Siguió en la transición. Disimuló con el país autonómico. Y sigue dando el peor de los gaitazos cuando en este país se quiere saber dónde, cuándo, quién y cómo fueron los responsables de asesinatos, selectivos y en masa, a los españoles que fueron dignos, demócratas y republicanos. ¿Tendrá muertos que ocultar debajo de alguna higuera? En fin. No quiero seguir perdiendo el tiempo. Bastante pesado es seguir tantos años contra Fraga. Preferiría no tener que escucharle. No entrar al trapo. Pero muchos somos así de tontos, aunque no nos tapemos los cojones cuando deberíamos taparnos la cara. El chiste lo contaré otro día. Hoy no tengo mucho humor para reírme con ese ex de la historia. Además me siento como uno de esos muchos de aquél poema de Pablo Neruda:

 

"...Cuando todo está preparado

 para mostrarme inteligente

 el tonto que llevo escondido

 se toma la palabra de mi boca..."

 

Tonto, sí, pero lo que oigo me hace dos tontos. Pero no consigue que pierda la memoria.

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5 de septiembre de 2008
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Flor de Lotto / XXIV

XXIV. Cualquier hijo de vecino.

Toc, toc. Toc, toc. Toc, toc. ¿Qué se hace en estos casos? ¿Pregunta uno quién toca, a riesgo de tornarse un desobediente flagrante y enfrentar las feroces consecuencias? Andersón se sosiega una vez más y regresa al control de la televisión. Zap. Zap. Zap. Busca desesperado un canal de noticias, pero en los dos que encuentra no hay sino reportajes que le parecen totalmente insulsos. ¿A quién mierda le importan el Dow Jones y Al Qaeda cuando lo único urgente es Fidel Castro? ¿No hay por ahí un alma caritativa que le ofrezca un reporte de salud del mandamás cubano, una declaración, un flash informativo que incluya la primera plana del Granma? Tantos años de aborrecer al barbón, de jurarse justicia con decisión y rabia, de cambiar el canal cada que aparecía el uniforme color verde olivo, y ahora que cree tenerlo en el cuarto de al lado se conforma con perseguir su huella en la televisión. Cualquier cosa con tal de no atender a esos toquidos. Necesita pensar, si bien tal es un lujo que no alcanza a pagarse.

     -¿Señor Moreira? -la enfermera se asoma y él recuerda su nombre: Juan Manuel.

     -Yes? -responde sin pensar, con las manos temblonas y la cabeza de repente en Miami Beach.

     -¿Ya está listo, señor?

     -¿Listo para qué? -se endereza, se agita, se crispa el falso Juan Manuel Moreira.

     -Vamos a hacerle unos cuantos análisis, no se le olvide que mañana entra a quirófano -la palabra mañana de súbito le suena como la negación de todo mañana. No es que esté encariñado con su riñón, pero adivina que en cuanto lo pierda se quedará también sin esperanzas. Harán de él lo que quieran, empezando por trasplantárselo al hombre que más odia en este mundo. ¿El vecino, tal vez?

     Segismundo se deja hacer, resistiendo la tentación de bombardear a la enfermera con sus dudas. Sería una torpeza, considera. Para el caso, prefiere arriesgarse atendiendo más tarde al llamado del vecino. Esta enfermera es demasiado linda para confiar en ella, por una vez tiene que resistir a esa debilidad por cuya causa se halla aquí atrapado. ¿Cómo es posible que aún se pregunte si un día volverá a ver a Apolonia, después de todo lo que ha hecho con él? Mientras soporta la alta vergüenza de prestarse a esa porquería del coprocultivo, se confiesa que al cabo nunca supo negarse a las peticiones de una mujer. Nada lo debilita más que unas faldas, sobre si todo si abajo se agazapan unas piernas torneadas y carnosas. Las de la Corleonetta, las de la enfermera, las que sean, por el amor de Dios. Lo dicho: es débil y no sabe ocultarlo.

     -Le dejo un videojuego, para que se entretenga -le sonríe ampliamente la enfermera y le pone en las manos un Playstation portátil.

     -No sé cómo jugar... -repara y se arrepiente de inmediato- Pero puedo tratar, a ver qué tal me va.

     Enciende el videojuego. Grand Theft Auto, le anuncia la pantalla, y él instintivamente oprime el botón Home. Ve aparecer entonces nuevas opciones, y una de ellas le para los pelos de punta: web browser. Cuando menos lo piensa, ya está en Internet. Nada parece entonces más sencillo que entrar al Google y teclear la palabra Granma. Está en eso cuando de nuevo escucha el toc-toc en la puerta de atrás. ¿Y si fuera su padre quien lo procura? La sola duda lo hace reaccionar: no se imagina a Castro tocándole al puerta al vecino. Ni a nadie, en realidad. Lo mandaría llamar, si fuera el caso.

     En un golpe de instinto, Segismundo hace a un lado el PSP, emerge de las sábanas y repta hasta la puerta trasera. Toc, toc, responde y acto seguido escucha la réplica puntual. Toc, toc, toc. Hasta donde recuerda, nadie le ha prohibido dar golpes en la puerta trasera del cuarto. Ya se está preguntando otra vez si no será otro truco de la nefanda Apolonia Zarur cuando observa un papel deslizarse debajo de la puerta. Lo levanta del piso, lo desdobla...

¡Ayúdeme, vecino! ¡Sáqueme de esta vaina antes de que me maten!

     Segismundo recula, vuelve sobre sus pasos, trepa a la cama y agarra el PSP con ambas manos, como si se tratara del manubrio de una nave espacial. Se repite en silencio las palabras que acaba de leer. En el lenguaje de los videojuegos, ello equivale a recibir la atenta bienvenida al próximo nivel.

Lunes en FLOR DE LOTTO: XXV. ¿Papá...? 

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5 de septiembre de 2008
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Superhéroes

Se pueden hacer consideraciones sobre si es necesario o recomendable el papel de un Batman salvador y protector en una sociedad que ha de salvarse a sí misma, que pueden que hayan calado en la sociedad norteamericana que sigue en periodo de elecciones, pero que en mí el efecto ha sido de absoluta indiferencia. Los motivos por los que actúe Batman me dan igual. Es guapo, es rico, es bueno y tiene un traje tuneado. Lo que importa es el traje. Alguien que se mete en un traje así para andar por el mundo, aunque sea para hacer el bien, no es bueno. Y puede que aquí se encuentre la clave de la película, pequeña clave para tan largo metraje.

/upload/fotos/blogs_entradas/superman_med.jpgCreo que me gustó más la versión de Tim Burton que ésta, por lo menos construyó una Gotham expresionista. De lo que estoy segura es que la siguiente versión no iré a verla porque Batman no me dice nada, me parece insulso. No sé por qué se empeñan en recrearlo una y otra vez. Prefiero mil veces más a Superman. Superman siempre me gusta porque es extraterrestre y tiene poderes. Se disfraza de hombre normal que trabaja en un periódico y está enamorado de una chica y sólo recurre a la capa en los momentos críticos. Es una capa que nos podemos hacer cualquier con un trozo de tela, no es como el acorazado traje de Batman, puro diseño. La capa de Supermán es como la autoestima con que nos tenemos que cubrir cada cual para hacer frente a las situaciones. Clark es entrañable y vive mezclado con la gente, aunque no es probable que se pueda cruzar genéticamente con su amada Lois, y por tanto no es probable que tengan descendencia. De tenerla, ese niño o niña probablemente sería menos vulnerable a la cryptonita.

En cuanto a las peligrosas ideologías que se transmiten los comics, a estas alturas todos tendríamos que saber que los superhéroes no existen.

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5 de septiembre de 2008
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La paradoja de Benavides

Cuando uno entra a una librería tiene dos opciones: compra o no compra el libro. Después, al llegar a su casa, se enfrenta a otras dos más: lo lee o lo abandona sin apenas echarle un vistazo. Y finalmente -en el supuesto de que por fin lo lea- tiene una última elección: lo califica de bueno o de malo. /upload/fotos/blogs_entradas/elogio_de_la_lectura_1_med.jpgLa primera elección nos remite a una mera transacción, en tanto que la última es fundamentalmente un juicio de valor. Y ese carácter discrecional que a menudo los lectores molientes y corrientes no tenemos en cuenta es el que crea una gran confusión a la hora de valorar una novela. Para cierto tipo de lector, la literatura empieza y acaba en los best sellers, cuyo hábitat natural son las grandes superficies. Lo demás es un rollo indigesto para culturetas y snobs. Para otro género de lector, acaso más exigente (o más pedante, según se mire) la literatura sólo es un bocado exquisito que se adquiere en los Delicatessen que son ciertas librerías con solera y no tiene nada que ver con esa junk food literaria que se compra en Alcampo, justo al lado de la sección de bricolaje. Naturalmente que hasta una fotocopiadora es capaz de advertir que hay toda una gama de grises entre el blanco y el negro, pero por desgracia la persistente polémica entre los defensores y detractores de ambas maneras de encarar la literatura parece demostrar que seguimos confundiendo transacción con valor.

Hay muchas buenas novelas que no se comen un rosco, comercialmente hablando. Pero otras tantas que sí. Y viceversa: Hay muchos escritores cuyas malas novelas producen halitosis después de leerlas unos minutos en voz alta, y no se venden ni a tiros, mientras otras se inscriben con facilidad en las listas de las mas vendidas durante meses. Porque, con mucha frecuencia, el valor literario de una novela poco o nada tiene que ver con sus ventas: sea mala o buena venderá seguramente por razones -al menos en principio- absolutamente herméticas hasta para los propios editores. Un buen editor sabe que las reglas del mercado editorial son claras y precisas: El problema es que nadie las conoce. Pero lo pernicioso ocurre -sí, venga, vamos a romper una lanza por las que venden mucho- cuando aparece lo que ya mis amigos llaman la paradoja de Benavides que dice que "dado un circuito de opinión X, el grado de crédito literario de un autor es inversamente proporcional al número de ejemplares que vende". Es decir que si un autor empieza a vender sus libros a un ritmo cada vez mayor, más serán las voces que le nieguen lo que en principio, cuando no se comía un colín, le concedían: calidad literaria. Naturalmente no lo serán los lectores molientes y corrientes, sino los críticos, los editores que no lo editaron, los reseñistas y por supuesto los propios escritores que normalmente dicen «todavía no lo he leído», cuando aparece un libro que vende mucho. Y eso, además de mezquino, es descabellado. Una novela es buena o mala sin que ello dependa de su valor comercial. Eso es lo único que debería quedar en nosotros al escribir un libro o al leer el de otro, sin importar el sello o el tiraje, el nombre o la prosapia.

Sí, ya sé lo que están pensando: ¡Colón! Mejor cierro el chiringuito veraniego y me dedico a lo mío: el taller. Empezamos el viernes que viene. Hasta entonces.

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5 de septiembre de 2008
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