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Un presidente para el declive

Es muy discutible que Estados Unidos sea una nación en decadencia, en pleno crepúsculo. No hay que pararse a los datos más manidos, como su ventaja universitaria, intelectual, tecnológica y cultural, sus empresas de punta y sus multinacionales, su capital humano y sus recursos naturales. Basta con apelar al ejemplo de estos días. Unas elecciones como las que ha vivido este país en los dos últimos años, contando la pre campaña de lanzamiento de las candidaturas, después las primarias de los dos grandes partidos y terminando por la elección presidencial, constituye una demostración de cultura política, vitalidad organizativa y dinamismo social y a la vez un colosal catálogo de las formas de democracia, desde los modelos todavía asamblearios que vienen de un mundo rural, como es el caso de los caucuses, hasta las votaciones electrónicas en distintas modalidades aplicadas en algunos estados. Sus medios de comunicación, prensa incluida, son todavía los más competitivos y de mayor calidad del planeta, y sus periodistas, los más combativos e inquisidores con los pecados del poder.

De manera que no nos sirven, me parece, las teorías acerca de la decadencia irremisible de los norteamericanos, y el acontecimiento que vamos a vivir mañana lo demuestra. Otra cosa distinta es que Estados Unidos se halle, efectivamente, en un momento de profunda depresión a diestro y siniestro, porque sus dirigentes propusieron unos objetivos y plantearon unos métodos drásticos y comprometedores para alcanzarlos, de manera que no se alcanzaron los objetivos pero los métodos sí consiguieron herir a quienes los aplicaban. Y que esto tenga unas repercusiones desastrosas en la falta de liderazgo y de conducción de la comunidad internacional.

Una superpotencia única como es la americana, decidida a aplicar las reglas del derecho internacional y a jugar con las únicas ventajas de su enorme tamaño económico y su grandioso prestigio histórico para construir un orden planetario justo, no tan sólo no tendría por qué caer en decadencia en un mundo en condiciones como las actuales, sino que contaría con más y mejores cartas para mantener su hegemonía mundial. Bush padre quiso hacerlo y Joseph Nye lo ha teorizado con su célebre distinción entre el poder duro de los ejércitos y el poder blando de la diplomacia y de los negocios.

/upload/fotos/blogs_entradas/robert_kagan_med.jpgRobert Kagan, uno de los ensayistas más destacados entre los neocons y autor de la distinción entre la Europa que es de Venus y los Estados Unidos que son de Marte, publicó el pasado jueves en el Washington Post un artículo notable en el que explica que parte de la sociedad americana teme que Obama sea el candidato adecuado para gestionar la liga de descenso de división internacional. Kagan denuncia las teorías declinistas, que remontan a Cyrus Vance y su teoría de los ‘límites del poder', siguen con Paul Kennedy y su ‘sobrecarga imperial', Samuel Huntinnton y la ‘soledad de la superopotencia', y culminan ahora con el mundo ‘posamericano' de Fareed Zakaria, el planeta ‘apolar' de Richard Haas y la ‘caída de América Inc' de Fukuyama. Admite que personalmente "Obama debe reconocerse que ha hecho poco para corresponder a las solicitaciones de los declinistas".

Pero ya está dicho. "El riesgo del actual declinismo no es que sea verdad sino que el próximo presidente actúe como si lo fuera". Kagan asegura que los declinistas dibujan un pasado ideal, que nunca se correspondió con la realidad, en que el mundo entero bailaba a tenor de la música de Estados Unidos. De ahí es fácil deducir la conclusión. Kagan la esconde, entre otras razones porque está vinculado a la campaña de McCain y porque prefiere evitar la directa implicación partidista en su actividad como periodista. Su candidato no juega al declinismo, antes al contrario, reivindica los instrumentos de dominación y la moral del dominador; mientras que no puede dejar de insinuar que Obama hace exactamente lo contrario.

Pero lo que Kagan no dice es que el mito de la América ideal que se impone como superpotencia única no lo han inventado los intelectuales de izquierdas, sino precisamente sus amigos neocons, que lo han aplicado a conciencia estos últimos ocho años durante la presidencia de Bush con perversos efectos sobre el prestigio y la capacidad de maniobra de Washington en el mundo. Si hay ahora quienes sostienen ideas tachadas de declinistas es por que alguien hubo en los últimos tiempos que creyó fervientemente en la entrada de Estados Unidos en una época dorada de dominación unilateral.

Los ocho años de Bush han constituido en este sentido una severa cura de humildad, que algunos de los propios halcones han comenzado a aceptar. Y lo que cabe suponer precisamente es que un presidente McCain constituiría una nueva contribución al descenso de división, por la mera insistencia en los mismos errores que lastraron la última presidencia, mientras que un presidente Obama constituiría, muy al contrario de lo que se insinúa, la única oportunidad de que Estados Unidos recupere terreno y protagonismo mundiales, sobre todo mediante la utilización de nuevo del poder blando.

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3 de noviembre de 2008
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Especial de difuntos / II

II. Más fantasmas fallecibles. 

Me restan otras dos calaveras, cuyos protagonistas no son menos etéreos e imposibles que Miss Hilton. Creo firmemente que Michael Jackson difícilmente pasa de ser un holograma, y Paloma Picasso debería serlo. Uno y otro se empeñan en dar prueba de su existencia y consiguen el efecto contrario. Asumiendo que alguna vez vivieron -cosa muy peliaguda de certificar- ambos son candidatos idóneos al fugaz epitafio del 2 de noviembre. Prometo, en lo posible, no volver a hacerlo.

 

 

Para el magno funeral
de Jackson, el ex mulato,
se pidió a los convidados
(aun a los acongojados)
que eviten del luto el boato
y vistan de carnaval.

Pero, ojo, carnaval blanco
(código neverlandés).
Él, que hizo de Elvis su suegro,
a nadie quiso de negro
,
advierte en perfecto inglés
un viejo pirata manco.

El Peter Pan blanquecino
yace en su cajón pastel
luego de que Campanita
(¿o sería Caperucita?)
exclamara, al dar con él:
¡Mierda, ¿quién se echó a ese albino?!

 

 

Un pintor con buena vista
no siempre solo se basta
para pintar un retrato
provisto de buen olfato.
Pero Pablo, iconoclasta,
tuvo un capricho de artista.

"Paloma", le puso a la obra,
mas no le plantó ni un ala,
y desde entonces se asume
ave, mujer y perfume,
más la crítica, que es mala,
jura que como obra sobra.

Nunca fue chica cubista
ni ave de la época azul.
Por eso, cuando cayó
del árbol donde empolló,
con esa pose tan cool,
su fama de picassista,
ya ni siquiera logró
llegar al taxidermista.

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3 de noviembre de 2008
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Especial de difuntos / I

I. La calavera de Hilton.

Nunca había pergeñado una calavera. Que es un poco matar al personaje, a costillas de la persona. Mandarlo al otro mundo a punta de versitos, con el pretexto de que es Día de Muertos. En el más generoso de los casos, juguetear con su muerte para afirmar su vida. Intenté hacerlo con personajes que por algún motivo me parecían admirables, pero al segundo intento de matar tiernamente a Ana Ivanovic entendí que deseaba cualquier cosa menos llegar al folklórico género consumando tamaña carnicería. Más propio me parece, para el caso, matar a aquellos cuya existencia me parece más bien dudosa. Comienzo, pues, con la de Paris Hilton, en la certeza de que si un día la topara en la calle, correría cual si fuese el cadáver danzante de su abuelo...

 

 

"Nada te encuentro, Flaquita"
dijo a Paris el doctor
al terminar de auscultarla
y darse a diagnosticarla
en relación al tumor
con pinta de estalagmita
que despertara su horror
de princesa sibarita.

"Una cosita de nada",
opinó el especialista
frente a la radiografía,
pero ya Paris traía
el ánimo nihilista
de Britney recién rapada.

"No di con nada de nada",
bramó el forense rendido
ante tanta nadería.
Nada de noche y de día,
nada ser, nada haber sido:
Nada rubia embalsamada
(eso sí: ya no tan fría).

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3 de noviembre de 2008
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Andrés Caicedo: Acostumbrarse a la tristeza

Cuando se cuenta cómo, durante la segunda mitad del siglo veinte, la literatura latinoamericana exploró el paisaje urbano y el impacto de los medios visuales –el cine, la televisión-- en la cultura popular, se tiende a hablar de Cabrera Infante, de Puig, un poco de la Onda —Agustín, Sainz--, para terminar con Alberto Fuguet y la antología McOndo. Falta, sin embargo, alguien muy importante en ese relato: el colombiano Andrés Caicedo. Nacido en 1951 en Cali, apareció en el escenario cultural de su ciudad como una tromba, produciendo obras de teatro, dirigiendo revistas de cine, filmando dos películas y reseñando todos los libros. Cuando uno ve todo lo escrito por él, cuesta creer que se haya suicidado en 1977, con apenas veinticinco años.

Caicedo encarna a la perfección el mito del adolescente eterno, alguien a quien vivir más de veinticinco años le parece una “insensatez”. Es un producto redondo de los años sesenta, que ensalzan la rebeldía juvenil, que idolizan la inmadurez adolescente. Hay en sus obras algo de sus contemporáneos de la Onda, pero a diferencia de ellos lo suyo no se acaba en el gesto contracultual del joven que usa el sexo, las drogas y el rock como forma de rebelión ante sus padres y la sociedad; junto a ese gesto está, también, la actitud de un crítico serio, que ha leído a Borges, a Pinter, a Ionesco, y que está buscando obsesivamente cierta plenitud que sólo puede darle los libros, las películas: “me hace falta un nuevo fervor por algún escritor, así como lo tuve por Poe, Vargas Llosa, Lowry, Henry james, Hawthorne, Styron”.

La escritura de Caicedo es incontinente, y eso es, a la vez, su gran virtud y su principal defecto: en sus mejores páginas, las ideas y las imágenes se encabalgan una tras otra como en un ejercicio virtuoso de escritura automática; en las peores, todo produce la sensación de un vómito verbal. Caicedo tenía más cosas en la cabeza que tiempo para escribirlas, y se notaba. Igual, en cualquiera de sus textos late una desasosegada energía: “no es que pregunte dónde estoy, quién soy, ni ninguna de esas tonterías, lo que pasa es que tengo que acomodarme a la tristeza, o aceptar que la desesperación es la única vía de acceso en este nuevo día”. Sus adolescentes desgarrados rechazan el orden social de sus padres, pero no saben con qué reemplazarlo; ésa es su tragedia.

Si bien Caicedo fue descubierto en los noventa por algunos narradores colombianos de la nueva generación –Efraím Medina entre los principales--, ha sido hasta ahora, sobre todo, un escritor de culto, más conocido en el mundo de los críticos de cine que en el de la literatura latinoamericana. Con Mi cuerpo es una celda, su “autobiografía” armada por Alberto Fuguet a partir de textos inéditos del colombiano, eso está a punto de cambiar.  

(La Tercera, 1 de noviembre 2008)

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3 de noviembre de 2008
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IV. Desmontar la tormenta perfecta

Rifkin, como buen profeta, no se hace cargo solamente del desastre, sino de las propuestas para cambiar la situación de catástrofe, aunque a los oídos de muchos, por muy espantados que se hallen, suenen utópicas.

Predica que hay que volver a inventarlo todo, el sistema financiero, las maneras de enfrentar la calamidad ecológica, y la producción y el suministro de energía. Desmontar la tormenta perfecta. Si han estado a mano 3 billones de dólares para financiar la guerra de Irak, y otros 3 billones para regalar a los bancos en quiebra, alega, no puede dejar de haber otros 3 billones para buscar como salvar al planeta del desastre ecológico. Parece simple, por eso suena utópico.

Y su solución propuesta, conlleva, además, democratizarlo todo, más utópico aún. Democratizar la energía, por ejemplo, volviéndola barata, como se ha logrado con las comunicaciones, una energía de generación doméstica.

¿Y el sistema financiero, es democratizable?

Por el momento, no lo parece, cuando se ha puesto a los mismos gatos a cuidar la leche. Los recursos aportados desde el gobierno de Estados Unidos para buscar como sanear a los bancos, han sido confiados a los mismos que los quebraron. Eso si que no es utópico, sino real.

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3 de noviembre de 2008
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Las dos Américas, en el estrado

Es una época que termina. Su final no sigue el guión que habían escrito Bush y sus amigos. El propio candidato republicano se ve obligado a subrayarlo constantemente: "Yo no soy Bush". "Si usted quiere enfrentarse a Bush debió presentarse a las elecciones hace cuatro años", le dijo a Obama en el tercer debate televisivo. Los historiadores se disputan sobre cuándo y cómo empezó esta época. Si fue con Nixon, presidente con aspiraciones absolutistas e imperiales que fue derribado por el Congreso y por la prensa. O si fue con Reagan, el presidente que protagonizó la revolución conservadora y pidió a Gorbachov en Berlín que tirara ese muro. Pero el hito no debe estar necesariamente en la Casa Blanca. No muy lejos, a poco más de una milla a su izquierda, detrás del Capitolio, está el edificio donde se tomó una decisión trascendental en 1973. El Tribunal Supremo falló a favor de una mujer (Jane Roe) y contra el abogado del Estado de Tejas (Henry Wade) en una sentencia histórica que reconocía el derecho al aborto y situaba fuera de la legalidad a la mayoría de las leyes restrictivas aprobadas por los Estados. Esta sentencia, conocida como el caso Roe versus Wade, fue la chispa que encendió la mecha del descontento entre el conservadurismo social y religioso, de forma que todo lo que ha sucedido en la política americana desde entonces puede interpretarse como el intento de revertir la decisión de la Corte Constitucional.

No es, por supuesto, el único caballo de batalla. Revertir la discriminación positiva a favor de las minorías, afianzar la pena de muerte, prohibir los matrimonios entre personas del mismo sexo, diluir las fronteras entre religión y política o ensanchar los márgenes de poder del presidente son los principales capítulos en los que se enfrentan las dos Américas, en el terreno judicial, naturalmente, y en el político. El poder de los jueces es tan grande que puede llegar a determinar una elección presidencial, como sucedió en 2000, cuando el Tribunal Supremo ordenó la paralización del recuento de votos en Florida, después de que Al Gore obtuviera de tribunales inferiores el derecho a revisar numerosas votaciones irregulares. Aquel caso determinó directamente el curso de la historia: si hubiera seguido el recuento es seguro que Al Gore habría alcanzado la presidencia.

Entre todas las decisiones presidenciales, las que dejan en todo caso mayor huella en la sociedad norteamericana son los nombramientos de jueces, que no se limitan al Tribunal Supremo, sino que se extienden a los trece tribunales de apelación que realizan funciones de corte de último recurso en multitud de casos y que afectan a centenares de magistrados y fiscales. La apertura de la sociedad americana a los cambios de costumbres ha recibido el acompañamiento y en algunos aspectos el impulso de los nombramientos de jueces progresistas durante la larga época de hegemonía demócrata que empezó en 1932, con la presidencia de Franklin D. Roosevelt, y que puede darse por terminada con la de Ronald Reagan en 1980. Eisenhower no respondía a la idea de un presidente conducido por la ideología; Nixon y Ford fueron también casos aparte. El primero, más ocupado en la política internacional y en el fisgoneo político dentro y fuera de la Casa Blanca que en las cuestiones de sociedad. El segundo, incapaz de sintonizar con los aires ultraconservadores que se avecinaban, hasta el punto de que su esposa, muy apreciada por la opinión pública, se atrevió a realizar en 1975, un año antes de las elecciones presidenciales, unas inocentes y explosivas declaraciones en las que apoyaba el aborto, el sexo fuera del matrimonio y la marihuana. Fue derrotado en las presidenciales por el demócrata Jimmy Carter, mucho más conservador que la señora Ford en cuestión de costumbres.

/upload/fotos/blogs_entradas/the_return_of_the_imperial_presidency_and_the_subversion_of_american_democracy_med.jpgCon la presidencia de Reagan, calificada de transformadora por todos los historiadores, tampoco se produjeron grandes cambios respecto a este capítulo, aunque la siembra neoconservadora que se ha recogido en los ocho últimos años fue intensa y eficaz. El periodista Charlie Savage, autor del libro 'El regreso de la Presidencia Imperial y la subversión de la democracia americana', ha hecho balance de la cuidadosa actividad de George W. Bush durante sus ocho años de presidencia, nombrando jueces según criterios fundamentalmente de identificación ideológica. Ninguno de los presidentes anteriores, incluidos los republicanos y su propio padre, había realizado nombramientos tan sectarios, atendiendo únicamente a su identificación con el conservadurismo social. En vez de chequear los currículos de los candidatos a ocupar las plazas con la American Bar Association (la asociación de abogados), ha venido utilizando el filtro oficioso de la Sociedad Federalista, un club de abogados ultraconservadores creado en las universidades de Yale, Harvard y Chicago para contrarrestar la actividad de los jueces liberales (progresistas en lenguaje europeo).

Hay que notar que, bajo la presidencia de Bush, la ideología no ha sido en muchos casos el móvil para el nombramiento o en su caso la destitución, sino directamente los intereses partidistas, debidamente envueltos en coartadas ideológicas. El ex fiscal general, Alberto Gonzales, ha sido sometido a investigación parlamentaria y de la inspección judicial por la destitución de siete fiscales por criterios políticos. Los planes de destitución alcanzaban a casi 30 fiscales y presumiblemente habían sido coordinados entre la Casa Blanca y el departamento de Justicia, presidido por Gonzales, en una acción muy bien coordinada para controlar a los tribunales en la que participó el propio mago electoral de Bush, Karl Rove.

El balance de los ocho años de Bush en el capítulo judicial no puede ser más desolador. Actualmente hay mayorías conservadoras en 10 de las 13 cortes de apelación, de forma que la elección de un presidente republicano significaría que esta mayoría se ampliaría a todos los tribunales. De los 164 jueces que componen los tribunales de apelación, hay 101 nombrados por presidentes republicanos, de los que 61 lo han sido por Bush. Casi la mitad de estos jueces son miembros de la Sociedad Federalista. Cuando Bush llegó a la Casa Blanca había prácticamente un empate entre jueces conservadores y jueces liberales. Pero a pesar de los desperfectos, la sentencia Roe versus Wade, obsesión de la derecha social, no ha sido revocada.

Si gana Obama se mantendrá el equilibrio, como mínimo durante el primer mandato, principalmente en el Supremo, donde lo más probable es que se produzcan vacantes entre los magistrados liberales. Si es McCain quien vence, en cambio, la época que empieza significará en el capítulo de costumbres todavía una vuelta de tuerca, un nuevo viraje a la derecha y es altamente probable que Roe versus Wade sea revocada. El senador por Arizona empezó su campaña en el centro político cuando debía enfrentarse en las primarias republicanas a una pléyade de personajes que competían entre sí en su extremismo conservador. Pero se lanzó a la competición con Obama después de comprometerse con los grupos de presión conservadores para seguir realizando nombramientos de jueces en la misma línea que George W. Bush.

El envite es muy serio en el caso del Tribunal Supremo, donde actualmente hay un equilibrio precario, con empate a cuatro y un voto cambiante según el tipo de temas que se trate, de forma que en los temas de sociedad suele dar un resultado progresista. Este equilibrio se romperá con un presidente republicano a favor de los jueves conservadores. Los magistrados del Supremo tienen un mandato vitalicio, algo que abre márgenes a la actuación independiente respecto al color del presidente que ha hecho el nombramiento. Ahora mismo son dos magistrados tachados de liberales los de mayor edad y los dos más jóvenes, en cambio, son los que ha nombrado George W. Bush.

Esta derecha judicial tan extremista, en cambio, considera que si gana Obama se producirá un fuerte giro a la izquierda. Steven Calabresi, uno de los fundadores lo tiene muy claro y ha expresado su profunda preocupación por "las opiniones extremadamente izquierdistas de Obama acerca de los jueces". Calabresi cita unas palabras del candidato demócrata del pasado año ante una asociación de padres de familia para fundamentar la idea de que los jueces que nombrará no atenderán a la ley y a la Constitución, sino a la simpatía que les despierten los acusados. Éstas son las palabras del candidato demócrata: "Necesitamos a alguien que tenga el corazón y la empatía de reconocer qué significa ser una joven madre adolescente. La empatía de entender qué significa ser pobre, afroamericano, homosexual o disminuido físico o viejo. Y éste es el criterio por el que voy a elegir a los jueces".

La catástrofe que anuncia Calabresi conducirá a que se reconozca el derecho constitucional a la asistencia del Estado, que se establezca un mandato federal a favor de la discriminación positiva, el derecho al aborto con dinero público, la abolición de la pena de muerte, procedimientos ruinosos de los accionistas contra los directivos de las empresas, y a la aprobación de indemnizaciones multimillonarias contra negocios legítimos de tabaco o comida por supuesto atentado a la salud. Todo esto suena a incompatible con la Constitución Americana, a orejas de los juristas neocons de la Sociedad Federalista. De ahí que se planteen una duda inquietante sobre la capacidad de Obama de "jurar en buena fe que 'preservará, protegerá y defenderá la Constitución', tal como se exige al tomar posesión de su cargo".

El fondo del debate que se disputa sobre todo en el Tribunal Supremo concierne al enfrentamiento entre dos interpretaciones de la Constitución abiertamente contradictorias. De una parte, están los juristas que consideran la Constitución Americana, con sus correspondientes enmiendas, como un texto a aplicar de forma literal, tal como la concibieron los padres fundadores. Son los originalistas, que han partido de los poderes presidenciales establecidos originalmente en el texto constitucional para elaborar una teoría antidemocrática y premoderna respecto a la división de poderes y a los márgenes de acción del presidente, sobre todo en tiempo de guerra. En este punto es donde engarza el conservadurismo social con el belicismo conservador. Los originalistas rechazan, naturalmente, toda jurisdicción y jurisprudencia extranjera o internacional, incluidas por supuesto las Convenciones de Derechos Humanos y los tribunales internacionales, como algo ajeno al constitucionalismo americano, y constituyen así la vertiente jurídica del unilateralismo en las relaciones internacionales.

/upload/fotos/blogs_entradas/el_presidente_de_estados_unidos_george_w._bush_en_su_comparecencia_en_los_jardines_de_la_casa_blanca._med.jpgLa presidencia de George W. Bush no hubiera sido la misma sin los márgenes de acción que obtuvo gracias a los atentados del 11-S y a la declaración de una guerra global contra el terror -para la que recibió, además, poderes parlamentarios- de la que se sabe todo de cómo empezó, pero nada sobre cómo y cuándo acaba. O sí: acaba si vence en las elecciones un presidente que no se adscribe a esta teoría originalista y al colofón de la presidencia imperial que se deduce. Los juristas neocons han puesto nombre a esta cosa monstruosa que le ha crecido a la democracia norteamericana en los ocho últimos años: es la teoría del ejecutivo unitario, un eufemismo para la concentración de poder, la marginación del Parlamento, el asalto de la justicia y la intimidación de la opinión pública.

Entre los juristas más relevantes que han defendido estos puntos de vista están naturalmente quienes han asesorado a George W. Bush en la Casa Blanca durante los últimos ocho años, y han escrito los memorandos de justificación de numerosas transgresiones de la Constitución, como la práctica de la tortura, la anulación del hábeas corpus o las escuchas sin control judicial. Si vence McCain es muy probable que desaparezca del todo la Casa de los Horrores de Bush, sus nombramientos partidistas o las prácticas más escandalosas que afectan a los derechos individuales. Pero persistirá el originalismo y seguirán los nombramientos de jueces conservadores, con todo un potencial regresivo. Si vence Obama, en cambio, se abrirá paso la otra tendencia, la que considera la Constitución como un texto abierto a los cambios y por tanto adaptable a las circunstancias de la sociedad de hoy. Son los interpretacionistas, a los que la derecha considera como subjetivos y propensos a dar el gobierno a los jueces, para que tomen decisiones que no han pasado ni por el Congreso ni por la Casa Blanca.

Obama sólo podrá en una primera etapa mantener el estado de las cosas, lo que ya es mucho. A fin de cuentas, las decisiones que toma el Tribunal Supremo norteamericano terminan también irradiando en todo el mundo, y en primerísimo lugar en Europa. No es arriesgado apostar que una reversión de la sentencia Roe versus Wade se traduciría inmediatamente en una oleada a favor de la penalización del aborto en toda Europa. McCain no es Bush, pero es lo que más se le parece.

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2 de noviembre de 2008
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Todo Obama

Tan difícil como conducir la vida de uno mismo es hacerlo con la propia biografía. En política, es más frecuente tropezar con el político que es víctima de su biografía que lo contrario, una biografía que aparezca como la cuidada construcción de una personalidad bajo cuyo control se desarrolla tanto la escritura sobre su peripecia vital como la propia peripecia vital que le sirve de base. Barack Obama, ese político que combina una oratoria emotiva y cálida con una personalidad fría y tranquila, es de momento un ejemplo de maestría autobiográfica que permite modelar la propia vida como una cuidada narración. Esta circunstancia tiene mayor relevancia en el caso del candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos porque esta elección y este tiempo son los de la utilización de la vida como mensaje político. El mensaje político que funciona en la época posideológica y pospolítica tiene la forma de un relato creíble y funcional que los ciudadanos pueden utilizar como identificador y orientador en sus vidas y en sus comportamientos electorales. El político posmoderno necesita contar con una potente biografía, capaz de sintonizar con las mayorías que deben apoyarle, y a la vez debe saber contar sus ideas políticas a través de relatos, de historias concretas, con rostros, nombres, apellidos y aliento vital.

Barack Obama ha demostrado hasta ahora que está extraordinariamente dotado para la política contemporánea. En primer lugar, porque cuando tenía apenas 33 años y apenas podía intuir que algún día se dedicaría a la política parlamentaria y llegaría a bregar por la presidencia de Estados Unidos, supo escribir una indagación sobre su identidad personal y familiar, dándole la forma de un relato autobiográfico, que se convirtió en un éxito editorial. Más tarde, porque ha sabido poner su propia historia biográfica al servicio de una rápida y brillante carrera política, cuya coronación entraña de nuevo un elemento narrativo potentísimo: si vence será el primer afroamericano que llega a la presidencia de un país en cuya fundación pesaron decisivamente los grandes propietarios rurales esclavistas, libró una guerra civil por causa de la esclavitud y hasta la década de los sesenta mantuvo leyes segregacionistas.

El talento político de Obama es, directamente, talento narrativo. Sabe contar su propia vida y sus ideas como fruto de su experiencia vital y sabe utilizar las historias de vidas, las biografías, como apólogos que le sirven para discutir y transmitir sus ideas políticas. Es un escritor de los dos libros que ha publicado hasta ahora y es también un escritor de muchos de sus discursos, que además se nutren muy claramente de sus libros y encajan como un calcetín en su narrativa. Así sucede con su discurso a la Convención Demócrata de 2004, con el que se dio a conocer en todo Estados Unidos, su discurso de lanzamiento de su candidatura presidencial en Springfield el 10 de febrero de 2007 o una pieza oratoria como su discurso sobre la raza, ya durante la campaña electoral, en respuesta a la crisis provocada por los sermones extremistas de su mentor espiritual, el pastor Wright. Los ghostwriters que trabajan con él se parecen más a los negros del taller de Alejandro Dumas que a los escribidores de discursos de la mayoría de los políticos, normalmente incapaces de escribir directamente de su mano una pieza oratoria y menos aún un libro.

El resultado, además de brillante, es muy útil. Todo Obama está ahí. Todo liga, cada episodio tiene su papel, todo es coherente; no hay que temer que responda a una influencia extraña o sobrevenida: sus ideas políticas, su estilo conciliador y dubitativo, su empatía por los puntos de vista ajenos, incluidos los más reaccionarios, el papel de la identidad familiar en la modelación de la propia vida, o la importancia del sentido de pertenencia en la fabricación de la ciudadanía. Sólo con una leve salvedad, digna de ser subrayada: su itinerario vital es más radical que sus ideas. La vida de Obama es la de un militante afroamericano, un abogado de los desposeídos, un agitador social y político que decide participar en la vida parlamentaria y aspira a alcanzar el máximo poder posible para poner sus ideas en práctica. Sus ideas, en cambio, muy reflexivas y dialécticas, fruto de la discusión y de una buena capacidad de escucha, son muy moderadas y centristas, movidas casi siempre por un impulso conciliador. Obama no es el negro airado prototípico porque desde muy joven, probablemente desde el final de su adolescencia, se esforzó por alejar su vida y su carácter de esta imagen negativa.

/upload/fotos/blogs_entradas/obama_los_sueos_de_mi_padre_med.jpgLos sueños de mi padre es una excelente narración autobiográfica que ha interesado al lector norteamericano mucho antes de que su autor se proyectara sobre la política nacional. La indagación sobre el padre, que abandonó su familia cuando el autor tenía dos años y no volvió a verlo más que de forma muy episódica ocho años más tarde, se convierte además en una indagación sobre la identidad afroamericana, en la estela todavía de Raíces, de Alex Haley, la novela que se convirtió en una serie televisiva de impacto espectacular en 1977. La audacia de la esperanza, escrito al empezar su carrera de senador en Washington y publicado en 2006, es un libro más directamente político, en el que también se percibe el talento pedagógico del profesor de derecho constitucional y un claro atisbo de ambición presidencial. En uno y otro no faltan algunos episodios poco convincentes, resueltos con talento narrativo que no consigue maquillar la voluntad de fabricar una imagen positiva de su autor: en su contacto con la religión, por ejemplo. Lo mismo sucede con algún vacío, que ha sido ya subrayado, acerca de sus años en Nueva York. Pero tampoco faltan los episodios de signo contrario, de sincera expresión conflictiva, algunos de los cuales han sido ya aprovechados por sus rivales electorales. En ambos hay material suficiente para ir cotejando vida y literatura hasta ahora y a partir de ahora.

El nombre del autor, del artista, es un elemento esencial en la obra literaria. Es la marca que hay que vender y que debe encajar con lo que significa. En el caso de Obama es una marca controvertida y discutible, que le da pie también a una pequeña historia. En septiembre de 2001, según cuenta en La audacia de la esperanza, organizó un almuerzo con un consultor político que nada más empezar le señaló cuánto habían cambiado las cosas en su contra después del 11-S: "Es realmente muy mala suerte. Ahora no puedes cambiar el nombre, por supuesto. Los votantes sospechan de este tipo de cosas. Quizás si estuvieras en el principio de la carrera podrías utilizar un seudónimo o algo así, pero ahora...". Con este nombre ha triunfado en la edición y dentro de 72 horas intentará hacerlo en la historia.

'Obama. Los sueños de mi padre. Una historia de raza y herencia'. Barack Obama. Traducción de Fernando Miranda López y Evaristo Páez Rasmussen. Almed Ediciones. Granada, 2008. 425 páginas. 22 euros. 'Barack Obama. La audacia de la esperanza. Cómo restaurar el sueño americano'. Barack Obama. Traducción de Claudia Casanova y Juan Eloy Roca. Península. Barcelona, 2008. 400 páginas. 22 euros. 'L'audàcia de l'esperança'. Barack Obama. Traducción de Esther Roig. Editorial Mina. Barcelona, 2008. 520 páginas. 22 euros.

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1 de noviembre de 2008
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Carmen Boullosa en Ithaca

Carmen Boullosa estuvo de visita en Ithaca. Llegó entusiasmada por el último ejemplar de la revista Crítica de la universidad autónoma de Puebla ("la mejor revista literaria latinoamericana"), y comenzó su charla leyéndonos dos poemas publicados allí, de Lizalde y Pacheco, que aludían al catastrófico escenario mexicano actual, en el que parece haber triunfado el "dictado sicótico de las drogas". Sí, hay crisis en México, nos dijo Carmen a los profesores y estudiantes reunidos en la A.D. White House, en todos los frentes -en la política, en la economía- excepto en las artes: "a la novela, a la poesía, no la intimida la desgracia; al contrario, la alimenta".

Carmen nos leyó un cuento escatológico sobre Darío, Paz y un fantasma en Nueva York. El cuento pertenece a su último libro, El fantasma y el poeta (Sexto Piso), y puede leerse como una metáfora sobre los escritores que se comen a otros escritores para sobrevivir. También, como parte de un proyecto en el que Carmen ha estado empeñada desde su llegada a Brooklyn seis años atrás: reclamar la ciudad de Nueva York como nuestra, insistir en su lado latinoamericano. De hecho, yo conocí a Carmen en persona cuando ella me invitó, casi tres años atrás, a una serie de charlas en la desaparecida librería Lectorum en Nueva York, que reunía a algunos escritores latinoamericanos y españoles que viven allá: Eduardo Mitre, Eduardo Lago, Naief Yehya, Lina Meruane, Silvia Molloy, José Manuel Prieto. Recibí con timidez su invitación a quedarme en su casa en Brooklyn, pensé que se trataba de una formalidad, pero su insistencia me hizo ver pronto en que lo suyo era pura generosidad. Ése es el rostro que siempre he visto de ella.

Carmen terminó hablando de la subversión que significa escribir en español en un país que se precia de ser monolingüe. Mencionó los cambios en la relación de sus novelas con la historia (en la época de Son vacas, somos puercos, mi novela favorita de Carmen, narradores con perspectivas limitadas, y omniscientes a partir de La otra mano de Lepanto, debido a que las últimas novelas son más bien épicas). Fuimos a comer con un grupo de estudiantes, y la dejé temprano en el hotel; tenía que levantarse a las siete de la mañana, quería volver a Ithaca vía Syracuse; en el tren podría, con calma, revisar el manuscrito de su última novela, El complot de los románticos, que acaba de ganar el prestigioso premio Café Gijón en España.

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31 de octubre de 2008
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¿Saber leer o hacer lectores? (2)

Enseñar literatura es una de las tareas más difíciles que existen. Enseñar en general en difícil porque no sólo tienes que trasmitir conocimientos sino el amor por ellos. Y no exagero al decir amor, porque si sólo es cariño se trasmite mucho menos. El desgaste es considerable. Sólo el que ha sido o es profesor sabe el esfuerzo que exige estar a punto una clase tras otra. Se trata de una profesión que ha de ser vocacional porque de lo contrario se puede acabar loco. Yo lo he probado, me he dedicado a enseñar durante bastantes años y puedo decir que después de cuatro horas seguidas acababa completamente agotada como si me hubiese chupado la sangre a mí misma. A veces lo echo de menos y cuando en la Feria del Libro de Madrid se me acercan los alumnos o me los encuentro casualmente en algún sitio me siento compensada por aquella labor, me satisface haber dejado mi grano de arena, y que aquellos estudiantes que se quejaban porque les hacía leer en clase una y otra vez alguna estrofa o algún párrafo y se volvían a casa sin unos míseros apuntes ahora me confirmen que no estaba completamente equivocada y que la lectura forma parte de su vida.

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31 de octubre de 2008
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¿Patio trasero?

Ya se vota en EE.UU. y la prensa actúa sin vergüenza en todas partes al vendernos como una pelea entre McCain y Obama lo que no es más que la tan esperada jubilación del peor equipo republicano desde la creación de un estado federal en América del Norte. Lo importante no es lo que viene en los próximos días sino lo que vendrá después, en el momento de limpiar una catástrofe a muchos niveles (finanzas, diplomacia, seguridad, etc.).

/upload/fotos/blogs_entradas/eula_med.jpgLo que se debe notar en este momento de gran esperanza es que no hay nada que ver con relación a América Latina. Ni se habla del famoso "patio trasero" de Washington. Desde el 11 de septiembre y las catástrofes de Irak, Pakistán-Afganistán, lo que pasa en América Latina es sobre todo un asunto de los propios latinos. Para mí es una buena noticia. Leí con gran interés las recomendaciones de Michael Shifter (responsable de la ONG Interamerican Dialogue) para la nueva administración. Es un largo texto en inglés pero, por el momento, es lo mejor que hay y merece un resumen en unos puntos.

Ya no hay patio trasero.

El problema número uno para EE. UU. en América Latina, muy por encima de las provocaciones de Chávez, es la falta de seguridad en México. Este país no es el patio trasero sino la puerta de atrás y no se puede permitir tanto descontrol interno.

La crisis financiera es una crisis para México, América Central y la parte del Caribe que dependen de las remesas desde EE. UU.

Brasil y Chile son fuerzas que avanzan sin preocuparse tanto de lo que pasa en Washington. Tienen sus alianzas, sus negocios, su visión y su autonomía financiera.

Argentina, Perú, Paraguay y Cuba son casos aparte: su evolución interna es difícil de anticipar y allí Washington no puede influir en la escritura del guión del futuro.

Chávez hace grandes construcciones (diplomáticas, económicas, ideológicas, etc.) pero es también un gran soñador que será derrotado por la realidad.

En fin, América Latina espera muy poco de Washington. Y está bien. Si miramos la lista de los asesores en política internacional de Barack Obama (cuya victoria me parece previsible al contrario de lo que intenta decir la prensa para mantener la mala película de la elección hasta el final) vemos que no incluyen a especialistas de América Latina. Aún más: los dos que saben algo de la otra América (Daniel Tarullo y William Daley) se pronunciaron en contra de los acuerdos de libre comercio. En el patio trasero nadie espera que EE. UU. abra su puerta de atrás.

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31 de octubre de 2008
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El Boomeran(g)
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