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Axilas y otras historias indecorosas

El 15 de abril de 2029 moría Rubem Fonseca en su apartamento de Río de Janeiro. Aunque sólo le faltaban unos pocos días para cumplir noventa y cinco años aún se encontraba en activo. Pero su corazón no aguantó más y se paró para siempre. Rubem Fonseca era, para decirlo de forma suave, un tipo singular.

Tras graduarse en Derecho y ejercer como abogado durante un tiempo, en 1952 ingresó en el cuerpo de policía de Rio de Janeiro, dedicándose fundamentalmente a ejercer tareas diplomáticas y de mediación. Aun así, seguir muy de cerca el quehacer de sus compañeros le proporcionó un profundo conocimiento del submundo del hampa que luego se ha visto reflejado en su abundante y muy original producción literaria.

Durante los años que pasó en Estados Unidos pudo profundizar en los métodos policiacos más avanzados, pero aprovechó para cursar estudios tan alejados de su profesión como puedan ser la administración de empresas, la sociología o la psicología, prestando especial atención a diversas ramas de la medicina. Y no hay más que ver la variada, muchas veces ingeniosa y  siempre depravada tendencia al asesinato de sus personajes para constatar que, de haberse puesto del otro lado de la ley,  Fonseca podría haber sido un consumado homicida.

            Sin dejar de reconocer su gran influencia en la literatura brasileña posterior a la gran Clarice Lispector, sus contemporáneos siempre miraron a Fonseca con cierta prevención porque, como guía o ejemplo a seguir podía ser peligroso: su personaje más famoso, el abogado Mandrake, es un tipo cínico, rijoso, amoral y muchas veces difícil de diferenciar de los criminales a los que persigue. El suyo, el de Fonseca/Madrake, es un universo despiadado, inhóspito y marcado por la lujuria y los apetitos sexuales más inconfesables, aderezado todo ello con una violencia sin otro freno ni horizonte que el presidio. En las pocas entrevistas que concedió, y en eso mantuvo una actitud muy similar a la de su buen amigo Thomas Pynchon, Fonseca sostenía que al no estar condicionado por la verdad o la necesidad de ser objetivo, como les ocurre al historiador o al periodista,  un escritor debe tener el valor de decir lo que nadie más se atreve a decir, incluyendo las miserias corporales (heces, olores, secreciones, sangre, semen o supuraciones varias) y las miserias morales (ambición, afán desmedido de riqueza, celos y demás mezquindades que en los relatos “polticamente correctos”, se obviaban).

            Es de suponer que la irrupción de Quentin Tarantino en el universo de las imágenes narrativas inconvenientes fue un alivio para todos (ya fueran críticos o partidarios) porque si visualmente el director estadounidense y el escritor brasileño no son equiparables, por ejemplo en el caso de la violencia extrema y el uso que hacen ambos de la sangre a chorros y las vidas gratuitamente truncadas, sus respectivas operaciones son similares: en ambos casos la violencia y el dolor se subliman  hasta el paroxismo, logrando presentarlos como algo cómico y por lo tanto apto para todos los públicos. Y como ejemplos señeros basta recordar al personaje de Leonardo DiCaprio en “Érase una vez en Hollywood” quemando con un  lanzallamas a la hippy dispuesta a vaciarle la barriga a Sharon Tate armada con un cuchillo de cocina, o a algunos de los cuentos incluídos en la presente antología y en los que un asesino aficionado va matando gente por encargo hasta descubrir que la próxima y última víctima es él. Saber que la zona más negra y tóxica del ser humano encierra en sí misma un algo de cómico ayuda a conjurar sus aspectos más nocivos y no digo yo que el lector acabe aceptando con gusto a los protagonistas pero es de agradecer a Rubem Fonseca que al darles voz y rostro haya hecho más próximas y tolerables sus historias indecorosas.

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AXILAS Y OTRAS HISTORIAS INDECOROSAS

Rubem Fonseca

Traducción de Pablo del Barco

Francisco Ferrer Lerín, En dos palabras

Ed. Días Contados

 

 

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26 de abril de 2020
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2020. Dario del confinamiento (8) La verdadera oscuridad

La verdadera oscuridad es ocultar el mal, y el verdadero oscurantismo.

Cuando ocultamos el mal, a nosotros mismos o a los demás, no nos proyectamos en la positividad, nos proyectamos en las tinieblas, los historiadores lo saben mejor que nadie, y los psicólogos.

 

Estamos obligados a aceptar el dolor de nuestra propia historia, la del presente y la del pasado. La única prueba de madurez existencial es aceptar ese dolor. Ocultarlo crea fracturas psíquicas graves, y además todo acaba sabiéndose, más pronto que tarde.

Nada nos ampara en la noche de la existencia y hemos regresado la era de la niebla. Nos estamos enfrentando al coronavirus como nuestros antepasados se enfrentaban a la peste y al cólera, con la misma precariedad, con la misma vacilación. No ha habido adelantos en ese aspecto. Tres mis años de civilización reducidos a cenizas, como acaba de decir un gran historiador francés: Stéphane Audoin-Rouzeau, especialista en la Primera Guerra Mundial.

Mirad el calendario: estamos en el año 1300 antes de Jesucristo, al final de la Edad del Bronce. Si caminas por ciertos lugares verás sacrificios humanos entre densas humaredas.

Viajeros aturdidos se acercan a mi puerta y les pregunto de dónde vienen. “De la guerra de Troya”, me contestan.

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25 de abril de 2020
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Incluso niños

La semana en la que los niños andan excitados al saber que podrán salir a la calle, el presidente Torra me ha devuelto la niñez. Estaba yo precisamente fantaseando con el goce que los mayores tendremos a partir del día 27 al oír el bullicio de los más pequeños en el descansillo, y ver desde la ventana la infancia recuperada, aunque no del todo; no habrá aún deslices por los toboganes del parque, y el patinete raudo seguirá vigilado por papá o mamá. Estaba yo, ya digo, inmerso en mi ensueño cuando llegó la noticia: el pasaporte inmunológico para catalanes.

Habrán leído ustedes la propuesta, pero sólo quienes estén en torno a los 70 sabrán contextualizarla. En el año 1950 el régimen de Franco, en la ya acreditada y estrecha colaboración con la jerarquía católica, creó la Oficina Nacional Clasificadora de Espectáculos, que colgaba regularmente en la puerta de las iglesias sus anatemas: las películas de la cartelera estaban numeradas del 1 al 4, con la explicación al lado y el correspondiente color. Eran un anticlímax las películas blancas del 1, "para todos, incluso niños", y uno aspiraba al menos a ver las del grupo 2, azuladas y autorizadas "para jóvenes"; era la época del bombacho en los pantalones. Después venían las de mayores, según tus padres nada del otro mundo. Lo verdaderamente incitante era colarse en una de 3R, "mayores con reparos"; el listo de mi clase consiguió ver, camuflado entre sus tías, nada menos que Arroz amargo. Las de 4, "gravemente peligrosas", si morías de un atropello al salir del cine ibas directo al infierno.

El carné de Torra será, se dice, de obligado cumplimiento, y también tiene previstos colores, del rojo del gran riesgo al amarillo, que, como no podía ser menos, se identifica con el estar a salvo del virus. No hay datos de momento sobre su validez extra-sanitaria: ¿dará puntos patrióticos el tenerlo? Que todo sea en bien de la salud.

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24 de abril de 2020
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La causa de la naturaleza y la causa del animal de razón (XII): en los arcenes

Es bastante racional el estimar que de hecho las relaciones de producción existentes no permiten de hecho que el equilibrio ecológico se restaure. Pero para los gestores del mundo no se trata tanto de alcanzar tal objetivo sino de mantener a la población en el ensueño del mismo. Nadie ha comprobado el resucitar de la carne y ello no es óbice para que los que tal cosa predicen lleven siglos no sólo marcando las conciencias sino gestionando las implicaciones de tal sumisión desde un poderosísimo estado.
 

Y así mientras esperamos el día en el que el veganismo de la entera población haga ya innecesaria la militancia animalista o que la interiorización de los imperativos de salud haya acabado de hecho con la drogadicción, en los arcenes del mundo actual se multiplican los cuerpos humanos expuestos a la inclemencia, y en consecuencia (por fuerza al principio, pero más tarde simplemente por inevitable pérdida de la auto -estima ) seres humanos prestos a la mentira para obtener unos céntimos, o que lanzan una mirada furtiva temerosos de que alguien les vea hurgar en esa papelera en la que restos de alimentos pueden fácilmente ser mezclados con envoltorios de defecación canina.

Y voy más allá del caso límite de la mendicidad para referirme simplemente a la pobreza de carácter social. La pobreza no es un universal de la condición humana, es decir, algo que en una u otra medida toda sociedad ha de aceptar. No se debe confundir la pobreza social con la condición trágica de los seres humanos, con esa certeza que tienen los humanos, en primer lugar de su depauperación física (la pobreza o astenia, traducida emblemáticamente en la incapacidad final de reproducirse), en segundo lugar de ser seres de palabra que -en razón de su condición animal - van a morir. Asumir la finitud y la muerte es nuestro reto, pero no queremos ni debemos morir en la condición de indignidad en que muere un indigente. La pobreza es intolerable, simplemente porque no es compatible con la dignidad humana. Por ello se debe luchar contra todo resquicio de la pobreza. Ese es el auténtico combate. No hay ninguna modalidad de pobreza social que sea tolerable. La historia del anciano que muere solo, ignorado por sus vecinos, es algo más que trágica: es miserable. Y la miseria no tiene nada que ver con la tragedia.

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23 de abril de 2020
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Elogios

Me llama el afamado crítico literario XXX para decirme que mi último libro de poemas es el mejor... de los míos. Ahí se produce un silencio que él no altera, esperando, sin duda, que le agradezca lo que considera un elogio. ¡El mejor de los míos!, pero cuál es la calificación que otorga a los míos, ¿un aprobado raspado?; entonces el mejor de los raspados tampoco sería gran cosa, ¿no? Pero aun puede darse una situación peor, el veredicto que a menudo los autores hemos de oír con resignación, “ese es el poema (o relato) que me gusta", dejando claro que los demás no le gustan porque si le gustaran, aunque menos, hubiera dicho “ese es el poema (o relato) que más me gusta”, lo que quizá tendría un pase.

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23 de abril de 2020
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Los músculos del sufrimiento

Cada día, a las ocho y diez de la tarde, al terminar los aplausos, un vecino grita: "Gobierno dimisión". Ha ido subiendo el tono de señor enfadado hasta estremecer a los niños y a los cachorros del barrio. Como tantos otros ciudadanos indignados, creerá que su petición a pecho descubierto es imprescindible. Que en pleno estado de alarma, exigir que un presidente y sus ministros se vayan a casa escaldados, resulta una idea excelente y responsable. A las nueve, en cambio, oigo sus jadeos; creo que hace pesas en su patio porque él suda por España mientras exige un gobierno de expertos, es decir, de los suyos.
 

En las bancadas del Congreso hay caras graves, aunque a algunos miembros de la oposición se les escapan muecas de cinismo. Será por inercia, algo parecido a reírse cuando alguien se cae y se rompe la crisma. Las risitas enojan tanto como la frivolidad de aquellos que se van a pasar la Semana Santa al chalet de la playa. La estética de la ética es determinada. Mucho se ha discutido acerca del necesario control al Gobierno, tanto como de la imprescindible unidad que los ciudadanos esperan de nuestros representantes. Porque nada importan las banderas cuando en esta primavera negra el mundo entero es un macrotanatorio. Teníamos tanques, sí, pero nadie pensó en la importancia de poner más camas, más UCI, más respiradores, ni siquiera mi indignado vecino.

La relevancia ha alterado el orden. Seguimos teniendo las neveras llenas gracias a los que se juegan la vida por ello. Llaman a la puerta, desde la ventana veo entrar una capucha y un anorak mojados por la lluvia. Asoma la cara de un hombre, o lo que queda de él, y deposita una bolsa en el portal. En su expresión atisbo temor y resignación. Darwin acuñó la expresión "músculos del sufrimiento" en su etología del sentimiento de pesar, y lo describía así: "Los músculos fláccidos; los párpados caídos; la cabeza cuelga sobre el pecho contraído; los labios, las mejillas y la mandíbula interior se hunden por su propio peso. En consecuencia, todos los rasgos están alargados; y del rostro de una persona que escucha malas noticias se dice que cae".

Esta crisis nos refuerza en la idea de que conformamos un gran patchwork, un tejido humano que defiende la civilización y reivindica el valor de lo público. Una sociedad que no quiere caerse, que doma los músculos del sufrimiento y siente apremio por aprender de los niños, nuestros pequeños dioses que cada día curan del coronavirus a su colección de superhéroes. Nunca había tenido tanto sentido jugar a médicos.

 

@bonetjoana 

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22 de abril de 2020
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‘Ego te absolvo’

¿Sirve de algo la corrección política cuando llegan los problemas reales?
  
Durante unos años parecía que se había resquebrajado la fortaleza forrada con negras sotanas de la moral inviolable. Por primera vez en siglos los españoles podíamos examinar nuestra conciencia y tomar decisiones sin miedo al manotazo del clero. Fueron los felices años de la Transición, cuando en verdad creíamos que ya éramos capaces de usar nuestro libre albedrío y decidir en razón, como los adultos anglosajones y germanos. Había caído el muro de incienso de la Contrarreforma.
 

Era un espejismo. De inmediato se ha vuelto a levantar el fortín, sólo que ahora no está formado por una muralla de sotanas sino por otros atuendos no menos uniformados: coletas, rastas, jerséis de la abuela, toda suerte de disfraces que gritan: "Yo soy un moralista que odia la moral del Estado". Bien es verdad que ese nuevo búnker de la superioridad moral también ha entrado en el Estado y ha comenzado a caer en las inevitables corruptelas y chanchullos. Como los obispos que predicaban castidad y pobreza mientras su vida privada era un escándalo de riquezas y sometimientos, también ahora los moralistas se desmienten una y otra vez a medida que van siendo más ricos y poderosos.

Pero ese no es el asunto que nos ocupa hoy. Dejemos que los nuevos capellanes se corrompan debidamente. Pero sería bueno que explicaran por qué ordenan que nos portemos a su gusto con el lenguaje, con el sexo, con los animales, con el clima... ¿Por qué hemos de ser más virtuosos y no más inteligentes, por ejemplo? ¿Qué ganamos con sus principios morales? ¿Qué clase de humano quieren producir? La Iglesia vivía de abstracciones: bondad, caridad, santidad, amor. ¿Sirve de algo la corrección política cuando llegan los problemas reales? ¿O es otra elegancia burguesa?

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21 de abril de 2020
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Teodor Currentzis, el rebelde consecuente

Brian Eno, Johann Sebastian Bach, Pola Negri, Frederic Chopin, Johnny Cash, Franz Schubert, Nick Cave, Anton Webern, The Residents, Tino Rossi, Marlene Dietrich, Dmitri Shostakovich, Kurt Weill.

 

Estos compositores son parte de la Playlist en Spotify que Teodor Currentzis escucha en su Ipod y que comparte con sus devotos. Es la extraña (ecléctica sería decir poco) sucesión de músicas que me acompañan mientras trato de desentrañar el fondo de un director de orquesta que tal vez no sea tan rebelde, tan heterodoxo ni tan “enfant terrible” como lo vienen pintando los medios desde sus comienzos.

Como en las sorprendentes elecciones de Currentzis, en esta sucesión de obras hay un orden secreto, una rebeldía a seguir la corriente, una búsqueda incesante de encontrar en los sonidos de los grandes genios de la música algo que se resisten a revelar.   

La primera elección en este aspirante a compositor y actor ocasional, nacido en Grecia en 1972, ya marca una ruta inusual: marchó a Rusia, que desde entonces es su patria artística, para estudiar en el Conservatorio de San Petersburgo en los noventa con el célebre pedagogo Ilya Musin, quien por aquellos años también fue maestro de Valery Gergiev y la mayoría de los grandes directores rusos de hoy.

Y se quedó 30 años y se hizo ciudadano ruso.

Pero a diferencia de Gergiev, un director volcánico, ambicioso, siempre cercano a los centros del poder y aliado del presidente Putin, quien lo erigió en zar del gigantesco proyecto político-musical del Mariinsky en la capital cultural de la nueva Rusia, Currentzis se fue a buscar la creación de un sonido propio a Siberia.

No fue enviado a Siberia como castigo, como en la época soviética: él eligió la ruta de la independencia radical.

Con los músicos de una docena de países que lo siguieron, fundó MusicAeterna en 2004. Siete años más tarde, se trasladaron a Perm, una modesta ciudad industrial en los Urales, entre Europa y Asia, alejada de los faros y los oropeles de la cultura clásica. En su vibrante web y en todas las entrevistas Currentzis se refiere a su orquesta y el no menos impactante coro como su familia, como una especie de secta de aliados en la búsqueda de una música a la vez revolucionaria y precisa, fiel a los compositores que adoran. Lo que hacen no es apto para poner como música de fondo, sino que requiere de los oyentes tanta atención como las huestes del maestro griego ponen en cada nota.  

En Perm lo entrevistó Pablo L. Rodríguez hace dos años para Babelia de El País. “Los grandes centros musicales han capitulado a ciertas tradiciones”, afirmaba al hablar de la lejanía y el poco atractivo del lugar donde trabajaba. “En la periferia, si te dan las condiciones idóneas, puedes crear el mejor público posible e incluso también transformar una ciudad. Esto es mejor que luchar contra el sistema ya establecido en Múnich o en Viena. Hasta Perm nadie viene por su arquitectura, sino por nuestra dedicación a la música”.

Ese es el joven Currentzis que conocimos los melómanos de estos lares durante la primavera de óperas y puestas en escena sorprendentes de Gerard Mortier en el Teatro Real de Madrid.

En 2012 vino con su gran aliado, el iconoclasta director de escena norteamericano Peter Sellars, a presentar con la orquesta del Real un doble espectáculo que, como en su playlist en Spotify, mezclaba temas, estéticas y autores muy diversos, pero que, en un secreto y profundo lugar, dialogaban.

El espectáculo se componía de la ópera Iolanta, de Tchaikovksy, y el pastiche neoclásico Perséfone, de Stravinsky. Las dos, en el fondo, son sobre el valor de la verdad y de ser fieles a los sentimientos para ser capaces de “ver”. Iolanta está ciega, pero por orden de su padre el rey, no lo sabe. Sin la verdad, no puede curarse. Perséfone es una especie de Eurídice pero que decide bajar al infierno y decide volver por sí misma, no arrastrada por ningún Orfeo. Desde el foso, Currentzis nos presentó una lección de sonido ruso, desde lo agridulce de Tchaikovsky hasta lo ácido de Stravinsky.

Y un año después, trajo a su orquesta y coro MusicAeterna para, otra vez con el sentido dramático y la puesta en escena de Sellars, crear una muy personal versión de La Reina India de Purcell. Muchos críticos y melómanos comentábamos que nunca se habían escuchado con tan limpia, clara, precisa y a la vez emotiva belleza los números instrumentales y sobre todo los corales. El etéreo himno Hear my prayer, O Lord, que el coro de Perm cantaba a capella mientras los soldados españoles masacraban en cámara lenta a los indios desarmados, fue un milagro de perfección técnica y de emoción contenida.

En los siguientes años, Currentzis confinó en su reducto de los Urales, como en un retiro espiritual en las montañas, a un grupo de cantantes, la mayoría jóvenes promesas inspiradas por su fuego, para grabar versiones de la trilogía Mozart-Da Ponte (Las bodas de Fígaro, Don Giovanni y Cosí fan tutte), que hicieron asomar nuevas fierezas y delicadezas, como si sacara capas de barniz a obras que habían sucumbido a la comodidad de la tradición.

Cuando salieron las grabaciones, Mariela Rubio y Rafa Bernardo entrevistaron a Currentzis en su programa Play Ópera de la Cadena Ser sobre Las bodas de Fígaro: Empezamos con el sonido de la revolución social, podemos oír el sonido de las barricadas de la Revolución Francesa, y entonces entendemos algo que es importante en el mensaje de Mozart: que no existe la libertad como algo que se obtiene en una lucha contra la cruda realidad, sino que la revolución, lo que llamamos la libertad, se obtienen cuando volvemos a nuestro yo más básico.”   

Al enfrascarse en su siguiente proyecto, nada menos que revelar lo oculto de las sinfonías del “loco sordo” Beethoven, se atrevió a decir que no había una verdadera tradición en la interpretación de estos clásicos.    

Hace un año, Teodor Currentzis y su perenne MusicAeterna dejaron la ópera de Perm y se convirtieron en un proyecto independiente. Incluso ese vínculo de la periferia le limitaba su innegociable libertad. Su último disco es una versión extrema en dinámicas sonoras, asombrosa en colores orquestales, pero totalmente coherente, de la compleja Sexta Sinfonía de Gustav Mahler. Es su primera grabación de este compositor, a quien está ahora dirigidos sus esfuerzos de limpiar, redescubrir, volver a las fuentes.

Ahora Currentzis, sin dejar a sus eternos músicos, ha asumido un nuevo reto, que es el que lo trae a Barcelona: desde el año pasado es el director titular de la Orquesta Sinfónica SWR de Stuttgart.

Con ellos comenzó en la temporada anterior a dirigir las grandes sinfonías de Mahler. En su actual gira europea, que lo trae al Auditori, toca la espectacular Primera Sinfonía del austríaco, llamada “Titán”, junto con la titánica Muerte y Transfiguración de Richard Strauss. Será una gran oportunidad de ver a un director que hace de la fidelidad y la precisión su romántico empeño, y en el repertorio en el que ahora está sumergido junto a sus incondicionales.

 

 Este perfil fue publicado en febrero de 2020 en la revista Cultura/s de La Vanguardia de Barcelona. 

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19 de abril de 2020
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La causa de la naturaleza y la causa del animal de razón (XI): tener clara cuál es la causa final

Querer la dignidad de todos... ¡es un acto de sano egoísmo! Pues la indigencia de los demás hace el entorno moralmente insalubre. Esto nada tiene que ver con los buenos sentimientos, la compasión que sitúa al que la experimenta del buen lado. Si el objetivo de la dignidad de los seres de razón se alcanzara no habría ocasión de poner de manifiesto buenos sentimientos en esta materia, lo cual hubiera quizás sido de lamentar por aquel que lo que se complace en esa situación de sentirse piadoso, de sentirse del buen lado en la miseria. Este aborrece toda alegría realmente compartida, aborrece toda razón de celebración colectiva, que en efecto le privaría simplemente de su razón de ser, consistente en lamentarse de la indigencia ajena. 
 
Por ello, incompatible con el deseo de una sana existencia colectiva, el ansia de estar situado del buen lado a cualquier precio, el ansia farisaica de " no ser como esos", acaba también siendo incompatible con la decencia.

¡Lucha pues por una sociedad en la que sea legítimo prohibir la indigencia! El objetivo sólo se conseguiría si antes se hubiera logrado abolir muchas otras causas de iniquidad; abolición que pasa por un difícil cuestionamiento de modos hoy imperantes de funcionamiento de la sociedad.

Sería cuando menos necesario el restablecimiento de algunas pautas de la política social -demócrata. Acabar desde luego con el ciclo en el que un porcentaje mínimo de la población posee una proporción inmensa de la riqueza: cincuenta por ciento de la riqueza en manos del 10 por ciento, sólo tres por ciento de la misma en manos del cuarenta por ciento de la población más pobre (ateniéndose a países de la OCDE). Se necesitaría como mínimo una nueva distribución de las cargas impositivas, que va en contradicción con lo defendido no sólo por Trump o Bolsonaro, sino también por Macron y otros representantes del liberalismo económico. 

Y como los beneficiados por este orden social no están dispuestos a ceder, alcanzar tal meta supondría sin duda una lucha tenaz, en la cual, como en toda confrontación real, el fracaso se traduciría en elevado precio personal. De ahí quizás la sustitución de tal lucha por otras, perfectamente legítimas y eventualmente de elevado peso moral, pero que no suponen una amenaza tan radical para la trama político-económica del mundo.

A propósito de la omnipresencia y- a su juicio-sobredimensión de problemas vinculados a la sexualidad, Michel Foucault señalaba que es vieja estrategia militar el focalizar la atención del enemigo allí dónde realmente no se dirime lo esencial. Pues bien, los que simplemente queremos un entorno natural a la vez humanizado y compatible con la continuidad de tal humanización, haríamos bien en estar prevenidos sobre el hecho que ciertas luchas no parecen perturbar sobre manera a quienes han dado múltiples muestras de recuperar para sus intereses desde nuestros deseos sexuales, hasta nuestras costumbres alimentarias y nuestras exigencias de sentirnos reconciliados.

Deberíamos tener simplemente un gramo de desconfianza ante el hecho de que seamos en ocasiones inducidos a la buena acción por un entorno ideológico cuyos mentores no parecen precisamente hallarse guiados por el imperativo kantiano. Pequeña lista de causas en las que todos estamos de acuerdo, a veces sin preguntarnos si al concentrar toda nuestra energía en ella estamos haciendo otra cosa que obedecer a una consigna interesada:
Viendo como la naturaleza se degrada nos alzaremos contra la proliferación de plásticos y el desequilibrio energético. Constatando que la ternura ordinaria por las mascotas desaparece cuando estas complican el tiempo de ocio, lucharemos por acabar con esa mezcla de canallada y frivolidad que supone su abandono llegadas las vacaciones. Nos alzaremos contra la caída de los jóvenes en el consumo de droga. Convencido de que el consumo de carne perjudica a la vez la salud del planeta y de sus habitantes, haremos lo posible por cambiar tus hábitos alimenticios. Defenderemos la necesidad del equilibrio energético... 

En todo ello encontraremos quizás inesperados aliados ¿Se oponen acaso los Gates, Bezos o Zuckeberg a tales bienintencionados propósitos? Recientemente incluso Madame Le Pen se ha apuntado a la causa ecológica, ciertamente cargada de connotaciones que revelan el plumero y la verdadera intencionalidad: ataque a las importaciones del extranjero, exaltación de la calidad de los productos propios, jerarquización de los modos de alimentación tradicionales frente a la de las comunidades inmigrantes, etcétera: "A quien es nómada no le importa la ecología porque no tiene tierra" declaraba hace unos meses. Pero ello no impide que Madame Le Pen quiera una naturaleza limpia y bien explotada, a la imagen de su imaginaria Francia limpia y que trabaja. En el libro "Ecofascismo" de los estadounidenses Peter Staundenmaier y Janet Biehl se recordaba que los nazis resumían en ocasiones su ideario en la expresión "Sangre y tierra (Blut and Boden)". Y Conviene recordar que los autores son dos conocidos militantes del movimiento ecológico, ambos de tradición libertaria.

Estoy sugiriendo que quizás ciertas reivindicaciones estén en el fondo permitidas y hasta jaleadas, de tal manera que al asumirlas como imperativo mayor y causa final no hacemos otra cosa que nadar a favor de corriente- mientras que abolir las causas de creciente indigencia supondría enfrentarse de verdad a los cimientos del orden (o desorden) imperante.

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17 de abril de 2020
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La máscara

No será el mejor papel de su vida, pero el monólogo ex abrupto de Juan Echanove al ministro Uribes quedará: en la historia de nuestra pandemia o en la del teatro. Quizá en las dos. Echanove habla en ese vídeo, y el pasado domingo en la Sexta, de la mutabilidad de la política. En sus 42 años de profesión dice haber visto pasar por el puesto a muchos ministros de Cultura que ya no son nada, y él sigue ahí, subido a las tablas. No es una vanidad, sino un recordatorio. Ciertos legisladores dejan rastro de estadistas o de canallas, pero son mayoría los ministros que no dejan ni rostro ni memoria de su nombre. Por el contrario los actores persisten, ya que poseen, sean grandes estrellas o característicos, el supremo misterio de la encarnación humana. Nos hacen disfrutar y llorar, como una sinfonía o un poema, pero su constancia física, incluso su deterioro cuando envejecen ante las candilejas, nos fija a ellos, aun diciendo palabras que no son suyas. ¿Idolatría de fans desquiciados? Se trata más bien del apego casi familiar, y por ello amoroso, a los seres que toda la vida nos han llevado al cine, a un concierto en vivo, y a quienes, cuando había poco teatro, los mayores descubrimos en un televisor en blanco y negro, el color de nuestra posguerra. Ministros celebérrimos de mi juventud: Nieto Antúnez, José Solís, la sonrisa del régimen de Franco. ¿Dicen hoy algo esos nombres, salvo a los expertos y a los ancianos que aprendieron a odiarles o les veneraron? Mientras que gente joven de hoy celebra entre risas las payasadas de Gracita Morales, sin olvidar, de aquella misma época, la voz de un Fernán Gómez o un Rabal.
Todos tenemos un aire teatral, de conspiradores de dramón, con las mascarillas puestas. El día que nos las quitemos ahí estará el cómico para ponerse la verdadera máscara de la ficción que da vida.
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16 de abril de 2020
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