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Remesas

A pesar de ser un tema aburrido, la prensa publicó varios artículos sobre la posibilidad de "bancarizar" las remesas mandadas desde Estados Unidos a América Central. Este tema, que parece lo más aburrido del mundo, fue tratado por Manuel Orozco, un especialista en remesas del diálogo Interamericano, dentro de un foro en Montelimar (Nicaragua). Sólo el 30% de las remesas que salen de EE. UU. entran en un depósito bancario. Lo que tiene como consecuencia obvia la debilidad del sector bancario en el momento de entregar préstamos en estos países.

El tema es apasionante, pues estos países corresponden a la vieja definición de los indígenas en los Andes: están y no están. Estos países figuran en el mapamundi, participan en las organizaciones internacionales pero tiene una actividad y una dinámica demográfica que les lleva hasta afuera. Al tener el PDF de la presentación de Orozco uno ve datos escalofriantes. Como, por ejemplo, lo que representa la suma de las remesas, de las exportaciones, de la actividad de las maquiladoras, de la ayuda externa y por fin del negocio del turismo en el producto interno bruto.  Estos recursos, que dependen de manera directa de decisiones o actividades fuera del país,  son el 40% del producto del Salvador, el 45% del de Costa Rica, el 58% del de Honduras y el 72% del de Nicaragua.

No se trata de la viajada tesis de los "términos desiguales del intercambio", con un precio demasiado alto de las exportaciones con relación al precio de las importaciones. Es un caso distinto: países cuyo centro de decisión principal, a través de turistas, ONG, operadores de maquinadores, compradores de bienes y suministradores de ayuda, no "está" dentro del territorio.

No hay que olvidar que sobre este tema fundamental hay un excelente sitio.

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10 de septiembre de 2008
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Toros y tenis

Un emblema de los tiempos que vivimos en cuanto a toros se refiere, y a nuestra piel de toro en particular, podría ser la iniciativa que han tenido los responsables del asunto de habilitar la plaza de Las Ventas de Madrid como pista de tenis para celebrar  la semifinal de la Copa Davis entre España y Estados Unidos.

No es una crítica ni mucho menos, simplemente será curioso ver las gradas cubiertas por otro tipo de público, y en lugar de oír "Olé", oír (Noooo). Y en lugar de la profunda respiración del animal, escuchar ese característico quejido que algunos tenistas sueltan con el raquetazo, para darse fuerza seguramente. Y de paso el mundo tendrá la oportunidad de contemplar cómo es una plaza de toros. Puede quedar muy auténtico y muy nuestro, porque aunque a mí los toros me aburran y no sean lo mío, tenemos cantidad de tópicos que habría que rentabilizar más, exportarlos. Hay que pasar de rehuir el tópico a sacarle partido. ¿O no?

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10 de septiembre de 2008
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XVII. Información y carnaval. Información y espectáculo

Rafael Argullol: Bienvenido de regreso a Barcelona, Delfín.

Delfín Agudelo: Muchas gracias, Rafael.

R.A.: Has tenido la fortuna de estar en Bogotá, y no habrás seguido las informaciones o el mundo de las noticias que ha habido este agosto en España y Europa, y por tanto quizás has logrado evitarte más agudamente el instinto carnavalesco que adquiere el mundo de la información en verano.

D.A.: Por lo visto nuestra pasada conversación no diferirá mucho de ésta que estamos a punto de tener: cuéntame del instinto carnavalesco de la información veraniega.

R.A.: Una de las características más grotescas, más carnavalescas de nuestra época, es el propio mundo de la información. Fíjate que en toda Europa, e imagino que en Latinoamérica, cada vez se ha ido confundiendo más información y espectáculo. Recuerdo en mi infancia y en mis primeros contactos con lo que eran los noticieros y telediarios en la televisión, en que las noticias eran expresadas de una manera muy austera. Había una clara separación de lo que era el noticiero y el resto de la programación, sobre todo de la publicidad. En nuestro mundo sucede que siempre se ha tendido a la confusión. No solamente las noticias se plantean a través de un gran marco espectacular, sino que todas las televisiones recurren a la inclusión de la publicidad en medio de las noticias, de modo que a veces uno puede encontrarse con obscenidades como noticias por muertes y asesinatos, masacres a las que tan acostumbrados estamos, que sin transición se conectan con noticias dedicadas a los detergentes, o a las cremas de adelgazamiento. Se pasa de un tema al otro sin ninguna transición y el espectador queda teniendo en la retina, juntos, los temas dramáticos con temas completamente superficiales. También tenemos esta especie de monstruosidad del decorado y de la ornamentación, como por ejemplo maravilloso las convenciones electorales americanas. La propia del demócrata Barack Obama, que montó una especie de templo griego dentro de un estadio de fútbol americano, con sus columnas, frisos, etc., y allí se hizo la presentación y convención en gran público. Es decir, tenemos la mezcla de todos los elementos de la información y del espectáculo, y eso se agudiza todavía más en verano porque muchas veces no solo la televisión sino que los diarios tienen que llenar las páginas como sea, publicando así noticias supuestamente espectaculares.

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10 de septiembre de 2008
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Flor de Lotto / XXVI

XXVI. Dos ya son multitud.

En ciertas circunstancias, a una momia le es más sencillo pasar inadvertida que a un barbudo. Luego de seis intentos de afeitarse con un bisturí roto, el fugitivo Camilo Peñuelas ha acabado por aceptar cubrirse el rostro entero con una venda. Segismundo lo mira y comprueba que incluso con la barba bien tapada el colombiano guarda un parecido asombroso con el antiguo autócrata. ¿Debería creer la historia que sin muchos matices Camilo le contó, digna de una novela de espionaje fantástico? A juzgar por sus ojos desorbitados y las manos temblonas, debe concluir que el pobre viejo tiene tanto miedo como él. ¿Es tan viejo, a todo esto? No, pero lo parece. Su semblante es la medioviva imagen de ese Fidel enfermo que tantas veces apareció en la prensa junto a Hugo Chávez Frías. Ambos, diría Camilo, de pipí cogido.

     -Yo era un hombre bien sano, compadre, pero desde el secuestro no sé ni qué me hicieron esos mierdas que míreme nomás, parezco un moribundo -se lamentó Peñuelas, cuando aún no había resuelto enfundarse la venda, al tiempo que Andersón, ya cansado de hurgar por el website del Granma, rebuscaba en el Google algún mapa de la ciudad de México sin el cual, se temía, quedarían los dos fatalmente a merced del infortunio.

     ¿Los dos? ¿Sólo los dos? ¿Y por qué no los tres? Con la pistola que Peñuelas consiguió arrebatar a uno de sus guardianes, que yacía noqueado en el baño de su cuarto, podían darse el lujo de escaparse con todo y enfermera. ¿Una rehén a modo, para el camino? Hace ya un par de horas que Andersón se inclinó por un cambio de táctica. Son apenas las tres de la madrugada, calcula que aún el tiempo está de su lado. A Camilo no le parece buena idea, pero el socio no ceja. Si la chica se ha puesto de su lado, ¿es justo que la dejen atrás? A saber lo que la gente de Don Alex o los agentes de seguridad cubanos se atreverían a hacer con ella si llegan a enterarse de la verdad.

     Carolina Rodríguez Atristáin, nacida en la ciudad de México al comienzo de la segunda mitad de los años ochenta. 1.71, 59 kilos, cabello corto y extremidades largas, egresada de la carrera de Sociología, reclutada entre un grupo de simpatizantes de la revolución cubana por un hombre sin nombre que trabajaba entonces para un tal Morazán. Hizo algunos estudios de enfermería el año pasado, en Managua, de cara a una misión que, según le indicaron, la pondría a unos metros de distancia del Comandante. Es decir, de la Historia. Desde que conoció a Camilo Peñuelas y éste la hizo consciente del engaño, hierve en ella un despecho ilimitado, que sin embargo oculta bajo una falsa imagen de sumisión. Hasta el día de hoy, nunca nadie la ha visto exhalar una queja ni desobedecer una orden. Por supuesto, ninguno la imagina introduciendo un PSP conectado a internet al cuarto donde ¿duerme? Segismundo Andersón, teóricamente incomunicado.

     -Ella sabe lo que hace, mi hermano. Llevarla es mucho riesgo, no sobreviviríamos. Quién va a perder la pista de dos hombres y una mujer...

     -Ya te dije que viene con nosotros. Está de acuerdo, conoce bien la clínica y la ciudad. Sería una mexicana de nuestro lado.

     -¿Del nuestro o del de usted? ¿No le basta con tener la escalera de incendios a un ladito de la ventana del baño? No la joda, compadre, que nos van a agarrar -Peñuelas acaricia la .38, como quien piensa en ser más convincente.

     -La escalera va a dar directo al sótano. Ella nos va a esperar ahí, con una camioneta del hospital. Me lo explicó mientras tú te vendabas. Va a parecer que la secuestramos. ¿O prefieres que nos larguemos a pie?

     -Sepa usted una vaina, Andersón. No confío nadita en esa mujer con la que usted conspira a mis espaldas. Si los traicionó a ellos, nada le cuesta hacer lo mismo con nosotros.

     -Entonces yo tampoco puedo confiar en ti, por desagradecido. Óyete nada más, ya estás hablando de conspiraciones: cierro los ojos y miro a Fidel. ¿No fue ella quien te dijo que iban a escabecharnos, en el nombre del pueblo cubano? -Andersón no lo dice, pero encuentra que la noticia de su fuga con una mujer tendrá que aterrizar en los oídos de la Corleonetta. Él también, a su modo, tiene un despecho gordo aguardando revancha. Toda pena de amor, decía La Rochefoucauld, es de amor propio.

     Ya entrado en sensatez, Peñuelas mete de regreso la pistola en la funda de almohada que transformó en mochila y se asoma por fin a la ventana rota del baño, constatando otra vez que es lo bastante amplia para dejar pasar su cuerpo entero. Ya no se escucha el ruido de coches circulando que hasta hace pocas horas llegaba de la calle; apenas el rumor de un aguacero que lo reconforta. Siempre es más fácil escapar cuando llueve, se dice mientras trepa por el lavabo, ayudado por un Segismundo exultante, pero ya la experiencia le dice que a esta gente no se le escapa nadie. Murmura entonces, sin que nadie lo escuche, que siempre es más bonito morir a media lluvia.

Mañana en FLOR DE LOTTO: XXVII. ¡Lotería!

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10 de septiembre de 2008
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Trabajar cansa

/upload/fotos/blogs_entradas/el_hermoso_verano_med.jpg"En aquellos tiempos siempre era fiesta.". Así comienza El hermoso verano de Cesare Pavese, una de esas lecturas que nos acercaron al escritor piamontés. Un niño crecido en el campo, cerca de las colinas, con veranos largos y trabajos campesinos que cansaban. "Lavorare stanca", trabajar cansa. Escaparse a la ciudad, no trabajar el campo, ejercer el oficio de poeta y encontrarse, otra vez, con la soledad después de conocer el hermoso aburrimiento de la narración y la libertad del poema. Vivir la ciudad, pasear sus calles, perderse por sus bares, dormir en sus hoteles y seguir soñando con las colinas. Aquella colina es la patria. Hablar con los mitos, descreer de los dioses, enamorarse, estar contento e infeliz, saber que el futuro está escrito en el pasado. Escribir, leer, fumar, beber y saber que vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Cien años hubiera cumplido el 9 de septiembre, antes de cumplir los cuarenta y dos se quitó la vida en una habitación de un hotel de su ciudad de estudios, de vida, en Turín. /upload/fotos/blogs_entradas/dilogos_con_leuc_med.jpgMurió solo en compañía de su libro preferido, Diálogos con Leucó y dejó una nota a sus colegas y amigos para que no hicieran demasiado ruido con su muerte. En estos días se le recuerda en todo el mundo, al menos en todo el mundo occidental. Nunca será mucho el ruido para que los que amen la poesía, los cuentos, las narraciones y las lecturas se acerquen a un hombre que de adulto nunca consiguió recobrar el tesoro infantil de los descubrimientos, esa forma de felicidad que el hombre abandona cuando crece.

"Llorar es irracional. Sufrir es irracional. Tu problema consiste, pues, en valorar lo irracional. Tu problema poético es valorarlo sin desmitificarlo." Así se expresa en unas líneas de su libro La literatura norteamericana y otros ensayos, con ese libro y con Tras las mujeres solas, Lumen comienza una colección sobre Pavese. También en Pre-Textos anuncian nuevas traducciones. No hagamos caso a Pavese, hagamos ruido con su obra, con su vida, impidamos su muerte. El suicidio también es irracional.

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10 de septiembre de 2008
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Sobre la pareja

Hemos celebrado mucho el don de ciertas parejas que, estando a nuestro lado, nos entienden tan bien que intuyen nuestros pensamientos, anticipan  nuestras reacciones y previenen atinadamente nuestras respuestas. Estas parejas, en realidad, no existen. Se trata de psicólogos, médicos del alma y profesionales esotéricos, unidos a la mítica de la unidad (dos en la misma carne, en la misma sangre, en la vida y en la muerte...).

La pareja se ama y traba mejor,  brinda más y mayores gratificaciones sucesivas cuando la relación se construye a través de la conversación, la descodificación, el conocimiento detallado de las razones de la queja o del soprprendente bienestar que en ocasiones procuramos. De la expresividad de cada cual se obtiene  un saber que, como los grandes saberes, produce un jubiloso  beneficio al alma. Del buen saber del otro a través no por instinto sino por entendimiento se genera gradualmente una plataforma de comprensión y convivencia donde los malentendidos pueden ser desanudados con tanto entrenamiento que hasta se transforman menos en dolor que en entretenimiento. La base de una vigorosa relación se halla invariablemente en la ligazón de la confianza mutua. En ese ámbito de confiado es posible esperar sin impaciencia que la extrañeza de una acción se deshaga más tarde en un plus de entrañamiento.

Pero, además, interpretarse recíprocamente significa respetarse también en los papeles singulares. Contra la pretensión de disfrutar una relación donde la coincidencia neutralice el conflicto, se impone el aura de la interpretación del otro en cuya tarea emerge como un ser respetado y diferente. No opuesto sino distinto, no impropio sino propiamente dicho. La cuantiosa provisión de gozo que se niegan las parejas empeñadas en ver del mismo modo casi cualquier cosa y con la consecuencia de distanciarse por la comprobación de sus perspectivas inalienadas,  sólo es comparable a la triste ofuscación de los fanáticos que en su delirio por la verdad absoluta se conforman con un único y estricto perfil del mundo.

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10 de septiembre de 2008
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I. México lindo y herido

Después de asistir en Monterrey a la entrega de los premios de la Fundación Nuevo Periodismo que preside García Márquez, salgo de México bajo la impresión de que ha estallado una guerra que deja ya, sólo en lo que va de este año, más de tres mil muertos.

Es una guerra en la que se valen batallas campales entre el ejército y bandas de narcotraficantes, pasadas de cuenta a bala viva entre sicarios de las propias bandas en disputa por el control de los territorios de la droga, asesinatos de alcaldes, ediles municipales, jefes locales de policía, procuradores y fiscales, periodistas, y de por medio, secuestros de empresarios de todo tamaño, o de sus familiares, para cobrar rescates, esto último una industria a veces independiente, y otras ligada a los carteles de la droga, y aún a las propias estructuras de la policía, infiltrada, a su vez, por los carteles.

Una guerra de varias bandas, a varias bandas, en la que los ciudadanos se sienten atrapados, víctimas también de asaltos en sus hogares y en plena calle. Salir por la mañana al trabajo, o para divertirse los fines de semana, se convierte en una verdadera aventura. La calle da miedo. Y lo peor es la indefensión ante la propia autoridad policial que también secuestra, extorsiona y mata. 

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10 de septiembre de 2008
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Una bienvenida para Bruno (2)

Nuestra especie también se diferencia del resto del elenco en otros aspectos fundamentales. Para empezar, no existe ninguna otra que pueda producir tanto pero tanto daño: a las demás especies, a la Tierra, a sus congéneres. No se nos comparan ni siquiera los virus y las bacterias que nos meten en problemas. ¡La mismísima peste negra envidia nuestro poder de destrucción! Y lo que es peor aún: no existe ninguna otra especie que se supere a diario en esta tarea, de maneras cada vez más eficientes -y más terribles. No demorarás mucho en conocer a exponentes tempranos de esta naturaleza. En el mejor de los casos, tu período de gracia acabará en el jardín de infantes. Allí te cruzarás por primera vez con chicos que se hacen daño al hacer daño, simplemente porque no pueden evitarlo. (Como habrás notado, estamos dando por sentado que no serás uno de ellos. Esperanza de padres...)

Hay científicos que sostienen que somos violentos porque nuestros genes conservan registrado el miedo de los primeros tiempos, allá en los albores de la Historia: cuando éramos criaturas lampiñas, sin garras ni dientes afilados, libradas a su suerte en un mundo lleno de fieras diseñadas para matar. Con los años aprendimos a protegernos y defendernos, compensando con inteligencia el poder físico que la naturaleza nos negó. Pero nunca habríamos perdido -eso dicen- el pavor que nos inspiró el hecho de sentirnos indefensos. Y ese pavor inspiraría la violencia que nos resulta tan natural: esa tendencia a gritar de forma desaforada y a golpear el cuerpo de la presa a pesar de estar ya muerta -una forma brutal de hacer catarsis, exorcizando el pánico sentido.

La violencia irracional existe en cada uno de nosotros. Quizás a la manera de legado genético, como sostienen los científicos que te mencionábamos. O también como legado social y cultural. (Tu mamá y yo creemos que esta última opción es más determinante de lo que se piensa.) Pero en cualquier caso lo peor, lo más peligroso, es la violencia que se presenta a sí misma como racional. O sea: la gente que sostiene que la violencia es un medio lícito de imponer una idea, de zanjar una diferencia -o simplemente: de vivir. Y en consecuencia practica la violencia para obtener poder, para ganar dinero, para lograr prestigio, para hacerse respetar y para -eso alegan- protegerse de otra gente violenta y, ya que estamos, de la gente no violenta que conforma las mayorías y tiene el atrevimiento de reclamar por sus derechos.

Todas las cosas tristes a que te enfrentarás en la vida son consecuencia de este tipo de violencia. El hambre es violencia. La injusticia es violencia. La discriminación es violencia. Y allí donde ocurran, no te costará nada rastrear su origen hasta unos hombres -que se habrán rodeado de una ideología, de una religión, de una tecnología, de una institución que los avala- que propiciaron semejante cosa porque entendieron que podían servirse de la violencia para sus propósitos.

Cuidarse de esta gente y de sus actos es difícil: ¡están por todas partes y cuentan con muchos recursos! Pero hay algo todavía más difícil, y eso es rehusarse a entrar en su juego, a ejercitar su misma lógica. Tu mamá y yo lo intentamos a diario, porque sabemos que la violencia nunca es un camino de mano única. De un modo u otro la violencia vuelve siempre sobre aquellos que la iniciaron -o sobre sus descendientes, o sobre su pueblo-, no por razones éticas, que por cierto vienen a cuento, sino ante todo porque nuestro universo está construido de esa manera.

Este sitio tiene una lógica binaria, de equilibrio inestable entre dos posiciones. Los físicos hablan de acción y reacción. Las revistas femeninas hablan de ‘ellos' y de ‘nosotras'. El mundo digital se basa en las combinaciones de ceros y de unos. Tan incuestionable como la dialéctica del péndulo: todo lo que va, vuelve. Por supuesto, no necesariamente vuelve de forma tan pronta ni tan elegante -si así fuese, cada crimen recibiría su paga de inmediato. Pero la dinámica de este universo está concebida de esa forma. Y la ley de las probabilidades indica que, más allá de las consecuencias de los actos ajenos, hay mayores posibilidades de que uno coseche violencia si la ha sembrado antes, que si ha sembrado cosas buenas. Y como nosotros preferiríamos recoger amabilidad antes que el fruto de nuestros actos mezquinos es que, en fin...

Para que la vida ocurra -podríamos agregar, sin temor a equivocarnos: para que todo lo bueno ocurra- hace falta que millones de cosas sucedan, en las circunstancias adecuadas y siempre en el orden correcto. Lo que va de las complejísimas cadenas genéticas y procesos químicos a las decisiones sabias que, de no mediar errores mayúsculos, hilamos a paso de caracol para aproximarnos a la felicidad. Para que la muerte ocurra, en cambio, todo lo que hace falta es un golpe, un exabrupto, una decisión inmeditada.

A esta altura ya te habrás dado cuenta: a nosotros no nos gustan las cosas fáciles. Nos gusta construir, más bien. Aunque cueste trabajo. Aunque destruir siempre sea más fácil.

Estamos del lado de la vida.   

                                                (Continuará.)

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10 de septiembre de 2008
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Infame turba

/upload/fotos/blogs_entradas/los_girasoles_ciegos_2_med.jpg"Infame turba de nocturnas aves", decía Góngora. El verso lo recordó Alberto Méndez en Los girasoles ciegos. Y lo vemos en la película de Cuerda copiado en las paredes del refugio en que el joven poeta que ya está solo, sin versos, sin la mujer adolescente y sin el hijo nacido en la huida. Solo y perseguido por ser republicano. Después, muerto sin sepultura. Uno más. Uno de los miles de inocentes que terminaron asesinados en caminos, descampados, tapias o en su propia casa.

Su caudillo les había asegurado que estaban luchando en una cruzada en defensa de la civilización.

Expulsados, encarcelados, torturados, asesinados sin defensa ni juicio, con falsos juicios, sin piedad ni perdón. Sin paz. Sin sepultura. Supervivientes que vivieron escondidos como el maestro de la película: culpable hombre bueno, machadiano que no soporta el terror de la humillación. Derrotados y silenciosos que callan, se ocultan porque han visto cómo actúa la infame turba. Las nocturnas bandas de asesinos que abandonan en barrancos, cunetas o descampados, entre cardos y cañaverales dispersos, a sus víctimas de cada noche. Nocturnas escuadras, infame turba que actuaba en los pueblos, en las ciudades, como complemento del ejército rebelde. "Golpead duro y será el terror", les había dicho su general Mola. Su caudillo les había asegurado que estaban luchando en una cruzada en defensa de la civilización. Alguien tenía que hacer el trabajo sucio para dejar limpia España de los "malos españoles".

Esa turba, en compañía de curas que enseñaban el canto de los himnos, los nuevos amaneceres, de las escuadras vencedoras, aparece en la película al lado de los derrotados, escondidos, perseguidos y muertos. No es complaciente. No es de risa, aunque, para sorpresa del director y de otros que estuvimos en el estreno en Orense, parte del público se reía con los excesos patrióticos de los curas. Parece un chiste, un esperpento, es una tragedia basada en hechos reales. La verdad de las mentiras del cine, de la literatura.

/upload/fotos/blogs_entradas/la_higuera_med.jpgHay que leer la novela de Ramiro Pinilla La higuera para recordar, por la verdad de la ficción, cómo y quiénes mataron en aquel bando que pretendía devolver a España la espiritualidad. Sobre esos muertos de la anónima tierra, sobre los descampados que guardan el secreto de aquellos huesos, creció una higuera. Uno de los asesinos no puede soportar la mirada de un niño que vio asesinar a su familia. La mirada de la memoria.

Ahora, los hijos de ese niño quieren que se sepa qué hay debajo de la higuera. Quieren poner nombre a los que no tuvieron ni una modesta tumba en cementerios bajo la luna. Durante años soportaron, siguen soportando, las listas de otros muertos en las paredes de espacios públicos, de iglesias, de monumentos. Ahora, con la ayuda de un juez que se atreve, quieren dignificar públicamente a los que siempre fueron dignos.

Artículo publicado en: El País, 7 de septiembre de 2008.

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8 de septiembre de 2008
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Flor de Lotto / XXV

XXV. ¿Papá...?

Cuando Gabriel García Márquez le preguntó a Fidel Castro Ruz por un deseo que se hallara más allá de sus posibilidades, éste le respondió con cuatro palabras contundentes: "Pararme en una esquina." ¿O es que alguien esperaría encontrarse al dictador más experimentado del mundo parado simplemente en la próxima esquina? Tampoco espera uno dar con él arrodillado al lado de la puerta que comunica a dos cuartos de hospital. Vamos, que hasta esa puerta parece inconcebible. Pero todo eso no se lo pregunta Segismundo Andersón, cuya capacidad de acreditar lo inacreditable ha crecido en tan amplias proporciones que ahora lo tiene atónito, en cuclillas ante la puerta entreabierta.

     No alcanza a ver gran cosa, pero le basta con las barbas irregulares y esos pants rojo y blanco marca Adidas que tantas veces han aparecido en los periódicos. Hay algo, sin embargo, que lo paraliza. Creyó siempre que en un momento como éste -una oportunidad tantas veces soñada, jamás sensatamente esperada- le saltaría al cuello en el nombre de todos esos años junto a su madre sola, desamparados ambos, e inclusive le pediría cuentas, antes de terminar de estrangularlo. Pero al cabo está tieso y tembloroso, diríase que de pensamiento, palabra y obra. Asoma apenas una chispa de odio en su mirada, un sentimiento en tal modo profundo que al otro de inmediato lo intimida.

     -Un momento, mi hermano. Calma, que yo no soy quien usted piensa.

     -Yo no pienso, yo actúo -escupe finalmente Segismundo, con los ojos ardientes, cual si en este momento se tornara de vuelta en el hombre rudo que aporreaba borrachos en el Cheetah y levantaba en vilo a los tramposos del Treasure Island. Todavía no consigue mandar sobre sus brazos, pero su voz ya lo obedece cabalmente.

     -Míreme bien, mi hermano, no vaya usted a ponerse verraco, que estos hijos de puta van a oírnos.

     -¿Verraco, yo? -ahora la voz le tiembla, no tanto por el miedo como por la duda. Conoce esa palabra y no le cuadra. No en labios de quien cree tener enfrente. O mejor, de quien ya no sabe si cree que es quien creía. El acento, la voz, la situación: nada coincide. Ha vivido en Florida por demasiados años para no darse cuenta de ciertos detalles.

     Camilo Alfonso Peñuelas Macías. Bogotano, nacido en Medellín por un mero accidente, al principio del último día de 1939. Siguiendo convicciones por entonces muy sólidas, se instaló en La Habana hacia el final de los años sesenta. Ingeniero de profesión, contrajo matrimonio con la hija de un miembro del Comité Central del PCC, fallecida en extrañas circunstancias durante la primavera de 1974. Aprovechando un viaje de trabajo a Barcelona, encontró la manera de escabullirse y volver a Colombia en el ‘77. Se instaló entonces en Medellín, donde echó a andar una pequeña empresa consultora. De paso por Caracas, en 2002, desapareció de su cuarto de hotel y nadie más volvió a saber su paradero. Aún hoy se le cree secuestrado por las FARC, sin una sola prueba que así lo acredite. María Isabel Peñuelas, hija única de su segundo matrimonio, todavía se esfuerza en dar con él.

     -O sea que usted...

     -Me parezco, eso sí, pero no porque sea. Ni porque quiera, pues. Soy un doble forzado, mi hermano. Y ya deje de echarme esos ojos, que no le voy a poner gotas... -ahora el extraño le tiende la mano- ¿Tiene usted una vaina allí en su cuarto para ayudarme a quitarme estas barbas? Soy Camilo Peñuelas, un placer conocerle.

     -Segismundo Andersón -se presenta a su vez, como un autómata, y aprovecha para asomarse a la habitación: más grande, aunque también vacía de testigos. Lo contempla por fin, con cierta calma. El hombre no es Fidel y se muere de miedo. Igual que él, al final. Desde que llegó a México, es la primera vez que Segismundo no se siente solo. De repente, la idea de morir acompañado le parece un consuelo. Y, por qué no, un estímulo.

Miércoles en FLOR DE LOTTO: XXVI. Dos ya son multitud.

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8 de septiembre de 2008
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El Boomeran(g)
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