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El verdadero capitalismo

"No se trata de salvar a la banca de la quiebra sino de ayudar a las pequeñas empresas y a las familias", declaraba Rodríguez Zapatero. "Los emprendedores, el verdadero capitalismo, no el de los especuladores y los que nos han puesto en esta situación", enfatizaba Nicolás Sarkozy. ¿Quiénes son pues esos malos de la película, que según Sarkozy  perturban, corrompen y traicionan el noble espíritu del capitalismo?
 
El sábado 11 de octubre, el ex presidente de Brasil, Fernando Enrique Cardoso, efectúa una impecable descripción de los mecanismos financieros que habrían conducido al actual colapso de múltiples entidades bancarias. El núcleo digamos moralmente escandaloso del asunto, la poco escrupulosa  "ingeniería financiera",   es conocido y perfectamente sintetizado en unas líneas por Cardoso: "Los precios de las casas en Estados Unidos y en Europa estaban subiendo desde hace mucho tiempo. Había préstamos fáciles y abundantes para la compra. Los consumidores podrían pagarlos hasta el infinito y revender los inmuebles ya fuera para comprar otros más grandes o para obtener  ganancias. Los bancos y las instituciones de crédito hipotecario revendían los préstamos bajo la forma de préstamos hipotecarios... La economía globalizada funciona  mediante vasos comunicantes. Lo que hace un agente financiero lo imita otro, y no sólo en el país originario: unas financieras les venden a otras en cualquier parte del mundo. El sistema financiero funcionó fuera de los controles de los bancos centrales e incluso con su indulgencia. Sin transparencia en las operaciones se volvió difícil evaluar los riesgos y garantizar la confianza".
 
Diagnóstico tanto más exacto en tanto que Cardoso no olvida evocar el hecho complementario de que la administración Bush, a la vez que disminuía los impuestos de los ricos sangraba económicamente al país en una guerra costosísima.

En un artículo de opinión publicado en diario El País el 18 de octubre, el excelente escritor Mario Vargas Llosa  incide en esta idea de que hemos llegado a esta situación, no por razones intrínsecas al sistema, sino porque  la economía habría sido forzada a apartarse de la realidad. Tras advertir que pese al aparente caos en que anda empantanada la economía mundial, el sistema capitalista no se haya en peligro, y ello por la razón simple de que no habría alternativa alguna al mismo, Vargas Llosa anatematiza a los ejecutivos que lanzaron las subprime y otros expedientes, considerando que no eran irresponsables, sino avariciosos y canallas. Los reguladores que han permitido que esto ocurra serían asimismo culpables, al menos de negligencia. El escritor  nos exhorta entonces a aprovechar la circunstancia para restablecer una ética inherente al capitalismo, y que consistiría en respetar las objetivas "leyes generales bien orientadas" de la única economía posible.
 
Tanto el diagnóstico de Vargas Llosa como el de Cardoso plantean no obstante un problema, a saber: ¿se daban realmente las condiciones sociales de posibilidad para que las cosas hubieran sido de otra manera, para que -por ejemplo- se sentaran las bases de una paz y se incrementara la justicia? ¿Es posible detener el mecanismo por el que, en Estados Unidos la disparidad entre los sueldos rompe todos los anteriores récords? En suma: ¿es posible ese capitalismo sin depredadores que predica el bueno de Sarkozy? Seguiré preguntándomelo.

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29 de octubre de 2008
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Crisis y amor (1)

No sólo el amor parece insustituible para sentirse feliz; sin alguna forma de buen amor caeríamos muertos.

De esta manera tan sencilla se explica la clave de la condición humana puesto que no hay humanidad sin textura amorosa, no hay red social sin enlace humano, no hay efectividad sin afectividad.

De una u otra manera, incluso las empresas, los asesinos, los financieros se aman, se requieren se asocian o se coaligan para sobrevivir como tales o como algo más. Todo comercio, a su vez, reproduce en su nódulo de contraprestación el modelo mismo del intercambio amoroso que es la base crucial de la pareja, el sentido del acoplamiento y la magia de la copulación.

Cualquier doctrina que haya creído ver en el amor una donación sin más no ha entendido nada del básico bien de la coyunda, representada desde el encastramiento de los seres humanos al engranaje de las máquinas, desde el motor de la vida hasta el motor de explosión, sus émbolos y sus cilindros, el tú y yo de la dialéctica que relaciona.

Empezando por el don de Dios la contraprestación es ineludible. Si la divinidad se sostiene es gracias a la creencia de los fieles o, más exactamente, si existe, debe atribuirse a que los seres humanos producen con su necesidad ese suculento alimento de la providencia que todo lo puede dar. Creer y amar se cruzan en una misma insignia. No es Dios el creador de los hombres sino que Dios resulta de la fantasía que nace de su anhelo o su ansiedad.

Pero, a la inversa, una vez Dios en escena, también se hace verdad que los seres humanos se ven apegados a él tal como si faltos de sustancia no lograran sobrevivir. Dios, es así, en cuanto panal o dulce coagulación del amor humano, como un polo de energía que atiende la soledad suavemente, que atenúa la desesperanza o la borra, que neutraliza la confusión y promueve, mediante la fe, el milagro de la autoestima.

Porque siendo la pérdida de la autoestima una enfermedad prácticamente mortal que únicamente se cura soplando desde afuera al corazón un espíritu en que se confía y de quien se deduce la autoconfianza posterior. Del corazón conectado con otros corazones amados se genera un seguro contra el descrédito personal y contra el despeñamiento del yo que llegaría a ser ciego, caería en el abismo sin el soporte de alguna convicción sólo posible por aseveración de otro.

Todo yo, cualquier yo, sólo existe de pie en relación con otro. Todo yo crea automáticamente un mundo a través de su presencia pero el mundo, a la vez, se encarga de hacer el yo. No hay un mundo sin yo ni un yo sin mundo. Esta es la primera evidencia y la primera soledad. La amorosa compañía de otro, sin embargo, crea un punto de mira, una mirada que afirma mutuamente y produce el mundo como un ámbito, el mundo habitable que nace con la pareja del yo.

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29 de octubre de 2008
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Quemar después de leer (2)

Como decía ayer, en Quemar después de leer Brad Pitt y George Clooney están para que los aten, como si se hubieran pasado con la coca-cola. Clooney, ¿por qué pones esas caras de soy un actor cachondo? Para remate (y esto no parece culpa de Clooney) ligado a este personaje hay un detalle tan desconcertante, supuestamente tan cómico como el mismo Clooney, que la sala se quedó muda. No sabíamos qué pensar, los dedos se paralizaron sobre las palomitas. En la oscuridad tratábamos de pensar en lo que estábamos viendo. ¿A qué viene esa silla de donde sale esa cosa (no quiero chafarle al espectador la sorpresa)?. Esta estrafalaria silla, este invento, no viene a cuento, es desproporcionada, lo estropea todo. ¿Será un rasgo genial de los Coen?

Da la impresión de que un hermano quería hacer una peli mala (dirigida a los que reían a mandíbula batiente cuando Pitt sorbía de la botella isotónica por un lado de la boca, gracia repetida varias veces) y el otro, una buena. En la buena está la trama, llena de talento y humor, está Malkovich y están todos los secundarios a cual mejor. Y también está Frances McDorman, que en algún momento pone un pie en el bando de los malos como si se hubiese pegado un trancazo de la coca-cola de Brad.

El final es sublime, con los dos jefes de la CIA sin comprender nada de lo que pasa, una buena metáfora de la vida.

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29 de octubre de 2008
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Los trucos de la memoria (2)

El último recuerdo que tengo de mi madre viva -he buscado otros desesperadamente, sin mayor suerte- es terrible. Para entonces ya era una enferma terminal, postrada en la cama con un pañuelo que disimulaba la calvicie propiciada por los rayos. Y yo que estaba de pie, fuera del rectángulo que acogía a los somnolientos y a los moribundos, no tuve mejor idea que pelearme con ella.

La causa de la discusión fue nimia. (Todo es nimio, en la vecindad de la muerte.) Yo le había conseguido a mi hermano menor una oportunidad de trabajo. Pero mi madre no quería que mi hermano la aceptase. /upload/fotos/blogs_entradas/fito_pez_1_med.jpgTemía que de hacerlo se ganase las malas compañías que, imaginaba, por aquel entonces me rodeaban a mí, que trabajaba de periodista metido en el mundillo del rock. Supongo que la proximidad de tanto músico rebelde -el por aquel entonces surgente Fito Páez había comido milanesas en la casa familiar, y vivido por breve temporada en mi apartamento- sugirió a mi madre que yo había entrado en una espiral oscura, de la que quería preservar a mi hermano. Presunción que me ofendió profundamente, al punto de instarme a levantarle la voz a una persona postrada que, si no recuerdo mal, por única vez en su vida encajó mis gritos sin retrucarlos.

El contexto de la discusión lo resignifica todo. Yo acababa de separarme de mi mujer, novia desde la más incipiente adolescencia. Mi primera hija tenía pocos meses de vida. La ruptura que propicié le rompió el corazón a mi mujer, privó a mi hija del contacto cotidiano con su padre y sumió a los nuestros -amigos y familia- en el más profundo y desconcertante dolor. (Algún tiempo después mi padre profirió un exabrupto que hoy desconocería, responsabilizándome además por aquel cáncer.) Mi madre creía que yo había empezado a drogarme, o al menos eso supongo: que atribuía mi conducta al efecto de las drogas, culpabilizándolas por ese hijo desconocido al que ya -de manera definitiva, por obra de la muerte- no podría alcanzar; debe haber aspirado a preservar a su hijo más pequeño del mismo desastre. Creo que le grité que no me drogaba, pero de manera poco convincente: porque no estaba seguro de que fuese a creerme -ojalá pudiese haber atribuido mis decisiones a las drogas, hice lo que hice motivado por algo mucho más adictivo: por amor- y porque me preguntaba si no era mejor que persistiese en el error de creerme una víctima, preservando así al menos parte de la imagen idílica que hasta entonces había tenido de mí.

Por más que rebusco, no conservo un recuerdo ulterior más allá del de su lecho de muerte en el Hospital Italiano, al que llegué cuando ya era demasiado tarde. Al entierro acudí solo. La mujer de la que me había enamorado no quiso acompañarme, arguyendo que esas ceremonias le disgustaban.

No pregunten por qué les cuento esta historia. Supongo que por estas cuestiones de los trucos de la memoria. Días atrás conversaba con un escritor amigo, cuya madre también murió muy joven y de cáncer de pulmón (no menciono su nombre para preservar el pudor con el que manejó esa información), y entendí que el de los gritos que propiné a mi madre era el último recuerdo suyo que tenía. /upload/fotos/blogs_entradas/kamchatka_1_1_med.jpgHay gente que cree que el oficio de escritor ofrece a sus practicantes la posibilidad de expresar lo que les ocurre. Ignora que semejante posibilidad es precisamente lo que nos compele a escapar de lo que sentimos. Verter nuestros dolores y sentimientos en el contexto de una historia suele sernos tan difícil como parir por una oreja. Con mucha suerte, mucho tiempo y mucho oficio, logramos exorcizar tan sólo una parte de lo vivido. Yo tardé muchos años en escribir Kamchatka, y ya la había terminado cuando comprendí que, además de una novela, había concebido un artilugio para reencontrarme con mi madre y decirle el adiós que había quedado guardado en mi garganta. Esa es una de las razones por las cuales, habiendo cruzado el Rubicón de tanto dolor, le estoy muy agradecido a mi oficio.

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29 de octubre de 2008
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Colegio electoral

Siento que es importante hacer otro desvío por el paisaje electoral estadounidense. Hoy, sugiero un recorrido por el sistema del colegio electoral que rige las elecciones presidenciales.
 
Seguramente, este año no pasará lo ocurrido en las elecciones del año 2000, en las que el demócrata Gore obtuvo más votos que el republicano Bush y, sin embargo, este último salió electo presidente del país. 
 
/upload/fotos/blogs_entradas/bush_vota_por_correo_a_mccain_med.jpgEn ese entonces, Bush obtuvo el 47,9 % del voto popular pero sumó 271 votos del colegio electoral, mientras que Gore con el 48,4% del voto popular sólo obtuvo 266 electores.
 
Lo ocurrido se debió, como sabemos, al sistema de voto indirecto que se aplica en los Estados Unidos. Un sistema muy diferente al popular y directo que se estila en gran parte de Europa y de América Latina.
 
Cada uno de los 50 estados de la unión, más el distrito de la ciudad de Washington, tiene un colegio electoral conformado por electores o votos de acuerdo a su población.
 
Así, California tiene 55 votos del colegio electoral, Nueva York 31. Illinois 21 y Arizona 10.
 
El total suma 538 votos del colegio electoral nacional. El vencedor es el candidato que obtenga un mínimo de 270 de esos votos.
 
El sistema fue establecido para colocar a los 50 estados en una posición de semiigualdad y para proteger a los estados con poca población.
 
Cada estado funciona, pues, como una esclusa, como un sistema estanco que llevará a cabo su propia elección presidencial el día 4 de noviembre y cuyos votos del colegio electoral se sumarán a los de los otros estados para llevar a uno de los dos candidatos a la Casa Blanca. 
 
Es profundamente injusto, pues 48 de los estados otorgan todos sus votos de colegio electoral al ganador, sin preocuparse por ninguna proporcionalidad.
 
El resultado es poco representativo y tiende a apoyar casi exclusivamente un sistema bipartidista y no otro.
 
A parte del ejemplo citado de la elección Bush y Gore, en 1996, Clinton obtuvo 379 votos del colegio electoral -el 70% del total- con sólo el 49% del voto popular, mientras que su adversario político, el republicano Bob Dole, consiguió el 30% de los votos del colegio electoral con el 41% del voto popular.
 
Por otra parte, el candidato independiente, Ross Perot, obtuvo 8% del voto popular sin un solo voto de colegio electoral pues no ganó ningún estado.
 
Ese sistema de esclusas lleva a los candidatos a tener que jugar una suerte de desaforado partido de ajedrez, como el que observamos en estos últimos días de campaña, intentando buscar, de estado en estado, los votos del colegio electoral necesarios para ganar la presidencia.
 
No incentiva a los candidatos a concentrarse, por ejemplo, en una ciudad como Nueva York, mayoritariamente demócrata, pues ya la tienen gana de antemano. 
 
Se ven obligados, entonces, a buscar una combinación de estados que le proporcionen la victoria.
 
Debido a esa misma búsqueda de estados al estilo ajedrez, las minorías empedernidas, como los ultras religiosos, pueden adquirir un enorme poder en el ámbito político, muy por encima de su peso y voto real.
 
El mayor inconveniente del sistema es que no se puede acumular el voto popular de estado a estado.
 
Lo que lleva a los dos partidos a interesarse poco en gastar recursos y tiempo en movilizar el voto en ciertos estados que ya tienen ganados o que los consideran perdidos. Y, por lo tanto, se deja de movilizar a muchos de los votantes posibles.
 
Y, a ello se debe, en parte, el que solamente un 50% de los que tienen edad para votar ejerzan su voto en las elecciones estadounidenses.
 
Si lo vemos de ese modo, el sistema del colegio electoral fomenta la elección del presidente de la única superpotencia mundial por un 25 a 26 % de los votantes del país.

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29 de octubre de 2008
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Antes y después del 4, la economía

No hay tiempo que perder. Cuando se acerca un obstáculo hay que empezar a prepararse para saltar el siguiente. El equipo de Barack Obama está pensando ya en el día 5 de noviembre y en la Casa de los Horrores que le espera: las dos guerras empantanadas y el símbolo nefando de Guantánamo, por supuesto; pero sobre todo, el estado de la economía.

El debate de la última semana de campaña se está concentrando en el mismo tema que deberá ocupar todas las mentes al día siguiente. Lo es por la misma naturaleza de la sociedad norteamericana, pero ahora más aún porque los candidatos no deben tan sólo atender a los intereses de sus electores sino dar respuestas rápidas y urgentes en el caso del vencedor.

Hasta el 4 de noviembre la discusión entre McCain y Obama versa sobre quién debe ser el pagano de la crisis. McCain es muy bueno en la retórica antifiscalidad, como es propio de los conservadores: "Obama es el redistribuidor en jefe, yo quiero ser el comandante en jefe", es una de sus últimas frases. Pero el día 5 habrá que ponerse manos a la obra, antes incluso de la toma de posesión, cuando los equipos de traspaso de poderes se pondrán en marcha y empezarán a conducir el país conjuntamente con el actual Gobierno. Y en esta cuestión McCain tiene buenas frases pero malos equipos. Son como su campaña, cambiantes y contradictorios. El ex senador Phil Gramm, responsable de algunas desregulaciones legislativas que han conducido al caos financiero, está desaparecido. Suya es la idea de que la crisis era mental y de que EE UU es una nación de plañideras. También lo está Carla Fiorina, ex CEO de Hewlett-Packard y brillante fichaje del candidato republicano, esfumada sin explicaciones después de asegurar que ninguno de los cuatro candidatos a la presidencia y a la vicepresidencia está preparado para dirigir una gran compañía.

La crisis habla por sí sola a favor de Obama. No necesita frases tan elaboradas. Pero además supera largamente a McCain a la hora de controlar las declaraciones de sus colaboradores y de gestionar sus vanidades. En sus listas hay dos ex secretarios del Tesoro como Lawrence Summers y Robert Rubin, el actual presidente de la Reserva de Nueva York, Timothy Geithner, y, sobre todo, el antecesor de Alan Greenspan en la presidencia de la Reserva Federal, Paul Volcker, que a sus 81 años vive una segunda juventud política a su lado. No es el único gran senior que asesora al senador de Illinois en cuestiones económicas: ahí está el multimillonario Warren Buffet, de 78 años. Pero en el caso de Volcker su presencia ha permitido interpretaciones más intencionadas. The Wall Street Journal le ha reconocido como candidato especial a secretario del Tesoro, pues su cargo tendría duración tasada. Con su currículo antiinflacionista se le encomendaría la tarea titánica de sacar a EE UU del atolladero. Volcker abandonó la Fed hace 20 años, se dedica sobre todo a la pesca y pertenece a la era predigital, pero quienes apuestan por él subrayan la imagen de seguridad y control de la situación que ofrecería. Como mínimo ahora, antes de saltar el 4 de noviembre el último y definitivo obstáculo.

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29 de octubre de 2008
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El banquero bonachón

Hace un par de años conocí en Londres a un tipo que trabajaba para uno de esos bancos norteamericanos que ahora salen tanto en los periódicos (el Freddie Mac, el Lehmann, el Fannie Mae o alguno similar cuyo nombre no recuerdo). Fue un encuentro fugaz y circunstancial dado que era el marido de una amiga de la infancia a la que no había visto en años y no he vuelto a ver desde entonces.

Me invitaron a cenar en su casa de Chelsea y durante la cena salió a relucir lo caro que era el alquiler de aquella vivienda de cinco niveles y jardín trasero aunque algo angosta, como acostumbran a ser muchas casas londinenses en las que uno se pasa el tiempo subiendo y bajando escaleras. Mis anfitriones añoraban su casa de Park Avenue en Nueva York, una auténtica mansión idílica según deduje. De todos modos, Robert, o Bob, no pagaba el alquiler de su vivienda de Chelsea ya que éste iba a cargo del banco para el que trabajaba. La cifra era considerable: algo así como 10.000 libras esterlinas al mes.

Creo que fue a partir de esta cifra que surgieron de la boca de Robert -Bob más allá del Atlántico- muchas otras cifras. Al contrario de tantos banqueros reticentes a hablar de dinero, me dio la impresión de que él disfrutaba exponiendo números. No lo hacía con arrogancia sino con gran naturalidad y a través de ellos dibujaba su propia biografía. Así me enteré de que antes de ser banquero y broker en Nueva York Robert había ejercido diversos oficios en Liverpool, su ciudad natal, siempre vinculados a negocios más o menos rentables. De la infancia procedía su amor futbolístico por el Liverpool, lo que le hacía odiar al Chelsea, el club de su barrio londinense propiedad de Abramovich.

En cuanto a los números, Robert no me contó lo que ganaba él al servicio del banco pero me dio suficientes pistas para deducirlo mediante los salarios de sus colegas: con lo que cobraba en un año hubiera podido vivir como un rico el resto de su vida. Claro que a Robert esto no le importaba demasiado porque, según era fácil de averiguar, lo que le apasionaba verdaderamente era el juego que había tras las asombrosas cantidades que se podían ganar o perder en una sola operación. Cuando me habló de las cantidades obtenidas por su banco en el último ejercicio, y a las que él había contribuido esforzadamente, mi capacidad de calcular se vio desbordada por el mismo mecanismo con que nos desbordan los astrónomos al hablarnos de las distancias siderales: las cifras demasiado grandes acaban siendo una pura abstracción.

En un momento determinado de la cena, ya en los postres, Robert tuvo que abandonar lamesa para atender una llamada telefónica ineludible. Su mujer, mi amiga de infancia, aprovechó la ocasión para comunicarme lo afortunada que había sido al casarse con él. Al principio su futuro marido le pareció un ejecutivo un poco simplón pero luego resultó un compañero divertido y, con el tiempo, un padrazo para sus dos hijos. Era, en definitiva, una buena persona. Sólo le reprochaba que fuera desordenado y vistiera mal.

Tras la cena fue ella la que se ausentó un rato y yo me quedé charlando a solas con Robert en el jardincito trasero, acogiéndonos ambos al inusual clima cálido de aquella noche primaveral londinense. Me fijé que, en efecto, Robert vestía no mucho mejor que un pordiosero. Tampoco aparentaba ser un sibarita en otras cuestiones y creo que el excelente burdeos que estábamos apurando suscitaba a su paladar la misma excitación que cualquier vino agrio de a 50 centavos el litro. No era un gourmet pero a aquellas alturas de su vida ya era, con toda probabilidad, un multimillonario.

Robert siguió hablando de cifras y operaciones. A mí me intrigaba, sin embargo, la naturaleza de sus negocios. Cierto que entendía que las cosas se compraban y vendían, fueran industrias, bancos, navieras o bosques amazónicos; asimismo no me costaba comprender que el entero mundo era la parcela que estaba en venta y en compra; incluso podía aceptar que todas esas compras y ventas quedaran portentosamente neutralizadas y purificadas en la pantalla del ordenador, algo así como si la carne atormentada de Rubens quedara condensada en las líneas geométricas de Mondrian. Lo intrigante de ese gran negocio no era el conjunto sino la particularidad. ¿Qué había detrás de esa monumental cascada de cifras que brotaba de la boca de mi interlocutor?

Le trasladé esta pregunta a Robert lo más educadamente que pude. Por primera vez en toda la velada me dio la impresión de que se quedaba sorprendido. Por sus ojos observé que no entendía el significado de mi pregunta. La repetí, con otras palabras. La situación no mejoró. Robert estaba azorado pero no por el contenido de mi interrogación sino simplemente porque no la entendía. El desconcierto le hacía mostrarse más desaliñado y, en medio del breve silencio, el grandullón Bob trataba torpemente de meter su camisa medio salida dentro del perímetro de un cinturón que le oprimía de manera ostensible.

Para Robert, pienso, ya no era comprensible que alguien se interesara por el detalle que alteraba aquella magnífica globalidad de su juego. Posiblemente en los lejanos días de Liverpool, cuando estaba en los inicios de su carrera de depredador, aún estaba en condiciones de pensar en el individuo que quedaba afectado por el vértigo de los beneficios y de la codicia. No obstante, en este punto del juego, tal imagen era imposible. Bob, el padrazo Bob, con su aire inofensivo y bonachón, estaba completamente incapacitado para representar en su cerebro la tragedia individual de esos seres humanos a los que él arruinaba en gigantescas e insípidas compraventas con sólo mover una tecla. Es posible que cada mes dejara sin trabajo y sin futuro a miles de personas en esas operaciones que se convertían en un lienzo abstracto desde lo alto del rascacielos donde estaba su despacho londinense. El buen Robert era, quizá sinceramente, incapaz de intuir el mal que propagaba.

Así que acabamos la noche hablando de la época dorada del Liverpool y ya no volví a hacerle preguntas. Recientemente me ha llamado mi amiga, la mujer de Robert. Han regresado a Nueva York y a la mansión de Park Avenue. Me ha invitado a visitarles cuando quiera. Me ha dicho que su marido en la actualidad trabaja por su cuenta. Dejó el banco hace seis meses y le indemnizaron con cinco millones de dólares. "Uno de esos bancos que ahora se ha hundido, ya sabes". ¡El buenazo de Bob!

El País, 05/10/2008

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29 de octubre de 2008
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I. Uno de sus nombres es catástrofe

Siempre vi en los periódicos las listas bursátiles como incomprensibles desfiles de patas de mosca arando el papel, capaces de llenar planas enteras, y lo mismo en la televisión la cinta interminable con los índices de NASDAQ, DOW JONES, NIKKEL, IBEX, cifras y nombres ajenos y enigmáticos, un lenguaje de otro mundo hecho para el uso de iniciados de una religión esotérica. Una amiga, más profana que yo en estos asuntos financieros, tiene una definición de la bolsa muy resumida: "un lugar donde hacen señas de sordomudos, rompen papeles y los tiran al aire, suena una campana, y después se suicidan".

Ya no me queda nada de aquella indiferencia frente al misterio de esos signos. El extraño animal financiero, que antes vivía comiendo y defecando cifras en las cavernas virtuales, ha roto el biombo de papel que lo separaba del mundo real, y ha entrado en nuestras vidas escupiendo fuego como los dragones de verdad, y depredando todo a su paso. No ha cobrado aún suicidios, como en la vieja historia del crack de 1929, pero a lo mejor solo es cuestión de tiempo que veamos en las pantallas de televisión a los magnates saltando por los ventanas, aunque no pocos de ellos se han puesto ya a buen recaudo; al menos los ejecutivos de los bancos quebrados, que cobraron sumas hasta de 450 millones de dólares en bonificaciones antes de huir de la catástrofe.

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29 de octubre de 2008
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Prévert

No existe algo peor como concepto que la poesía popular. Con una excepción: cuando el poeta se llama Jacques Prévert. Nada de chabacanería, nada de barato o de fácil. Se dedica una exposición al poeta en el ayuntamiento de París: "Jacques Prévert, Paris la belle" (Jacques Prévert, París la guapa). /upload/fotos/blogs_entradas/jacques_prvert_med.jpgUna buena oportunidad para acordarse del último momento de la verdadera poesía de la calle parisiense. Prévert huele a la calle, a la frescura de los primeros amores, a las películas de Marcel Carné y a las canciones inolvidables con música de Joseph Kosma. (Prévert & Kosma son como una marca que vale la pena; vale la pena de verdad releer las letras de "Le feuilles mortes", debajo de este post. ¿Quién escribe algo con tanta melancolía y belleza?) Yves Montand el cantante no habría sido el mismo sin la poesía de Prévert.

En el sitio de L'Express hay un vídeo de una vista al despacho de Prévert que dice mucho sobre su universo. Vale la pena también la foto galería en el mismo sitio para entender lo que era un poeta en la época de Prévert o de Cocteau. Para los desafortunados que no vienen a París, hay un resumen de la visita en el sitio del ayuntamiento y muchos enlaces que merecen más que un vistazo.

LES FEUILLES MORTES

Oh, je voudrais tant que tu te souviennes,
Des jours heureux quand nous étions amis,
Dans ce temps là, la vie était plus belle,
Et le soleil plus brûlant qu'aujourd'hui.
Les feuilles mortes se ramassent à la pelle,
Tu vois je n'ai pas oublié.
Les feuilles mortes se ramassent à la pelle,
Les souvenirs et les regrets aussi,
Et le vent du nord les emporte,
Dans la nuit froide de l'oubli.
Tu vois, je n'ai pas oublié,
La chanson que tu me chantais...

C'est une chanson, qui nous ressemble,
Toi qui m'aimais, moi qui t'aimais.
Nous vivions, tous les deux ensemble,
Toi qui m'aimais, moi qui t'aimais.
Et la vie sépare ceux qui s'aiment,
Tout doucement, sans faire de bruit.
Et la mer efface sur le sable,
Les pas des amants désunis.
Nous vivions, tous les deux ensemble,
Toi qui m'aimais, moi qui t'aimais.
Et la vie sépare ceux qui s'aiment,
Tout doucement, sans faire de bruit.
Et la mer efface sur le sable,
Les pas des amants désunis...
 
¿Cómo se traduce al español? Es una polémica, pero Yahoo propone su solución.

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28 de octubre de 2008
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Ciudades reales, ciudades imaginarias

Me escapé una noche de una ciudad tan real como Valladolid y pasé el día, sobre todo la noche, del sábado en la irreal Tánger. Hay ciudades que tienen realidad, son lo que parecen,  tienen más visibilidad que secretos.
 
Ciudades sólidas, cargadas de historia, renovadas para encontrar en ellas lo que tiene que tener una ciudad: comercios, bares, cines, teatros, restaurantes, burdeles, iglesias, mercados, plazas y tráfico y ciudadanos. Valladolid tiene de todo eso y, además tiene historia y un festival de cine. Además está bien comunicada. Recuerdo una noche hace dos o tres años, ya de retirada al hotel, en compañía de Jorge Herralde y Laly Guber, cuándo cruzábamos su tan histórica plaza Mayor -que vio más de una quema de herejes en los barrocos Autos de Fe- se paró Laly y dijo: "Qué hermosa ciudad, no la imaginaba así". Me sorprendí que una mujer tan viajera, tan cosmopolita no conociera esa ciudad tan histórica y tan viva que es Valladolid.
 
/upload/fotos/blogs_entradas/tanger_2_med.jpgSeguro que conoce Tánger. Una de las ciudades más literarias de nuestro mundo. Refugio de escritores, músicos, pintores, buscadores de fortuna y de derrochadores de fortunas y de vidas. Esa ciudad que en el cine se llamó Casablanca, es una ciudad que ya apenas existe en el recuerdo, en la imaginación de algunos supervivientes. Para evocar esa belleza canalla de una de las ciudades más atrevidas, de mejores fiestas- aunque fueran a puerta cerrada- de un tiempo en que muchos creyeron que la vida no debería ser una cosa tan seria. Disfrutaron, bebieron, amaron, se enmascararon y se quitaron sus máscaras. Estuve con uno de los últimos representantes de aquella generación de elegantes y extravagantes, el sentimental y nervioso, Pepe Carretón superviviente de la esta vieja dama que fue Tánger. Ciudad que ya solo podemos conocer a partir de lo que otros contaron. Callaron algunas de las mejores historias por eso, de vez en cuando, me gusta encontrarme con Carletón, el último superviviente de una mítica foto dónde pasaban las irreales tardes, las noches sin fin en compañía de los Bowles o del joven, demoníaco con aspecto angelical llamado Truman Capote.
 
Tánger, esa Tánger, es ahora imaginación. Pasado e irrealidad. Hay otra Tánger, también nocturna, abierta a las sorpresas. Me gusta pensar que un día me tocará la sorpresa. Como de vez en cuando tengo la ilusión de que me tocará la lotería. Tánger vale el juego, merece el riesgo de encontrar su oculta vida en alguna noche de octubre.

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28 de octubre de 2008
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El Boomeran(g)
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